humanismo, mesianismo y totalitarismo en el socialismo del siglo xxi

Anuncio
HUMANISMO,
MESIANISMO
Y
TOTALITARISMO,
EN
El SOCIALISMO MARXISTA
DEL SIGLO XXI.
A. Víctor Cuadra E.
2
HUMANISMO,
MESIANISMO Y TOTALITARISMO,
EN EL
SOCIALISMO MARXISTA DEL SIGLO XXI.
“ El socialismo de Venezuela
se construirá en concordancia
con las ideas originales de Carlos Marx y Federico Engels.”
Hugo Chávez Frías. 27/03/05.
La crítica relativa al contenido filosófico de los escritos de Karl Marx, pudiera parecer empresa
ociosa y estéril para quienes consideran que se puede ser cristiano y marxista sin caer en
abdicaciones o negaciones de fondo, que atenten contra la integridad de una o de ambas
“confesiones”… Frecuentemente nos encontramos con quienes piensan que el materialismo
ateísta que encontramos en la obra escrita de Marx, no es parte importante de su pensamiento.
Esta última opinión la esgrimen, sobre todo, aquéllos que quieren resaltar el carácter
“científico” del marxismo, dejando tras bastidores, ¿quizás por estrategia?, el componente
netamente anti-religioso y materialista, que subyace en el fundamento mismo de su
cosmovisión.
De entrada, considero que, casi siempre, los ponentes de las corrientes sociológicas
estructuralistas vinculadas al marxismo, suelen pontificar en sus discursos con el término
“ciencia” o con ciertas expresiones como “método científico” y “lógica dialéctica”. Tal
pareciera que, al mencionar estas palabras con la debida solemnidad, los marxistas estuvieran
aludiendo a verdades universales que no admiten cuestionamientos y que exigen reverencia
académica por parte de los demás. Creo que, en buena medida, estamos frente a uno de los
mitos de nuestra cultura occidental y, a la vez, frente a una clave que sirve para imponer
dogmatismos ideológicos en ciertos movimientos políticos y en ciertos círculos universitarios
de América y Europa. Pero, esa arista del poliedro, requeriría de toda una ponencia crítica
aparte.
Escribo sí estas líneas teniendo conmigo, en mi equipaje, las tres décadas que viví en el
ambiente universitario venezolano. Y es que, la acomodaticia revisión del tema religioso en las
tesis decimonónicas de Marx y Engels comenzó en nuestras tierras ya bastante avanzado el
siglo XX, haciéndose notar, abiertamente, al despuntar la década de los años 60. Fue a partir
de ese tiempo, que los partidos políticos marxista-leninistas de Hispanoamérica ampliaron
el compás de sus ofertas y hasta experimentaron divisiones que les matizaron el color rojo de
sus banderas, llegando algunos al extremo de abandonar sus planteamientos ateístas, a fin de
abrir espacios de convergencia que les conectaran, sin mayores “ruídos”, con el pueblo en el
cual tenían que hacer proselitismo. Me refiero, por supuesto, a un pueblo que era y sigue siendo,
muy dado al pensamiento mágico-religioso, un pueblo que vive una mezcla de sincretismos
provenientes de sus raíces indígenas, africanas y españolas y que además es, harto
supersticioso.
En simultáneo, en los años transcurridos entre finales de los 60 y mediados de los 90, desde
la otra orilla del río, surgieron algunos sacerdotes católicos y pastores evangélicos que
3
empezaron a hacer filas con la naciente Teología de la Liberación que emergía desde el seno
de algunas élites seminariales. Los encuentros de Cochabamba y Medellín, dieron formalidad
a esta iniciativa que, para su desgracia y por muchos años, no pasó de ser un excéntrico
artículo de consumo de algunas dirigencias eclesiales y académicas… la pura verdad es que la
Teología de la Liberación, hipotecada al marxismo y preñada como está de principios
sociológicos estructuralistas, no logró cautivar, en lo más mínimo, a las bancas de las
correspondientes feligresías.
Para ese entonces, en las universidades latinoamericanas, algunos camaradas, discípulos
heterodoxos de Marx, Engels, Lenin, Mao, Castro y “El Che Guevara”, nos propusieron a los
cristianos que practicáramos nuestro discipulado evangélico atendiendo a las realidades
estructurales de nuestros pueblos, que funcionáramos de acuerdo a la dialéctica marxista,
cabalgando sobre las contradicciones de las democracias, dando prioridad a la lucha de clases, al
control de los medios de producción y a la toma del poder político; que pospusiéramos en
nuestra agenda la predicación del mensaje de Jesucristo y que primero nos uniéramos en la lucha
contra el capitalismo occidental y la injusticia social.
En ese tiempo se levantaron, como íconos católicos, el sacerdote colombiano Camilo Torres y el
jesuita nicaragüense, Ernesto Cardenal. El espectro era amplio: desde la poesía que parafraseaba
ciertos pasajes de La Biblia, hasta el fusil que emboscaba soldados en las selvas colombianas.
Pero todo apuntaba a intentar una sinergia política, cuyo precio era poner de lado importantes
convicciones de marxistas y cristianos, al extremo de que casi cualquiera podía ser cristiano y
que casi cualquiera podía ser marxista, haciéndose difícil precisar quién era quién o qué se
entendía por qué. En esa tónica, surgieron movimientos políticos de cuna universitaria y
efímera vida como la “Izquierda Cristiana” y “Cristianos por el Socialismo”. Lo importante en
esas décadas, para los movimientos marxistas era ser eficientes en la “praxis” revolucionaria
económico-política (¿alguna diferencia con la época actual?). El redimensionado “fin de todo
dualismo”, que a su tiempo propuso el sacerdote peruano Gustavo Gutierrez, el “fenómeno
humano” del jesuita, paleontólogo, Teilhard de Chardin con sus implicaciones inmanentistas y
el paso “del anatema al diálogo”, del francés Roger Garaudy, se invocaron como herramientas,
para lograr una mezcla que, al menos en el papel y a las primeras de cambio, lucía forzada.
Frente a esa apertura pragmática del abanico “rojo”, los movimientos de la Comunidad
Internacional de Estudiantes Evangélicos de América Latina (CIEE) de ese entonces,
insistimos en propiciar el debate y nos abocamos a precisar conceptos ya que, en la obra de
Marx, encontrábamos una vinculación estrecha entre su materialismo histórico y su profesión de
fe prometeica. Más aún, nos era evidente que el marxismo ortodoxo situaba al hombre
genérico en el lugar de Dios y al “proletariado” desempeñando un papel mesiánico.
En lo tocante a nuestra Venezuela, desde el Movimiento Universitario Evangélico Venezolano,
MUEVE, promovimos y participamos en todos los consecuentes debates que se dieron en el
campus universitario de todas las universidades autónomas nacionales. Desgraciadamente,
sucedió lo que suele acontecer cuando se enfrentan estas ideologías de pretensiones
mesiánicas. Siempre nos topamos con una actitud agresiva y descalificadora por parte de los
discípulos de Marx que querían imponer la cosmovisión de su patriarca, aplastando
oposiciones y, en ocasiones, hasta nos prometieron públicamente “medallas de plomo en el
pecho” para cuando triunfara la revolución… nos acusaban de ser traidores a La Patria por ser
“agentes encubiertos de la CIA” o, en el mejor de los casos, por ser “defensores del
neocolonialismo” y “lacayos del imperialismo yanki”.
4
Bien temprano debo precisar que, estos apuntes los escribo hoy, siendo fiel al mismo
Señor a Quien siempre he servido pero, ya a título personal. Los años han pasado y, a
pesar de que algunos sociólogos marxistas y algunos teólogos cristianos, han exhibido ciertos
cambios cosméticos, creo que, una vez más, viene bien que nos sinceremos en el asunto
semántico y conceptual que nos ocupa, de manera que se haga justicia a ambas cosmovisiones,
la cristiana y la marxista.
¿De qué manera?. Pues, contrastando con honestidad las identidades y mensajes de los dos
personajes puestos en escena: Jesús de Nazareth, Dios hecho hombre, y Karl Marx de
Tréveris, sociólogo ateo. Atendiendo al titulo de este breve trabajo, nos ocuparemos del
segundo.
HUMANISMO Y MESIANISMO.
Estoy conciente de que los postulados del materialismo marxista han devenido en una escuela
de pensamiento que, al exponerse al laboratorio de la dinámica social, han tenido que someterse
a muy importantes revisiones, entre ellas, la de acariciar la eliminación de su incómoda carga
filosófica. En su “Tesis Doctoral”, Marx había escrito, de manera apasionada:
“La filosofía no puede guardar más tiempo su secreto. Hace suya la profesión de fe de
Prometeo en una frase: Odio a todos los dioses. Y la filosofía mantiene esa actitud contra todo
dios celeste y terrenal que no reconoce a la conciencia humana como la divinidad suprema.”
Aquí no hay lugar a escapismos esquivos. La doctrina marxista enfatiza, desde sus comienzos y
a todo lo largo de su obra, como lo demostraremos en estas páginas, que el hombre genérico
debe ser la esencia suprema para sí mismo, a fin de lograr su emancipación total y para ésta
tarea humanizante señala como predestinada a la clase proletaria. Pues bien, para nosotros los
creyentes en Jesucristo, esto es, simplemente, una propuesta idolátrica… nada nueva por cierto,
si tenemos en cuenta la vieja experiencia adámica acontecida, hace miles de años, en los
albores de la humanidad.
Estas líneas no entrarán, de ninguna manera, en ningún debate filosófico tipo “teísmo-ateísmo”
y menos aún a discutir sobre los tipos de ateísmo que podrían existir en el amplio abanico
filosófico. En ese orden de ideas, ni siquiera creo que vale la pena especular sobre si Marx
enfrentó tan solo a la filosofía “hegeliana” primero y luego a la “feuerbachiana” o si enfrentó a
toda la filosofía, en general, como clave para entender la historia.
Lo cierto es que en la obra de Marx hay bastante filosofía, sobre todo en su obsesionante
crítica a la religión y, de manera especial, al cristianismo. Pero, desde mi perspectiva, su
ateísmo es, como cualquier otro ateísmo, en el fondo, una sofisticada variante religiosa,
idolátrica. Cuando Marx desarrolló su visión del mundo y de la historia, desde su profesión
de fe ateísta, no lo hizo sin proponer una salida alternativa, lo hizo desplegando su fe en
el hombre y, en especial, casi de manera mesiánica, en el proletariado:
“Solamente los proletarios, completamente excluídos de todo ejercicio de sus facultades
humanas, son capaces de alcanzar una emancipación total, no parcial, haciéndose dueños de
todos los medios de producción.”
“Manifiesto del partido comunista”. (1848).
5
Marx substituyó pues, de manera conciente, a Dios por el hombre y, en el desarrollo de su
obra, se encargó de señalar debidamente que no depositaba su fe y su esperanza histórica
en todo hombre o en el hombre genérico, sino de manera precisa, en la casta proletaria.
Marx incurría así, en el multifacético mecanismo idolátrico que se activa cuando el hombre
rechaza a su Dios y Supremo Hacedor. La enseñanza bíblica, afirma que los hombres
substituyen a Dios por la creación o por creaciones de su propia factura, y a éso le llama,
simplemente, idolatría. El proceso se resumiría en un pensamiento desarrollado por el
apóstol Pablo en su carta escrita a la iglesia de Roma: la humanidad siempre ha hecho
cultura religiosa “cambiando la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre
mortal”… y los filósofos de los siglos XVIII y XIX no fueron la excepción. Marx y Engels,
como todos éllos, tan solo re-editaron el libreto materialista de moda, pero poniéndole al
asunto un toque especial: su profesión de fe humanista afirmaba que el motor que regía el
devenir de la historia era la lucha de las clases económicas y que, a partir del advenimiento de
la sociedad industrial y el desarrollo del capitalismo, la redención dialéctica de esa historia
reposaba, de manera selectiva, en la clase obrera, organizada y conciente, en “el proletariado”.
En breve sentencia del laureado ruso, Fedor Dostovyeski, leemos la descripción del
fenómeno idolátrico que siempre suele darse cuando el hombre cuestiona a su Creador: “Ido
Dios, vienen los diocesillos”.
A todas estas, los cristianos tenemos derecho a preguntar y
a preguntarnos: ¿Qué basamento “científico” puede asistir,
con propiedad, a la antropología marxista para tener tal
grado de optimismo en el hombre concreto y en su
conducta para con sus congéneres?. ¿No estamos acaso
ante una tesis filosófica que se erige a espaldas de la
evidencia histórica?.
La Palabra de Dios nos enseña que el verdadero dilema
existencial del hombre frente a su Hacedor no se da entre el
teísmo y el ateísmo sino que se da entre dos alternativas,
ambas religiosas: adorar “al único Dios verdadero”,
revelado en la persona de Jesucristo, o adorar a algo o a
alguien, en Su lugar. Se puede adorar a personas, a
sistemas, a conceptos, a
proyectos o a cosas y, en el
fondo, el hombre siempre se estará adorando a sí mismo y a
su manera de ver y entender la vida.
En cuanto al marxismo, el humanismo de Marx y Engels arrancó desplazándose sobre los
rieles del positivismo del filósofo y matemático francés Augusto Comte, hasta devenir
en una “antropolatría clasista”. En palabras más, palabras menos, recuerdo que Roberto
Bedrossian se refería a la ecuación marxista de esta manera: cuando del hombre hacemos
un dios, la antropología se transforma en teología y el ateísmo se convierte en religión.
“Marxismo y Salvación”. (1973).
Por otra parte, califico, desde ya, como superficial y malabarista, la defensa que atribuye la
postura anti-teísta de Marx a una etapa de su vida. El recurso de “los dos Marx” ha sido
utilizado hasta los límites del abuso y solo puede surgir de la ignorancia o de una sesgada y
dispersa lectura de sus escritos. Como ya advertimos, hay algunos discípulos suyos que quieren
esconder bajo la alfombra el contenido antirreligioso de Marx, pues les resulta rentable a la
6
hora de exponer sus tesis desde el pedestal de “la ciencia” y sobre todo, para calar en las masas
populares que tienen raigambre religiosa. Pero, esa tipología de “los dos Marx” no es más que
un contrabando intelectual ya que todos sus escritos exhiben, con solidez, una significativa
continuidad interior. Tanto su obra clásica como su obra epistolar, nos permiten afirmar
que no hay indicio documental alguno que niegue el craso y total materialismo ateísta y
antropolátrico de su cosmovisión… muy cónsono, por cierto, con el discurrir filosófico de
aquélla Europa del siglo XIX.
Por lo tanto, mi objetivo en este sencillo trabajo, será demostrar el humanismo clasista,
antireligioso y anticristiano, del trabajo signado por el binomio Marx-Engels y destacar la
importancia de dicha postura filosófica tanto en su análisis de la naturaleza del hombre, como
en su análisis del origen, motor, sentido y destino de la historia. Si tal contenido es compatible
o no, con la naturaleza y el mensaje de Cristo Jesús, el Cristo Jesús de las Sagradas Escrituras,
es algo que quedará a juicio del lector.
En este ensayo, mi método prácticamente se limitará a citar textos, bien de Marx o bien de
Engels o bien signados por ambos. Textos que hablan por sí solos al punto de que no ameritan
mayores comentarios, si bien me permitiré hacer algunos cuando los crea necesarios. El
incluir a Friedrich Engels en razón de algunas citas, no altera para nada la integridad del
enfoque, ya que, por reconocimiento de los autores mismos, la coherencia de sus respectivos
trabajos fue tal que, para 1884 (ya fallecido Marx), Engels prefació su obra “El origen de la
familia, la propiedad y el Estado”, escribiendo:
“La ejecución del testamento de Karl Marx, quien se disponía a exponer personalmente los
resultados de las investigaciones de Morgan en relación con las conclusiones de su (puedo
llamarlo nuestro) análisis materialista de la historia, para esclarecer todo su alcance”.
En los “Manuscritos Económico Filosóficos” (1844), encontramos el argumento que, cual “leit
motiv”, estará presente en toda su obra. Marx señala a la religión y la propiedad privada de
los medios de producción, como el par de agentes que, conjuntamente, actúan siendo
responsables de la alienación del hombre:
“La religión es una actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón
humanos. La religión actúa sobre el individuo independientemente de él como una actividad
extraña divina o diabólica y así ocurre con la actividad del trabajador que se vierte sobre él,
pertenece a otro, y significa la pérdida de sí mismo.”
Para Marx no se trata tan solo de que “cuanto más pone el hombre en Dios, menos guarda para
sí mismo” Manuscritos Económico Filosóficos”. (1844) sino que, peor aún, ese producto de su
fantasía, regresa a él como una fuerza extraña que le oprime, mediatiza y esclaviza.
Así pues, continúa:
“Del mismo modo que el ateísmo es la superación de Dios y por lo tanto el futuro y la
realización del humanismo teórico, el comunismo (en cuanto a superación de la propiedad
privada) es la reivindicación de la vida humana real como propiedad de sí misma en el
futuro, la realización del humanismo práctico o, dicho en otras palabras, el ateísmo es el
humanismo reconciliado consigo mismo mediante la superación de Dios y la religión y el
comunismo es el humanismo reconciliado consigo mismo mediante la superación de la
propiedad privada.”
Estamos tocando un aspecto central del pensamiento marxista. Aquí no hay lugar a
ambigüedades. Insisto pues, para Marx dos son los elementos enajenantes del hombre, a
7
saber: Dios y el aparato religioso por un lado y la propiedad privada de los bienes
productivos por el otro.
Hoy en día, en nuestra a experiencia latinoamericana, las cosas han cambiado desde hace un
par de décadas. Así pues, ya es habitual ver a sacerdotes y académicos cristianos, miembros
del “jet set teológico” internacional, maquillando en sus textos los postulados antropológicos y
sociológicos de Marx, sin encontrar conflictos con su Fe y tomando una “opción por los
pobres”, a quienes, por cierto, identifican con Cristo, al extremo de que ya parecieran
sugerir la existencia de un nuevo “misterio eucarístico”. La heterodoxia es, evidentemente
substancial e intenta, una vez más, solventar razones estratégicas. Sobre este revisionismo
volveré hacia el final de estos apuntes. Estoy pues convencido de que, una vez más, se
intenta eliminar la vinculación vital con la que Marx manejaba el maridaje ateísmocomunismo. Un lazo que establecía, según él, la integridad emancipadora del humanismo, en
la teoría y en la práctica. Y, paso a citarle:
“…por lo tanto, ateísmo y comunismo no son ninguna huída, ninguna abstracción, ninguna
pérdida del mundo objetivo, son por el contrario y por primera vez el devenir real y la
realización hecha para el hombre de su esencia y de su esencia como algo real.”
“Manuscritos Económico Filosóficos”. (1844).
Tres años después de esa declaración, al referirse a la obra de Prouhdon en su “Miseria de la
Filosofía” (1847), Marx escribiría:
“Providencia, destino providencial, he allí las palabras utilizadas en la actualidad para
explicar el desarrollo histórico. En realidad, Providencia o destino providencial, no significan
nada. Son, a lo sumo, una forma declamatoria, una manera cualquiera e infantil de parafrasear
los hechos.”
Es sano recordar que, en la Europa de Marx, ya el padre de la sociología contemporánea, el
filósofo y matemático francés Augusto Comte proclamaba, desde el trono de la razón, su
“Ley del progreso social” o “Ley de los tres estados”, según la cual: cualquier pueblo que viva
su sentimiento religioso, estaría sumido en el más bajo de los niveles del desarrollo
intelectual: el “estado teológico”.
Desde su convicción materialista, Marx planteó la necesidad de sacar a los pueblos de ese
bajo estado de alienación y subdesarrollo intelectual en el que se encontraban, mediante la
revolución de la clase obrera organizada. Se trataría, como veremos, de una emancipación
humanista que, desde abajo e impulsada por la casta proletaria, violentaría primero la
infraestructura económica opresora y de seguido, derrumbaría la alienación religiosa. Esta
convicción, de dimensiones y pretensiones determinísticas, siempre estuvo presente a todo lo
largo de su obra.
Pero, en realidad, el trabajo del binomio Marx-Engels, fue parte de toda una efusión que
embriagó filosóficamente a la Alemania de los años treinta, con la imponente presencia
del pensamiento “místico” de George F. Hegel y la reacción de oposición que este
provocó en un grupo de filósofos materialistas, “neohegelianos de izquierda”, varios de los
cuales pertenecían al “Doktorclub” de Berlín.
Recuerdo haber leído una vez que: cualquiera que se acercase a la Alemania romántica e
idealista del 1800, sentiría como si estaba entrando en “la catedral occidental del espíritu”.
Alemania vivía en esos años una extravagante y sublime eclosión de la literatura, la
música y, sobre todo, sobre todo, de la filosofía. Goethe, Schelling, Kant y Hegel
8
parecían haber entrelazado sus aportes en el pentagrama
melodías inmortales de Mozart y Bethoven.
sublime de los compases y las
Fue pues en esa Alemania del recién nacido siglo XIX, que nos encontramos con la
manera muy particular en que Hegel analizó la historia del hombre. Hegel hizo un
inédito énfasis en el curso lineal del devenir de la humanidad y revisó las grandes
culturas, el arte, las religiones y las formas de Estado de los grandes imperios,
destacando en su análisis: “el principio del cambio”. Según el filósofo de Stuttgart, a
diferencia de las repeticiones que rigen a la naturaleza con sus rutinarios ciclos, la historia
humana es la historia del progreso de “el espíritu” que siempre evoluciona y avanza,
mediante la confrontación de los conceptos y las ideas, hacia algo siempre nuevo y siempre
mejor que lo anterior.
Hay que reconocer que, en contraste con el nebuloso discurseo de los filósofos que le
habían precedido durante siglos, el ilustre alemán hizo un análisis minucioso de la historia,
aplicando a cada una de las grandes civilizaciones, de manera original y sistemática, su
método dialéctico: tesis – antítesis – síntesis.
Hegel enlazó su visión de la historia con la imagen de la vida humana. Oriente representaba
la infancia; Grecia representaba la gracia y la alegría de la florida juventud; Roma
representaba el trabajo improbo de la virilidad y finalmente, el Occidente germano-cristiano,
representaba la madurez de la plenitud.
Para Hegel, todo pueblo histórico, en su paso por la historia, ha contribuido a madurar “el
espíritu universal” de la humanidad y, de una manera dialéctica, a trazar una ruta lineal
siempre ascendente… Así las cosas, la historia era, para él, el desenvolvimiento de “el
espíritu”, en el tiempo, y tenía como meta: la divina libertad. Lo principal de la densa
reflexión de George F. Hegel, se puede conocer consultando sus “Lecciones sobre la filosofía
de la historia universal” que dictara en la Universidad de Berlín entre los años 1822 al
1831.
Ante tales énfasis, era lógico esperar que la “escuela hegeliana” fuera ácidamente
calificada por sus adversarios como de “idealista”, “romántica” y “mística”. De hecho, el
“materialismo” de Marx le ubicó a ciento ochenta grados del “misticismo” que caracterizó
a Hegel. Pero, haciendo justicia, cierto es que Marx tomó del gran filósofo alemán, lo
central del método dialéctico.
En 1868, Marx escribió una carta a Kugelmann haciendo suyo y con orgullo el calificativo
que hoy tratan de esconderle algunos de sus discípulos. Leemos pues:
“El señor Dühring sabe muy bien que mi método de análisis no es el de Hegel, ya que yo
soy materialista.”.
Y tal adjetivo, era caro para Marx pues, según él, su método despojaba a la dialéctica
filosófica de Hegel, de cualquier “forma mística”.
En su clásico texto “Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel” (1844),
Marx expuso, con fuerza beligerante, su decreto de guerra a muerte a la expresión del
sentimiento religioso:
“Luchar contra la religión es luchar indirectamente contra un mundo cuyo aroma espiritual
es la religión; la
abolición
de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es una
exigencia para su felicidad real. La misión de la historia es, por lo tanto, una vez desvanecido el
más allá de la verdad, establecer la verdad del más acá. Una vez desemascarada la apariencia
9
sagrada de lo que en realidad es una autoalienciación humana, descubriremos que esta
autoaliención está tan solamente basada en lo profano. La religión es la realización
fantástica de la naturaleza humana.”
Pero, como ya mencioné, la historia de la confrontación con la filosofía “hegeliana” y el
sentimiento religioso, fue tarea pionera de los jóvenes anti-religiosos del “Doktorclub” de
Berlín.
Quien primero rompió lanzas fue David F. Strauss con un libro, tan extenso como audaz,
titulado: “Vida de Jesús”, y con el que intentaba descalificar a los evangelios bíblicos por su
contenido sobrenatural. En esa onda estaban Max Stirner, Bruno Bauer y por supuesto, el
más conocido de todos ellos, Ludwig Feuerbach, con su famosa obra: “La esencia del
cristianismo”. De este último, una de sus célebres citas:
“El mayor giro de la historia, tendrá lugar cuando el hombre tenga plena conciencia de que su
único Dios es el hombre mismo. Homo homini deus!.”
“La esencia del cristianismo”. (1841).
De la influencia de este último sobre el pensamiento de Marx, comentó Engels:
“Esta obra pulverizó de golpe la contradicción, restaurando de nuevo en el trono sin más
ambages, al materialismo. (…) El maleficio quedaba roto. Solo habiendo vivido la acción
liberadora de este libro, podría uno formarse una idea de éllo. El entusiamo fue general al
punto que todos nos convertimos en ‘feuerbachianos’. Con qué entusiasmo saludó Marx la
nueva idea y hasta qué punto se dejó influir por élla –pese a sus reservas críticas-, puede verse
leyendo ‘La sagrada familia’.”
“Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”. (1886).
Por eso, en nuestros debates con los marxistas de las universidades venezolanas de los años
setenta, resaltábamos la reconocida influencia “feuerbachiana” en el trabajo de Marx,
influencia nada científica por cierto, y decidimos referirnos a Feuerbach como “el mayor
teólogo del ateísmo marxista”.
Ahora bien, ¿cuáles fueron esas “reservas críticas” que Marx formuló contra el campeón del
ateísmo de su tiempo?.
En el año 1845, Marx precisó:
“Feuerbach arranca del hecho de la autoenajenación religiosa… Su contenido consiste en
disolver al mundo religioso reduciéndolo a su base terrenal. No ve que, después de realizada
esta labor, falta por hacer lo principal. En efecto, el hecho de que la base terrenal se separe de
sí misma y se plasme en las nubes como reino independiente, solo puede explicarse por el
propio desgarramiento y la contradicción de esta base terrenal en su contradicción y luego
revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción.”.
“IV Tesis sobre Feuerbach”. (1845).
Según Marx, “Feuerbach llega, en suma, lo más lejos que un teórico puede ir sin dejar de ser
teórico y filósofo (…). En él, materialismo e historia están completamente disociados.”
“La ideología alemana”. (1846).
Marx cuestionó en Feuerbach el hecho de que el filósofo alemán desvinculaba la enajenación
religiosa de la opresión causada por la infraestructura socioeconómica, ignorando que:
“Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución
racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica.”
“VIII Tesis sobre Feuerbach”. (1845).
10
Como vemos, en principio, una buena parte del trabajo de Marx y de Engels, se dio como una
reacción a los planteamientos de varios filósofos idealistas alemanes y a su máximo exponente,
George F. Hegel, de quien, sin embargo, adoptó la metodología dialéctica como herramienta
de análisis. En adición, otra buena parte de su trabajo se dio como reacción a quien había
adversado a este último desde la trinchera del más radical materialismo, Ludwig Feuerbach.
Llevado a una breve expresión, Marx hizo a Feuerbach la misma crítica que Feuerbach había
hecho a Hegel: la abstracción.
Todo sucedió de acuerdo a la lógica y en simultáneo, se dieron las dos rupturas. El desmarque
del idealismo “hegeliano” por un lado y el desmarque de la prioridad filosófica por el otro.
Marx se divorció radicalmente de Hegel en el punto donde el materialismo histórico por un
lado y las elaboraciones filosóficas, ideológicas y cuasi-panteístas por el otro, apenas se
encuentran y de inmediato se adversan. En carta a Kugelmann (1868), Marx puntualizó:
“La dialéctica hegeliana es el prototipo de toda dialéctica; sin embargo, es necesario antes
despojarla de su forma mística: esto es exactamente lo que caracteriza a mi método”.
Pero que quede bien claro, el análisis histórico de la investigación de Marx no se rigió de
acuerdo a una metodología estrictamente científica. Hasta aquí, es evidente que el método
dialéctico que Marx utilizó fue el mismo módulo triádico de Hegel y eso no garantizaba,
“per se”, el descubrimiento de unas supuestas leyes que rigirían el curso de la historia.
Aquí no hubo nada “químicamente puro”. Peor aún, el materialismo histórico del que
Marx hacía alarde, no era más que una suerte de “hegelianismo al revés” y guardaba
una confesa y estrecha relación filosófica casi filial, que nunca científica, con el humanismo
ateísta de Comte, de Feuerbach y compañía. Su rechazo al Dios de los cristianos, ese Dios
que interviene y rige la historia, resulta clave en su monofásico dogmatismo:
“Providencia, fin providencial: he aquí la palabra altisonante que hoy se emplea para
explicar la marcha de la historia. En realidad, esta palabra no explica nada.”
“Miseria de la filosofía”. (1847).
El otro desmarque se sucedió con la preeminencia filosófica que caracterizó la eufórica
tesis de Feuerbach. Marx introdujo en su análisis de la historia, un elemento realmente
novedoso: el determinismo económico. Su énfasis
pasó a ser estructuralista y
economicista. Marx consideró que el fenómeno religioso, Dios, la religión, el cristianismo y
todo lo que se le pareciere; toda esta cultura “espiritual” de la que Hegel alardeaba a su
manera y la que Feuerbach atacaba a la suya, no era más que una suerte de niebla alienante
con la que se encubría a la miseria de la materia humana. Lo primario, según él, yacía
en las relaciones económicas, en los medios de producción, en la plusvalía, en el capital,
en el trabajo y en la lucha de clases.
Dicho de otra manera, Marx introdujo un cambio radical con el cual no solo se apartó de Hegel
sino que también se distanció de su admirado Feuerbach. Para Marx, el fenómeno religioso
era, básicamente, el producto devaluado de una insana infraestructura económica que
había que trascender.
No por ello, Marx y Engels descuidaron el tema de la alienación religiosa. Jamás lo
subestimaron. Más aún, fue objeto de un tratamiento casi obsesivo. Según sus escritos, la
religión devalúa al hombre mediante un complejo proceso que le enajena de sus potencialidades
y cualidades superiores, haciéndole proclive a la pérdida de su hombridad. Por razones de
11
espacio, me permitiré esquematizar ese fenómeno, identificando al menos cuatro mecanismos
básicos que se desprenden de la lectura de los autores y que serían: la proyección, la
abstracción, la frustración y la dominación.
La crítica marxista señala frontalmente que el hombre se ha hipotecado a sí mismo en “la idea
de Dios”, depositando en la deidad, sus potencialidades infinitas y sus valores supremos. Se
sucede pues una proyección de lo mejor de sí mismo hacia un ser ajeno a él, inexistente y al cual
le endosa calificativos haciéndole supremo, eterno, justo, poderoso y bueno. Este es el manido
argumento que juega con la frase bíblica afirmando que es el hombre quien ha creado a dios, “a
su imagen y semejanza”. Dios pasa a ser la sumatoria de las cualidades del hombre y en ese
proceso, la realidad se vacía mientras la deidad se llena.
En simultáneo, también se estaría sucediendo un fenómeno de abstracción. Esto acontece cuando
ese mismo hombre intenta explicarse todo lo que acontece a su alrededor, incluyendo la
compleja naturaleza de la que forma parte, apelando a fuerzas y entidades inexistentes. Según
Marx y Engels, ante la carencia de un modo de pensar científico, el hombre ha recurrido por
siglos a respuestas que se dan en el orden de la superstición, el fetichismo, la magia y la
religión. En esta crítica, el aporte “comtiano” es notable.
Marx y Engels explicaban también que, el escapismo místico acontece porque el hombre se
encuentra en un estado de frustración debido a que existe una infraestructura socio-económicopolítica, que le mutila sus posibilidades de realización y que propicia su entrega a la ilusión y la
fantasía. Frente a la carencia de sentido en su vida terrenal, el hombre busca su realización en
una calle ciega, en un “más allá”, inexistente.
Finalmente, tanto Marx como Engels se refieren a la religión como un importante elemento que
se encuentra siempre presente en los estados de dominación tribal, nacional, doméstica o
imperial dado que, para éllos, la religión y demás manifestaciones culturales, son en realidad la
expresión de lo que quiere y conviene a la clase económica dominante. Así de simple.
En su ya citada crítica a la filosofía hegeliana (1844), Marx escribió:
“La crítica de la religión desengaña al hombre para que piense, que actúe y modele su realidad
como un hombre desengañado y que ha entrado por fin en razón, para que gire en torno a sí
mismo y por lo tanto, en torno de su sol real; la religión es en realidad un sol ilusorio que gira
alrededor del hombre mientras éste no es capaz de girar alrededor de sí mismo.”
Aparte de la infeliz analogía de un “hombre-sol” que gira alrededor de sí mismo, en una
intrascendente y miope rotación sin fin, Marx acusa pues, a la religión, de funcionar siempre
como un agente importante de deshumanización. ¿Cómo negar que el antropocentrismo
ateísta y clasista de Marx no es más que una variante idolátrica con espuma filosófica en
su superficie?. Aquí no hay lugar para dorar la píldora. Decir que Marx no cuestionaba
agresivamente a la Fe cristiana que profesamos los creyentes en Cristo Jesús, es caer en el
cinismo pues, cuando él mencionaba a la religión de manera tan denigrante, según sus propias
palabras, se refería precisamente al cristianismo. Así, puntualizó:
“El cristianismo es la religión por excelencia, es la esencia de la religión.”
”Contribución a la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel.” (1844).
En esa misma obra, Marx añadiría lo siguiente:
“Ser radical es atacar el problema por la raiz. Pero para el hombre, la raiz es el hombre
mismo. La prueba evidente del radicalismo en la teoría alemana y en consecuencia de su
12
energía práctica y de su vitalidad, consiste en que parte de la abolición positiva de la
religión…” “Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel.” (1844).
Cuánta tela han cortado los teólogos defensores de Marx a partir de esta última frase
interpretando la “abolición positiva” del fenómeno religioso como el superar los vicios
institucionales y clasistas de éste. Pero, el párrafo no se detiene allí. La tijera deshonesta y
especulativa se traba si continuamos la lectura:
“… la crítica de la religión desemboca en la doctrina de que el hombre es la esencia suprema
para el hombre y por consiguiente, en el imperativo categórico de que es necesario echar por
tierra toda relación en la que el hombre sea una esencia humillada, esclavizada, abandonada o
despreciable, relación con alguien superior a él, que no existe!.”
¿Acaso no se lee que estamos frente a una postura eminentemente atea?.
Para 1874, Friedrich Engels, su insigne compañero de obra, disertó sobre el asunto cuando
escribió en su “Literatura emigrante”, lo siguiente:
“Se puede decir de los obreros social-demócratas alemanes que, el ateísmo ya ha superado
para éllos su período natural y anterior de vida; esta palabra, ateísmo, puramente negativa,
ya no tiene aplicación para lo que a éllos respecta, puesto que su oposición a la fe en Dios,
ya no es teórica, ahora más que teórica, es práctica.” Esa es la “abolición positiva” de la
religión a la que se había referido Marx, treinta años antes.
En su obra climax, “El Capital” (1867), el Marx “maduro” mantuvo la coherencia de su tesis
original según la cual, la alienación del hombre es el producto de los dos factores que en toda su
obra consideró como determinantes y que, según él, estaban estrechamente ligados entre sí, a
saber, la religión y la propiedad privada. Así pues, escribió:
“No puede suceder de otra manera: desde el momento en que el trabajador solo existe como
medio para aumentar las riquezas ajenas, así como en la religión, el hombre está dominado por
dioses que el mismo creó, en el capitalismo, el hombre está dominado por el producto de su
propia mano.”
Elocuencia y radicalidad que no admiten vaguedades ni medias tintas.
Para el sociólogo materialista de Tréveris, lo irreal, lo engañoso, lo irracional, lo fantástico y
lo enajenante, era: lo “espiritual”, lo religioso. Y tal maleficio, que tenía como pendón
emblemático a la Fé cristiana, debía ser erradicado para que el hombre tuviera acceso a su
“felicidad real”. En 1871, en una de sus cartas a Kugelmann, se refería literalmente a la
doctrina cristiana como: “los mitos cristianos.”
Como vemos, se trata de la misma línea de pensamiento que había planteado desde que presentó
su “Tesis Doctoral” (1841), cuando esbozó su concepción antropológica de la siguiente manera:
“La conciencia del hombre apunta a ser la divinidad suprema. No tiene que haber dios al
mismo nivel de élla. (…) Prometeo es el más noble de los santos y mártires del calendario de la
filosofía”.
Este Prometeo, personaje mitológico griego que roba el fuego a los dioses para dárselo a
los hombres, estará subyacente en la tesis marxista que idealiza al hombre y lo pone en
escena como ser supremo para el hombre mismo. Difícil aceptar que a esta conclusión se
puede arribar por la aplicación de algún método “científico”. Lo que aquí tenemos es una
confesión de fe idolátrica.
13
Estamos frente a un optimismo adolescente, obtuso y
humanista que da la espalda a la evidencia acumulada por
milenios acerca de la naturaleza y el desempeño humanos y
que, como era de esperar, tampoco pasaría la prueba al
aplicarse en la práctica, mediante la toma del poder de las
revoluciones socialistas marxistas, con el voltear del siglo.
Poco antes de su muerte, Engels escribió a R. Schmidt unas
líneas abundando sobre lo que él y Marx habían afirmado
en relación al materialismo histórico:
“Por lo que se refiere a las esferas ideológicas que flotan
aún más alto en el aire: la religión, la filosofía, etc… éstas
tienen un fondo pre-histórico de lo que hoy llamaríamos
necesidades. Estas ideas falsas acerca de la naturaleza, el
carácter del hombre mismo, los espíritus, las fuerzas
mágicas, etc… se basan siempre en factores económicos de
aspecto negativo. La historia de las ciencias es la historia
de la gradual superación de esas necesidades.” (1890).
En su bien conocido “Anti-Dühring” (1878), ya el compañero de obra de Marx, había tocado el
tema y, como siempre, lo había hecho con similar crudeza:
“Solo el verdadero conocimiento de las fuerzas de la naturaleza, expulsa a los dioses o a Dios,
de una tras otra de sus posiciones. Este proceso ha avanzado tánto, que en teoría, puede
considerárselo concluído.”
La supresión de esta “necesidad negativa” es un elemento que se mantuvo presente, en todos los
escritos de Marx y de Engels, con sólida sindéresis. A manera de ejemplo, la clásica cita de
Engels, escrita casi diez años después:
“Sin lugar a dudas, el materialismo ha sido colocado de nuevo en su trono (…) Nada existe
aparte de la naturaleza y el hombre; los seres que nuestra fantasía religiosa ha creado, son tan
solo el reflejo fantástico de nuestra propia esencia. El hechizo, ha sido destruído”. “Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”. (1886).
MESIANISMO Y TOTALITARISMO.
La fórmula marxista es sencilla y lógica: si la fe en Dios constituye un despojo al hombre de
sus facultades superiores y de su esencia como ser supremo, la restauración del hombre
implicará, necesariamente, de una conversión al humanismo materialista y, por pragmatismo,
a la idolatría del sector obrero de la naciente sociedad industrial: la clase proletaria. Allí se
encuentra la esperanza mesiánica que llevará al hombre hacia “la tierra prometida” del
comunismo.
Esperar que de Dios pudiere venir El Mesías, era algo que quedaba, por elemental lógica,
fuera de la más mínima consideración. Tanto Marx como Engels, predicaron por casi 50
años, sus convicciones ateístas y antropolátricas, desde un púlpito que, en Europa, tenía una
selecta audiencia. Un púlpito
ad-hoc para los creyentes en las filosofías humanistas y
racionalistas del siglo XIX... corrientes filosóficas que, como ya he señalado, hacían procesión
con las tesis de Augusto Comte y Ludwig Feuerbach. Marx y Engels, simplemente,
14
nadaban a favor
de la corriente añadiendo que la conducción final, definitiva y
redentora de la historia de la humanidad, reposaba en la clase obrera y campesina, en
“el proletariado”.
Llega así pues el momento de preguntarnos: ¿Es acaso, académicamente correcto, llamarse
marxista y guardar silencio sobre el humanismo antropolátrico y clasista que yace en el core
de los escritos de Marx?.
El esquema es sencillo: para Marx y para Engels, comunismo y ateísmo son dos niveles de un
mismo edificio: planta baja y planta alta. El proletariado, “el pueblo”, está en el sótano,
tomando poco a poco “conciencia de clase” y esperando tan solo el momento para levantarse y
derrumbar, con toda su facultad redentora, la doble estructura alienante que tiene sobre sí.
Por supuesto que, cualquier hombre, bajo cualquier excusa o argumento, puede erigirse en
dios para sí mismo y para otros, sin necesidad de ser marxista. Marx no patentó el ateísmo
ni mucho menos la antropolatría que lo genera, lo que sí hizo fue depositar
entusiastamente su fe mesiánica en la casta obrera, en las masas trabajadoras de las
fábricas e industrias, en “el pueblo”… en fin, para usar su expresión preferida: en “el
proletariado”.
A este momento de nuestro análisis, debe ya quedar claro que, quien invoque a Marx,
profesa en su credo revolucionario materialista, par de dogmas de suma importancia:
1. la existencia de un determinismo económico que mueve y rige la historia, sobre
los engranajes de las luchas clasistas, y que habrá de llevarla a su consumación superlativa en
la sociedad comunista. En cita harto conocida, del propio Marx: “La historia de toda
sociedad humana hasta nuestros días es una historia de lucha de clases”. “Manifiesto del
partido comunista”. (1848).
2. la existencia de una virtud innata, liberadora y mesiánica, que hace de la clase obrera,
una casta virtuosa destinada a ejercer una dictadura totalitaria y transitoria mediante
la cual redimirá la alienación humana. De Marx, su ya optimista y selectiva proclama:
“Solamente los proletarios, completamente excluídos del ejercicio de todas sus facultades
humanas, son capaces de alcanzar una emancipación total, no parcial, haciéndose dueños
de todos los medios de producción”. “Manifiesto del partido comunista”. (1848).
Sobre el cómo hacerlo, resulta muy interesante revisar lo que Engels, su compañero de obra,
sugiere en su trabajo: “Principios del Comunismo”, escrito a solicitud del II Congreso de la Liga
Comunista que se reunió en París a finales de 1847:
“Qué vía de desarrollo tomará esa revolución?.
Establecerá ante todo un régimen democrático y por tanto, directa o indirectamente, la
dominación política por parte del proletariado… Esa democracia sería absolutamente inútil
para el proletariado si no la utilizara inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias
medidas que atentasen directamente contra la propiedad privada…
¿Será posible suprimir de golpe la propiedad privada?.
No, no será posible. De la misma manera que no se puede aumentar de golpe las fuerzas
productivas de la manera necesaria para crear una economía colectiva. Por eso, la revolución
del proletariado, que se avecina según todos los indicios, solo podrá transformar
paulatinamente la sociedad actual, y acabará con la propiedad privada únicamente cuando
haya creado la necesaria cantidad de medios de producción. (…)
15
Una vez emprendido el primer ataque radical contra la propiedad privada, el proletariado se
verá obligado a seguir adelante y a concentrar más y más en manos del Estado todo el capital,
toda la agricultura, toda la industria, todo el transporte y todo el cambio…
Finalmente, cuando todo el capital, toda la producción y todo el cambio estén en manos de la
nación, la propiedad privada dejará de existir.”
Al leer documentos como éste, o al leer su radicalización plasmada al año siguiente, por
Marx y Engels, en el “Manifiesto del Partido Comunista”, se nos levanta la inquietud
sobre: ¿qué tanto de novedad trae consigo el llamado “Socialismo del Siglo XXI” o
“Socialismo Bolivariano” que se implanta “paulatinamente” en nuestra Venezuela?. Sobre
este asunto volveremos hacia el final de estas páginas.
Llega aquí el momento de tocar un tema central y álgido. Para Marx, el fenómeno de la
deshumanización del hombre, lo que la Fe cristiana llama “pecado”, radica primordialmente
en la acumulación de bienes y, colateralmente, en la sobreproducción, el trabajo lucrativo y el
intercambio mercantil. Ya nos hemos referido a cómo el concepto marxista del hombre es
eminentemente materialista… pero debo precisar algo más: la antropología marxista alcanza
extremos patéticos pues cae, tanto en el reduccionismo animal como en el
reduccionismo economicista. Par de citas nos ilustrarán lo que quiero mostrar.
De Engels, transcribo un párrafo tomado de un extenso capítulo de su obra: “Anti Dühring”
(1873). En las líneas que presento, Engels se atreve a viajar en el túnel del tiempo y se
remonta a lo que según él, fue el origen del mal en las primitivas sociedades humanas.
Leemos, pues:
“ El problema, repetimos, está exclusivamente en explicar el ‘por qué’ de las relaciones de
dominación y esclavización. Surgidos originalmente de reino animal, en el sentido más estricto
de la palabra, los hombres entran en la historia todavía semianimales, salvajes, impotentes
ante las fuerzas naturales, ignorantes de las suyas propias y, por lo tanto, pobres como los
animales y apenas más productivos que éstos, reinando por eso cierta igualdad de nivel de
vida”. Pero (continúa en su peculiar relato) “poco a poco las fuerzas productivas fueron
creciendo, la densidad cada vez mayor de población engendró intereses, comunes unas veces,
antagónicas otras, entre las diversas comunidades”… llegándose así un día al momento en el
cual, “cuando las circunstancias fueron
favorables,
los primitivos servidores
(administradores) de la sociedad fueron erigiéndose paulatinamente en sus señores, déspotas,
sátrapas, que utilizaron también la violencia para esa transformación y por fin, los diversos
individuos dominantes se agruparon en una clase dominante.”
Y del propio Marx, transcribo una frase tomada de “El Capital” (1867):
“La acumulación primitiva viene a ser en la economía política, el mismo papel que juega en la
teología el pecado original.”
De lo anterior, unas líneas más para la reflexión y el debate. Para Marx y para Engels, los
hombres somos, en esencia, primates ilustrados, y la maldad que observamos tiene su
origen cuando, en los albores de la prehistoria, hicieron su aparición la sobreproducción
y la acumulación de bienes por parte de unos cuantos. Evidentemente, la antropología
marxista no coincide, para nada, con la antropología que profesamos y predicamos los
cristianos y la cual se desprende de la revelación bíblica.
¿Cómo poder aceptar la explicación exogenista que ofrecen Marx y Engels ante la
interrogante del origen de la maldad en el comienzo de la historia, si su respuesta apela a
una situación de producción, plusvalía y mercadeo?.
16
¿No resulta obvio que, una vez más, el determinismo económico de Marx y Engels les hizo
quedarse en la epidermis del problema básico del hombre y les llevó a considerar a la
propiedad privada de los bienes productivos como el pecado original y devaluante de la
condición humana?.
¿Qué hubo y hay en el corazón de los hombres que, para poder continuar viviendo en
ecuanimidad y armonía, hubieran tenido que permanecer en un estado de pobreza colectiva
semianimal ya que el advenimiento de la abundancia y la productividad abrieron las
compuertas a la explotación y la injusticia en medio éllos?.
¿No existe acaso en el determinismo económico de Marx una simplista sinonimia entre
pobreza y bondad?... ¿No está todo esto vinculado a la unción de la clase obrera,
desprovista de posesiones que le condicionen y limiten su actuar revolucionario, como la
esperanza mesiánica y el germen de la “nueva humanidad”.?
No me importa caer en la redundancia. Peligrosa sería la omisión. La Fe cristiana, no
solamente difiere del marxismo en lo que Marx y Engels afirman acerca de Dios, de la
naturaleza y de la historia. Que no haya lugar a prestidigitaciones oportunistas: la
cosmovisión cristiana también difiere radicalmente del marxismo en su concepción del
hombre y en su diagnóstico sobre el fenómeno de la devaluación humana, al que La
Biblia denomina: pecado.
La antropología judeocristiana comienza por afirmarnos que el hombre ha sido
creado por Dios y que no es un mono que se ha auto-superado con las capacidades de
hablar y trabajar. De allí que el hombre sea también mucho más que una entidad de
consumo y producción y que su emancipación no se centre en la redistribución de la
propiedad privada y, mucho menos, en la “superación” del sentimiento religioso.
La antropología bíblica precisa la grandeza del ser humano al afirmar que el hombre,
todo hombre, ha sido creado a “imagen y semejanza de Dios” (Gén 1: 26),
estrechamente vinculado a “la tierra” (Gén 2: 7), pero jamás reductible a ella.
La Biblia nos habla también de que muy temprano en la historia de la humanidad, tuvo
lugar un evento original donde el pecado hizo su debut en el escenario de los hombres
primitivos. Este acontecimiento, es planteado en la revelación bíblica como un problema de
identidad
en el que la criatura humana, desconociendo su privilegio y responsabilidad en la
creación, pretendió “ser como dios” (Gén. 3: 5)… dios para sí mismo, para sus semejantes y
para la naturaleza entera. La tragedia del drama supera la sencilla apariencia del antiguo
relato religioso pues señala cómo y por qué el hombre terminó alterando todas sus
relaciones. El pecado alteró, ciertamente, la relación del hombre con su Hacedor, pero
también alteró su relación con el resto de la creación. Además, hemos de recordar a
quienes subestiman el relato del Génesis, que tal trasgresión no se confinó a un hecho
aislado y perdido en “el origen de los orígenes”, sino que tuvo una especial trascendencia de
carácter originante y pandémica, “por cuanto todos pecaron”. (Rom. 5: 12).
Nos estamos refiriendo, por lo tanto, a un elemento definitorio del tejido ontológico del todo
del hombre y que se presenta, sin excepción alguna, en toda clase social, sin guardar relación
causal primaria con explicación económica alguna.
17
El pecado afecta pues, por igual y en todas las culturas y sociedades, a ricos y a pobres, a
hombres y a mujeres, a “revolucionarios” y a “stablishmen”, a universitarios y a campesinos, a
gobernantes y a gobernados, a jóvenes y a ancianos… Aquí no importan los apellidos, el
asunto del pecado es un asunto sustantivo. Su presencia robustece los egos y los intereses
de grupo, de partido, de gremio, de raza o de clase, llegando a los extremos de alimentarles
con la levadura de la discriminación, el enfrentamiento y la hostilidad animal. Para
confirmar lo afirmado no hace falta ser un fanático de Darwin ni un experto en las ciencias de
la conducta humana, basta con leer la prensa, salir a la calle, asistir al trabajo o navegar por
Internet.
Es por esto que, cuando los cristianos hablamos de la naturaleza “caída” del ser
humano, desde la perspectiva bíblica y de su confirmación histórica, estamos hablando
de una grave realidad existencial, social, universal e incluyente que no admite
excepciones clasistas y que, por ende, no nos permite a los cristianos alimentar la
utópica esperanza mesiánica que los marxistas han depositado en “el proletariado”, en
“el pueblo” o en quienes se adjudican a menudo su eucarística representación.
Nuestra Fe no nos permite tocar campanas a favor de ninguna ideología que prescriba
una fórmula dictatorial y totalitaria que controle todo el poder y lo concentre, en la
práctica, en pocas manos.
De lo anterior que, si hay algo de sano en la estructuración democrática de una sociedad y su
gobierno, sería precisamente la existencia de dos elementos reguladores.
El primero reside en la necesaria separación, independencia, distribución y autonomía de los
poderes sociales en diferentes instituciones nacionales, de manera tal que se evite la
hegemonía del mismo por un partido, por un grupo social, por un “polit bureau” o por
una sola persona. Como afirmara Charles Barón de Montesquieu, en su clásico “El espíritu
de las Leyes”: “El poder frena el poder” (1748).
El segundo regulador estriba en la indispensable alternabilidad que debe prevalecer en el
ejercicio de tales poderes para evitar perpetuaciones que suelen ser nefastas en si mismas. Esto
se logra, evidentemente, mediante una legislación que prohíba expresamente el continuismo
en el ejercicio del poder (por parte de quienes ya gobiernan) y mediante la convocatoria a
procesos electorales donde participen, libremente, los ciudadanos que hacen vida en la nación.
Que quede pues claro. Dado que los cristianos estamos convencidos de la realidad del mal
existente en “el corazón del hombre”, de todo hombre y de su cultura, no puede ser
buena ninguna concentración de poder que recaiga en un una suerte de “conciliábulo
iluminado” ni en un partido político único
que quiera funcionar como una
“aristocracia moral”, redentora, destinada a enderezar los entuertos sociales en nombre
de
la historia, la humanidad o el progreso humano. Si esto lo consideramos grave,
patético resultaría que tal fenómeno de concentración de poder se diere en la figura
de un hombre, un caudillo “carismático” a quien se le rindiere culto y que se erigiere
en una especie de “cerebro único”, atreviéndose a pensar y decidir en nombre de “el
pueblo” y con pretensiones de perpetuarse como mandatario vitalicio.
Jamás he compartido la popular afirmación de que “el poder corrompe al hombre que lo
ejerce”. A mi juicio, “el poder” (entendido como capacidad para producir cambios) es, en sí
mismo, una tentación para todo hombre (quizás para unos más que para otros) pero, en fin, es
una tentación tan antigua como el hombre mismo. Lo que sí demuestra la historia es que:
18
la posesión del poder tiene la especial facultad de exponenciar el grado de la
devaluación o condición de pecado que existe en los hombres que lo ejercen.
Pongamos, de una vez, todas las cartas sobre la mesa. El humanismo marxista nunca
resistió, ni ha resistido, ni resistirá jamás, la tentación de presentarse como una doctrina
de salvación del hombre, de la naturaleza y de la historia. Su dialéctica proyecta la
historia de la humanidad hacia el paraíso comunista, una suerte de utopía “celestial”
intramundana, que será el resultado natural de la actividad revolucionaria, protagónica,
dictatorial, totalitaria
y mesiánica de “el pueblo”, de la clase obrera, de “el
proletariado”.
Para Marx, Engels y Lenin, el comunismo es la etapa que habrá de seguir, cual climax y de
manera natural, al socialismo materialista regido (con fines redentores) por la dictadura de la
clase obrera… De Marx, leemos:
“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, media el período de transición
revolucionaria de la primera a la segunda. A este período, corresponde también un período
político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura del proletariado”.
“Programa de Gotha.” (1875).
Para quienes han leído algo a Marx, queda claro entonces que la revolución debe transitar,
como indispensable, un camino en el que “el proletariado de cada país debe acabar antes que
nada con su propia burguesía”. “Manifiesto del partido comunista”. (1848). Este es el
tiempo de la dictadura del proletariado. Se trata de un tiempo de totalitarismo, en el que
“los proletarios no tienen nada que salvaguardar que les pertenezca, sino que tienen que
destruir toda garantía privada y toda seguridad privada existente”. “Manifiesto del partido
comunista”. (1848).
Las expresión absolutista de Marx y Engels es bien clara. La etapa de transición entre el
capitalismo y el advenimiento del comunismo,
no es otra que “la dictadura del
proletariado” y, por su alta carga ideológica, esta
dictadura adquiere un carácter
eminentemente totalitario.
Si Marx y Engels no se refirieron a la necesidad de controlar a los llamados mass media y a la
educación popular fue porque, simplemente, en su tiempo, los medios de comunicación
masiva no existían como tales y el sistema educativo tan solo alcanzaba a unos pocos
privilegiados, como lo fueron ellos mismos. Pero, los políticos marxistas del siglo XX si se
ocuparon del asunto. Todos los experimentos “socialistas científicos”, marxistas, que
desfilaron sobre el mundo el pasado siglo sumados a los pocos que aún se mantienen por
décadas, en una transitoriedad que se hace eterna, han ejercido y ejercen un total control
sobre los medios de comunicación social escritos, radiales, televisivos o vía Internet y han
desarrollado programas y controles educativos que han acabado con el pluralismo y la
universalidad del pensamiento a todos los niveles, para ideologizar a las nuevas
generaciones.
Pero aquí hay algo más que comentar. Cuando Marx, Engels y la zaga de líderes
revolucionarios que le siguieron y que le siguen aún hoy día, entregan a la casta
conformada por obreros y campesinos, la licencia dictatorial para que se erija en la nueva
clase dominante y acabe con “toda garantía privada y toda propiedad privada existente”,
extendieron y extienden, de-facto, una patente de-corso que auspició y auspicia en el
discurso y en la praxis, la utilización de todo tipo de medios, ampliando el compás hasta
el máximo. De allí que todas las revoluciones socialistas marxistas hayan cultivado y
19
cultiven la exacerbación de los odios clasistas, hayan sembrado y siembren divisiones y
revanchismos sociales y, una vez en el poder, hayan aplastado y aplasten a la
oposición
imponiendo mecanismos de discriminación, intimidación, coacción,
represión y aniquilación.
Cuando la dictadura totalitaria de “el pueblo” se instala en el poder, la ética queda
pues supeditada al logro de los objetivos. Y, para la historia reciente ya resulta harto
conocido cómo, en
nombre de supuestos ideales supremos, los gobiernos socialistas
marxistas justificaron todo tipo de medios que les permitieron apropiarse y mantenerse en el
total control del poder a nombre de “el pueblo” que adujeron representar. Esta receta fue
temprana y literalmente, aplicada por el pragmático Lenin, quien afirmaría, al comienzo de
la revolución marxista en Rusia, su bien conocida frase: “Nuestra moral está supeditada a
los intereses del proletariado y a la lucha de clases.”
Lo grave de esta situación es que el humanismo optimista y clasista de Marx y de sus
discípulos, depositado en “el pueblo” o en quienes dicen representarlo, carece
de un
respaldo antropológico científico que le pudiere alentar a plantear tamaña audacia. Estamos
frente a un humanismo clasista que es ajeno a la experiencia de las relaciones interpersonales,
que le da la espalda a las íntimas realidades existenciales del hombre común y que se torna
además, ingenuamente selectivo y discriminatorio, pues restringe la existencia de esas
supuestas potencialidades y facultades creadoras, honestas y solidarias, a la clase social que
conforman obreros y campesinos, dejando en la penumbra, al hombre en general.
Esa dictadura totalitaria de “el pueblo” o como se le quiera etiquetar y por el tiempo
considere necesario implantar, es una desgraciada y nefasta condición que
“socialismo científico” de Marx y de Engels, para que el tren de la historia avance
sociedad sin clases, hacia “el reino de los trabajadores”, es decir,
hacia la
comunista.
que se le
exige el
hacia la
sociedad
Estamos pues en presencia de una ideología revolucionaria, de pretensiones científicas que
considera indispensable que una clase social se imponga, utilizando todos los medios
posibles, sobre el resto de la población.
Lo que Marx y los marxistas han planteado y plantean como centro de su plan salvífico
es la organización de la clase proletaria para que ésta entre en una lucha frontal de
pobres contra ricos, al calor de la violencia “emancipadora” y con el objetivo de lograr
el control hegemónico de todos los poderes sociales. Ya una vez logrado ese objetivo,
se confía en que las bondades creativas y solidarias inherentes a la militancia
revolucionaria, generarán el bienestar supremo para las grandes mayorías hasta que,
el Estado mismo llegará un momento en que entrará en una progresiva disolución.
Lo expuesto, simplemente raya en la escatología ficción. Los ejemplos de Cuba, China
Continental, Belorusia, Zimbawe y Corea del Norte se mantienen en vitrina. Y, sin
embargo, hoy en día, la utopía que encarnan esos regímenes, la del “socialismo científico”
de Marx, tiene mercado. y lo tiene en nuestra América Latina, donde ya hay gobiernos
revolucionarios
que veneran y siguen los lineamientos generales de la cercana Cuba
marxista de Fidel Castro.
Debo pues insistir. Para Marx y sus seguidores, “el pueblo” o el partido único que lo
represente, se encuentra históricamente ungido y destinado a controlar todos los
espacios del poder social y a ejercer la redentora dictadura socialista. Esta receta
20
totalitaria es característica de todos los “socialismos científicos” marxistas y,
desgraciadamente, siempre ha traído consigo: la discriminación, la opresión y la violación de
la dignidad de quienes se han atrevido a resistirse. No ha habido excepciones. En paralelo,
podemos afirmar de manera objetiva que, para esos países, el tren de la historia se atascó
en la estación totalitaria del “socialismo científico” o “socialismo real”. Todos los
proyectos socialistas de inspiración marxista, fracasaron y, los pocos que quedan, están
fracasando a nivel mundial.
A pocas palabras: la fe marxista en las capacidades y potencialidades redentoras y
recreadoras del proletariado obrero y campesino, no se ha correspondido, para nada,
con los hechos. Su fe en el hombre y, de manera precisa en la clase obrera, falló
estrepitosamente en todos los experimentos sociales del pasado siglo XX y, en este XXI,
que recién estrenamos, no hay cambios a mostrar.
Como hemos advertido, la teoría del siglo XIX afirmaba, en el papel, que el capitalismo
sería substituido por la etapa tiránica del “socialismo científico”, para devenir luego y por
disolución espontánea, en el comunismo. Según Marx y Engels, cuando la clase obrera
lograra la victoria política y el control de los poderes, debería centrar los cambios
revolucionarios en la estructura económica del tejido social. Esta prioridad es la que le
daría al nuevo estado de cosas su carácter “científico”, “real”, radical y verdaderamente
revolucionario.
Partiendo de ese principio,
tanto Marx como Engels descalificaron las propuestas
“socialistas” que habían planteado hombres como Claude Henri Rouroy (mejor conocido
como el conde Saint Simon), en Francia, o como los ensayos laborales del empresario textil
Robert Owen en Inglaterra. Igual suerte corrieron los análisis y las conclusiones del
filósofo francés Pierre J. Proudhon. A todos estos y a otros planteamientos “socialistas”
del siglo XIX, Marx y Engels los etiquetaron despectivamente de ser reformistas,
utópicos, asistencialistas, filantrópicos, idealistas y hasta de reaccionarios. No hace
falta abundar sobre ésto. Quien quiera revisar el asunto basta con que lea los apuntes de
Marx en “Crítica al programa de Gotha” (1875) o el conocido trabajo de Engels: “Del
socialismo utópico al socialismo científco”, inserto en su Anti-Duhring (1878).
Pasado el tiempo, hoy día, los
líderes marxistas de las nuevas revoluciones
latinoamericanas, hacen lo mismo que sus patriarcas y cuestionan también los ensayos
socialistas democráticos que ya les preceden, con éxito, en Europa y aún en nuestra
misma América Latina. Me refiero a sistemas “socialistas”, no marxistas, donde se
preserva la autonomía de los poderes, donde se respeta el derecho a la propiedad
privada y a la libertad de expresión, donde se promueve la alternatividad en el ejercicio
del poder mediante comicios electorales y donde se cuidan los derechos humanos de las
minorías que no están de acuerdo con el gobierno nacional de turno.
Hay pues una gran diferencia entre los socialismos “científicos” de ideología marxista y
los socialismos democráticos, no marxistas. La diferencia es sustantiva y abismal.
Los regímenes socialistas de inspiración marxista, aunque puedan utilizar de diversas
maneras la palabra “democracia”, terminan llenando a satisfacción los parámetros que la
sociología reconoce en los regímenes totalitarios. Listo, a continuación, varios de éllos:
1. Invocan, la existencia de un proyecto ideológico redentor que proceden a vender a las
masas con sencillas frases, colores y símbolos.
21
2. Provocan cambios en todos los frentes y exigen lealtades radicales pues la ideología en
cuestión tiene rasgos milenaristas.
3. Controlan todos los poderes existentes en el tejido social y se hacen presentes en todas
las esferas de la vida ciudadana.
4. Borran las diferencias entre el Estado, el partido, el caudillo, “el pueblo”, el gobierno
y la sociedad. Todo es lo mismo y quien no se ubique en esa suerte de amalgama
revolucionaria, queda fuera de la sociedad... Es decir, no existe.
5. No admiten el debate, la oposición ni la disidencia. La intolerancia, la discriminación y la
represión son sistemáticas. Sus postulados se revisten con pretensiones moralistas y se
hacen indiscutibles.
6. Levantan la figura de un caudillo que encarna la revolución y que se perpetúa en el
poder, creando a su alrededor toda una maquinaria ad-hoc.
7. Apuntan hacia la construcción de una sociedad ideal, que se ubica en “el fin de los
tiempos”. Tal utopía, les lleva a poner en práctica conductas teleológicas que
sacrifican el presente de los pueblos en aras a la consecución de un futuro superior.
Por el contrario, los socialismos realmente democráticos, es decir los no marxistas, se les
reconoce porque no absolutizan sus propios proyectos, no alcahuetean ni auspician
dictaduras ni totalitarismos de ningún tipo, respetan los derechos ciudadanos, promueven la
pluralidad del activismo político, permiten la organización militante de la oposición y
realizan transparentes eventos electorales.
Según la profecía marxista, después de la transitoria “dictadura del proletariado”, propia de
su “socialismo científico”, se arribará, porque sí, porque así lo aseguran las leyes de su
determinismo económico, a una sociedad solidaria, sin clases, donde las relaciones humanas
serán ideales, donde cada quien recibirá de acuerdo a lo que produzca y necesite, donde no
habrá conflictos humanos pues ya la propiedad privada y la religión habrán sido superadas
y, finalmente, donde la presencia del Estado se irá desvaneciendo hasta ocupar su puesto en
el museo de la historia, junto al hacha de bronce y la rueca de hilar !.
Hasta ahora, ningún régimen socialista marxista se ha atrevido a pregonar que ha arribado a la
sociedad comunista. La tesis no mejora con el pasar del tiempo. Y, el mencionado aspecto
de la supuesta “transitoriedad” de la dictadura proletaria, ha resultado ser uno de los
mayores fraudes del profeta de Tréveris.
De la inspiración, del mismo Marx, leemos parte de lo que corresponde a su visión
escatológica:
“El comunismo es la resolución definitiva del antagonismo entre el hombre y la naturaleza y
entre el hombre y el hombre. Es la verdadera solución entre la existencia y la esencia, entre
la objetivación y la autoafirmación, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la
especie. El comunismo es la solución al dilema de la historia y sabe que es la solución. (…) Es
el fin de la prehistoria y el comienzo de la historia!.” (Manuscritos. 1844).
¿Nosotros, los cristianos, alcanzamos a medir la magnitud de tal pretensión?.
Marx confiaba en que, cuando los proletarios se liberaran de su alienación económica y
de su hipoteca religiosa, afloraría en éllos, con toda su potencialidad creadora, la
solidaridad humana. Como ya lo he afirmado, tanto Marx como Engels arribaron a esta
conclusión por el camino de su profesión de fe en el hombre, y no en todo hombre, sino en
la clase obrera... Así, Marx pasó a profetizar el futuro, a avizorar la inauguración de
la verdadera historia del hombre y se atrevió a señalar el camino para la salvación de
22
la humanidad entera. Sé que no me equivoco cuando he señalado que éste es el gran
atractivo ilusorio que lleva consigo la cosmovisión marxista.
A riesgo de caer en odiosas analogías, afirmo que: por las venas del marxismo, corre sangre
religiosa. En la obra de Marx asistimos a un enfrentamiento entre el bien y el mal, se
diagnostica la causa de la alienación humana, la historia tiene un sentido lineal
cual
acontece con la Fe judeo-cristiana, encontramos la exaltación de un elemento redentor
que es encarnado por la clase obrera y, por supuesto, se afirma que existe una suerte de
destino que apunta a una esperanza escatológica donde todo será “justo
y bueno”. Si
leemos bien los escritos marxistas, nos encontraremos con que sus presupuestos,
proyecciones y predicciones nos hablan, nada menos, que de una
solución totalizante,
definitiva, intramundana y absoluta del drama humano superando clases, razas,
idiomas, credos y costumbres, hasta alcanzar el reino global de los trabajadores… el
paraíso comunista.
Ante este horizonte y aún sin tomar en cuenta la realidad mediatizadora del pecado, a la
que ya hemos hecho referencia, cualquier cristiano tiene derecho a preguntarse: ¿Qué
disciplina científica vinculada a las llamadas ciencias sociales o a las ciencias de la conducta
puede atreverse a afirmar que una casta de hombres alienados, al transformarse en clase
revolucionaria, y luego en clase dominante, no va a arrastrar consigo o a generar a su paso,
viejas y nuevas alienaciones?. ¿Cuál es el desconocido factor mutante, que convertirá a esa
dictadura socialista de la clase proletaria en una sociedad sin dominación y sin clases?.
La sociedad comunista anunciada por Marx, pretende ser algo así como la versión
terrena, secular y humanista del cielo de Dios de los cristianos… pero, parafraseando
una vez más a Roberto Bedrossian, advertimos que: en el proyecto de salvación
marxista, no hay cielo, no hay Dios y no hay cristianos. (“Marxismo y salvación”. 1973).
En función de lo anterior, me veo en la necesidad de levantar, para la reflexión, varias
preguntas que considero pertinentes y lógicas:
¿Puede acaso un cristiano signar, como suya, tamaña ilusión antropocentrista, donde
una clase social de la humanidad se basta a sí misma para salvarse de la alienación
básica, radical, grave y universal que La Biblia llama “pecado”?... La Palabra de Dios
siempre nos advierte sobre esa ilusión en la que incurren los hombres cuando olvidan
su devaluación ontológica: “¿Puede el etíope cambiar el color de su piel?. ¿Puede un
leopardo quitarse sus manchas?. Así también, ¿podrán ustedes hacer el bien, estando
habituaos a hacer el mal?”. (Jer. 13: 23).
¿No extremiza la esperanza marxista al esperar de “el pueblo”, no tan solo un vuelco en
el sistema de propiedad y administración social, sino la trascendental tarea de reformarse a
sí mismo y generar desde su seno una “nueva humanidad”?... Como alguien alguna vez
preguntó: ¿Puede acaso un hombre levantarse a sí mismo y salir del fango, tirando de las
correas de sus propias sandalias?.
¿No estamos acaso frente a una cosmovisión materialista que plantea la redención de la
humanidad y el logro de absolutos utópicos, intramundanos, mediante la acción de una
casta de hombres revolucionarios, que cabalgan sobre la lucha de clases y toman,
paulatinamente o por la violencia, todas las esferas del poder social?.
23
En consecuencia, y reincidiendo, a conciencia, en la cuestión: ¿Puede acaso un cristiano
“ser marxista” o formar filas con una revolución de inspiración marxista ?.
Yo estoy personalmente convencido de que Marx nunca entendió y sus discípulos jamás han
logrado entender, lo que significa “ser cristiano”. Pero, ¿será acaso necesario que, para
consumo mismo de la Iglesia de Jesucristo, tengamos que perfilar el qué es y qué implica
el: “ser cristiano”?.
“Ser cristiano” no es un asunto sociocultural, filosófico o geopolítico y, mucho menos, un
asunto que se respalde con partidas de nacimiento, matrimonio o defunción. El ser del
cristiano radica, en esencia, en haber “nacido de nuevo” (Juan 3: 3) por el poder del Espíritu
Santo de Dios y creer, en lo más profundo de su corazón, “que Jesús es El Señor y que Dios
le levantó de los muertos”. (Rom. 10: 9).
Cuando hablamos del “ser cristiano”, hablamos de alguien que ha sido llamado a una nueva
vida de fe, libertad, obediencia, servicio y trascendencia. Se trata de un hombre concreto que
ha salido de la “esclavitud del pecado” y ha venido a ser “siervo de Dios” (Rom. 6: 22),
adoptando con éllo a la escritura bíblica como fuente de toda una cosmovisión radicalmente
diferente a cualquier otra. Cuando los cristianos hablamos de nuestro Dios y Padre Celestial,
no hablamos de una entelequia, hablamos del único Dios, a Quien reconocemos como El
Señor del universo, El Señor de la vida, El Señor del hombre y El Señor de la historia.
Entonces, levanto de nuevo la pregunta: ¿Cómo podría un cristiano profesar el señorío total
y eterno del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, en su vida, en la iglesia, en la
historia y en el universo entero… y a la vez “ser marxista”?.
Pues bien, ese determinismo optimista y presuntuoso que
afectó a Marx, propio de quien considera que ha descubierto
las “leyes económicas” que ejercen la rectoría del curso de la
historia de la humanidad
es el mismo
determinismo
optimista que llevó a sus discípulos a extremos teleológicos
indeseables en la praxis política.
No en balde, buena parte del siglo XX vio a casi media
humanidad sometida a la acción violenta de regímenes
marxistas
totalitarios, paranoicos y represivos que,
creyéndose poseedores de la verdad monolítica y “científica”
de su patriarca, no les bastaba con obligar sino con doblegar
y consideraban que la sumisión, la opresión y la eliminación
de disidentes y opositores, eran instrumentos lícitos para la
re-educación y para la liberación de los pueblos. Tal
parecía que esos regímenes tenían como tácita consigna:
“colgar al último rico con las tripas del último cura”.
La Rusia
aconteció
Alexander
socialista,
bolchevique de Lenin y su zaga, resultó por demás representativa de lo que
con los regímenes socialistas marxistas en cuestión… Cito la autorizada fuente de
Solzhenitsyn: “Las pérdidas humanas en Rusia, como resultado del experimento
fueron 66 millones de personas”.
Que no se nos diga que esas tiranías se extraviaron de la receta marxista. En su “Manifiesto del
Partido Comunista” (1848) leemos de Marx:
24
“En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el
régimen social y político existente. En todos estos movimientos, ponen en primer término y como
cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma
más o menos desarrollada que esta revista (…) proclaman abiertamente que sus objetivos solo
pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo orden social existente. Que las clases
dominantes tiemblen ante una revolución comunista !.”
Así pues, la historia reciente fue testigo de cómo todos los socialismos marxistas instalaron,
bajo diferentes etiquetas y modalidades, “la dictadura del proletariado”, e hicieron sentir su
control totalitario sobre los diferentes pueblos a los que, supuestamente y según sus slogans
debían emancipar. En ninguno de esos prolongados y penosos experimentos sociales, se dio
un solo paso hacia la disolución progresiva del aparato del Estado, sino todo lo contrario. El
Estado totalitario jamás se orientó hacia la “transitoriedad”. La profecía marxista resultó
tan falsa como todo el proyecto revolucionario. La dirigencia de la casta obrera tomó el
control de todos los poderes existentes y violentó todos los derechos humanos
enunciables.
El terrorismo de masas de Stalin “y compañía” en Rusia, los horrores de la revolución
cultural de Mao en China, los campos agrícolas de exterminio de Pol Pot en Camboya,
las purgas y las ejecuciones sistemáticas de Tito en Yugoslavia, los fusilamientos y las
cárceles de Castro en Cuba o los “trabajos correctivos” y las “desapariciones” de la KGB de
Lukashenko en Bielorrusia, pueden servir, a título de ejemplo, de lo que siempre aconteció y
siempre acontece cuando se pasó y se pasa de la teoría de la biblioteca marxista a la
praxis del laboratorio del “socialismo científico”.
En todos esos casos y en muchos otros más, la nueva clase dominante se encargó de reprimir
todo tipo de resistencia y de controlar todos los estamentos sociales. Las grandes mayorías
llegaron a conocer a nuevas elites privilegiadas. Las páginas de esas décadas se escribieron
con tinta rojo sangre, mientras los líderes revolucionarios marxistas hacían “gargarismos
de pueblo”. Al fin y al cabo, la violencia debía ser “la partera de la historia” y todo se
justificaba, en nombre de “la revolución”, del porvenir y de la patria.
El siglo pasado fue testigo de cómo generaciones enteras y millones de hombres fueron literal y
deliberadamente triturados bajo esos gobiernos socialistas, despóticos, marxista-leninistas.
El debut de la prometida sociedad comunista, ni siquiera se vislumbró en el lejano horizonte.
Las profecías deterministas de Marx y Engels jamás se cumplieron. El sueño del socialismo
marxista, resultó una pesadilla. Los totalitarismos se perpetuaron y el endiosamiento de
“el pueblo” devino en religión de Estado. El prometido “hombre nuevo”, emancipado,
responsable, solidario, libre, creador, respetuoso y culto, nunca apareció. En su lugar, el
mundo asistió al culto popular de los caudillos que lideraron esos totalitarismos
“transitorios”.
Interesante lo que ocurrió con el prócer del “socialismo científico” en el siglo XX, Vladimir
Illich Lenin:
una vez muerto en 1924, desapareció del mapa la ciudad capital de San
Petersburg para llamarse Leningrado (inaugurando así toda una serie de ciudades-fetiche
rusas) y sus restos fueron embalsamados y guardados como objeto de veneración por el
Kremlin. En 1953 se le unió la momia del camarada Stalin… pocos años después, fue
retirado del Mausoleo por Nikita Kruschev y enterrado en la necrópolis de la Plaza Roja. El
cuerpo de Lenin permanece en exhibición hasta el día de hoy.
25
En fin, resumo. Sin que exista siquiera una sola excepción a la regla: cuando todos los
regímenes socialistas marxistas implementaron e implementan la entronización del
hombre y de “el pueblo”, el resultado ha sido que las expectativas humanistas se han
vuelto y se vuelven añicos pues el viejo “Homo homini lupus” siguió y sigue allí. Y
éso, éso no es retórica religiosa. Eso es historia. Historia reciente, contemporánea y
cercana… o como gustan de calificar los sociólogos estructuralistas, es “objetiva”, es “real”,
es “científica”, está “documentada” y es “concreta”.
SOCIALISMO MARXISTA DEL SIGLO XXI.
Hace más de treinta años lo señalamos en las aulas universitarias. No lo hicimos en las
iglesias cristianas evangélicas de nuestra geografía patria porque el tema no era objeto de
discusión, ni siquiera de consideración por parte de las feligresías. Como afirmé al comienzo
de estas reflexiones, la Teología de la Liberación (que nació y se mantiene hipotecada al
marxismo) se quedó en ese tiempo flotando en la creme de las bibliotecas y los pasillos
seminariales, en las noches de vino y humo de los ambientes revolucionarios boheme y,
por supuesto, en los movimientos políticos “de izquierda” que hacían vida en las
universidades nacionales donde se encontraban enquistados y protegidos por la autonomía
universitaria que hoy, desde el poder, quieren eliminar. Se trataba de escenarios
minoritarios. Fue en ese ambiente académico “calenturiento” donde, como discípulos de
Jesucristo, dimos razón de nuestra Fe y, cuando fue necesario y bienvenido, libramos
debate público con los discípulos de Marx.
Ahora, tal pareciera que nos toca volver al pasado y encontrarnos con las mismas
viejas utopías envasadas con nuevas etiquetas ya que existen movimientos, procesos y
líderes políticos que proponen salvar al mundo volviendo a los postulados humanistas
del siglo XIX, pasando a la ligera por sobre los escombros históricos del pasado siglo
XX.
Como las propuestas ideológicas han experimentado cierto maquillaje, se han hecho
públicas y ahora son de propagandístico consumo popular,
me siento en la
responsabilidad de recordar a la iglesia cristiana evangélica que:
1. Cualquier revolución que se inspire en los postulados marxistas, profesa (abierta o
tácitamente) una cosmovisión materialista que afirma que el origen y la rectoría de la
historia dependen de un determinismo económico que se mueve sobre los engranajes de la
lucha de clases y las relaciones de producción. Estamos en presencia de un mensaje de
salvación para el hombre, para la naturaleza y para la historia. Aquí no hay lugar para la
dimensión histórica de la Fe cristiana que profesa y proclama la soberana rectoría del Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo sobre la historia humana, desde su comienzo, durante su
curso, y hasta su consumación final. Si el Dios de la historia bíblica, quiere hacer algo,
pues que observe desde su balcón olímpico, viendo el desfile pasar… a menos que acepte ser
socio incondicional, minoritario, del “proceso”, y bautice todo el proyecto revolucionario.
En palabras del Comandante Presidente Hugo Chávez Frías el 03 de Noviembre del 2007, desde
Caracas, esta frase precisa y excluyente:
“El socialismo es el camino que debe seguir la humanidad para su salvación”.
26
2. Cualquier revolución que se inspire en los postulados marxistas, profesa (abierta o
tácitamente) un humanismo clasista que idolatra al hombre al extremo de centrar su plan
de “salvación” en las potencialidades de la virtuosa clase obrera, en “el pueblo” o en los
caudillos iluminados que se adjudiquen su absoluta representación.
Aquí no hay lugar para una antropología que hable de creación, caída y redención de toda
la humanidad. El pecado es reducido a una enajenación de las potencialidades humanas por
parte de la economía del capital y la cultura de élla derivada. En cuanto a Jesús, El Mesías,
pierde aquí Su identidad divina, Su misión redentora (soteriológica) y, por supuesto, la
dimensión cósmica de Su mensaje salvífico. En palabras del Comandante Presidente el 4 de
Agosto del 2008, desde Argentina, entendemos parte de su peculiar “cristología”: “El Cristo
colectivo es nuestro pueblo, y en especial, los pobres”. Esto ya no nos sorprende. En el mejor
de los casos, cuando el Comandante Presidente nombra a Jesucristo, de acuerdo a las
necesidades de la revolución, lo suele hacer a manera de referencia pasada, como “un gran
revolucionario”, como “un superhombre cual el Ché Guevara”, como “el primer socialista”, o
como irrespetuosamente se atreviera a llamarlo en una alocución televisada: “un gran
vergatario”.
3. Cualquier revolución que se inspire en los postulados marxistas, profesa (abierta o
tácitamente) la necesidad de instalar un gobierno de carácter totalitario que controle todas
las instituciones y escenarios de la vida ciudadana. Tal gobierno puede procurar lucir una
fachada democrática confeccionándose cuerpos legales diseñados “a su medida”, teniendo
“instituciones” de bolsillo y celebrando elecciones cuyos resultados reflejarán la
dependencia clientelar y gobiernera de grandes masas de la población que hipotecan su
opinión política a cambio de dádivas que conllevan facturas. El asunto atiende a meras
formalidades de apariencia ya que, en su fondo, se trata tan solo de una maquinaria
dictatorial que deliberadamente confunde el estado con “el caudillo”, con la Patria, con el
partido, con el gobierno y, por supuesto, con una excluyente noción de “el pueblo”, alterando
todas las garantías y órdenes pre-existentes y controlando la totalidad de los poderes
sociales. En realidad, no hay lugar a asombro alguno. Se trata de la vieja y nefasta
prescripción de Karl Marx.
Por el hecho mismo de ser totalitario, el gobierno se irá comportando como una “bestia”
voraz que exige obediencia, que pretende la indiscutibilidad de todas sus prácticas sociales,
que impone su ideología de salvación y que, tarde o temprano, pretenderá ejercer también
control sobre instituciones de origen divino como lo son la Iglesia y la familia, así como
controlar las libertades básicas inherentes a la dignidad del hombre y que corresponden a
su naturaleza creada. Lo planteado, no tiene nada tiene que ver con la tesis bíblica de un
Estado limitado y “servidor” (Rom. 13: 1-7), con sus implicaciones éticas, y al que se le debe
reconocer tan solo “lo que es del César” (Luc. 20: 25).
4. Cualquier revolución que se inspire en los postulados marxistas, profesa (abierta o
tácitamente) una visión escatológica, finalista, definitiva, destinista e intramundana de la
historia, afirmando que esta se consumará después del “socialismo científico”, con el
advenimiento espontáneo del “reino de los trabajadores”, la llamada sociedad comunista
donde imperará el lema “de cada quien según su capacidad a cada quien según su
necesidad”… es decir, la tierra prometida sobre la que profetizara el visionario Karl Marx.
En ese paraíso comunista ya Dios será tan innecesario como el mismísimo Estado, que ya
es bastante decir. A olvidarse de lo que Marx llamara “los mitos cristianos”… esos asuntos
bíblicos, simbólicos e ilusorios como: “regreso del Señor Jesús”, “lugares celestiales”,
“resurrección de los santos”, “Juicio Final”, “vida eterna corpórea” y otras cosas por el estilo.
27
Ese mensaje de “vida eterna” (Juan 6: 68), deberá quedar para los oficios funerarios de las
viejas generaciones que no pudieron ser adoctrinadas y que se irán extinguiendo, poco a poco.
El “Reino de Dios” se dará pues, aquí en la tierra, en las coordenadas del comunismo y
teniendo a los obreros como principales protagonistas.
Ahora bien, así como en las décadas de los sesenta y setenta, los profesantes del marxismo
aplicaron toda una estrategia revisionista a la que me referí en la introducción, veo que en
varios países de nuestra Latinoamérica, la historia vuelve a repetirse, solo que ahora ya no a
nivel de planos y maquetas.
Ahora estamos frente a “nuevos”
movimientos revolucionarios de izquierda que han
alcanzado el poder, y que lo han hecho por la vía electoral. Es decir, ya estamos en presencia
de gobiernos revolucionarios de inspiración marxista y molde castrista, con legitimidad de
origen, y los cuales están al frente tanto de los poderes políticos institucionales del Estado,
como del poder militar, del poder económico y hasta del poder mediático.
Declaro que el lema de: “Rumbo al Socialismo del Siglo XXI” es una estrategia de mercadeo
político, ajena a la verdad, pues en Venezuela “la revolución roja” ya está en ejercicio de
todos los poderes nacionales, institucionales republicanos. Son suyos e incondicionales: el
Poder Ejecutivo, el Poder Judicial, el Poder Legislativo, el Poder Electoral y el
rimbombante Poder Moral Republicano (donde existen la Fiscalía General, la Contraloría
General y la Defensoría del Pueblo). A lo anterior, deberemos sumar que a la revolución
venezolana también le pertenecen: el manejo discrecional de la saudita Hacienda Pública
Nacional (Poder Económico), el comando de una Fuerza Armada Nacional, que grita
obediente: “Patria, socialismo o muerte” (Poder Militar) y la mayoría de las estaciones de
televisión, la mayoría de las estaciones de radio y la mayoría de la prensa escrita, alcanzando
a sumar más de setecientos medios de comunicación sobre el territorio patrio (Poder
Comunicacional).
Insisto pues, en nuestra Venezuela, la hegemonía del poder es total. Y esta palabra “total”,
no se debe tomar a la ligera pues estamos ante la convergencia de una serie de elementos que
me permiten advertir lo siguiente: cuando se controla la totalidad de los poderes de una
nación, en nombre de una ideología mesiánica, milenarista, cuando se utilizan
mecanismos de violencia simbólica, física e institucional, cuando la ética queda
subordinada a los intereses de dominación, cuando se absolutizan conceptos temporales
y se borran los perfiles que deben diferenciar al estado del “partido”, de la sociedad,
del gobierno, de “el pueblo” y del líder… estamos en presencia de un totalitarismo!.
Así que, desde el punto de vista “científico”, marxista, en Venezuela no vamos hacia un
sistema socialista, en Venezuela ya estamos en un régimen socialista totalitario y la ruta
revolucionaria apunta “Rumbo al Comunismo del Siglo XXI”.
La experiencia latinoamericana ya tiene gobiernos totalitarios, “socialistas científicos” o
“socialistas reales”, que están aplicando la receta marxista de voltear radicalmente la
infraestructura económica y la superestructura cultural de los pueblos. Gobiernos que, por
su naturaleza ideológica, adquieren, poco a poco, el carácter totalitario propio de lo que
eufemísticamente ahora se nos impone en Venezuela, en redundancia y triple idioma, como:
“la dictadura democrática del poder popular”.
28
Los escenarios mencionados traen a mi mente algunos señalamientos de José Ortega y
Gasset referentes al desgraciado fenómeno político social que él identificara como “la
democracia mórbida”, en su clásico trabajo: “La rebelión de las masas” (1930).
En el caso específico de nuestra patria e invocando la frase del maestro y filósofo Don
Simón Rodríguez (también conocido como Samuel Robinson): “Inventamos o erramos”
(1828), el gobierno del Comandante Presidente Hugo Chávez Frías, nos plantea a los
venezolanos la construcción de un “nuevo sistema”, cuya novedad me permito
entrecomillar y sistema al que se ha denominado “Socialismo del siglo XXI” o
“Socialismo Bolivariano”. El proyecto se vende como un socialismo “científico”, “real” y,
sobre todo, “inédito”. En la propaganda, el “Socialismo del Siglo XXI” se promociona
como una suerte de sistema aséptico que no comparte la línea de los experimentos social
demócratas actuales (a los que Marx y Engels tampoco tolerarían) pero que tampoco quiere
que lo vinculen con el nefasto saldo rojo de los socialismos marxistas “científicos” que
oprimieron y oprimen a generaciones y pueblos enteros en Europa y Asia.
Desde mi punto de vista, “Siglo XXI” y “Bolivariano” son adjetivos de marketing y sobre
todo, de desmarque para con la prescripción marxista que señala como forma política de
gobierno a la dictadura totalitaria de la clase obrera liderada por un “partido único” que a su
vez encabeza un führer, también único.. No olvidemos que la Unión Soviética del Gulag era
una confederación de Repúblicas “Socialistas” y que la Alemania Oriental, que se aisló con
el muro de Berlín, se llamaba “República Democrática Alemana”. En política, las etiquetas
siempre han sido y siguen siendo importantes… y encubridoras.
El fenómeno del totalitarismo marxista se ha ejercido y se ejerce, en nombre de lo
que los sociólogos llaman “democracias populares protegidas”. Se les llama así porque,
con la excusa de una supuesta y permanente amenaza por parte de un adversario interno o
extranjero, suprimen los derechos ciudadanos para defender la revolución y el orden que
pretenden establecer.
Afirmo por lo tanto que, aquí en nuestra Venezuela, no se está “inventando” nada
realmente nuevo. Lo siento por el ilustre Don Simón Rodríguez y por “el pueblo” que
no sabe diferenciar entre el siglo XIX y el siglo XXI… además de ignorar que, entre
ambos, existió el siglo XX.
La llamada “revolución bolivariana” demuestra que por sus venas corre la misma sangre
que corre por la ya añeja “revolución cubana”, al identificarse con élla, sin condiciones ni
reservas. Lo afirmo y lo subrayo. Existe una identificación ideológica y pragmática
entre el sistema socialista que está implantando en Venezuela el Comandante
Presidente Hugo Chávez Frías y el sistema socialista y marxista que rige por más de
cincuenta años en la Cuba de Fidel Castro Ruz. Cabría aquí la pregunta del profeta
Amós: “Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo? ”. (Amós. 3: 3). De hecho, el 21 de
Abril de esta año 2010, en su visita a Venezuela, Raúl Castro Ruz afirmó que “Venezuela y
Cuba son cada vez más, la misma cosa”.
En este escenario “rojo”, tan “rojo” como la bandera que izara la Comuna de París o como
la que ostentara por años el Ejército Rojo de Lenin en la revolución bolchevique, los
discursos distractores encuentran su debido encaje en la ignorancia y el clientelismo
presentista de las masas. La observación objetiva del fenómeno permite descubrir que:
existe un fundamento marxista en el llamado “Socialismo del Siglo XXI” o
“Socialismo Bolivariano”. El romántico “árbol de las tres raíces” (Bolívar, Rodríguez y
29
Zamora), resultó que tenía una cuarta raíz, la principal, la escondida, la guía: Marx.
Esa es la raíz que explica el maridaje Castro-Chávez. Esa es la raíz que sirve de yunta
entre la revolución “chavista” y la revolución “castrista”. Ambas son revoluciones de
fundamentación marxista y ésto rebasa la pretendida novedad de cualquier lema, de
cualquier otro apellido o de cualquier slogan.
Quienes estamos asistiendo a este
patético proceso de imitación, afirmamos que: el
socialismo “a la venezolana” se va esculpiendo “paulatinamente” a la imagen y
semejanza de su venerado modelo tropical: el socialismo marxista cubano.
Que se pongan de una vez todas las cartas sobre la mesa. Cierto que los hechos hablan
más que las palabras; sin embargo, por si quedare alguna duda, paso a citar al Comandante
Presidente venezolano quien precisó publicamente, en una de sus alocuciones dominicales
(27 de Marzo del 2005):
“El socialismo de Venezuela se construirá en concordancia con las ideas originales de Carlos
Marx y Federico Engels”.
Tal sentencia la repitió luego el Comandante Presidente, a manera de aclaratoria, en ocasión
de responder a la Conferencia Episcopal Venezolana, sobre: ¿Cuál sería la naturaleza del
“Socialismo del Siglo XXI” o “Socialismo Bolivariano”?.
Pareciendo haber olvidado esas y otras espaciadas alusiones a sus correligionarios, el 15 de
Enero del 2010, en “cadena nacional”, y como si estuviera informando una novedad a un País
ignorante, afirmó:
”Soy revolucionario y también soy marxista, por primera vez asumo el marxismo…”.
Evidentemente que, lo de “primera vez” es una mentira histórica; sabemos por documentación
accesible que el Tte. Cnel. (r) Hugo Chávez Frías es signatario del Foro de Sao Paolo desde el
30 de Mayo de 1995 y que, en nuestra Venezuela, desde hace 5 años viene repitiendo en alta voz
que: “Quienes quieran saber en qué consiste el Socialismo del Siglo XXI, deben leer a Marx, a
Engels y a Lenin”.
Repito pues: el consejo robinsoniano de “inventar”, solo está siendo aplicado, en la
práctica, para cuestiones que tengan que ver con estrategia, metodología, camuflaje
y propaganda. El socialismo “científico”, “real”, que invoca el Comandante Presidente en sus
alocuciones, tiene como fundamentación básica la teoría marxista que ya se estrelló en el
laboratorio social del Siglo XX. Precisamente por ello, resulta dramático oírle gritar a las
multitudes, la conocida, dogmática y falaz arenga decimonónica: “¡El socialismo, camaradas,
o es científico o no es nada!.” (28 Nov. 2008).
Desde mi perspectiva, la vieja izquierda marxista, la de aquéllos minoritarios partidos
comunistas latinoamericanos que hibernaban en las universidades, en los cafetines
bohemes y en algunos seminarios, esa izquierda “setentista”, simplemente aceptó
“reformatearse” otra vez, a fin de no correr la misma suerte de los dinosaurios y, en
esta ocasión, ya se encuentra en el ejercicio del poder, dentro de un plan regional. Si
bien aún conserva su abanico que va desde la guerrilla armada hasta las
mesas de
negociación y diálogo, creo que: en este nuevo proceso de “adaptación darwiniana” de
supervivencia, la ideología marxista latinoamericana ha experimentado una mutación
estratégica, que coquetea, de acuerdo a las coyunturas y conveniencias, con diversos frentes
sincretistas.
30
Me permito mencionar algunos de los elementos heterodoxos que caracterizan a este
socialismo marxista totalitario que, en Venezuela, se ha patentado como “del Siglo XXI” o
“Bolivariano”.
El PRIMERO tiene que ver con el elemento religioso:
Definitivamente. Los revisionistas marxistas latinoamericanos, han tenido que volver a
reconocer su incapacidad para desterrar el sentimiento religioso de la idiosincrasia popular y
entonces se han visto en la obligación de resignarse, pero no de “retirarse” de su intento por
poner al servicio de sus procesos revolucionarios, ciertas categorías teológicas. En el caso
venezolano, advierto que han desplegando su acción, en dos frentes estratégicos.
Como primera línea de acción, y tomando en cuenta que la mayoría venezolana se
identifica de alguna manera con “el cristianismo”, les vemos escoger con pinzas, al mejor
estilo de la ya vieja Teología de la Liberación, algunos pasajes, personajes y episodios
bíblicos que les puedan respaldar, de manera sencilla, su empresa redentora pero, evitando
a ultranza, entrar en argumentaciones y debates teológicos de los que no saldrían airosos y
con lo que perderían, de paso, su deseado contacto efectista con los pueblos... Manosean la
imagen de Cristo, invocan algún profeta vetero-testamentario, citan alguna frase del
“Sermón de la Montaña”, utilizan muletillas idiomáticas como “si Dios quiere” o “gracias a
Dios” y, copiando el torcido ensayo del ya anciano Engels, “Sobre la historia del
cristianismo primitivo” (1894), se refieren al estilo de vida comunitaria de la naciente
iglesia apostólica en el siglo I.
Con eso basta para complacer a la mayoría que se confiesa “cristiana” y, a decir verdad, hasta
sobra, pues la situación se le torna incómoda a la revolución y vemos al Comandante
Presidente saltando de trapecio en trapecio para poder complacer con su mimetismo
religioso, a los seguidores de María Lionza, a los discípulos del profeta Mahoma, a los que
practican la santería y las africanías caribeñas, a los fieles ortodoxos del ateísmo de Marx y
al animismo mágico de algunas tribus indígenas.
Para ejemplo de este condimento religioso, arenga del Comandante Presidente venezolano
Hugo Chávez Frías, en un acto público en Bolivia, en Marzo del año 2007:
“Los que quieran ir a directamente al infierno, que vayan con el capitalismo. Y los que
quieran construir el Reino de Dios aquí en la Tierra, que vayan con el socialismo”.
La misma afirmación apareció luego en la Exposición de Motivos del Proyecto de Reforma
Constitucional que el ciudadano Presidente presentara ante la Asamblea Nacional, en Caracas,
el 15 de Agosto del 2007:
“La revolución bolivariana asume la consigna de reafirmar la existencia, la extensión y la
esperanza de la solidaridad, como estrategia política para contribuir a la construcción del
Reino de Dios en la Tierra, es decir, la conquista de la supremacía política por parte de los
pueblos del mundo. La lucha por otro mundo posible debemos darla en el terreno político y
social; el orden mundial existente se hunde; los pueblos del mundo debemos unirnos
solidariamente para avanzar hacia nuestra emancipación.”
Politización humanista de un aspecto central de la Fe cristiana: El Reino de Dios. La
“terrenalización” del enfoque es evidente y su reduccionismo, es patético. Debo confesar que,
ante este tipo de declaraciones oficiales, por demás salvíficas, escatológicas y globalizantes,
lamento el gélido silencio de la iglesia evangélica. Tan solo como muestra, paso a citar al
31
Comandante Presidente cuando, con una triste paráfrasis feuerbachiana, hizo de teólogo
afirmando:
“Yo interpreto a Jesucristo cuando dijo: ‘Mi reino no es de este mundo’. Algunos dicen que
Cristo lo que quiso decir es que el reino de la igualdad y la felicidad no era posible en este
mundo sino en un mundo más allá, después que la gente se muere y se va al cielo y que allá es
que es posible el reino de Cristo. No. ¡Mentira. Mentira!. ¡No hay otro mundo más allá!. ¡Es
aquí¡. ¡El más acá o el más allá es aquí!.
En numerosas ocasiones el comandante Presidente y la cúpula del Partido Socialista Unido de
Venezuela se ha referido al tema de “el hombre nuevo” asegurando que el mismo, será el
producto de la formación socialista. El 05 de Octubre del 2007, el Ministro de Educación Adán
Chávez, hermano del Comandante Presidente aclaró algo que hacía tiempo ya era obvio:
“Nuestro Proyecto Educativo incluye el pensamiento libertario de hombres de avanzada como
el Ché Guevrara, para la formación del hombre nuevo.”
El 08 de Agosto del año 2009, Jackeline Farías, la “Alcalde Mayor” nombrada por el
Comandante Presidente para regir el Distrito Capital, se refirió a los escolares de Caracas
diciendo: “Los niños y las niñas no son hijos de papá y mamá, son nuestros hijos… y serán los
futuros Chávez!”.
Pero, ante todo esto y mucho más, el silencio de la iglesia cristiana evangélica venezolana,
pasma de asombro y se torna indigno. Por ello, insistiré e insistiré en levantar Voz con la
pregunta: ¿Tiene La Palabra de Dios algo que decir al respecto?.
En simultáneo y como segunda línea de acción,
en Venezuela, se
intenta dividir
horizontalmente a la Iglesia Católica y cortejar el respaldo de la Iglesia Evangélica.
En cuanto a la Iglesia Católica Romana, y debido a su organización piramidal, el alto gobierno
ataca fuertemente a sus autoridades a las que etiqueta de reaccionarias, de oligarcas, de
golpistas y de “llevar el diablo bajo sus sotanas”. Personalmente reconozco que la
Conferencia Episcopal Venezolana ha fijado su posición frente a la revolución socialistamarxista venezolana en varios documentos de excelente contenido, identificándola como tal y
que, su mensaje le ha llevado a una situación de conflicto con el gobierno, con la
revolución, con “el pueblo”, con el partido único, con el Comandante Presidente y con todo
lo que la patología totalitaria usualmente confunde y mezcla.
En cuanto a la Iglesia Evangélica, el tratamiento ha sido completamente otro. La revolución
marxista del Comandante Presidente ha comenzado por “tomarla en cuenta”, por nombrarla
en público, por citar un pasaje de La Escritura o por confiar a algunos feligreses evangélicos
el desempeño de algunos altos cargos en la administración pública. Es decir, han procedido a
la vieja estrategia de galantear a “La Prometida” de El Cordero. Y como resultado, al
parecer, miembros de la comunidad de la Fe, han perdido la perspectiva de Su destino
trascendente y se han dejado encantar por “procesos” políticos terrenales de humana
factura. Aquí no hay posibilidad alguna de enfrentamiento de poderes humanos puesto que
la iglesia cristiana evangélica carece de una organización estructural única. Hay múltiples
federaciones, convenciones, asociaciones y muchas más iglesias y congregaciones
completamente independientes, no afiliadas a nadie. Es decir, la iglesia evangélica venezolana
no tiene vocería oficial y no hay quien pueda pactar o entablar conflictos en su nombre. En
terminología política: está totalmente descentralizada. A pesar de esa realidad, el Comandante
Presidente, borracho de totalitarismo,
se ha atrevido a dictarle órdenes a la comunidad
evangélica venezolana, especificándole cuál debe ser “el Cristo” que deben predicar:
32
“Llamo a los cristianos evangélicos, para que así como los curas burgueses católicos dicen que
van a llevar a Cristo, casa por casa, cada uno de ustedes se convierta en un pregonero del
verdadero Cristo… Ese que vino a luchar por los pobres, por la justicia social, por la liberación
del hombre. Ese es el Cristo nuestro, el Cristo del pueblo, el Cristo revolucionario,. Ese es el
único Cristo y es nuestro, no ése de la oligarquía.” (Barcelona, 22 de Enero del 2009.).
En función de lo anterior, solo quisiera añadir que: la estrategia religiosa en cuestión, debe
estar revolviendo los restos mortales de algunos ilustres que yacen en determinados mausoleos.
El SEGUNDO tiene que ver con los próceres independentistas de la historia de nuestros
pueblos:
Los revisionistas marxistas latinoamericanos han recurrido a la estrategia de mantener en la
retaguardia a hombres como el alemán Marx, el ruso Lenin o el chino Mao, y han optado
por invocar héroes más cercanos a estas latitudes para cobijarse bajo el manto autoritario
de sus nombres, imágenes, frases, epopeyas y leyendas. Así se han incorporado al frente de
la procesión revolucionaria socialista, los más variados personajes históricos de diferentes
luchas, circunstancias, métodos, razas, motivaciones y creencias. La lista sería tan larga
como heterogénea. A manera de ejemplo, en la galería, nos encontramos con el nativo
nicaragüense Augusto César Sandino, con el mantuano caraqueño Simón José Antonio de
la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco o con el comerciante inca Tupac
Amarú. Pero, hay un común denominador a dos caras que debemos tener presente en esta
galería: si bien todos los héroes usualmente invocados fueron luchadores sociales militares
independentistas, no es menos cierto que ninguno de ellos manejó “la lucha de clases”, ni
profesó “la eliminación de la propiedad privada”, ni tuvo en su mente implantar “la
dictadura del proletariado” o profetizar la futura y “transitoria disolución del Estado” y el
advenimiento de “la sociedad comunista”.
En función de lo anterior, solo quisiera añadir que: el utilitarismo de esos personajes, es un
hecho, y un hecho de seleccionado contenido populista.
El TERCERO tiene que ver con la resurrección del fenómeno del caudillismo y el culto a
la personalidad:
El asunto es sencillo y, en realidad, nada original. Siendo ajeno a la teoría marxista-leninista,
es sin embargo, la fórmula que caracterizó a todos los totalitarismos marxistas del siglo
XX. Se trata de la presencia de un líder predestinado y “omnipotente” que asume la
representatividad del pueblo y que tiene la habilidad de cautivar las conciencias de las
masas haciéndoles creer que, por seguirle, ya pertenecen a un “grupo superior”.
En este culto, los fanáticos incondicionales tienen el privilegio de acceder al caudillo y
conformar una especie de corte privilegiada que le alaba y bendice sus decisiones, diciendo
“amén” a las mismas, de manera indiscutible. De más no está decir que dicho grupo, goza de
las prebendas palaciegas. Los slogans son dogmas. Cualquier indicio de disidencia es
calificado de inmoral y, quien se atreva a pensar diferente, se expone a caer “en
desgracia”, a ser relegado al ostracismo o a sufrir la ira olímpica. El debate no existe; es
impensable contender con dios.
Una vez más, presento a consideración el caso venezolano. El Comandante Presidente, en su
campaña de re-elección del año 2006, se atrevió a decir, a voz en cuello y en más de una
ocasión: “Estoy convencido de que el único que puede gobernar este país, en este momento
33
histórico que estamos viviendo, se llama Hugo Chávez Frías”. El 27 de Agosto del 2008 había
incurrido en la infeliz repetición de la famosa frase de Luís XIV, afirmando por televisión:
“Yo soy La Ley. Yo soy el Estado”. Tan solo unos meses antes, el 20 Enero de ese año,
promocionando su re-elección indefinida, desde Caracas, advirtió en términos amenazantes:
“¡Todo el que está contra Chávez, está contra La Patria!.”
Para reforzar lo planteado, me permito denunciar una situación grotesca, propia de la
situación venezolana. Excepción hecha de El Libertador, Simón Bolívar, no ha habido en
toda la historia de Venezuela ningún líder político que haya sido tan promocionado y
publicitado por la maquinaria estadal, como ha acontecido y acontece con el actual líder de
la revolución socialista “bolivariana”, el Presidente Hugo Chávez Frías. La Patria
venezolana está literalmente saturada de vallas, pendones, franelas, “graffitis”, afiches,
autobuses “estampados”, llaveros, banderas, muñecos inflables, panfletos, estampitas y
murales con la imagen y el nombre del ciudadano Presidente… si a esto agregamos las
“cadenas” y cuñas de TV y radio, así como el centrimetraje publicitario en la prensa escrita,
resulta innegable que estamos frente a un fenómeno político especial: el culto al personaje,
es un hecho de dimensiones mesiánicas y mediáticas. Su presencia es abrumadora. Además
de ser “omnipotente”, el ciudadano Presidente ya es “omnipresente” y, su discurso,
inflama y reclama pasiones extremas. El personalismo del proceso alcanza niveles olímpicos
y la sumisión de sus seguidores raya en lo idolátrico.
En una concentración de sus seguidores en la ciudad de Caracas, el Comandante Presidente
exclamó a los cuatro vientos:
“¡Exijo lealtad absoluta a mi liderazgo!. ¡No soy un individuo, soy un pueblo!... ¡Aquí en las
filas populares, revolucionarias, exijo máxima lealtad y unidad!. ¡Unidad, discusión libre y
abierta, pero lealtad!. ¡Cualquier otra cosa es traición!.” (23 Enero, 2010).
La sola consigna esparcida por todo el territorio patrio que, con su figura, advierte y pregona:
“Chávez es el pueblo” llama la atención. Y llama la atención, no solo por el contenido
de identidad que proclama sino porque coexiste en el refranero popular aquella expresión
que reza: “La voz del pueblo es la voz de Dios”. Lo que pudiera verse como una baratija
publicitaria de fácil consumo para las masas resulta, en matemática elemental, una puerta
abierta para temibles aplicaciones políticas. Ya el Comandante Presidente ha incursionado en
esa tierra movediza. Recuerdo cuando el 11 de enero del 2008 agregó, desde Caracas, que:
“La voz del pueblo es la voz de Dios. ¡Ese es el verdadero Dios!”.
Para quienes objetamos ese tipo de axiomas populistas: ni Chávez es “el pueblo”… ni la voz
de “el pueblo” es la voz de Dios. Que quede claro a quien quiera lea estas líneas: Chávez es
tan solo Chávez , “el pueblo” es tan solo “el pueblo” y, por sobre todo, desde siempre y para
siempre… Dios es Dios y Su “otridad” queda fuera de toda discusión.
En nuestras tierras latinoamericanas, Ernesto “Ché” Guevara está a punto de ser elevado a
los altares. De ser el siniestro comandante que ordenara los fusilamientos en “el paredón”
de “La Cabaña” en Cuba, pasó a ser conocido como el “guerrillero heroico”; luego, se le
había venido promoviendo internacionalmente como “ídolo de juventudes”. Aquí en
Venezuela, recién asistimos a un frustrado intento gubernamental por cambiar el nombre
del histórico “Hospital (Virgen de la) Coromoto” de la ciudad de Maracaibo por el del
argentino. Acto seguido, el gobierno venezolano develó, sobre la cima del majestuoso pico
“El Aguila” de la cordillera andina merideña, un monumento en honor al guerrillero. En
sus últimas alocuciones al país, el Presidente venezolano ha venido insistiendo,
reiteradamente, en presentar al “Ché”, como “un gran pensador”, como “un superhombre”
y como “modelo del hombre nuevo” a imitar por nuestra generación escolar.
34
Lo planteado no es exclusivo de la revolución marxista venezolana. Así como la exaltación
del “Ché” se está haciendo en la región latinoamericana (incluyendo Bolivia), similar acontece
con el culto a la persona del dictador cubano-español, Fidel Castro Ruz. El coro de
alabanza lo integran, por ahora, los Presidentes de Bolivia, Ecuador y Nicaragua bajo la
batuta del Comandante Presidente de Venezuela… Estos líderes no disimulan ni cesan en
su veneración por el ya anciano bolchevique tropical que se eternizó en la isla antillana.
Pero lo del Comandante Presidente Chávez, ya es extremo. En reveladora paráfrasis
idolátrica, vimos por TV al mandatario venezolano “invocar” a Fidel Castro parafraseando
irreverentemente “El Padre Nuestro” que nos legara nuestro Señor Jesucristo, en ocasión de su
visita a Cuba el 13 de Octubre del 2007:
“Yo te canto padre Fidel,
padre nuestro que estás en el aire, en la tierra, en el agua…
padre nuestro Fidel Castro.”
En función de lo anterior, solo quisiera añadir que: la tentación totalitaria puede tener olor
a “incienso cúltico” y, tentación al fin, siempre, siempre, viene de Satanás.
El CUARTO tiene que ver con la realidad del mercado mundial:
Los revisionistas marxistas latinoamericanos han tenido que aceptar que su patriarca escribió
cuando apenas despegaba el fenómeno de la sociedad industrial, no habían debutado las
compañías transnacionales, la tecnología era rudimentaria y “el conocimiento científico” no
contaba como importante valor agregado al “capital” y al “trabajo”, el mercado entre los países
se limitaba a los lentos medios de transporte y “la clase media”, simplemente, no existía.
Los discípulos de Marx y Engels tienen que exigirle un extra a sus neuronas porque la
economía mundial ha experimentado cambios cuánticos y ahora hay que tomar en cuenta
experimentos multinacionales que escapan a cualquier análisis dialéctico decimonónico
como, por ejemplo, el nacimiento y
auge de alianzas no soñadas, como eso que llaman
por allí: la Unión Europea (UE) o la Organización de Países Exportadores de Petróleo
(OPEP).
Ahora tienen que tomar en cuenta que hay países como Japón, segunda potencia capitalista
del mundo y el cual, sin enviar hombres ni máquinas a la guerra para conquistar otros
pueblos, es un verdadero imperio económico que alcanza con su poder los sitios más lejanos
del planeta.
Ahora tienen que tomar en cuenta que hay países como la China Comunista que, habiendo
vivido por décadas, hacia adentro, en sus grandes ciudades, un “capitalismo de Estado”, en
los últimos años se ha abierto fronteras afuera y participa vorazmente en la economía del
libre mercado compitiendo con los “tigres asiáticos” con los Estados Unidos y hasta afectando
inclusive a varias pequeñas economías “artesanales” de países del tercer mundo.
Ahora tienen que tomar en cuenta que hay países como Chile que, con un gobierno
socialista democrático, no marxista,
que
respeta la propiedad privada, que mantiene
excelentes relaciones con la iglesia oficial y que conserva intacta la autonomía de los
poderes del Estado, ha alcanzado para sus ciudadanos el nivel más alto de ingreso per cápita
en toda América Latina.
35
Ahora tienen que tomar en cuenta que hay países como Venezuela que, para financiar su
revolución y poder pregonar: “Patria, socialismo o muerte”, depende de las trasnacionales
petroleras y de vender su petróleo a su principal cliente capitalista: “el imperio” de Los
Estados Unidos de Norteamérica. Como vemos, se trata
de una operación tricolor: el
petróleo negro financia, con dólares verdes, una revolución roja.
En función de lo anterior, solo quisiera añadir que: en todos estos heterodoxos escenarios y en
otros parecidos, el marxismo de Marx, hace aguas.
El QUINTO tiene que ver con el tema de los derechos universales del hombre y la
observación internacional:
Las sociedades occidentales han experimentado una creciente sensibilidad hacia el respeto
de la dignidad de la persona humana, no importando la raza o el color de su piel, la edad
que hubiere alcanzado, la clase social a la que perteneciere, la filiación política de su
preferencia, el sexo que lo identificare, la nacionalidad de su documentación, la religión que
profesare o la ideología que hubiere adoptado. Cualquier revolución que hoy en día se
proponga cambiar radicalmente el tejido social, a sus leyes, a sus instituciones y a su forma
de gobierno, deberá tener en cuenta que no puede actuar impunemente haciendo tabula rasa,
violando abiertamente los derechos fundamentales de quienes se opongan a su proyecto. Los
revisionistas marxistas latinoamericanos están concientes de que ya no se pueden extender
nuevas “cortinas”, de hierro o de bambú, que aíslen países o regiones enteras del resto del
mundo para ensayar con los pueblos lo que dictan sus determinismos teóricos o sus nuevas
“visiones” revolucionarias.
Las dictaduras totalitarias de cualquier corte, se encuentran hoy bajo cierta observación por
parte de organismos internacionales que antes no existían y por parte de múltiples
organizaciones no gubernamentales. Vivimos en un mundo donde las noticias no viajan a
caballo ni en galeones y donde de manera casi instantánea las informaciones que se generan
cobran imágenes, textos y sonido en los nuevos medios de comunicación.
La hegemonía continua del poder, propia de los totalitarismos socialistas marxistas que aún
existen y de algunas monarquías fundamentalistas islámicas, si bien continúan siendo
formas de gobierno atractivas para las tentaciones totalitarias de los nuevos caudillos de
izquierda latinoamericanos, lo cierto es que no representan, para nada, el futuro de los pueblos
en este siglo XXI.
Los nuevos líderes socialistas marxistas de nuestras tierras se han visto en la obligante
necesidad de aplicar a las nuevas formas de totalitarismo que quieren implantar en
nuestros países, una muy especial escenografía legal y sobre todo, un maquillaje y un
libreto democráticos, manteniendo en primer plano: formalismos protocolares, instituciones
genuflexas y legislaciones forjadas a la medida del momento. Todo esto, les exige un gran
esfuerzo pero resulta indispensable a fin de esquivar los roces diplomáticos o la opinión
cáustica de algunas organizaciones internacionales.
En nuestra realidad venezolana, para los que vivimos aquí y hemos soportado por más de una
década el desfile de esta revolución que es Estado, ha tiempo que “el emperador va desnudo”.
Hemos sido y somos testigos de la politización extrema de las instituciones encargadas de
administrar Justicia. El Poder Ejecutivo Nacional, en la persona de su Comandante Presidente,
no oculta sus facultades marioneteras. En palabras televisadas del el 28 de Mayo del 2005, le
36
oímos impartir abiertas órdenes al Tribunal Supremo de Justicia y a la Fiscalía General de la
República imprecándoles para que actuaran de acuerdo a su voluntad expresa:
“Sra. Fiscal General de la Republica con todos sus Fiscales (…). Sra. Presidenta del Tribunal
Supremo de Justicia, con todos sus Magistrados (…). ¡Les hago un emplazamiento público para
que actúen. Para eso están allí. Y si no, renuncien y se van de sus cargos y que gente con coraje
asuma!. Esperaré que se cumpla lo que se tiene que cumplir. ¡Si no ocurriere, entonces tendré
que ocuparme yo mismo!.”
Pero, como si esto no fuera suficiente, los venezolanos aún no nos reponemos de las sumisas y
antirrepublicanas declaraciones de la Presidente del Tribunal Supremo de Justicia cuando el 03
de Diciembre del 2009 afirmó:
“Creo que en Venezuela no podemos seguir pensando en la división de los Poderes, porque ese
es un principio que debilita al Estado.”
Abogando en pro de una tesis “colaboracionista”, la funcionaria y el Magistrado Superior de la
Sala Constitucional del TSJ confesaron en esa misma semana la entrega de- facto del
máximo Tribunal de la República a las decisiones y los decretos del omnipotente Ejecutivo
Nacional.
Sin embargo, aún faltaba algo más. Cuatro semanas después, siendo precisos, el 05 de Enero del
2010, como acontece en los regímenes totalitarios, el vocero de “la bancada roja” de la
Asamblea Nacional, el Diputado constitucionalista del Partido Socialista Unido de Venezuela,
Carlos Escarrá, reconoció lo que ya era un hecho notorio y comunicacional, desde hace varios
años:
“Si. Aquí hacemos las leyes que le convienen al Presidente Chávez. ¡Claro que hacemos las
leyes para la revolución bolivariana que establece el Presidente Chávez!.”
La Diputada del PSUV, Iris Varela, lo había advertido en su peculiar estilo, bastante tiempo
antes: “Si. ¡Aquí aprobamos las leyes que nos da la gana!”.
Ahora bien, lo anterior no parece incomodar a la opinión pública internacional que se mueve
más por intereses que por principios. Los ciudadanos venezolanos que adversamos el carácter
totalitario y abusivo de este Socialismo marxista del Siglo XXI, entendemos tales conductas por
parte de otros gobiernos. Y razones hay varias pero tan solo quiero mencionar una. El mundo de
hoy sabe muy bien que petróleo es política y que, oro negro al fin, la riqueza venezolana
está sirviendo para comprar solidaridades automáticas, intervenir en la política de otros
países del área, silenciar algunas organizaciones, desprestigiar a otras, hacer “lobby”
internacional, chantajear pequeños gobiernos y lograr manos alzadas en determinados
foros.
Dejo pues a la consideración, reflexión y crítica, estos elementos revisionistas y estratégicos
que he mencionado. Desde mi punto de vista, se trata de cambios reformistas forzados con
los cuales se pretende dar bajo perfil al marxismo que corre por el tronco del llamado
“Socialismo del Siglo XXI” o “Socialismo Bolivariano” y que no le identifiquen con lo
que en realidad es: una adaptación de los socialismos totalitarios del siglo XX.
Mientras tanto, y ante la indiferencia internacional de este mundo, globalizado para ciertas
cosas, los verdaderos cambios estructurales y culturales que persigue el proyecto marxista
manejado por el eje La Habana - Caracas, se van dando en Venezuela y en otros pequeños
países de la región, poco a poco, pero sin pausa, “paulatinamente”, como sugería Engels, y
de acuerdo a las exigencias y las necesidades de las respectivas revoluciones.
Resumiendo.
37
Volviendo ahora, pues a nuestro cauce y buscando ya un final que podría quedar con
puntos suspensivos, reto sin embargo a quienes, con retorcidos malabarismos, tratan de
presentar a Marx como un “depurador” de la religión, para que documenten su postura pues,
a mi juicio, deliberadamente, le están restando importancia a la antropolatría de su
humanismo y al materialismo que impregna su obra, incurriendo en una descarada
deshonestidad. Solo la alquimia interesada de algunos teólogos católicos y protestantes,
comprometidos con determinados proyectos comunistas, le puede encontrar a Marx
un sitio después de Malaquías.
Rescato lo que he afirmado al comienzo de este breve ensayo: ni Marx ni Engels,
encontraron jamás un solo aspecto positivo en el complejo fenómeno religioso que se ha
evidenciado en todas las culturas, de todas las latitudes y en todas las edades de la
historia humana. En sus referencias al tema, siempre incurrieron en el error de mezclar, en
una homogeneizante sinonimia,
términos y conceptos como: religión, Dios, fantasía,
cristianismo, dioses, ilusión, superstición, mito o cualquier otro vocablo asociable,
considerándoles, siempre, como agentes de alienación o enajenación del hombre. En sus
referencias al tema, siempre adversaron las expresiones del sentimiento religioso de la
humanidad, estigmatizando de manera simplista y despectiva al fenómeno mismo, en nombre
de un humanismo de papel, teórico e idolátrico.
Considero pues que resulta extremadamente forzado, tratar de conciliar a Marx con un
humanismo abierto que cubra generosamente a todos los hombres, independientemente de su
clase social y que a la vez se mantenga en conciliación con el sentimiento religioso, con
cualquier religión, con el cristianismo o con la persona de Dios. Vestir a Marx con ropaje
de profeta hebreo, raya en lo patético y abusa de su sangre judía. Sus escritos destilan
una profesión de fe ateísta e idolátrica que Marx deposita, de manera selectiva, en los
obreros y en los campesinos debidamente organizados y con conciencia de clase.
Ya he afirmado que Marx tomó de de los ideólogos alemanes, y en especial de Hegel, el
método dialéctico, así como también he afirmado que Marx tomó de los filósofos materialistas,
y en especial de Feuerbach, su antiteísmo y su antropolatría. He también señalado que fue
suyo el aporte de introducir como elemento nuevo, en el análisis del desarrollo de la historia
del hombre, la lucha de clases y el elemento redentor, dictatorial, de la clase obrera. Y he
destacado que Marx profetizó la transitoriedad del totalitarismo socialista, para dar paso al
advenimiento de la sociedad comunista. En fragmento de un extenso párrafo epistolar de
Marx, leemos pues, la ecuación que resume, hasta donde es posible, lo central de su tesis:
“… las fuerzas que se generan alrededor de los conflictos económicos, la lucha de clases, el
protagonismo del proletariado sobre los medios de producción y el final surgimiento de una
sociedad sin clases.”
“Carta a Weydemeyer”. (1852).
JESUS, EL MESIAS.
Finalmente, solo unas líneas que resumen mi declaración de Fe, como cristiano, frente a la
cosmovisión de Marx y compañía: ya fueren marxiólogos, marxianos o marxistas.
38
La tesis marxista, de la manera como fue planteada por el patriarca de Tréveris, no
admite discusión dialéctica alguna. Se erige, desde el siglo XIX, y pontifica como si
hubiera descubierto la “piedra filosofal”, eximiéndose a sí misma
de cualquier
cuestionamiento. Es apologética, es ascendente, y cesa por completo, cobrando
caracteres definitivos, al alcanzar el estado comunista. En otras palabras, tiene todas las
pretensiones de ser una síntesis finalista, inmune a cualquier dialéctica y por ende a
cualquier tipo de argumentación contraria.
Ya hemos señalado cómo, a partir de la sumatoria “materialismo-economicismo”, devino en el
pensamiento de Marx toda una cosmovisión antropocentrista selectiva y clasista que
endosó a Dios la miseria humana y le excluyó, por decreto, de toda opción emancipadora.
Esta manera de ver al hombre y a Dios, “comtiana” y “feuerbachiana” en origen, le impidió
a Marx aplicar su pensamiento crítico y su juicio dialéctico, de los cuales se jactaba, para
estudiar el importante reto hecho historia en la persona de Jesucristo.
Alguien podría advertirme que la dialéctica
marxista se aplica tan solo al análisis “científico”
de los grandes movimientos sociales que se han dado
en la historia y no al estudio de los hombres que
se han destacado en esa historia. Y, más aún, por
aclaratoria propia del mismo Marx, sabemos que él
había despojado al método hegeliano de “su forma
mística”. Así que, tal señalamiento, tiene lugar.
Evidentemente, Marx leía e interpretada la historia,
con espejuelos materialistas.
Pero, aún así, no deja de llamarme al atención,
como cristiano, que el cerebro de Marx no fuera
capaz de superar su propio
dogmatismo
monofásico y absolutista en cuanto a Dios y a
todo lo que se le pareciere, incluyendo, por
supuesto, a Jesús, El Mesías, el carpintero de
Nazareth, el profetizado Emmanuel (Isa. 7: 14) que
en el hebreo de su ascendencia judía significa:
¡“Dios con nosotros”!.
En su pasión por exaltar el antagonismo filosófico divinidad-humanidad, el sociólogo de
Tréveris, no fue capaz de investigar, y mucho menos de encontrar ninguna síntesis que
superara ese enfrentamiento, pues se estancó en su antropolatría humanista. Marx jamás
analizó, sin prejuicios, el hecho de que: el único Dios verdadero, el Dios del universo, el
Dios de sus ancestros israelitas y Dios de la iglesia cristiana, ya había superado ese
conflicto, cuando “cumplido el tiempo” (Gal. 4: 4), tomó la máxima iniciativa mediante la
encarnación sacrificial de Su Hijo Jesucristo.
En ese evento histórico, “Dios estaba en Cristo, poniendo en Paz consigo mismo al universo
entero, tanto lo que está en la tierra como lo que está en el cielo, haciendo la paz
mediante la sangre que Cristo derramó en la cruz” (Col. 1: 20) y abriendo, por Su Gracia,
“camino nuevo” (Heb. 10: 20) para que el hombre se reconciliara con El.
En Jesucristo se encuentra, por lo tanto, según nuestra Fe, la síntesis que trascendió, con
creces y para siempre, la vieja vocación prometeíca de todos los hombres. Allí nos
39
alejamos del viejo y desgraciado mito de alguien que asalta el Olimpo para robar el fuego de
los dioses y dárselo a los hombres.
En Jesucristo fue Dios mismo, El Creador del universo y El Señor de la historia, quien
descendió y llegó hasta las coordenadas del hombre para restaurarle su humanidad
plena. En Jesucristo, fue Dios quien se despojó a Sí mismo, “tomando forma de hombre” y
adoptando condición de “siervo” (Fil. 2: 6-11) , para buscar y salvar, aquí en La Tierra, todo
“lo que se había perdido”. (Luc. 19: 10).
El pesebre de Belén, la carpintería de Nazareth, el monte de los Olivos, la sinagoga de
Capernaúm, los polvorientos caminos de Judea, el pequeño lago de Galilea, la hacienda de
Betania, el reconstruido templo de Salomón, el huerto de Gethsemaní, los palacios de Herodes
y Pilato, la colina de El Calvario y la tumba vacía cavada en la roca, fueron el escenario
histórico de la encarnación de Dios en un ser concreto y personal llamado Jesús, El Cristo, El
Mesías de Dios.
Ese Jesucristo “que habitó entre nosotros” (Juan. 1: 14) es el centro de nuestro mensaje, El
es la clave del movimiento histórico y en El se fundamenta nuestro futuro. No en la lucha de
clases ni en el hombre genérico y mucho menos en el hombre de una determinada clase
social. Es desde El, y por medio de El, que los cristianos entendemos tanto el origen,
como el curso, el sentido y la rectoría de la historia del hombre y del mundo.
Jesucristo es “el secreto revelado” (Col. 1: 25-27) de Dios para salvar al hombre, al mundo y
a su historia mediante una solución trascendente, definitiva y final que no es precisamente la
sociedad comunista profetizada por Marx.
Jesucristo “era” antes que el mundo fuese, “todas las cosas fueron hechas por medio de El y
para El” (Col. 1: 16) y es El quien “sostiene todas las cosas con Su Palabra poderosa”. (Heb
1: 3). El es “el ungido” (Luc. 4: 16-21) de Dios que ya intervino una vez en la historia, de
manera sobrenatural, y que lo volverá a hacer, también de manera sobrenatural, para “derrotar
a todos los señoríos, autoridades y poderes, y entregar el reino al Dios y Padre” (1. Cor. 15:
24). El es el principio y el fin, “el que es y era y ha de venir.” (Apc. 1: 8), aunque algunos
teólogos, católicos y protestantes, suscriban socialismos dictatoriales marxistas y se sumen
a la construcción humanista de una caricatura del Reino de Dios “aquí en la tierra”, porque
consideren que “El tarda en Su regreso.” (2. Pedro 3: 9).
El cristianismo es una cosmovisión que tiene su centro, principio y fin en El Hijo de Dios,
nacido de la virgen María… Mientras duró Su tiempo con nosotros, Jesucristo tuvo, de El
Padre, Su divinidad y, del seno de María, Su humanidad. En El no se dio confusión alguna
de Sus dos naturalezas. En Jesucristo, de manera única y singular, “habitaba toda la
plenitud de Dios” (Col 1: 19) pero a la vez, en Jesucristo, se hizo tangible, mediante su
resurrección, de manera originante, representativa y ejemplar: “la primicia” concreta
de “la nueva humanidad” (1. Cor 15: 23). Una “nueva humanidad” destinada a vivir
eternamente como “pueblo de Dios”, integrándose a la restauración divina y global de todos los
espacios creados… “cielo y tierra nuevos”, donde “ya no habrá muerte ni llanto ni lamento ni
dolor, porque todo lo que antes existía, ha dejado de existir.” (Apc. 21: 1-4). Se trata, como
vemos, de una visión escatológica y un destino trascendente, jamás reductibles al
espejismo comunista que profetizara Marx.
40
Nosotros los cristianos, y permítaseme ahora hablar en colectivo, predicamos por lo tanto y
simplemente, nada menos, que a Dios hecho hombre en Jesucristo, con todo lo que esto
implica y con todo lo que esto excluye.
Jesucristo es el único Mesías que acepta nuestra Fe y que rechaza cualquier otra
opción humanista. El es nuestro único Señor y por éllo no endosamos señoríos
totalitarios de ningún signo y por ningún tiempo. Y, por supuesto, El es la única
síntesis suprema que rechaza y supera todo ateísmo y, en consecuencia, la síntesis
suprema que rechaza y supera toda idolatría... marxismo incluido.
A. Víctor Cuadra E.
Valencia, Mayo 2010.
Descargar