Madrid, 31 de agosto. i SEMANARIO DE ANA Q LA O O VIDA Aflo IX.—Núm. 385 NACIONAL SUMARIO Pensando en los sucesos de Málagí: Generales y soldados, por Marcelino Domingo. -En los caminos de África: Un indulto ejemplar; Patrañas tangerinas. - Memorial de guerra. V ü l ; Bl indicio de Abarran, por Manuel Azafta. - Piedras blancas, por Fernando González. - E t la Argsntina: Guerra a los extranjeros, por Alberto Ghiralio. - Paseo, por Jaime Torres Bodet. - Bélgica: La sabiduría del cambio, por Paul Culin. - Letras de América: Más poetisas, por B. Diez Cañedo. • Anales de ocho días, por Tito Liviano. - La semana teatral: Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. - Libros. - Revistas. - Noticias bibliográficas. PENSANDO EN LOS SUCESOS DE MÁLAGA GENERALES Y SOLDADOS En el trastorno producido en los espíritus por la nueva agravación del problema de Marruecos, han desdibujado su relieve dos hechos de notoria trascendencia. Uno de ellos es la dimisión de su cargo de comandante general de Melilla del general Martínez Anido, seguida del abandono inmediato y rápido del puesto que ocupaba; otro, es la salida inopinada de África del general Weyler y su partida al refugio silencioso y plácido de Palma de Mallorca. |¡No da la medida de la descomposición del listado español la actitud autónoma, independiente, irresponsable de esas altas jerarquías del Ejército? Habría de analizarse hasta qué punto es lícito en un Estado bien constituido, bien en su puesto todas las cosas, que un militar dimita por no coincidir con el Gobierno. Un militar no debe coincidir ni discrepar; debe obedecer, únicamente obedecer. Si le repugna poner su espada al servicio de determinadas instituciones o de las tendencias políticas de determinados hombres, puede pronunciarse contra ellas afrontando los peligros de un pronunciamiento o puede despojarse del uniforme y fundirse en la vida civil, en la que son permisibles y necesarias todas las manifestaciones del espíritu. Permaneciendo en el escalafón, no tiene otro derecho que el de inclinar la cabeza. ¿Lícita la dimisión? Si lo fuera, lo mismo podría valerse de ella, en sus discrepancias con el Gobierno, el soldado que el general; y en este caso concreto serían bien contados los militares de todas las graduaciones que en esta hora, si tuvieran la libertad que se ha tomado el señor Martínez Anido, permanecieran, no sólo en la zona de Melilla, no sólo en la zona de Protectorado de África, sino en los cuarteles de la Península, donde se cumple forzosa, no voluntariamente, el servicio de las armas. No. No es licita la dimisión de un general; sólo es tolerable y comprensible en un Estado en que las jerarquías están subvertidas y en donde el Poder civil, que debería ser el único Poder, sin opinión que le sostenga, vive de la misericordia de estos otros poderes cuya única vitalidad es la vitalidad del tumor prendido en un cuerpo enfermo. No. Un general puede ser, contra su voluntad, suspendido, relevado, mantenido en un lugar que le repugne, obligado a luchar aun creyendo él que debería permanecerse en paz, y a permanecer en paz aunque pensara él que debería irse a la guerra. ¿Dimitir por discrepancias con sus superiores? Es tan ilícito hacerlo como decirlo. Hoy sólo puede hacerse o decirse en algunos territorios de América, en algunas zonas balkánicas y enj España. Pero la dimisión del general Martínez Anido ofrece en\'© fiestas circunstancias unas características más destaca- v bles. El general Martínez Anido había asistido a los primeros chispazos de esta nueva disposición agresiva de los rífenos. Tenía, además, noticias detalladas de la actitud de rebeldía y del propósito de ataque de las cabilas. ¿Podía, en conciencia, aunque la ley o la práctica se lo toleraran, abandonar su puesto en estos momentos de responsabilidad y, de peligro? Muchos espectáculos, y casi todos ellos poco edificantes, han dado los generales españoles en este último y lamentable periodo de la historia de la descomposición putrefacta del Estado español. El espectáculo de coger la maleta y envainar la espada cuando el rifeño está en las alambradas de las posiciones atacándolas, creemos que no se había dado todavía. Veremos ahora el nuevo puesto de honor que este gesto heroico y gallardo le valdrá a quien lo ha tenido. Y esto último se dice sin ironía. Porque el Estado español que paga con desvíos o castigos la mansa leal- 30 céntimos. Núm. 3 8 5 . - 2 . E S P A Ñ A tad de los de abajo, paga con primas contantes y sonantes la insubordinada deslealtad de los de arriba. Es la extraña conducta de todo ser caído con el que le sirve, a quien desatiende, y con el que le maltrata, a quien se entrega abarraganadamente. Menos grave, pero más revelador, es el acto del general Weyler. El general Weyler ha destacado en la vida militar española con el ejemplo del soldado que considera la disciplina como su primera y más alta virtud. Sin mirar al peligro ni la impopularidad de un cargo, allí donde se le ha ordenado que fuera, allí ha ido. Una queja había exteriorizado, sin embargo, el general Weyler en estos últimos días: la de que siendo él Jefe d^l Estado Mayor Central, este supremo organismo militar no fuera consultado con motivo de las operaciones en Marruecos anteriores y posteriores al desastre de Annual. Esta desconsideración le obligó a él, tan obediente, tan soldado, a proceder como ahora el general Martínez Anido; también dimitió. Pero reintegrado en su puesto recientemente, se le confía, en un momento solemne, una misión de trascendencia: ir a Melilla y señalar la linea en que deberán quedar destinadas las tropas de ocupación. Va a Melilla el general con aparato de cierta teatralidad. Y a las pocas horas de estar en la zona de África, un ataque de los rífenos a varias posiciones reproduce un nuevo episodio de la tragedia que comenzó en 1909, y que no acabará hasta que la guerra militar en Marruecos se convierta en una guerra civil en España. ¿Qué actitud adopta el general Weyler ante este insospechado cambio de decoración? ¿Interrumpirá sus trabajos? ¿Viene a Madrid para intervenir en aquellas funciones que le fueron negadas en 1921? Nada de esto. Con un visible gesto de enfado y amargura, deja Melilla y deja la Corte, y marcha, como si nada aconteciera o como si nada de lo que acontece le afectara, a descansar, o a divagar, o a renegar, a sus propiedades de Palma de Mallorca... ¿Es en esta isla quieta, la isla de la calma, de encantos de luz y de apacibilidades espirituales donde un Poder que pudiera habría de permitir que estuviese a la buena de Dios el Jefe del Estado Mayor Central en este momento que hay soldados a punto de embarque en todos los puertos y mueren a racimos los soldados en los caminos de África, y ayer como hoy y como siempre, el simple envío de un convoy desencadena una tragedia? La actitud episódica de los generales Weyler y Anido, en esta hora grave, haciendo cada uno de ellos, sin ley ni freno, ni responsabilidad futura, lo que les sale del alma, descubre hasta qué punto están podridas y deshechas y secas las raíces—las únicas raíces que aún se creían firmes—del actual Estado español. MARCELINO DOMINGO. No devolvemos los originales, ni sostenemos correspondencia acerca de ellos. Para su inserción nos atenemos exclusivamente a la calidad de los escritos y a las exigencias de la confección de este periódico. El hecho cu publicar un articulo firmaao no significa que esta revista se solidarice con el. EN L O S C A M I N O S DE ÁFRICA ÜN INDULTO EJIÍMPLAR Amotinarse los soldados en Málaga, y pedir los patriotas belicosos e impunistas un castigo ejemplar, fué todo uno. Se ignoraba quién se había amotinado (lo ignoraba el ministro de la Guerra al lamentar la indisciplina de un regimiento que no se indisciplinó); se ignoraba dónde y cómo había estallado el motín (algunos periódicos describían la muerte de un suboficial en el puerto, y fué asesinado en el cuartel), cuando ya los vestales del autoritarismo habían calificado el delito y reclamaban la inmediata aplicación, sin piedad, de penas irreparables. Nada nos repugna ni nos alarma tanto como la propensión de muchos españoles a perder la cabeza, cuando las circunstancias apuran, y a ensoberbecerse contra ellas en lugar de amansarlas. Es enfermedad gravísima, si loca en cuestiones de orden público. Reclamar inexorablemente la disciplina social, suele ser un modo de abolir lo disciplina y el orden más necesarios: la disciplina interna, el orden mental. Un hombre—un militar—ha estado varias horas entre la vida y la muerte. Que haya cometido un delito específico de su profesión, novamos a negarlo; pero ejecutar al culpable, aunque esté convicto y confeso de los hechos descritos en el sumario, habría sido un escándalo que ni este Gobierno pusilámine se ha atrevido a provocar. El sentimiento público había indultado al reo. No por compasión, simplemente, sino por otro motivo aún más grave: por deber de conciencia. El soldado quebrantó la disciplina, en mal hora para su vida; pero la idea que le exasperó, es una idea recibida por los más de los españoles: no queremos guerra en Marruecos. La opinión no podía contemplar sin espanto que un hombre padeciese muerte por haber llevado hasta el extremo —extremo prohibido—un ardiente deseo nacional. Con razón se ha visto en el suceso de Málaga una especie de delito político; y en ninguno es más oportuna la clemencia, porque el delincuente político de hoy suele ser el mártir de mañana. El juicio y la condena restablecen la disciplina, restauran la ley. En paz sea dicho. Pero agotada la acción del tribunal, comienza la del Gobierno, que está obligado a ponderar los mil motivos que no caben—legalmente—en los folios del proceso ni en los alegatos del defensor. El indulto, que la Constitución llama gracia, era en este caso un deber. Rehusarlo, habría descahficado a los ministros, incluso como hombres de bien. Harto hemos temido que el Gobierno hiciese del reo de Málaga una víctima simbólica, que lo sacrificase por miedo, así como por miedo viene sacrificando a toda España, en la desventura marroquí. ¿Qué chispazo de buen sentido le ha alumbrado el camino de su deber? No lo sabemos. Acaso otro miedo mayor: la amenaza de un desorden general. Como sea, el Gobierno no ha hecho más que cumplir una obligación inexcusable. Y a los que reclaman a grandes voces un castigo ejemplar cuando los humildes quebrantan una ley estricta—quebranto que no va más allá de un caso personal—, mejor les estuviera pedir ejemplaridad y escarmiento para los delincuentes de alto bordo, que esos sí comprometen el porvenir de «la raza», y afrentan a las conciencias honradas con su cinismo impune. Núm. 3 8 5 . - 3 . ESPAÑA PATRAÑAS TANGERINAS Cada vez que la cuestión de Tánger pasa por una crisis aguda, se pretende hacer creer a los españoles que está en peligro algún interés vital de la nación. El Gobierno español desea que Tánger y su campo sean agregados a la zona de Marrruecos donde refrescamos nuestras virtudes colonizadoras. Francia nos da jaque. Inglaterra juega con las aspiraciones españolas, y se vale de ellas a tenor de lo que piden sus rivalidades con la República. En este choque de ambiciones inconciliables, donde el papel más decente lo desempeñan los moros, es preciso que los españoles no pierdan la serenidad y se acostumbren a ver claro, para que, en el supuesto asaz probable de un fracaso, no vengan los gobernantes y su prensa a envenenarnos la vida, diciendo que han sido atropelladas, «una vez más», nuestras justas esperanzas, y que hemos sido víctimas de la malquerencia de naciones poderosas. En realidad, si Tánger se pierde (es decir, si no lo ganamos), se frustrará un título de conde de Espartel, que podría embolsarse guapamente el ministro de tanda en el momento de firmarse el hasta hoy difícil convenio. Debemos asentar la cuestión en el terreno propio. España tiene sobre Tánger los mismos derechos que Francia: esto es, ninguno. Lo que españoles y franceses realizan en Marruecos es una obra de fuerza. El área de expansión reservada a las dos naciones se ha delimitado proporcionalmente a su poderío, y si nos ha cabido en ese reparto algo más que el hmterlmid de nuestras antiguas plazas costeñas, es que nuestra debilidad conocida contó con el socorro de la conveniencia inglesa. En el conflicto local de Tánger, los términos son los mismos que en el reparto general de Marruecos. Nuestro imperialismo de similor, se opone al imperialismo, bastante sustantivo, de Francia. La discusión no se plantearía siquiera, de no estar entremedias, como estuvo en i904y 1912, la reserva británica. No juega aquí la moral, y menos nuestro derecho. El móvil es la utilidad, más o menos asistida de pujanza. Y nótese qnc utilidad verdadera solo puede haberla cuando hay energías y recursos sobrantes. Así, Francia, posiblemente sacará buen partido de su protectorado; cuando menos, no se arruina por dominarlo; en tanto que España se precipita en la bancarrota por conquistar unas tierras de las que, en el caso mejor, no sabríamos sacar ningún provecho. En suma: lo que deseamos inculcar en el lector, no es que se resigne a sufrir vejaciones y desaires infligidos a España por otros pueblos, sino que rechace precisamente a los que intentan echar por esos caminos, puesto que ni en Tánger ni en todo Marruecos se litiga algo íntimo nuestro, algo consubstancial del ser de España. Con poco juicio hemos acometido una aventura en que lo principal, lo decisivo, es el poder. Las aventuras pueden llevar a un descalabro. Meterse en negocios es arriesgarse a ganar o perder. Si perdemos, si nos descalabran, no invoquemos después a los altos dioses, ni ciñamos de crespón nuestra bandera, porque se haya presentado una de las dos eventualidades que tácitamente aceptamos al plantear una cuestión de fuerza. Marruecos sería, todo lo más, un negocio, cuando pudiese serlo, y no para cualquiera. De seguro no lo es para España. Es frecuente que algunos periódicos españoles achaquen a las intrigas del «partido» colonista francés la resistencia en que tropiezan nuestras pretensiones. Esto se inspira seguramente en el buen deseo de animar a la opinión, haciendo ver que la hostilidad de Francia no es tan firme ni tan general como pudiera temerse. Un error en este punto pudiera acarrearnos chascos terribles. La verdad es que, en la disputa de Tánger, todos los franceses son colonistas. Siempre han mirado de mala gana la entrada de España en Marruecos; nuestra expansión marroquí les producía—incluso en 1912, antes de la guerra, cuando Francia buscaba amigos—una irritación que no se cuidaban de disimular, o bien una sorpresa burlona, como si se hallaran ante las pretensiones desmesuradas de un pariente pobre. Después de la guerra, el espíritu público francés está menos dispuesto aún a las concesiones amistosas; justo es reconocer que en España se hizo todo lo posible, durante las hostilidades, para preparar la situación actual. Ello es que, colonistas y no colonistas, ven en la demanda española sobre Tánger un atentado a los «derechos» de Francia—cobijados en la soberanía del Sultán—, y un abuso tan desconcertante como el alza de la peseta (es cuanto lo sabemos ponderar), fenómeno que les enoja personalmente. No hemos leído en la Prensa francesa una línea en que, no ya se considere o. se excuse la pretensión de España, pero ni se admita de buen grado el discutirla; mucho menos, la posibilidad de satisfacerla. Claro está que mucha parte de la opinión francesa reprueba la política de su Gobierno en Marruecos; son los partidos revolucionarios, que no van a ponerse a hablar en favor de España, y combaten el imperialismo, en general, desde el terreno de los principios. En los partidos burgueses, incluso en los más tocados de pacifismo, en los más afectos a la la concordia internacional, todavía está por alzarse una voz que aconseje, más o menos claramente, transigir con España. Esta es la realidad, y no otra; realidad que corresponde a la violencia y a los apetitos rapaces desencadenados en torno de la presa marroquí. MEMORIAL DE GUERRA VIH El indicio de Abarran. Los que tienen más calor de humanidad que espíritu crítico, consideran en los sucesos de Melilla el desastrado fin de nuestro ejército, la forma lastimosa de su ejecución— hombres cazados en la fuga, asesinados a miles en sus posiciones, como rebaños que las fieras devorasen en los apriscos—y al revolverse coléricos en demanda de escarmiento se dejan arrastrar por la noble compasión exasperada. Ese impulso, por violento que sea al manifestarse, me parece, en el orden político, insuficiente; expuesto al descarrío de las reacciones sentimentales, y excesivamente laxo como criterio moral, porque reduce este conflicto a términos cuantitativos, al más o el menos en el infortunio, sometiendo su liquidación final a compensaciones y desquites. La cuestión ha de encerrarse en límites mucho más estrictos. No se trata de retribuir por una mortandad, sino de sancionar el incumplimiento de ciertos deberes. Prevengámonos contra el sofisma de las responsabilidades «difusas» escrutando el comienzo y el fin de la acción individual de cada uno, sin dejarnos sobrecoger por la desaforada magnitud de los acontecimientos, que pueden parecer demasiado vastos para car- Núm. 385.-4. B s pA Ñ A garlos en los hombros de ésta o la otra persona. Esforcémo- tábamos, pues, empatados?); se aprovechó el estupor de los nos en restituir a los héroes de la tragedia su corporeidad, españoles para persuadirles que el moro era un objeto digno su peculiar fisonomía, dejando exentas sus figuras, para de su odio y enzarzarlos en una campaña de reconquista que no se escondan en la dolorida caravana de las víctimas. cuyo menor defecto era su imposibilidad, como los aconteNo estamos en presencia de un cataclismo natural, de un cimientos lo prueban. Una chispita de suerte, un remiendo terremoto, de la erupción de un volcán. Es una desventura de gloria, y todo se habría perdonado. Si el general Bcrendeterminada por acciones humanas. Donde aparezca el guer desembarca en Melilla con un ejército, y en dos paloyerro original, donde se fraguase el cálculo que resultó fa- tadas liberta a los tres mil hombres de Monte Arrui (aun llido, donde esté la omisión determinante, allí reside la dejándose otros tantos en el camino) y lleva a los moros culpa, y en ese punto es exigible la retribución, y lo seria en hasta el Amekrán, ¿quién hablaría de responsabilidades que todo caso, aunque los sucesos, por su contingencia, no hubiesen no le llamasen mal español? Sin embargo, las culpas serían tenido el desarrollo que alcanzaron. La responsabilidad de las mismas que ahora. Acosados por los sucesos, que nos cada uno es limitada, como su conciencia y corno el poder acorralan, no hay escapatoria. Ninguna caricia en el amor de su acción personal; pero es imborrable, una vez que esos propio nos ha permitido disimular el escándalo de la sanlímites se trazan. En tal limitación, que constriñe y adensa gre. Hemos tenido que reconocer la'verdad y encauzar la acla personalidad en lugar de extenuarla, se engendra preci- ción por el único camino que ella descubre. Las causas samente la categoría moral de este conflicto. No interroga- del desastre de Melilla son personales; todas existían, estamos al caos, sino a hombres de los que se usan, con nom- ban funcionando antes del suicidio de Silvestre y del pánico bre y faz. Nadie podrá eludir la respuesta alegando su impo- de sus tropas, sobre quien descarga el general Berenguer el tencia para contener el raudal de los sucesos ingobernables, peso de la catástrofe. si referimos nuestra pregunta al tiempo en que todavía el El general Berenguer, queriendo demostrar su previsión, timón de los sucesos estaba en sus manos. se defiende de un cargo que nadie formula: del cargo de no La rota de Annual, con sus mortíferos rebotes hasta en haber sido adivino. Reduzcámonos a una sola cita, por vía la plaza de Melilla, tuvo, para la corta masa de españoles de ejemplo: al caso de Abarran. Fué «un episodio doloroso que leen periódicos y atienden no muy vivamente a los —escribe el general (i)—, desgraciado, de la guerra colonial; asuntos públicos, un valor demostrativo: pareció entonces pero es caso frecuente en la misma, y, generalmente, aislaque las cosas en África no se hacían a derechas; pocos lo do en sus consecuencias.» ¿De la guerra colonial? ¿De qué habían ya echado de ver. Fueron necesarias la mortandad» guerra colonial? ^No es 1 aro creer que se explica o se jusque lastimaba los sentimientos humanitarios y los afectos tifica una acción echándole por encima, a manera de cofamiliares, y la pérdida vergonzosa de las posiciones milita- bertor, unas palabras holgadas, genéricas. Perder y ga" res, que irritaba el orgullo patriótico, para formar un nú- nar posiciones es propio de toda guerra, sea colonial o... cleo de opinión (el más recio y persistente conocido en Es- metropolitana; y lo propio de la guerra misma es que ha de paña) que ha ido pasando de un primer movimiento, harto ganarse o perderse, por modo específico y particular. Pero insano y ridículo, de venganza contra el moro, a la deman- dejemos esto. «Esa sorpresa—prosigue el general- no podía da de castigo para los españoles culpables. Y yo me persua- tomarse como ituiicio de lu que ocurrió después...»; «...no era do q-ue si algunas de aquellas circunstancias del desastre tan insólito que no hubiera ocurrido nunca en nuestra zona —la horrible degollina o el retroceso de las líneas hasta Me- o en la vecina, sin que iiidejectiblemeide Jiiese seguido de lilla—hubiese faltado, aunque subsistiese la otra, esa pro- acontecimientos eomo los ocurridos después en Afinual... (2).» testa de la opinión pública no se habría producido, o habría ¿Qué quiere decir esto? Un indicio de lo que ocurrió dessido fácilmente disuelta o engañada. Si antes del 21 de pués, ¿dónde iba a encontrarlo el general Berenguer? ¿EsjuHo las fuerzas españolas hubieran acertado a retirarse crito en profecía, en el horóscopo sacado por algún viejo sobre Melilla sin desorden, sin fugas, sin copos, sin grandes muslim, a sueldo de nuestras oficinas de información? El pérdidas, el país, liberado del horror de la sangre, habría alud se desprendió cuando las causas que venían removiénengullido cualquier explicación oficiosa (un repliegue estra- dolo acabaron por arrancarlo de cuajo. El estrago que semtégico, previsto de antemano probablemente), y todo se hubró, desde el suicidio de Silvestre hasta las bofetadas que biera resuelto en murmuraciones. A la inversa: si acuden a cambiaron en el Senado un general y un ex ministro—incilas líneas de Annual todas las fuerzas imaginables y recha- dente engendrado también en la rota de Annual—, ¿quién zan los asaltos del rifeño, aunque hubiésemos perdido—y podía adivinarlo en su compleja vastedad? Un suceso, ro" tan sin provecho—el mismo número de soldados que nos dando, desata mecánicamente otros eventos; suscita una costó la retirada, la acción se reputaría gloriosa y habríamos onda que se dilata por momentos y nadie sabe donde se exardido de entusiasmo. Pero en ambos casos, las «cabezas de tingue. No es esta la previsión que se pedía al general Begobernantes» (estilo del ministro de la Guerra de 1921) se- renguer. ¿O bien necesitaba para perder su confianza que se rían tan culpables como puedan serlo en la realidad pre- produjera un hecho del <\\ic inde/eíliblemenle %&úg\i\zr& una sente. No es seguro que la vulgaridad de la gente quiera re- catá.strofe? Pues tal hecho, sería ya la catástrofe misma, si conocerlo así. Recuérdese el trabajo que costó rendirse a la la sucesión desastrosa era, en efecto, indefectible—o descofuerza probatoria de los hechos; se insinuó que eran forja- nocemos el valor de las palabras—, y entonces de poco valdos por una nación extranjera; se habló de traición; se in- dría—ni valió -acudir al remedio. El general Berenguer no sultó a los moros, cual si nos sorprendiese mucho verlos tenía por qué mirar en el caso de Abarran un indicio de lo tan enemigos, como si en la guerra fuese culpable de la de- que ocurrió después; bastaba, y era necesario, que descurrota el vencedor; se quiso introducir el criterio de las com- briese un indicio, o mejor, una fase de lo que estaba ocu' pensaciones; anunciada la muerte de Silvestre, corrió la voz de que el cabecilla moro también había sucumbido, y (I) General Berenguer: Campañas enel liif y YcbaLa. Ig2l-l<)í2. un periódico decía, rebosando orgullo: «¡jefe por jefel» (¿es- Página 34.—(2) ídem pág. 35- Nóm. 385.-5. ESPAÑA rriendo. Sucedía que las posiciones españolas eran insostenibles al desencadenarse un ataque serio de los moros. Esta situación precaria, «versátil», como hubiese dicho Silvestre, estuvo vigente muchas semanas. ¿Adivinar? Nada. Atinar, y atinar presto. Eso fué todo lo que fahó. Que la situación sería insostenible e indefendibles las posiciones, en cuanto los moros atacasen con fuerza, lo prueban los telegramas de Silvestre a sus jefes. Para el caso, limitemos la situación en el tiempo: desde i.° de junio (sorpresa de Abarran) hasta el 22 de julio (rotura del frente en Annual). En el curso de aquellas semanas, la línea española no se debilitó; lejos de eso, fué reforzada en los últimos días: moralmente, con la presencia del comandante general; materialmente, con las tropas que pudo sacar de MeliUa y otros lugares. Acumuló los recursos disponibles. No fué sorprendido. Jugábamos con todas nuestras cartas. «Tengo movilizadas en Annual totalidad fuerzas disponibles después de atendida seguridad cabilas retaguardia (1).» Pues bien: el 21 de julio se pierde la posición de Igueriben, asediada por los moros desde tres días antes; y el general Silvestre telegrafía al ministro de la Guerra y al general Berenguer: «Día hoy realicé operación anunciada para socorrer Igueriben con esfuerzo supremo, viniendo con resto Regulares y regimiento Alcántara dirigir tan importante operación. Numerosísimo enemigo, atrincherado, impidió plan, no obstante operar casi totalidad fuerzas este territo7-io y ante imposibilidad conseguirlo, ordené evacuación, acó giéndome protección mayor parte guarnición después de inutilizar material. Jefes y oficiales, muertos en alambrada, suicidados. Retirada muy sangrienta, recogiéndose fuerzas, repito, mayoría territorio en Annual, donde me quedo con las mismas, totalmente rodeado por enemigo, Detido situación gravísima y angustiosa, ME ES URGENTÍSIMO ENVÍO DIVISIONES con todos elementos... (2).» Tres horas más tarde pide otra vez socorro, y añade: «pero muy urgentísimo; <ÍÍ/Í? íí'«//£7n'o, inútil (3).» Y, en fin, el 22, a las cinco de la mañana: «no disponiendo de municiones más que p a r a u n combate... procede determinaciones urgentísimas... teniendo en principio idea ,de retirarme a la línea Bentieb-Beni Said, recogiendo antes posiciones que me sea posible... (4).» ¿Qué había ocurrido para que la línea, establecida seis meses antes «con brillantez» y mantenida sin preocupaciones, necesitase, en horas, un refuerzo de divisiones) Nada extraordinario ni, mucho menos, imprevisto: que habían atacado los moros. La situación era ésta: podíamos sostener un tiroteo, rechazar un golpe de mano. <Llegaba un ataque recio, tenaz? Había que pedir a España, instantáneamente, un cuerpo de ejército. ¿Puede haber alternativa más disparatada? ¿Cómo te afirma que el frente contaba con fuerzas para defenderse, si, en perdiéndose Igueriben (¿incidente de la guerra colonial?), el caudillo clamaba por un socorro de veinticinco o treinta mil hombres? ¿Hay paridad entre el revés y el refuerzo? No. Luego el desequilibrio era anterior. No se hable de circunstancias imprevisibles. Ni se achaque al suicidio de Silvestre y al pánico del mando, el desmoronamiento de lo que no podía tenerse en pie. IVIANUEL AZAÑA, (Continuará.) (I) Telegrama de 20 de julio: del general Silvestre al general Berenguer. (2) Telegrama del 21 de julio, a las 19,30.—(3^ ídem al Alto Comisario, el 21, a las 23,35.—(4) Telegrama al Alio Comisa:rio. PIEDRAS BLANCAS (LIBRO LNÉDITO) CAMINANTE Fa, de tanto caminar., no sé decir un camino que me haya visto pasar. TRIUNFO Te mostraste esquiva a mi., y para lograr mi empeño le eche' mis redes al sueño que te aprisionaba a ti. ETERNIDAD El tiempo miro correr destejiendo lo tejido para votverlo a tejer. VIAJERA INMÓVIL Llegaste sin que mi vos te diera la bien venida... ¡Bien sabes que somos dos almas y ima sola vidal SERPENTINAS Son los rayos del sol serpe7ttinas de un mismo color que, desde su carroza azul, Dios arroja a la doncella tierra en flor. PUREZA A mi viniste para poder irte de mi tan profunda y tan clara como estabas en ti. SORPRESA Le dije que te quería; se nubló su faz serena... Y al decirle que eras mia, se puso a llorar de pena delante de mi alegría! VERDAD ÚNICA Te fuiste acercando tanto a mi ilusión elegida., que eres el úiñco encanto de la verdad de mi vida...I CIEGO ¡Llévame tú de la mano que yo voy ciego contigo, y aunque voy sobre tus pasos, no hallan mis pasos caminal... ¡Llévame tú de la mano\... FERNANDO GONZÁLEZ IMPORTANTE A los suscriptores de ESPAÑA que todavía no han hecho la renovación de su abono, les rogamos que se apresuren a enviar por Giro postal el importe de su descubierto, para evitar interrupciones en el servicio del periódico. Los suscriptores y corresponsales del extranjero deberán remitirnos los fondos mediante cheque. Núm. 385.-6. EN LA fi s p A ÑA ARGENTINA(') GUERRA A LOS EXTRANJEROS I Deducciones.— Una adverlencia.—El momento actual, •Una página de Alberdi. La República Argentina atraviesa por un período de atonía, de enervamiento cívico, que ha detenido en sus fuentes el nacimiento de la verdadera vida colectiva, iniciada en los albores de su independencia política. Este hecho innegable tiene por origen varias causas, siendo, indiscutiblemente, la primordial, la formación aluviónica de su actual población. , El inmigrante, arribado en su gran mayoría de Europa, ha ido a poblar esas comarcas atraído principalmente por el afán de lucro, seducido por la perspectiva dorada de un vellocino inmediato, sin otro ideal que el de la ganancia perentoria, base de su riqueza soñada allá en sus noches trágicas de desolación y miseria, transcurridas sobre tierras fatigadas de dar fruto. Realizado o no el sueño, el inmigrante no cuidó en su brega de cultivar otro huerto que el de las hortalizas comerciables, sin otro anhelo que el de convertir todas sus energías en moneda áurea y sonora, así escondiera ella, en la liga de su oro, sangre ardiente de hermanos sacrificados, y en su timbre armonioso, el gemido de una raza vencida y expoliada. Y es así como ese tipo, casi único del inmigrante, es el que ha formado los núcleos más salientes de esa colmena. De él ha brotado la casta de mercaderes enriquecidos, la plutocracia ignorante que hoy gobierna en la Argentina, y la clase oprimida, tan ignorante, aunque no tan responsable, pero sí tan falta de ideales cómo aquélla. A este respecto, el doctor José María Ramos Mejía, uno de los hombres de estudio que más han descollado en el terreno sociológico americano, me decía a propósito de uno de mis libros, y en carta publicada en La Nación, de Buenos Aires: «Esta ciudad—Buenos Aires—está inoculada por el «burgués aureus», y nada es «viable» si no persigue el dinero o no lleva el sello del «alto comercio» o del factor económico en su expresión más vil.» Como consecuencia de esta premisa, esclavizadores y esclavos, explotadores y explotados, detentadores y detentados—llamémosles como queráis; siempre equivaldrán a lo mismo—, han venido a concretarse en esos conglomerados híbridos, sin otro norte, sin otro guía ni otra ambición que las propias degeneraciones más o menos sensuales y sibaritas, satisfechas unas o por satisfacer otras; pero espiritualmente iguales. Por eso, después del formidable empuje inicial dado a este pueblo por los grandes, y admirados,, y por siempre glorificados varones que a golpe de centella forjaron la independencia americana, aquellos varones tan altivos y violentos como la propia libertad—San Martin, Belgrano, Moreno, Rivadavia—, después de los que también, huracanados y flamígeros—rayos, de acero y de ideas, cerebros y espadas en pugna con los retoños de la raza de tiranos que no se extin(i) El señor Ghiraldo nos favorece con las primicias de un libro suyo, próximo a ver la luz. gué—, constituyeron la nación sobre el caos—Alberdi, Urquiza^ Mitre, Sarmiento—; después de la obra de estos varones—digo— el núcleo, el conglomerado, el llamado organismo social argentino, no ha hecho otra cosa que retrogradar en el camino moral emprendido con ímpetu y voluntad dignos de mejor resultado. Disculpad el exordio, porque él es necesario, es indispensable para explicar, para demostrar lo que deseo. Yo deseo explicar, demostrar cómo los hombres de hoy no son dignos herederos de los padres de mayo y de julio, de los que dieron el grito de independencia del yugo mo nárquico en el año de 1810; de los que lo sancionaron en un Congreso memor-ble el 16, proclamando a la faz de la tierra el surgimiento de «una nueva y gloriosa nación», ni de aquellos otros continuadores de la obra magna, que el 53 lá completaron dictando, entre el asombro de los pueblos, la Constitución más libre de la tierra en su espíritu y en su letra, sólo para que sus hijos y sus nietos, los falsos demócratas y republicanos del presente, la violaran. Y digo «sólo», porque el ímpetu, la voluntad poderosa llegó «hasta allí» únicamente. II Quiero hacer una advertencia: no es precisamente el hombre político el que habla en estos momentos, no el dogmático, ni es en nombre de ningún «ismo» más o menos revolucionario o redentor, que brotan de mis labios tales asertos. Constato hechos simplemente, y con mis pobres datos de observador deduzco. Y veo: Un pueblo que ha perdido la conciencia de sus derechos logrados a costa de tantos sacrificios y de tanta sangre, des^ de la época en que los criollos de la colonia salvaron, apaleando al contrabandismo peligroso y audaz, la tranquilidad de Buenos Aires y de su provincia, expuestas, sin su ayuda «ilegal», a perecer de inanición, sometidas a leyes comerciales inicuas dictadas por la Monarquía, hasta que otra generación resuelta alcanzó la gloria de derribar a los tiranos de la propia casa; un pueblo-digo—que dominado por la ambición de la ganancia olvida, sumido en una indiferencia inconsciente o criminal, toda lucha noble de dignificación humana. \ he aquí explicado entonces el secreto de todas las tiranías. El olvido de los deberes colectivos es, pues, el causante de los ensoberbecimientos autoritarios. Y es así como se han subvertido todos los valores sociales, políticos y adminisrrativos, comenzando por el Congreso nacional al barrer media Constitución, según el decir de uno de sus mismos representantes, con la promulgación de dos leyes inquisidoras, la de Residencia y la Social, capaces por sí solas de arrojar montañas de ignominia y baldón sobre la más decadente de las democracias, para terminar con los poderes municipal y policial, declarados por sí y ante sí dueñcs de la vida y la hacienda ciudadanas con el asentimiento tácito del pueblo y hasta con la complacencia de algunos a quienes, francamente, ningún amante de la libertad podría calificar sin que sus labios temblaran de indignación y de coraje. III Es curioso examinar el período especial en que se encuentra la República Argentina. Podríamos decir que ella aira- fíúm. 385.-7. fisPASA viesa una época de terror. La misma que ha tocado en suerte a los pueblos viejos, de cuyos males los americanos pretenden no adolecer. Ahí están Francia, Italia y España. Esta tuvo, o, mejor dicho, ésta tiene aún su Montjuich; aquélla sus leyes y procesos terribles, con condenas criminales de infausta memoria; la otra... ¡para qué hablar!, la republicana, la democrática Francia fué aún más sangrienta en sus venganzas contra el obrero en acción. La Argentina, con Constitución libérrima, con sus leyes de libertad escritas, está dando al mundo el más lamentable, el más triste de los ejemplos, aplicando leyes que inauguran tiempos de vergüenza y baldón. Vergüenza y baldón para las autoridades que las dictaron, vergüenza y baldón para los ciudadanos q-ue las toleran. Yo bien sé que estas cosas no pueden perdurar, que este estado enfermizo de cobardía que aqueja a mi país tiene forzosamente que ser pasajero, porque respiramos o sucumbimos como pueblo. Pero entre tanto... IV La mal llamada ley de Defensa social constituye complemento de la de Residencia, y ha sido sancionada con el fin primordial de conibatira los extranjeros y al extranjerismo. Es la revelación más acabada de una tendencia perjudicial sobre la cual escribiera Alberdi la siguiente página, llena de ironía y verdad: «La voz «prójimo» deriva del latín «próximus», que significa próximo, cercano, allegado, parecido, semejante. Así, unos traducen el precepto cristiano: «Ama a tu prójimo», y otros: «Ama a tu semejante». Quedamos, pues, en que prójimo es sinónimo de semejante o parecido. ¿Quién será, pues, nuestro prójimo, según esto? El que se nos parece, el que se nos asemeja. Luego no tenemos más prójimos que los hijos del país, porque sólo ellos tienen dos piernas, dos ojos y dos orejas. Luego los franceses, los ingleses, los italianos, los portugueses, los alemanes, no son nuestros prójimos, porque no se parecen a nosotros en nada, pues que ellos tienen cola, tienen tres piernas, cuatro orejas, dos cabezas, cuatro ojos. 'Luego no les debemos por la ley evangélica ni por la ley de la Humanidad, ningún amor, ninguna caridad, ningún derecho. Ellos son extranjeros, es decir, extraños a la Humanidad, forasteros a la raza humana. Porque eso quiere decir extranjero: hombre ajeno a nuestra raza, gente aparte, viviente, de otra especie. Gente que no tiene con nosotros punto alguno de contacto animal; que, por mejor decir, no es hombre. Porque si fuese hombre tendría dos pies, dos manos, dos ojos, voluntad, inteligencia, libertad, persona~ lidad, como nosotros, es decir, sería nuestro prójimo, nuestro hermano. Y nosotros sabemos que los extranjeros no son hombres, sino franceses, españoles, ingleses, italianos, alemanes, animales sin libertad, sin personalidad, o si la tienen, será allá, en su tierra, pero no en este suelo, donde no son hombres ni personas. Sigúese, pues, de aquí que no hay más homhres en el mundo que los americanos, americanos del Sur se supone, porque los del Norte, ¿quién sabe? Esos descienden de los extranjeros, y algo debe habérseles pegado del animal. Nosotros, pues, no queremos nada con animales, y, por consiguiente, declaramos guerra a muerte a los extranjeros y al extranjerismo. Los extranjeros nos han traído cuantos males pesan sobre nuestras espaldas. Nos han hecho como son ellos mismos: ignorantes, inhábiles, atrasados, toscos, inciviles. Si jamás hubiese llegado la hora maldita de conocerlos, nosotros seríamos hoy ilustrados, industriosos, pacíficos, libres, felices, como no lo somos desde el día en que esos bienaventurados vinieron a nuestro suelo. ¿Qué género de mal no nos han hecho conocer los extranjeros? ¿Por quién no podemos vivir en paz? Por los extranjeros. ¿Por qué no tenemos costumbres ni habitudes de orden y subordinación? Por los extranjeros. ¿Por quién no amamos la patria, no tenemos desprendimiento, no respetamos las leyes, no queremos la industria, el trabajo, las artes; por quién? Por los extranjeros. <Quiénes son esos que llamamos grandes hombres, espíritus ilustres, genios eminentes, cuyas ideas, cuya biografía nos afanamos de tomar por modelos en la guerra, en la tribuna, en la ciencia, en las artes? Los extranjeros. ¿Quién es Bentham? Un bisteque. ¿Quién es Dante? Un carcamán. ¿Quién es Benjamín Constant? Un «gringo». ¿Quién es Camoens? Un rabudo. ¿Quién es el mismo Cristo? Un extranjero, un hijo de Asia, un criollo de Belén. Los que profesan el cristianismo entre nosotros, los que piensan como Betham, los que pelean como Napoleón, los que versifican a la Boileau, los que comercian a la inglesa, los que procuran, pues, imitar en todo a los extranjeros, los que intentan parecerse a ellos, hacerse sus prójimos, sepan, pues, son traidores de la patria, desleales al suelo americano que les ha dado el ser, a las tradiciones venerables de nuestros antepasados los incas y los hijos primitivos de la tierra, no de Colón, sino profanada por Colón, que también fué carcamán. Pero sepan también los enemigos del extranjerismo que despotizan del lado del Plata, que sus tipos de imitación, los Calígulas, los Nerón, los Maquiavelo, también son extranjeros, y que pillar, explotar, tiranizar, embrutecer, ensangrentar el país, no es incurrir menos en el extranjerismo.» ¡Y a Alberdi no le fué dado oír, como a nosotros, durante las fiestas del Centenario de nuestra Independencia, el grito estentóreo de «¡Mueran losgrtngos\^ con que los argentinos afrentamos a la civilización! No insistamos. ALBERTO GHIRALDO P A S E O 'Volvemos del paseo, cuando la tarde empieza a decorar de oro los volcanes del valleGl automóvil corre sobre la carretera, y cruje un polvo fino en sus ruedas de alambre. <Ss primavera- ^iene de las cimas lejanas un olor de retamas y de pinos profundos... ICn cielo pensativo se abre sobre el alma, y se siente, en el sol, el latido del mundoJAIME TORKES BODET. Núm. 3S5.—8. fi s P A S A BÉLGICA LA SABIDUKÍA UEL CAMBIO Vuelvo de Italia, donde he pasado seis semanas recordando ciudades y paisajes que dejé hace diez años, y ocupándome sobre todo en acabar una encuesta imparcial, discreta y muy extensa sobre el fascismo. (Hablaré aquí de esto dentro de unos días.) Una vez reintegrado en mi país, rogué a un amigo que me indicase los sucesos sobrevenidos desde mi marcha. «La libra está a 105 francos. Y no hay nada más» —me respondió—. Incrédulo, he hojeado la colección de dos o tres periódicos. He tenido que rendirme a la evidencia: desde primeros de julio, aquí nadie se ha ocupado más que del desmoronamiento de los cambios. La libra, que se cotizaba a 80 francos cuando me fui, vale hoy 105; los cien francos franceses que costaban 116 francos belgas, cuestan 130, y la peseta está tan cara, que ningún belga podrá cruzar jamás el Bidasoa. La causa de este desastre, que trae loco, con harto motivo, a u n pueblo que tiene ante los ojos el ejemplo del marco, es patente: el Ruiír, la trampa del Ruhr en la que se ha dejado coger Bélgica por agradar a Francia, y de la que saldrá a costa de una humillación internacional sin ejemplo en la historia contemporánea. Por supuesto, la Prensa oficiosa no quiere reconocerlo, y se apela a múltiples maniobras irrisorias para contener la depreciación de nuestra moneda y calmar la opinión pública. Mucho habría que decir sobre esta cuestión del cambio; hay una filosofía del cambio, cuyas manifestaciones son desconocidas en países que, como España, no tienen su moneda demasiado desnivelada respecto del oro. Tuve ocasión de observarlo en Viena, en 1920; en Varsovia, en 1921, y en Alemania, durante lá primavera pasada. El cambio posee virtudes políticas eminentes; diría incluso que es un factor político de rara eficacia. Su papel principal consiste en purificar la atmósfera interior; no es broma, porque aquí no hablo como moralista, sino como sociólogo (importa notarlo); el cambio, aunque engendra toda clase de manejos repulsivos entre acaparadores y «chantagistas», tiene lá ventaja de suprimir los fragmentos de sociedad situados entre la burguesía y el pueblo, entre las clases llamadas capitalistas y el proletariado. Arruina inmediatamente a la pequeña burguesía, y pone cara a cara a los dos enemigos hereditarios, excitando los rencores y las causas de eterno conflicto que existen entre ellos. A las coaliciones sospechosas que fabrican los políticos en los pasillos de los Parlamentos, el cambio opone la coalición elemental y natural de los que detentan el poder de compra y de los que poseen solamente la fuerza de producción. Cierra algunas heridas que parecían incurables porque se hacía todo lo posible por conservarlas; y destruye los compadrazgos que a fuerza de ser usuales disimulaban su índole monstruosa. Creedme: el cambio es un reactivo mucho más poderoso que el aceite de ricino de M. Maurras. En el orden de la política internacional, el cambio es el mentor de los pueblos. Impone cordura a los más tercos, a los más ciegos; ha separado a Polonia del vasallaje francés; ha contenido a Austria en el camino de un choque con los Estados nacidos del tratado de Saint-Germain; acaba de acogotar a Alemania, cuando iba a sucumbir a la tentación de la resistencia «activa». Estos ejemplos son, a mis ojos, de buen augurio. Cuando la libra se cotice a 250 en la Bolsa de Bruselas (lo que no tardará en suceder), el que haya reemplazado a M. Theunis en la presidencia del Gobierno encontrará sin duda mil medios «satisfactorios y honrosos» para salir del embrollo de las Reparaciones. Y noto, con regocijo, que muchos de mis conciudadanos que hace dos años me lapidaban porque exhortaba a los belgas a desconfiar de la alianza francesa y del «poincareísmo», nos tienden hoy la mano en vista de que el Franco-París vale un 30 por 100 más que el Franco-Bruselas. Por supuesto, suele acusarse a los alemanes, holandeses e ingleses —trinidad negra que quita el sueño a nuestros nacionalistas—de conspirar para arruinarnos. Tales polémicas morirán por inanición. Pronto se verá que no es menester quebrarse la cabeza para hundir la moneda de un país que compra en América todo el trigo que consume; que se impone un sacrificio militar superior a su capacidad; que no exporta carbón, ni casi productos manufacturados y que practica una política sentimental, claramente dirigida contra tres de sus vecinos, de cuatro que tiene. Esto se irá viendo poco a peco, y con más claridad cada vez que la libra suba cinco enteros. Creo que puede tenerse confianza en el cambio; sabe muy bien hacer estos milagros. Así, pues, el que respondía a mi pregunta diciendo: «La libra está a 105, y no hay nada más», no mentía. En Bélgica no ha ocurrido nada desde hace seis semanas. Un suceso muy importante se ha iniciado, pero seguramente tendremos que aguardar hasta el otoño para que alcance su pleno desarrollo. Por lo demás, el ministro de la guerra, M. Devéze, ha dimitido para protestar contra las componendas de que ha sido víctima ÍK-ley militar al reconstituirse el ministerio Theunis; hasta los católicos la encontraban demasiado reaccionaria. Le ha sustituido M. Forthomme, candidato, desde hace tres años, a todas las carteras. Se ha encontrado una solución provisional para el conflicto de la Universidad de Gante, solución fundada en el desdoblamiento, con ligera ventaja para el flamenco. Y se ha inaugurado, a razón de veinte cada domingo, más át un centenar de monumentos patrióticos. Pero esto tiene poco interés. Una cosa, sin embargo, es digna de mención, porque demuestra que el «buen sentido» belga, tan alabado en otros tiempos, no ha muerto. El día en que Poincaré mandó detener en París a unos cuantos comunistas y abrió un proceso contra Marcel Cachin, el Gobierno belga se apresuró a detener, por su cuenta, a una docena de jóvenes, acusándolos de complot contra la seguridad del Estado. Después de tenerlos cinco meses en la cárcel, los hizo comparecer ante la Audiencia de Brabante, movilizó sus mejores fiscales, y pidió un veredicto implacable. La vista'duró tres semanas, y el alarde de tropas que se hizo a diario en torno del Palacio de Justicia, acreció su prestigio. Pero cuando le tocó hablar al Jurado, la cosa varió de aspecto; en diez minutos, por unanimidad, los acusados fueron absueltos. Aquel día, la libra no estaba aún a 105. De suerte que la absolución fué, en cierto modo, una prueba de cordura anticipada. PAUL COLÍN. '^(Lector: si quiere usted proteger eficazmente al seiranario ESPAÑA, suscríbasel N ú m . 38S.—9. fisPA^A LETRAS DE AMÉRICA MÁS POETISAS CONCHA MELÉNDEZ.—El libro, un primer libro, de esta poetisa portorriqueña, se titula Psiquis doliente. Por sus estrofas pasa más de una vez el nombre y la evocación de Amado Ñervo. Una tendencia espiritual análoga a la que, en la segunda fase de su obra, puso al poeta mejicano en coloquios con el «más allá», es, sin duda, el motivo de esta simpatía. También Concha Meléndez siente la atracción del misterio, y habla de las kármicas nubes del pasado... y ve, en lo futuro, que su alma, con la de dos seres queridos, forma el místico triángulo de oculto saber. La poesía de Ñervo, más suelta, menos exigente consigo misma cuando daba forma a sus anhelos ultratelúricos que cuando rimaba ricamente los Poemas y los Jardines interiores, no perdía, sin embargo, la pura línea en que llegó a definirse, despojándose de galas adventicias, aunque de buena ley. No logran los versos de Concha Meléndez esa desnudez esencial ni se contentan con bordear siempre la expresión prosaica; pero cuanto menos ornato en ellos, tanto más próximos a lograr alguna eficacia poética. Sus composiciones más ambiciosas en cuanto a rima y ritmos tienen, todo lo más, brillo de piedra falsa. Si esta poetisa ha de llegar a expresarse, no cabe dudarlo, será por el sendero de la sen cillez. Quizá tienen la culpa esas divagaciones que la gente suele tomar por filosofía. Una composición, «Los versos de Ana», nos da tal vez la clave: Ana, mi ingenua mística hermana, escribe versos cual la mañana. Son—dice la poetisa—los versos de Ana, más puros y tersos que los suyos propios. Ana llegó antes a la vida. Pero es más joven, porque mi alma... busca las raras filosofías y las recónditas armenias. ta boca se me llena de gusto a sangre. ¡Pena santa de mi herida escondida, abierta con la daga de lo imprevisto, 1 evienía a ras del pecho como la llaga del costado derecho de Jesucristo, y acábese mi vida en un suspiro, suavemente, mientras que, floreciente, a la albura del pecho mi corazón deshecho emerja, entre los bor des sangrientos de la herida! \ Si nos atreviésemos, calificaríamos a esta actitud.de coqueteo con el dolor. Aún queda, y se ve brotar a través del libro a cada página, algo de romanticismo orgulloso de serlo en el libro de esta mujer. Hay dos romanticismos: uno que echa por delante ti yo,- sin pensar que lo sea; romanticismo de la confesión, del grito. El otro va creando un mundo poético todo él de fantasmas que llevan prendida la sombra ác\ yo. A éste corresponde la poesía de Emilia Bernal. Su auto-análisis, como se ve por la composición transcrita, no llega a ser desgarrador. «Cree» estar herida, y va estudiando los síntomas que conviertan la presunción en certidumbre. ¡Oh, si fuese verdad, y esa herida le causara la muerte, en el soñado deliquio de amores! Otras veces, cuando el verso se convierte en mera evocación lírica, sin verbos, como en «la letanía de la nieve», logra ir tallando, en menudas facetas, una clara imagen. Sus ritmos, en ocasiones variados según ciertas leyes que pueden aparecer caprichosas, tienen la suficiente fluidez y dulzura, «cantan» lo bastante para que esta cualidad valga la pena de ser citada entre las cardinales de su poesía. (Rechacemos, en cambio, rimas tan falsas y presuntuosas como la de en y Chopin, la de Rodin con adetnán.) ALFONSINA STORNI.—Ha publicado esta poetisa argentina cuatro libros de los que solo uno hemos llegado a conocer. Ana eligió el camino seguro. No conocemos aún sus ver- Pero ese y las poesías halladas en revistas, como la maravisos. Los de Concha Meléndez se enredan en los vericuetos llosa «Carta lírica a otra mujer», que se publicó en Nosotros, y la selección que ahora da la Editorial Cervantes, de especulativos que tan fácil le sería evitar. Barcelona^ en un tomito de su colección, ya copiosa, de «Las mejores poesías (líricas) de los mejores poetas», bastan EMILIA BERNAL.—"ín ¡Como los pájarosH^&x\.]Q%iáz(¿o%\a. para darnos a conocer uno de los más altos valores de la Rica, «El Convivio», 1922), la poetisa cubana Emilia Berlírica femenina de hoy—de la lírica de hoy, mejor dicho. nal muestra un suave temperamento poético, con un fondo Alfonsina Storni es de las poetisas que descubren sin velo de amargura que se endulza para volverse canción. En este sentido es sobremanera revelador «El madrigal de su alma tormentosa. Romanticismo de confesión, éste. Y, la herida» Herida, sí; pero también madrigal. Es una de al descubrirlo, la mano que levanta el velo nos asombra por su delicadeza infinita. las mejores poesías del libro: Quién ha escrito la «Carta lírica...» o «Si pudiera...» o Debo de estar herida «Han venido...» tiene el secreto de la verdadera poesía, de la vida que no está en la expresión sino en el alma de lo expresado, en el fondo. pero que, por la expresión, acomodada a todo sobresalto Lo creo, porque cuando del alma, se revela y refina, como por el bien ceñido guante los suspiros, volando la pequenez de la mano, sin que ésta pierda nada de su cordesde lo hondo, dialidad en la presión. cruzan por mi garganta, Los versos de Alfonsina Storni visten perfectamente su BspAf) A Núm. 385.—10. poesía, o la desnudan, según se quiera. Pero no porque ellos sean perfectos—que a veces no lo son—, sino por esa otra perfección que consiste en ser a cada instante lo que deben ser, de no estorbar la proyección del alma puesta en ellos. Pasión y delicadeza se entrelazan a cada paso en esta poe^ sía, que algún día hemos de estudiar con el detenimiento que reclama. Esta poesía, que siente en sí el peso de un fuerte sentimiento tradicional, que rompe el silencio guardado por todas las mujeres de una raza, que habla de Veraneando en el Balneario de P. (de P. P. y W.), el director de uno de los diarios de más circulación. Dícese que en breve será pedida por un título de Castilla, ministro de la Corona, la rnano de una distinguida artista, ya provecta, famosa en tiempos por el premio a la Virtud que le fué concedido y que inspiró a un húngaro sedentario los valses livianos de «La Casta Susana»: '' » BARCAROLA INFANTIL I algo vedado y reprimido de familia en familia^ de mujer en mujer (como se dice en «Pudiera ser...», poesía puesta muy atinadamente a la cabeza de la selección española), tiene en todo momento el acento inconfundible déla poesía. Si entre todos los nombres de poetisas que hemos citado en estos artículos, sólo hubieran de sobrevivir tres, uno de ellos sería, de fijo, el de Alfonsina Storni. E. DÍEZ-CANEDO. r-:> A N A L E S DE O C H O DÍAS DETRÁS DE LA CRUZ No está el diablo. Que está el pecho invicto del duque de Almodóvar ministro de la Gobernación. Sobre que esta cruz no er la del Calvario, pero la de Carlos III, harto más llevadera. Y sucedió que maravillados los varones prudentes y las madres cristianas, de cómo con sólo la fuerza, que nunca hubiera adivinado nadie fuese tanta, de su rectísima intención, decidió el ministro concentrado acabar de una vez con lodos los garitos, chirlatas y grandes casinos donde se jugara al corro o a los barquillos, determinaron un buen día crucificarle. Ya hemos dicho que esta crucificación era por demás honorífica. Uno de los periódicos de más tirada del reino, abrió suscripciones para regalar al duque integérrimo las preciadas insignias. Y un gran banquete de muchos cubier. tos—porque aunque los invitados eran pocos, cambiaban aquéllos a cada plato como es uso en los buenos hoteles; de suerte que a mí me dan el que a ti te quitan y viceversa— se celebró en el Stadium para solemnizar, entre otras cosas, la integridad inflexible del ministro, en ese punto fuerte. Pero quiso el azahar, que todo lo complica, que de allí a poco se suscitara en uno de los periódicos de mayor circulación del Reino una gran campaña cantando las ventajas del veraneo en un Sanatorio. Tenido hasta entonces por excelente para tuberculosos y para las águilas que han logrado realizar el voto atrevido de Luis XIV, borrando de una sola frase el alto Pirene. Entre otras ventajas se cuenta—y no se acaba—cierto permiso obtenido para la explotación del juego en tal Balneario, sin competencia ni más concurrencia que las de los puntos... Suspensivos los ponemos. Continúa abierta la suscripción para regalar, por iniciativa del director de uno de los periódicos de más circulación, las insignias de Carlos III al ministro serio—«¡No se jugará ni ú. XOXVÍ dáoU—. Continúa • Había una vez un barco pequeñito, había una vez un barco pequeñito, ' había una vez un barco pequeñito que no podía, que no podía, que no podía navegar... II Había otra vez un barco grandecito, había otra vez un barco grandecito, había otra vez un barco grandecito que no podía, que no podía, que no podía navegar... III Había después un barco,más bonito, había después un barco más bonito, había después un barco más bonito... que ya no le iban que ya no le iban que ya no le iban a botar. Exégesis ¿Para qué? Lo mejor es que los construyan embarrancaditos y todo, desencuadernados, rompiéndose las costillas falsas contra el arrecife correspondiente. ¡No sale tan caro! Cuarenta y nueve millones de pesetas no es mucho. Y si no, hagan ustedes la cuenta en marcos y verán como es muchísimo más. Nada, nada: ¡Caballos, caballos, caballos de vapor! EL ESTILO E S . . . LA MUJICR (Crónica extranjera.) «Hoy he tenido carta de España. De la criada del cura de Campoamor que, la pobre, ya ha aprendido a escribir. ¡Y qué cosas me dice! ¡Y qué dulces ecos me traen esos renglones de la adorada Alcarria! ¡Siempre nos han querido mucho a todos los de casa las hijas del ama del cura! »Ya sé escribir—me dice—y como ya no vive mi querido Ramón (que Santa Paz haya, digo yo, que era más bueno y más fiel que un perro, el fiel servidor) escribo a la que es siempre para nosotros el Ama buenas-. ¡Cuánto me quieren! Y luego me va contando de los míos, de quienes sabe, no sólo por los retratos que vienen todos los días en los periódicos, sino porque los ve con frecuencia. El mayorcito ya monta en motocicleta, y juega con las niñas, que están hechas una monada, y se ha comprado de sus ahorros un sombrerito de paja y unos cuentos de Ortega Morejón—que ha físpAÑA Ntim. 381—ll. de que quedan elocuentísimos testimonios mudos en la adaptación a la pantalla—comicidad grotesca del alemán y su prole casi mecánica—, tomó cierto color de pacifismo wilsoniano, que desvirtuaba el sentido d: la propaganda francesa de la novela. Durante la guerra, no se permitió en París la proyección de la cinta de los Jinetes. Permitida al fin en Inglaterra y en Francia, obtuvo un éxito de marcada reacción antiguerrera. En el principio del drama del señor Linares Becerra, era el Prólogo. ' Y el Prólogo, en figura de actor de frac y guante blanco (puestos los de ambas manos), nos dice ante una evocación sucinta pero expresiva de la novela—reproducción de la portada, a todo tamaño del escenario, con sendos óvalos transparentes a uno y otro lado, donde una linterna proyecta ora la pampa argentina en estampa estereotipada, ora el retrato del propio Blasco Ibáñez en colores—, nos dice los propósitos del señor Linares Becerra, que no son si no los de hacer resaltar la moralidad ejemplar del trance porque pasan los protagonistas, evitando el partidismo de la novela, sacrificado ahora a la clarividencia del ruso con maferlán que corre con la explicación del argumento que tiene la obra. No incurriremos en la insensatez de relatarlo una vez TITO LIVIANO. más. Sobre que es materia que si reducible fácilmente, dada su escasa enjundia, al tamaño de un papel de fumar, requiere sin duda el volumen de la novela, la extensión kilométrica de la película, el marco de la escena, y, sobre todo, LA S E M A N A T E A T R A L a Margot llorando en el tranvía donde lo lee, en \&preferencia del cine donde lo ve, en el anfiteatro donde lo vive, LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS como si fuera de verdad. De las tres versiones—novelesca, cinematográfica, teaNi es cosa tan sencilla escribir un melodrama con todas tral—en que se ha ido sirviendo a los distintos públicos la las de la ley. Los graves defectos en que ha incurrido el fábula de propaganda acomodaticia, que más ha contribuí- señor Linares Becerra y la compañía a sus órdenes, son do a la fama de Blasco Ibáñez, la reciente adaptación dra- otras tantas incursiones en pecado de leso melodrama. Dimática representada en el teatro del Centro por obra y gra- chosa edad y dichosos tiempos aquellos en q^ie un melocia del señor Linares Becerra, es quizá la mejor. drama se estimaba como un medio adecuado a la conmoNo nos atrevemos a asegurarlo desde luego—aparte nues- ción del público por su lado más sensible, sin que al autor tra natural inclinación a rehuir todo juicio decisivo que se le cayese ninguna venera. Hoy la inocencia paradisíaca pueda comprometer la ecuanimidad en que ciframos el pretende siempre adornarse con plumas literarias mal corlogro de la carrera crítica a que nos sentimos vocados por tadas, conforme a una discrección peor entendida. Cúmirresistible dejación de las escasas facultades creadoras que planse, pues, las leyes. No hay melodrama sin traidor. pudiéramos poner en juego—, no nos atrevemos a asegurarlo, Un buen melodrama no requiere menos que una buena por el desconocimiento en que hasta ahora vivimos de Los comedia, interpretación conveniente. En «Los Cuatro JineCuatro Jinetes apocalípticos que arrastran a la Gran D'Au- tes del Apocalipsis» el señor Rambal nos ha defraudado por mont la carroza triunfal del hacendado de «La Malvarro- completo. Habituado a la frialdad, imitada del inglés como sa» en la Costa Azul. La literatura que ha podido trascen- los flamantes ternos—especialidad en gabanes—que ostenta der de la novela a los letreros explicativos de la película y a en las piezas policíacas, ni un momento intenta vencer su las tiradas del drama, justifica nuestra sospecha. El gran natural detectivesco, de suyo reservado y suspicaz. Fueron éxito de Norteamérica corrobora nuestra opinión. Todas muchas las voces el día del estreno que pidieron repetidalas deducciones son favorables a la intención del señor Li- mente que hablara más alto. nares Becerra. En cambio, el autor encargado de representar los papeles En primer término, parece que Blasco Ibáñez escribió esa de ruso profético y de general francés, aportó la comicidad novela, que no hemos leído, como uno de tantos alegatos necesaria. célebres a la manera de «La cabana de Tom» o el «Quo El buen público aplaudió a más y mejor. Y eso que la tiVadis» del polaco Sienckiewitz, en pro de las razones mo- midez, inexplicable en una Empresa avezada a montar brirales de la guerra de los aliados contra Alemania. Así lo llantemente todo género de catástrofes de gran espectáculo, dejó decir su autor en Francia, y así lo entendieron los ger- con que se representa la guerra de trincheras en «Los Cuamanófilos españoles al renovar con tal motivo los anatemas tro Jinetes del Apocalipsis» y la sobriedad ineficaz con que de antaño contra el zolismo del republicano de Valencia. se encuentran frente a frente el alemán y el francés de la En Norteamérica cuentan que se desbordó el entusiasmo de misma familia argentina; así como la escasez de cohetes, los lectores. gases y bombas de mano con que esperábamos ver acabarse Pero ya allí la primitiva intención, puramente francófila, la función como era debido, enfrió un poco las excelentes sido siempre muy nuestro—. El pequeño ya lee de corrido y se sabe contener sin estropearlos pantalones nuevos. Gracias al ángel tutelar del amor hermoso que tienen al lado. Pero del Padre es de quien más me cuenta. Que ahora parece que le ve mucho por las noches, haciendo obras de caridad, como es acompañar al que no va solo, en los sitios de esparcimiento de que ya goza mi pueblo, ¡vaya que sí!, como cualquier capital. Y me dice la buena alcarreña que al buenazo de Dilo (como le hemos llamado siempre) le ha dado por divertirse santamente. Y que para no perder ripio, hasta suele leer los versos de su madre, a la que desde aquí se le cae la baba sólo de pensarlo. Lo que más gracia me ha hecho es que le hayan puesto mote ya. Pues parece ser que los unos le llaman Fernández, dándole de compañero, y otros Cayetano, que es nombre de torero grande, y los más chuscos el Rosca. Y yo me río, y se lo digo a los nietos de aquí, que claro, no lo entienden, porque se hacen los suecos desde pequeñitos. Y también me cuenta que Fn-nández—como también le voy a llamar yo desde ahora—se ha metido en negocios, y tiene eit planta unas líneas de autobuses, y que su su Primo le ayuda, y yo que lo vea, ¡Buenos tres pies están para un Banco! ¡Bendito sea Dios, digo todos los días!—Luz.^ Núm. 5^é.~Ü. ESPAÑA disposiciones de unos espectadores que Van aí teatro a divertirse iionradamente. El precio de las localidades es así mismo favorable a «Los Cuatro Jinetes» drama, en comparación con la novela, más cara desde luego, y con la película más barata, pero menos emocionante: En el teatro del Centro, los actos argentinos terminan siempre con el pericón nacional: Si se representa la pampa, con baile y canto lo más típicos; si se representa un salón de familia bonaerense en París, con simple evocación al piano. Los actos guerreros se acaban con la Madelón—no siempre ajustada a un criterio muy cronológico—o la Marsellesa. Lo que no pasa en el cine. Que nunca anda al son que tocan. PIPÍ. (Antiguo mozo del «Cafí* de Moratín.) LIBROS VISIÓN DE ANAHUAC.—Alfonso /«"ÍJÍÍJ-.—Biblioteca de índice. Edit. Rivadeneyra. Madrid 1923. En medio de la gárrula actualidad libresca, sin grito ni forma, que a diario transcurrimos, ha surgido de repente —pero no sin voluntad y esfuerzo-la nota expléndida. Ha aparecido la Biblioteca de índice. La Biblioteca de índice significa un decisivo avance en la concepción del libro moderno y en España el logro más alto dentro de las posibilidades tipográficas. Todo está cuidado en estos severos y elegantes volúmenes—telas marrón claro o verde oscuro, letras oro bronce—con refinada delectación, desde la luz estética de su contenido hasta las últimas menudencias de la coma. Literariamente es índice, muestrario de escogidos valores. (Exceptuemos con la natural modestia el último tomo «Signarlo») valores, que aunque sean de otro tiempo, como el «Polifemo» de Góngora tienen una resonancia evidente en el alma moderna. Y, valores nuevos, que pretenden, por lo menos, destacar una actitud pura. La iniciativa de esta obra considerable—iniciativa exquisita, naturalmente—se debe a Juan llamón Jiménez. Sobran, estampado este nombre, elogios que pudieran parecer interesados. Pero sería demasiado injusto regatear al gran poeta, por escrúpulos de lisonja, un aplauso que cualquier pluma joven suscribiría con entusiasmo. Ni dejar de consignar un hecho preciso que conviene no dar al olvido. El de que siendo Juan Ramón Jiménez entre los conspicuos del 98, el que menos necesita salirse de su obra para regir en nuestra juventud literaria es, sin embargo, el único que ha sabido tenderla su mano, generosamente. Y elevar para ella, el ilustre y seieno pabellón de índice. * * * El primer libro de la colección es el de Alfonso Reyes «Visión de Anahuac». Trata en él de un tema tan hondamente sugestivo para el lector español e hispanoamericano, como el de la fisonomía y estado del valle de México, a la llegada de los conquistadores. Muchas veces se ha detenido nuestro pensamiento, en la ilusión de aquel espectáculo bizarro. Pocas hemos podido librarnos en absoluto de la vulgar estampa del indio de la lanza «el grito del papagayo, el trueno de las cascadas, los ojos de las fieras y le dard empoisonné du sauvage». Era preciso el documento literario que recogiese en su pantalla lo que desenfoca inevitablemente la historia. Era necesario la impresión totalizadora del poema, ajeno al engorro del análisis y el dato, pero agudo y pleno de emotivas esencias. Esto ha conseguido Alfonso Reyes. Un cuadro, una proyección vivaz y lírica del legendario valle de Anahuac. La obra está concebida y escrita con una sorprendente, diríamos, pimtualización de estilo. Es decir, no sólo con ese carácter y sello personal, en muchas ocasiones epidérmico, que llamamos estilo, sino con la sabia manera profunda que dosifica y sintetiza los más vacíos elementos de la prosa moderna: exactitud verbal, dinamismo, equilibrio fonético, elasticidad. De tal punlualización se desprende, además, el color espontáneamente, Y obsérvase algo, que quizá parezca extraño a los que tienen del colorismo literario una idea barroca y pictórica más próxima a Gautier, sin duda, en el mejor de los casos, que a Blasco Ibáñez, pero en el fondo pertinente a ambos. Que el color en la obra literaria es más bien resultado de la arquitectura del estilo que del teñido de la prosa. Una arquitectura, de amplias galerías y mucho calado para que penetre el sol de fuera, y sobre todo desprovista de la quietud inevitable de la verdadera arquitectura. La arquitectura de la piedra. Porque una de las condiciones más altas de la prosa no viits la fluidez, condición capaz de producir ilusiones tan aereas como esta cristalísima «Visión de Anahuac». A. E. REVISTAS NOSOTROS (Buenos Aires, agosto), publica un artículo de Edwin Elmore (Nosotrosy la nueva era), donde se dice, entre otras cosas: «La política exterior de los países hispanoamericanos de los años comprendidos por la guerra y la «paz» que la siguió, ha sido de la más absoluta y servil abdicación de la personalidad y la independencia colectivas... En cuanto a México—nuestro amado México —, la cosa cambia de aspecto por completo. Su honrosa revolución, pictórica de virilidad y de sentido, ha revelado valores humanos de primera fuerza, que yacían oprimidos por la organización oficial de la ramplonería, la mediocridad y la ineptitud. Debido al esfuerzo recio y heroico de tal vez más de dos generaciones de hombres (no de muñecos sobornables), el nombre de México es hoy unánimemente admirado en el Continente por la gente de conciencia; y todo el que ama la libertad y tiene una idea de la misión constructiva que nos toca realizar en América,'rinde homenaje de reconocimiento y de respeto a la patria de Juárez. Dado el abrumador desconocimiento que reina entre nosotros de la labor crítica y constructiva de la brillante generación de mexicanos que, desde 1910, ha asumido la responsabilidad de sus propios destinos, arrollando pujantemente todo lo que se opone al normal y armonioso desenvolví, miento de sus aspiraciones e ideales, se hace pesado y laborioso desentrañar los orígenes del actual estado. ¿Cómo ha llegado México a producir hombres como Obregón, Caso, Vasconcelos, Lerdo de Tejada y cien más que operan, cada uno en su esfera, una vigorosa renovación de normas, leyes, costumbres e instituciones en su país? Se nos dirá: el fenó- Núm. 385.—13. Bs PAN A ^ meno no es nuevo; México ha sido siempre fecundo en perNOTICIA BIBLIOGRÁFICA sonajes políticos, plenos de valor y de energía... Pero ahora SALVATRORE D I GIACOMO: Tres Dramas. —AsuniSi Espina. no se trata sólo de eso. No se trata de empíricos de la acción, Las Flores de Mayo. La Cárcel de Ñapóles.—Traducción del no se trata de patriotas más o menos leales a una causa o más o menoj afortunados en la lucha. Se trata ahora de un dialecto napolitano por C. Rivas Cherif.—Col. Contemmagnífico movimiento de madura gestación moral e ideoló- poránea. Calpe.—Un volumen de i8o págs. en 8.°,—Pregica; se trata del surgimiento de un grupo de hombres—to- cio: 3,50 pesetas. G10VANNI PAPINI: Hombre acabado.—Traducción del italiadavía en su mayor parte desconocidos por nosotros—inspirados por una idea soberana, poseedores de una voluntad no por C. Rivas Cherif.—Bibl. Nueva.—Madrid, 1923.— potente y ricos en esa generosidad y esa nobleza que sólo Un vol. de 360 págs. en 8.".—Precio: 4 pesetas. Conceconfieren a los hombres las grandes concepciones. No sería cionaria exclusiva para la venta: Librería y E.dit. Rivadeextraño que, en esta nueva época de nuestra historia—cier- neyra. Avenida del Conde de Peñalver, 8. MadriJ. tamente más interesante y trascendente, por múltiples razoRODOLFO ROCKER: Artistas y Rebeldes.—Escritos literarios nes, que la de nuestra relativa independencia—, la herencia y sociales.—Traducción de Salomón Resnick. - Edit. Argode los Miranda, Bolívar y San Martín correspondiera a los nauta. - Buenos Aires, 1922.—Un vol. de 300 págs. en 8." hijos de Anahuac.» Edicción especial: 2,50 pesos. En el mismo número: Centro América intervenida, por EnV. G ARCÍA MARTÍ; Del vivir heroico y del mundo interior. rique Gay-Calbó. Y Nuestra encuesta sobre la nueva genera- Segunda Edic—Ed. «Mundo Latino», Madrid.—Colección de ensayos, con prólogo de Unamuno y epílogo de ción. Gabriel Alomar. Un vol. de 250 págs. en 8.°.—Precio: 4 * * * pesetas. LA REVUE DÜ GENEVE (agosto) publica unas páginas de viaje PAUL VEKLAINE: Obras completas. Vol VIII: ^4WÍÍ)/-.-Trade su director, Robert de Traz: Cinco días en Berlin-. «Hay ducción en verso de J. Ortiz de Pinedo. - Dibujos de Eduaren Berlín veinticinco teatros de opereta. Vamos al Metropoi, do de Riquer. —Ed. «Mundo Latino», Madrid.—Un voludonde representan por centésima vez Die schmsle der Framen de 175 págs. en 8.°.—Precio: 4 pesetas. ilen. Sala llena, público de aspecto sencillo, a pesar de la caRAMÓN PÉREZ DK AVALA: Obras completas.—Vol. III: 7?'restía de las localidades, y atento. Obra idiota, puesto que nieblas en las cumbres (novela). Un volumen de 335 páginas es una opereta; pero el ritmo de la música es vivo y alegre. en 8.°, con un elogio autógrafo de don Benito Pérez GaldósLos intérpretes, vestidos con modestia, cantan muy bien. Precio: cinco pesetas. Es curiosa la ranciedad de algunos efectos, y por ellos se ad—Volumen V. La pata de la raposa (novela). Un volumen vierte que el tono berlinés de la elegancia y la coquetería ya no está acorde con el de Europa. Así, una actriz joven, de- de más de 300 páginas, en 8." Precio: cinco pesetas. — seosa de seducir a un príncipe viejo, cree, después de mu- MCMXXIII, Mundo Latino. Madrid. chas monerías, que es hábil levantarse las sayas hasta la rodilla. Por un momento, me pareció estar viendo un dibujo de Msrs en el antiguo Journal Anmsant. Al ver aquellas lindas piernas, un payaso admirable grita: Ubi Beine ibipatria, haciendo reir a toda la sala. Su comicidad es agresiva, y el público ríe más cuanto más huraño se muestra. El tono desagradable, el autoritarismo imbécil, se consideran rasgos normales, que se prestan a la burla; son tan frecuentes que hay que vengarse de ellos en la escena. El espectáculo dura desde las siete y media á las once. Al salir vamos a tomar algo en el «Palais de Danse» (¡oh prestigio del francés! ¿Se concibe un establecimiento en Montmartre con nombre alemán?) Sala llena de luz y de mujeres, donde retumba el jazz. La gente es pacífica, y se irá tranquil.-imente cuaiído, a media noche, les avisen que la policía, en la puerta, reclama la clausura. Es un sitio de diversión asombrosamente burgués. Luego, en la Friedrichstrasse, al salir de las diversiones nocturnas, y bajo la mirada indiferente de la policía, un tráfico de prostitución — prostitución descarada, impudente, masculina y femenina—como no he visto igual en ninguna capital de Europa.» PEDRO DE RÉPIDE (Cronista de Madrid): La villa de las siete estrellas.—Eá. Mundo Latino. Madrid.—Col. de treinta y seis artículos sobre el Madrid antiguo. Un vol. de 300 páginas, en 8.°. Precio: cinco pesetas. MARCELINO DOMINGO Viajando por América: La isla encadenada.—Ed. Mundo Latino. Conc. exclus. de venta: Librería y Ed. Rivadeneyra. Gran Vía, 8 y 10. Madrid.—Colección de treinta y dos artículos: «Soliloquios de un emigrante.—Panoramas tropicales —Reflexiones de un español.—La España que perdura en Cuba. —Forjadores de la Independencia.—La isla encadenada». Un vol. de 250 páginas, en 8." Precio: cuatro pesetas. DOCTOR CÉSAR JUAKROS: Las hogueras del odio.—Editorial Mundo Latino, Larra, 8. Madrid.—Colee, de artículos: «La salud. —La morfina.—El furor. —La casa.—La educación.— La olla.—La caridad.—La muerte». Un vol, de más de 300 páginas, en 8.° Precio: cinco pesetas. ESPAÑA SEMANARIO 19 2 3 DE LA VIDA NACIONAL Redacción y Administración: Prado, 11, 2.°, Madrid. Apartado 139. Teléfono 52-33 M. PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN: núm. 2. (Madrid, agosto): Juan Ramón Jiménez. Colina del alto chopo, Ernesto Kretschmer. Genio y figura, Manuel G. Morente. Una nueva filosofía de la historia, Ramón Gómez de la Serna. María Yarsilovna (Falsa novela rusa), Corpus Barga. Viaje occidental, Jorge Simmel. Filosofía de la moda. Notas por José Ortega y Gasset, E. Díez-Canedo, Antonio Espina y C. B. —Asteriscos, REVISTA DE OCCIDENTE ESPAÑA; Año 15,00 pesetas. .Semestre Y,50 Trimestre 3,75 ExTRANjiiRo: América y Ponugal. Año 20,00 Los demás países: Año 25,00 » 5 » > Ejemplar suelto: 3 0 céntimos. Imprenta Sícz Hci manos. Norte 21. Madrid. EDICIONES D:E LA PLUMA SERIE 1 (NOVELAS CORTAS Y CUENTOS) = CADA TOMO DOS PESETAS = PUBLICADOS: 1. Eduardo Marquina: Agua en cisterna. II. Gerardo de Nerval: Silvia; (Traducción de C. Rivas Clierif). 111 y IV. F. Schlegel: Lucinda. (Traducción de J. Moreno Villa) V. L. F^""ernández Ardavín: El hijo. VI. Víctor Cátala: La madre ballena.(Traducción de R. Marquina).—VII. C. Rivas Cherif: Un camarada más. —VIH. Ramón M.' Tenreiro: El loco amor.—IX, Luis y Agustín Millares: Compañerito.—X. Eduardo Marquina: El destino cruel. SERIE (ENSAYOS Y C O L E C C I O N E S DE LA PLUMA Los 31 números correspoudientes a los tres primeros años de LA PLUMA (1920-1922) se venden encuadernados en cinco tomos. Precio de cada tomo: diez pesetas. Número suelto atrasado: el ejemplar, dos pesetas cincuenta céntimos. MADRID Pídanse a HERMOSILLA, 24, dupl. HIJOS DE LÓPEZ MALAGA(Casa fundada en 1S59) VINOS FINOS - LICORES ANISADOS - COGNACS 2 ESPECIALIDADES : NOVELAS) PUBLICADOS: Eugéne Mont fort:.La Niña Bonita o el amor a los cuarenta años. (Novela traducida del francés por Manuel Azaña). 1 vol; en 8.", cuatro pesetas.—R. L. Stevenvon: El Club de los Suicidas. (Novela traducida del inglés por José Torroba). 1 vol. 8.°, dos pesetas cincuenta céntimos. EN PRENSA: R. L. Stevenson: El Diamante del Rajah. (Novela, traducida del inglés por José Torroba). PONCHE IMPERIAL :: KOLA TITÁN OJÉN marca JOAQUÍN BUENO Y GOMP." 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