¿MANO DURA MANO BLANDA, ES EQUIVALENTE A SEGURIDAD INSEGURIDAD? Lic. Alberto Mongia Cuando hablamos de mano dura, ¿qué es lo que queremos decir? .Nos estamos refiriendo al cumplimiento formal de la ley en materia de orden público como reductor en sí mismo de la inseguridad, o solapadamente decimos que es necesario correrse del andamiaje institucional y sus garantías constitucionales según amerite el caso. ¿Con respecto a la primera argumentación se podría identificar al orden público con la seguridad pública?, de ser así el enigma seguridad/inseguridad debería resolverse con el cumplimiento de la norma como instrumento suficiente y en consecuencia concluyente. Ahora bien pareciera que con la ley en sí misma no alcanza para darnos “seguridad”, falta algo más y no se sabe a ciencia cierta cuál es ese faltante. Con esta justificación podríamos sostener que si internalizamos ciertas garantías institucionales como un dispositivo selectivo que actúe sobre un determinado segmento social, el delito automáticamente disminuiría exponencialmente. Pero hay un inconveniente, esto en si mismo proyectará y replicará mas inseguridad en todos los segmentos sociales mas allá del estereotipo criminológico elegido. Esta directriz en su máxima expresión determina a un Estado que produce y reproduce inseguridad pública. Un Estado con estas características le da una emancipación peligrosa a las agencias policiales. Esta línea de pensamiento esta mas en sintonía con practicas vetustas que han respondido en alguna medida a direccionamientos institucionales de un pasado controvertido. Decir que estas prácticas son de derecha no representa suficientemente sus falencias e intereses. La realidad histórica institucional nos marca en todo caso una reducción sustancial de las libertadas en relación a este tipo de seguridad cuando el Estado responde a unos pocos. La falta de idoneidad de algunos políticos ratifica una marcada ansiedad por alcanzar “seguridad” avasallando otros derechos y valores. Desde este déficit institucional se justifican muchas y diversas recetas que tienen más que ver con la coyuntura mediática y potencialmente electoralista que con nuestra realidad social en materia de seguridad. Hay una alternancia ideológica que pretende disociar las verdaderas causas de esta deficiencia en materia de seguridad pública. Podríamos decir que la misma es una deuda pendiente con la sociedad que no se ha podido resolver ni por derecha ni por izquierda. En todo caso si 1 abordamos la problemática de la seguridad publica desde lo ideológico, debemos entender a la misma como a un conjunto de ideas fundamentales tendientes a la reducción de la problemática en estudio, (la seguridad), sin anclarse en pensamientos propios de una partidocracia mezquina. Es necesario que hablemos de seguridad pública desde la integración social y devolver a este tipo de argumentación su realidad etimológica despojando toda connotación peyorativa y clientelista. Cuando surge el tema de la seguridad pública pareciera que algún imaginario social nos interpela a realizar un recorte espontaneo y a la vez selectivo de la realidad. Con esta tendencia construimos a la seguridad como a un dispositivo bipolar derivado exclusivamente del ámbito policial institucional y de sectores que delinquen debido a su inadaptación social. Promocionamos una visión disyuntiva de la realidad, es una cosa, o la otra, y la excepción a la regla es cuando ambas son consideradas en igualdad de responsabilidades. Hacemos un recorte fácil y cómodo de la problemática, en otras palabras es como dos caras de una misma moneda. La ceguera del pensamiento disyuntivo nos dificulta visualizar a la mayoría de los episodios delictuales como colaterales y consecuentes con la inercia que generan estructuras criminales mayores. Tampoco las autoridades políticas y con poder de decisión, analizan seriamente a las sociedades y sus relaciones como generadoras de situaciones que son coincidentes, similares o diferentes entre sí, produciendo necesariamente conflictos inherentes al tipo de sociedad. Esto que parece tan simple nos cuesta asimilarlo como parte significativa de la complejidad social. Si a estas reflexiones le sumamos falta de pericia, desinterés y hasta desidias por parte de algunas agencias del Estado, las derivaciones son resultados anunciados. La seguridad pública es eficiente como tal desde una dimensión ciudadana, de lo contrario es puramente declarativa. El concepto de seguridad ciudadana debemos entenderlo desde la idea de sujeto, ciudadano, persona o habitante, integrado y con sus necesidades indispensables satisfechas para poder vivir en sociedad. Este es un derecho irrenunciable de las personas que nos interpela a participar desde nosotros, para nosotros y nuestra comunidad. Es así, claramente por ser las personas el sustrato que da cuerpo a este concepto. Esta mirada excede el principio del mantenimiento del orden público como eje de los poderes estatales. La seguridad ciudadana está enmarcada en un ejercicio democrático que tiene como sostén el encausamiento de las crisis sociales derivadas de las relaciones entre personas que integran 2 una sociedad determinada. La problemática que nos ocupa debemos analizarla prestando atención a valores tales como la igualdad, la libertad y la protección de todos los miembros de una comunidad. Ahora si bien hay muchas coincidencias entre seguridad pública y seguridad ciudadana, no es exactamente lo mismo. A grandes rasgos cuando nos referimos a lo público y especialmente en seguridad, está bien que nos enfoquemos en las autoridades públicas y sus responsabilidades en mantener un estado de convivencia dentro del ejercicio de derechos y libertades. Marcelo Saín claramente define a la seguridad pública en un marco democrático de la siguiente forma: “La situación política y social en la que las personas tienen legal y efectivamente garantizado el goce pleno de sus derechos considerados estos no solamente como principios u garantías formales , sino también prácticas sociales, a defender y ser protegidos en su vida , su libertad ,a su integridad y bienestar personal, su honor, su propiedad, su igualdad de oportunidades y su efectiva participación en la organización política , económica y social, así como en su igualdad ante la ley y su independencia ante los poderes del Estado , y a obtener el pleno resguardo de la totalidad de los derechos y garantías emanadas del Estado de derecho,” (Saín M. F., 2002). Las garantías de estos derechos y libertades los encontramos en la seguridad ciudadana. Hay que enfatizar su carácter de garantía porque desde ese lugar podemos concretar el derecho del ciudadano a través de sus prácticas. En esta dimensión visualizamos si tales derechos y libertades se cristalizan o no. Si logramos una tendencia firme que solidifique los mismos, estaremos construyendo una seguridad pública democrática. La seguridad ciudadana supera a la seguridad pública, la encuadra y es rectora de ella. No se agota ni descansa en la delegación de la potestad otorgada a la instancia pública. Le suma valor democrático a la seguridad pública. La retoma y configura en seguridad pública democrática. Hay una ampliación del orden público hacia su ideal, la seguridad pública democrática. En este pasaje se encuentra la participación necesaria de las personas. Más allá de que interpelemos al andamiaje estatal en tal sentido, nos debemos involucrar en el mismo. A pesar de estos conceptos existe una ilusión generalizada que entiende a la seguridad e inseguridad como un bien o un mal que arriban a nuestra sociedad como entidades independientes, que irrumpen en las prácticas sociales habituales para cuidar de ellas, degradarlas o mejorarlas según el caso. Esta idea ni siquiera merece que la identifiquemos como falaz. Si damos crédito a especulaciones de este tipo, de alguna manera también les estamos otorgando algún grado de veracidad a sus reflexiones. Y si aceptamos la desvinculación entre 3 sociedad, seguridad e inseguridad, dándoles entidades independientes y a su vez negando la tensión lógica entre ellas, imprimiremos en tal caso un impulso adicional que seguramente va a ser capitalizado por pensadores que argumentan un enfoque reduccionista del tema en donde justifican que desbastemos a la inseguridad a cualquier costo, o que obtengamos seguridad a como dé lugar. En ambos casos habría una disociación entre la ´génesis de estos dispositivos y este pensamiento reduccionista. La solución a ese dilema es simple para estos pensadores; declararían inmediatamente que los creadores y responsables de la inseguridad o falta de seguridad son lo no incluidos, y la solución a este flagelo sería la penalización de los sujetos que el sistema no incluyó. En respuesta a si hay que aplicar “mano dura o mano blanda, o si este concepto es equivalente a seguridad inseguridad”, creemos que hay, por lo menos una deficiencia en la focalización de la problemática en discusión. En estricta verdad no se trata de mano dura o blanda, en sí mismo una u otra no explican ni resuelven la problemática. En todo caso la banalizan y la reducen a un discurso netamente electoralista. Deberíamos tener un diagnostico franco de las tensiones hacia el interior de las agencias policiales y de seguridad y fundamentalmente de las practicas institucionales entre la autoridad política y la institución policial. La solución no pasa necesariamente por modificaciones faraónicas en los distintos estamentos que hacen a la gobernabilidad, sino en la correcta utilización de las herramientas institucionales ya existentes. Si logramos la cristalización de estos ejes, o por lo menos una tendencia a ello, recién podríamos comenzar a construir que policía queremos, cual debe ser su formación y si hay pocos o muchos patrulleros. No traslademos las responsabilidades en materia de seguridad pública a las agencias policiales y de seguridad sin antes revisar la delegación constante de algunas autoridades elegidas con el voto popular, de la soberanía política en el sector. Si no blanqueamos el funcionamiento del entramado policopolicial y su realidad social va a ser muy difícil que abordemos seriamente la problemática en cuestión. 4