La Abadía cacereña o la Academia literaria de los Alba

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La Abadía cacereña o la Academia
literaria de los Alba
MIGUEL ÁNGEL TEIJEIRO FUENTES
Universidad de Extremadura
“A las hospitalarias gentes de Abadía
esta deuda contraída con ellas”
El Palacio de Sotofermoso, propiedad que fuera de los duques de Alba,
situado en los bellos parajes de Abadía, al norte de provincia de Cáceres,
constituyó durante algún tiempo el lugar ideal, el locus amoenus, que reunió
entre sus paredes a artistas destacados de nuestra cultura dorada. Entre ellos
podemos rastrear la huella de algunos de los más importantes, como Garcilaso
de la Vega, Boscán o el mismo Lope de Vega, todos ellos generosos en sus
descripciones y recuerdos de aquellos paisajes impresionantes.
Cuenta la tradición, y repiten los estudiosos del tema, que en la antigüedad griega, en la ciudad de Atenas, vivía un hacendado llamado Academus a
quien se le ocurrió utilizar un precioso jardín que poseía junto a su casa para
dedicarlo a actividades deportivas. Con el tiempo dicho huerto pasó a ser propiedad de diferentes individuos que se encargaron de adornarlo con estatuas y
fuentes, hasta convertirlo en reunión de filósofos, entre ellos Platón y Aristóteles.
Éste último acabó fundando en el lugar una escuela de filosofía que dio en
llamar Academia, en memoria de Academus, su creador y propietario.
Siglos después, en la Italia renacentista y, por extensión, en el resto de
territorios, se pusieron de moda lo que hoy conocemos como “academias”.
Tampoco España fue en esto una excepción; por el contrario, los escritores que
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viajaron a Italia regresaron dispuestos a reivindicar aquel fenómeno social y
literario de primera magnitud que venía a mitigar las estrecheces de tanto poeta dispuesto a servir a un noble para poder vivir. De este modo, desde Madrid
a Zaragoza, desde Huesca a Toledo, desde Sevilla a Badajoz o Granada, proliferaron todo tipo de academias que prestigiaron la labor de muchos mecenas,
por un lado, y provocaron la burla y el enfrentamiento de algunos poetas por
otro.
Una academia1 era una reunión en casa de un aristócrata en la que los
presentes procuraban demostrar su ingenio y agudeza. Su duración dependía
del interés del mecenas por mantenerla y, en ocasiones, desaparecían por razones ajenas a él, como nuevos cargos y responsabilidades políticas que les obligaban a trasladarse a otros lugares, largas ausencias por motivos de viaje o
diplomáticos... De este modo, existieron academias de un día, creadas para
conmemorar un acontecimiento político, religioso o social de primer orden,
frente a aquellas otras que mantuvieron cierta periodicidad o que perduraron
en el tiempo a pesar de convocarse de tarde en tarde.
Los asistentes solían reunirse un día en concreto a la semana o al mes en
casa del anfitrión, normalmente por la tarde o por la noche. Dicho anfitrión
pertenecía a esa aristocracia que muy pronto descubrió en esta actividad un
remedio para combatir el hermetismo de la corte y el aburrimiento de una vida
menos combativa y más cortesana. Propuesto el orden del día, se debatía sobre
un tema elegido y a partir del cual se daba rienda suelta al ingenio con las
distintas composiciones poéticas que surgían al hilo del mismo y que eran leídas por el secretario. La intrascendencia del tema hace que la mayoría de los
poemas compuestos en estos cenáculos carezca de interés poético, a pesar de
que a ellos eran invitados los mejores ingenios de la corte, “destos que comen
del sudor de sus coplas”, como señalara Salas Barbadillo en su obra el Caballero puntual (Madrid, 1614).
1
Vid. para el tema los trabajos de PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO, J.: Bajo los Austrias. La
mujer española en la Minerva literaria castellana, Madrid, Escuela Tipográfica Salesiana,
1923; MARAÑÓN, G.: “Las Academias toledanas en tiempo de El Greco”, en Papeles de Son
Armadans, I, 1956, págs.13-26; SÁNCHEZ, J.: Academias literarias del Siglo de Oro español,
Madrid, Gredos, 1961, o KING, W. F.: Prosa novelística y academias literarias en el siglo
XVII, Madrid, Anejo del Boletín de la Real Academia Española, Imprenta Silverio Aguirre,
1963, Anejo X.
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En otras ocasiones se realizaban disputados certámenes poéticos que coronaban a los tres mejores poetas del lugar, galardonados con un par de guantes de ámbar, alguna piedra preciosa, una bolsa de dinero, un mondadientes de
plata, una banda de seda, unas medias, si la ganadora era una de las escasas
mujeres que asistían a estos acontecimientos. Los participantes ocultaban su
verdadera personalidad bajo seudónimos pastoriles (Albano, Cardenio, Jacinto...) o bien con aquellos otros relacionados con la filosofía imperante en el
recinto poético (Secreto, Bárbaro...). De este modo, mientras el noble veía
colmado su orgullo mediante su patrocinio a cambio del que recibía los más
exagerados halagos de los pedigüeños, los poetas obtenían la protección de un
mecenas bajo cuyo amparo procuraban vivir despreocupados de los asuntos
mundanos y dedicados a la escritura.
Estas academias literarias concluían con la lectura de un vejamen, compuesto por el escritor más famoso de los allí reunidos, en el que, con tono
burlón y exagerado sarcasmo, se sacaba punta no sólo al ingenio poético de las
composiciones presentadas, sino también a cuestiones personales que acababan por despellejar a los presentes y provocar momentos de tensión, cuando no
sonadas algaradas que podían acabar en peleas si no eran atajadas a tiempo. Si
a ello unimos que los poetas enfrentados asistían a las academias acompañados
de los señores que les protegían, y que éstos, también en ocasiones, no dudaban en intervenir en la disputa, no es extraño suponer que con el tiempo estas
reuniones terminaran por desprestigiarse de tal manera que escritores como
Lope de Vega, Calderón o Salas Barbadillo, entre otros, acabaron por censurarlas abiertamente y dejaron de participar en ellas.
En definitiva, estos encuentros literarios, nacidos al amparo de la antigüedad clásica e imitados del ambiente cultural de las cortes italianas, se convirtieron en círculos polémicos y de enfrentamiento, causantes de muchos sinsabores y muestra de la escasa originalidad y de la mezquindad de los más
mediocres.
* * * * *
La rica e inquieta Extremadura del Siglo de Oro tampoco fue ajena a esta
actividad cultural, prestigiada por la talla de sus generosos mecenas. Es el caso
de don Juan de Zúñiga, hombre culto, enemigo de las intrigas de la corte, que
se recogió en su mansión mandada construir en Villanueva de la Serena, en
donde pasaba largas temporadas dedicado a la caza y la meditación. Allí, o en
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sus posesiones de Zalamea de la Serena o de Brozas, compartió experiencias y
conocimientos junto a un grupo de hombres insignes, entre los que destaca la
compañía de Gutierre de Trejo, el doctor de la Parra, el comendador Hernán
Núñez, el maestro Antonio de Nebrija, que le enseñó la lengua latina, y su
joven hijo, Marcelo de Nebrija, a quien confió el hábito y la encomienda de La
Puebla. Todos ellos le acompañaron en esa academia de la Casa de los Zúñiga,
y a su lado, bajo su protección, escribieron algunas de sus obras más famosas,
hasta el punto de que hoy parece más que probable que el primer diccionario y
la primera gramática de la lengua castellana se escribieran en Extremadura al
amparo de este noble2.
Más al sur estaba instalada la corte de los Suárez de Figueroa, duques de
Feria, situada entre las poblaciones de Zafra, Feria y Badajoz. Hablamos de
uno de los núcleos culturales más destacados de la Extremadura medieval y
renacentista, no sólo por el parentesco que unía a esta nobleza con personalidades de la talla del marqués de Santillana, el infante don Juan Manuel, Jorge
Manrique o el propio Garcilaso, sino también porque sus salones y estancias
fueron lugar de reunión para escritores como Gregorio Silvestre, Garci Sánchez
de Badajoz, Juan de Ávila o Cristóbal de Mesa, entre otros3. Gracias a su ayuda económica, Juan de Figueroa, sobrino de Diego Sánchez de Badajoz, pudo
publicar la obra póstuma de éste4.
Recordemos también, aunque años después, la figura de don Gómez de
la Rocha y Figueroa, encargado de organizar una Academia en Badajoz, en
casa de don Manuel Meneses y Moscoso, Caballero de la Orden de Calatrava,
a la manera de aquella otra que él había conocido en Madrid bajo la presidencia de don Melchor Fernández de León, en la Real Aduana. En Badajoz, don
Gómez, junto a un grupo de caballeros, en su mayor parte procedentes del
mundo de la milicia y la administración (regidores, caballeros, maestres de
campo...), organizaban tertulias, festejos y actividades que a veces ponían en
2
RODRÍGUEZ-MOÑINO, A.: “Historia literaria de Extremadura”, en Revista de Estudios
Extremeños, V, 1949, págs. 462-65.
3
FIGUEROA Y MELGAR, A. de: “Los Suárez de Figueroa, de Feria y Zafra”, en Revista de
Estudios Extremeños, XXX, III, 1974, págs. 493-524.
4
Vid. WILTROUT, A: E.: Patron and a Playwright in Renaissance Spain. The house of Feria
and Diego Sánchez de Badajoz, Londres, Tamesis Books, 1988.
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entredicho el prestigio de sus cargos, aunque, como él mismo reconociera en
alguna ocasión, “es menester salir alguna vez de juicio para no pudrirse de
cuerdo”5.
Aquí cabría citar asimismo a don Juan Antonio de Vera y Zúñiga, conde
de la Roca, autor de El Embajador, entre otras obras, quien, abandonada su
Mérita natal, se estableció en Sevilla, frecuentando los cenáculos literarios de
la capital andaluza y ganándose la amistad de los grandes poetas de la época,
algunos de los cuales no dudaron en agasajarle repetidamente, como Lope de
Vega o Pérez de Montalbán. La misma Sevilla en la que, años antes, otro insigne extremeño, Hernán Cortés, cansado de tanto peregrinar por la Corte para no
recibir los merecimientos que correspondían a sus méritos, había decidido instalar su Academia cortesiana rodeado de amigos como Juan de Vega, Francisco de Cobos, Pedro de Navarra, y poetas del renombre de Gutierre de Cetina o
Hurtado de Mendoza6.
La Extremadura de la nobiliaria Plasencia, con su Convento de los Frailes Predicadores de San Vicente, con su Academia de Gramática y Retórica,
con su Colegio de Gramáticos, con su Colegio de Jesuitas, en donde muy probablemente se representaran las primeras tragedias de nuestro naciente teatro;
la Extremadura de la devota Guadalupe, con su Monasterio presidido por una
impresionante biblioteca que almacenaba volúmenes dedicados a todos los
saberes conocidos, con el auge de una destacada escuela de miniaturistas y el
creciente influjo de sus cátedras; la Extremadura de la burocrátrica Llerena,
residencia del Tribunal del Santo Oficio, cabeza del Priorato de San Marcos de
León, Plaza de Armas, en donde naciera Luis Zapata, el cortesano autor del
Carlo famoso, y por donde corretearía caprichosa y presumida la poetisa Cata-
5
RODRÍGUEZ-MOÑINO, A.: “Escritores badajoceños. El poeta Don Gómez de la Rocha (16521687)”, en Revista de Estudios Extremeños, I, 1-2, 1945, págs. 7-44.
6
FERNÁNDEZ-DAZA ÁLVAREZ, C.: “Juan Antonio de Vera, I Conde de la Roca”, en
Biografías Extremeñas, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1994, vol.16. Para su obra
poética, vid. TEIJEIRO FUENTES, M. A.: Los poetas extremeños del Siglo de Oro, Mérida,
Editora Regional de Extremadura, 1999, págs. 427-48.
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lina Clara Ramírez de Guzmán, protagonista de todas las veladas literarias que
tenían lugar en aquella localidad...7
* * * * *
La nobleza, en general, se había adaptado a los nuevos modos instalados
en las cortes europeas, aquellos que sitúan los límites entre la época medieval
y la renacentista, esto es, entre el mundo de la guerra y el de la cortesanía.
Ahora se le exige a un buen cortesano que no sólo sepa utilizar con maestría las
armas, sino que además domine las materias relacionadas con la vida de los
palacios. Los nobles se interesan por la cultura, creando sus propias bibliotecas en las que abundan aquellos códices comprados en Italia tanto en la lengua
latina como en la griega, síntoma de cultura; también practican los modos corteses y no dudan en leer con devoción aquellos tratados que les enseñan a
comportarse en sociedad, como El Cortesano de Castiglione, traducido al castellano por uno de nuestros más insignes poetas, Juan Boscán, del que hablaremos más adelante como representación ejemplar de la tradición cultural de los
Alba.
Si esto era así, qué duda cabe que una de las familias que mejor y más
rápidamente se incorporó a los nuevos usos fue aquella que muy pronto representó también a la aristocracia de más rancio abolengo: la casa de Alba. A
pesar de que don Fadrique, uno de sus descendientes más famosos, no fue un
hombre especialmente letrado ni inclinado a la lectura, supo pronto de la importancia de rodearse de los hombres de letras y por ello quiso que su nieto don
Fernando recibiera una completa educación no sólo en el brillo de las armas,
de las que haría alarde en Europa y norte de África demostrando su valor, sino
también en el conocimiento de las letras.
Desde muy niño, don Fernando Álvarez de Toledo mostró un gran interés por las letras, que fomentó no sólo en la actividades realizadas en su resi-
7
Vid., entre otros, TEIJEIRO FUENTES, M. A.: El teatro en Extremadura durante el siglo XVI,
Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1997; C.G. VILLACAMPA, C. G.: “Las representaciones escénicas en Guadalupe”, en BRAE, VIII, 1921, 453-56; CARRASCO GARCÍA, A.:
La Plaza Mayor de Llerena y otros estudios, Valdemoro, Ed. Tuero, 1985.
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dencia de Alba de Tormes, sino también durante su estancia en Flandes, en su
relación con Arias Montano y los teólogos que preparaban la Biblia Políglota,
y, en general, durante su vida militar, acompañado de esa corte de poetas-soldados, con Garcilaso en la primera línea, que defendían los ideales del imperio
de Carlos V. Como señala J. Pérez de Guzmán “...del núcleo de aquella casa
había de salir la legión reformadora a cuya cabeza se colocaría Garcilaso de la
Vega, Juan Boscán de Almogávar, el embajador Diego Hurtado de Mendoza,
el caballero aragonés D. Hierónimo de Urrea y el caballero castellano
D. Hernando de Acuña, el aventurero andaluz Gutiérre de Cetina y todos los
padres del nuevo Pindo, que habían de dar forma definitiva al genio poético de
España”8.
No fueron éstos los únicos que se aprovecharon de las inquietudes culturales de la Casa de Alba. Como ya subrayara J. Lihani9, es muy probable que el
dramaturgo extremeño Bartolomé de Torres Naharro formara parte de un grupo de jóvenes estudiantes de las aulas salmantinas -entre los que se encontrarían también Lucas Fernández, Gil Vicente y Sánchez de Badajoz-, tan interesados por la actividad dramática, que Juan de la Encina se encargaba de
reclutarlos como actores cuando iba a representar alguna de sus églogas en el
palacio ducal, que bien pudiera ser en cualquiera otra de sus propiedades repartidas por aquella comarca.
Estas casas solariegas, pensadas para el entretenimiento y el recreo, estaban enclavadas en los lugares más estratégicos y servían de refugio a las
mezquindades y entresijos de la corte. En ese retiro deseado en el campo, con
ese toque humanístico consistente en el menosprecio de la corte y la alabanza
de la aldea, encontraban la paz y la tranquilidad necesarias para disfrutar de
todas las actividades referidas al cultivo del cuerpo y del espíritu. Allí disfrutaban de la caza, pasatiempo cortesano de primer orden, y motivo de interés si
tenemos en cuenta el elevado número de tratados sobre esta materia, desde el
Libro de la caza de López de Ayala hasta el Libro de Cetrería de nuestro paisano Luis Zapata. Los nobles buscaban en aquellos lugares el disfrute de estos
ratos de descanso, bien enfrascados en la caza mayor, bien en la cetrería o en la
caza menor. Jabalíes y ciervos constituían las presas más delicadas y codicia-
8
PÉREZ DE GUZMÁN, J.: Op. cit., pág. 59.
9
LIHANI, J.: Bartolomé de Torres Naharro, Boston, Twayne, 1976, pág. 16.
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das, y en su búsqueda recorrían los montes y los bosques, los campos y las
dehesas.
Las tardes, más relajadas, con diversiones y debates, enigmas y concursos, juegos y paseos, daban paso a aquellas actividades nocturnas que en forma
de bailes, pasatiempos, momos y demás espectáculos, incluido el teatro, les
permitían disfrutar de una existencia alejada de las obligaciones cotidianas.
Así se explica la importancia concedida a los jardines y parques, a los laberintos y huertas, desde Aranjuez al Pardo o El Retiro, concebidos y diseñados por
jardineros flamencos o franceses.
De este modo nacieron verdaderas academias “rurales”, invitándose a su
hospedaje a todos aquellos que participaban de la vida cotidiana del mecenazgo, ya familiares, ya amigos. Podemos hablar así de La Florida de D. Pedro
López de Portocarrero, en Sevilla, La Huerta del duque de Lerma, en Madrid,
La Burlada del obispo de Pamplona don Antonio Venegas, La Heredad del
conde de Salinas, junto al Duero, El Bosque de los de Béjar, y cruzando la
frontera la Quinta de Santa Cruz, fundada en 1560, cerca de Oporto, por el
obispo D. Rodrigo Pinheyro, La Tapada de los duques de Braganza, que acogió a los poetas portugueses de moda, Sá de Miranda y Bernardino Ribeiro,
junto a otros castellanos como Feliciano de Silva o Núñez de Reinoso10.
* * * * *
Y es aquí donde aparece el motivo de mi intervención, el lugar que va a
convertirse en centro también de la actividad cultural y lúdica de la casa de
Alba, aquel entre cuyas paredes se reunieron en ocasiones los hombres más
ilustres del momento. Me refiero, como es obvio, a Abadía, en donde se alza el
Palacio de los duques de Alba, también conocido como el Palacio de
Sotofermoso11, otorgado al conde de Alba en el año de 1444 por el rey Juan II
en pago por la ayuda prestada en su lucha contra los Infantes de Aragón.
10
TEIJEIRO FUENTES, M. Á.: “El solar de Basto: Un lugar ameno para la poesía”, en Actas del
Congreso Internacional Luso-Español de Lengua y Cultura en la Frontera, ed. J.M. Carrasco
y A. Viudas, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1996, t.I, págs.129-43.
11
Es obvio que descarto cualquier referencia al apartado estético del lugar, para el que el lector
interesado puede consultar una cada vez más amplia bibliografía desde el artículo de Mª del Mar
LOZANO BARTOLOZZI (“El Arca de Albano”, en Periferia, II, 1984, págs.78-89) hasta el
libro de S. CABALLERO GONZÁLEZ (La Abadía. Historia y Leyenda, Salamanca, Caja
Duero, 1998).
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¿Qué representó La Abadía para el Duque y sus amigos? Un evidente
lugar de reunión y distración, de encuentro y pasatiempo, de alojamiento y
disfrute. Un lugar que sirvió para acoger entre sus muros a los visitantes más
egregios, desde los Reyes Católicos, con motivo del matrimonio de su hija
doña Isabel con el rey don Manuel de Portugal en el año 1497, y que, una vez
conocido, le encantó tanto que repitió sus estancia años después, recomendándoselo a su hija doña Juana, y el impaciente Felipe II cuando viajó hasta allí al
encuentro de la que sería su esposa, doña María de Portugal. Hasta allí venían
monarcas y príncipes buscando la tranquilidad que no hallaban en la Corte,
disfrutando de la paz y también del divertimento si tenemos en cuenta las noticias que nos ofrece Bartolomé de Villalva y Estaña en su libro El Pelegrino
Curioso, cuando señala que “...hay en el tal soto dos o tres mil corzos y muchos
venados, algunos gamos y jabalíes, muchos conejos y liebres, de lo cual son
testigos los cortesanos que allí suelen ir a recreo, lo cual todo tiene a su cargo
un caballero”12.
Era aquel lugar, lugar de paso, un impresionante y paradisíaco vergel,
tan famoso que el propio Luis Zapata en su Miscelánea, libro en el que no
dudó en encarecer las bondades de otras poblaciones extremeñas (“el mejor
mercado franco” el de Llerena, “el mejor molino” el de Guadalupe, “la mejor
dehesa” la de la Serena, “la fruta más temprana” la de Plasencia, “el puente
más admirable” el de Alcántara...), señalaba que “La mejor huerta la del Abadía del duque de Alba”13.
“Es indudable, como señala Lozano Bartolozzi, que el jardín es un símbolo de prestigio y de búsqueda de concreción de la fama del autor, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba(1507-1582), que
reunía las intenciones de una figura típica del renacimiento: crear un contexto
heroico en un lugar apartado, que exaltara con alegorías y analogías su personalidad. Un contexto reflejo de su cultura intelectual, donde fantasía, capricho
y naturaleza se interrelacionan”14.
12
VILLALVA Y ESTAÑA, B. de: El Pelegrino Curioso, Madrid, Sociedad de Bibliófilos
Españoles, 1886, pág.265.
13
ZAPATA, L.: “Miscelánea”, en Colección de documentos, opúsculos y antigüedades, Madrid,
Memorial Histórico Español de la Real Academia de la Historia, Imprenta Nacional, 1859,
t. XI, pág. 57.
14
LOZANO BARTOLOZZI, Mª. del M.: Art. cit., pág. 81.
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Es muy probable que entre aquellos muros, los Alba disfrutaran de la
compañía de amigos e invitados, acogidos con franca hospitalidad por la calidad de los mismos, en una especie de Parnaso idílico. Allí estuvo Juan Boscán,
el poeta de los sonetos endecasílabos, ayo de don Fernando, como confirman
los testimonios de amigos como Garcilaso o Marineo Sículo. A mí me interesa,
sin embargo, la divertida anécdota que recoge Francesillo de Zúñiga en su
Crónica burlesca del Emperador Carlos V, cuando describe:
Carta para la reina de Francia doña Leonor: Diréis al Duque de
Alba que su nieto me ha hecho media copla, y como el Marqués de
Villafranca la oyó, dijo a grandes voces a Boscán: –¡Cuánto os debemos
la Casa de Alba, puesto que a nuestro mayorazgo habéis hecho trovador.15
Aunque Boscán regresó a Barcelona tras asistir a las bodas del emperador Carlos V, manteniendo una estrecha relación con la Casa de Alba y recibiendo de ella todo tipo de generosos detalles por los servicios prestados, en su
producción poética podemos rastrear vivos ejemplos de esa concepción de
academia literaria que muy probablemente celebrarían en aquel lugar ideal.
Así, por ejemplo, en su poesía titulada “Villancico del mismo (Boscán) y de
Garcilaso de la Vega a don Luis de la Cueva porque bailó en palacio con una
dama que llamavan La Páxara”16, nos encontramos con una composición a
manera de competencia poética llena de ingenio en la que, por este orden, el
Duque de Alba, Garcilaso, el Prior de San Juan, Boscán, don Fernando Álvarez
de Toledo, el Clavero de Alcántara, don Luis Osorio, don García de Toledo,
don Gutierre López de Padilla y, por último, el marqués de Villafranca, compusieron una estrofa de contenido burlesco sobre tan liviano asunto que, parece muy plausible, sea un divertido ejercicio compuesto para una lectura concertada.
Seguramente, este grupo de personajes, unidos por su afición a la poesía
y a la diversión cortesana, se reunieron en más de una ocasión en torno a los
jardines del palacio de Sotofermoso, en donde pasarían temporadas enteras.
No resulta extraño por ello que el citado Villalva y Estaña en su libro de anécdotas viajeras advierta que entre las extraordinarias imágenes que asaltan al
15
ZÚÑIGA, F. de: Crónica burlesca del Emperador Carlos V, ed. P. de Avalle-Arce, Barcelona,
Crítica, 1982.
16
BOSCÁN, J.: Obra completa, ed. C. Clavería, Madrid, Cátedra, 1999, págs. 98-101.
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visitante cuando contempla las excelencias del lugar se encuentre una fuente
donde “estaba Boscán con las uvas que había cogido y de frente el cancerbero
con sus tres cabezas, subtilidad bastante para desfalcar hasta parte del cansancio que nuestro peregrino llevaba”17.
Si la referencia de nuestro Curioso Peregrino no es falsa, ¿acaso se la
constataría en el lugar el acompañante que guiaba sus pasos y le explicaba lo
que veía?, estaríamos ante una evidente identificación entre La Abadía y Boscán,
hasta el punto de que el duque de Alba habría introducido un homenaje evidente al amigo en forma de recuerdo en mármol. No sería el primer homenaje
reconocido. También la figura de Garcilaso de la Vega vaga por aquellos parajes en forma de reconocimiento público.
Cuando Lope de Vega escribe su poema “Descripción de “La Abadía”,
jardín del duque de Alba”, del que hablaremos a continuación, no duda en
atribuirle a aquel escenario la calidad del Parnaso, al que también acuden numerosos poetas que dan lustre al lugar. Y señala entre el final de una octava y
el comienzo de la siguiente:
¡Oh gran caballo!, vuestro curso enfrene,
pues tantos van al agua del olvido,
el espíritu vivo de aquel Laso,
que vive en vos por milagroso caso.
Que el intento mayor del gran Fernando,
por quien su fama censo al tiempo niega,
fue hacer este Parnaso, fabricando
sepulcro a Garcilaso de la Vega.18
Quieren decir estos versos que aquellos vergeles cacereños fueron levantados como homenaje en recuerdo del poeta toledano tan estrechamente
17
VILLALVA Y ESTAÑA, B. de: Op. cit., pág. 255.
18
LOPE DE VEGA: “Descripción de ‘La Abadía’, jardín del Duque de Alba”, en Obras
escogidas, ed. F. C. Sainz de Robles, Madrid, Aguilar, 1946, t. II, págs.107-108.
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vinculado a aquella corte. Mucho debió agradecer Garcilaso a la familia de los
Alba las numerosas muestras de amistad y solidaridad que le demostraron a lo
largo de su corta existencia, en algunos casos incluso a riego de ganarse la
enemistad del mismo Emperador. Tantas pruebas de lealtad fueron correspondidas por el poeta en su obra. La Elegía Primera va dedicada a don Fernando
con motivo de la muerte de su hermano Bernardino, ocurrida a su regreso de la
expedición de Túnez en 1535; la Égloga Primera la dirige a don Pedro de
Toledo, tío del Duque, el mismo que le había armado caballero en Pamplona
en 1523 y que lo llevó en su corte hasta Nápoles, donde fue Virrey; y la Égloga
Segunda encierra un encendido elogio a don Fernando, e incluso hay quienes
quieren ver detrás del personaje del pastor Albanio la figura del aristócrata...
Aunque la existencia de Garcilaso fue tan tormentosa que apenas si residió en España por temporadas, todo hace suponer que su estrecha vinculación
a la casa de Alba le llevaría también a disfrutar de La Abadía. Así parecen
constatarlo buena parte de los estudiosos quienes, con el hispanista W.F. King
a la cabeza, no dudan en señalar que “Aproximadamente contemporánea (“a la
academia de Fernando Colón en Sevilla”) es la llamada “academia doméstica”
de la Abadía, cerca del Tormes, de los Duques de Alba, formada por los amigos del joven Duque Fernando, y entre cuyos asistentes se contaba a veces
Garcilaso”19.
* * * * *
Como quiere otro de los clásicos del tema de las academias en España, J.
Sánchez, años después “La Abadía cambió de nombre a La Arcadia, y la famosa obra de Lope de Vega de este nombre, publicada en 1598, es una síntesis de
la vida literaria e íntima de las reuniones del Duque de Alba”20.
Lope entró al servicio de don Antonio, el joven duque de Alba, a mediados de 1591. Por entonces, el Fénix servía en Toledo al marqués de Malpica.
Sin embargo, en el verano de 1591 el duque de Alba se encontraba en Novés21,
19
KING, W. F.: Op. cit., pág. 25.
20
SÁNCHEZ, J.: Op. cit., págs. 295-96.
21
SALAZAR, Mª. de la C.: “Nuevos documentos sobre Lope de Vega”, en RFE, XXV, 1941,
págs. 476-87.
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localidad toledana cercana a Torrijos, por asuntos de negocio o con motivo del
fallecimiento de don Antonio de Padilla, señor de Novés; entre los muchos
personajes que componían su cortejo se encontraba ya Lope de Vega, en calidad de “gentilhombre”, pues como “secretario” nunca figura citado en los archivos de la Casa. R. Osuna22 tiene la sospecha de que en este viaje la comitiva
se detuvo tanto a la ida como a la vuelta en La Abadía, la primera vez que el
Fénix tomó contacto con el lugar.
Era el Duque hijo de don Diego Álvarez de Toledo y de doña Brianda de
Beaumont. Había nacido en Lerín (Navarra) en 1568 y moriría en 1639, siendo
enterrado en Alba de Tormes. Era un joven de blanda condición y amante de la
vida cortesana, que tuvo que vérselas con su tío y tutor, don Hernando de Toledo,
quien procurando para él un matrimonio conveniente acabó provocando sin
quererlo un auténtico escándalo que llevó a su sobrino a ser encerrado por
Felipe II en el castillo de la Mota de Medina, acusado de bígamo por contraer
matrimonio con doña Catalina Enríquez, hija del duque de Alcalá, y con la que
finalmente sería su mujer, doña Mencía de Mendoza, hija del duque del
Infantado.
Esta circunstancia explica que Lope fuese muy bien recibido en aquella
corte si tenemos en cuenta que ambos, protector y protegido, eran almas gemelas y corrían semejante destino, pues los dos estaban desterrados a causa de
una mujer. Allí, en esa Corte, se encontraban también o se fueron incorporando
con el tiempo el médico Enrico Jorge Anríquez, el músico Juan Blas de Castro,
Jerónimo de Arceo, y los poetas Pedro de Medina Medinilla, Liñán de Riaza y
Diego de Mendoza, entre otros.
Lope, al amparo del Duque, disfrutando de la tranquilidad que le ofrecía
el campo y la amorosa compañía de Isabel de Urbina, además de imaginar la
Comedia Nueva que desarrollaría poco después, como quiere el profesor Cañas Murillo23, escribió algunas de sus obras dramáticas (El favor agradecido,
El maestro de danzar, El leal criado, Laura perseguida, La Arcadia, Los amo-
22
OSUNA, R.: La Arcadia de Lope de Vega: génesis, estructura y originalidad, Madrid, Anejos
del Boletín de la Real Academia Española, 1973, pág. 110.
23
CAÑAS MURILLO, J.: “Lope de Vega, Alba de Tormes y la formación de la comedia”, en
Anuario Lope de Vega, 2000, VI, págs.75-92.
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res de Albano e Ismenia, Las Batuecas del duque de Alba...), un buen número
de romances (“Sobre unas tajadas rocas”, “Vestido de gabán leonado”, “Bajo
las escasas sombras”, “Mirando un corriente río”, “Albanio un pastor de Tirse”,
y a buen seguro algunos otros24), algunas composiciones en verso, como la
citada descripción de La Abadía o la Elegía a la muerte de don Diego de
Toledo, atribuida también a Pedro de Medina Medinilla, y una de sus novelas
más destacada, La Arcadia.
Que Lope de Vega estuvo en La Abadía parece evidente; que aquellos
parajes le proporcionaron material para sus composiciones resulta innegable;
que entre aquellos muros, rodeado de aquel locus amoenus, compuso algunas
de sus obras es más que plausible. Él era así. Todo lo que veía o descubría se
convertía de inmediato en motivo argumental, en una mezcla perfecta de vida
y ficción. Además, su estancia allí le permitió recorrer otros lugares de esa
Extremadura dorada, desde Coria a Plasencia, desde la Vera a Trujillo, recreando historias como Los Chaves de Villalba, La contienda de Diego García
de Paredes, La serrana de la Vera, Las sierras de Guadalupe o Las Batuecas
del Duque de Alba...
Pero la evidencia más destacada surge de la lectura de su poema en octavas titulado “Descripción de ´La Abadía´, jardín del duque de Alba”, en el que
recrea con todo lujo de detalles las excelencias de aquel lugar para el que no
regatea elogios (“la octava de las siete maravillas”, “paraíso...pequeño”,
“Parnaso”...). De la lectura de estos versos se desprende que el poeta no habla
de oídas, está narrando lo que ve a su alrededor, incluso me atrevería a decir
que el poema está pensado para ser recitado, como ejercicio propio de una
academia literaria, en presencia del mecenas, el Albano de la composición,
quien, dice en el verso 15, “nos oye atento”25. El poema, como tantas otras
composiciones suyas, está pensado para mayor alabanza de la casa de Alba, de
sus antepasados y descendientes.
24
GOYRI DE MENÉNDEZ PIDAL, M.ª: “El duque de Alba en el Romancero de Lope de Vega”,
en De Lope de Vega y del Romancero, Zaragoza, Biblioteca del Hispanista, 1953, págs.17594.
25
LOPE DE VEGA: “Descripción...”, op. cit., pág. 106.
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Para Lope de Vega aquel lugar, con sus jardines, sus calles, sus artificios,
sus cuadros y esculturas, representa la grandeza de su mecenas, pero también,
y ésta es la repentina novedad del poema según se acerca a su final, es una
excusa para retratar el escenario elegido por don Antonio para recordar a su
amada doña Mencía, bajo el nombre poético de Flérida. En aquel paraíso poblado de manzanos y perales, de cerezos y endrinas, de conejos y jabalíes, de
sabrosa pesca, el Duque había encontrado no sólo el consuelo para sus tristezas, sino también el retiro para la vejez, el refugio del guerrero cansado:
Aquí, con la venerable barba y calva,
de nietos que te hereden regalado,
te harán las aves destos montes salva
al claro parecer del sol dorado.
En tanto, pues, que de Toledo y Alba
está en tus brazos el valor guardado,
este bello jardín goce y posea,
que es digno de las guardas de Medea.26
Lo que comenzó siendo una detenida descripción, tan poética como plomiza, acabará convirtiéndose en un escenario por el que pasa la existencia del
Duque ante los ojos del poeta. Allí encuentra Lope para el de Alba lo que
perderá muy pronto: el amor de su fiel esposa, Isabel de Urbina, muerta prematuramente al dar a luz a la infeliz Teodora, que le seguirá poco después.
Cuando Lope de Vega habla de La Abadía sabe de qué está hablando,
aunque hoy día sea imposible reseñar la existencia del río Serracinos (¿tal vez
por “sarracenos”?) o debamos suponer que la sierra de Segura hace referencia
al pueblo de ese mismo nombre situado a sus faldas. Porque la realidad, en el
caso de Lope como en el de tantos otros escritores de su época, muchas veces
se confunde con la fantasía en una evidente mezcla de lo “verosímil-maravilloso”.
26
Ibidem, pág.113.
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Para el Fénix aquel lugar representaba el locus amoenus pastoril, como
las Batuecas simbolizaba el agreste y peligroso mundo de lo arcano, a la manera del de las Indias recién descubiertas. Por ello, cuando La Abadía adquiere
tintes de ficción literaria se confunde casi siempre con la estética propia de la
poética pastoril, ya a través de los romances pastoriles, del teatro de pastores o
del género clásico por excelencia inaugurado en nuestra literatura por La Diana de Montemayor.
La Abadía lírica representa la separación de la amada, la ausencia del
amor, los conflictos de la corte ducal en un paraje inigualable. Si ya advertimos de esta circunstancia en el poema de la descripción de sus jardines, algo
parecido encontramos en un Romance anónimo, hoy día atribuible a Lope, el
que hace el nº66 del Romancero de Barcelona, fechado por la primavera de
1592, y que comienza con el verso “El sol, que al dorado Tajo”. En él sospechamos que el Duque ha cumplido su segundo año de destierro lejos de la
amada (“Ay, Siluia, que ya dos vezes/he vistas (sic) verdes espigas!”) y desde
La Abadía, no puede ser otro el lugar, Albanio, el duque, rodeado de almendros y retamas, añora la presencia de su amada:
Los fértiles campos mira
que las sierras de Sigura
corona la nieue fría.27
El teatro refuerza el conflicto de los pastores en asuntos de amor, pero
tampoco pierde de vista los parajes del norte de Cáceres. En La pastoral de
Jacinto, el pastor, nacido en las orillas del Jarama, busca a su pastora en las
orillas del Tajo, cerca de las sierras de Béjar; en Los amores de Albanio e
Ismenia dramatiza los desamores de esta pareja de pastores que vive en un
idílico valle al servicio de un conde justiciero que debe poner paz en las disputas entre Albanio y Pinardo; conflicto de amores y perdón sobre el que Lope
27
“El sol, que al dorado Tajo”, en Romancero de Barcelona, ed. Foulché-Delbosc, RHi, XXIX,
1913, pág. 151.
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volverá en Las Batuecas del duque de Alba y que hizo sospechar al profesor
J.M. Rozas28 sobre la posibilidad de que el Fénix abandonara la casa de su
señor por la puerta falsa, huyendo de la corte ducal con doña Antonia Trillo de
Armenta, por lo que fue acusado y procesado por amancebamiento en Madrid
poco tiempo después.
Y en La Arcadia, comedia embrión de la que saldrá la novela homónima,
la acción transcurre entre el monte Ménalo y el Liceo, coordenada geográfica
y espacial que fue resuelta por uno de los más destacados conocedores del
Lope pastoril:
La probabilidad es, pues, que el monte Ménalo, donde todos los
críticos ven una transfiguración de Alba de Tormes, sea en realidad
Toledo, con el que el duque estuvo vinculado. El monte Liceo, al que los
padres de Anfriso envían a éste, podría ser la finca “La Abadía”, que los
Albas poseían en los confines de Extremadura29.
Por último, su novela pastoril La Arcadia representa un encendido homenaje a la figura de don Antonio y a la casa de Alba en general. Desde los
Preliminares del relato se observa esta estrecha relación a tenor del soneto de
“Anfriso a Lope de Vega”, que la crítica coincide en considerar una prueba
más del egocentrismo del autor que del ingenio poético del aristócrata30. Por su
parte, Lope le regala los oídos con un extenso poema incluido en el Libro V, en
donde relata el nacimiento del “heroico Albano” bajo la atenta mirada de todos
los dioses clásicos que se le vinieron a la cabeza en exagerada alabanza.
Aunque publicada en 1598, La Arcadia fue escrita durante su estancia al
servicio del Duque. Como señalara uno de sus editores modernos, E.S. Morby,
al leer La Arcadia “...nos formamos una idea de cómo sería esa existencia, por
lo menos en las horas de ocio: tertulias filosóficas, más sutiles que profundas,
sobre poesía, amor, normas de belleza, psicología masculina y femenina; músicas, bromas, juegos, cambios de prendas; mudos diálogos sentimentales por
28
ROZAS, J. M.: “Las Batuecas del Duque de Alba, de Lope de Vega”, en Estudios sobre Lope
de Vega, ed. preparada por J. Cañas, Madrid, Cátedra, 1990, págs. 309-329.
29
OSUNA, R.: Op.cit., pág.90.
30
Vid. ENTRAMBASAGUAS, J. de: “Elegía de Lope de Vega a la muerte de don Diego de
Toledo”, en Estudios sobre Lope de Vega, Madrid, CSIC, Aldus S.A., 1958, t. III, págs.75-218.
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medio de emblemas y colores simbólicos...; en suma, la existencia de una pequeña corte elegante y aislada, aunque muy al tanto de las modas, presidida
por un mecenas sin gran talento propio, pero de refinado gusto, consciente de
lo que debe a su rango y sin necesidad de limitar sus caprichos”31.
Esa corte a la que se refiere el hispanista ha sido fielmente reproducida
por R. Osuna cuando señala que “Existen en La Arcadia reflejos de lo que
debió de ser aquella compañía que rodeaba al duque don Antonio en su corte
de Alba, el cual trataría de hacer más pasable la ausencia de la esposa con
tertulias literarias, músicas y fiestas galantes, como ya había hecho su abuelo
en la finca de La Abadía”32.
Esta novela, escrita en el destierro, es una novela de propaganda, un
relato en clave que Lope reconoce como la descripción de la corte de Alba
bajo los disfraces pastoriles. Si no la escribió en Alba de Tormes, sólo puede
existir un lugar, alejado de los entresijos cortesanos, un lugar de paz y tranquilidad, en el que pudo escribirla o imaginarla: La Abadía cacereña.
De hecho hay pasajes en el relato que inevitablemente nos obligan a la
comparación y a la identificación de la ficción con la realidad. La visita al
templo de Palas es un paseo por los jardines de La Abadía; el torneo del agua
es una evidente exageración de algún otro acontecimiento cortesano en el que
Lope pudo haber participado y que podemos relacionar con toda la maquinaria
hidráulica que existía en La Abadía y de la que dan cuenta todos sus visitantes;
la cueva de Dardanio, en una de cuyas cuadras enseña a Anfriso, el duque, los
mármoles que retratan a personas ilustres de Grecia, Italia y España, desde
Rómulo y Remo hasta el emperador Carlos V, son muy semejantes a las esculturas dispuestas ordenadamente en diferentes tabernáculos que adornan con
sus veinticuatro bustos de emperadores, consules y generales romanos las calles de los jardines del Palacio...
Desconocemos las razones por las cuales Lope de Vega abandonó la
Casa de Alba. Espíritu inquieto, había perdido en aquel lugar a sus prendas
más amadas, y aquellos aires le traían a la memoria tan dolorosas ausencias; tal
vez le picaba el gusanillo de la Corte, las intrigas y los corrillos literarios, el
31
MORBY, E.S.: Introducción a La Arcadia de Lope de Vega, Madrid, Castalia, 1975, pág. 11.
32
OSUNA, R.: Op. cit., pág. 62.
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ansia por triunfar; quizás le jugara una mala pasada su inclinación por las mujeres. El caso es que pareció tener mucha prisa en abandonar la casa, pues dio
poderes a un tal don Antonio de la Fuente para que liquidara las cuentas pendientes. Y aunque no siempre se comportó con la elegancia debida hacia su
generoso mecenas, dejó para la posteridad las páginas más hermosas escritas
sobre La Abadía cacereña. Ese al menos ha sido su legado.
El Palacio de Sotofermoso, pues, presentaba todas las características necesarias para convertirse en un lugar de encuentro cortesano: era propiedad de
uno de los nobles más poderosos de la corte española, mantenía una tradición
literaria que le venía de lejos, era lugar de paso, itinerario imprescindible, disponía de unas condiciones envidiables en cuanto al clima y a la belleza y riqueza de sus parajes, despertó muy pronto el interés de sus propietarios que no
dudaron en adecentarlo y embellecerlo hasta convertirlo en un auténtico edén
en el que no faltaba el más mínimo detalle.
Allí se reunieron, en torno al mecenas, sus más cercanos parientes y amigos, en las horas de reposo y sosiego, para compartir mesa, para cazar, para
escuchar música, para leer poemas, para asistir a representaciones dramáticas
y juegos cortesanos, para debatir, para bailar, en definitiva, para entretenerse.
Todo ello sirvió para que este lugar perviviese en la memoria a través de la
imaginación poética de autores como Garcilaso, Boscán o el mismo Lope de
Vega, así como a las inigualables referencias de los viajeros que hasta esos
parajes se acercaron para contemplar unas maravillas que, esperemos no sea
ya demasiado tarde, no se las acabe llevando el tiempo en forma de las ruinas
a las que tan bien cantaron los poetas del Siglo de Oro.
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