Cerámicas hispanorromanas. Un estado de la cuestión

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Cerámicas hispanorromanas.
Un estado de la cuestión
Cerámicas hispanorromanas. Un estado de la cuestión
PORTADA RCRF FINAL:Portada RCRF
D. Bernal Casasola y A. Ribera i Lacomba (eds. científicos)
Editado con motivo del XXVI Congreso Internacional
de la Asociación Rei Cretariae Romanae Fautores
Edita
Colabora
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Índice
Introducción.“What are we looking for in our pots?” Reflexiones sobre ceramología hispanorromana ................
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Darío Bernal Casasola y Albert Ribera i Lacomba
Prólogo. La cerámica hispanorromana en el siglo XXI ..............................................................................................
37
Miguel Beltrán Lloris
BLOQUE I. ESTUDIOS PRELIMINARES
Los estudios de cerámica romana en las zonas litorales de la Península Ibérica:
un balance a inicios del siglo XXI ..............................................................................................................................
49
Ramón Járrega Domínguez
Los estudios de cerámica romana en las zonas interiores de la Península Ibérica. Algunas reflexiones ..................
83
Emilio Illarregui
De la arcilla a la cerámica. Aproximación a los ambientes funcionales de los talleres alfareros en Hispania .........
93
José Juan Díaz Rodríguez
Hornos romanos en España. Aspectos de morfología y tecnología .......................................................................... 113
Jaume Coll Conesa
El Mediterráneo Occidental como espacio periférico de imitaciones..................................................................... 127
Jordi Principal
BLOQUE II. ROMA EN LA FASE DE CONQUISTA (SIGLOS III-I A. C.)
Las cerámicas ibéricas. Estado de la cuestión........................................................................................................... 147
Helena Bonet y Consuelo Mata
La cerámica celtibérica............................................................................................................................................. 171
Francisco Burillo, Mª Ascensión Cano, Mª Esperanza Saiz
La cerámica de tradición púnica (siglos III-I a. C.) .................................................................................................... 189
Andrés María Adroher Auroux
Cerámica turdetana .................................................................................................................................................. 201
Eduardo Ferrer Albelda y Francisco José García Fernández
Cerámicas del mundo castrexo del NO Peninsular. Problemática y principales producciones ............................... 221
Adolfo Fernández Fernández
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La cerámica “Tipo Kuass” ......................................................................................................................................... 245
Ana Mª Niveau de Villedary y Mariñas
La cerámica de barniz negro .................................................................................................................................... 263
José Pérez Ballester
Producciones cerámicas militares en Hispania....................................................................................................... 275
Ángel Morillo
BLOQUE III. NUEVOS TIEMPOS, NUEVOS GUSTOS (AUGUSTO-SIGLO II D. C.)
Las cerámicas “Tipo Peñaflor” .................................................................................................................................. 297
Macarena Bustamante Álvarez y Esperanza Huguet Enguita
Producciones de Terra Sigillata Hispánica.............................................................................................................. 307
Mª Isabel Fernández García y Mercedes Roca Roumens
Terra sigillata hispánica brillante (TSHB) ............................................................................................................... 333
Carmen Fernández Ochoa y Mar Zarzalejos Prieto
Las cerámicas de paredes finas en la fachada mediterránea de la Península Ibérica y las Islas Baleares ................. 343
Alberto López Mullor
Paredes finas de Lusitania y del cuadrante noroccidental ...................................................................................... 385
Esperanza Martín Hernández y Germán Rodríguez Martín
Lucernas hispanorromanas ...................................................................................................................................... 407
Ángel Morillo y Germán Rodríguez Martín
Las cerámicas “Tipo Clunia” y otras producciones pintadas hispanorromanas....................................................... 429
Juan Manuel Abascal
Las “cerámicas bracarenses” ..................................................................................................................................... 445
Rui Morais
El mundo de las cerámicas comunes altoimperiales de Hispania........................................................................... 471
Encarnación Serrano Ramos
La producción de cerámica vidriada ........................................................................................................................ 489
Juan Ángel Paz Peralta
BLOQUE IV. CERÁMICAS HISPANORROMANAS EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (SIGLOS III-VII D. C.)
Las producciones de terra sigillata hispánica intermedia y tardía.......................................................................... 497
Juan Ángel Paz Peralta
La vajilla Terra Sigillata Hispánica Tardía Meridional .............................................................................................. 541
Margarita Orfila Pons
Las imitaciones de cerámica africana en Hispania.................................................................................................. 553
Xavier Aquilué
La cerámica ebusitana en la Antigüedad Tardía ........................................................................................................ 563
Joan Ramon Torres
Las producciones de transición al Mundo Islámico: el problema de la cerámica paleoandalusí (siglos VIII y IX)........... 585
Miguel Alba Calzado y Sonia Gutiérrez Lloret
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BLOQUE V. ALGO MÁS QUE CERÁMICA: LA SINGULARIDAD DE LAS ÁNFORAS
Las ánforas del mundo ibérico ................................................................................................................................. 617
Albert Ribera i Lacomba y Evanthia Tsantini
La producción de ánforas en el área del Estrecho en época tardopúnica (siglos III-I a. C.)...................................... 635
Antonio M. Sáez Romero
Ánforas de la Bética .................................................................................................................................................. 661
Enrique García Vargas y Darío Bernal Casasola
Las ánforas de la Tarraconense ................................................................................................................................. 689
Alberto López Mullor y Albert Martín Menéndez
Las ánforas de Lusitania .......................................................................................................................................... 725
Carlos Fabião
BLOQUE VI. OTRAS PRODUCCIONES ALFARERAS Y TENDENCIAS ACTUALES
El material constructivo latericio en Hispania. Estado de la cuestión..................................................................... 749
Lourdes Roldán Gómez
Terracotas y elementos de coroplastia ..................................................................................................................... 775
María Luisa Ramos
Aportaciones de la arqueometría al conocimiento de las cerámicas arqueológicas. Un ejemplo hispano .............. 787
Josep M. Gurt i Esparraguera y Verònica Martínez Ferreras
El grupo CEIPAC y los estudios de epigrafía anfórica en España................................................................................ 807
José Remesal Rodríguez
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Hornos romanos en España. Aspectos de morfología
y tecnología
Jaume Coll Conesa
Director del Museo Nacional de Cerámica “González Martí” de Valencia
Definición y características de los hornos romanos
en Hispania
Desde finales del siglo VIII a. C. se introdujo la tecnología del torno rápido y de la cocción en hornos de convección. Ésta iba pareja a un mayor procesado del barro
para poder ser torneado, con una mejor depuración de las
pastas y un mayor cuidado en el secado y en la cocción.
Son cambios del proceso productivo que van estrechamente unidos y cuya mayor ventaja fue multiplicar enormemente el volumen de producción, al tiempo que exigió
la organización de especialistas a tiempo completo para
abastecer adecuadamente la demanda del mercado (Coll
Conesa, 2000). El taller alfarero de la Antigüedad alcanza
su máxima capacidad productiva en época romana, al
tiempo que se especializa en varios niveles de organización y de calidad de producto (Peacock, 1982). Las diversas officinae figulariae y figlinae podían realizar,
mencionados en una especie de propuesta de ordenación
piramidal técnica, desde material constructivo a grandes
contenedores, alfarería ordinaria, cerámica de mesa decorada con moldes y cubierta de engobes sinterizados
(los llamados barnices antiguos) y, finalmente, vidriados
de plomo. Debe destacarse en este punto que cada grupo
de producciones requiere procedimientos y técnicas específicas y, de hecho, una auténtica gradación de operarios con conocimientos específicos propios, con práctica
y capacidades aprendidas, escalonados y casi con seguridad estancos en cada uno de esos grupos. Cada línea
de producto exige no sólo profesionales específicos, sino
una cadena productiva propia que incluye equipos y técnicas diferenciadas. Por ejemplo, las tejas y ladrillos se
procesan con cuerpos arcillosos que poseen gruesos aplásticos (inclusiones o desengrasantes) por requerir resistencia mecánica y dureza, el uso de moldes pero no de
tornos, el secado puede realizarse al aire libre e incluso
al sol, y su cocción, aún siendo cuidadosa, puede llevarse de forma dinámica, con ascensos de temperatura
relativamente rápidos y enfriamientos recortados. El producto tenderá a ser económico por el uso de una cierta
“baja tecnología”, aunque su coste aumentará si usamos
moldes o plantillas preformadas realizadas por otros especialistas, como escultores para las antefijas, por ejemplo. Ese mismo barro permitirá fabricar dolia, ánforas y
contenedores de gran capacidad de pastas más bien groseras, al tiempo que técnicas de conformación como el
torno o el urdido. Sin embargo, la fabricación de vajilla
de mesa requería la colaboración de moldes (Bernal,
1991; 1995), el uso del torno rápido, barros muy depurados y técnicas químicas para obtener engobes semivitrificados para la terra sigillata, así como hornos capaces
de cocer las piezas por radiación, el único método posible para madurar esas cubiertas que exigen cocciones
lentas y muy controladas tanto en la fases de ascenso térmico como de enfriado. Esos talleres pueden incluso diferenciarse por sus características espaciales, con hornos
grandes por un lado y hornos pequeños por otro, sistemas de preparación del barro propios de cada nivel productivo, con balsas para la mayor depuración, zonas de
modelado diferenciadas, etc. Como norma general, el taller rural de baja tecnología tenderá a una mayor variabilidad productiva adecuada a sus necesidades (tegulae,
imbrices, dolia, ánforas), mientras los centros con productos cualificados tendrán una mayor especialización
y menor variedad de productos. En relación con los hornos, éste es un elemento esencial en el proceso y en la
distinción de esa variabilidad. Su morfología, y en especial sus dimensiones, permite conocer aspectos de la tecnología y de los productos realizados, vislumbrar
conexiones de carácter técnico y comparar las estructu-
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ras entre talleres para esclarecer aspectos de implantación
industrial ligados a factores de desarrollo de la demanda
o quizás relativos a la propiedad de los terrenos en los que
se asientan y su pertenencia a personajes con intereses
económicos dispersos en puntos distantes del Imperio,
la existencia de tradiciones locales en la cerámica o, por
el contrario, de nuevas implantaciones, etc. Un ejemplo de
ello es el caso de las variadas técnicas utilizadas en la cocción de la terra sigillata, ya destacado por autores como
Vernhet (1981) y recientemente resumido por Cuomo di
Caprio (2007).
Los hornos romanos suelen constar de una cámara
inferior o de combustión, llamada también caldera, que
posee una boca o acceso para cargar el combustible
abierta directamente a ésta o en corredor, denominado
praefurnium, ante el cual puede haber a su vez una dependencia excavada que sirve también de leñero. La caldera suele estar excavada en el subsuelo para reducir las
pérdidas de calor y facilitar su construcción. Su base es
normalmente plana, pero a veces asciende ligeramente
entre la boca y el testero. Sobre ello se sitúa una cámara
superior, llamada laboratorio, separada por un piso perforado o parrilla que a veces se forma únicamente con la
cara superior de los elementos sustentantes y se remata
con muros verticales o algo inclinados hacia el interior en
arranque de falsa bóveda. En las cámaras de planta circular, los muros pueden poseer paredes verticales formando un cilindro o cono, rematando en cúpula o en
bóveda, en el caso de las cámaras de planta cuadrangular. Las cubiertas suelen ser móviles, es decir, se construyen cuando se cierra el horno al cocer, pero pudieron
existir bóvedas o cúpulas fijas de las que es muy difícil
encontrar evidencias. Al considerar si la bóveda fue fija
o móvil se debe tener en cuenta que la primera exige
unos muros gruesos y sólidos ya desde su base.
Sobre los hornos, sus evidencias constructivas, el uso
de adobe o ladrillo, la técnica constructiva, sus dimensiones, la ubicación del hogar o punto de combustión en la
caldera, identificado por manchas de ceniza, la disposición de las perforaciones de la parrilla y la distribución y
orden de las que están abiertas o cerradas, la localización
en el alfar de elementos auxiliares, etc., nos ofrecerán un
bagaje comparativo de notable interés para entender tanto
procesos productivos como características técnicas de
estos. A partir de ahí será posible establecer relaciones
con otros, ampliando las posibilidades de interpretación
desde la parcela de la arqueología de la producción.
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CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN
Historiografía
Los hornos cerámicos de cronología romana heredan las
raíces locales. Así, en los territorios de la antigua Galia o
de Britania (Corder, 1957) existen hornos de tipo hoguera y hornera o de una sola cámara, que cocían por
contacto (Dufaÿ et alii, 1997). También existieron hornos
horizontales o de una sola planta y una o dos bocas de
carga, que usaban ya el principio de la cocción por convección. Sin embargo, en Hispania los hornos pueden
describirse como intermitentes, verticales, de tiro directo
y doble cámara. El primer término se refiere a que cada
cocción viene precedida por una etapa sin combustión
necesaria para la descarga y la carga de material. Se trata
de equipamientos de cocción por convección, es decir,
el material cerámico se cuece por el calor directo de los
gases de la combustión. Dentro de esta modalidad técnica podían cocer también por radiación, es decir, por
el calor emanado por elementos que protegen al material cerámico de los gases de combustión, mediante aditamentos técnicos como tubos o cajas (cobijas). Este
último procedimiento es indispensable para la terra sigillata o para la loza vidriada. En ocasiones se interpreta
que los tubuli que forman los conductos, como los del
taller de sigillata de La Graufenesque (Millau, Francia),
servían sólo para conducir los gases al exterior, cuando
además su objetivo era el de generar calor de radiación
y seguramente no desembocarían directamente en el exterior, sino en la cara interna de la cubierta a fin de aumentar el calor en el laboratorio antes de disiparse entre
el entramado de tegulae de su cubierta (Vernhet, 1981).
En relación a los hornos cerámicos romanos en España, son escasas las publicaciones que les prestan atención describiéndolos con cierto pormenor, siendo ello
aún más raro para los talleres que necesariamente los
circundaban. Ello impide desarrollar interpretaciones de
algún calado basadas en estos elementos, más allá de la
comparación directa de los productos que se supone fabricaban. Una loable excepción la constituyen los casos
de Bezares (Mezquíriz, 1983), La Maja (González Blanco
et alii, 1998; 2005), l’Almadrava en Dénia (Gisbert, 1987;
1999), Los Matagallares –Salobreña– (Bernal Casasola,
1998a), o el taller de Venta del Carmen –Los Barrios,
Cádiz– (Bernal Casasola, 1998b). Aún así, el desconocimiento de las peculiaridades técnicas es escaso. Años
atrás el tema intentó resolverse con el proyecto de investigación Officina iniciado en 1984, que contaba con
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HORNOS ROMANOS EN ESPAÑA. ASPECTOS DE MORFOLOGÍA Y TECNOLOGÍA
dos subproyectos esenciales Fornax y Sigillum. Sin embargo, sus conclusiones nunca han sido publicadas íntegramente (Juan Tovar, 1995).
Los elementos constructivos del horno y sus diferentes variantes morfológicas fueron sistematizados por
P. Duhamel para el caso de la Galia (1979), catalogación
exhaustiva que puede ser muy útil como referente sistemático general a la hora de su descripción detallada.
Llegados a este punto es oportuno señalar con algo
de detalle los elementos generales que suelen encontrarse en los hornos (fig. 1). Empezando por la cámara inferior, debemos indicar que en ella se sitúa el hogar, lugar
donde se realiza la combustión. Éste puede estar en el
praefurnium, en los hornos en los que la parrilla está
algo baja o que requieran llama moderada, o inmediatamente bajo el laboratorio en el inicio de la cámara y
en una posición anterior. En época romana existieron incluso hornos con bocas de carga dobles y paralelas, separadas por un largo muro longitudinal que nacía en el
testero de la caldera. El praefurnium o túnel de carga es
un corredor abovedado que suele ser corto, de un metro
y medio en general. Su dimensión afecta a la forma de
cocción, ya que la combustión solía hacerse en ellos evitando que las llamas llegaran directamente a las piezas en
las primeras horas de cocción y generalmente indican
que se practicaban cocciones largas (necesarias para cerámicas de pastas muy depuradas, calcáreas, por ejemplo). Suele existir una cierta ecuación entre altura de la
parrilla y longitud del corredor de combustión: a menor
longitud de éste, mayor altura a la parrilla y viceversa. Si
el horno posee mucha altura en la caldera, como ocurre
en los hornos romano-republicanos catalanes de parrilla
excavada (Rubí, Seva, Botarell, Sant Llorenç del Pla, Matadepera, Tona, Sant Miquel de Fluvià, etc., Juan Tovar y
Bermúdez, 1989), el hogar se puede encontrar prácticamente bajo la parrilla. La cámara de combustión puede ser
de planta circular o cuadrada y en ella podemos encontrar varias soluciones para sustentar el piso de la cámara
de cocción o laboratorio. La más simple es la excavación
de ambas cámaras y de una gruesa parrilla en el substrato arcilloso (por ejemplo, Botarell, Bermúdez y Massó,
1985). Otra configuración se obtiene excavando los muros
de la caldera en falsa bóveda, dejando en la parte alta
un muro perimetral con entrantes y salientes en disposición dentada, como en el horno de Fonstcaldes (Juan
Tovar et alii, 1986; Juan Tovar y Bermúdez, 1989). Estos
conectarán con las perforaciones perimetrales de la pa-
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Figura 1. Partes de un horno romano (fornax). 1: Praefurnium o
túnel de carga; 2: Cámara de combustión; 3: Cámara de cocción
o laboratorio; 4: Cúpula o bóveda; 5: Mirilla; 6: Toberas de la parrilla; 7: Opus suspensus, opus pensile o parrilla (sostenida por
arcos transversales); 8: Tiro superior o bravera; 9: Focolarius u
hogar.
rrilla o piso perforado del laboratorio. Esas soluciones
suelen convivir con aditamentos como trincheras longitudinales más profundas en el centro de la caldera para
acumular las cenizas o facilitar el tiro. En ese caso, los
bancos laterales podrían ser utilizados para cocer siempre que el túnel de carga tuviera una cierta longitud o se
cociera con tiempos largos. En algunos casos, la parrilla
posee elementos de soporte, como un pilar central, circular, cuadrangular u oblongo, a veces hueco (Orriols;
Martín, 1980), o un muro adosado al testero opuesto al
praefurnium. Desde esos elementos se disponen arcos
realizados con adobes por aproximación de hiladas (Pajar
de Artillo; Luzón, 1973) o adovelados (La Maja; Luezas et
alii, 1992; El Rinconcillo; Sotomayor, 1969). Es importante subrayar que la planta de la cámara de combustión
no define necesariamente la morfología del laboratorio,
como demuestran ejemplos etnográficos (horno de Huesa
del Común; Burillo, 1983; Coll Conesa, 2000).
Otro tipo de solución de soporte, la más típicamente
romana, consiste en la construcción de arcos paralelos de
adobes o ladrillo transversales a la boca de carga de combustible. Entre ellos se disponían varias soluciones para
el piso. En unos, los vanos entre arcos se cubrían con
placas o tegulae para formar un plano, pero es frecuente
que los laboratorios de hornos que cuecen piezas grandes o material constructivo no dispongan más que de la
cara superior plana de los arcos de sustentación. En otros
casos se colocan lateres para formar una retícula entre los
arcos y finalmente, en los más elaborados, esta subestructura se recubría con una capa de arcilla, dejando per-
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foraciones distribuidas regularmente y conformando un
verdadero piso del laboratorio. Los muros de éste eran de
tierra apisonada, adobe o ladrillo, aunque estos escasean. Algunos pueden tener zócalo de piedra incluso en
la cámara de combustión, o un forro externo, pero es
importante recordar que no pueden ser usados en contacto con las llamas materiales calcáreos naturales ni hormigones que contengan aglutinantes de carbonatos de cal,
ni yesos o sulfatos cálcicos, ya que se desintegrarían hacia
los 860°C, pero sí areniscas silíceas y algunas rocas metamórficas por requerir temperaturas más elevadas. El
laboratorio debe tener necesariamente un vano de acceso que difícilmente se suele documentar. Puede ubicarse en cualquier lugar, pero por una cuestión práctica
no suele estar sobre la boca de carga del combustible o
el túnel de carga, ya que exigiría elementos construidos
o móviles complementarios para acceder cuando resulta
más fácil abrirlo a cota de parrilla desde cualquier lado.
Es impropio hablar de fachada en un horno, ya que estos
no suelen presentar un muro de preeminencia arquitectónica, como el nombre indica, siendo mejor definir como
frente la cara que presenta la boca de carga de combustible.
La cubierta suele ser en general móvil. En hornos de
cámara cilíndrica o cuadrangular y cubierta simple, los
mismos cacharros a cocer de alfarería ordinaria pueden
sostener grandes fragmentos de piezas rotas o tegulae
que forman la cubierta. En otros casos, se genera una estructura interna de soporte, con pisos formados por placas o tegulae y carretes o cilindros que sostienen cada
piso, hasta llegar a una estructura de cubierta móvil formada por tegulae, como vemos en la reconstrucción del
gran horno de La Graufesenque (Vernhet, 1981). Sallèles
d’Aude ha dado a conocer otro tipo de bóveda realizada
por vasos cilíndricos parecidos a canjilones, con base estrecha o en punta, que se encastran unos en otros y permiten formar arcos que, yuxtapuestos, configuran una
bóveda continua (Laubenheimer, 1990). La técnica deriva de las bóvedas fitiles usadas en edificios romanos,
como la villa romana de Capo Bobo (Marsala) o el baptisterio neroniano de Ravenna (Ballardini, 1964, 30-31),
más tarde pasó a la arquitectura musulmana, como en la
mezquita de Córdoba. Las cubiertas así construidas son
muy ligeras y fáciles de montar y desmontar o de ajustar
a unas dimensiones dadas. Esos vasos han sido identificados en el horno de El Monastil –Alicante– (Poveda,
1998).
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CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN
Tipología y cronología
Los hornos se presentan muchas veces en un estado que
hace difícil su identificación. En algunos casos, sólo la
experiencia previa del arqueólogo permite reconocerlos. En aquellos más arrasados, debemos estar atentos
en general ante hoyos circulares o cuadrangulares –evidencias de la cámara inferior– que presenten muros de
coloración ocre pálido en la cara interna seguida de manchas inmediatas exteriores de coloración rojiza o rosada.
Este “sandwich” en un muro de arcilla identifica temperaturas elevadas que han actuado en la cara más blanquecina y menor cocción en el interior del muro, señalada
por el color rojizo. En algunos casos, una interrupción
marca un vano con acumulación de ceniza en él o en
sus cercanías. Este hecho indicará la posición del hogar.
Los hornos mejor preservados pueden conservar los
muros de la caldera hasta alturas de medio metro o más,
en ese caso es posible que se distinga el corredor del
praefurnium conectado con la boca de la caldera. A partir de estos vestigios será difícil asignar una tipología al
horno. Conviene anotar cómo ha sido construido, si por
excavación o por levantamiento de muros, sus materiales y la posición de estos en la estructura, así como las diversas zonas alteradas con diferentes coloraciones, la
zona de acumulación de cenizas, etc. Es necesario levantar una planta y secciones transversales y longitudinales, señalando la forma de los elementos principales
(pilares, muros, columnas, parrilla) y cómo se han erigido, si los arcos son vivos o se han realizado por aproximación de hiladas, describir la superficie de la parrilla,
la distribución de toberas o conductos, cuáles se encuentran abiertos o sellados y con qué, etc. Cuanto más
preciso sea el mapeado de todos estos elementos muchos más datos extraeremos del horno. Conviene además
anotar las diferentes fases o remodelaciones que presenta y si existen diferencias visibles de morfología entre
ellas, lo que podría dar indicios de reorientación productiva del alfar.
Para su clasificación podemos usar varias fuentes,
desde la de P. Duhamel, muy detallada, hasta la más genérica de Ninina Cuomo di Caprio (1972; 2007). Para el
caso español existe la tipología de D. Fletcher, realizada
en 1965, que hoy marca los inicios de la disciplina.
La tipología de Cuomo es quizás la más sintética y
presenta los hornos reconstruidos gráficamente a modo
de hipótesis, según se planteó en 1972, lo que a veces nos
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HORNOS ROMANOS EN ESPAÑA. ASPECTOS DE MORFOLOGÍA Y TECNOLOGÍA
pueden llevar a engaño, ya que en muchos casos desconoceremos la forma de cubierta de la cámara u otros
detalles que en ésta aparecen muy definidos, aspecto corregido recientemente (2007) (fig. 2).
Consideramos más oportuno utilizar las diversas propuestas de menos exhaustivas a más, de acuerdo con la
capacidad de interpretación que presente la estructura,
ya que con ello conseguiremos una descripción más real.
En este sentido cabe considerar inicialmente la clasificación de las diversas morfologías de las cámaras de combustión o calderas (Coll, 2005) (fig. 3). Si observamos
algunas de las planimetrías detalladas publicadas, pueden existir dudas acerca de su encuadramiento tipológico.
Tomando como ejemplo el caso de Bezares (Mezquíriz, 1983), se conocen detalles de cuatro hornos. El
primero de ellos presenta una caldera tipo A1 con un
corto praefurnium, el tercero es circular con rebaje central tipo B2, el cuarto, de planta rectangular, posee un
muro central longitudinal del que parten dos hileras de
arcos, siendo, por tanto, del tipo A5. Sin embargo, el segundo posee un sistema radial de toberas sobre una excavación que parece rectangular. La forma circular que
dibujan esos conductos nos da pistas para encuadrarlo en
el tipo de caldera B3. Por tanto, para interpretar la posible morfología original del horno, cada evidencia debe
ser sopesada.
La reconstrucción debe basarse en un estudio de probabilidades y quizás sea trabajo de especialistas. Debemos pensar que factores como la posición del hogar, la
morfología general, la disposición de toberas abiertas o
cerradas en la parrilla, las evidencias de mayor o menor
alcance de las temperaturas en un mapeado de la estructura, etc. permitirán conocer cómo funcionaban las
combustiones y ofrecer datos para establecer cómo fueron las partes perdidas.
Esos aspectos son importantes para conocer también
las tradiciones tecnológicas, zonas de influencia cultural
prerromana, zonas de aculturación reciente, etc. Ya señalaron Bermúdez y Tovar (1989) las diferentes influencias, semita e itálica, que manifiestan los hornos romanos
de Hispania. Así, las plantas redondeadas u ovales y los
sistemas de soporte de muro longitudinal y pilar parecen herencias del mundo semita (Coll Conesa, 1992; 2000;
2005), mientras las plantas cuadradas y, en especial, los
soportes de parrilla con arcos vivos o adovelados, son
claramente herencia romana.
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Distribución. El horno y el taller. Problemas
espaciales
El estudio de los asentamientos rurales de Hispania está
deparando el hallazgo de numerosos hornos tanto para
material constructivo, como para la fabricación de grandes contenedores (ánforas, dolia), necesarios para comercializar la producción de las villae, pero también de
vajilla de mesa. Entrar en detalle en la localización de
estos requeriría estudios territoriales de síntesis como los
realizados recientemente para la Bahía de Cádiz (Bernal
Casasola y Lorenzo, 1998a) o el área valenciana, lo que
escapa a nuestras posibilidades de momento (Coll Conesa, 2005).
En relación con el taller, se ha supuesto que la presencia de baterías de hornos en paralelo persigue una
mayor capacidad productiva. Esas agrupaciones alineadas se han encontrado por ejemplo en la Vila de Can Feu
(Carbonell y Folch, 1998). Sin embargo, el análisis minucioso de este aspecto descubre que los hornos no necesariamente llegaron a funcionar al mismo tiempo, sino
que unos reemplazaban a otros a lo largo de la vida del
taller. También se ha notado que los hornos sufren reparaciones y modificaciones constantes a lo largo de su
vida. Al estar realizados con materiales arcillosos, las alteraciones que amplían o reducen el tamaño de la caldera,
las reparaciones que enlucen los muros con nuevas capas
de arcilla, el alargamiento de las cámaras, la reordenación
de las bocas de carga de combustible, etc. se puede detectar casi en todos los hornos. Una de las primeras cosas
que se aprecian cuando se excava en planta un horno
cerámico es la presencia de líneas de color amarillo u
ocre que rodean la cámara de cocción. Ello es una clara
indicación de las diferentes reparaciones o refuerzos del
muro, ya que la zona que ha estado en contacto con los
gases aparecerá de color ocre claro o amarillo, y si ha
sido recubierta de nuevo tendrá zonas de barro cocido
rojo por ambas caras, como hemos explicado anteriormente. Por otra parte, en las estructuras que no poseen
bóveda fija podemos encontrar acumulaciones cónicas de
sedimento cocido bajo las toberas en la caldera, lo que
indica un arrastre de material arcilloso durante los periodos de lluvia. Su estudio en corte permitirá ver las diferentes cocciones-deposiciones que representa cada
cono, ya que tras una cocción quedará su superficie consolidada con la típica zonificación en sandwich ocre rosado/rojizo (Coll, 1987; Broncano y Coll, 1988; Coll, 2000).
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CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN
Figura 2. Tipología de los hornos romanos según N. Cuomo di Caprio según la propuesta corregida de 2007.
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Variantes
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Figura 3. Tipología de las cámaras de combustión de los hornos de la antigüedad según propuesta de J. Coll.
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Interpretar si ello se debe a paros estacionales o a interrupciones entre cocciones es complicado. Si pensamos
que la producción es continua será difícil que se produzcan acumulaciones considerables de sedimentos, ya
que en el taller se suele cocer al menos una vez al mes
o cada dos. Sin embargo, si la producción es estacional,
es decir, sólo durante unos meses al año, existen más
probabilidades de que esa sedimentación se haga evidente.
No se debe descuidar anotar la orientación de la boca
de carga de combustible o túnel (praefurnium), entrada
principal de aire. En contra de lo que pudiera parecer, no
es deseable que éste se oriente hacia los vientos dominantes, ya que un exceso de viento puede provocar la imposibilidad de controlar la cocción. Ello no es óbice para
que esta recomendación tenga menos importancia para
materiales como los realizados con cuerpos muy cargados de desengrasantes o de naturaleza refractaria, pero,
en general, no es deseable y como ejemplo de ello baste
citar que los trabajos de F. Le Ny para la Galia indican
que los hornos de ladrillos se orientan contra el viento (Le
Ny, 1988; Dufaÿ et alii, 1997, 95). De todos modos, la organización espacial del taller es de suma importancia, ya
que las construcciones que se situarán alrededor pueden
abrigar a los hornos y minimizar el impacto de vientos dominantes. Por cuestiones climáticas y medioambientales,
los hornos podían estar bajo cobertizos, en especial en
el caso de pequeños hornos como los descubiertos en el
taller de l’Almadrava de Dénia (Gisbert, 1999) y en climas
fríos y húmedos. El único factor importante era mantener la cubierta a una distancia prudente del foco de combustión, para resistir bien las altas temperaturas de los
gases que salían de las braveras.
Problemática. Funcionamiento de los hornos y el
proceso de cocción
La carga del horno requiere conducir las llamas de combustión evitando que los objetos no resulten alterados
de forma indeseada, colocar estos de forma estable, ya
que los cambios que se producen pueden provocar el
derrumbe de las piezas, la protección de algunos productos con cajas o cobijas en el caso de sigillatas o cerámica vidriada con óxido de plomo, o la instalación de
tubuli o conductos para dirigir las llamas hacia la parte
superior y emitir por ellos calor radiante, etc. (Cuomo di
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Caprio, 2007). Se suelen usar anillos cerámicos o carretes, triángulos o pequeñas placas, entre otros elementos
(Juan Tovar, 1985a y b). Los pisos se construyen con tubuli o lateres, como elementos verticales, y placas cuadradas, redondas o tegulae en horizontal. La alfarería se
puede amontonar sin disponer otra separación, siempre
y cuando las piezas mayores ocupen la parta baja del laboratorio y las menores las altas.
La temperatura necesaria para la cocción oscila entre
los 800-850°C y los 950-1000°C. Numerosos trabajos han
conseguido determinar estos parámetros utilizando el
análisis DRX (Difracción de Rayos X) que nos muestra
los minerales de neoformación presentes en el cuerpo
cerámico producidos a temperaturas conocidas (fases
cerámicas) (Aguarod et alii, 1995; Barrio et alii, 1998;
Bernal y García, 1995; Bures et alii, 1989; Buxeda y Gurt,
1991; 1998; Estévez, 2001; Gurt et alii, 1991; Rincón y
Moreno, 1995; Tuset y Buxeda, 1994; Vendrell et alii,
1992). La temperatura no es uniforme dentro de la cámara de cocción por razones como la disposición de la
carga, la distribución del tiro y, además, debido a que de
forma natural los gases generan una curva isoterma acampanada, existiendo una notable diferencia entre la parrilla y la bravera que oscila de 100°C y hasta de 140°C,
según han registrado Echallier y Montagu (1985). Las cúpulas de las cámaras de combustión suelen adaptarse a
esa forma para optimizar la cocción, aunque ello no fuera
un procedimiento general y muchos hornos romanos se
cubrieran con bóveda de cañón.
El horno consumía una notable cantidad de combustible y exigía alimentar el hogar paulatinamente durante muchas horas, de 8-10 horas en un horno pequeño
hasta más de 14 o incluso un día entero en otro grande.
Los tiempos varían en función del tamaño del horno, su
tipo, características del material a cocer y también por la
experiencia empírica de los alfareros, muy conservadores en sus prácticas y condicionados por la experiencia
previa, por lo que es difícil generalizar. Durante la cocción se da una primera fase de combustión llamada “templado” que lleva el horno de cero a unos 500°C durante
cuatro a seis horas como media. Esta fase es crítica, ya que
en ella se pierde el agua de hidratación, la restante que
posee la arcilla para retener la plasticidad (hacia los
200°C). Una vez consumida ésta, el material deja de ser
plástico y se pierde la capacidad de hidratación empezando la transformación mineral que conlleva la desaparición del agua de constitución, la transformación del
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cuarzo α en ß y, a partir de los 600°C la constitución de
los minerales de neoformación. Esta fase, propiamente
la cocción, puede ser rápida o lenta en función del material y del funcionamiento del horno, demandando más
o menos combustible según el ritmo de combustión que
admita la estructura por su capacidad de evacuación de
gases. Los operarios deben estar pendientes de ello cargando combustible durante periodos de 8 a 12h o más.
El punto de cocción se controla empíricamente por muestras o por las evidencias visibles que presenta el horno,
una vez alcanzado se procede al cerrado de la boca de
carga de combustible y se inicia el enfriado, más o menos
largo en función de la temperatura máxima conseguida
y las propias cerámicas, que oscila entre dos días o una
semana. Esta fase, que debe denominarse de postcombustión, es necesaria para la óptima maduración del material y para evitar que aparezcan grietas o se desprendan
las asas, por ejemplo. De hecho, si durante el enfriamiento penetra aire frío del exterior pueden aparecer
daños irreparables en los objetos.
En el control visual del horno se aprecian evidencias
para el seguimiento de la cocción. Al principio, la atmósfera es principalmente reductora (con predominancia de
CO) hasta terminar la fase de templado. Si observamos el
laboratorio en este momento (es habitual dejar mirillas tapadas con un ladrillo, p.e.), el interior se muestra negro.
Durante la plena cocción la atmósfera predominante es
oxidante, desaparece el hollín del interior y el horno empieza a verse rojizo hasta un punto rojo brillante, que en
pastas calcáreo-ferruginosas (nuestras arcillas más comunes) indicaría haber llegado a unos 850°C, y después
a blanco y blanco brillante-hielo, indicando haber superado los 900°C. De hecho, la atmósfera pasa por fases
alternativas oxidantes y reductoras y por efecto de la ley
Gay-Lussac, cuando se llega a temperaturas de unos
800°C el volumen de los gases aumenta, por lo que se reduce la proporción de oxígeno, iniciando una fase reductora que en algunos hornos debe compensarse abriendo
los tiros externos, por ejemplo. Los momentos reductores se manifiestan visualmente por un tiraje virulento
hacia el exterior en la boca de la caldera o en la mirilla,
fenómeno que vemos representado en una tableta votiva griega del templo de Penteskoupia, donde un horno
en reducción suelta grandes llamas. En las últimas horas,
el horno exige mucho combustible, que debe cargarse
con rapidez para no bajar la temperatura, y las llamas alcanzan varios metros por encima de la cubierta. Cuando
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esto ocurre se deja de introducir combustible y se cierran la boca de carga y las chimeneas para iniciar el lento
enfriado.
Gracias a los estudios antracológicos del horno de
Tejares (Lucena, Córdoba) sabemos que allí se usaba
como combustible la madera de acebuche, olivo, ciprés,
encina y álamo. En realidad se puede usar leña de monte
bajo que arde con más virulencia que la maciza, pero la
segunda posee mayor densidad y mayor poder calorífico, aunque su combustión sea más lenta. Las calorías que
se emiten en la combustión dependen también de la especie, ya que hay maderas más densas que otras. Finalmente, una última propiedad del combustible vegetal es
potenciar atmósferas oxidantes o reductoras, ya que las
retamas, romero u otras plantas con hidrocarburos aromáticos, facilitan la segunda. El consumo de leña se puede
medir en numerosos ejemplos etnográficos, pero Echallier y Montagu (1985) lo calcularon por arqueología experimental con un horno de modelo romano. Comentan
que la variable se relaciona directamente con el peso del
material a cocer, que puede llegar a ser de 100 kg por
metro cúbico en el caso de lucernas o vasos pequeños y
de 60 a 80 kg si son boles o platos. En su experiencia registran un consumo de 400 kg de combustible por metro
cúbico de cerámica en una cocción de 12 h con un enfriamiento de 40 h. Su método partía de cargar haces de
12 kg para conseguir un aumento de 50°C por hora hasta
los 300°C. En este punto quemaban 6 kg durante una
hora y haces incompletos durante otra hora para disminuir la reducción, tras ello, volvían a cargar haces completos hasta los 800°C. Si el horno consumió 24 kg en la
primera hora para subir 50°C, al pasar de los 880°C requirió 315 kg por hora para subir 10°C. En este caso era
una cocción oxidante en la postcombustión. En una cocción con atmósfera reductora intencional, necesaria para
la vajilla gris –imitaciones de campaniense, vasos ampuritanos o cerámica de cocina–, el funcionamiento del
horno es diferente, ya que la quema debe producirse
toda en ambiente reductor. Los hornos reductores necesitan una estructura especial, de tiro restringido. Éste será
el factor más importante y por tanto el tamaño de los
vanos, la proporción de la cámara y el número y tamaño
de las chimeneas será menor que en un horno oxidante
de dimensiones comparables. La postcombustión (como
fase de enfriamiento) no tiene efecto en la reducción, si
deseamos alterar el material deberemos seguir con la
cocción las horas necesarias asegurando que la atmósfera
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sea oxidante, con métodos como la apertura de más tirajes en cubierta junto a cambios en el combustible utilizando maderas libres de resinas o hidrocarburos, por
ejemplo.
La cerámica va perdiendo masa en cada fase del proceso productivo, aspecto que tiene que ver con el volumen de agua necesario para su conformación. Echallier
y Montagu calculan que son necesarios 10 litros y 2 kg de
tierra sin depurar para obtener 1 kg de arcilla utilizable.
Estos cálculos se han hecho sobre un supuesto ideal y preparando el barro por levigación, pero el estudio de modelos etnográficos permite reducir las necesidades hídricas
a menos de una tercera parte para el mismo resultado si
aquél se prepara en seco (por selección previa, tamizado
y humectación hasta el punto de plasticidad), lo que también varía en función del producto, si contiene muchas
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inclusiones, y por tanto requiere menos procesado (ánforas, dolia, tegulae), o pocas, y es necesaria una mayor
depuración (vajilla de mesa). En el secado, el agua que
permite la conformación o plasticidad que se evapora
en una arcilla calcárea media, supone entre el 18 y el
25% del peso y las piezas se contraen un 7-10%. Durante
la cocción se pierde el agua residual de hidratación y de
constitución, que supone un 5% del peso previo y una retracción de volumen del 0,9%. En total, por 1 kg de tierra original tendremos 0,73 kg de barro cocido (Echallier
y Montagu, 1985, 144).
Estos parámetros, junto con los datos biogeográficos
obtenidos del yacimiento, permitirán realizar aproximaciones sobre capacidad productiva y dinámicas de explotación del territorio más allá de la mera aproximación
cronológica que nos ofrecen los materiales cerámicos.
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