PEDS_2015-16_ Moderna España_I-1

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NOMBRE NECROP
APELLIDO EL CRUEL
CALLE DE LA PLAGA, S/N
C.P. y POBLACIÓN ENTRAÑAS
CENTRO ASOCIADO AL QUE PERTENECE “ REY EXANIME” RASGANORTE
GRADO EN GEOGRAFÍA E HISTORIA
HISTORIA MODERNA DE ESPAÑA I (1469-1665)
PRUEBA DE EVALUACIÓN A DISTANCIA 1
INSTRUCCIONES
I.- Comentario de texto histórico.
II,- Lectura de un libro propuesto por el Equipo Docente.
CURSO 2015/2016 (Límite de entrega 01 de diciembre 2015)
I.- Comentario de texto histórico.
(Miguel de Cervantes: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1ª Parte, cap. XXXIX: “Donde el
cautivo cuenta su vida y sucesos”, 1605).
(Nos reunió mi padre y nos dijo): Hay un refrán en nuestra España, a
mi parecer muy verdadero, como todos lo son por ser sentencias
breves sacadas de la lengua y discreta experiencia; y el que yo digo,
“Iglesia, o mar, o casa real”, como si más claramente dijera: quien
quisiere valer y ser rico, siga, o la Iglesia, o navegue ejercitando el
arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas, porque
dicen: “Más vale migaja de rey que merced de señor”. Digo esto
porque, y es mi voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el
otro la mercancía, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es
dificultoso entra a servirle en su casa; que ya que la guerra no dé
muchas riquezas, suele dar mucho valor y fama. Dentro de ocho días
os daré toda vuestra parte en dineros, sin defraudaros en un ardite,
como lo veréis por la obra. Decidme ahora si queréis seguir mi parecer
y consejo que os he propuesto.
Y mandándome a mí, por ser el mayor, que respondiese, después de
haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastase
todo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber
ganarla, vine a concluir que cumpliría gustoso, y que el mío era el
ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey. El segundo
hermano hizo los mismos agradecimientos, y escogió el irse a Indias,
llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor, y a lo que
creo yo el más discreto, dijo que quería seguir la Iglesia.
Este hará veinte y dos años que salí de casa de mi padre, y en todos
ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido de él ni de
mis hermanos nueva alguna; y lo que en este discurso de tiempo ha
pasado, lo diré brevemente. Embarqué en Alicante, llegué con
próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de
armas y algunas galas de soldado, de donde quise ir a sentar mi plaza
al Piamonte; y estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve
nuevas que el gran Duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito,
fuíme con él, servíle en las jornadas que hizo, hálleme en las muertes
de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser alférez de un
famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina, y a cabo de
algún tiempo que llegué a Flandes, se tuvo nuevas de la Liga que la
santidad del Papa Pío V, de felice recordación, había hecho en Venecia
y con España contra el enemigo común, que es el Turco, el cual en
aquel tiempo había ganado su armada la famosa isla de Chipre, que
estaba debajo del dominio de venecianos: pérdida lamentable y
desdichada...
Naturaleza del Texto: Estamos ante un texto literario novelado de un fragmento de la 1ª Parte, cap. XXXIX,
de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” publicado a comienzos de 1605, que es la obra más
destacada de la literatura española y universal, además de ser la más publicada y traducida de la historia
después de la Biblia, en este texto, el autor cuenta por boca de uno de sus personajes secundarios, de manera
autobiográfica, su vida como soldado al servicio del rey y por ende como era la vida de los hijodalgos o
hidalgos que eran fundamentalmente nobles con escasos o nulos bienes, aunque coloquialmente se utilizaba
el término para referirse a la nobleza no titulada y era sinónimo de ricohombre, y estos estaban exentos del
pago de determinadas obligaciones tributarias, debido a la prestación militar que les confería el derecho de
portar armas y exentos de las cargas y tributos que pagaban en cambio los plebeyos (pecheros), dispensados
de tal arriesgada obligación o privilegios, nos narra las aventuras y costumbres de la época y a lo que se
podían dedicar estos para hacer fortuna y acrecentar fama. Se trata de una novela cómica y satírica de los
libros de caballerías, escrito en un estilo narrativo con una prosa de una gran variedad y riqueza estilísticas,
en esta primera parte que no tanto en la segunda. Intercala sucesos históricos vividos por el autor en primera
persona y otras historias o novelas cortas, el estilo narrativo es descriptivo y dialogado de manera muy
heterogénea, según sea necesario para el desarrollo de la obra.
Origen del Texto: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” es una obra formada por dos partes
bien diferenciadas en el tiempo, las formas, el estilo de la obra y hasta el titulo ya que su 2ª parte se titularía
“El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha” de tal manera que nada o poco tiene que ver el Quijote
de la 1ª parte con el de la 2ª parte. El personaje principal ya no es el mismo, igual que Cervantes pasados 10
años tampoco era el mismo. La 1ª parte data de 1605 y la 2ª parte de 1615. Dicho esto diremos que nos
encontramos ante un texto histórico de carácter objetivo, al ser vivencias muy conocidas por el autor coetáneo
de los hechos que narra ya que las vivió de primera mano, que nos lleva desde el momento en que parte un
soldado de casa en busca de fortuna hacia la recluta, su formación como soldado en Italia, desde donde partían
hacia el Mediterráneo oriental por mar para luchar contra el infiel Otomano o hacia Flandes a través del camino
español tal y como sabemos por obras científicas de hispanistas consagrados como Geoffrey Parker o nuestro
profesor Antonio José Rodríguez Hernández, por citar algunos, hasta su enfrentamiento contra los turcos en
Lepanto en 1571, ocasionado por la toma de estos mismos de la isla de Chipre, último bastión de las cruzadas
de la cristiandad. El texto está escrito de manera novelada con un estilo narrativo claro y de fácil comprensión.
En el fragmento estudiado, el autor nos cuenta la vida, maneras y costumbres de los españoles de la época,
aportando datos precisos a la historiografía relatando con detalle los prolegómenos vividos por él a “la más
alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, es decir la batalla
de Lepanto de 1571, de la que España y la Liga Santa salen victoriosos. Recordemos que el 7 de octubre de
1571 la Santa Alianza o Liga Santa vencía a la flota turca en la batalla de Lepanto. El Imperio otomano era
la gran amenaza de la cristiandad europea. Habían tomado los Balcanes y avanzando por la línea del Danubio
hasta la misma Viena, dominaban el Mediterráneo oriental y su expansión amenazaba cada vez con más
temeridad los dominios de los monarcas europeos. El sultán turco había unificado el islam, como
anteriormente hicieran los califas de Damasco, y su poderío alentaba a la piratería berberisca que asolaba el
comercio mediterráneo. En 1565 Solimán I lanzó una furiosa arremetida sobre Malta, baluarte estratégico del
Mediterráneo, pero los caballeros de la Orden de San Juan pudieron defender la isla prodigiosamente,
recibiendo ayuda tardía de la Armada española. No resistió igual Chipre, ciudad asociada a la Liga Veneciana.
La amenaza otomana estaba más cerca que nunca de la costa italiana y el sur de aquella península era por
entonces propiedad del monarca español.
Promovida por el papa Pío V, Felipe II y la república de Venecia, quedó constituida la Santa Alianza (formada
por los Estados Pontificios, España, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el
Ducado de Saboya), que habría de enfrentarse al Gran Turco. Mandaría su flota don Juan de Austria, hermano
del monarca español, que contaba sólo veintiséis años. La Liga ponía 230 barcos, 50.000 marineros y 30.000
soldados. Los turcos eran más: 300 naves y 40.000 soldados. Las flotas se encontraron de repente, al doblar
los turcos el llamado “cabo sangriento”, en la ensenada del golfo de Lepanto. Se acecharon, confusas,
calibrando sus fuerzas. Los españoles manejaban informes de espías que apostaban por menos de la mitad de
los barcos. La flota cargó en tres frentes y se batió durante horas de modo encarnizado. En el fragor de la
lucha, las dos naves almirantes se alinearon. Don Juan ordenó el asalto y, espada en mano, inició el abordaje,
que terminó con la cabeza de Alí Pachá, jefe de la armada turca, clavada en una pica y la bandera aliada
ondeando en el mástil de La Sultana, su nave capitana, lo que provocó que los turcos fueran cediendo el
combate.
A las cinco de la tarde don Juan ordenó la retirada a tiempo de refugiarse de una feroz tormenta. Entre los
supervivientes, un joven arcabucero, herido en el pecho y en su mano izquierda, musitaba entusiasmado: “La
más alta ocasión que vieron los siglos”.
Parece ser que hay una teoría de que existió antes de la publicación que conocemos de esta obra por parte de
Cervantes una novela más corta, en el estilo de sus futuras “Novelas ejemplares”. Ese escrito, si es que existió,
está perdido, pero hay muchos testimonios de que la historia de don Quijote, sin entenderse exactamente a qué
se refiere o la forma en que la noticia circulara, fue conocida en círculos literarios antes de la primera edición
(cuya impresión se acabó en diciembre de 1604).
Es la novela cumbre de la literatura en lengua española. Su primera parte apareció en 1605 y obtuvo una gran
acogida pública. Pronto se tradujo a las principales lenguas europeas y es una de las obras con más
traducciones del mundo.
En un principio, la pretensión de Cervantes fue combatir el auge que habían alcanzado los libros de caballerías,
satirizándolos con la historia de un hidalgo manchego que perdió la cordura por leerlos, creyéndose caballero
andante. Para Cervantes, el estilo de las novelas de caballerías era pésimo, y las historias que contaba eran
disparatadas. A pesar de ello, a medida que iba avanzando el propósito inicial fue superado, y llegó a construir
una obra que reflejaba la sociedad de su tiempo y el comportamiento humano. Es probable que Cervantes se
inspirara en el Entremés de los romances, en el que un labrador pierde el juicio por su afición a los héroes del
Romancero viejo.
Circunstancias Históricas: Con respecto a la datación de dicho escrito lo podemos situar en fechas
aproximadas a 1605, fecha de publicación de 1ª parte de la obra, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha”, aunque parece ser que su impresión en Valladolid fue en 1604.
Históricamente nos encontramos por lo tanto en los acontecimientos que tuvieron lugar en el tiempo que cubre
el reinado de Felipe II y parte del de Felipe III, y esta es, ante todo, una época de crisis. El tiempo define esa
coyuntura que cubre el final del siglo XVI y los comienzos del XVII como "crítico". Es decir, estamos ante el
comienzo de la crisis; en un imperio en el que no se ponía el sol, no se ha hecho de noche, pero empiezan a
verse las sombras. De hecho, la crisis alcanzará su culminación en el annus horribilis de 1640. Este declive
está perfectamente reflejado a través de la estela de muerte dejada por la peste, el hambre, la guerra o las
angustias financieras, y no hay que olvidar que la mayor crisis financiera fue en 1607.
Autor del Texto: Se trata del más insigne autor literario español e inmortal de todos los tiempos, don Miguel
de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 29 de septiembre de 1547-Madrid, 22 de abril de 1616) fue un
soldado, novelista, poeta y dramaturgo español. Es considerado la máxima figura de la literatura española
y es universalmente conocido por haber escrito Don Quijote de la Mancha, que muchos críticos han
descrito como la primera novela moderna y una de las mejores obras de la literatura universal, además de
ser el libro más editado y traducido de la historia, sólo superado por la Biblia.
Nació Miguel de Cervantes a principios del otoño de 1547. Y como era tan frecuente poner al nuevo cristiano
el nombre del santo del día (costumbre que se ha mantenido, por cierto, hasta hace muy poco, sobre todo en
el área rural), hay motivos para creer que la fecha exacta fuera el 29 de septiembre, en que se celebra la fiesta
del arcángel san Miguel. Y su lugar de nacimiento fue, como es tan notorio, la villa de Alcalá de Henares.
Conocemos el acta de nacimiento del nuevo hijo de los Cervantes. Es el primer documento importante que
tenemos sobre el genial escritor, de forma que es digno de ser recordado y traído aquí con todos sus detalles.
Se trata del acta del bautizo del nuevo cristiano, que tuvo lugar el 9 de octubre de 1547. El bautizo fue en la
iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares. Una novedad en aquel siglo, pues había sido construida
en 1533; pero, por desgracia, no nos es posible evocarla en su esplendor, pues la barbarie de nuestra última
guerra civil la arrasó cuatro siglos después.
“Domingo, nueve días del mes de octubre, año del Señor de mil e quinientos e quarenta e siete años, fue
baptizado Miguel, hijo de Rodrigo Cervantes e su mujer doña Leonor. Baptizóle el reverendo señor Bartolomé
Serrano, cura de Nuestra Señora. Testigos, Baltasar Vázquez, Sacristán, e yo, que le bapticé e firme de mi
nombre. Bachiller Serrano”.
Estamos, por lo tanto, ante una ceremonia religiosa sencilla, estrictamente familiar. Ni siquiera conocemos el
nombre de la madrina del neófito, y para cumplir el requisito de los dos testigos, los Cervantes han de acudir
al mismo cura, Bartolomé Serrano, y al sacristán, Baltasar Vázquez. Por consiguiente, nada de correr el vino,
nada de convites. Si acaso, una comida familiar algo más abundante que la de diario, donde se
bebiera para brindar por el nuevo cristiano, con solo tres invitados: el cura, el sacristán y el compadre Juan
Pardo.
Pero, al menos, sí podemos incorporar a la biografía de Cervantes ese personaje gris, ese Juan Pardo, que a
nosotros se nos antoja ya importantísimo, al convertirse en padrino de nuestro héroe. Juan Pardo, pues. Un
nombre a recordar, aunque por desgracia nada sepamos de él, salvo ese magnífico título de haber llevado a la
pila en sus brazos nada menos que a Miguel de Cervantes Saavedra. Ningún grande de la España del
Quinientos, ni antes ni después, tuvo un galardón mayor que ese oscuro alcalaíno de mediados del siglo XVI.
Sin embargo, nada más sabemos de él.
La villa de Alcalá de Henares era una de las más importantes de la mitra toledana, asiento incluso en más de
una ocasión de aquella Corte itinerante como era la de los Reyes Católicos. De ahí que no fuera una casualidad
que nacieran en ella varios príncipes, como lo hizo en 1485 Catalina, la Infanta de Castilla que luego sería
reina de Inglaterra, de tan dramático destino a merced del cruel Enrique VIII; o, en 1503, Fernando, el segundo
hijo varón de la reina doña Juana, más tarde señor de Viena y emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico. Más modesto, mucho más, en sus orígenes, los eclipsaría más tarde este otro Príncipe de las
Letras. Hoy solo los eruditos recuerdan dónde nacieron Catalina y Fernando. Nadie ignora dónde lo hizo
Miguel de Cervantes. Y la villa de Alcalá, la primera en conmemorarlo, poniendo nombres a calles y plazas y
alzando monumentos en honor del escritor, no de aquellos reyes. Es importante evocar la villa cervantina en
aquellos tiempos del siglo XVI. Sabemos, gracias al censo de 1591, que Alcalá tenía a finales de siglo 2345
vecinos, lo cual no era poco para el tiempo (en torno a los 12 000 habitantes), si tenemos en cuenta que por
entonces Burgos contaba con 2666 vecinos, Ávila con 2836, Talavera con 2035 y Ciudad Real con 2049. En
todo caso, era la villa más importante de la mesa o dominio arzobispal de Toledo, señoreando una tierra de
más de 5000 vecinos. Sabemos también su composición social: de sus 2345 vecinos, 2077 eran pecheros, 155
nobles, 59 clérigos y 665 religiosos. Por lo tanto, sus grupos privilegiados de la nobleza y el clero no eran
pequeños. Era una villa en crecimiento, pues los documentos de Simancas nos hablan de que en 1530 sus
vecinos pecheros solo eran 830. Y eso hay que achacarlo al auge de su Universidad, la fundación del gran
cardenal Cisneros de principios de siglo, que cuando nace Miguel de Cervantes se había convertido en uno de
los más destacados Estudios Universitarios, al nivel de las viejas Universidades castellanas de Salamanca y
Valladolid. Precisamente, por esos años de mediados de la centuria es cuando Rodrigo Gil de Hontañón está
creando su hermosa fachada, una de las obras maestras del Renacimiento español, en cuyo centro campea el
escudo del águila bicéfala de Carlos V; fachada que sigue impresionando al viajero que llega a la villa, y que
data de 1548, cuando nuestro escritor apenas si tenía un año. Sin embargo, como veremos, no tuvo la
oportunidad de estudiar y aprender en aquel centro escolar de primera magnitud, donde habían enseñado
maestros de la talla de Nebrija, el famoso autor de la primera Gramática castellana, o de fray Cipriano de la
Huerga, el notable hebraísta, en cuya aula quiso aprender nada menos que fray Luis de León. Añadamos algo
bien sabido, pero importante: que en aquel centro se había hecho la magna obra de la Biblia complutense,
gracias al mecenazgo de Cisneros, de forma que su fama como foco del más puro humanismo cristiano era
grande en toda Europa. Nada de eso beneficiaría a Cervantes, pues sus padres tuvieron que dejar la villa de
Alcalá cuando él era tan solo una criatura de cuatro años.
Su padre, Rodrigo de Cervantes, era cirujano. Su madre, doña Leonor de Cortinas, era de linaje conocido del
lugar de Arganda, como lo atestigua el hecho de que cuando muere su madre, doña Elvira de Cortinas (la
abuela materna, por lo tanto, de Miguel), le deje en herencia una viña en aquel lugar. La profesión de cirujano
de Rodrigo de Cervantes no debe llevarnos a engaño. Tal profesión entonces apenas si daba para malvivir.
Eran los encargados de las sangrías a los enfermos, remedio tan usado en aquellos tiempos contra cualquier
tipo de dolencia; práctica también dejada en manos de los barberos (de hecho, veremos a Rodrigo de Cervantes
abrir, en otro lugar, la correspondiente barbería, que así de vacilantes en el campo de la medicina eran los
tiempos). De forma que la miseria persigue a la familia, y de tal modo, que los Cervantes salen de Alcalá para
buscar refugio en Valladolid; una villa que entonces, hacia 1551, era la Corte de la Monarquía, bajo la regencia
de la Infanta de Castilla, María, conjuntamente con su marido (y primo carnal), el archiduque Maximiliano.
El Emperador se hallaba en el norte de Europa, ya en Augsburgo, en el corazón de Alemania, ya en Bruselas,
en las tierras que le vieron nacer de los Países Bajos. Y el príncipe Felipe había sido llamado para reunirse
con su padre, saliendo de España en 1548. Por lo tanto, es a ese Valladolid, en el que la infanta María ha
puesto su Corte, adonde los Cervantes dirigen sus pasos, franqueando la sierra de Guadarrama en 1551.
Valladolid en el horizonte. La histórica villa del Pisuerga, que entonces era la principal urbe de toda Castilla
la Vieja, va a ser el refugio buscado por los padres de Miguel. Pues Rodrigo de Cervantes, pese a su título de
cirujano, tiene escasa suerte y ha de llevar una vida andariega, siempre a la búsqueda de nuevos horizontes
donde poder mejorar, de forma que tampoco estará mucho tiempo en Valladolid, como no lo estaría después
en Córdoba, ni en Cabra, ni en Sevilla, hasta aposentarse definitivamente en Madrid. Como el enfermo que se
remueve, inquieto, en su lecho, con el anhelo de que un cambio de postura ha de traerle un alivio a los males
que le aquejan, de igual modo estos desdichados, acosados por la mala fortuna, buscan una y otra vez el cambio
de aires del que esperan que les traiga un giro nuevo y más afortunado que les libere de sus cuitas. Y es que
cuando la miseria acosa puede obligar al estilo de vida itinerante, sea a tribus enteras en épocas primitivas,
sea a familias en períodos históricos; una triste realidad que mantiene su vigencia en los tiempos actuales,
como es tan notorio. En todo caso, eso es lo que da un tono de constante movimiento a una parte de la sociedad
española del Quinientos, de lo que es testimonio el trasiego de los Cervantes; mientras una buena parte de la
gente sigue anclada a sus lugares de nacimiento, de forma que allí donde nacen allí mueren, sin que nada
cambie el rutinario modo de su existencia, otra parte se mueve frenéticamente de un lado para otro, buscando
salir de su miseria. Pues quizá sea el momento de recordar que en esos años de mitad del Quinientos es cuando
aparece un librito que pronto se haría famoso: El Lazarillo de Tormes. Y que en esa Castilla del Lazarillo lo
que impera es la miseria. El hambre se enseñorea de los campos y de las ciudades de Castilla. El hambre es la
gran dominadora.
No existen datos precisos sobre los primeros estudios de Miguel de Cervantes, que, sin duda, no llegaron a ser
universitarios. Parece ser que pudo haber estudiado en Valladolid, Córdoba o Sevilla. También es posible que
estudiara en la Compañía de Jesús, ya que en la novela El coloquio de los perros elabora una descripción de
un colegio de jesuitas que parece una alusión a su vida estudiantil.
En 1566 se establece en Madrid. Asiste al Estudio de la Villa, regentado por el catedrático de gramática Juan
López de Hoyos, quien en 1569 publicó un libro sobre la enfermedad y muerte de la reina doña Isabel de
Valois, la tercera esposa de Felipe II. López de Hoyos incluye en ese libro dos poesías de Cervantes, “nuestro
caro y amado discípulo”. Esas son sus primeras manifestaciones literarias. En estos años Cervantes se aficionó
al teatro viendo las representaciones de Lope de Rueda y, según declara en la segunda parte del Quijote, al
parecer por boca del personaje principal, “se le iban los ojos tras la farándula”.
Se ha conservado una providencia de Felipe II que data de 1569, donde manda prender a Miguel de Cervantes,
acusado de herir en un duelo a un tal Antonio Segura, maestro de obras. Si se tratara realmente de Cervantes,
ése podría ser el motivo que le hizo pasar a Italia. Llegó a Roma en diciembre del mismo año.
Allí leyó los poemas caballerescos de Ludovico Ariosto y los Diálogos de amor del judío sefardita León
Hebreo (Yehuda Abrabanel), de inspiración neoplatónica, que influirán sobre su idea del amor. Cervantes se
imbuye del estilo y del arte italianos, y guardará siempre un gratísimo recuerdo de aquellos estados, que
aparece, por ejemplo, en El licenciado Vidriera, una de sus Novelas ejemplares, y se deja sentir en diversas
alusiones de sus otras obras.
Se pone al servicio de Giulio Acquaviva, que será cardenal en 1570, y a quien, probablemente, conoció en
Madrid. Le siguió por Palermo, Milán, Florencia, Venecia, Parma y Ferrara. Pronto lo dejará para ocupar la
plaza de soldado en la compañía del capitán Diego de Urbina, del tercio de Miguel de Moncada. Embarcó
en la galera Marquesa. El 7 de octubre de 1571 participó en la batalla de Lepanto, formando parte de la
armada cristiana, dirigida por don Juan de Austria, , hermanastro del rey, en el centro de la misma con 65
galeras y un número parecido de fragatas, y donde participaban entre otros algunos de los más famosos
marinos de la época, como el marqués de Santa Cruz, don Álvaro de Bazán que mandaba la reserva con 31
galeras y una decena de fragatas o el genovés Juan Andrea Doria que comandaba el ala derecha de la flota
de la Santa Liga, con unas 50 galeras y una docena de fragatas frente a la izquierda otomana, al mando del
corsario berberisco Uchalí, con 61 galeras y 32 galeotas, y otros insignes marinos otomanos o corsarios
argelinos y berberiscos.
De su intervención heroica por lo que cuentan las crónicas le procede el apodo de Manco de Lepanto. La
mano izquierda no le fue cortada, sino que se le anquilosó al perder el movimiento de ella cuando un trozo de
plomo le seccionó un nervio. Aquellas heridas no debieron ser demasiado graves, pues, tras seis meses de
permanencia en un hospital de Messina, Cervantes reanudó su vida militar, en 1572. Tomó parte en las
expediciones navales de Navarino (1572), Corfú, Bizerta y Túnez (1573). En todas ellas bajo el mando del
capitán Manuel Ponce de León y en el tercio de Lope de Figueroa, que aparece en El alcalde de Zalamea,
de Pedro Calderón de la Barca. Después, recorrería las principales ciudades de Sicilia, Cerdeña, Génova y la
Lombardía. Permaneció finalmente dos años en Nápoles, hasta 1575.
La permanencia de Miguel de Cervantes en Lepanto como vemos no fue su única permanencia en el
Mediterráneo. Las experiencias que acumuló de todo ello están dispersas en su obra. Un bloque importante de
su obra son los escritos relativos a la vida de la soldadesca, en tierra o en el mar. Otro a su percepción de la
autoridad y el héroe (por ejemplo don Juan de Austria). El tercero de sus “subgéneros” hace alusión a sus
corografías e incluso a sus descripciones geográficas (desde las calidades de los mares a los accidentes
geográficos), con especial riqueza de datos sobre Italia. El cuarto, a sus opiniones sobre la vida de los
musulmanes. El quinto apartado es el menos conocido o reivindicado, que es el Cervantes historiador. Así
pues nos va dejando anotaciones en sus escritos sobre su mente de historiador. Reflexiones, por ejemplo,
epistemología histórica muy equilibradas y mesuradas que no todos los que editaban panfletos de “relaciones
de sucesos particulares” o “memorias históricas” eran capaces de conseguir. Su maestro López de Hoyos, en
cambio, cuando escribe sobre funerales o entradas reales en la Corte es algo… plúmbeo, porque le falta esa
cualidad del historiador, esa cualidad de Cervantes, que es la capacidad de sintetizar, de seleccionar con
acierto y la claridad expositiva. En Cervantes hay un historiador de los grandes acontecimientos que no es
que le haya toca do vivirlos, sino que él ha sido actor en esos escenarios. Cervantes, efectivamente, es
consciente de que lo que ha de mover al historiador es la veraz descripción de los acontecimientos, y huir de
todo lo demás, tal y como él dejo escrito “Al historiador no le conviene más de decir la verdad, parézcalo o
no lo parezca” (Persiles y Sigismunda, III-XVIII).
Cervantes siempre se mostró muy orgulloso de haber luchado en la batalla de Lepanto, que para él fue, como
escribió en el prólogo de la segunda parte del Quijote, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los
presentes, ni esperan ver los venideros”.
Durante su regreso desde Nápoles a España, a bordo de la galera Sol, una flotilla turca comandada por Mami
Arnaúte hizo presos a Miguel y a su hermano Rodrigo, el 26 de septiembre de 1575. Fueron capturados a la
altura de Cadaqués de Rosas o Palamós, en la actual Costa Brava, y llevados a Argel. Cervantes es adjudicado
como esclavo al renegado griego Dali Mamí. El hecho de habérsele encontrado en su poder las cartas de
recomendación que llevaba de don Juan de Austria y del Duque de Sessa, hizo pensar a sus captores que
Cervantes era una persona muy importante, y por quien podrían conseguir un buen rescate. Pidieron quinientos
escudos de oro por su libertad.
En los cinco años de aprisionamiento, Cervantes, un hombre con un fuerte espíritu y motivación, trató de
escapar en cuatro ocasiones. Para evitar represalias en sus compañeros de cautiverio, se hizo responsable de
todo ante sus enemigos. Prefirió la tortura a la delación. Gracias a la información oficial y al libro de fray
Diego de Haedo, Topografía e historia general de Argel (1612), tenemos noticias importantes sobre su
cautiverio. Tales notas se complementan con sus comedias Los tratos de Argel; Los baños de Argel y el relato
de la historia del Cautivo, que se incluye en la primera parte del Quijote, entre los capítulos 39 y 41 y que
nos ocupa en este trabajo.
En mayo de 1580, llegaron a Argel los padres trinitarios, orden se ocupaba en tratar de liberar cautivos,
incluso se cambiaban por ellos. Uno de los frailes, Fray Antonio partió con una expedición de rescatados y
Fray Juan Gil, que únicamente disponía de trescientos escudos, trató de rescatar a Cervantes, por el cual se
exigían quinientos. El fraile se ocupó de recolectar entre los mercaderes cristianos la cantidad que faltaba. Los
reunió cuando Cervantes estaba ya en una de las galeras en que Azán Pachá zarparía rumbo a Constantinopla,
atado con “dos cadenas y un grillo”. Gracias a los 500 escudos tan arduamente reunidos, Cervantes es liberado
el 19 de septiembre de 1580. El 24 de octubre regresó, al fin, a España con otros cautivos también rescatados.
Llegó a Denia, desde donde se trasladó a Valencia. En noviembre o diciembre regresa con su familia a Madrid.
En España acepta diferentes oficios para pagar las deudas contraídas por su familia por su rescate. El 12 de
diciembre de 1584, contrae matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios en el pueblo toledano de
Esquivias. Catalina era una joven que no llegaba a los veinte años y que aportó una pequeña dote. Se supone
que el matrimonio no sólo fue estéril, sino un fracaso ya que los cielos no quisieron dar a Cervantes aquellos
hijos con la esposa que, sin embargo, le habían dado con sus amantes. Los hijos legítimos, eran los
importantes, eran los que heredaran su nombre, los que le anclaban a la vida; porque los otros en aquella
sociedad poco contaban. A los dos años de casados, Cervantes comienza sus extensos viajes por Andalucía.
Es muy probable que entre los años 1581 y 1583 Cervantes escribiera La Galatea, su primera obra literaria en
volumen y trascendencia. El matrimonio con su esposa no resultó. Se separó de ella a los dos años, sin haber
llegado a tener hijos. Cervantes nunca habla de su esposa en sus muchos textos autobiográficos, a pesar de ser
él quien estrenó en la literatura española el tema del divorcio, entonces imposible en un país católico, con el
entremés El juez de los divorcios.
En 1587, viaja a Andalucía como comisario de provisiones de la Armada Invencible. Durante los años como
comisario, recorre una y otra vez el camino que va de Madrid a Andalucía, pasando por Toledo y La Mancha
(actual Ciudad Real). Ese es el itinerario de Rinconete y Cortadillo.
A partir de 1594, será recaudador de impuestos atrasados (tercias y alcabalas), empleo que le acarreará
numerosos problemas y disputas, puesto que era el encargado de ir casa por casa recaudando impuestos, que
en su mayoría iban destinados a cubrir las guerras en las que estaba inmiscuida España. Es encarcelado en
1597 en la Cárcel Real de Sevilla, entre septiembre y diciembre de ese año, tras la quiebra del banco donde
depositaba la recaudación. Supuestamente Cervantes se había apropiado de dinero público y sería descubierto
tras ser encontradas varias irregularidades en las cuentas que llevaba (unas enrevesadas cuentas, que no se
ajustaban a lo ocurrido, los contadores mayores de Hacienda acababan concluyendo que Cervantes habría
tenido que pagar 2.557.029 maravedís, y solo había entregado 2.467.225. Por lo tanto, se le podía denunciar
un alcance de casi 90.000 maravedís; aunque, de hecho, solo se le reclamara algo menos: 79.804 maravedís.
Evidentemente, era una deuda importante para un particular, y en especial para alguien siempre tan escaso de
bienes como Cervantes. Pues si de nuevo lo ponemos en nuestra moneda actual, con todas las reservas del
mundo, dadas las enormes diferencias del tono de vida entre las dos épocas, nos encontramos con que el
alcance que le achacaba la Administración a Cervantes rondaba los 12.000 euros. Un palo agravado, pues
ocurrió que en vez de exigirle una fianza a tono con la supuesta deuda, los contadores mayores cargaron con
el total de la cuenta, como si Cervantes nada hubiera entregado; esto es, algo más de dos millones y medio de
maravedís, o lo equivalente en nuestra moneda, 360.000 euros. ¡Una enormidad! Y protestó Cervantes por tal
atropello, ante el mismo Rey. Y en este caso, con éxito, Felipe II ordenó rectificar a Vallejo: Cervantes solo
tenía que responder del alcance que se le había imputado de 79.804 maravedís); y será ahí en la cárcel durante
varios meses, en torno al medio año, donde Cervantes debe permanecer y “engendrará” Don Quijote de la
Mancha, según el prólogo a esta obra. No se sabe si con ese término quiso decir que comenzó a escribirlo
mientras estaba preso o, simplemente, que se le ocurrió la idea allí.
Entre las dos partes del Quijote aparecen en 1613 las Novelas ejemplares, un conjunto de doce narraciones
breves, compuestas algunas de ellas muchos años antes. Su fuente es propia y original. La crítica literaria fue
una constante en su obra. Aparece en la Galatea, en el Quijote y a ella le consagró el Viaje del Parnaso (1614),
extenso poema en tercetos encadenados. En 1615, publica la 2ª parte del Quijote, Ocho comedias y ocho
entremeses nuevos nunca representados, pero su drama más popular hoy, La Numancia, además de El trato
de Argel, que quedó inédito hasta el siglo XVIII.
Un año después de su muerte, aparece la novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda, cuya dedicatoria a
Pedro Fernández de Castro y Andrade, VII Conde de Lemos, su mecenas durante años, y a quien están
también dedicadas la segunda parte del Quijote y las Novelas ejemplares, y que firmó apenas dos días antes
de morir, resulta una de las páginas más conmovedoras de la literatura española. La influencia de Cervantes
en la literatura universal ha sido tal, que la misma lengua española suele ser llamada la lengua de Cervantes.
Por cerrar estas líneas dedicadas a Cervantes epistemólogo, creador de historias, historiador y autobiógrafo,
que menos que recordarle precisamente en la retirada de Túnez de 1574, ¡no siempre lo vamos a hacer con
sus halagos a Lepanto!, “…y el año siguiente de setenta y cuatro acometió a La Goleta y al fuerte que junto
a Túnez había dejado medio levantado el señor don Juan (Quijote, I, XXXIX)”.
A modo de reflexión tras la lectura del texto diría que es el análisis generalizado del estilo y lenguaje del
Quijote nos revela que todo él ha sido pensado y diseñado como una novela cómica de carácter paródico o
humorístico, de manera que la ridiculización incesante del estilo y lenguaje de los libros de caballerías es sólo
un frente más, solidariamente unido a los otros ya examinados (la trama, los personajes y las aventuras), de
una campaña general y sistemática en clave satírica de la literatura caballeresca, género literario que el autor
desea que lleguemos a aborrecer. Por otra parte el texto del presente comentario se trata de un documento
historiográfico de apreciable valor ya que los sucesos narrados son vividos en primera persona por el autor
que los relata a través de uno de los personajes secundarios que aparecen en su obra, son hechos históricos
objetivos, narrados de manera subjetiva, podría añadir además que la historia de la historiografía no es solo
una cierta habilidad para hacer “estados de cuestión”.
“Doquiera que estemos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural (Quijote,
II- LIV)”.
II, - Lectura del libro siguiente: Alfonso de VALDÉS, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma. Madrid,
Cátedra, 2007.
A.- Breve reseña del autor destacando su papel histórico y su obra literaria.
B.- Lectura detenida del libro.
C.- Valoración y juicio personal.
A.- Breve reseña del autor destacando su papel histórico y su obra literaria.
Alfonso de Valdés (Cuenca (España), 1490 – Viena, 1532) fue un humanista representante, junto con su
hermano Juan, del pensamiento erasmista español.
Entró muy joven en la cancillería imperial. Fue secretario y latinista oficial de Carlos I de España. Adepto
incondicional de su contemporáneo Erasmo, intentó conciliar el humanismo del pensador holandés y el
proyecto de monarquía universal cristiana que vislumbraba en la política de Carlos I. Por sus dotes
diplomáticas y su habilidad dialéctica fue comisionado para conferenciar con los protestantes: asistió a las
dietas de Augsburgo y Ratisbona y se entrevistó con Melanchthon.
Es autor de Diálogo de las cosas en Roma y Diálogo de Mercurio y Carón, escritos a imitación de los de
Luciano de Samosata y el propio Erasmo.
Los primeros datos que tenemos sobre la vida de Alfonso son tres cartas que escribe en 1520 desde Bruselas,
Aquisgrán, y, en 1521, desde Worms, en la corte del Emperador. Se las dirige al que seguramente fue su
maestro, el humanista Pedro Mártir de Anglería.
Ya para 1522 es escribiente ordinario en la chancillería imperial; en 1524 aparece como registrador y para
1526 se le designa como latinista oficial, con un sueldo de 100.000 maravedíes anuales (encargado de la
correspondencia latina de Roma e Italia), secretario de Gattinara (posiblemente) y del emperador Carlos V.
De 1527 data su amistad con Erasmo, a quien éste escribe una carta fechada en dicho año). Luego se sigue,
abundante, la relación epistolar entre ambos. Se ha destacado su amistad con Transilvano, otro miembro de
relieve en el servicio diplomático del emperador Carlos V y que posiblemente tuviera gran influencia en la
entrada de Valdés en la chancillería imperial.
Desde entonces hasta su muerte está al lado del Emperador desempeñando cargos en su cancillería; Mercurino
Gattinara, el gran canciller, fue su apoyo en la corte. Se cartea con Erasmo, al que admira profundamente, y
cuya doctrina divulga en España e inspira su obra, y con otros humanistas europeos.
Alfonso participó en las conversaciones entre los luteranos y los representantes del Papa en la dieta de
Augsburgo, había muerto ya Gattinara, sin que su espíritu conciliador consiguiera que las partes enfrentadas
evitaran la ruptura que llevó al cisma protestante. Su muerte repentina truncaría una destacada carrera política
junto al Emperador.
Esa posición privilegiada en la corte le protegió de las acusaciones del nuncio del papa Clemente VII, Baltasar
de Castiglione, por haber escrito su primera obra, el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma. En este
diálogo entre Lactancio y el arcediano del Viso a propósito del saco de Roma y prisión del Papa por las
tropas del Emperador en mayo de 1527, Alfonso de Valdés presenta el saqueo como voluntad de Dios, exime
de culpa a Carlos V, señala la corrupción de la jerarquía eclesiástica y acusa al Papa de desempeñar mal su
oficio. Ni este diálogo ni el que escribe a continuación, entre 1528 y 1529, el Diálogo de Mercurio y Carón,
fueron impresos en vida del escritor. Circularon en forma manuscrita y anónima.
Su ideal cristiano y erasmista abarca todos los aspectos de la vida, todas las jerarquías y todos los estados
de la sociedad.
Fue considerado iluminado y erasmista (cabeza principal de este movimiento en España). Ocupó un papel
destacado en la batalla campal desatada por los ataques erasmistas a frailes (en especial de los de su
Enquiridión), que concluyeron con la consulta del inquisidor Manrique a los teólogos de Alcalá y Salamanca
al respecto en 1527 (juntas de Valladolid). Ese mismo año tiene lugar el saco de Roma. Asimismo, en ese año
se le acusó (por mediación de Juan Alemán y más tarde del nuncio apostólico, Castiglione) de luteranismo (a
consecuencia de su Lactancio o Diálogo de las cosas ocurridas en Roma), aunque saldría libre tras la
intervención del arzobispo de Santiago y el inquisidor Manrique. De 1529 data la carta de absolución de
Clemente VII para Valdés y todos los miembros de su familia.
En este año la corte abandona España y Valdés recorre Piacenza, Bolonia, Mantua, Innsbruck y Augsburgo
(donde asiste a la Dieta). Aquí Valdés ocupó un papel de primer orden con su espíritu conciliador en los
diálogos con protestantes. Siguieron viajes por Colonia, Gante, Bruselas, Ratisbona, Nápoles (donde quedaría
a cargo de los archivos) y Viena, donde murió, víctima de la peste, el 3 de octubre de 1532).
Los estudiosos han señalado suficientemente las críticas, dentro de un espíritu erasmista, que Alfonso de
Valdés dirigió frecuentemente a la iglesia romana, al papado corrupto y aun en esto distinguiendo entre las
críticas a Clemente VII contra la Iglesia o incluso Roma y contra la fuerza y potencia política del papado. A
Clemente VII le pide repetidas veces que deponga su animosidad bélica y trabaje en aras de la paz. Críticas
en este sentido se pueden ver tanto en el Diálogo de Mercurio y Carón. La redacción del Diálogo de las cosas
ocurridas en Roma, se debe datar de entre primeros de julio y primeros de agosto de 1527. Para los datos
sobre el evento hubo de basarse en las numerosas relaciones sobre el mismo que debieron llegar a la oficina
cancilleresca imperial. Posiblemente el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma (Diálogo de Lactancio y un
arcediano) se publicó individualmente en Italia en 1527. Donde justifica al emperador la puesta en práctica
de acciones políticas que derivan en gran medida de la suposición del saqueo de Roma.
Entre 1530 y 1559 (fecha del primer índice inquisitorial español) los dos diálogos se publican juntos hasta
cinco veces. Una sexta edición (sólo del Diálogo de las cosas ocurridas en Roma) se publicó en París, en 1586.
Al italiano dicho diálogo se tradujo en 1546 (con posteriores ediciones). En inglés el diálogo se editó en 1590.
Como tal obedece a un plan para dar a conocer los textos de los reformistas españoles, ya sea en su idioma
original, ya sea en traducción inglesa. El texto que he leído parece haberse hecho a partir de la edición francesa
de 1586. El hecho de que se incluyan una contaminatio de los Dos tratados de Cipriano de Valera refuerza la
hipótesis de que las prensas inglesas (en los últimos años del reinado isabelino) estuvieron ocupadas dando a
la estampa obras de reformistas españoles. El diálogo se tradujo asimismo al alemán en 1609, 1613, 1643 y
1704.
Entre sus obras destacan las numerosas cartas latinas salidas de la chancillería imperial. Entre ellas, mención
aparte merece su comentada correspondencia con Erasmo, la relación de la batalla de Pavía (que le fue
encargada por el Consejo del Emperador el 24 de febrero de 1525) y la defensa de Erasmo ante los teólogos
de Lovaina (1527) por su condena de aquél.
El Diálogo de las cosas ocurridas en Roma aborda en dos partes (mediante un diálogo entre Lactancio y
un arcediano llegado de Roma) las acusaciones del arcediano contra el emperador por el saqueo de Roma,
al que se intenta definir como castigo divino. La segunda parte se detiene por extenso en la explicación
providencialista del saqueo.
En el año 2002 la profesora Rosa Navarro Durán postuló su autoría en una de las más famosas obras literarias
españolas de todos los tiempos: La vida de Lazarillo de Tormes.
B.- Lectura detenida del libro.
Un caballero mancebo de la corte del Emperador, llamado Lactancio, topó en la plaza de Valladolid con un
Arcediano que venía de Roma en hábito de soldado y, entrando en San Francisco, hablan sobre las cosas en
Roma acaecidas en 1527. En la primera parte, muestra Lactancio al Arcediano cómo el Emperador ninguna
culpa en ello tiene, y en la segunda, cómo todo lo ha permitido Dios por el bien de la cristiandad.
A Alfonso de Valdés su anhelo reformador y su pensamiento utópico le hicieron expresar que su pretensión
era hacer un mundo nuevo. Así, en el Diálogo de Lactancio muestra su visión del destino del mundo que tiene
como centro a un Emperador y un Papa espirituales que deben gobernar al pueblo de Cristo.
El escritor conquense articula su obra en dos coordenadas: por un lado, exculpar al Emperador de lo sucedido
y por otra, hacer ver en el Papa el principal responsable interpretando el sacco de Roma como un castigo
divino por los pecados de la Iglesia y una advertencia para que reformemos nuestras costumbres. Nuestro
autor sale al paso de las críticas de la opinión pública por lo sucedido en Roma. En el prólogo ataca
inteligentemente a aquellos que utilizan el sacco de Roma como un arma arrojadiza contra Carlos V y su
política exterior.
Valdés aprovecha también el prólogo para delimitar el objetivo último de su obra que no es sino depurar
responsabilidades de lo sucedido explicando correctamente los hechos, para finalmente exculpar a Carlos V.
En dicho texto Valdés se anticipa a las futuras y previsibles críticas a su obra, casi seguro acusaciones de
herejía y connivencia con el protestantismo, al declamar a los lectores que “si alguna falta en este Diálogo
hallares… no presuman de creer que en ella intervenga malicia, pues en todo me someto a la corrección y
juicio de la santa Iglesia…”. Líneas más adelante, ya en la primera parte de la obra, Lactancio volverá a evitar
la acusación de protestante.
Con respecto a los personajes de dicha obra, son dos polos opuestos en cuanto a carácter, que vuelven a
presentar la antítesis tan del gusto de nuestro autor. Por un lado, encontramos a un tal Lactancio que como
“caballero mancebo de la corte del Emperador” es el alter ego de Valdés, su voz literaria a través de las que
expone su defensa de Carlos V y reparte las culpas a los verdaderos responsables, el Papa y la deriva moral
de la Iglesia. Su compañero en el diálogo es el “Arcediano del Viso”, quien llega a Valladolid, ciudad en la
que se encontraba la Corte, desde Roma, a donde había acudido a pleitear por unos beneficios eclesiásticos
viéndose envuelto en el sacco de Roma y obligado a huir disfrazado de soldado tras perder todos sus bienes.
El Arcediano representa un papel muy claro: el de miembro de una Iglesia corrupta contra los que tanto tronaba
Erasmo. A lo largo de la obra conoceremos más de este personaje: veremos su corta piedad, reducida a formas
exteriores de religiosidad, su ambición por acaparar nuevos beneficios eclesiásticos, su tácita aprobación hacia
la simonía y el amancebamiento de sacerdotes, pecado en los que este eclesiástico deja traslucir que participa,
etc. Vemos así en el Arcediano y en sus tremebundas narraciones del saqueo (violaciones, profanaciones,
robos, etc.) el único punto en el que se muestra locuaz ya que en la mayoría de sus intervenciones en el resto
del Diálogo casi se limita a confirmar las acusaciones de Lactancio y a formularle los interrogantes precisos
con cuya respuesta podrá defender a su Emperador, una síntesis de todos aquellos críticos con el Emperador,
piadosos por fuera y profundamente corrompidos por dentro. Sin embargo, no todo en el Arcediano nos
conduce a la desesperanza. A lo largo del Diálogo vemos que, si bien el Arcediano empieza con una actitud
cínica, acaba confirmando las críticas de Lactancio y aceptándolas significando con este cambio de actitud
una luz de esperanza; la luz que moverá a hombres como Valdés a propugnar la defensa de una reforma moral
de la Iglesia y a defender la celebración de un concilio que materialice estas expectativas y marque el fin de
la desunión de los cristianos.
En la primera parte del Diálogo, Valdés-Lactancio se esfuerza en rechazar cualquier tipo de responsabilidad
del emperador en lo sucedido mientras intenta explicar las causas últimas que ocasionaron el saqueo. Una de
las primeras críticas del Arcediano cuestiona el carácter cristianísimo que se arrogan los monarcas hispánicos
pues esto ha devenido en pura hipocresía viendo lo sucedido en Roma. Muchas descripciones del saqueo
aparecerán en otras líneas de esta obra constituyendo un fiel muestrario de las opiniones que corrían por
Europa en aquellos momentos. Una vez más, el inteligente Valdés, en vez de minimizar o directamente negar
estas imágenes de sangre y destrucción, las aprovecha a su favor en su argumentación. Casi puede decirse que
Lactancio empuja a su amigo a recrearse en las descripciones de aquellos fatídicos días. Al trasladar con su
obra la responsabilidad de lo ocurrido al Papado y los cristianos corruptos, cuanta más cruenta la escena, más
se fortalecen sus argumentos.
Una vez situada la escena, Valdés procede a sustentar su tesis (la negación de la responsabilidad del Emperador
en el saqueo de Roma) por medio de varias ideas que desarrolla en la conversación entre Lactancio y el
Arcediano. La primera y quizá más importante es la que achaca a la autoridad temporal del Papa parte de la
responsabilidad de los hechos. Respondiendo a este propósito Lactancio pasa a definir con su amigo el
Arcediano las funciones que conllevan los cargos del Emperador y del Papa concluyendo, por un lado, que
las primitivas responsabilidades del Papa (promover la paz y el amor entre cristianos principalmente) se han
visto subvertidas por los excesos cometidos en el ejercicio de su autoridad temporal; y por otro lado, que el
saqueo de la capital de la cristiandad respondía a la defensa de sus súbditos por el Emperador, quien al
contrario del Papa si cumple con las obligaciones inherentes al cargo lo que le exime de cualquier crítica, al
contrario de Clemente VII quien ha confundido su autoridad espiritual con la temporal atentando contra sus
verdaderas funciones al promover mediante su participación en la Liga de Cognac la guerra y el odio entre
cristianos. Líneas más adelante prosigue su argumentación pasando a criticar la decadencia moral de los
religiosos. La gravedad de sus pecados y vicios es, a juicio de Lactancio-Valdés, mucho peor que la de los
laicos pues estos, es decir, viven a costa de su condición de sacerdote sin desempeñar adecuadamente
sus tareas. Después, Valdés abandona momentáneamente la crítica a la deriva moral de la Iglesia y ofrece de
boca de Lactancio la versión imperial de la ocupación de Milán y la expulsión de Francisco Sforza a quien se
le acusa en el texto de traicionar a Carlos V, a quien había jurado fidelidad, y de entablar conversaciones con
los enemigos del Emperador. En líneas posteriores Lactancio vuelve a criticar la autoridad temporal del Papa
tras haber declarado el Arcediano que fue la defensa de sus territorios ante la amenaza del ejército imperial el
que movió al Papa a coaligarse con Francia e Inglaterra contra el Emperador. Tras nuevas críticas a la Iglesia
puestas en boca de Lactancio que no buscan otra cosa que descalificar el derecho del Papa a otro gobierno
que no sea el derivado de su autoridad eclesiástica, el “caballero mancebo” desmiente que el Emperador
diese la orden de atacar y saquear Roma para a continuación volver a incidir en la pérdida de autoridad
temporal e incluso espiritual del Papa al promover y participar en guerras entre cristianos contradiciendo
los propios principios de la Iglesia legitima la actuación del Emperador. El resto de la primera parte del
Diálogo, se consume entre mutuas acusaciones entre Lactancio y su amigo quienes vuelven a abundar en la
cuestión en la responsabilidad del Sacco. A estas alturas los convincentes argumentos de Lactancio empiezan
a hacer mella en la defensa del Arcediano cuyos argumentos pierden fuerza y traslucen una cierta
desesperación pues el eclesiástico incluso trasluce una tacita aceptación del inculpabilidad del Emperador e
intenta buscar más allá del Emperador y por supuesto del Papa un cabeza de turco al que se le pueda
responsabilizar de la guerra que condujo a tan trágicos acontecimientos; así en esta última fase de la
conversación propone como responsables al colegio cardenalicio, a la traición de los coloneses, etc. Sin
embargo, Lactancio no se aviene ya a razones y se empecina en una sola idea: el saqueo de Roma por las
tropas imperiales no se hubiera producido si el Papa no hubiese entrado en guerra al lado de los enemigos
del Emperador. Los ánimos se caldean y el diálogo casi acaba en un cruce de insultos cuando el Arcediano
acusa a las tropas imperiales de herejes e infieles a lo que Lactancio responde duramente a una de las más
clásicas críticas al sacco de Roma y que se ha perpetuado en la historiografía tradicional: la acusación de que
algunas tropas enviadas por el hermano del Emperador habían abrazado la causa luterana. Lactancio se limita
a negar esta crítica sosteniendo que quien enviaba las tropas alemanas al Emperador era su hermano,
Fernando, conocido no precisamente por su cariño a los protestantes; cansado ya de la discusión subraya
por enésima vez la profunda corrupción espiritual existente en Roma. La conversación se alarga y el
Arcediano claudica ante la veracidad de los argumentos de Lactancio dándose por satisfecho.
Tras sostener la inocencia del Emperador, y dar a conocer la versión imperial de los prolegómenos que
condujeron al sacco de Roma y neutralizar las críticas de sus enemigos puestas en boca del Arcediano, ValdésLactancio dedica la segunda parte del Diálogo a hacer ver en los críticos al Emperador que lo sucedido debe
ser visto como un castigo divino por la clamorosa corrupción del clero y de la corte papal, así como una
advertencia para que reformaran sus costumbres. En esta parte de la obra, Valdés se dedica en primer lugar a
exponer la serie de pecados y vicios presentes en los miembros de la Iglesia. Para ello se sirve de muchas de
las críticas de Erasmo a la Iglesia, por ejemplo, las contenidas en Elogio de la locura; así pasa nómina al
olvido del modelo de Cristo, la obsesión por el dinero y el poder, amancebamiento de los sacerdotes, la
simonía, la influencia corruptora derivada del exceso de las fiestas, reliquias, etc.
La segunda parte incide en el reconocimiento por parte del Arcediano de la corrupción de la corte papal ante
las acusaciones de Lactancio. La descripción, de la que tenemos que sustraer la inevitable exageración propia
de los objetivos de la obra, no reflejaba otra cosa que una realidad donde lo mundano se había impuesto a lo
espiritual y donde el dinero se había erguido en el centro de todas las aspiraciones.
Desde la crítica a la obsesión por el dinero y a la venta de cargos y perdones, es decir simonía, ValdésLactancio introduce una nueva crítica, la ruptura de los votos de castidad de los en la que abundará más tarde
pues aprovecha el tema de la paternidad para volver a un recurso empleado ya en la primera parte: el símil del
padre loco, al que sus hijos, cristianos, se ven en la obligación de enmendar. Líneas más adelante ValdésLactancio expone que Dios, ante la deriva moral de la Iglesia, envió dos avisos: el primero de ellos fue en la
persona de Erasmo de Rotterdam y dado que las críticas del pensador holandés cayeron en saco roto, Dios
envío el segundo aviso, totalmente diferente al anterior, en el agustino alemán Martín Lutero cuyas
advertencias también fueron ignoradas por una Iglesia que inmersa en sus vicios y depravaciones se habría
visto incapaz de detener la extensión de la herejía. El Arcediano responde que la solución al luteranismo pasa
por la convocatoria de un Concilio.
Se abordan también la corruptora influencia del exceso de días de fiesta ya que más que honrar al santo de
turno, se dedican a emplearse en vicios y diversiones. Así desde la crítica al exceso de fiestas los dos amigos
pasan a discutir la frecuente ruptura del voto de castidad por muchos sacerdotes. Lactancio se muestra
partidario de que los sacerdotes se casen. La exposición continúa llevando a Lactancio a concluir que
ignoradas las advertencias de Dios para que reformaran sus malas costumbres y continuando éstas, Dios se
vio forzado a permitir que los soldados saquearan Roma, esperando que de una vez por todas el Papado
acabase con los vicios y las corruptelas espirituales.
La conversación entre Lactancio y el Arcediano entra en una nueva fase: la crítica a las reliquias. Pero antes
de entrar en dichas discusiones, el Arcediano, ante la petición de su amigo procede a relatar los pormenores
del asedio y saqueo de la capital papal. Los anteriores argumentos de Lactancio acerca de las verdaderas
intenciones del Emperador han convencido al Arcediano y una vez más las atinadas preguntas de Lactancio
extraen la verdad de lo ocurrido fuera de fabulaciones y exageraciones destinadas a dañar la reputación del
Emperador.
Más adelante, y siguiendo con su estrategia de mostrar las imágenes más cruentas del asedio para cargar mayor
crítica al responsable del sacco, esto es, el Papa, Valdés-Lactancio hacen un inciso en medio de tanta muerte
y destrucción para mostrar la doble moral de muchos clérigos. La conversación sigue con acusaciones mutuas:
a las críticas del Arcediano con respecto a los desmanes de los soldados imperiales, Lactancio se escuda en el
comportamiento aun peor de los cardenales y sacerdotes. Poco después, en la discusión entre los dos amigos,
el “caballero mancebo” critica las rentas eclesiásticas e igualmente, ante las diatribas del Arcediano
acerca de la destrucción de bellas iglesias y el robo de ornamentos sagrados, responde calificándolas de
chucherías supersticiosas con las que los hombres esperan alcanzar a la manera pagana el favor de los dioses
amén de un ejemplo más de una vacía religiosidad externa y que mejor sería emplear el dinero que se emplea
en estos gastos suntuarios en socorrer a los pobres y desfavorecidos.
La profanación de los cementerios de las Iglesias por el Arcediano da pie a Lactancio para retomar la crítica
erasmiana a las reliquias. Su larga crítica desdeña los argumentos teológicos y hace dudar al lector de la validez
de dichas reliquias pues la gran mayoría son burdas falsificaciones. Con la crítica a las reliquias nuestro autor
persigue el abandono de estas formas de la religiosidad exterior que tanto desprecia y las desecha como medios
para alcanzar la salvación. Por ello nuestro autor admite como único camino el que mostró Jesucristo: “amarlo
a él sobre todas las cosas y poner a él sólo toda vuestra esperanza”. Lactancio amplía sus críticas a la
religiosidad popular basada en factores externos como el culto a los santos o la celebración de fiestas
religiosas.
Finalmente, las últimas líneas del diálogo están dedicadas a la narración por parte del Arcediano del final del
saqueo y a la rendición del Papa a las tropas imperiales, narración que es aprovechada una vez más por Valdés
para señalar el descrédito y corrupción del Papa Clemente VII confrontándolo con la religiosidad y pureza del
Emperador. En suma, todo un panegírico de Valdés hacia su patrón, el Emperador, así como un esbozo más
del proyecto imperial de Carlos V, basado en la esperanza de reconciliar la Cristiandad mediante la
negociación o la convocatoria de un Concilio y en el convencimiento de que la Iglesia debe proceder a una
seria reforma de sus costumbres siguiendo el precedente iniciado años atrás por los Reyes Católicos en España
y que servirá para reducir el conato herético.
C.- Valoración y juicio personal.
Los diálogos de Valdés han sido una pieza fundamental en el estudio del pensamiento histórico de nuestro
país, si bien, desde el punto de vista literario no parecen ir más allá de ser meros ejercicios de retórica
humanista.
Es evidente que Alfonso puso su ingenio al servicio del señor al que servía y utiliza la obra para realizar una
defensa a ultranza de los motivos por los que Carlos V saqueó Roma. Con la figura de Lactancio, esboza una
defensa del Emperador que podría dejar pocas dudas a que el acto tenía su justificación, es más durante toda
la primera parte se esfuerza en demostrar que su señor no tiene culpa alguna de lo que pasó, achacando a las
traiciones del Papa y del Rey de Francia, Francisco I, los motivos de la guerra con un carácter casi
propagandístico y durante toda la segunda parte, carga contra la iglesia, y argumenta la voluntad de Dios como
justificación del acto y como fin, la salvación de la cristiandad.
Defiende, siguiendo la doctrina erasmista, la labor del Emperador y critica la actitud pecaminosa y temporal
del Papa. Es evidente que lo que ocurre en Roma, la simonía, la cohabitación, el robo, el pillaje, las bulas, etc.,
provocan el buen ánimo en de Valdés, por lo que su postura, no estaría demasiado alejada de la de Martín
Lutero, a quien hace referencia en el texto, no obstante Alfonso no pretende una escisión de la iglesia, aunque
entiende y postula una reforma necesaria, debido a la actitud de los miembros de la iglesia católica.
Alfonso es coetáneo a los hechos y su pertenecía a la casa real le permitía tener acceso a las informaciones
más veraces y reales posible, pero la redacción de sus conclusiones dista mucho de ser imparcial.
Existen otros planteamientos, dependientes de los principales como la inocencia del emperador y la voluntad
divina sobre lo ocurrido en Roma, u otros tales como política moral y política religiosa, inclinándose, en este
último caso, en las teorías erasmistas.
Lactancio es la voz del pueblo, portavoz del pensamiento de Valdés, mientras que el Arcediano, es hipócrita,
falso, vestido de soldado para salvar el pellejo y con una motivación muy específica sobre su estancia en
Roma, asunto que se conoce al final de la obra y que enerva más aún a Lactancio.
La excepcional retórica de Valdés, se aprecia en los largos monólogos de Lactancio, en los que queda patente
su política y se proyección del pensamiento, tratando temas muy complejos en épocas muy difíciles.
La obra de Alfonso de Valdés es fundamental hoy día desde la perspectiva histórica para poder comprender
la evolución del panorama intelectual español en el s. XVI y que perecería sepultado bajo el ánimo de Trento,
por la parte del influjo erasmista, así como para profundizar en la política exterior de la monarquía hispánica
durante en el reinado del rey emperador, en la que encontramos las raíces de por una parte, la formulación
teórica de la política imperial, y por otra, la fijación de unos enemigos y de unos objetivos que pesaran en el
ánimo estratégico de los sucesores de Carlos V.
Asimismo el análisis del Diálogo y de la trayectoria de Valdés nos hablan del fortalecimiento de una opinión
pública que empieza a pesar en el ánimo de los gobernantes y el desarrollo de un aparato propagandístico
eficaz que controle y contrarreste estos nuevos agentes en el tablero.
El formato elegido, el diálogo, hace amena la obra y sobre todo accesible lo que en su tiempo ayudaría a su
difusión. Su excesiva extensión de algunos parlamentos junto con la constante repetición de ideas, hacen algo
pesada la lectura. Estos inconvenientes quedan disimulados por el inteligente argumento y las interesantes
propuestas aquí contenidas que hacen comprender al lector poco avezado en estas lides que la España del s.
XVI no sólo se redujo a la leyenda negra de frailes inquisitoriales, autos de fe y oscura intelectualidad. En
resumen, una obra clave para quien quiera profundizar en el apasionante y controvertido reinado de Carlos I,
de España y V de Alemania.
BIBLIOGRAFÍA.
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por Alvar Ezquerra, Alfredo (Profesor de Investigación del CSIC y académico correspondiente de la Real
Academia de la Historia); “Lepanto, la batalla” por Rodríguez González, Agustín Ramón (Doctor en Historia
por la UCM y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia).
• Breve historia de los Tercios de Flandes, Breve Historia, Nowtilus, Madrid, 2015, Rodríguez Hernández,
Antonio José.
PRUEBA DE EVALUACIÓN A DISTANCIA 2
INSTRUCCIONES
I.- Comentario de texto histórico.
II,- Lectura de un libro propuesto por el Equipo Docente
CURSO 2015/2016 (Límite de entrega 10 de enero 2016)
I.- Comentario de texto histórico.
(Consulta del conde-duque de Olivares a S. M. el rey D. Felipe IV en 1637, en ELLIOTT, J. H. y DE LA
PEÑA, J. F., Memoriales y cartas del Conde-Duque de Olivares, Madrid, Alfaguara, 1981, vol. II, pp. 157158).
“No se puede decir en este punto todo lo que hay que hacer ni practicar porque es infinito y muchos los cabos
que tiene. Hay comercio externo, hay comercio interno de Castilla, hay comercio de la Corona de Aragón,
Valencia, Cataluña, Navarra y Portugal, cada cosa por sí en sumo grado importantes. En efecto, señor, si los
vasallos de V. Majd. fuéramos más mercaderes, si no se redujera a deshonra el serlo, como sucediera si se
hubiera valido y favorecido y se les diera sus consulados y diputaciones libres y sin registro de consejeros,
aunque fuera a costa de manos estimamientos de la justicia, el bien universal y la común práctica lo pudiera y
debiera fortificar. Y esté V. Majd. cierto que si por menor se llegare a la conferencia deste punto, me atreviera
a hacer demostración y evidencia que gobernándose el comercio como se debe, y con el favor que se le debe,
en medio de nuestras calamidades, que se ve hoy en Málaga porque hay un poco de apertura apenas extinguida,
la parte que se ve en Sanlúcar, Cádiz, Sevilla y Barcelona. En efecto, señor, en este punto he menester que el
Consejo de V. Majd. tome leyes de comercio y se ajuste con ellas, y confiera y trate con los experimentados
de otras partes y gobiernos aunque no sean ministros, y con los que lo son de los otros reinos, que si se asentare
este punto como conviene, y sin perjuicio y con crecimiento como será de las rentas reales, sin duda ninguna
se vieran a estos reinos muy en otro estado; y tomando despacio, y por menor condenando la hacienda real en
lo que fuere menester y reparándola por otros caminos, se hallara que se pudiera haber hecho dichoso este
reino en medio de nuestras calamidades; y así, porque aquí se me ofrece, diré que el principal fundamento de
nuestros daños consiste en decir “ahora no es tiempo, en habiendo paz se hará”, y perdónemelo Dios que no
puedo negar que la he tenido por razón introducida de nuestros mayores enemigos, por medio de personas
harto obligados, y lo cierto es que por esto no será remediado, y que es razón abominable, porque todo lo que
ayudare a la conservación y aumento en aquella parte que fuere posible y dejase libre la guerra y la calamidad
no hay ocasión donde se necesite tanto de la ejecución como aquella en que se está padeciendo. Y últimamente
concluyo con que, si esto no se remedia, ninguna prosperidad bastará, y remediándose como se puede
remediar, si no fuere total remedio será por lo menos muy gran reparo”.
Naturaleza del Texto: Los Memoriales son informes de orden político-administrativo que hacia el conde
duque de Olivares desde que alcanza el valimiento en 1621 hasta su fallecimiento en 1645 tras su
defenestración del poder en 1643, recopilados por los hispanistas Elliot, J. H. y De la Peña, J. F., en su obra
de investigación Memoriales y cartas del Conde-Duque de Olivares, donde descubrimos la riqueza
documental que nos proporciona el conde-duque a través de copias manuscritas de originales perdidos en su
mayor parte, del principal actor de la política hispana en la primera mitad del siglo XVII. Documentos que
iban sólo dirigidos a Felipe IV y versaban sobre muy diferentes cuestiones políticas y económicas de su
reinado, llevaban en sí mismo la semilla de la atemporalidad, en cuanto claves para la mejor comprensión de
aquel relevante período de nuestra historia, dando consejos para el buen gobierno de los reinos de España y
de su Majestad Felipe IV. El presente texto procede de un documento administrativo escrito de forma
epistolar sobre asuntos de política interior y exterior de carácter privado ya que van dirigidos al rey, para
la mejora del comercio en crisis y dando consejos a su rey para mejorar dicha situación y como los miembros
del Consejo real deben ser más experimentados y aprender más de los que saben sobre asuntos de comercio
para solucionar los problemas del reino, y justificando así solapadamente su acumulación de títulos y poder y
en especial el control del Consejo de Hacienda, cuyo cometido principal era encontrar los recursos que
permitieran al conde-duque llevar adelante su política. Finalizando casi diciéndole al rey que hay que trabajar
mucho para recuperar la gloria perdida y no solo él sino su majestad también, “no dejes para mañana lo que
puedas hacer hoy” porque mañana podría ser ya tarde, parece vislumbrarse entre líneas.
Origen del Texto: Nos encontramos ante un texto histórico de carácter subjetivo, ya que se trata de una
consulta, un memorial o dictamen que en la Edad Moderna los consejos, tribunales u otros cuerpos o
individuos daban por escrito al rey sobre un asunto que requería su real resolución. El texto es de carácter
privado, pero afecta a la esfera de lo público y es uno de los documentos históricos más importantes
conservado de la Monarquía Hispánica ya en este tiempo en franco retroceso de su poderío mundial.
Circunstancias Históricas: Nos encontramos en el periodo histórico que coincide con el reinado de Felipe
IV, llamado el rey planeta y la historiografía moderna ha intentado rescatar a Felipe IV de la deshonra que se
abate sobre los últimos Austrias. Los contemporáneos consideraban que superaba a su padre, Felipe III, si no
por su apariencia, al menos por sus virtudes intelectuales y políticas. En 1621 advino al trono hispánico a la
edad de dieciséis años de edad y reinó cuarenta, hasta 1661. Tras la inacción y la corrupción en el reinado
anterior, el nuevo monarca fue saludado como un reformador. El propio Felipe, afirmaba que el oficio de
rey, se veía obligado a aprenderlo asistiendo secretamente a las sesiones de los Consejos, y “examinando
todos los informes sobre todos los asuntos que conciernen a mis reinos”. Es cierto que anotaba de su propia
mano, sus comentarios y decretos, a veces extensos. Desde este punto de vista era un monarca consciente,
nada indolente y no menos informado que sus ministros. Pero sus esfuerzos por intervenir fueron esporádicos
y poco convincentes, meros indicios de un remordimiento laboral. Felipe IV tenía demasiado de cortesano
como para reproducir los hábitos de trabajo de Felipe II. Pero al menos la suya era una corte cultivada. Su
mecenazgo de la literatura, el teatro y las bellas artes dio un impulso incuestionable a la cultura barroca de
España. Más aún le interesaban los deportes al aire libre, y las corridas de toros. Aun así, su pasión por los
caballos se vio superada por su pasión por las mujeres. Tuvo dificultades para tener un heredero, pero fue
padre de cinco o seis bastardos. Durante du reinado se desmembró la unidad peninsular, con la secesión de la
corona de Portugal y la gravísima amenaza que supuso la rebelión de Cataluña. España perdió la guerra de los
Treinta Años, que no surgió por sus intereses, que no era su guerra, sino la guerra de Europa; en las paces de
Westfalia y de los pirineos se consagró la decadencia española y se hundió para siempre el gran designio de
Carlos V y Felipe II. El reinado de Felipe IV, prologado en el de Carlos II, es por antonomasia el reinado en
que se revela una decadencia española que había sabido resistir gallardamente en un ambiente y unos hechos,
también militares, de grandeza durante el anterior reinado de Felipe III.
Felipe IV al subir al trono ya tenía claro continuar el sistema del valimiento, aunque con cambio de personas.
Frente a su hayo Zúñiga se había impuesto ya, antes de terminar su reinado Felipe III, don Gaspar de Guzmán,
tercer conde de Olivares. “Ya todo es mío”, se atrevió a decirle al duque de Uceda, segundo valido de Felipe
III, cuando el rey expiraba. A los tres días del nuevo reinado, Felipe IV le elevaba a la dignidad de grande de
España y le hizo duque del mismo título. Se ha dicho que Felipe IV delegó el poder en Olivares, porque creía
que Olivares era el hombre más adecuado para esa tarea. Pues bien; no puede considerarse al rey como una
simple marioneta. Entre él y Olivares hubo desacuerdos y enfrentamientos abiertos por cuestiones de política.
Conforme fue creciendo en experiencia Olivares exigió una función militar para el rey, cambios en política
exterior y una revisión de los nombramientos. Pero, generalmente, la voluntad real no era lo bastante fuerte
como para prevalecer, y se evadía de los deberes públicos. Buscó en Olivares, hombre capaz y de gran energía,
el contrapeso para su indecisión y su falta de criterio.
Además, su libertad de acción era limitada, pues la alta nobleza castellana, no hubiera tolerado que el poder
supremo fuese ejercido por alguien no perteneciente a sus filas. Olivares era el único miembro de la clase
dirigente que Felipe IV conocía lo suficiente como para poder confiar en él. No obstante es preciso considerar
el hecho de que Felipe IV hizo algo más que delegar el poder: renunció a su control, en una época de crisis
política interior y exterior, financiera y demográfica, producto de las guerras, las epidemias, las hambrunas,
los desastres climáticos y lo más grave a mi entender la corrupción generalizada por parte de los nobles y
grandes del reino, incluido el rey quien no dudaba en vender títulos y privilegios a cambio de dinero o autorizar
estas ventas, propia del siglo XVII español. Decía Quevedo que entregar el poder político a un valido,
suponía enajenar la soberanía.
En ningún momento se le ocurrió preguntarse el rey si la perpetuación de la presencia española en los Países
Bajos o en Portugal reportaba algún beneficio para sus súbditos. El único criterio que le guiaba, eran sus
derechos legales, y así, se obstinó en continuar la guerra por los derechos de los Habsburgo. El 1648 renunció
a su conflicto con Holanda, para concentrarse en el conflicto de Francia. En 1654, se granjeó un nuevo
enemigo: Inglaterra. En 1658 puso fin a la guerra que ocupaba a los españoles durante los últimos 40 años,
para poder castigar a los portugueses, que pronto se aliaron con Inglaterra, con lo que la guerra por la causa
portuguesa, puso fin a las exhaustas arcas de la Corona, lo que provocó el axfisiamiento del pueblo a base de
nuevos impuestos o incremento de los antiguos. Este era el desolador panorama histórico en el que se
encontraba sumida España y su monarquía.
Autor del Texto: Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde de Olivares, nacido en Roma el 6 de Enero de
1587, fue hijo de Enrique de Guzmán, embajador y virrey bajo Felipe II. Los Guzmán era familia ambiciosa
de una rama menor de una célebre dinastía nobiliaria encabezada por el duque de Medina Sidonia. Procedían
de Andalucía, concretamente de Teba, Málaga, y tenían propiedades en la región de Sevilla.
Después de una carrera socialmente, si no académicamente, productiva en la Universidad de Salamanca,
heredó el título y las propiedades de su padre en 1607 y desde entonces dedicó su energía y su patrimonio a
introducirse en la fuente del poder, la corte de Felipe III. En 1615 consiguió ser nombrado para formar parte
de la casa del príncipe Felipe (más tarde Felipe IV), quien muy pronto llegaría a confiar en él para todos los
detalles de su vida. Por muchas críticas que suscitara su política, el ahora rey mostraba una confianza absoluta
en su ministro. Don Gaspar que al parecer tenía una infinita capacidad de trabajo, y trataba al joven rey que
era a su vez amo y discípulo con una obsequiosa deferencia, desempeñaba su papel a la perfección. Felipe por
su parte, expresaba su gratitud derrochando honores sobre su valido.
En su condición de sumiller de corps y, desde diciembre de 1622, de caballerizo mayor, Olivares tenía acceso
a la persona del rey en cualquier momento, tanto fuera como dentro de palacio. Su nombramiento de consejero
de estado en octubre de 1622 le dio por fin el rango de ministro. Consiguió de esta manera todos los cargos y
honores que deseaba y, en 1625 fue nombrado duque de Sanlúcar la Mayor, pasando a ser universalmente
conocido como el conde-duque. Pero lo que Don Gaspar más ansiaba era el poder político, alcanzar gran
prestigio y rango alzándose así entre las primeras filas de la aristocracia de más abolengo. Así de esta manera
nos encontramos que con algo menos de treinta años se hallaba amo del reino. Carecía de experiencia, que
suplía con una desmedida ambición. Era inteligente y tenía el sentido de España. Tuvo la conciencia de que
España estaba luchando sola contra todos y elevó esa idea a lema de su rey. No fue el promotor de la
decadencia sino el político que se empeñó en la misión imposible de frenar la decadencia.
Sus deficiencias como decimos estaban a la vista de todos: ambición desmedida, obstinación, impaciencia
con los necios y con sus oponentes. Pero también sus cualidades eran destacadas: gran visión política, era
capaz de mostrar una gran magnanimidad, trabajaba sin descanso al servicio del rey, vivía dentro del alcázar
real, y atendía los más mínimos deseos de su señor, además de ocuparse de todos los asuntos de gobierno,
concediendo audiencias, escribiendo memorandos y entrevistándose con el rey. Olivares poseía acusado
instinto para el gobierno absoluto y la capacidad para ejercerlo. Como dice el subtítulo de la obra famosa que
le dedicó Gregorio Marañón, estaba poseído por la pasión de mandar. Si había un aspecto del gobierno que
no comprendía, como las finanzas, se apresuró a dominarlo. En cierto sentido su energía y su impaciencia eran
sus defectos, pues intentaba alcanzar con prisa objetivos que exigían un proceso más elaborado. Su designio
de una España más grande era demasiado ambicioso para el período de recesión en que vivía, y carecía de
talento para la maniobra y el compromiso político.
Al parecer, Olivares deseaba conseguir una colaboración de trabajo y una división del mismo entre él y el
monarca. Pero eso dependía de que el rey trabajara mucho más intensamente de lo que lo había hecho hasta
entonces. Pretendía educar a Felipe IV en el arte del gobierno, para hacer de él el gobernante que correspondía
a una gran monarquía. Está claro que Olivares prefería el poder al prestigio. Se veía como un primer
ministro, aunque ese cargo no existiera como tal en la Monarquía Hispánica. Por tanto, Olivares tuvo que
conseguir una serie de cargos distintos para afianzar su posición y darle forma jurídica. Se deshizo de sus
opositores y de todo aquel que pudiera interponerse entre él y su rey, así por ejemplo en 1633, se acordó que
el cardenal-infante Don Fernando, hermano del rey, mandara el ejército español que había de operar en el sur
de Alemania y abrir de nuevo la ruta por tierra hasta los Países Bajos. El plan triunfó plenamente: el ejército
principal de los suecos fue derrotado en Nördlingen (septiembre de 1634), confirmado por la paz de Praga en
1635. Con la firma de esta paz se pone freno, de momento, a la política antiespañola del gran rival del condeduque en política internacional, el cardenal Richelieu que apoyaba claramente la causa holandesa y los
Habsburgo recobraron casi todo lo que habían perdido en la Renania y en el sur de Alemania. El cardenalinfante llegó a Bruselas sano y salvo y Olivares a pesar que la situación económica de Castilla empeoraba
constantemente, aumentó las provisiones asignadas al Ejército de Flandes, asegurándose de esta manera que
el hermano y generalísimo de los ejércitos además estuviese lejos de su rey para que no pudiera influir en él.
A Olivares, aunque no le faltaban deseos de adquirir riquezas, no era tan codicioso como Lerma y
políticamente le interesaba particularmente el Consejo de Hacienda, cuyo cometido era encontrar los recursos
que permitieran al conde-duque llevar adelante su política. En efecto, era el principal ministro del rey, y había
realizado todas las ambiciones de su padre y su abuelo. Había aumentado la honra de su casa, vengando los
agravios sufridos a manos de los duques de Medina Sidonia. El olivo, emblema de los condes de Olivares,
tenía ya firmes raíces y pronto vería, con la ayuda de Dios y del rey, como sus ramas se elevaban hacia el
cielo. Todo iba muy bien hasta que al final, las secesiones catalana y portuguesa, causadas por su falta de
previsión, las derrotas militares y la conspiración urdida en su contra por el duque de Medina Sidonia le llevó
a perder finalmente el favor político ante el rey quien le desterró en 1643 a la ciudad de Toro, donde hubo de
enfrentarse un año después en 1644 a un proceso inquisitorial, para morir en dicha ciudad en 1645, siendo
sepultado en un convento fundado por él en Loeches.
A modo de reflexión tras la lectura del texto diría que se trata de un documento administrativo de gran interés
histórico, redactado de forma epistolar que nos hace comprender los problemas de la época y escrito por un
testigo de primera mano de los sucesos acaecidos de los que él es máximo responsable junto a su rey; y su
lectura como decimos, nos ayuda a comprender, desde dentro del corazón del poder y con un documento de
primera mano, elaborado por el actor principal, cómo se gestaron las decisiones políticas y económicas de una
época arrebatadora de la historia del mundo que es lo mismo que decir de nuestra historia.
Gracias a su infatigable labor administrativa tenemos los memoriales y cartas de las que procede el texto que
nos ocupa, pudiendo así comprender la sociedad y conflictos de la época, gracias a estos documentos de
incalculable valor para la historiografía mundial (dado el vasto imperio que gobernaba para su rey), por el
alcance de sus dictámenes que comprenden el conjunto de la monarquía hispánica.
II, - Lectura del libro siguiente: Alonso de CONTRERAS, “Discurso de mi vida”. El manuscrito original
data de la década de 1630, y ha tenido numerosas ediciones desde 1900, siendo la última en papel de
2008.
A.- Reseña del autor.
B.- Lectura y comentario del libro.
C.- Valoración personal.
A.- Reseña del autor.
Alonso de Contreras, nace en Madrid en 1582 , fue un héroe y biógrafo de los Tercios viejos españoles, pues
a él se debe una de las pocas autobiografías de soldados que junto a la del Coronel Francisco Verdugo y su
comentario a la guerra de Frisia y la crónica sobre lo sucedido en la isla de Malta en 1565 publicada por
Francisco Balbi de Correggio, soldado español de origen italiano, que nos muestran con total veracidad la vida
del soldado de los tercios viejos españoles y de la que todos formaron parte de aquella formidable milicia
creada por los Austrias y consiguieron ascender en el escalafón social de la época gracias a sus hechos de
armas, pese a ser bellaco como el propio capitán se define en su obra en alguna ocasión. Fue militar, marino,
corsario, y escritor. Cultiva en este último ámbito una gran amistad con Lope de Vega, soldado y escritor
como él, quien le anima a escribir la obra que nos ocupa. Alonso nació en la villa de Madrid el 6 de enero de
1582 y llegó al ejército siendo un adolescente con apenas catorce años huyendo de una fechoría que cometió
y con “sangre, sudor y lágrimas” consigue prosperar tal y como prometió a su madre al marcharse al ejército,
alcanzado grandes honores. Moría en 1641, pero antes nos dejaba escrita esta autobiografía, comenzada sobre
1630 que nos acerca a la vida de los soldados y marinos españoles de aquella época en la que en España nunca
se ponía el sol. Nos encontramos en la época de la picaresca y el capitán es un digno representante de dicha
cualidad tan hispánica, su ingenio en la guerra era equiparable al de la escritura y a la de la vida picaresca de
la época.
B.- Lectura y comentario del libro.
El manuscrito original de esta obra fue descubierto en 1900 por Manuel Serrano y Sanz encontrado en la
Biblioteca nacional de Madrid, a partir de este momento se hacen varias ediciones desde entonces y en
diferentes idiomas. La sencillez con la que está escrito favorece la lectura de la misma, que comienza
contándonos su vida desde su nacimiento, familia, y los hechos criminales que protagoniza con trece años,
acuchillando al hijo de un alguacil y causándole la muerte, hechos que le llevan a un leve destierro de la villa
de Madrid, para volver al año siguiente y enrolarse en el ejército para hacer fortuna, medrar y prosperar en la
vida.
Los principios son difíciles como suele pasar, gana poco dinero trabajando de escudero, criado o paje de rodela
y lo poco que tiene lo va perdiendo en juegos de azar y en artimañas picarescas propias de Lazarillo y termina
engañado por otros picaros más listos que él, aunque el irá tomado buena nota y en poco tiempo pocos podrán
reírse de él. Al poco tiempo deserta con su cabo de escuadra hacia Nápoles, pero a los pocos días lo deja y se
marcha solo a Palermo. Embarcado en la flota de Sicilia en la toma de Morea es donde tiene su primer contacto
con la guerra nuestro valiente joven soldado. Se marcha a Sicilia y ya en Mesina es ascendido a soldado y deja
de servir como criado o paje, para enrolarse como corsario partiendo hacia Berbería donde gracias a las
incursiones contra los piratas berberiscos y corsarios otomanos por tierra y mar consiguen gran botín. En
Palermo se mete en peleas que le obligan a escapar camino de Nápoles de nuevo, donde se pone al servicio
del duque de Maqueda y alcanza fama él y sus compañeros de hombres sin alma. Tiene que abandonar Nápoles
posteriormente a toda prisa ya que se vuelve a meter en líos graves junto a unos valencianos, la mayoría
terminarían ahorcados, pero él consigue huir de la ciudad gracias al capitán Betrián con quien vuelve a Malta.
En época del Gran Maestre Viñancur (Gran Maestre de la Orden De San Juan 1660-1622) ya le dan a Contreras
su primera patente de capitán y lo envían a Levante con una fragata para descubrir la armada turca en el cabo
de Mayna, y una vez descubierta dicha armada, vuelve y da aviso de la armada que pretende saquear la costa
messinera, tal y como hizo su antecesor el pirata “Cigala”. Gracias a este aviso el gobernador de Ríjoles,
embosca a los turcos y acaba con ellos, una vez hecho esto, el capitán continua por Sicilia, de ahí pasa a Malta
y le encaminan después a Berbería en su fragata, y hace presa de una Galeota de Berbería, enfrentándose a
ella pese a ser superiores en número y gracias al apoyo de ocho españoles de la tripulación en quien confía
termina tomando la Galeota, lo que nos da idea que en aquella época para el ejercicio de las armas y ocasiones
apuradas nada mejor que un puñado de españoles.
Libera a tres padres capuchinos de los moros y hace botín, además captura un bergantín con tres turcos, uno
rico y sus dos criados, pide rescate y con su picardía se da cuenta que lo quieren engañar dándole moneda
falsa y consigue que le traigan el rescate convenido en oro, logrando al final amistad con los turcos como
ejemplar y noble enemigo y se marcha en paz.
En su etapa de corsario para la orden de San Juan vemos como llega a hacer fortuna y lleva acabo peripecias
increíbles como la de infiltrarse en Tesalónica y raptar a un judío que recaudaba tributos para el sultán
otomano, lo que le reparte importantes beneficios. Continúa sus aventuras y consigue el nombramiento de
alférez de infantería ya en la segunda parte de su libro, donde nos cuenta como sale de Malta y vuelve a
España. Tras sus andanzas como alférez vuelve a Italia donde se casa con una viuda en Sicilia, a la que termina
asesinando junto a su amante al serle infiel con un amigo suyo en el que confiaba. En estas se vuelve a Madrid
y obtiene la sargentería mayor de Cerdeña. Tratará de prospera en la corte y al no conseguirlo decide retirarse
del mundo en una ermita en el Moncayo como ermitaño, y al resultar sospechoso su retiro espiritual es
detenido y sometido a tormento al ser detenido acusado de ser cabecilla o rey de una rebelión morisca, por
unas armas suyas encontradas en casa de unos moros de cuando ejercía como espía para un comisario que
ahora no reconoce ese trabajo y cumplía con su deber, finalmente sale absuelto pero debe huir a Flandes a
Cambrai donde prestara servicio como oficial; cabe reseñar de este suceso que según él, su amigo Lope de
Vega se inspiraría en este suceso para escribir su obra “Rey sin reino”.
Una vez en Flandes sus peripecias vuelven a llevarle a la cárcel acusado de espía en Borgoña, para
posteriormente recibir el mando de un navío e ingresar en la Orden militar de Malta como novicio,
posiblemente auspiciado por las influencias de su amigo Lope que era miembro de dicha Orden.
Tras una suerte de aventuras y andanzas consigue ascender a capitán de infantería y nos relata cómo se vivió
el asesinato del rey de Francia, Enrique IV, y como tuvo que protegerse la embajada española por la reina ya
que se rumoreaba que el asesino fue un español, lo que me hace pensar si no fue él que se vio mezclado en
alguna conspiración que le reportara pingües beneficios y el hecho de salir de la ciudad disfrazado de Peregrino
me da que pensar, quien sabe, ¡vistas su hazañas bien pudiera haberlo hecho!
Vuelve a embarcar esta vez camino de la Indias donde ejerce su antigua profesión de corsario y se enfrenta al
corsario, escritor, político y cortesano ingles Guatarral (sir Walter Raleigh), se vuelve a España pasados unos
años y levanta un tercio en Madrid, conocerá al papa Urbano VIII y volverá al Mediterráneo para luchar contra
sus antiguos enemigos Berberiscos, siendo un azote tal para el turco que pondrán precio a su cabeza.
Posteriormente ejercerá de gobernador en la ciudad de L´Aquila, cerca de Roma, en la que debía poner orden
y lo consigue gracias a su astucia. Realizará algunas hazañas más con posterioridad para ir terminado su relato
ya en 1630, año en el que comienza su escritura según dice a petición de su amigo Lope de Vega. Abandonará
ese mismo año el servicio activo y recibirá el título de caballero comendador de la Orden de San Juan de
Jerusalén u Orden de Malta por la que también era conocida.
C.- Valoración personal.
No podemos dejar pasar el recordar que el Capitán Contreras sirvió de inspiración a Pérez Reverte en su
"Capitán Alatriste", sin embargo, el Capitán Contreras no es un personaje literario y lo que parece increíble
es que lo que cuenta es verdad.
Se trata de una obra de imperecedero valor historiográfico ya que nos muestra la vida de los soldados y marinos
españoles de aquella época visto y vivido por un actor principal de la obra de la vida de aquellos españoles
que dieron fama inmortal a nuestra nación por sus innumerables hechos, producto también de sus penurias y
miserias de cómo vivían aquellas gentes, prisioneros de su modus vivendi.
Para hacer un seguimiento más interesante a los viajes y aventuras del capitán lo he realizado a través de los
más de treinta mapas y croquis de la recientemente publicada obra del historiador e investigador malagueño
Hugo A. Cañete, Los Tercios en el Mediterráneo, los sitios de Castelnuovo y Malta, Platea, Málaga, 2015,
que está relacionada como su título claramente indica con parte de los viajes y aventuras de nuestro héroe.
El estilo narrativo, ágil, movido e interesante, el sentido de lo cómico, dramático y fantástico, en la obra
autobiográfica de Contreras similar a las grandes obras de la literatura picaresca propias de escritores como
Miguel de Cervantes, Mateo Alemán, o el anónimo autor del Lazarillo de Tormes que se publicaron por ese
tiempo y podemos pensar que con total seguridad fue probablemente una cierta ambición literaria y la
perspectiva de alcanzar fama la que inspiró a Contreras para escribir su autobiografía.
Para finalizar parafrasearía al escritor, periodista, corresponsal de guerra y académico Pérez Reverte que diría
de Contreras en uno de sus famosos artículos, de “Patente de corso”, resumiendo a la perfección su vida y
obra con estas líneas: “Va sin rodeos al grano, describe acciones, temporales, lances de mujeres, peripecias
cortesanas, duelos, abordajes, crueldades, venturas y desventuras, con la naturalidad de quien ha hecho de
todo eso su vida y oficio, dispuesto a dejar atrás una mezquina y triste patria asfixiada por reyes, nobles y
curas; probando suerte en mares azules, bajo cielos luminosos, jugándose el pellejo entre corsarios,
renegados, esclavos, soldados, presas y apresadores, con la esperanza de conseguir medro, botines y
respeto”.
BIBLIOGRAFÍA.
• La verdadera relación de todo lo que en el anno MDLXV ha sucedido en la isla de Malta, de antes de que
llegase l´armada sobre ella de Soliman gran Turco, hasta que llegó el socorro postrero del rey católico nuestro
señor don Phelipe segundo de este nombre, Barcelona, 1568, Francisco Balbi de Correggio.
• Discurso de mi vida (1630), versión digital de la biblioteca GEHM, capitán Alonso de Contreras.
• Gran Historia Universal, Vol. VII, “El Apogeo de Europa”, Ediciones Najera, Madrid, edición del Club
Internacional del Libro, 1990. V.V.A.A.
• El ejército de Flandes y el camino español, Alianza Universitaria, Madrid, 1991, Geoffrey Parker.
• Historia Total de España, Madrid, Fénix, 1997. De la Cierva, Ricardo.
• Los Austrias (1516 – 1700), Critica, Barcelona, 2003, John Lynch.
• Comentario del Coronel Francisco Verdugo, de la guerra de Frisia (1610), Platea, Barcelona, 2012, Francisco
Verdugo, edición de Francisco Medina y Hugo A. Cañete.
• El conde-duque de Olivares, Austral, Barcelona, 2014, John H. Elliott.
• Los Tercios en el Mediterráneo, los sitios de Castelnuovo y Malta, Platea, Málaga, 2015, Hugo A. Cañete.
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