Universidad Nacional del Comahue Facultad de Humanidades Departamento de Letras Cátedra: Literatura Española II Segundo cuatrimestre 2009 Prof.: Lic. Gloria Siracusa Jefe Trabajos Prácticos: Lic. Néstor Tkaczek Trabajo práctico Nº 3 Pequeño Bécquer Ilustrado Pablo Corcasi Mercedes Azar Un personaje del escritor José Merino, el profesor Eduardo Souto, profundo alter ego de su creador, explica en el transcurso de una de sus conferencias” lo que él llama “paradoja fundacional”, según la cual no fue el ser humano quien inventó la ficción, sino la ficción lo que inventó al ser humano 1 . Y tal vez no le falte razón. Desde siempre el hombre le ha dado sentido al universo, a su relación con sus semejantes, con los animales y con los fenómenos de la naturaleza. Desde siempre, entonces, la ficción se ha enfrentado a lo real para poder entenderlo y “re-crearlo”. Y es que la ficción, con sus sucesos y personajes inventados, interpreta la realidad por medio de un procedimiento que está en nuestra propia condición, que nos pertenece de forma natural. La experiencia lírica de las leyendas de Bécquer fue corta e intensa, interferida, eso sí, por el narrador, enriquecido en su apropiación, dueño definitivo de lo que la mirada del poeta irradia en el interior de las historias que cuenta. Pero nosotros, lectores incipientes y profanos de Bécquer, somos también imaginadores de ficciones, y nos hemos zambullido en sus leyendas tratando de escudriñar un mundo que nos es ajeno, reviviendo al mismo tiempo toda la dimensión lírica, onírica por momentos (por muchos momentos) de estas historias, escritas entre la niebla del sueño, en el duermevela del amor y de la ensoñación, en las que la imprecisión de los paisajes, figuras y contornos flotan a nuestro alrededor como formas intangibles (para esa misma época, Guy de Maupassant escribe: “Las palabras tienen un alma. La mayoría de los lectores y de los escritores solo les piden un sentido. Es preciso encontrar esa alma, que aparece en contacto con otras palabras” 2 ). Con sus leyendas Bécquer ha conseguido infiltrar en una parcela de la realidad un mundo fantástico, con su nódulo profundo de extrañeza y delirio, estableciendo otro espacio posible, paralelo, alternativo. Y en ello no es difícil ver en nuestro autor un precursor del simbolismo, volviendo al sentimiento, dejándolo –y dejándonos- en un estado nebuloso, etéreo, como el provocado por la música. Si bien nosotros nos hemos inclinado por El rayo de luna para ilustrar con fotos algunas de nuestras ideas (vale decir que pusimos las fotos al servicio de nuestro escrito, y no al revés), porque nos resultaba una síntesis bastante acabada de la materia poética de Bécquer, hemos 1 2 Merino, J., en el cuento Las palabras del mundo, en El viajero perdido, Alfaguara, 1990 Flaubert vu par Guy de Maupassant, en “Une vie à Étretat”, Magazine Líttéraire Nº466, 2007 2 hecho un recorrido por otras leyendas y por las rimas, dejándonos arrastrar –por el corto tiempo que dura una ensoñación- por la sensación de lo maravilloso que recorre toda su obra, por lo sobrenatural como fuerza motriz del universo, como un sentimiento que somete a la voluntad, alentando en nuestros espíritus de siglo XXI al primitivo crédulo que todos guardamos dentro. En El rayo de luna, desde el inicio de la narración, Bécquer se refiere al personaje principal recurriendo a una alusión auditiva que nos pone en aviso sobre el particular carácter de Manrique: Era noble; había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera hecho levantar la cabeza un instante… Entre los héroes becquerianos, Manrique es uno de esos corazones singulares que buscan la relación íntima con la naturaleza y el diálogo con ella: nos cuentan sus servidores que podía encontrárselo entre las ruinas del monasterio de la Peña o en el puente, mirando correr una tras otra las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas [porque] […] creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros o 3 cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio, intentando traducirlo […] En cualquier parte estará, menos en donde esté todo el mundo. En él (en Manrique) la Naturaleza vive y habla, susurra a su enajenado poeta en una lengua extraña (¿será tal vez el “himno gigante y extraño” de la rima I?) Manrique, como Teobaldo, también veía los hilos de luz imperceptibles que atan los hombres a las estrellas, y […] el arco iris, echado como un puente colosal sobre el abismo que separa al primer cielo del segundo 3 . 3 Bécquer, “Creed en Dios”, cantiga provenzal, en Obras completas, Librería de Fernando Fé, 6ª. Ed, Madrid, 1907 4 Apólogo mínimo en fragmento de El rayo de Luna La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo. En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines. -¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!..., ¡A estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta. Manrique cruza el puente de la realidad que lleva al misterio; la luz de la luna se posa en sus ojos, en su pelo, en sus manos, lo acaricia; "¿qué deseas?, le pregunta, "Seguir soñándote siempre". "Es el único de tus sueños que no puedo realizar, se lamenta el rayo de luna, sólo Dios puede evitar que despiertes algún día". (En definitiva, Manrique había nacido para soñar el amor, no para sentirlo). Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio. ¡Menos mal este fin! Bécquer narrador le debía esa última reivindicación a Manrique, por pretender que todo hiciera brotar en él la certeza de que su confusión era una suerte de iluminación, de regreso a un lugar perdido y olvidado. 5 Triste, solitario y final El sueño, el único lenguaje que Manrique entiende, le revela que los sueños mismos son mentiras así que paradójicamente es su revelación lo que lo lleva a ver la realidad tal como es. De aquí en adelante todo es tristeza y desilusión: al perder la fe en los sueños, Manrique pierde también la parte más brillante de sí mismo, porque recuperar el juicio (ver el mundo a la luz de la razón) significa renunciar a cruzar el puente que lleva al misterio y sobre todo significa enterarse de que mirar o ver la realidad nunca corresponde al apoderamiento cognitivo de ella. Así, nuestro soñador se abandona al fracaso en su fallida búsqueda de absolutos; su total renuncia a la esperanza pone ante sus ojos una idea fija: la idea de que la realidad concreta no es más que un vil engaño porque destruye las ilusiones de amor, gloria y libertad, que ante la misma se revelan como vanos sueños imposibles de alcanzar. La rima LXIX alcanza esta idea: Al brillar un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando morimos; tan corto es el vivir. La gloria y el amor tras que corremos sombras de un sueño son que perseguimos: ¡Despertar es morir! 6 La mirada y la búsqueda La usual imagen de unos ojos misteriosos o enamorados -las pupilas azules, los ojos verdes, los ojos que iluminan, pero también los ojos de las muertas, la imagen de los ojos desasidos y fantásticos que pueblan sus leyendas- tal vez resuma el acto lírico, en la poesía de Bécquer, como la extraordinaria visión carnal de un más allá del mundo (rima XIV): Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche llevan al caminante a perecer yo me siento arrastrado por tus ojos pero adónde me arrastran, no lo sé. Mirada que devuelve la mirada del poeta, para extraviarlo de nuevo en la irrealidad que duplica lo real, como un espejo de sueño. Y acaso por ello Bécquer no es el poeta del amor, sino el poeta de los espectros del amor, del fantasmal deseo que halla en la poesía la sombra amada de los cuerpos fugitivos. -Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué 7 mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas!... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su amor?... (El rayo de luna) Uno de los principales temas abordados por Bécquer, que creemos fue central en toda su obra y que conectó esta con los temas legendarios, fue la búsqueda; esa búsqueda inalcanzable, inefable casi, de lo ideal, de lo perfecto, que podía encarnarse en el amor, en una mujer o en la persecución de la expresión diáfana y adecuada del lenguaje artístico, que siempre concluía en un hecho trágico para el personaje –sea la locura, la muerte o el deshonor, etc.–; búsqueda que delineaba la fascinación estética de Bécquer en los límites humanos 4 . yo soy la ardiente nube que en el ocaso ondea 5 Y la verdad es que en realidad toda su búsqueda se transforma en un sueño evasivo, en el que cada uno de los elementos concurre y se imbrica tan íntimamente uno con otro que resulta prácticamente imposible abordarlos por separados: la naturaleza tiene en sí y de manera inmanente, una armonía, un compás y una cadencia, cuyo origen es el amor espontáneo que baña cada uno de sus elementos (el hombre-curiosamente a diferencia de la mujer- no participará en 4 Palabra más, palabra menos, así lo señala Phillip Stuyvesant, en La búsqueda como símbolo de unidad en las obras de Bécquer, Revista de Estudios Hispánicos Nº8, 1974, pág. 309 5 Rima V 8 esa cadena sino de manera imperfecta, de lo que dan dolorosa conciencia las rimas XXXVII, XLVII, LIII y LXIX.). Esto alentó buena parte de la producción lírica del sevillano, en la que se producía la identificación en la búsqueda poética con el ideal de la mujer imposible, que condensaba los mecanismos de una interiorización casi radical, el debate del héroe artístico de la modernidad. Y el tema de la “mujer ideal” reaparecía a lo largo de varias leyendas: así en Los ojos verdes, Fernando queda cautivado por unos ojos de mujer que brillaban en el lago de la fuente de los álamos, y pese a las insistentes advertencias, previas y posteriores, de su montero, se dirige al encuentro de aquella mirada e invoca a su poseedora para prometerle “seré tuyo, tuyo siempre…”, y desfallecer de amor al oírla. Ella, que encarna un paradigma opuesto al de las mujeres terrenales y portadora de un “cariño extraño y misterioso”, hace que el joven, “atraído como por una fuerza desconocida”, se acerque más y más al borde del abismo hasta caer al agua y hundirse para siempre sin remedio. Ya sea que interpretemos que Fernando ha sucumbido a los hechizos de la dama del lago para morir por ella, o ya interpretemos, en una lectura más optimista, que este final no es sino la unión con lo espiritual y por tanto un renacimiento, lo cierto es que la autoaniquilación material constituiría el requisito para alcanzar el ideal anhelado. Por su parte, la obstinada y fascinada persecución que el protagonista de El rayo de luna lleva a cabo en pos de lo que creía la mujer ideal, ha tenido tanta fuerza que buena parte de la crítica ha creído ver en este personaje el mito propiamente becqueriano, el del agitado soñador que lo es fatalmente, y que corre tras aquello que le es esquivo (nosotros, quienes esto escribimos, no tanto por pereza como por falta de ideas propias, nos sumamos a esta “corriente de la mayoría”). Otro de los pilares de la búsqueda que se articula en la obra becqueriana es la persecución de un lenguaje capaz de expresar la inspiración o el arte mas sublime. Pero la palabra se muestra evasiva e insuficiente para la expresión o el reflejo mimético de la realidad de las cosas, como bien sabemos por boca de Manrique, a quien nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos. Esta leyenda en particular nos ha parecido que ejemplifica precisamente la búsqueda imposible de la forma concreta que ha ser apresada, como mujer o poema, el tú inasible que aparece o se proyecta a menudo en las Rimas, concierto de variaciones sobre el mismo tema, aunque quizás sea en la rima XV donde tiene su expresión más acabada. La transcribimos 9 completa, para arrastrar a nuestro Único Lector al mismo hechizo en que nos hizo caer su lectura: Cendal flotante de leve bruma, rizada cinta de blanca espuma, rumor sonoro de arpa de oro, beso del aura, onda de luz: eso eres tú. Tú, sombra aérea, que cuantas veces voy a tocarte te desvaneces ¡como la llama, como el sonido, como la niebla, como el gemido del lago azul! En mar sin playas onda sonante, en el vacío cometa errante, largo lamento del ronco viento, ansia perpetua de algo mejor, ¡eso soy yo! Yo, que a tus ojos, en mi agonía, los ojos vuelvo de noche y día; yo, que incansable corro y demente ¡tras una sombra, tras la hija ardiente de una visión! Noviembre 2009 10