Arturo Rioseco - Fundación Gabriela Mistral

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Arturo Rioseco
EL PREMIO NOBEL
Al tener la noticia de que Gabriela había obtenido el Premio Nóbel de literatura, envié a “La Nueva
Democracia” una nota sobre Gabriela. Fue publicada por esta revista en enero de 1947.
Cuando el Ministro de Suecia en Brasil fue a comunicar a Gabriela Mistral que había sido agraciada con el premio Nóbel,
ella exclamó ( “Agradezco el honor que recibe la literatura Hispanoamérica”). Con estas palabras la poetisa
chilena definía todo el significado de tan importante acontecimiento.
En la existencia modesta y sencilla de Gabriela el Valor monetario del Premio Nóbel no significa nada. En la altura moral
y casi religiosa en que vive la escritora, la nueva distinción que recibe tiene un significado relativo. Nada se puede
agregar a la admiración con que la distingue todo un continente; nada precisa ella para mejorar el ambiente material en
que vive.
Pero para los escritores de nuestro continente este hecho histórico y cultural es de gran trascendencia. Nuestra literatura
ha sido oficialmente reconocida en Europa en la forma más efectiva que puede serlo. Ya no somos “les petits
pays chauds d´outremer”, ahora tenemos un escritor que ha merecido el premio mundial más codiciado.
Parcialmente habrá que agradecer a los Estados Unidos por la posición de nuestra literatura en el mundo. Ellos fueron
los primeros en aceptarla en sus universidades al mismo nivel de las literaturas europeas; ellos han traducido nuestras
obras maestras; ellos han honrado a nuestros escritores. Gabriela Mistral es ampliamente conocida en los Estados
Unidos y aquí se publicó la primera edición de su primer libro de versos. Y de aquí pasó su reputación a Europa especialmente
a Suecia, en cuya capital se publicaron traducidos sus Sangen om en Son, 1944, entre los cuales sobresale. El corro
luminoso, Glasnde Ring.
Cuando Gabriela agradeció el honor que se hacía a la literatura suya, es probable que estuviera pensando en sus
maestros esclarecidos que pudieron haber recibido el Premio Nóbel si Hispanoamérica hubiera existido entonces como
expresión cultural y no “geográfica”: en Rubén Darío, José Enrique Rodó, Leopoldo Lugones, Guillermo
Valencia. O es probable que pensara ---llevada por su ingénita modestia – en sus contemporáneos y amigos,
muy cercanos a ella, en Alfonso Reyes, Eduardo Mallea, González Martínez, Mario de Andrade, Manuel Bandeira,
Cecilia Meireles.
Pero la crítica de Hispanoamérica Justificará y aplaudirá la selección, porque Gabriela es, en la suma de sus cualidades
morales e intelectuales, la figura literaria más alta de América. Su reputación es continental; su figura moral admirada
desde Puerto Rico a la Argentina; su ejemplo, Incalculable influencia entre nuevas generaciones.
No es este el momento de hacer el análisis de su labor poética, contenida en sus libros “Desolación” y
“Tala”. En ellos nos ofrece una poesía nueva, en un “idioma poético” distinto. Su poesía ha
hecho escuela. Sus temas han sido imitados en todas partes y su “formula” seguida y abusada.
La cultura hispanoamericana, tan viva y tan humana, debe seguir siendo reconocida de su genio racial--- debe
traducirse a todos los idiomas cultos para aumentar las fuentes de alegría de una generación perdida entre la violencia y
el materialismo. ¡Que el premio Nóbel sea en manos de Gabriela Mistral nuevo incentivo para que los hombres que se
dedican a las faenas intelectuales se acerquen a un continente demasiado tiempo olvidado!”
“Desolación”, “Tala” y “Lagar” son las tres torres de su ciudad poética. Torres
humanamente barrocas y simbólicamente míticas, con básicos errores de estructura, pero construidas en pedernal y
diamante. Su poesía era dura, como su rostro tallado en piedra; no tuvo el don supremo de la melodía tan abundante en
Darío; ni el de la gracia lírica y por eso buscó siempre la gracia divina.
Su poesía se acercaba más a la retorcida frondosidad de Góngora que a la líquida fluidez de San Juan de la Cruz.
Anduvo cerca de estas luminosas alturas, pero no llegó nunca a la cumbre, y la culpa acaso no fue suya. Venía de tierras
muy bajas, a veces bajo el nivel del mar; traía un idioma pobre y tosco, que ella tuvo que enriquecer y pulir sus maestros,
Vargas Vila, Amado Nervo, Rabindranath Tagore, Guerra Junqueiro, la educaron con engañosos espejismos. El influjo
de su aldea natal le restó horizontes a su gran vuelo; su cultura primaria le prohibió acercarse a las grandes fuentes de la
belleza intelectual. En cambio, su fuerte personalidad, su pasión, su sentimiento trágico de la vida, su soledad
constituyen los rasgos más originales de su creación poética. Quedará, pues, su poesía como la expresión de un gran
documento humano; yo que la traté muy de cerca, que a veces fui influido por su poesía, no podré jamás definir su
obra con exactitud. Entre mi sentido crítico y los atavíos de mi técnica está, tabla de salvación, mi gran cariño por la
mujer que se bautizó a sí misma con el nombre de Gabriela Mistral.
Gabriela fue una maestra distinguida y una escritora que hizo época. Su fuerza de renovación literaria es un modelo para
los escritores jóvenes; su devoción al magisterio y su digna vida, ejemplo puros para los hombres y mujeres del mundo.
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No debo terminar sin decir algo sobre la conducta cívica d Gabriela Mistral. Vivió sola, entre el dolor y la alegría, entre la
espina y la corola, entre el gusano y la estrella. No olvidemos que había nacido en un país de libertad y que le tocó vivir en
una de las épocas violentas de la historia. Desde su silencio enviaba palabras de consuelo a los hombres oprimidos del
mundo; a los judíos de Polonia, a los niños vascos desterrados, a los hombres oprimidos del mundo; a los judíos de
Polonia, a los niños vascos desterrados, a los huérfanos de las revoluciones, a los que sufrían en los campos de
concentración. Su silencio hirió la vanidad de los dictadores de su continente y nunca tuvo trato con ellos.
Con natural modestia cumplía como nadie el papel del escritor en la sociedad. Cuando la oí por última vez durante la
celebración del Bicentenario de la Universidad de Columbia percibí en el luto de su voz gran inquietud por la barbarie
atómica.
Angustiada y enferma, seguía creyendo en la justicia, en la paz, en un mundo mejor. Desde su silencio y en una voz de
digno nivel enviaba mensajes de optimismo a los luchadores, hacia todos los puntos, mensajes en los que iban
disfrazadas agujas, espinas, diminutas navajas, armas que algún día adquirirán sus dominios. Nunca perdió la
esperanza ni la fe, porque vivía en un reino de simbolismo cristianos, en esa isla en que la poesía, la libertad, la justicia,
la paz, son una misma cosa.
“La relación entre contenido y formas es inarmónica y desigual en el primer libro de Gabriela. Su experiencia
poética es fuerte, precisa, intensa; sus medios de comunicación son también abundantes y ricos: lengua vernácula de
primera mano, buen caudal de vocabulario de origen literario, debido a sus lecturas favoritas (poetas chilenos de su
época, Tagore, Nervo, Guerra Junqueiro, la Delmira Agustín, Santa teresa, etc..) Positivo impulso creador. Y sin
embargo, hay en toda la obra una especie de indecisión rítmica, cierta aspereza de dicción cuyo origen no es fácil
determinar. ¡Se señala aquí un proceso de autoflagelación, de complejo de culpa, un deseo de destrucción? Recordemos
que estamos frente a una poetisa ascética, a una mujer que: “vestía sayas pardas y no enjoyaba su
mano”. Pudiera ser también que Gabriela desdeñara las leyes métricas por considerarlas enemigas de la
originalidad y de la poesía vital. Y podría ser también que Gabriela, autodidáctica orgullosa, desconociera muchas de
estas regulacionales convencionales. De todos modos dicotomía es innegable.
“Tala” representa la madurez vital y artística de Gabriela. El mundo de sus experiencias, de su fantasía, de
su visión de las cosas se ha agrandado en forma inusitada; también se ha extendido su facultad creadora en un gran
acoplo de mitos, leyendas, historia, geografía y vocabulario. Todo esto significa que su dominio de la técnica llega al
punto culminante.
De la obra de Arturo Torres Rioseco Gabriela Mistral. Ed. Castalla, Valencia 1962, pág. 13.-
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