CONGRESO INTERNACIONAL 50° ANIVERSARIO DE LA MATER ET MAGISTRA JUSTICIA Y GLOBALIZACION DE LA MATER ET MAGISTRA A LA CARITAS IN VERITATE † Mario Toso Secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz 1. Mientras más se lee la encíclica Mater et magistra en el contexto global y actual, y en el conjunto de las otras encíclicas sociales, más se toma conciencia de que ella no es un documento ya superado, que se hubiera convertido en un simple punto de unión con lo que le precede y lo que le sigue. La Mater et magistra no es simplemente un “documento-puente” hacia la sucesiva y también importante Pacem in terris. La Mater et magistra posee una valencia propia, autónoma, no instrumental respecto al magisterio sucesivo. La Mater et magistra y la Pacem in terris se sostienen recíprocamente y se complementan como dos pilares de un mismo edificio. Una no puede permanecer sin la otra. Una no puede ser leída ni comprendida sin la otra. La primera, posee una connotación social y económica, ofrece una contribución específica para la interpretación y la solución de las problemáticas económico-sociales existentes en las relaciones desarrolladas en los distintos niveles (locales, nacionales, internacionales) en el horizonte de la realización del bien común. La Pacem in terris, en cambio, es una encíclica típicamente política en sus diversos niveles de ejercicio: entre personas, entre comunidades de personas, entre comunidades de personas y autoridades públicas, y en los diversos niveles locales, nacionales e internacionales. La celebración del 50º aniversario, además, no sustrae de las responsabilidades actuales, más aún exhorta a afrontarlas. A quien, por tanto, se pide releer la Mater et magistra no lo haga colocándose fuera del tiempo y de las problemáticas actuales más acuciantes, como por ejemplo la crisis de los regímenes autoritarios del Norte de África, el éxodo de multitudes migrantes, la crisis de la democracia occidental (que se ha hecho más populista y menos participativa), el neocolonialismo que despoja a los Países más pobres de sus bienes sin contribuir efectivamente a su verdadera emancipación económico-social, es necesario responder que la encíclica de Juan XXIII indica vías concretas para enfrentar los problemas contemporáneos desde la raíz, para prevenirlos, para realizar una democracia global y, por tanto, para superar desequilibrios, desigualdades, injusticias, emigraciones bíblicas. 2. La Mater et magistra, además, permanece como un modelo de discernimiento respecto a los desequilibrios económicos, sociales, culturales contemporáneos, es decir respecto a los desequilibrios internos de una globalización no gobernada adecuadamente. La Mater et magistra, lo es por la criteriología ofrecida, confirmada por la Caritas in veritate de Benedicto XVI, y que es la referencia a la verdad, al amor y a la justicia. En particular, es paradigmática por la proyectualidad que ella configura en el plano de la política social y económica, a la luz del principio del destino universal de los bienes, mediante la conjugación de la justicia social, o mejor aún de la justicia del bien común. Dicho con otras palabras, la encíclica del beato Juan XXIII viene señalada porque está empeñada en ofrecer no sólo principios de reflexión, criterios de juicio, sino también orientaciones prácticas o, mejor dicho, bosquejos de política económica y social concerniente por ejemplo a la imposición tributaria, al crédito, a las seguridades sociales, a la tutela de los precios, a la promoción 1 de industrias integrativas, la adecuación de las estructuras empresariales. Tal política, que implica la acción de los poderes públicos, debe vincularse y ser concomitante con la iniciativa de de los ciudadanos, con la obra de sus movimientos asociativos de defensa y de autopromoción, dentro del encuadramiento del orden moral-jurídico, del bien común. Sobre tales bases se puede afirmar que la encíclica no es presa de un esquema cultural “lib-lab” (es decir liberal-laburist) que desearía la solución de los problemas bypasando la sociedad civil, ateniéndose a impostaciones cupulares, estatalistas, o de sólo libre mercado. Sino todo lo contrario. La Mater et magistra es esa encíclica que, mientras tematiza la socialización, especialmente en sus aspectos más positivos, indica el camino para la afirmación de un welfare que se sirve de la coordinación y compenetración de tres polos: Estado, sociedad, mercado, sin polarizaciones entre lo sectores público, privado y social. El welfare hacia el cual nos impulsa Juan XXIII no está finalizado hacia la simple seguridad social, sino hacia un well-being, al bien vivir. La política social y económica propuesta por el Papa Roncalli, precisamente porque está estructurada sobre la base de la justicia social, justicia atinente al bien común, deber se actuada en términos unitarios, no fragmentados, como sucede hoy frecuentemente, y por tanto «las autoridades deben cuidar asiduamente, con la mira puesta en la utilidad de todo el país, de que el desarrollo económico de los tres sectores de la producción —agricultura, industria y servicios— sea, en lo posible, simultáneo y proporcionado; con el propósito constante de que los ciudadanos de las zonas menos desarrolladas se sientan protagonistas de su propia elevación económica, social y cultural. Porque el ciudadano tiene siempre el derecho de ser el autor principal de su propio progreso» (Mater et magistra, n. 151), económico, social y civil. 3. En el contexto de la propuesta proyectual de adecuadas políticas económico-sociales emerge el objetivo de la búsqueda no sólo de la justicia sino también de la equidad. También esta peculiaridad – dirigida a la búsqueda de la justicia social no abstracta o ajena a la vida, más aún proporcional a las personas y a los pueblos concretos, situados al interno de relaciones sociales particulares, propias de Países con cultura, grado de desarrollo e ingresos económicos diversos – permanece como una herencia preciosa. La presentación, posterior de la política como actividad que preside la realización del bien común históricamente connotado, coordinando las personas individuales, los múltiples sujetos sociales, así como las diversas políticas hacia la consecución del progreso social, es una ulterior enseñanza que no se ha de desatender «la prosperidad económica de un pueblo consiste, más que en el número total de los bienes disponibles, en la justa distribución de los mismos, de forma que quede garantizado el perfeccionamiento de los ciudadanos, fin al cual se ordena por su propia naturaleza todo el sistema de la economía nacional» (n. 74). El desarrollo económico ha de ser orientado al progreso social y éste, al bien común. En tal modo nos viene enseñado, en un contexto en el cual prevalece la subordinación de la política a las finanzas, de rehabilitar la primera, invirtiendo el orden. La estimulación para superar los desequilibrios sectoriales, regionales y nacionales a la luz de la justicia social y de la equidad nos compromete a superar los desequilibrios globales recorriendo el mismo trayecto. La Caritas in veritate señala, por ejemplo los desequilibrios entre actividad económica y función política: la soberanía nacional de los Estados no es adecuada respecto del nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional (cf n. 36), entre gestión cupular del poder y participación popular (cf ib.), entre redes de seguridad social y la totalidad de los ciudadanos: muchos de ellos, también en los Estados occidentales, no gozan de cobertura asistencial o previdencial (cf n. 37); entre recursos y activos institucionales que presiden su uso y su distribución (cf n. 40); entre respeto de la vida desde su concepción y el desarrollo global (cf n. 41); 2 entre promoción del derecho a la libertad religiosa, síntesis culturales y verdadero desarrollo (cf n. 41); entre los derechos reclamados con exasperación y los deberes olvidados (cf n. 56); entre ética, justicia y mercado (cf nn. 46-55); entre ecología y el tenor moral de la sociedad (cf. n. 65). Sin contar como señalaba ya Populorum Progressio, el desequilibrio entre el pensamiento, la fraternidad y la gravedad de los problemas sociales y culturales a resolver (cf n. 19). ¿Pero más concretamente, qué es necesario hacer? 4. Benedicto XVI, el 16 de mayo pasado, recibiendo a los participantes del Congreso internacional, ha sugerido la vía de una nueva evangelización de lo social, gracias a la cual es posible recuperar una razón integral que consiente un nuevo pensamiento moral y, por tanto, una nueva proyectualidad.1 Pero es claro que no podrá faltar como sugiere Juan XXIII, una seria reflexión sobre la unitariedad de la economía mundial que se acentúa a causa de la globalización. Si ya a los tiempos de la Quadragesimo anno era prejudicial la consideración de la unidad nacional de la economía para determinar el justo salario, y a los tiempos de la Mater et magistra era vinculante la unidad internacional y mundial para prefigurar una serie de decisiones reequilibrantes entre los sectores económicos como también la justa remuneración - así se expresaba Juan XXIII-, tanto más debe ser tenida presente la unidad global para corregir los desequilibrios tradicionales que perduran en el hoy así como los desequilibrios que le corresponden. Lo exigen la acrecentada interdependencia en las políticas, en los factores productivos, en los sectores económicos, en el uso de los recursos materiales e inmateriales, en los mismo salarios, dado que la conveniencia de invertir el capital donde el costo de la mano de obra es muy bajo desencadena, a escala planetaria, una indebida competencia salarial y comercial. Hoy asistimos a la paradoja de que el crecimiento de la riqueza mundial en términos absolutos no corresponde al desarrollo de todos. En los Países ricos algunas categorías sociales intermedias se empobrecen mientras reflorecen antiguas pobrezas y nacen otras nuevas. Algunos grupos gozan de una suerte de superdesarrollo disipador y consumista mientras perduran situaciones de miseria deshumanizante. Si el fenómeno de la globalización ha contribuido en parte a reducir la pobreza extrema ha, también, favorecido la concentración de la riqueza en las manos de unos pocos. A este propósito baste pensar que la población mundial más rica posee un ingreso promedio nueve veces mayor que el de las poblaciones más pobres. Y en algunos Países, en particular de la América Latina, aún veintisiete veces superior. Semejantes desvaríos son particularmente evidentes en plano de los salarios. Las compensaciones de los top manager, en muchos casos, son incomparablemente más altos respecto de aquellos de los trabajadores comunes de la industria o de la tierra, o de aquellos que si bien trabajando toda la jornada, sin detenerse, perciben un salario insuficiente para sus familias y para una existencia digna. Pero, a los fines de un mundo más justo y ecuo, ha subrayado con fuerza Benedicto XVI en su discurso a los participantes en el Congreso, no son menos preocupantes los fenómenos ligados a unas finanzas que, luego de la fase más aguda de la crisis, han regresado a practicar con frenesí los contratos relativos a los así llamados títulos derivados, que frecuentemente comportan una especulación sin límites. Fenómenos de dañosa especulación se verifican también en referencia a los alimentos básicos, al agua, a la tierra, terminando por empobrecer aun más a aquellos que ya 1 Cf BENEDICTO XVI, Audiencia a los participantes del Congreso internacional en el quincuagésimo aniversario de la «Mater et magistra» de Juan XXIII. Per una giustizia sociale mondiale, en «L’Osservatore romano» (lunes-martes 16-17 mayo 2011), p. 8. 3 viven en situaciones de grave precariedad. El aumento de los precios de los alimentos conduce a millones de personas a padecer hambre, colocando las premisas de fuertes tensiones sociales, mientras los grandes grupos alimentarios y las nuevas potencias económicas registra un constante crecimiento de ventas y de utilidades. Análogamente, el aumento de los precios de los recursos energéticos primarios con la consecuente espasmódica y no controlada búsqueda de energías alternativas, terminan por tener consecuencias negativas sobre el ambiente y sobre la biodiversidad, así como sobre el mismo ser humano. También con referencia a los recursos alimentarios y a la cuestión ambiental se colocan, por tanto, desigualdades crecientes. Por un lado, faltan tanto la disponibilidad, de parte de todos, de los bienes naturales necesarios, como el control sobre su utilización, por otra parte se hace cada vez más evidente una asimétrica distribución de los costos y de los malestares de la degradación ambiental derivante de las actividades productivas y comerciales que se atienen a un criterio meramente mercantil. Una atenta reflexión sobre estas desigualdades y sobre sus causas se hace cada vez más indispensable para encontrar un modo eficaz de conjugar el criterio de la justicia de acuerdo a dimensiones hasta ahora inéditas. 5. La vía sugerida por Benedicto XVI en la ya citada audiencia, está representada por la universalización, sobre el plano nacional y supranacional, de una democracia sustancial, social y participativa. Hoy, de frente a la liberalización de los mercados, de la deslocalización de muchas empresas, para realizar un desarrollo integral y armónico, no se deben erosionar o en añadidura considerar superfluos los derechos sociales (cf Caritas in veritate n. 25), derechos indivisibles de los otros derechos civiles y políticos. Es, en cambio, necesario concurrir a realizarlos también en donde se deslocalizan las empresas. Los sistemas de protección y de previdencia, mientras deben ser reformados en los países más ricos en sentido societario y participativo – mejorando en tal modo los servicios sociales y de asistencia, ahorrando recursos para destinarlos a los Países pobres (cf n. 60), han de ser difundidos e instituidos en los otros Países menos desarrollados (cf n. 40). Condiciones imprescindibles de la universalización de una democracia sustancial, social y participativa es que ésta venga regida por un ethos abierto a la Trascendencia, animado por la fraternidad y por la lógica del don y, además, esté fundada sobre un cuadro ético-jurídico cierto, es decir sobre derechos y deberes radicados en la ley moral universal y no en el arbitrio. En definitiva, en necesario que la justicia social mundial no se funde sobre un mero consenso social, como el que es previsto por las éticas neocontractualistas y neoutilitaristas o del diálogo publico, sino sobre el bien humano universal. A fin de que los actuales desequilibrios sean superados es necesario, en definitiva, que la justicia social sea actuada tanto de la/en la sociedad civil, como de la/en la economía de mercado (cf n. 35), y de la/en la sociedad política, sobre el plano nacional e internacional, sí mediante una governance mundial de colaboración, sobre un nivel de multilateralidad y de paridad (grupos de estados en el plano regional o transregional – piénsese en el G20 etc.), pero también mediante un verdadero y preciso government de decisión y de vigilancia supra partes, mediante la “estructuración política” de las existentes organizaciones regionales (por ejemplo la Unión europea), la reforma de las Organización de las Naciones Unidas y su democratización, en vistas de la gradual afirmación de una nueva arquitectura social y económica internacional y en definitiva la constitución de una autoridad política mundial poliárquica, subsidiaria, como exhorta, en el surco del magisterio social de los precedentes pontífices, Benedicto XVI en la Caritas in veritate (cf n. 67). 4 Al interno de un cuadro semejante, la intervención de los Estados y de las autoridades supranacionales en las sociedades civiles y en la economía ha de ser repensada en términos diversos, sea respecto de las concepciones centralizadoras, sea respecto de concepciones de tipo neoliberal según las cuales el mercado produce automáticamente riqueza para todos. De acuerdo a la Mater et magistra la intervención de los Estados debe ser de acuerdo a una subsidiariedad flexible, es decir que va pensada no en manera abstracta y apriorística sino de acuerdo a las reales exigencias de las personas y de los grupos, así como de las situaciones históricas. Deseando ofrecer algún ejemplo: es necesario el reequilibrio entre finanzas y business, entre economía real y finanzas. Esta última, en las necesariamente renovadas estructuras y modalidades de funcionamiento luego de su mala utilización que ha dañado la economía real, debe retornar a ser un instrumento finalizado a la mejor producción de la riqueza y al desarrollo (cf n. 65). Así ha de ser repensada la política fiscal, teniendo cuenta de la liberalización de los flujos financieros internacionales sobre los cuales se debe poder incidir, pensando además en una imposición fiscal no indiscriminada, sino proporcional, que considere las necesidades de las familias, especialmente de aquellas con hijos. Pero urgen, también otras, nuevas políticas agrícolas en tutela de quien trabaja la tierra, de los precios, de los cultivos con métodos respetuosos del ambiente, son necesarias nuevas políticas industriales, ecológicas, políticas activas para el trabajo, especialmente para los jóvenes, como también un reequilibrio entre gasto público y welfare y el recurso al endeudamiento que golpea a las generaciones futuras. A propósito del estudio y difusión de la doctrina social de la Iglesia, resulta que en las mismas instituciones que están al servicio de la nueva evangelización de lo social y, por tanto, deberían alojar sujetos protagonistas, activos y responsables de la Doctrina social, un alto porcentual de las personas involucradas y vinculadas con tales instituciones no conoce la Doctrina social misma. Son, por tanto, necesarios ante todo programas de formación para los agentes de pastoral social: programas que posean como base la dimensión comunitaria y por óptica la que corresponde al discípulo de Cristo. No ha de ser olvidado, además, con referencia específica a las Comisiones de Justicia y Paz, el fortalecimiento de su identidad eclesial, es decir su comunión con Cristo y su obra de salvación. De ello dependen: la fidelidad a la verdad sobre el ser humano, sobre la creación; la capacidad de entrar en diálogo crítico con las culturas inmanentistas y secularistas, con las ciencias humanas y sociales; la comunión con los obispos y las otras componentes eclesiales; la apertura a la trascendencia, a la pluralidad de los saberes, indispensable para un discernimiento fecundo. 5