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Explicar la muerte a niños/as
y adolescentes
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Pedagogía: niños/as y adolescentes
Capítulo 04
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Síntesis del vídeo
En esta lección vamos a ofrecer una serie de pistas para evitar incrementar el
dolor cuando compartamos, con niños y niñas, una muerte.
La primera orientación a tener presente es que debemos ser muy prudentes si
usamos metáforas para referirnos a la muerte. Creo que lo mejor es referirnos
a ella como un proceso físico en el cual el cuerpo deja de cumplir sus
funciones vitales de forma total e irreversible. A veces se hacen metáforas
desafortunadas como “se ha dormido definitivamente”, “ha partido a su último
viaje” y otras parecidas que, creo, debemos evitar pues pueden generarles
mucha inquietud en niños y niñas: ¿si me voy a dormir, significa que voy a
morirme?, ¿si alguien va de viaje quiere decir que se va a morir? ¿es peligroso
ir en autobús o en tren, pues es un viaje que lleva a la muerte? Si evitamos las
metáforas, también evitaremos estos conflictos que he visto más de una vez y
que son, obviamente, innecesarios.
En segundo lugar me parece importante diferenciar claramente entre
enfermedad y enfermedad grave, porque puede dar lugar a malos entendidos
decir: “se ha muerto porque estaba enfermo” ya que cuando luego el niña o un
niño tiene gripe, o dolor de cabeza y le dicen que está enfermo puede pensar:
“me voy a morir ahora inevitablemente pues estoy enfermo...”.
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Por lo tanto, hay que explicar que hay enfermedades graves que pueden
provocar la muerte y el resto de enfermedades que son la gran mayoría. Y hay
que remarcar que mientras no te digan que tienes una enfermedad muy grave -y
si la tienes ya te lo diré- pues no tienes de qué preocuparte.
El tercer consejo es que hay que evitar las mentiras porque al mentir rompo
la confianza que tengan en mí y lo que nosotros no queremos bajo ningún
concepto es que nuestros estudiantes, nuestros hijos e hijas desconfíen
de nosotros. Así que en el tema de la muerte como en los demás temas no
mintamos. A veces pensamos que es una mentira piadosa y que son pequeños
o pequeñas para entender, pero en estos casos debemos decir la verdad
adaptándola a su nivel de comprensión, pero nunca mentir.
El punto número cuatro, es asegurar al niño y a la niña que, a pesar de la
muerte (especialmente si ha muerto uno de los padres o ambos) en ningún
momento se sientan abandonados. En caso de la muerte del padre o de
la madre, o incluso los dos deberíamos decirle al niño que vamos a seguir
cuidándole, que no se tiene que preocupar que estaremos aquí, que lo vamos
a cuidar, “no va a ser lo mismo que con papá y mamá, pero tú me tienes a mí
y no tienes que preocuparte de nada. No estás abandonado, yo te quiero, yo
te protegeré. Y lloraremos juntos, eso sí, pero estás protegido, siempre puedes
contar conmigo.”
Cuando una muerte importante sucede tenemos que tener paciencia con los
niños y con las niñas porque, a menudo, les costará ir integrando la defunción y
habrá que repetir muchas veces la información e ir acogiéndolos de forma
continua. Por ejemplo, cuando le decimos a un niño o una niña de tres años
que una persona ha muerto y nunca más volverá a verla y ella puede decir: “de
acuerdo, nunca más volveré a verla” y, sin embargo, al día siguiente preguntar:
“¿y mañana, mañana sí viene?”. Porque en su mentalidad el tiempo no es algo
que pueda manejar.
Además tenemos que tener paciencia porque cada vez que el niño o la niña
evoluciona psicológicamente es muy posible que tenga que hacer el duelo
de nuevo, especialmente si el duelo es de una persona muy importante.
Por ejemplo, si el padre o la madre murió cuando contaba cuatro años, hizo
el duelo correspondiente a los cuatro años, pero luego cuando salga del
pensamiento mágico y llegue al pensamiento concreto hacia los nueve años,
tendrá que hacer de nuevo el duelo. Y cuando supere el pensamiento concreto
y conquiste, como adolescente, el abstracto es posible que vuelva a vivir otra
crisis para resituar el tema. En cada nueva etapa está captando emociones y
comprensiones que hasta ese momento no estaba preparado para entender.
Por lo tanto es posible que un niño o una niña pase por varios duelos con la
misma muerte a lo largo de los años, porque a cada nueva evolución interior
hay que ubicar la muerte en un nuevo espacio.
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¿Y eso es malo? No, esto es buenísimo, esto quiere decir que está avanzando.
A veces pensamos que está retrocediendo: “fíjate, diez años después y vuelve
con el mismo tema. Vamos fatal”. Pero la verdad es la contraria: diez años
después lo está elaborando de nuevo, con mayor profundidad. ¡Qué sano!
No lo está ocultando, no lo está negando, lo está elaborando de nuevo y lo
elaborará durante unos meses y luego pasará adelante y lo volverá a elaborar y,
finalmente, tendrá la muerte bien situada. Y a partir de ese momento cualquier
muerte la podrá ubicar, no se romperá.
Otro aspecto a tener muy presente es que los niños y las niñas hasta los siete
u ocho años tienen un pensamiento mágico. Eso quiere decir que se sienten
el centro del mundo y entonces ellos creen que son la causa de todo. Por este
motivo pueden pensar que son la causa de la muerte de los demás y es muy
importante ayudarlos a desmentir esto, a no sentirse culpables, diciéndoles:
“no, no, esto es algo natural, pasa en todos sitios, no tiene que ver con que la
gente se enfade con otras personas para que se mueran, nada que ver, es más,
cada persona se muere en el momento en que le toca y no antes.”
Esta última idea también es algo muy importante a tener presente: cada
persona se muere en el momento que le toca y no antes. Y si no es tu
momento no te morirás, y si es tu momento, ya te puedes meter en un búnquer
que será tu momento. Y eso es importante de transmitir a los niños pues les
evita la culpabilidad y les da la paz suficiente para vivir la vida con alegría,
sin miedo. Nadie muere antes que sea su momento, saberlo ayuda a vivir
confiadamente, con paz.
Por otra parte, es importante estar atentos a los síntomas físicos, a los
síntomas escolares y relacionales de los niños y las niñas que han vivido
una pérdida importante. A veces, los niños y las niñas empiezan a tener
problemas físicos porque están somatizando el duelo, o empiezan a tener
problemas escolares o de relación, empiecen a llevarse mal con sus amigos,
amigas, con sus compañeros del cole... ¡y esto puede ocurrir seis meses, nueve
meses, un año o un año y medio después pues los períodos de integración son
diferentes para cada persona!
Esto puede suceder un año o dos años después pues suele coincidir con el
momento en que empiezan a aceptar el dolor de la pérdida irreversible. A veces,
cuando la muerte es de una persona muy cercana, bloquean el dolor y entonces
durante seis meses, durante un año o dos piensas: “la niña no se ha enterado,
fíjate lo ha vivido todo con mucha normalidad” y un año y medio después la
niña entra en crisis porque en este momento ya se siente capaz de manejar su
dolor y cuando se siente capaz de manejarlo, empieza a salir por todas partes:
o físicamente con enfermedades, o en las relaciones con agresividad, o en el
colegio rindiendo menos o portándose mal y entonces es importante volver
hacia atrás y hablar de la muerte, de la persona querida, volver a los rituales,
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dar permiso para que lloremos, compartir las emociones, los sentimientos. Lo
remarco porque a veces los adultos pensamos que los niños y las niñas actúan
de una forma totalmente lineal y no es así. Las niñas y niños integran la
muerte en espiral, volviendo a pasar por el mismo aspecto varias veces para
irlo elaborando cada vez con mayor profundidad.
Por otra parte, especialmente si muere un hermano o hermana mayor, o el
padre o madre, debemos vigilar que no sientan obligados a ocupar su lugar y
dejen de vivir la niñez tomando en sus manos un exceso de responsabilidad.
A veces lo hacen para decir al muerto que lo aman, y está bien en las
primeras semanas... pero poco a poco tienen que volver a ocupar su niñez,
su adolescencia y tenemos que decir: “ya lo sé que lo hacía mamá pero no te
preocupes, cuando seas más mayor ya lo harás, de momento mira, ayúdame
un poquito” y ese “ayúdame poquito” debe ser cada vez menor porque
tenemos que evitar que pierdan la niñez adquiriendo un papel que no les
corresponde, debemos evitar que asuman el rol de padre, madre, hermano o
hermana mayor cuando no es su papel.
El último punto a remarcar es qué hacer cuando el niño o la niña o el
adolescente se enfrenta a la muerte de alguien con la que tuvo grandes
dificultades de relación, con la que tuvo importantes enfrentamientos. Si los
niños y las niñas no tenían una buena relación con la persona difunta tenemos
que ayudarlos a rehacer el pasado, a que se reconcilien con ese pasado para
que lo puedan cerrar. Es posible que tengáis que pedir la ayuda de una persona
profesional para que os dé pistas sobre cómo hacerlo. Porque es importantísimo
rehacer la relación, para dejar de pensar en mí como “aquel niño cruel que
maltrató a su pobre padre, que murió y no lo supo amar, fui un mal hijo”.
No podemos permitir que los niños lleven esta carga innecesaria. Todas las
personas hacen lo mejor que pueden y nosotros debemos procurar que
nuestros hijos e hijas puedan mirar atrás y ver sin heridas el pasado. Por
eso hay que ayudar a reescribirlo sin mentirle, pero sí dándole un relato que
lo sane. Por ejemplo decirle: “papá siempre decía de ti: mira que Luis tiene
carácter, ¿eh? Mira que llega a tener energía, este niño con esta energía será
un gran líder en el futuro, será una persona que hará grandes cosas en la
sociedad, mira que llega a llevarme la contraria, porque este niño tiene mucha
inteligencia, que se plantea cosas y llega a conclusiones muy distintas de las
mías. Estoy seguro que será un verdadero líder.” Esto, de alguna forma, es
reescribir el pasado, para que sepa que su padre le quería, que la persona que
murió la apreciaba. Hay que reescribir sin mentir pero dando a entender que lo
que ocurrió era necesario y que era parte de un aprendizaje y que la persona
adulta lo podía entender y lo estaba entendiendo, que no se preocupe, que
papá se enfadaba un montón y luego por la noche pensaba: “con esta energía,
este niño va a ser presidente del gobierno, que te lo digo yo”.
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Sí, hay que buscar una forma de que nuestros niños o nuestras niñas puedan
cerrar las heridas. Es cruel, es injusto que lleven una herida que nunca puedan
cerrar debido a la ausencia definitiva de la otra parte, por lo tanto esto es un
punto a tener muy presente.
En la siguiente lección hablaremos más de cómo ayudar a los niños y niñas y a
los adolescentes a resituarse ante las nuevas circunstancias, cómo encarar la
nueva realidad tras la muerte de un ser amado.
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Para verificar el contenido de la lección
Les proponemos verificar cada uno de los aspectos explicados imaginando qué
ocurriría si se plantease diferente:
¿Qué ocurriría si planteamos metáforas que los chicos y chicas no
comprenden en lugar de decir claramente que la muerte es algo irreversible?
¿Qué ocurrirá si creen que cualquier enfermedad es la causa inminente de la
muerte?
¿Qué ocurrirá si les mentimos al explicar este tema?
¿Qué ocurrirá si se sienten abandonados y nadie les dice que siempre
pueden contar con ellos?
¿Qué ocurrirá si no les damos tiempos y espacios para elaborar el duelo a
medida que lo van viviendo?
¿Qué ocurrirá si se sienten culpables y no lo abordamos?
¿Qué ocurrirá si no evitamos que ocupen roles que no les corresponden,
como el de adulto?
¿Qué ocurrirá si no lo ayudamos a cerrar el pasado, especialmente cuando
había relaciones dificiles con la persona que ha muerto?
Les invito a imaginarse lo que podría ocurrir y, entonces, comprenderán la
importancia de lo explicado en esta lección.
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Para profundizar...
Si en su infancia murió alguien a quien amaban, les invitamos a mirar atrás y a
recordar cómo lo vivieron para descubrir lo que más les ayudó y lo que les
hubiera facilitado, todavía más, la comprensión del hecho.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
Daniel Gabarró
Campus
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