PDF - Comunità di Sant`Egidio

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La oración de San Egidio
29/01/2006 - 12/02/2006
http://www.santegidio.org/cast/preghiera
29/01/2006
Liturgia del domingo
IV del tiempo ordinario
Primera Lectura
Deuteronomio 18,15-20
Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a
quien escucharéis. Es exactamente lo que tú pediste a Yahveh tu Dios en el Horeb, el
día de la Asamblea, diciendo: "Para no morir, no volveré a escuchar la voz de Yahveh
mi Dios, ni miraré más a este gran fuego". Y Yahveh me dijo a mí: "Bien está lo que
han dicho. Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti,
pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguno no
escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré
cuentas de ello. Pero si un profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una
palabra que yo no he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses, ese profeta
morirá."
Salmo responsorial
Salmo 94 (95)
Venid, cantemos gozosos a Yahveh,
aclamemos a la Roca de nuestra salvación;
con acciones de gracias vayamos ante él,
aclamémosle con salmos.
Porque es Yahveh un Dios grande,
Rey grande sobre todos los dioses;
en sus manos están las honduras de la tierra,
y suyas son las cumbres de los montes;
suyo el mar, pues él mismo lo hizo,
y la tierra firme que sus manos formaron.
Entrad, adoremos, prosternémonos,
¡de rodillas ante Yahveh que nos ha hecho!
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros el pueblo de su pasto,
el rebaño de su mano.
¡Oh, si escucharais hoy su voz!:
No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá,
como el día de Massá en el desierto,
donde me pusieron a prueba vuestros padres,
me tentaron aunque habían visto mi obra.
Cuarenta años me asqueó aquella generación,
y dije: Pueblo son de corazón torcido,
que mis caminos no conocen.
"Y por eso en mi cólera juré:
¡No han de entrar en mi reposo!"""
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Segunda Lectura
Primera Corintios 7,32-35
Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del
Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de
cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la
doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el
espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su
marido. Os digo esto para vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para
moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor, sin división.
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 1,21-28
Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y
quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene
autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre
poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros
contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de
Dios.» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y agitándole
violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron
pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una
doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le
obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de
Galilea.
Homilía
Después de abandonar el desierto de Judá y volver a Galilea, Jesús no se quedó en
Nazaret, y eligió para vivir Cafarnaún, una ciudad en medio de una importante arteria
que unía dos grandes centros urbanos, Tolemaide y Damasco. Marcos escribe que tras
entrar en la ciudad fue inmediatamente a la sinagoga a predicar. Podríamos decir que
se pone manos a la obra inmediatamente, sin dudarlo, y con la clara intención de
enseñar a la ciudad la sabiduría de Dios. Además, había venido para eso. El Evangelio
es levadura de una nueva vida para todos, no está reservada sólo para algunos ni debe
quedarse al margen de la vida. Las ciudades de los hombres lo necesitan. Marcos, a
diferencia de Mateo y Lucas, no relata las bienaventuranzas, prefiere subrayar la
autoridad con la que enseñaba Jesús. Escribe: “Quedaban asombrados de su doctrina,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Cafarnaún
estaba llena de escribas, de doctores, de teólogos, pero nadie hablaba con la autoridad
con la que hablaba Jesús, con palabras que parecían decisivas para la vida de la gente
y que reclamaban decisiones comprometedoras. Nadie podía quedar indiferente a sus
enseñanzas: los que escuchaban se veían como forzados a decidir. Los numerosos
escribas, a pesar de abundar en palabras, dejaban a sus interlocutores a su suerte o a
la suerte de las modas de cada momento.
Bien visto, hay una analogía con la situación actual. Nuestras ciudades están
sumergidas en una profunda crisis de valores y de comportamientos. A menudo, dentro
de cada persona, conviven convicciones diferentes, retazos de culturas a veces
contradictorias. Podríamos decir que una de las características de nuestra sociedad
contemporánea y de nuestras ciudades es la de tener muchas y, a la vez, ninguna
cultura, hasta poder hipotetizar la afirmación de un modelo de ciudad politeísta más
que secular. Cada uno parece tener su templo, su escriba y su predicador. El problema
de la ciudad politeísta es la ausencia de un “maestro”, es decir, de uno que enseña con
autoridad.
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En este contexto es fácil caer en manos de tantos “espíritus inmundos” que someten el
corazón y no soportan ser molestados en su dominio. En el episodio narrado por
Marcos los espíritus que poseen al hombre que está en la sinagoga gritan a Jesús:
“¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazareth?” Es la oposición radical a quien
quiere molestar su poder incondicional en el corazón del hombre. No contrastan de
forma abstracta la obra de Jesús, no quieren que intervenga en sus vidas. Es la
oposición a la autoridad del Evangelio en la vida. Y esto sucede cada vez que
impedimos que el Evangelio cambie el corazón o que hable con autoridad sobre
nuestros comportamientos. Jesús ha venido a liberar a los hombres de toda esclavitud,
por esto grita: “¡Cállate!, sal de él”, y el espíritu inmundo se aleja. Ante los numerosos
espíritus inmundos que someten a los hombres y a las mujeres de hoy se necesita que
resuene de nuevo el grito de Jesús contra ellos. Todo discípulo está llamado a recoger
este desafío, reproponer la autoridad del Evangelio sobre su vida y sobre la de los
demás. Es el tiempo de gritar el Evangelio desde los tejados para que se alejen los
espíritus que dominan y crezca una nueva cultura, la de la misericordia. Todo esto
podrá suceder sólo si cada creyente, y la entera comunidad eclesial, encuentran el
valor de volver a proponer el Evangelio “sine glossa”, como decía Francisco de Asís.
Sólo esta autoridad es la que “manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen”
(Mc 1, 27).
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30/01/2006
Memoria de los pobres
Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la
no-violencia, trabajan por la paz.
Canto de los Salmos
Salmo 43 (44)
Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos,
nos lo contaron nuestros padres,
la obra que tú hiciste en sus días,
en los días antiguos,
y con tu propia mano.
Para plantarlos a ellos, expulsaste naciones,
para ensancharlos, maltrataste pueblos;
no por su espada conquistaron la tierra,
ni su brazo les dio la victoria,
sino que fueron tu diestra y tu brazo,
y la luz de tu rostro, porque los amabas.
Tú sólo, oh Rey mío, Dios mío,
decidías las victorias de Jacob;
por ti nosotros hundíamos a nuestros adversarios,
por tu nombre pisábamos a nuestros agresores.
No estaba en mi arco mi confianza,
ni mi espada me hizo vencedor;
que tú nos salvabas de nuestros adversarios,
tú cubrías de vergüenza a nuestros enemigos;
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en Dios todo el día nos gloriábamos,
celebrando tu nombre sin cesar. Pausa.
Y con todo, nos has rechazado y confundido,
no sales ya con nuestras tropas,
nos haces dar la espalda al adversario,
nuestros enemigos saquean a placer.
Como ovejas de matadero nos entregas,
y en medio de los pueblos nos has desperdigado;
vendes tu pueblo sin ventaja,
y nada sacas de su precio.
De nuestros vecinos nos haces la irrisión,
burla y escarnio de nuestros circundantes;
mote nos haces entre las naciones,
meneo de cabeza entre los pueblos.
Todo el día mi ignominia está ante mí,
la vergüenza cubre mi semblante,
bajo los gritos de insulto y de blasfemia,
ante la faz del odio y la venganza.
Nos llegó todo esto sin haberte olvidado,
sin haber traicionado tu alianza.
¡No habían vuelto atrás nuestros corazones,
ni habían dejado nuestros pasos tu sendero,
para que tú nos aplastaras en morada de chacales,
y nos cubrieras con la sombra de la muerte!
Si hubiésemos olvidado el nombre de nuestro Dios
o alzado nuestras manos hacia un dios extranjero,
¿no se habría dado cuenta Dios,
él, que del corazón conoce los secretos?
Pero por ti se nos mata cada día,
como ovejas de matadero se nos trata.
¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor?
¡Levántate, no rechaces para siempre!
¿Por qué ocultas tu rostro,
olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?
Pues nuestra alma está hundida en el polvo,
pegado a la tierra nuestro vientre.
¡Alzate, ven en nuestra ayuda,
rescátanos por tu amor!
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 7,1-10
Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm.
Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste.
Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para
rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban
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insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo,
y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de
la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no
soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a
tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy
un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro:
"Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.» Al oír esto Jesús, quedó admirado
de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he
encontrado una fe tan grande.» Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al
siervo sano.
Una vez terminado el discurso de las bienaventuranzas, Jesús entra en Cafarnaún.
Aquí hay un centurión romano, pagano y representante del opresor. Sin embargo, debe
ser un hombre bueno puesto que manifiesta una atención especial por los judíos. Ha
ayudado, por ejemplo, a construir la sinagoga. Está preocupado por un criado suyo
afectado por una grave enfermedad. Esta preocupación lo empuja a dirigirse a Jesús
para que intervenga a favor de aquel siervo. Primero envía a los notables al joven
profeta, pero termina por involucrarse personalmente. Dos sentimientos emergen en
este centurión romano: el amor que manifiesta por su criado, que le hace tratarle como
a un hijo, y la confianza que pone en el joven profeta de Nazareth. Son dos
sentimientos que conmueven a Jesús. El amor por aquel siervo le hace superar toda
incertidumbre y la confianza en Jesús es tan fuerte que le hace pronunciar aquellas
palabras que todos los cristianos siguen pronunciando hoy durante la Liturgia
Eucarística: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme”. Este centurión pagano se convierte en la imagen del verdadero
creyente, de quien ama al necesitado y cree que basta sólo una palabra de Jesús para
salvar la vida.
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31/01/2006
Memoria de la Madre del Señor
Recuerdo de Modesta, vagabunda que fue abandonada a la muerte en la estación Termini
de Roma, y que no recibió asistencia de urgencia porque estaba sucia. Con ella
recordamos a todos las personas sin hogar que han muerto.
Canto de los Salmos
Salmo 44 (45)
Bulle mi corazón de palabras graciosas;
voy a recitar mi poema para un rey:
es mi lengua la pluma de un escriba veloz.
Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán,
la gracia está derramada en tus labios.
Por eso Dios te bendijo para siempre.
Ciñe tu espada a tu costado, oh bravo,
en tu gloria y tu esplendor
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marcha, cabalga,
por la causa de la verdad, de la piedad, de la
justicia.
¡Tensa la cuerda en el arco, que hace terrible tu
derecha!
Agudas son tus flechas, bajo tus pies están los pueblos,
desmaya el corazón de los enemigos del rey.
Tu trono es de Dios para siempre jamás;
un cetro de equidad, el cetro de tu reino;
tú amas la justicia y odias la impiedad.
Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido
con óleo de alegría más que a tus compañeros;
mirra y áloe y casia son todos tus vestidos.
Desde palacios de marfil laúdes te recrean.
Hijas de reyes hay entre tus preferidas;
a tu diestra una reina, con el oro de Ofir.
Escucha, hija, mira y pon atento oído,
olvida tu pueblo y la casa de tu padre,
y el rey se prendará de tu belleza.
El es tu Señor, ¡póstrate ante él!
La hija de Tiro con presentes,
y los más ricos pueblos recrearán tu semblante.
Toda espléndida, la hija del rey, va adentro,
con vestidos en oro recamados;
con sus brocados el llevada ante el rey.
Vírgenes tras ella, compañeras suyas,
donde él son introducidas;
entre alborozo y regocijo avanzan,
al entrar en el palacio del rey.
En lugar de tus padres, tendrás hijos;
príncipes los harás sobre toda la tierra.
¡Logre yo hacer tu nombre memorable por todas las generaciones,
y los pueblos te alaben por los siglos de los siglos!
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 7,11-17
Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus
discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad,
sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que
acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le
dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él
dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se
lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un
gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo
que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.
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En la pequeña ciudad de Naím un joven ha muerto. Es el hijo único de una madre
viuda. Para esta madre la vida parece ya totalmente inútil. No le queda más que
enterrar a aquel único hijo que hasta ahora le llenaba la vida. Y los demás sólo pueden
acompañarla en este terrible momento de dolor. Jesús, viendo aquella comitiva
fúnebre, se conmueve por aquella viuda que acompaña al cementerio a su único hijo.
Se acerca y le dice que no llore. Sabe que lo que es imposible para los hombres es
posible para Dios. Después toma la mano del joven muerto y le dice: “Joven, a ti te
digo: Levántate”, y aquel joven se levanta y empieza a hablar. ¿No había dicho el
centurión: “Mándalo de palabra, y quede sano mi criado? ”. El Evangelio devuelve la
vida a quien la ha perdido, da una nueva energía a quien la ha perdido, da un corazón
nuevo a quien lo tiene de piedra, da hermanos y hermanas a quien está solo. ¡Cuántos
son los jóvenes que hoy viven sin esperanza por su futuro! Hace falta que alguien se
acerque y les diga con autoridad: “Joven, a ti te digo: Levántate” para devolverles la
vida.
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01/02/2006
Memoria de los santos y de los profetas
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 7,18-23
Sus discípulos llevaron a Juan todas estas noticias. Entonces él, llamando a dos de
ellos, los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a
otro?» Llegando donde él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado
a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» En aquel momento
curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a
muchos ciegos. Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los
ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle
escándalo en mí!»
Juan está en la cárcel y, como si representara el estado de esclavitud de la humanidad
entera, espera al Mesías liberador. El hombre de la justicia no ha dejado de esperar ni
se ha resignado ante la vida triste y violenta del mundo. Desde la cárcel envía a los
suyos a Jesús para que le pregunten: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar
a otro?”. Juan cree en las promesas de Dios y parece querer acelerarlas. La respuesta
de Jesús es clara; recuerda un pasaje del profeta Isaías –cuyos elementos había ya
recordado en la homilía de Nazaret– en el que se describe lo que sucede a la llegada
del Mesías: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos
oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva”. Jesús sabe que
Juan es un hombre atento a la Escritura, y que las palabras dichas a sus discípulos le
convencerían de que la profecía de Isaías se había cumplido. Aún hoy estos son los
signos que manifiestan la llegada del Mesías y la proximidad del reino de Dios. Servir a
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los enfermos y a los débiles, devolver la vista a quien no ve y la fuerza a quien no
camina, y anunciar el Evangelio a los pobres es la respuesta más auténtica y clara a la
solicitud de salvación que nace de los hombres también al comienzo de este nuevo
milenio
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02/02/2006
Memoria de la Iglesia
Festividad de la presentación de Jesús en el Templo. Recuerdo de los dos ancianos,
Simeón y Ana, que esperaban con fe al Señor. Oración por los ancianos. Recuerdo del
centurión Cornelio, primer pagano convertido y bautizado por Pedro.
Canto de los Salmos
Salmo 45 (46)
Dios es para nosotros refugio y fortaleza,
un socorro en la angustia siempre a punto.
Por eso no tememos si se altera la tierra,
si los montes se conmueven en el fondo de los mares,
aunque sus aguas bramen y borboten,
y los montes retiemblen a su ímpetu.
(¡Con nosotros Yahveh Sebaot,
baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!) Pausa.
¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios,
santificando las moradas del Altísimo.
Dios está en medio de ella, no será conmovida,
Dios la socorre al llegar la mañana.
Braman las naciones, se tambalean los reinos,
lanza él su voz, la tierra se derrite.
¡Con nosotros Yahveh Sebaot,
baluarte para nosotros, el Dios de Jacob! Pausa.
Venid a contemplar los prodigios de Yahveh,
el que llena la tierra de estupores.
Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra;
quiebra el arco, parte en dos la lanza,
y prende fuego a los escudos.
"¡Basta ya; sabed que yo soy Dios,
excelso sobre las naciones, sobre la tierra excelso!"
¡Con nosotros Yahveh Sebaot,
baluarte para nosotros, el Dios de Jacob! Pausa.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,21-38
El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario.
Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el
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Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se
cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer
Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho
por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres.» Al
sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel
saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»
María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel
le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira,
también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes
de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo
María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel
dejándola se fue.
La fiesta de la Presentación de Jesús en es una de las pocas celebradas en común con
las Iglesias cristianas de Oriente y de Occidente. Se tiene ya memoria de ella en los
primeros siglos en Jerusalén (se la llamaba del “Solemne encuentro”), y una procesión
por las calles de la ciudad recordaba el viaje de la Sagrada Familia desde Belén a
Jerusalén con Jesús recién nacido. Aún hoy la Santa Liturgia prevé la procesión, a la
que se añadió desde el siglo X la bendición de las velas, que dio el nombre popular de
“candelaria” a esta fiesta. La luz que se nos entrega en las manos nos une a Simeón y
a Ana que acogen al niño, “luz, para iluminar a las naciones”, como canta Simeón
retomando las palabras del profeta Isaías en los capítulos 42 y 49 sobre el Siervo de
Yahvé.
Jesús es pequeño, tiene apenas cuarenta días, y es llevado a Jerusalén. Es su
primer viaje, pero ya prefigura el último. Volverá a la ciudad santa al final de su vida,
pero ya no para ser ofrecido en el Templo, ya no en los brazos de Simeón, sino que
será llevado fuera de los muros de la ciudad y será clavado en los brazos de la cruz.
Hoy los brazos de Simeón lo toman y lo mecen con cariño, pero en las palabras de este
viejo sabio se ve ya el futuro del Niño: “Está puesto para caída y elevación de muchos
en Israel, y como signo de contradicción... a fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones”, y mirando a la madre –como prediciendo la escena
de la cruz- añade: “¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma”. Simeón, hombre
justo y temeroso de Dios que “esperaba el consuelo de Israel... Movido por el Espíritu,
vino al Templo... le tomó en brazos y bendijo a Dios”. Como habían hecho María y
José, ahora también Simeón tomó al niño en brazos y fue invadido por una consolación
sin límites hasta el punto que de su corazón salió una de las oraciones más hermosas
de la Biblia: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en
paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los
pueblos, luz para iluminar a las naciones”.
Simeón era anciano, como también la profetisa Ana (el Evangelio dice la edad,
ochenta y cuatro años). En ellos están representados todo Israel y la humanidad entera
que espera la “redención”, pero podemos ver también a las personas de avanzada
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edad, los ancianos. Simeón y Ana son el ejemplo de una hermosa ancianidad. Es fácil
en nuestra sociedad distinguir ancianos, hombres y mujeres, que piensan con tristeza y
resignación en su futuro, y cuya única consolación es la añoranza de la juventud
pasada. El Evangelio de hoy parece decir con voz alta –y es justo gritarlo en nuestras
sociedades que se han vuelto especialmente crueles hacia los ancianos- que el tiempo
de la vejez no es un naufragio ni una desgracia, que no es un tiempo en el que sufrir
tristemente sino un tiempo en el que vivir con esperanza. Simeón y Ana parecen salir
de este nutrido coro de gente triste y angustiada para decir al mundo: ¡es hermoso ser
anciano! Sí, la vejez se puede vivir con plenitud y con alegría siempre que se pueda
estar acompañado, siempre que se pueda acoger en los brazos un poco de amor, un
poco de compañía, un poco de cariño. Su canto es inconcebible e incomprensible en
una sociedad donde sólo cuenta la fuerza y la riqueza, donde lo que vale es la
satisfacción individual, aunque de esta mentalidad –y ésta es la trágica contradicción
aceptada por la mayoría- nazca la violencia y la crueldad.
Hoy vienen a nuestro encuentro Simeón y Ana, nos anuncian el Evangelio, la
buena noticia, a toda nuestra sociedad: un niño, ni fuerte ni rico sino débil y pobre,
puede consolar, alegrar y hacer fructífera la vejez. Así fue para ellos, no cerraron los
ojos ante su debilidad, ante la disminución de sus fuerzas, sino que encontraron una
nueva energía en aquel niño, un nuevo sentido para su vejez. Simeón, tras haber
tomado entre sus brazos al niño, pudo cantar el “Nunc dimittis”, y no con la tristeza de
quien no sabía qué le sucedería; y Ana, la anciana, de aquel encuentro recibió una
nueva fuerza para alabar a Dios y hablar de aquel niño a quien se encontraba. Junto al
grupo de los pastores y los magos, ellos figuran entre los primeros misioneros del
Evangelio. Esta página evangélica del “Solemne encuentro” entre un Niño y dos
ancianos revela lo plena y hermosa que es la vida: el Niño, el pequeño libro de los
Evangelios, puesto en la mano y en el corazón de los ancianos, sigue produciendo hoy
milagros increíbles. La fragilidad de la vida, incluso la que llega con el paso de los
años, no es una condena cuando se encuentra con el amor y la fuerza de Dios. El
Evangelio sabe extraer nuevas energías incluso de quien parece haber sido dejado de
lado. La edad anciana puede ser motivo de una nueva llamada: baste pensar en el
tiempo que se tiene para rezar por la Iglesia, por la propia comunidad, por el mundo
entero, para invocar la paz o para también para visitar al necesitado y testimoniar la
esperanza en el Señor. Nadie está excluido de la alegría del Evangelio, es el milagro
que Jesús realiza en quien le acoge entre sus brazos.
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03/02/2006
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 7,24-30
Cuando los mensajeros de Juan se alejaron, se puso a hablar de Juan a la gente:
«¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a
ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y
viven con molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta?
Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que envío mi
mensajero delante de ti,
que preparará por delante tu camino. «Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay
ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor
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que él. Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia
de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los legistas,
al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios sobre ellos.
Después de que los discípulos del Bautista se hubieran alejado, Jesús hizo un elogio
de este profeta ante toda la muchedumbre. Juan es más que un profeta: ha venido para
preparar el camino al Mesías. En este sentido, podríamos decir que todo creyente y la
misma comunidad cristiana son un poco como el Bautista: deben preparar los
corazones de los hombres y de las mujeres para recibir al Señor Jesús que pasa y
llama a la puerta del corazón de todos. De hecho, el discípulo no vive para hablar de sí
mismo y de sus hazañas, ni para afirmar sus ideas o sus convicciones. Toda la vida del
discípulo está al servicio del Evangelio. El discípulo de Jesús trabaja para que el
Evangelio llegue a los confines de la tierra, toque el corazón de los hombres y los
convierta. A los discípulos y a las comunidades cristianas, no importa que sean
pequeñas o grandes, se les pide la tarea de seguir mostrando a Jesús a los hombres y
decir: “He ahí el Cordero de Dios”. Es necesario decirlo con las palabras y con el
testimonio de la vida, precisamente como hizo Juan Bautista.
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04/02/2006
Vigilia del domingo
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 7,31-35
«¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se
parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a
otros diciendo: "Os hemos tocado la flauta,
y no habéis bailado,
os hemos entonando endechas,
y no habéis llorado." «Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía
vino, y decís: "Demonio tiene." Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís:
"Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores." Y la
Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos.»
Las palabras evangélicas expresan un juicio duro sobre la generación que no
comprendía ni al Bautista ni al Hijo del hombre. Más adelante Jesús acusará de nuevo:
“¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros y habré de
soportaros?” (Lc 9, 41). También Pedro, al salir del Cenáculo el día de Pentecostés,
dijo a los que escuchaban: “Salvaos de esta generación perversa” (Hch 2,40). No se
trata de una toma de posición pesimista por parte de Jesús y de Pedro, sino más bien
de reconocer la ceguera de toda generación para entender los “signos de los tiempos”,
es decir, los signos de Dios y de la salvación que están escritos en la historia humana.
En general, estamos todos tan preocupados por nosotros mismos y por nuestro
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egocentrismo que no somos capaces de ver más allá de nuestras cosas. Es
emblemático lo que dice Jesús: Juan, que hace penitencia, es acusado de estar
poseído por un demonio, y él, que come y bebe, es acusado de ser un glotón. A
menudo caemos todos en actitudes irritadas o de lamento porque a toda costa
queremos defendernos a nosotros mismos y nuestro pequeño mundo.
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05/02/2006
Liturgia del domingo
V del tiempo ordinario
Primera Lectura
Job 7,1-4.6-7
¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra?
¿no son jornadas de mercenario sus jornadas? Como esclavo que suspira por la
sombra,
o como jornalero que espera su salario, así meses de desencanto son mi herencia,
y mi suerte noches de dolor. Al acostarme, digo: "¿Cuándo llegará el día?"
Al levantarme: "¿Cuándo será de noche?",
y hasta el crepúsculo ahíto estoy de sobresaltos. Mis días han sido más raudos que la
lanzadera,
han desaparecido al acabarse el hilo. Recuerda que mi vida es un soplo,
que mis ojos no volverán a ver la dicha.
Salmo responsorial
Salmo 146 (147, 1-11)
¡Aleluya!
Alabad a Yahveh, que es bueno salmodiar,
a nuestro Dios, que es dulce la alabanza.
Edifica Yahveh a Jerusalén,
congrega a los deportados de Israel;
él sana a los de roto corazón,
y venda sus heridas.
El cuenta el número de estrellas,
y llama a cada una por su nombre;
grande es nuestro Señor, y de gran fuerza,
no tiene medida su saber.
Yahveh sostiene a los humildes,
hasta la tierra abate a los impíos.
Cantad a Yahveh en acción de gracias,
salmodiad a la cítara para nuestro Dios:
El que cubre de nubes los cielos,
el que lluvia a la tierra prepara,
el que hace germinar en los montes la hierba,
y las plantas para usos del hombre,
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el que dispensa al ganado su sustento,
a las crías del cuervo cuando chillan.
No le agrada el brío del caballo,
ni se complace en los músculos del hombre.
Se complace Yahveh en los que le temen,
en los que esperan en su amor.
Segunda Lectura
Primera Corintios 9,16-19.22-23
Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que
me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa,
ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión
que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio
entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio.
Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los
más que pueda. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he
hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el
Evangelio para ser partícipe del mismo.
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 1,29-39
Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La
suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y,
tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al
atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad
entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de
diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los
demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se
levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus
compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» El les
dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique;
pues para eso he salido.» Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y
expulsando los demonios.
Homilía
El evangelista Marcos comienza su Evangelio narrando el primer día de Jesús en
Cafarnaún. Es como un día típico de Jesús, que inmediatamente se presenta muy
distinto de nuestros días, marcados muy a menudo por la monotonía, la tristeza, la
banalidad y a veces por la ausencia de sentido. Otras veces la dureza y lo dramático de
la vida son los que dominan el ritmo en nuestra vida, y entonces sentimos como algo
verdadero para nosotros las palabras escritas en el libro de Job: “El hombre en la tierra
cumple un servicio, vida de mercenario es su vida”. Si nuestra mirada se dirige después
hacia aquellos que se ven afectados directamente por la violencia, por la injusticia o por
la guerra (tanto las conocidas como aquellas otras, no pocas, de las que nadie habla),
el lamento de Job adquiere un valor aún más trágico: “También yo comparto meses
baldíos, noches de agobio me tocan en suerte. Al acostarme pienso: «¿Cuándo llegará
el día?», y al levantarme: «¿Cuándo se hará de noche? Me harto de pesadillas hasta el
alba. ... Recuerda: mi vida es sólo un soplo, mis ojos ya no verán la dicha”. La vida de
los hombres es realmente dura, nos dice este pasaje de la Escritura. Pues bien, la
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“jornada de Cafarnaún” que hoy se nos anuncia en el Evangelio entra en nuestros días
para infundir fuerza y energía, como la levadura en la masa que la fermenta por
completo.
Después de haber expulsado un espíritu inmundo de un pobre hombre mientras se
encontraba en la Sinagoga, Jesús va a la casa de Simón y de Andrés. Quizás buscaba
un poco de reposo. Pero apenas entró le hablan de la suegra de Simón que está con
fiebre. Jesús la cura inmediatamente; no dice ninguna palabra, ni siquiera una oración,
la toma de la mano y la levanta. Es una narración simple, pero contiene toda la fuerza
victoriosa de Jesús contra el mal (no es casualidad que el evangelista use para indicar
la curación de la mujer el mismo verbo que usa para la resurrección de Jesús). La
respuesta de la mujer “se puso a servirles” no es un gesto de agradecida cortesía, sino
de “diaconía” (verbo utilizado para indicar lo que la mujer se puso a hacer), es decir, el
servicio al Señor y a los hermanos.
En esta curación es como si estuvieran presentes las demás curaciones, las que hizo el
Señor a lo largo de su vida terrena y las de los discípulos de todos los tiempos. De
hecho, rápidamente, el evangelista amplía la escena y pasa de la curación de una
persona a la curación de muchos. Es como para decir que Jesús ha venido para luchar
contra el mal, contra todo tipo de mal, ya sea físico o mental. Ya emerge aquí, en la
primera página del Evangelio, y así debe ser en la vida de la Iglesia, la “compasión”
hacia los débiles, los enfermos, los pobres, las multitudes cansadas y abatidas de las
que oiremos hablar en los Evangelios de los próximos domingos. Esta compasión
resume en cierto modo toda la misión de Jesús. Era aún el mismo día –destaca el
evangelista- y “a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la
ciudad entera estaba agolpada a la puerta”. Se había puesto el sol y el mundo ya no
daba luz ni esperanza; toda la ciudad se había reunido ante aquella puerta, ante la
puerta de la casa donde estaba Jesús, la única luz que no se ponía. Automáticamente
vienen a la cabeza los millones de personas afectadas por la guerra y el hambre que
vagan buscando una puerta a la que llamar. ¿Cómo no pensar también en las puertas
de nuestras comunidades eclesiales que son con frecuencia el puerto para los pobres y
los desesperados? ¿Saben estas puertas abrirse para consolar y curar? El evangelista
dice que Jesús curó a muchos.
Y cuando todos se hubieron ido, curados y animados, Jesús salió y se fue a un lugar
apartado para rezar. Aquel momento era, en verdad, el culmen y la fuente de todos sus
días, de todo lo que hacía. Era su obra primera y fundamental. Y podemos imaginar la
oración nocturna de Jesús que, durante un día entero, había tocado con su propia
mano la angustia y las esperanzas de tantas personas. La intimidad con el Padre no
era una fuga del mundo y de la vida para gozar finalmente de un poco de tranquilidad,
que además merecía. Probablemente aquellos encuentros eran coloquios apasionados
(quizá también dramáticos) entre el Hijo y el Padre sobre la misión que había recibido,
sobre la situación del mundo, sobre la salvación de todos los que Jesús había
encontrado y de los que aún debería encontrar. Esto puede explicar su reacción
cuando los discípulos, después de llegar donde estaba, le dicen que todo el mundo le
busca: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique”.
Jesús no se detiene en una sola casa, en un solo grupo, en una sola nación o en una
sola civilización, y no sale por una sola puerta. Quiere visitar todas las casas porque en
todas partes hay necesidad del Evangelio.
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06/02/2006
Memoria de los pobres
Canto de los Salmos
Salmo 46 (47)
¡Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de alegría!
Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible,
Rey grande sobre la tierra toda.
El somete a nuestro yugo los pueblos,
y a las gentes bajo nuestros pies;
él nos escoge nuestra herencia,
orgullo de Jacob, su amado.
Sube Dios entre aclamaciones,
Yahveh al clangor de la trompeta:
¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad,
salmodiad para nuestro Rey, salmodiad!
Que de toda la tierra él es el rey:
¡salmodiad a Dios con destreza!
Reina Dios sobre las naciones,
Dios, sentado en su sagrado trono.
Los príncipes de los pueblos se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham.
Pues de Dios son los escudos de la tierra,
él, inmensamente excelso.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 7,36-50
Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la
mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba
comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose
detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con
los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría
quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.» Jesús le
respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» El dijo: «Di, maestro.» Un acreedor tenía
dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para
pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?» Respondió Simón:
«Supongo que aquel a quien perdonó más.» El le dijo: «Has juzgado bien», y
volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no
me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha
secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de
besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con
perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha
mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.» Y le dijo a
ella: «Tus pecados quedan perdonados.» Los comensales empezaron a decirse para
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sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te
ha salvado. Vete en paz.»
Mientras Jesús está a la mesa invitado por un fariseo, una prostituta se acerca y,
llorando, le unge los pies. No hay duda de que la escena es singular y se comprende la
reacción de los presentes, vistas las costumbres del tiempo. Es una reacción de
molestia por aquella mujer que entró en la casa y alteró la comida, pero es al mismo
tiempo un severo juicio hacia Jesús, que no sólo no parece darse cuenta de quién es
aquella mujer, sino que la deja que continúe su gesto inoportuno. En definitiva, Jesús,
como mínimo, no entiende: está fuera del mundo y de las costumbres ordinarias que
regulan la vida. En realidad, eran ellos, los presentes, los que no comprendían ni el
amor de aquella mujer y su deseo de ser perdonada, ni el amor de Jesús. Al contrario
que los fariseos, Jesús, que lee en lo profundo de los corazones, comprendió el amor
de aquella mujer, la recibió y la perdonó. Y para hacer comprender sus sentimientos
explica la breve parábola de los dos acreedores. Desvela así al fariseo que lo
hospedaba su mezquindad con respecto a la ternura de aquella mujer que “no ha
dejado de besarme los pies”. Y añade: “Quedan perdonados sus muchos pecados,
porque ha mostrado mucho amor”. El amor, efectivamente, borra los pecados y cambia
la vida.
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07/02/2006
Memoria de la Madre del Señor
7 de febrero de 1968: recuerdo del inicio de la Comunidad de Sant’Egidio. Un grupo de
estudiantes de un instituto de Roma empezó a reunirse alrededor del Evangelio y del
amor por los pobres. Acción de gracias al Señor por el don de la Comunidad.
Canto de los Salmos
Salmo 47 (48)
Grande es Yahveh, y muy digno de loa
en la ciudad de nuestro Dios;
su monte santo,
de gallarda esbeltez,
es la alegría de toda la tierra;
el monte Sión, confín del Norte,
la ciudad del gran Rey:
Dios, desde sus palacios,
se ha revelado como baluarte.
He aquí que los reyes se habían aliado,
irrumpían a una;
apenas vieron, de golpe estupefactos,
aterrados, huyeron en tropel.
Allí un temblor les invadió,
espasmos como de mujer en parto,
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tal el viento del este que destroza
los navíos de Tarsis.
Como habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad de Yahveh Sebaot,
en la ciudad de nuestro Dios,
que Dios afirmó para siempre. Pausa.
Tu amor, oh Dios, evocamos
en medio de tu Templo;
¡como tu nombre, oh Dios, tu alabanza
hasta los confines de la tierra!
De justicia está llena tu diestra,
el monte Sión se regocija,
exultan las hijas de Judá
a causa de tus juicios.
Dad la vuelta a Sión, girad en torno de ella,
enumerad sus torres;
grabad en vuestros corazones sus murallas,
recorred sus palacios;
para contar a la edad venidera
que así es Dios,
nuestro Dios por los siglos de los siglos,
aquel que nos conduce.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 8,1-3
Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la
Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que
habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena,
de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de
Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
El evangelista explica que Jesús sigue recorriendo las calles de Galilea en compañía
de los “Doce” y de algunas mujeres, enseñando y realizando curaciones. Por donde
pasa, Jesús crea entre la gente una sensación de nueva esperanza, de fiesta, de
esperanza de vida. Ejemplo de este nuevo estilo de Jesús es aquel grupo de mujeres
que lo siguen y que están con él. Ellas, escribe Lucas, “habían sido curadas de
espíritus malignos y enfermedades”, y habían decidido seguir a aquel joven profeta
poniendo todos sus bienes a su servicio y al servicio de sus discípulos. Formaban parte
totalmente de aquel nuevo grupo que Jesús había creado, haciendo de él una
verdadera comunidad de hermanos y hermanas. Esta indicación del evangelista es
importante porque muestra hasta qué punto Jesús iba más allá de las costumbres de
su tiempo. Efectivamente, era impensable para las costumbres rabínicas de la época
hacer entrar en el círculo de los discípulos también a las mujeres. Jesús, sin embargo,
las asocia a su misión, como se ve también en otras páginas evangélicas, y demuestra
que el discipulado supera todas las barreras, incluso las que parecen más difíciles de
abatir.
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08/02/2006
Memoria de los santos y de los profetas
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 8,4-15
Habiéndose congregado mucha gente, y viniendo a él de todas las ciudades, dijo en
parábola: «Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo
largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre
piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de
abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y
creciendo dio fruto centuplicado.» Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír,
que oiga.» Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, y él dijo: «A
vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en
parábolas, para que viendo, no vean
y, oyendo, no entiendan. «La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de
Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se
lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre piedra son
los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por
algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten. Lo que cayó entre los abrojos, son
los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones,
las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Lo que en buena tierra,
son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y
dan fruto con perseverancia.
Se podría decir que esta parábola está entre las más importantes, ya que Jesús mismo
da su explicación, como si quisiera decir: si no se entiende esta, tampoco se
entenderán las demás. Y en efecto, con ella Jesús quiere mostrar no sólo la necesidad
de escuchar el Evangelio sino también de cómo escucharlo. Sin embargo, el primer
elemento que resalta en la parábola no se refiere a quien escucha, sino al sembrador,
que se presenta muy generoso a la hora de esparcir la semilla (la Palabra). La siembra
por todas partes, incluso por el camino y entre las piedras, esperando encontrar
también allí un puñado de tierra donde arraigar y crecer. Para Jesús, el primer
sembrador, no hay ningún terreno que no sea idóneo para recibir el Evangelio. Y el
terreno es la vida de cada hombre y de cada mujer, independientemente de la cultura o
grupo al que pertenezcan. Aun así, la parábola no pretende clasificar a los hombres,
diciendo que unos serían terreno bueno y otros terreno malo. En realidad, cada uno de
nosotros se parece a todos los tipos de terreno, a veces pedregoso, otras lleno de
espinas, otras veces lleno de preocupaciones y otras terreno bueno. La parábola invita
a todos a abrir el corazón para acoger la Palabra de Dios y cuidarla con perseverancia
sin dejarla sucumbir por las preocupaciones que la ahogarían. El Señor, en cualquier
caso, continuará saliendo por la mañana para sembrar su Palabra en nuestros
corazones, y nos pedirá que le acompañemos para sembrarlo también en otras partes,
para que el Evangelio sea sembrado con generosidad en todo el mundo, para que sea
acogido y dé frutos de amor y misericordia.
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09/02/2006
Memoria de la Iglesia
Canto de los Salmos
Salmo 48 (49)
¡Oídlo, pueblos todos,
escuchad, habitantes todos de la tierra,
hijos de Adán, así como hijos de hombre,
ricos y pobres a la vez!
Mi boca va a decir sabiduría,
y cordura el murmullo de mi corazón;
tiendo mi oído a un proverbio,
al son de cítara descubriré mi enigma.
¿Por qué temer en días de desgracia
cuando me cerca la malicia de los que me hostigan,
los que ponen su confianza en su fortuna,
y se glorían de su gran riqueza?
¡Si nadie puede redimirse
ni pagar a Dios por su rescate!;
es muy cara la redención de su alma,
y siempre faltará,
para que viva aún y nunca vea la fosa.
Se ve, en cambio, fenecer a los sabios,
perecer a la par necio y estúpido,
y dejar para otros sus riquezas.
Sus tumbas son sus casas para siempre,
sus moradas de edad en edad;
¡y a sus tierras habían puesto sus nombres!
El hombre en la opulencia no comprende,
a las bestias mudas se asemeja.
Así andan ellos, seguros de sí mismos,
y llegan al final, contentos de su suerte. Pausa.
Como ovejas son llevados al seol,
los pastorea la Muerte,
y los rectos dominarán sobre ellos.
Por la mañana se desgasta su imagen,
¡el seol será su residencia!
Pero Dios rescatará mi alma,
de las garras del seol me cobrará.
No temas cuando el hombre se enriquece,
cuando crece el boato de su casa.
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Que a su muerte, nada ha de llevarse,
su boato no bajará con él.
Aunque en vida se bendecía a sí mismo
- te alaban, porque te has tratado bien -,
irá a unirse a la estirpe de sus padres,
que nunca ya verán la luz.
El hombre en la opulencia no comprende,
a las bestias mudas se asemeja.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 8,16-18
«Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho,
sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada
hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y
descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga,
aun lo que crea tener se le quitará.»
La fe nunca es algo privado o reservado a un pequeño grupo. Al igual que la luz no
existe para sí misma sino para iluminar cuanto se encuentra a su alrededor, igualmente
el creyente y cada comunidad cristiana no viven para sí mismos sino para manifestar a
todos el Evangelio. Dice Jesús: “Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija,
o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero”. Hemos recibido el
Evangelio para darlo a su vez a los hombres y a las mujeres de nuestras ciudades.
Cada comunidad y cada creyente pueden compararse a aquella lámpara de la que
habla Jesús, deben ponerse en alto para que resplandezca a su alrededor la luz del
Evangelio. No se trata, obviamente, de mostrarnos a nosotros mismos o de mostrar
nuestra tradición o nuestra cultura, sino de manifestar la Palabra del Señor que todo
vivifica. Por eso el discípulo está llamado ante todo a escuchar la Palabra de Dios; sólo
después de haberla acogido con el corazón y meditada en la oración puede
comunicarla a los demás. Esa es la esencia de la vida y la misión de cada discípulo y
de cada comunidad cristiana.
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10/02/2006
Memoria de Jesús crucificado
Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480 – ca. 547), hermana de san Benito. Con ella
recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 8,19-21
Se presentaron donde él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a
causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren
verte.» Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la
Palabra de Dios y la cumplen.»
20
Los familiares de Jesús van a buscarle, probablemente para apartarle de la vida que
había emprendido, debido a los no pocos inconvenientes que quizá les causaba
también a ellos. Apenas llegaron a la casa donde se encontraba Jesús, ven una
muchedumbre tan grande que no logran entrar. Encargan a uno de los presentes que
vaya a decir a Jesús que fuera están esperándole su madre y sus hermanos. El
evangelista destaca que los parientes se quedan “fuera” del grupo de los que
escuchan. Jesús responde que su verdadera familia está compuesta por aquellos que
están “dentro” de la casa, a su alrededor, y le escuchan. Los que están “fuera”, aunque
sean parientes carnales, no forman parte de su verdadera familia. El Evangelio crea
una nueva familia que no está hecha por lazos naturales, sino por lazos mucho más
sólidos que el Espíritu de amor crea entre los hombres y las mujeres que le escuchan
con fe. Para ser partícipes de esta familia sólo se pide una cosa: escuchar el Evangelio,
conservarlo en el corazón y ponerlo en práctica, como escribe el prólogo de Juan : “A
todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en
su nombre, los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de
hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13). María, la madre de Jesús, es la
primera de los creyentes porque “creyó que se cumplirían las palabras del Señor”.
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11/02/2006
Vigilia del domingo
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 8,22-25
Sucedió que cierto día subió a una barca con sus discípulos, y les dijo: «Pasemos a la
otra orilla del lago.» Y se hicieron a la mar. Mientras ellos navegaban, se durmió. Se
abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba la barca y estaban en peligro. Entonces,
acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!» El,
habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje, que amainaron, y sobrevino la
bonanza. Entonces les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?» Ellos, llenos de temor, se
decían entre sí maravillados: «Pues ¿quién es éste, que impera a los vientos y al agua,
y le obedecen?»
Mientras se encuentra a orillas del lago de Tiberíades, Jesús sube a una barca con los
discípulos y les dice que vayan a la otra orilla. No es sólo una invitación en el espacio,
sino que tiene un sentido profundo: la predicación del Evangelio no puede detenerse en
los lugares habituales de los discípulos, en la orilla de siempre. El Señor tiene un gran
corazón, y sus ojos miran lejos, hacia los muchos que necesitan encontrarlo y
escucharlo para salvar sus vidas. Sube a la barca con los discípulos y empieza la
travesía del lago. Durante el viaje, quizás por cansancio, Jesús se duerme. Una
tempestad imprevista se abate sobre la barca hasta el punto que hace peligrar la vida
de los discípulos. Es una escena que simboliza bien muchas situaciones difíciles de
nuestra vida. Y los discípulos, al igual que nosotros, se agitan y se asustan. Jesús, en
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cambio, duerme. Los discípulos, atemorizados y agitados, le despiertan y Jesús
devuelve rápidamente la calma al lago. Quien está con el Señor y le invoca en la
oración, nunca será vencido por las tempestades de la vida; las fuerzas del mal, que a
veces parecen prevalecer como las olas de la tempestad, se verán obligadas a callar.
La oración es más fuerte que cualquier tempestad, que cualquier tempestad que pueda
abatirse sobre los discípulos.
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12/02/2006
Liturgia del domingo
VI del tiempo ordinario
Primera Lectura
Levítico 13,1-2.45-46
Yahveh habló a Moisés y a Aarón, diciendo: Cuando uno tenga en la piel de su carne
tumor, erupción o mancha blancuzca brillante, y se forme en la piel de su carne como
una llaga de lepra, será llevado al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los
sacerdotes. El afectado por la lepra llevará los vestido rasgados y desgreñada la
cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: "¡Impuro, impuro!" Todo el tiempo que
dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá
su morada.
Salmo responsorial
Salmo 31 (32)
¡Dichoso el que es perdonado de su culpa,
y le queda cubierto su pecado!
Dichoso el hombre a quien Yahveh
no le cuenta el delito,
y en cuyo espíritu no hay fraude.
Cuando yo me callaba, se sumían mis huesos
en mi rugir de cada día,
mientras pesaba, día y noche,
tu mano sobre mí;
mi corazón se alteraba como un campo
en los ardores del estío. Pausa.
"Mi pecado te reconocí,
y no oculté mi culpa;
dije: ""Me confesaré
a Yahveh de mis rebeldías.""
Y tú absolviste mi culpa,
perdonaste mi pecado. Pausa. "
Por eso te suplica todo el que te ama
en la hora de la angustia.
Y aunque las muchas aguas se desborden,
no le alcanzarán.
22
Tú eres un cobijo para mí,
de la angustia me guardas,
estás en torno a mí para salvarme. Pausa.
Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;
fijos en ti los ojos, seré tu consejero.
No seas cual caballo o mulo sin sentido,
rienda y freno hace falta para domar su brío,
si no, no se te acercan.
Copiosas son las penas del impío,
al que confía en Yahveh el amor le envuelve.
¡Alegraos en Yahveh,
oh justos, exultad,
gritad de gozo, todos los de recto corazón!
Segunda Lectura
Primera Corintios 10,31-11,1
Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria
de Dios. No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que
yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el
de la mayoría, para que se salven. Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo.
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 1,40-45
Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes
limpiarme.» Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda
limpio.» Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante
prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al
sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva
de testimonio.» Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar
la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad,
sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas
partes.
Homilía
El pasaje evangélico se abre con una notación directa y completamente singular para
aquella época: “Se le acerca un leproso”. Era realmente extraño que un leproso osara
acercarse a alguien, ya que tenían la obligación de mantenerse alejados de la gente. El
libro del Levítico era categórico: “El afectado por la lepra llevará la ropa rasgada y
desgreñada la cabeza, se tapará hasta el bigote e irá gritando: ‘¡impuro, impuro!’. Todo
el tiempo que le dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y vivirá aislado; fuera del
campamento tendrá su morada”. La exclusión de la convivencia con los demás hacía
que la enfermedad fuera más terrible de lo que ya era de por sí. Los rabinos llegaban a
considerar a los leprosos como muertos en vida y consideraban su curación más
improbable que la misma resurrección. Por esto era extraño que un leproso osara a
acercarse a Jesús superando la distancia abismal que garantizaba la ley. Pero, ¿con
quién otro podía ir? Todos, protegidos por las disposiciones legales además de por el
miedo al contagio, se mantenían bien alejados de los enfermos de lepra. El único que
no se comportaba así era Jesús. Los leprosos lo habían entendido e iban hacia él.
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¡Cuántos enfermos de “lepra” hay también hoy, cerca y lejos de nosotros! No sólo los
golpeados por la lepra en sí, que además es fácil de curar, sino todos los que ven su
vida marcada irremediablemente por la enfermedad. Y todavía hoy somos muchos,
demasiados, los que huimos de ellos por miedo a ser contagiados o, como dicen
algunos, para no entristecernos al verlos. Aquellos leprosos, contrariamente a lo
habitual, cuando sabían que iba a pasar Jesús superaban sus barreras de miedo y de
desconfianza e iban corriendo hacia él. El joven profeta de Nazaret creaba un clima
nuevo a su alrededor, una atmósfera llena de compasión y de misericordia que atraía a
enfermos, pecadores y pobres.
Aquel leproso, quién sabe con cuánta fatiga, llegó junto a Jesús y se tiró a sus pies. No
utilizó muchas palabras, no se puso a explicar su enfermedad. Dijo simplemente, pero
con fe: “Si quieres, puedes limpiarme”. El leproso no duda que Jesús pueda curarle,
pero no sabe si quiere hacerlo. Por otra parte, ¿qué podía saber un pobre leproso
acerca de la voluntad de aquel joven profeta? Además, su desconfianza ante los
demás se confirmaba en la desconfianza que todos mostraban ante él, leproso e
inmundo. Una cosa es cierta en esta página evangélica: ante aquel profeta bueno, la
desesperación de aquel leproso se transforma en fe. Y Jesús, el compasivo, no podía
no escucharle: no tuvo miedo del contagio, extendió la mano y lo tocó, y le comunicó la
energía de la vida. Aquel leproso revivió como una planta marchita que florece
rápidamente.
La escena evangélica nos empuja a ir a encontrar, a escuchar, a tocar y a sentir la gran
necesidad de salvación que tienen millones de “leprosos”. Es escandaloso aceptar
convivir con la muerte, con las masacres, con el miedo al contacto y al contagio con los
enfermos, los pobres y los derrotados. La compasión de Jesús no es sólo un hecho
puntual, que se refiere a uno u otro caso, quizá los que suscitan más fácilmente
emociones porque han sido bien publicitados. Con su respuesta, Jesús nos muestra
cuál es su voluntad con respecto a la lepra y al mal, sea cual sea: “Quiero; queda
limpio”. Sí, la voluntad de Dios es clarísima: luchar contra todo tipo de mal. Estamos
verdaderamente lejos de esa convicción demasiado difundida que atribuye a Dios la
decisión de distribuir el mal a los hombres según su pecado. Nada es más ajeno al
Evangelio, y, sin embargo, es una convicción fuertemente arraigada también entre los
cristianos
Por el contrario, es fácil que no comprendamos la orden de Jesús al leproso: “Mira, no
digas nada a nadie…”. Es una orden que parece extraña, y quizás lo es. Es
ciertamente extraña, si no contraria, a nuestra cultura “televisiva”. El Evangelio parece
mostrarnos un silencio bello, rico, expresivo, que Jesús quiere conservar. Se podría
interpretar en esta línea también el llamado “secreto mesiánico”, tan querido para el
evangelista Marcos. Hay que subrayar otra cosa: Jesús no busca su gloria o el refuerzo
de su fama. Este deseo de silencio está unido al delicado secreto de una amistad que
se instaura entre el Señor y aquel hombre, entre el Señor y quien se confía a él. El
milagro –así se podría interpretar el silencio impuesto por Jesús– antes que un signo
apologético de su potencia, que es necesario advertir, es sobre todo una respuesta
amiga, cariñosa y compasiva, hacia los enfermos y los excluidos. Es como decir que el
amor de Dios hacia mí, hacia ti, hacia cada hombre, va antes que cualquier otra cosa.
Quizás precisamente porque se sintió tocado por este amor absolutamente único e
inimaginable, aquel hombre no pudo callar. Por eso debemos desearnos que tampoco
a nosotros nos sea posible callar. Aquel leproso no obedeció y divulgó tanto aquel
episodio que Jesús ya no podía entrar en las ciudades a causa del gran número de
personas que lo buscaban. Jesús, que no deseaba el placer de los hombres sino el de
su Padre, se retiraba a otros lugares. Aun así, la gente no le perdía de vista y
continuaba siguiéndole. Hoy, quizá aún más que ayer, necesitamos a un “hombre” que
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camine en medio de nosotros como Jesús sabía hacer. Pero, ¿no es esta la vocación
de la misma Iglesia y de todo creyente también al principio de este nuevo siglo?
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