Politización y partidización de la Fuerza Armada Venezolana

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Politización y partidización de la Fuerza Armada Venezolana
Miguel Manrique*
Las Fuerzas Armadas, han sido, son y serán, objeto de los procesos de
politización y partidización en las sociedades donde, necesaria e inevitablemente,
se constituyen grupos diferenciados como consecuencia de la distribución
desigual de la fuerza, la riqueza y el conocimiento. La agudización de las
confrontaciones, desafíos y luchas entre tales grupos los induce a incluir en sus
prácticas política, la influencia y el control de los procesos de diseño, elaboración,
formulación y ejecución de las políticas públicas de la defensa y de la seguridad o
convertir a los miembros de la institución militar en sus partisanos.
Ser los profesionales de la violencia es una intensa razón que permite
comprender, los grados y la complejidad de la participación política de los
ciudadanos miembros de la institución militar, a la cual se le ha atribuido el
monopolio legítimo de la violencia política de la sociedad. Es precisamente, esta
elevada capacidad para movilizar las armas, lo que estimula los esfuerzos por
colocar a la institución militar y sus oficiales en sintonía con los objetivos políticos
de los grupos, partidos o personalidades políticas y se transforman en la fuente de
donde dimanan las acciones de los ciudadanos desarmados, involucrados en la
lucha por la influencia y el control de las posiciones de decisión dentro del sistema
político.
Han sido las propuestas provenientes del desarrollo de la cultura cívica las que,
han insistido en la formación de una cultura militar democrática, según la cual,
aquellos que asumen la carrera de las armas y se convierten en ciudadanos
voluntariamente armados con el fin de cumplir con la misión de la defensa de esa
sociedad, les serán restringidos sus derechos políticos, precisamente por ser
portadores de los instrumentos bélicos para garantizar la ejecución de las políticas
públicas de la defensa. Quedando así, los ciudadanos legalmente armados,
excluidos de la confrontación política. De allí que, en todas las constituciones de
inspiración democrática se subrayen, los principios del apoliticismo, la obediencia
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al poder civil y la no deliberación política. Cuando la institución militar o algunos de
sus miembros, asumen posiciones políticas, se transforman en actores políticos,
politizan su institución y la convierten en un ejército de políticos armados,
alejándose de esta manera de los valores democráticos y de la Constitución.
Los principios y valores democráticos modernos, han pugnado y pugnan, en la
sociedad venezolana, por reducir a su mínima expresión, aquellos residuos
culturales forjados en la primera generación de las confrontaciones armadas por la
independencia y la descolonización donde, la primacía de la política se encontraba
forzosamente asociada a los hombres armados. La política carecía de espacios
públicos diferenciados y de instituciones sociales civilistas, en consecuencia, la
lucha política fluía a través de la intermediación de los cuerpos armados. Donde,
tal y como sabiamente afirma Manuel Caballero “aquel siglo XIX donde política y
guerra eran sinónimos casi perfectos.”
De tal forma que, en sus orígenes la República se apoyó en lo que podríamos
admitir en denominar “Ejércitos Políticos”. La primacía de formas políticas
armadas generó una cultura militarista, caudillista, personalista y autoritaria que,
impregnó la actividad política venezolana durante todo el siglo XIX y buena parte
del siglo XX. Estos anclajes culturales son decisivos para la comprensión de los
procesos de politización y partidización de la Fuerza Armada venezolana, durante
la segunda mitad del siglo XX y la primera década del siglo XXI.
Es el encuentro, entre oficiales profesionales formados en las escuelas militares y
los políticos de partidos surgidos de las universidades quienes, el 18 de octubre
de 1945, protagonizan el primer golpe de estado exitoso con el fin de establecer la
democracia en Venezuela. Este acontecimiento va a instaurar el modelo que
caracterizará las relaciones civiles militares a lo largo del proceso de construcción
de las instituciones del sistema político democrático moderno. En tal sentido, las
Fuerzas Armadas se politizan y los partidos políticos se apoyan en el recurso
militar para alcanzar, por primera vez en Venezuela, el poder por métodos no
democráticos,
estableciéndose así una mezcla cívico-militar autoritaria como
partera de la democracia moderna en Venezuela. Este es el significado histórico
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del golpe de estado de 1945, el cual abrió las compuertas a millares de
venezolanos excluidos de la participación política y activó la politización de los
militares en las relaciones de poder en la Venezuela postgomecista.
El voto universal, directo y secreto, emitido en respaldo a las organizaciones
políticas y sus líderes civiles, para ocupar los cargos de elección pública, puso en
escena una nueva expresión de la cultura política cívica: el ejercicio de los
derechos políticos por todos los miembros adultos de la sociedad. Surge así la
democracia, como una manifestación cultural de superior calidad a las prácticas
políticas dominantes en el imaginario colectivo venezolano. Frente al caudillo
militar de montoneras, el líder político democrático; frente al Ejercito político
autoritario, el partido político democrático; frente a la violencia y las armas como
recursos políticos, la tolerancia y los votos y; frente al oficial de montoneras, el
oficial profesional formado en las academias militares. Dos modos y dos prácticas
culturales incompatibles se desarrollan al unísono en los procesos políticos donde
se enfrentan y coinciden, el civilismo y el militarismo, a lo largo de la historia
venezolana.
El golpe de estado del 24 de noviembre de 1948 y el desconocimiento de los
resultados electorales del 1952, incorpora un nuevo elemento en las relaciones
civiles y militares: la competencia entre los miembros de la institución militar y los
partidos políticos por el control de los puntos donde se adoptan las decisiones que
afectan a toda la sociedad venezolana. El ejercicio no democrático del poder
durante el trienio (1945-1948), signado por la ignorancia e inexperiencia
democrática, el sectarismo y la autosuficiencia, demostró las debilidades de la
cultura democrática centrada solo en el voto y en la movilización de los partidarios.
Así mismo, puso de relieve los riesgos para la democracia de la politización de las
fuerzas armadas, abriendo paso a un proceso de hibridación cultural, donde se
condensan los valores y prácticas de una cultura democrática sesgadamente
autoritaria en un sistema de partidos paternalistas, caudillescos y personalistas
débilmente democráticos, apoyados en una práctica populista depredadora de los
ingresos fiscales provenientes de la renta petrolera.
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Una cúpula militar modernizante ocupó por la fuerza (1948-1958) los espacios
públicos y una cultura militarista, autoritaria y nacionalista se impone bajo el
modelo de una dictadura militar excluyente de los partidos políticos y de los
derechos políticos democráticos de los miembros adultos de la sociedad
venezolana. El sistema político transita la experiencia de un proceso creciente de
politización y partidización de la institución militar, al colocar en la cúspide
decisional de la sociedad a una elite militar transformada en un Ejército Político. El
exilio, la persecución, la carencia de libertades, la clandestinidad política, la cárcel
y las torturas, moldearon la convicción en los partidos y sus líderes de superar sus
diferencias y construir una democracia capaz de ejercer un firme control
constitucional, cultural y estructural sobre la única institución con capacidad de
movilizar recursos contra el sistema democrático: las fuerzas armadas.
El pacto de Punto Fijo incorporó tales objetivos en su programa mínimo y en la
constitución de 1961, colocando a las fuerzas armadas bajo el control civil. Fue
disuelto el Estado Mayor Conjunto y los estados mayores de cada fuerza cobraron
relevancia. El Congreso asumió la decisión sobre los ascensos de los altos
oficiales y se inició una política de profesionalización de la carrera militar, centrada
en el apolitismo, la obediencia, la no deliberancia y, el respeto de la Constitución y
leyes de la República.
A
partir de 1958, el Ejército político cede el espacio público a los partidos
políticos. A partir de este momento, se abre un nuevo período de confrontaciones
y acuerdos políticos, donde los procesos de politización y partidización de las
fuerzas armadas se desarrollan por diversas vías y visiones contrapuestas. Por
una parte, la formulación estratégica político-militar se inclina ante la confrontación
bipolar por la democracia y contra la amenaza comunista. La politización de las
Fuerzas Armadas se presenta en una visión anticomunista propia de la guerra fría
en los cursos de estado mayor de las escuelas de guerra donde se formaban los
oficiales venezolanos, así como en el Colegio Interamericano de Defensa.
Así mismo, a partir de 1958 se intensificó la interacción militar con los EE.UU, a
través de la participación de oficiales venezolanos en las escuelas de guerra, en la
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adquisición de sistemas de armamentos norteamericano y la presencia de
misiones militares en cada una de las fuerzas para adiestramiento y
mantenimiento del armamento, todo lo cual reforzó en la Fuerza Armada una línea
de influencia política y militar norteamericana. Los F-16, un arma diseñada para
una confrontación pre-nuclear fue adquirida por el Estado Venezolano a partir de
la hipótesis de una guerra contra la URSS en el Caribe, planeada por el
Pentágono. Hipótesis similar induce a la cúpula civil y militar a la adquisición de las
fragatas misilísticas para la armada.
En esta línea de politización anticomunista y de defensa del modelo de “la
democracia occidental y cristiana”, en los años 70 y 80 la institución Armada es
sometida a un intenso proceso de difusión de la doctrina de seguridad nacional
caracterizada por sus contenidos tecnocráticos, autoritarios, anticomunistas y
antidemocráticos. Tales relaciones van a reforzar una cultura militar excluyente, no
democrática, como resultado la cultura militar de la confrontación bipolar durante
la guerra fría.
Por otra parte, la lucha contra la insurgencia de la izquierda venezolana, tanto la
guerrillera como la insurreccional castrense, permitió el adiestramiento
y la
formación de los oficiales de las distintas fuerzas en la defensa militar de la
democracia, de la Constitución y de las leyes. Los levantamientos militares de La
Guaira, Barcelona, Puerto Cabello y Carupano indican que la politización y
partidización de la institución militar también tenía como una de sus fuentes a la
izquierda insurreccional, cuyos líderes habían decidido elaborar un plan de
influencia sobre los altos oficiales a fin de utilizarlos políticamente.
El PCV designó una comisión para cumplir tales objetivos y su organización
juvenil, la juventud comunista, a sugerencia de los vietnamitas, desarrolló un
sistemático plan de penetración de las fuerzas armadas a partir de 1963, basado
en la captación de destacados estudiantes de educación media, quienes eran
cuidadosamente adiestrados para superar los exámenes de ingreso. Durante diez
años se mantuvo este esfuerzo de politización y partidización de las fuerzas
armadas desde la organización juvenil comunista.
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Por su parte, los partidos AD y Copey, también utilizan el poder de decisión de las
Comisiones de Defensa del antiguo Congreso y la Presidencia de la República
para influir y controlar oficiales al momento de los ascensos. Desde el interior de
las fuerzas armadas se destacan los movimientos de politización, a partir de los
oficiales juramentados en el Samán de Guere, quienes insurgen el 4 de febrero de
1992, después de diez años de incubación del movimiento insurreccional contra
los partidos políticos y el sistema democrático representativo, siendo controlados
por la acción de militares constitucionalistas e institucionalistas. Los líderes
militares insurrectos, al salir de la cárcel, se incorporan a las reglas electorales y
ganan las elecciones en diciembre de 1998. El método democrático para acceder
al poder se impone al modelo de golpe de estado y al modelo insurreccional. La
cultura democrática del voto vence a la cultura del asalto militarista y guerrillero.
Es a partir de los cambios estimulados por el movimiento bolivariano desde el
poder en 1998 que, se observa un extenso y profundo esfuerzo por repolitizar,
partidizar y transformar la institución militar en el instrumento de un proyecto
político radical, socialista y antimperialista. No se trata de organizar una facción
dentro de las Fuerzas Armadas venezolanas al servicio de un partido político o
plan golpista. De lo que se trata es de desarticular la institución militar formada en
la defensa de la democracia, de la Constitución y del Estado de derecho. En tal
sentido, la Constituyente de 1999, elevó a rango de titulo constitucional los
asuntos de seguridad de la Nación y en una clara tendencia militarista de la
seguridad, esbozó confusamente una idea integral de seguridad y de defensa,
reduciendo a su mínima expresión el control civil sobre las actividades militares.
Así mismo, bajo el supuesto de “participación activa en el desarrollo nacional”
amplió a los extremos la participación política de las Fuerzas Armadas al sustituir
el principio de “apolítica, obediente y no deliberante”, por “sin militancia política”.
En la práctica, sirvió para legalizar la movilización de cientos de oficiales activos y
en retiro hacia las funciones administrativas del Estado, al punto que en enero del
2008, de 27 Ministros 20 provienen del sector militar, sin incluir los entes
descentralizados del Estado. La política de “participación activa en el desarrollo
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nacional” ha estimulado la sobrecarga de las responsabilidades de la Fuerza
Armada al darles la tarea de apoyar la instalación, desarrollo y operatividad de la
política de las Misiones. De allí la caracterización del sistema político venezolano,
electo democráticamente como un gobierno militarista.
Los cambios estructurales han tocado fondo con motivo de la aprobación de la Ley
Orgánica de Seguridad de la Nación, la Ley Orgánica de la Fuerza Armada
Nacional y la propuesta de reforma constitucional no aprobada en el referendo del
2 de diciembre de 2007. Ambas leyes apuntan a normar el supuesto principio de
unas fuerzas armadas populares, de unidad con el pueblo; y en el peor de los
casos se proponen reestructurar la capacidad de combate de la institución militar
frente a la hipótesis de una amenaza a la soberanía orquestada por los Estados
Unidos y sus aliados en Latinoamérica, principalmente Colombia; quienes
desarrollarían una confrontación de carácter asimétrico.
En verdad, la creación de un cuerpo de reserva con un estado mayor y la
organización de una estructura nacional operacional también, con un estado
mayor, cuyos comandantes rinden cuenta directamente al Presidente, lo que
busca es una alta concentración del poder militar en manos del Presidente, con la
intensión de evitar una acción militar disidente con posibilidades de éxito, tal y
como lo afirmara el Gral. Alberto Muller Rojas.
La reestructuración contenida en la Ley Orgánica de la Fuerza Armada no es otra
cosa que la respuesta política al golpe de estado del 11 de abril que colocó al
Presidente 47 horas fuera del poder. El objetivo es desarticular la capacidad
operativa de la Fuerza Armada e intentar la creación de estructuras militares leales
al proyecto político del Presidente. La propuesta de disolver la Guardia Nacional
contenida en la reforma constitucional enviada a la AN se inscribe dentro de esta
perspectiva de desarticulación de la institución militar.
Tales designios permiten afirmar que el proyecto de politización socialista de la
Fuerza Armada se ha enfrentado a la fortaleza de la cultura democrática de la
institución militar incrementada durante los últimos cuarenta años de desarrollo de
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una cultura cívica constitucionalista e institucionalista.
Las fuerzas armadas
venezolanas son una institución formada en la democracia, institucionalista y
respetuosa de la Constitución y del Estado de Derecho. Por esta razón, se resiste
a convertirse en una institución politizada al servicio de un proyecto político
confusamente democrático, de confrontación y amenazante de los gobiernos
vecinos.
Las fuerzas armadas han dado muestra de su talante democrático, tanto en el
pasado, al enfrentar los movimientos insurrecciones desde el interior de sus
fuerzas y al enfrentar la violencia guerrillera en los años 60; como en el presente,
al oponerse al intento de golpe de estado de algunos miembros de su institución y
restituir el 13 de abril al Presidente, electo democráticamente a sus funciones
constitucionales y, al sugerir el respeto de los resultados electorales del referendo
constitucional del 2 de Diciembre, adversos a la propuesta del Comandante en
Jefe de la FAN y Presidente de la República.
Es un error afirmar que, las Fuerzas Armadas están al servicio de un proyecto
político radical y revolucionario como el que aúpa el Jefe de Estado. El Presidente,
en tanto comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas tiene bajo sus órdenes a la
institución militar, lo cual no significa que ésta respalda sus propuestas socialistas,
o comparte su política agresiva contra gobiernos del hemisferio, ni mucho menos
que apoye la propuesta de reconocimiento de beligerancia de la FARC, el ENL y
éstos sean borrados de la lista internacional de las organizaciones terroristas. Una
cosa es el respeto a la institución presidencial y otra poner a la institucional militar
al servicio de un proyecto político lleno de confusiones e incertidumbres, el cual
amenaza con desintegrar a las fuerzas armadas y sumergir al país en una
confrontación de carácter universal.
Las Fuerzas Armadas, por ser una institución desarrollada y fortalecida en la
democracia, no constituyen hoy una cúpula militar en el poder, ni tampoco se
puede afirmar que Venezuela se encuentra dirigido por un gobierno militar o de
los militares. En tal
sentido, la institución militar no es corresponsable de las
fallas, errores, desaciertos y crisis de gobernanza en la cual se encuentra el actual
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gobierno. Si bien se puede constatar que la institución militar ha sido
profundamente politizada, aún se encuentra lejos de haber sido convertida en un
ejército político al servicio del proyecto socialista y antimperialista, auspiciado por
una elite de militares retirados ý algunos civiles anacrónicos y dogmáticos que,
hoy amenaza con desplazar al país a una confrontación políticamente equivocada
y en consecuencia militarmente errática y derrotable.
El greco- Caracas, 4 de febrero del 2008
(*)Politólogo. Director de la Escuela de Estudios Políticos (2002-2004). Miembro del Consejo de
Seguridad de las Naciones, en condición de Consejero de la Misión de Venezuela ante las
Naciones Unidas (1992-1993). Miembro principal del Consejo Supremo Electoral (1999). Miembro
de la Delegación de Venezuela ante la Organización Internacional de Aviación Civil (OACI) (19891991). Actualmente (2008) profesor de la materia Sistema Político Venezolano y Coordinador de la
Especialización en Sistemas y Procesos Electorales del Centro de Estudios de Postgrado de la
Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela,
[email protected]
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