Otero, Blas de Nació en Bilbao, -1916- y murió en Madrid, -1979-. Poeta español. Pese a la escasa extensión de su obra, ha sido una de las voces de mayor altura e intensidad lírica en la poesía de la posguerra española, marcada por un contenido social y testimonial. Se educó en un colegio de jesuitas en Bilbao. Estudió derecho, y filosofía y letras. Residió más tarde en Barcelona y en el extranjero. Su primer libro, la colección de sonetos «Cántico espiritual» (1942), expresa una honda preocupación religiosa y metafísica, unida a lo que Dámaso Alonso llamó un «sentido de desarraigamiento, de vacío interior». El mismo tono se mantiene, progresivamente teñido de angustia humana y de protesta, en «Ángel fieramente humano» (1950) y «Redoble de conciencia» (1951). Con «Pido la paz y la palabra» (1955) Otero alcanzó un punto decisivo en su poética, anclada entonces en la realidad y asestada como un arma en la lucha contra la injusticia social, al mismo tiempo que pretendía ser un revulsivo contra la poesía anterior, que se concebía como un ejercicio elitista desvinculado de la vida y el trabajo cotidianos y explícitamente dedicado (como había hecho J.R. Jiménez) a la inmensa minoría. Esa posición de rebeldía y de compromiso social se mantuvo en sus siguientes libros: «En castellano» (1960), recogido con el anterior en un volumen al que dio el expresivo título «Con la inmensa mayoría» (1960); «Esto no es un libro» (1963); «Que trata de España» (1964), reflexión personal y colectiva sobre la reciente historia de España; «Mientras» (1970). En estos libros se advierte un proceso paulatino de depuración del lenguaje, que se despoja de elementos retóricos hasta devolver a la palabra desnuda su prístino vigor. Casi todos sus poemas publicados en los anteriores volúmenes, más algunos inéditos, quedaron recogidos en «Expresión y reunión» (1981). Otero recogió asimismo poemas en prosa y otros escritos de temática muy diversa, en parte de carácter autobiográfico, en «Historias fingidas y verdaderas» (1970) y «Verso y prosa» (1973). LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA SEGÚN "BLAS DE OTERO" A LA LUZ DE LA TEORÍA MIMÉTICA girardiana. Una lectura entre líneas de un poema de Blas de Otero. "Me llamarán, nos llamarán a todos. Tú, y tú, y yo, nos turnaremos, en tornos de cristal, ante la muerte. Y te expondrán, nos expondremos todos a ser trizados ¡zas! por una bala. Bien lo sabéis. Vendrán por ti, por ti, por mí, por todos. Y también por ti. (Aquí no se salva ni Dios. Lo asesinaron) Escrito está. Tu nombre está ya listo temblando en un papel. Aquél que dice: abel, abel, abel, ... o yo, tú, él. Pero tú, Sancho Pueblo pronuncias anchas sílabas, permanentes palabras que no lleva el viento... Blas de Otero (1916-1979): Verso y prosa. En un primer momento la angustia de Otero es existencial, es la interrogación desesperada a un Dios que no puede salvar. Porque lo asesinaron, su invocación es puramente literaria, pues tampoco El tiene salvación: aquí no se salva ni Dios. "Lo asesinaron", los otros, por lo tanto a él no le hubiera gustado su muerte, pero ahora es inexorable, sin retorno, el poeta no es culpable, se lo ha encontrado muerto. Dios nos ha abandonado, para siempre, la muerte no tiene ni retorno ni exaltación. ¿Dónde está ese Dios que deja que la muerte reine por doquier, pues, nos llamarán a todos?. Dios, el modelo, que mantenía a raya a unos y otros. Un Dios cuya imitación podía controlar las reciprocidades de todos contra todos, tan semejantes, ha desaparecido. Si no hay modelo hay que buscar modelos, por donde sea, de recambio. Los que LE sostenían y proponían como modelo quieren mantener los privilegios que tenían por ser los amigos del modelo (la derecha-azules- tradicional, conservadora) y que no quieren ceder sus derechos. Los otros, de izquierdas-rojos, que no quieren colaborar en la adoración de ese modelo proponen otro modelo, una sociedad laica, republicana, democrática. Uno tiene que morir para que el otro sea. Dos dioses no pueden convivir. Sólo que muertos los dioses otros vienen a sustituirles: cada uno de los adoradores se adoran a sí mismos, y los unos a los otros en su propia violencia. Si Dios, entonces, ya no existe, porque lo asesinaron (esta forma impersonal los hace a todos -nos hace- inocentes de ese homicidio), estamos solos, desnudos, y nos tenemos que esconder, o, por el contrario, arroparnos, por el miedo que tenemos a la muerte desenmascarada, en el grupo, en la divinidad colectiva, en el Pueblo (el sentido común que caracteriza a Sancho Panza), símbolo de la solidaridad y del sentido de la justicia. Así, la angustia existencial, individualista, deviene solidaria. Pero un último estertor antes de la llamada universal a desaparecer. El eco de la guerra fraticida, de la guerra civil, se deja sentir crudo, cercano, tanto que ya no hay rivales; ya no hay Rómulo y Remo, ya no hay Caín y Abel, sólo queda Rómulo, sólo queda Caín, y ambos gritan abel, con minúscula, porque abel, abel, somos todos... yo, tú, él. Pueblo contra pueblo, hermano contra hermano, padres contra hijos, todos contra todos. ¿Por qué?. Nadie lo sabe, o mejor, todos creen saberlo y todos se equivocan, porque no está en la culpa de uno la razón de la violencia del otro. Vivir junto a otro día y noche, aguantando sus ostentaciones, sus desmanes, el cómo le van las cosas tan bien a los otros, no puede sino suscitar la envidia, una envidia acumulable hasta decir basta. Y la envidia es la madre de una rivalidad hostil. ¿Por qué no puedo yo disfrutar de las bendiciones de Dios?... Por qué siendo hermanos, vecinos, a él le va también y a mi tan mal. Demasiado iguales para ser tan diferentes. No se puede soportar la injusticia de la diferencia insustancial. "Te expondrán, nos expondremos todos: las víctimas han de ser expuestas públicamente, contempladas para que su efecto catártico, especular, evacuador de la violencia sea eficaz. Ese es el primer "expondrán" que remite a los tornos, ser exhibido publicamente. El segundo es de "exponerse" en el doble sentido de exhibirse uno a sí mismo como muerte y de correr el riesgo de sufrir uno mismo la muerte que antes iba sembrando. Sólo hay víctimas, y todas inocentes. Sólo hay manos manchadas de sangre, la sangre de los inocentes. Todos han muerto, ya no queda más que un quejido, mejor un balido: abel, abel, abel... Los que balaban eran de la misma familia, y no disimulaban siquiera que tenían el mismo pastor: la violencia, el logos heracliteano. Todos dando vueltas al círculo vicioso de la razón-violenta mirándose infinitamente en tornos1 de cristal ante la verdad que se turna periódicamente: la de todos los ídolos ensangrentados que sólo creen en el poder resolutivo de la muerte del otro. Todos creían tener la razón, la última, la definitiva, pero la muerte triunfó sobre todas, porque la razón era la misma muerte, hija de todas las violencias fraticidas. ¿Por qué mi hermano, el de mi misma sangre, el envidiado, el temido, el deseado, el imitado? ¿Por qué él? ¿Qué palabras pronuncia Sancho Pueblo que no se las lleva el viento? ¿Existe una confianza todavía en que el sentido común reine algún día en el pueblo?. ¿O es que las víctimas que, gracias a su sangre, han inaugurado un nuevo orden sacrificial, un nuevo pharmacos, al traernos la paz las hemos sacralizado? Eso es, su sacrificio ha sido redentor, revelador de una nueva paz temporal. Vana esperanza, clavo ardiendo donde agarrarse en el momento límite, vértigo de los vértigos. Porque vox populi vox dei, es una vieja fórmula 1 trasnochada. Casi siempre la vox populi trae consigo res expiatorians. Luego es vox dei porque la expiación ha apaciguado los gritos, los cadáveres de las víctimas han dejado perplejos a algunos de los ejecutores, y recapacitan -es decir, vuelven a tener la cabeza en su sitio, porque la perdieron imitando al que creía tener razones para tirar la primera piedra. Y la culpabilidad eximida por la unanimidad tiene el mismo poder de convergencia que, luego, poder de reconciliación. ¡Fuenteovejuna, todos a una! que decía Calderón de la Barca. Unanimidad colectiva sobre sí mismos. "Todos muertos". ¿Qué palabras anuncia Sancho Pueblo que no puede llevárselas el viento?: vox populi vox dei. Todo está bien argumentado: Muere el primogénito, todos tienen derecho a la herencia. Todos se sienten indiferenciadamente hermanos por igual, todos culpables, todos señalados, sin embargo, por la señal de la culpa-inocencia. Si todos matamos todos somos inocentes,.. y sensatos. Todos tenemos razón. Todos somos hijos de la razón. Una nueva Ilustración regida por el signo de Caín: la "tau" de "thanatos", embaucados por su propia displicencia, porque no querían saber qué es lo que hacían, porque querían ignorar lo que sabían: todos eran culpables de haber matado al Señor de la vida, de la paz, y ahora, al estar solos y haber pagado tan alto precio, su orgullo no les deja dar marcha atrás y huyen hacia adelante, pisoteando atilanamente, a su paso, toda hierba, asfixiando cada semilla, talando cada retoño, cercenando antes de tiempo los brotes para que no den sus últimos frutos, haciendo leña del árbol caído. Salando los campos al estilo del Levítico para que nunca más crezca vida. "De golpe han muerto..." Canto primero.2 "Esto es ser hombre: horror a manos llenas..." Hombre.3 Existe una angustia kierkegaariana, una sensación de desamparo, de abandono de Dios. No en vano cita dos veces a Job en los sonetos que encabezan "Tierra" y "Déjame" en Redoble de conciencia. La mano de Dios, "de suyo tan blanda y suave", y a la que el alma siente "tan grave y contraria" desvela un sentimiento trágico, unamuniano, patético, expresión de una angustia existencial que semeja ese vacío que penetra el alma del místico-. "...Silencio retumbando ahoga mi voz en el vacío" Hombre 4 2 3 P. 72, BLAS DE OTERO, Expresión y reunión, Alianza, 1981. P. 62. Ibídem. Pero una mística rebelde se desgarra y quiere alzarse sobre las ruínas del Dios derrotado, que no ha hecho nada por evitar el desastre. Todo se derrumba: el absurdo de los cuerpos desparramados por la tierra, inerte; la imposibilidad de justificar, por más tiempo, los valores que han colaborado a propalar el "eco de la sangre". Un primer enfrentamiento con ese Dios del Antiguo Testamento que se ensaña en la destrucción. De tú a tú, de "hombre" (Dios) a hombre". "Si eres dios, yo soy tan mío como tú. Y a soberbio yo te gano" Déjame5 Este hombre soberbio se plantea una rivalidad mimética con ese Dios que no parece intervenir en la vida de los hombres más que para permitir el mal, la destrucción. Entonces sí, Él es el único culpable. A ese Dios le toca jugar el papel de Caín. Culpa por omisión. La soberbia del hombre es cínica. No se entretiene en nimiedades cómo por ejemplo explicar las causas de las guerras por rencillas, envidias, deseos miméticos de los rivales enfrentados. Es mejor ir más alto. En la impasibilidad de Dios se encuentra nuestro chivo expiatorio, nuestra razón para anclarnos en la soberbia incredulidad. Las causas de las cosas que suceden son absolutas como la muerte, por eso se buscan sus causas en absolutos que nos eximen de pensar más y vernos cómo pequeños dioses artífices de pequeñas muertes. El sin sentido, el dolor, la angustia diaria, el vacío, la soledad previa de los ahora muertos, antes arropados solidariamente por... no quiero enumerar qué infinitas y ridículas causas. Cómo niños que se rebelan ante el vértigo de tener que crecer, los hombres se rebelan ante la nostalgia infantil e ingenua de tener a Dios a su lado, a un Dios inocente, todavía, porque después del desastre, del que ellos son los únicos responsables sin querer saberlo, luego LE descubren sádico y perverso. Se sienten defraudados por la fantasía teocrática que gobernó y llenó sus sueños de infancia. Sustituir a este Dios comporta diversos vértigos. Los más simples encuentran a la mujer como un sustituto tierno de la seguridad maternal. La mujer es experimentada por el varón como un ansia de eternidad que luego resulta, a la postre, quimérica y frustrante por ser la que tiene que llenar un vacío tan grande como el que dejó la divinidad. En términos comparativos siempre salen perjudicadas. Dejan tan hambriento al varón -como el varón a ellas- como antes de empezar a comer. Los más atrevidos y soberbios no pueden conformarse con una simple mortal como ellos, con las mismas carencias, los mismos vacíos, y optan por ponerse ellos mismos en el lugar de Dios: se dedican a escribir, a coronarse entre los hombres de las múltiples formas que les son permitidas por sus 4 5 Ibídem, p. 62. Ibídem, p. 62. respectivas habilidades: el arte, la literatura, la filosofía, la ciencia. Todo lo que expresa la creatividad, huella indeleble de la impronta de Dios. La ruptura con Dios implica ruptura con la Historia, con la Tradición, con el ritolitúrgico antiguo, para inaugurar su historia, su tradición, su liturgia, sus ritos de iniciciación en lo propio-divino. Hay un antes y un después de la guerra. Hay un renacimiento tras la muerte. Queda el esquema tras la pérdida de los contenidos. La guerra civil española, se vive también dentro de cada uno de los vencedores y de los vencidos. Cada uno de ellos tiene su propio doble interior. Por eso es la estrategia suprema diferir la razones que llevaban al odio a los dobles, al único Doble de todos los dobles. A partir de este momento: "Tu reino es de este mundo"..."Mi reino es de este mundo" "Dije".6 La guerra es un desgarramiento del velo que separaba el mundo del Sancta Sanctorum de la mística del de la Historia. "Y el verso se hizo hombre"7 El juego metafórico con el verso del Evangelio de San Juan está alumbrando un nuevo dios, esta vez con minúscula. Un proceso nietzscheano que repite cada hombre que viene a este mundo. Y nietzscheano en Otero hasta el estilo: "escribir como escupo. Contra el suelo..."8. Parece que es el consuelo del hombre abatido, refugiarse en el arte -el sentimiento más cercano al del Dios creador-, espejo mágico que siempre repite la misma cantinela: "estás solo, tu eres ahora tu propio y único dios". La vida es el único valor, el único poder, que inaugura los caminos de una nueva historia. "Aquí tenéis al nuevo hombre, que renace de las cenizas del antiguo, el nuevo adán (verso, palabra, historia) que aberra al antiguo (sublimado, ingenuo, que se refugiaba como un niño en la seguridad de que todas las injusticias serían reparadas en la vida eterna, que siempre vivió bajo la sospecha de la vanidad de todo consuelo extraterreno) "a aquel que fuí cuando callaba". Dejar de seguir las huellas de los mayores, de imitar, implica dejar de adorar a otro modelo que no sea uno mismo. Dios es el modelo sacrificado porque él aglutinaba todos los espejos en los que se refleja la imagen del hombre. El Dios de la tradición cristiana es el eterno chivo expiatorio. El evacuador de todos los males autoimputables. Es la víctima que permite una catarsis incruenta, una mutilación simulada de un miembro que nunca formó parte de nuestro cuerpo, más que como un adorno prescindible. O que, incluso tomado en serio, no se penetró profundamente en qué significaba: "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra", "conviene que uno muera por todos". 6 7 8 Ibídem, p 96. Ibídem, p. 96. Ibídem, p. 90. Porque la guerra empezó cuando alguien -en múltiples sitios y múltiples personastiró la primera piedra y los demás consideraron que esa acción era digna de ser imitada... y todos resultaron lapidados. Porque la fórmula para evitarlo no sirvió, porque nadie quiso leer la tradición para ver que todo estaba ya anunciado, y que, por tanto, era necio seguir con la locura sabiendo cual iba a ser el necio final. ¿Cuántos Oteros habrá generado la guerra de Vietnam, de Yugoslavia? ¿Y cuantos, que por sobrevivir, "creyentes", piensan que tienen a Dios de su lado para volver a empezar otra necia locura, al modelo ideal, al mejor Aquiles mimético, como el que nos presenta Shakespeare en Troilo y Cressida?. El hombre errante, buscador de mundos nuevos, hijo de Caín, vaga con la cabeza gacha, porque sigue convencido, en lo profundo, de que la historia, que se cuenta a sí mismo, de que la culpa de la muerte es de "abel", es un mal invento, un falaz consuelo. El sabe que la verdad es que ha sido un necio, pero no quiere reconocerlo. Porque sabe que abel somos todos. ¿Qué le refuerza en esa creencia? Sancho, que representa al "Pueblo", vox populi, la unanimidad de la multitud, pronuncia ampulosos discursos llenos de razones, copias las unas de las de los otros, anchas sílabas, pero la semántica es la misma: la sangre, pues son perennes, no se las lleva el viento. Nunca cae el en el vacío, pues la aspersión de la sangre siempre produce su fruto en el que cae. Tarde o temprano su olor lo trae el viento, exigiendo renovación, en forma de anchas sílabas: los lamentos, los gemidos inefables, los ayayays infinitos de las víctimas inocentes que repararon el desorden con su muerte. Ángel Barahona Prof. Dr. en Filosofía.