El joven Freud

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El joven Freud El destino de muchos hombres geniales se presenta nítido cuando se mira su vida completa, con principio y fin pero, para quien la vive, paso a paso, la vida es mucho más nebulosa, cada día trae sus inquietudes y sorpresas. A posteriori todo se ordena, y las encrucijadas de la vida, en que cada hombre se confronta con la pérdida y con la posibilidad de seguir un deseo no siempre cómodo, se resumen en breves párrafos que borran las cavilaciones y los conflictos experimentados. El joven Freud ni siquiera tenía la posibilidad de tener vocación de psicoanalista ya que en ese entonces no existía el Psicoanálisis. Su duda se planteó entre estudiar Derecho o Medicina, y sólo muy a último momento optó por esto último. Cuando era niño una mujer predijo que sería un famoso jurista, y esta profecía produjo en él un efecto bastante fuerte. A esto se sumaba el hecho de que había nacido con la cabeza cubierta por una membrana fetal, y se decía que quienes nacían así tendrían suerte y éxito. Además, era el preferido de su madre, por lo que tenía algunos privilegios. Por ejemplo, vendieron el piano en que tocaba una de las hermanas de Freud porque a él le molestaba. El atribuye al hecho de ser el favorito la confianza que tuvo siempre en sí mismo, con independencia de las circunstancias externas. En fin, dejó de lado ese destino de éxito jurídico que se le auguraba y emprendió el camino de la medicina. Fue buen alumno pero tardó bastante más de lo habitual en terminar la carrera ya que se detenía en materias que le interesaban y que no eran las más importantes, como el seminario sobre filosofía de Brentano, o cursos de zoología. Finalmente, en 1881, a la edad de 25 años, se recibió de médico. Tampoco dentro del campo de la medicina tenía una vocación definida: se interesó por la biología, incluso en algún momento pensó en dedicarse a la dermatología, y dedicó gran parte de sus primeros años al estudio de la anatomía cerebral y a la neurología. En verdad, él hubiera preferido dedicarse a la investigación y no a la clínica médica, pero su mala situación económica le impedía lo primero, ya que debía ganarse la vida. Cosa nada fácil para un médico recibido, ni siquiera con el talento de Freud. Entre otras cosas, escribió artículos, dio clases, trabajó en el Hospital General de Viena y en los laboratorios de Brucke, y atendió a sus primeros pacientes, demostrando una capacidad de trabajo increíble, aunque nunca estaba del todo satisfecho de sí mismo. Algo que tuvo un peso importante en la definición de su vocación fue el encuentro con el maestro Charcot en la Salpetriere de Paris. Charcot era un neurólogo famoso y Freud un alumno fascinado por su personalidad seductora y por la precisión de sus diagnósticos psicopatológicos; las opiniones de éste acerca de la histeria marcaron el rumbo que luego seguiría Freud en su análisis de las histéricas. Pero lo que fue decisivo en la orientación de Freud a la clínica fue su noviazgo con Martha Bernays; necesitaba ganar dinero con su profesión para estar en condiciones de casarse. Los novios pasaron bastante tiempo separados durante los cuatro años (1882-­‐1886) que duró el noviazgo, por lo que suplieron el contacto cotidiano por una correspondencia casi diaria. Es interesante internarse en las cartas de los años de noviazgo porque en ellas el enamorado Freud, que esperaba un compromiso total de su Martha, le contaba a ésta casi todo lo que hacía, y compartía con ella sus reflexiones acerca de sí mismo, de la gente y de las cuestiones de la vida. Algunas de las ideas expresadas en ellas reaparecerán mucho tiempo después en sus teorías, aunque reformuladas y elaboradas. Tengamos en cuenta que recién en 1895 Freud publica, junto con Breuer, Estudios sobre la histeria, trabajo que muchos consideran el inicio del psicoanálisis. Cito unos fragmentos de una carta de 1883 en la que Freud departía con talante filosófico: “Nos reprimimos para mantener nuestra integridad y economizamos nuestra salud, nuestra capacidad para disfrutar con las cosas, nuestras emociones; nos ahorramos a nosotros mismos para algo, sin saber realmente qué. Y este hábito de supresión constante de los instintos naturales nos presta la cualidad de refinamiento. También sentimos más profundamente y no osamos exigirnos demasiado. ¿Por qué no nos embriagamos? Porque el malestar y la humillación de los efectos a posteriori nos proporcionarían más implacer que el placer derivado del alcohol. ¿Por qué no nos enamoramos de una persona diferente cada mes? Porque con cada separación desgarraríamos un pedazo de nuestro corazón. (…) Así, nos preocupamos más de evitar el dolor que de buscar el placer.” ¿Podría acaso pesquisarse en este fragmento el germen del principio del placer, el principio de realidad y el principio de constancia como principios rectores del aparato psíquico? Ciertas ideas e impresiones dan vuelta en nuestra cabeza durante muchos años, y el tiempo que tardan en madurar y en constituir una teoría más organizada puede ser muy largo. Llama también la atención el gran poder de observación que tenía sobre las personas, y su espíritu imparcial: se tomaba el trabajo de considerar todos los detalles y las opiniones de los distintos implicados en cada situación. En una carta de septiembre de 1883 le cuenta a Martha acerca del suicidio de su amigo y compañero de trabajo Nathan Weiss; la descripción detallada que hace del suicidio y de sus circunstancias y antecedentes, y el análisis de la personalidad de Nathan y sus circunstancias familiares anticipan la precisión y riqueza clínica de los futuros historiales freudianos. Sitúa el día del hecho: “el día 13, a las dos”; y lo relaciona con un acontecimiento reciente “se había casado hacía apenas un mes y regresado de su luna de miel hacía doce días”. “¿Por qué lo hizo?”, se pregunta, si estaba por lograr todo aquello por lo que había luchado. Así que lo relaciona con su matrimonio. Pero no se conforma con meras especulaciones sino que aborda la cuestión de manera sistemática: “He olvidado exactamente lo que te conté sobre las circunstancias que precedieron a esta boda, y creo que es mejor repetir aquí todo lo que sé de él, pues su muerte no se debió en absoluto al azar (…) Su vida parecía haber sido pergeñada por un novelista, y esta catástrofe fue su fin inevitable.” Luego analiza la constelación familiar: el padre exitoso de quien Nathan decía que era un monstruo, una madre sencilla y resignada. La mayoría de los hermanos de Nathan estudian con poco éxito, lo que afecta a la gran vanidad del padre; ya otro de los hermanos se había suicidado. Sólo a Nathan y a un hermano de éste les iba bien profesionalmente. Dice que Nathan se quería mucho a sí mismo, se autoadulaba y era incapaz de autocrítica. Y, por páginas y páginas, sigue analizando muy detenidamente todos los aspectos de la personalidad de su joven amigo y su desafortunado matrimonio, con una mujer que no lo amaba, por una cuestión de vanidad. Su amor a la verdad le impide aceptar una versión fácil de los hechos: “Tanto su viuda como su padre han difundido necrologías distintas. Los periódicos han publicado dos interpretaciones de su muerte, ambas falsas. Una es la de la familia de ella; otra, la de la familia del muerto. Me temo que aún queda mucha ropa sucia que algún día verá la luz y nos llenará de turbación. Así, su muerte correspondió fielmente a su existencia.” Pese a las dificultades, Freud siempre tuvo confianza en que al final de una larga lucha iba a tener éxito, aunque no sabía cuándo, y si bien se desanimaba era por el tiempo de espera. Si bien se relacionaba con el mundo en términos de enfrentamiento, “la lucha por la existencia”, como él la llamaba, lo motiva. En una carta de 1883 confía a Marta: “Siempre he pensado que hay un camino corto y un camino largo para lograr algo. Si veo obstáculos en el primero, emprenderé confiadamente la segunda senda, y esto es precisamente lo que estoy haciendo ahora. Me quedé encantado al ver lo ambiciosa que eres respecto a mí. Al principio yo no lo era y trataba meramente de encontrar en la ciencia la satisfacción y el esfuerzo que ofrecen el esfuerzo de la búsqueda y el instante del descubrimiento. Nunca fui de aquellos que temen ser arrastrados por el mar de la muerte antes de que hayan podido grabar sus nombres en la roca azotada por las olas.” Dedica mucho esfuerzo a intentar hacer algún descubrimiento importante que le dé fama y, por consiguiente, dinero. Entre otras cosas, inventa un método de impregnación que cree que va a significar un éxito importante, investiga sobre la anatomía del bulbo raquídeo, y estudia los efectos terapéuticos de la cocaína, sobre lo que publica un artículo. Nada le da los resultados que espera, pero no por ello se desanima. Sobre cada uno de sus pequeños progresos escribe a Martha con entusiasmo, y comparte con ella sus momentos difíciles: “Los descubrimientos requieren paciencia, tiempo y suerte. Las cosas que alcanzan grandes éxitos siempre comienzan así. Por tanto, valor, princesa.” Freud es un trabajador incansable. “La vida es dura, pero me estoy drogando con la medicina del trabajo”, le dice a su novia. Si bien cambia de temas de estudio y todavía no tiene bien definida su vocación, se da cuenta de que él mismo está involucrado en aquello sobre lo que investiga. El conocimiento de cualquier objeto modifica al sujeto que conoce; hay un nivel de autorreferencialidad en toda teoría, y esto no la invalida. Veamos este fragmento de una carta de 1884: “No paro en todo el día, me autoenseño y anoto todas las observaciones interesantes, de las que luego intento sacar las oportunas deducciones. Pase lo que pase, estoy aprendiendo mucho, sobre todo acerca de mí mismo.” Si bien Freud da importancia a la autoridad, a la opinión de sus maestros y al reconocimiento social, se rebela también contra la autoridad. Aquí hay un conflicto que tuvo que elaborar para poder ser un creador, y parte de la manera de elaborar ese conflicto fue su teoría misma del inconsciente y del Edipo. Su descubrimiento está vinculado con aquellas cuestiones de la vida que lo preocupan y que tenían peso en su vida, aun antes de que se dedicara al psicoanálisis. En este sentido digo que el sujeto no queda por fuera de sus teorizaciones: referirse sólo a aquello que a uno lo concierne es inevitable. Sólo que esto en la ciencia quedó oculto por mucho tiempo. Tengo la impresión de que siempre se hace teoría acerca de aquello que es más incomprensible o difícil para uno. Pero volvamos a algunos fragmentos de las cartas a Martha, que se relacionan con estos asuntos: “Hoy se celebró la reunión del club. Estuve sentado atrás de Billroth y Nothnagel, y me divertí pensando: Esperad, y dentro de poco os desharéis en reverencias conmigo como lo hacéis hoy con estos oradores. Billroth ni siquiera me conoce, y Nothnagel me dispensó una sonrisilla de superioridad la última vez que hablamos. Meynert, por el contrario, continúa tratándome con gran respeto, y me aconsejó que pronunciara una conferencia también en la Sociedad Médica, lo que no pienso hacer por ahora.” (enero de 1884) “Hacía mucho tiempo que no conseguía un triunfo tan grande. Imagínate a tu tímido amado frente al severo Meynert y a una asamblea de psiquiatras y otros colegas, tratando de atraer la atención general hacia uno de sus primeros trabajos, precisamente el que no consiguió despertar el interés del profesor Kupfer. (…) A continuación, los ancianos caballeros que hasta ese entonces lo habían ignorado, le felicitan y se congregan alrededor de él para hacer unos cuantos comentarios a posteriori. (…) Por último, abandona el lugar de la disertación lleno de euforia, preguntándose si, después de todo, su trabajo se verá recompensado con la proximidad de la muchacha a quien ama. Sí, claro, pero ahora comienza la preocupación de mantener el terreno ganado y de encontrar algo más con que deslumbrar al mundo, sacándose de la manga un triunfo que no sólo obtenga la aprobación de unos pocos, sino que atraiga también la atención general, única forma de que pueda traducirse en dinero.” Freud confiaba también en su propio juicio; muchas veces desoyó los consejos de la sensatez, como los de quienes le decían que dada su mala situación económica tenía que ponerse a trabajar como médico de provincia porque en Viena había mucha competencia, o que le recomendaban aceptar trabajos que lo apartaban de su senda: “Paneth vino hoy, también convencido, naturalmente, de la necesidad de aceptar el empleo; pero yo poseo la buena cualidad de creer confiadamente en mi propio raciocinio. Por otra parte, he hallado cierto número de personas que están de acuerdo conmigo.” (junio de 1884) “Pero el diablillo que llevamos dentro es lo mejor de cuanto poseemos. Es el propio yo. No debe uno embarcarse en nada si no siente el debido entusiasmo.” (marzo de 1885) “Trabajo sin parar. Yo mismo estoy sorprendido de mi capacidad. Pero sé lo que me mueve: el corazón está bien de nuevo, y el gigante se siente fuerte una vez más, gigantescamente fuerte.” (agosto de 1884) Muchas veces se lamentaba de su falta de talento, de genio intelectual, y pensaba que sólo el trabajo dedicado lo llevaría al éxito. Es bastante llamativo leer esto hoy: “¿De verdad encuentras mi apariencia tan atractiva? Lo dudo mucho. Creo que la gente ve algo extraño en mí, y la razón estriba en que durante mi juventud jamás me sentí joven, y ahora que estoy entrando en la edad madura no actúo en consecuencia. En tiempos me sentía lleno de ambición y ávido de aprender, irritándome que la Naturaleza no hubiese sido más benévola conmigo y puesto en mi rostro esa impronta de genio que, de cuando en cuando, concede a ciertos hombres. Ahora, y desde hace mucho tiempo, sé que no soy un genio y ni siquiera comprendo cómo alguna vez lo he podido anhelar. Ni aun poseo un talento excepcional. Mi capacidad de trabajo es sin duda fruto del carácter que me ha caído en suerte y de la ausencia de una debilidad mental exorbitante. Mas sé que esta combinación es sólida para llegar gradualmente al éxito y que, en circunstancias favorables, podría lograr más triunfos de los que ha conseguido Nothnagel, al que me considero superior, y quizá pudiera llegar a la altura de un Charcot.” (febrero de 1886) El éxito ansiado por Freud tuvo que esperar muchos años. Cuando se apartó más decididamente de las ideas dominantes en el mundo médico y se comprometió a fondo con sus intuiciones e ideas, quedó aislado. Mucho más tarde llegó el reconocimiento, por el camino más largo. Me gustaría terminar con una cita de una carta de Freud a Jung, en 1907, cuando Freud ya tenía 51 años: “No sé si le habrá sonreído la suerte hasta ahora ni si llegará a sonreírle, pero me gustaría acompañarle en estos momentos para paladear la sensación de haber salido de mi aislamiento y decirle, en caso de que necesitara palabras de ánimo, que yo he pasado muchos años de soledad honrosa, pero triste, desde que tuve mi primera visión del mundo nuevo. Me gustaría también hablarle de la falta de interés y comprensión demostrada por mis amigos más íntimos, de mis períodos de ansiedad, durante los cuales yo mismo llegué a creer que me había equivocado, preguntándome cómo podría enderezar aún, pensando en mi familia, una vida frustrada,; de la certidumbre cada vez mayor que se aferraba a la interpretación de los sueños, como sí ésta fuese una roca en medio de un mar tormentoso, y de la sosegada seguridad en mí mismo que al final de tan largo camino se instauró en mi ánimo, instándome a que aguardase hasta que una voz, surgida del piélago de lo desconocido, contestase mi llamada. Esta voz fue la suya…” Bibliografía Freud, Sigmund, Epistolario, Ediciones Orbis S. A., Hyspamérica. Jones, Ernest, Freud, Salvat Editores S. A., Barcelona, 1985. 
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