CAPÍTULO PRIMERO: Primeras incursiones

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RESEÑA DE LA HISTORIA POSHISPÁNICA
DEL VALLE DE TURRIALBA
Ricardo Vargas Amador
INTRODUCCIÓN
Como en ninguna otra parte del país, la historia antigua del Valle de Turrialba ha
sido documentada para los diferentes períodos arqueológicos, desde 11500 años antes
del presente. Sin embargo, con el fin de completar la secuencia cultural, se debe hacer un
reconocimiento de la historia más reciente, registrada en fuentes escritas a partir de la
llegada de los colonizadores españoles, junto con negros y representantes de otras étnias
del Viejo Mundo. La reseña que aparece en el presente capítulo no es exhaustiva. En ese
sentido, no se intenta sobrepasar, ni siquiera alcanzar la cobertura de algunos trabajos
sobre la zona de Turrialba, publicados por otros autores (v.g. Morrison y León, 1951;
Valerio, 1953). El interés central es tender un puente, entre la información arqueológica y
el devenir del Proyecto Hidroeléctrico Angostura.
ORIGEN DEL NOMBRE TURRIALBA
El Valle de Turrialba se ha caracterizado por una toponimia influenciada
grandemente por nombres indígenas, que hasta la fecha se han mantenido, a pesar de
haber sufrido transformaciones. El naturalista suizo Henri Pittier propuso que el nombre de
Turrialba proviene de “turú”, nombre de un cerro al este del volcán Barva. Este prefijo
“turú” podría ser el mismo que —según Pittier— influye en nombres como Turrúcares y
Turrubares, además de Turrialba (Gagini, 1919: 238). El filólogo y lingüista Carlos Gagini
afirma que, el nombre de Turrialba proviene de Turiarba, que los españoles convirtieron en
Turrialba. Al respecto, Gagini (1917: 190) propone que la etimología puede basarse en el
vocablo tarasco “turiri”, que significa fuego y “apan” que significa río; además, relaciona el
nombre Turrialba con los nombres Tuis y Tucurrique (Gagini, 1917: 188), localidades
ubicadas en la misma región.
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PRIMERAS INCURSIONES HISPÁNICAS
El Contacto
En 1540, el Emperador Carlos V nombró Gobernador de la Provincia de Costa
Rica a Diego Gutiérrez, hijo del Tesorero Real Alonso Gutiérrez. Diego Gutiérrez le ofreció
al Rey “conquistar y poblar la tierra que queda para vuestra majestad” (en Fernández,
1886: 85), conquista y poblamiento que había intentado iniciar Hernán Sánchez De
Badajoz, desautorizado por el Rey, en virtud de que había sido comisionado por su suegro
el Doctor Francisco Pérez De Robles, quien era Oidor de la Audiencia de Panamá
(Fernández, 1886: 76).
En noviembre de ese mismo año, el Capitán General y Gobernador de Nicaragua,
Rodrigo De Contreras, sucesor en el cargo de su fallecido suegro Pedro Arias De Ávila
(Pedrarias Dávila), arrestó a Sánchez De Badajoz, quien se encontraba en la Bahía de
Almirante (en la actual provincia de Bocas del Toro en Panamá), para luego deportarlo a
España donde murió (Meléndez, 1982: 27). A la llegada de Gutiérrez, ya Contreras le
había advertido a éste de las condiciones adversas de la provincia que iba a gobernar.
Según Girolamo de Benzoni, quien sobrevivió a la expedición de Diego Gutiérrez,
Contreras le había dicho “que aquel terribilísimo país de ningún modo se podía conquistar
por estar lleno de asperísimos bosques y de crudelísimas montañas [...] y que todos los
capitanes que habían entrado en aquellos países entre muertos de hambre y matados por
los indios habían perdido allí a casi todos los españoles que consigo llevaban” (en
Meléndez, 1982: 28). Según Ricardo Fernández Guardia, Diego Gutiérrez pereció en
diciembre de 1544 en Tayutic o Teotique (en la actual localidad de Platanillo), a manos de
los indígenas, junto con la mayoría de sus hombres (Aguilar Bulgarelli, 1997: 117). Estas
localidades, según el profesor Gagini, estaban a cinco leguas de Cartago la primera y a un
día de camino de Tuis la segunda (Gagini, 1917:182). Juvenal Valerio (1953: 22) las ubica
entre Tuis y Chirripó.
A la llegada de Juan Vázquez de Coronado en 1562, quien con el beneplácito de
Felipe II (Meléndez, 1972: 69) había sido nombrado Alcalde Mayor de Costa Rica, el Valle
de Turrialba era parte del cacicazgo de El Guarco, el cual, según Gagini (1917: 54),
comprendía del río Virilla hasta Chirripó y abarcaba pueblos como Curriravá (Curridabat),
Quercó (Quircot), Cot, Uxarraci (Ujarrás), Turichiqui (Tucurrique), Turrialba La Grande y La
Chica, Tobosi, Orosi, Teotique y Atirro entre otros. Vázquez de Coronado informaba al Rey
acerca de las labores de pacificación en estas tierras mediante cartas. En una de estas
misivas, fechada 5 de enero de 1563 en Garcimuñoz, se puede leer: “Solamente queda la
de Suerre, Turrialba, Aterre y Turucaca, las quales espero en nuestro Señor con su favor
atraellas a su conocimiento con gran brevedad y al dominio de Vuestra Majestad por la
orden pasada, a costa de mi hazienda y de empeñarme en mas de lo que estoy” (en
Fernández, 1908:19). Asimismo, en otra misiva fechada 11 de setiembre de 1563, en
León, Nicaragua, le informa de su interés por esclarecer la muerte de Diego Gutiérrez:
“Del tiniente que dexe en Costa Rica tube cartas, después que parti, como bino el Cacique
de Tayutic otro dia después de mi partida a la ciudad y dio obediencia a V. M. Dize que el
cacique de Suerre tiene la ropa y armas de Diego Gutiérrez y de su gente para darmelo
quando baya a su pueblo [...] Este cacique se hallo en la muerte de Diego Gutiérrez”
(Fernández, 1908: 61).
Vázquez de Coronado penetró en el Valle de Turrialba en su expedición al
Atlántico. Al regreso pasó a Tayutic, el 19 de abril de 1564, y de ahí a Atirro, donde le
comunicaron que los indígenas de El Guarco se habían rebelado (Meléndez, 1972: 98). A
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su paso por Tayutic no obtuvo mayores detalles sobre la muerte de Diego Gutiérrez a
manos de los indios de Suerre.
Con la trágica muerte de Vázquez de Coronado, a su regreso de España en 1565
(Meléndez, 1972: 159), se ve malograda la pacificación de la provincia, que quedaría en
manos de Pero Afán de Ribera (Perafán). A su llegada, Perafán encontró que los
indígenas del Valle de El Guarco, Turrialba y Ujarrás estaban conspirando para matar a
Pedro Venegas de los Ríos, Alcalde Mayor de Cartago (Valerio, 1953: 28). Perafán fue
nombrado Gobernador el 19 de julio de 1566, por Felipe II (Meléndez, 1982: 68). Viéndose
presionado por los españoles de la provincia, que incluso le escribieron al Rey diciéndole
que el nuevo gobernador no estaba capacitado, por su avanzada edad (74 años) y que
“debaxo de Dios no tiene un pan” (en Meléndez, 1982: 69), Perafán permitió el despojo
del maíz de los habitantes de Atirro y Tucurrique por parte de Antonio Pereira y Alvaro de
Acuña (Meléndez, 1982:72).
En enero de 1569, Perafán, sin autorización de la Corona, que ya había suprimido
las encomiendas, repartió los indígenas que pudo entre los españoles que así lo
demandaban (Valerio, 1953: 28). Con esa acción se alteró totalmente la estructura social
de las comunidades que el mismo Vázquez de Coronado había respetado; se dice que
sólo en Turrialba La Chica se repartieron 150 indígenas (Valerio, 1953: 29). En el texto de
la carta que Perafán envía el Rey se lee, a manera de justificación, lo siguiente: “Como su
Señoría debe saber, como los caballeros, vecinos y soldados, estantes y habitantes en
estas dichas provincias an servido y sirven a Su Majestad en el descubrimiento, conquista
y población y pacificación de ella [...] con derramamiento de mucha sangre y muertos de
compañeros y soldados, sin que se les oviese fecho merced ny gratificación alguna de sus
travaxos en nombres de Su Majestad” (en Fernández, 1886: 203). La base de la
encomienda fue la extracción de cacao y los indígenas encomendados fueron tasados,
según la cantidad de cacao que pudieran producir (Quirós, 1990: 42).
Los beneficiados con las encomiendas en el Valle de Turrialba fueron: Diego del
Casar Escalante (Turrialba), Francisco de Estrada (Tucurrique, con 300 personas),
Hernando Farfán (Turrialba), Gómez Jaramillo (Turrialba), Alonso Jiménez (Atirro, con 300
personas), Francisco de Ocampo Golfín (Turrialba), Alonso Pérez Farfán (Turrialba, con
400 personas), Pedro de Ribero y Escobar (Tucurrique), Gaspar Rodríguez (Turrialba),
Jerónimo Vanegas (Teotique), Luis González (Turrialba, con 400 personas), Juan López
(Turrialba, con 300 personas), Alonso Pérez (Turrialba, con 300 personas), Antonio de
Olivera (Turrialba, con 400 personas), Hernán Gutiérrez (Atirro, con 300 personas), Diego
Quintero (Atirro, con 100 personas), Francisco Lobo de Gamaza (Turrialba, con 300
personas), Alonso De Lidueña (Atirro, con 300 personas) y Alvaro de Acuña (Atirro, con
300 personas) (Quirós, 1990: 363).
Como puede verse, el número de indígenas repartidos fue de aproximadamente
3500 o más, lo que evidencia que el valle, en 1569, estaba suficientemente poblado como
para que el nuevo gobernador aprovechara esta circunstancia con fines políticos y aplacar
así las presiones de los españoles. A partir de esa fecha, la población del Valle de
Turrialba se verá diezmada. El repartimiento de los indígenas tuvo también efectos en la
hibridación poblacional. Como ejemplo de esto último se menciona el caso de Gabriel de
Espinoza (usaba el apellido de su esposa Ana de Espinoza) hijo del español Hernando de
Aguilar, quien figura como encomendero en 1601, y de una indígena de Tuis llamada
Catalina (Meléndez, 1982: 203).
En los documentos sobre la repartición de encomiendas se describe Turrialba
como “la grande” y “la chica”, y se indica: “Turrialba la grande, ques lo postrero de lo que
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avemos visto en esta tierra, es provincia grande y de mucha gente, son caciques Tabaco y
Huerra. Turrialba la chica se entiende pasado el río del pedregal, questá en unas hoyas y
adelante del río abaxo sucessive a mano izquierda como vamos hasta mas abaxo de
adonde passó el señor don Diego quando vino de la tierra adentro, avrá ciento cinquenta
indios” (en Fernández, 1886: 5).
Uno de los encomenderos más famosos fue Alvaro de Acuña quien, como
indicamos, fue favorecido con una encomienda en Atirro y 300 indígenas. Acuña llegó a
Costa Rica en 1564, se dice que procedente de Panamá, y huía de la orden de captura
emitida en 1562 en su contra, en Perú, pues había participado en la rebelión contra Pedro
de Ursúa, el organizador de la famosa expedición que buscó la mítica ciudad de El
Dorado en 1560. Ursúa fue asesinado por sus acompañantes —entre los que se
encontraba Acuña— en la malograda expedición (Robert, 1953: 25).
LA CONSOLIDACIÓN DEL ORDEN IMPERIAL ESPAÑOL
SOBRE LA POBLACIÓN AUTÓCTONA
El Período Colonial
En Turrialba, la época colonial va a caracterizar por una serie de hechos que irían
en detrimento de la población autóctona, como lo fueron las pestes, los traslados forzados
y las incursiones de los piratas, patrocinados por la Corona Inglesa.
Para 1625, el hijo de Alvaro de Acuña —llamado Juan de Acuña— declara que en
la encomienda que heredó de su padre (aproximadamente 300 indígenas) “no quedaron
más de 12 indios respecto de la enfermedad general que hubo los años pasados en él y
otros de esta provincia” (en Fernández, 1886: 285). Mediante esta declaración, se
evidencia cómo en un lapso de 56 años esta parcialidad pasa de 300 personas a tan sólo
12, producto de la peste que azotó al Valle de Turrialba en esos años, aunado a la
desarticulación del modo de vida de la población autóctona. Morrison y León (1951: 190)
citan una secuencia de plagas en 1614, 1645, 1654, 1690 y 1694, que diezmaron a la
población aborigen hasta casi desaparecerla de Turrialba, Tuis, Tucurrique y Atirro.
El uso de mano de obra indígena en Turrialba se ejemplifica, para estos años
iniciales del siglo XVII, con la petitoria de los vecinos de Cartago, en 1605, al gobernador
Juan de Ocón y Trillo, de traer indios para el arreglo de la iglesia principal, la cual se había
dañado. Con base en esa solicitud se llevaron indígenas de Atirro y Turrialba para las
labores de reconstrucción, vigilados por Diego Rodríguez (Greñas, 1985: 165).
Es para 1638 que se levanta registro, por última vez, de los moradores del
Corregimiento de Turrialba con apellidos indígenas. El Corregimiento de Turrialba estaba
conformado por: Tucurrique, Corrosí, Turrialba, Auyaque, Atirro, Jucaragua, Ujarrás y
Güicasí (Quirós, 1990: 245). Los indígenas debieron hacer sus tributos en productos; sin
embargo, tuvieron problemas para realizar sus pagos. En 1654, los indígenas de
Tucurrique y Atirro — por falta de algodón — no pudieron entregar las mantas que debían
tributar. A partir de 1679 Turrialba y Tucurrique tuvieron mayores dificultades para cumplir.
En ese año, el cacique de Turrialba, Francisco Gómez, se excusó, diciendo que el tributo
no se había podido pagar “porque no tenían los géneros, pero que los pagarían en reales”
(en Quirós, 1990: 187).
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Como afirman Morrison y León (1951), durante la Colonia el Valle de Turrialba tuvo
una escasa población debido a las pestes y el traslado de los indígenas, como se dijo
anteriormente. Esto favoreció las incursiones de los piratas ingleses primero, y los zambos
mosquitos, posteriormente. El 8 de abril de 1666 invadieron el Atlántico costarricense los
piratas ingleses Edward Mansfield y Henry Morgan, quienes provenientes de Jamaica
traían alrededor de 1000 hombres. Llegaron al Valle de Turrialba el 15 de abril y
avanzaron hasta Quebrada Honda, donde eran esperados por el Gobernador y Capitán
General Juan López de la Flor y los hombres con ellos que se disponían a cerrarles el
paso. El aviso de alarma lo dio un indígena de Tayutic, que logró ver a los piratas, cuando
se desplazaban río arriba. Los piratas retrocedieron y partieron de Portete el 23 de abril de
1666 (Fernández Guardia, 1991: 83).
En los siglos XVI y XVII, era poca o ninguna la presencia militar y de autoridad en
la zona del Atlántico —como ya era conocida— en parte por el difícil acceso desde
Cartago hacia la costa caribeña. Por eso, durante la gobernación de Alonso Anguciana de
Gamboa (1573 - 1577) se abrió un camino desde Cartago hasta el puerto de Suerre
(González, 1999: 15). Era tan difícil el viaje al Atlántico y tal el abandono de esa región
que, según Ricardo Fernández Guardia (1991: 131), a los soldados cartagineses
apostados en la zona cada seis meses “los lloraban sus familias como muertos”.
En 1737, el gobernador Garrandi y Menán, en un viaje a Matina y a la costa
Atlántica, cruzó el Valle de Turrialba, y halló al norte del lugar —ocupado por la actual
ciudad— un caserío donde pernoctaban los viajeros (Morrison, 1951: 190). En ese año el
pueblo de Atirro se dice que estaba habitado por 95 indios “talamancas”, y el gobernador
Garrandi y Menán nombró a Francisco Montoya como teniente de dicha localidad; la cual
empezó de nuevo a cobrar importancia debido a la amenaza de las invasiones filibusteras
por la localidad de Turrialba (Valerio, 1953: 38). El gobernador, al hablar de la vía a
Turrialba, afirma lacónicamente: “éste no se debe llamar camino de racionales, pos de
milagro se puede salir de él “ (en Valerio, 1953: 39). Estaba describiendo lo que muchos
otros repetirían luego, acerca de las terribles dificultades que se afrontaban para
trasladarse por el Valle de Turrialba, ya fuera a pie o a caballo.
En 1745, el gobernador Juan Gemmir y Lleonart inhabilita el llamado Camino Real
de Matina, que pasaba por el pueblo de Turrialba, y ordena que se utilice solamente el
llamado Camino de Tierra Adentro, que pasaba por Tucurrique y Atirro, desde Ujarráz, con
lo cual dejaba aislada a Turrialba; esto, para evitar el uso del Camino Real por parte de los
corsarios (Valerio, 1953: 40).
LA INDEPENDENCIA Y EL INCIO DEL PERÍODO REPUBLICANO
La primera mitad del siglo XIX
Para la Independencia, el Valle de Turrialba seguía produciendo cacao, como en
los tiempos de la Colonia, además de otros productos. En 1833, en su informe sobre
Matina, el bachiller Rafael Francisco Osejo afirmaba que la zarza que se vendía en
Puntarenas “era arrancada en Turrialba”, la cual decía era de muy mala calidad (González
y Zeledón, 1999: 50).
Una de las descripciones más interesantes y completas sobre el Valle de Turrialba
la realizó el inglés Henry Cooper, quien fue comisionado del presidente Braulio Carrillo. En
62
su informe del año 1838, que versa sobre la apertura de un mejor camino hacia Matina,
Cooper comenta su llegada a Turrialba. Indica que esa localidad contaba con 26 casas, de
las cuales 10 tenían techo de teja y el resto de paja. Reporta, además, 24 haciendas de
cacao, 17 en la margen oriental del río Turrialba y ocho al occidente de dicho río, tres
haciendas de café al lado occidental y dos del lado oriental. Menciona también cuatro
potreros para ganado en la parte oriental y siete potreros del lado occidental. Cooper hace
referencia al Alto de Bonilla, afirmando “que hace 60 o 70 años existió ahí un
destacamento del tiempo del gobierno español” (en González y Zeledón, 1999: 60).
En 1846 llegó al país el naturalista danés Anders Sandoe Oersted, quien en sus
exploraciones de carácter botánico visita el Valle de Turrialba, y pasa por Cartago,
Cervantes, Quebrada Honda y Naranjo (cerca de Juan Viñas). En su crónica, Oersted
afirma que “de Turrialba hasta el lugar donde el camino es cruzado por el río Reventazón
se atraviesa uno de los campos más impenetrables de América” (en Valerio, 1953: 85).
La colonia alemana de La Angostura
Es a mediados del siglo XIX que el gobierno costarricense —específicamente el
presidente Juan Rafael Mora— hará intentos para traer colonos europeos, para lo cual
refrenda contratos con personeros alemanes. El 16 de febrero de 1850 se conformó la
Compañía Berlinesa de Colonización Centroamericana, cuyo primer accionista era
Federico Guillermo IV, Rey de Prusia. Por medio de su agente el Barón Alejandro Von
Bülow, dicha compañía se dio a la tarea de escoger las tierras más aptas para establecer
una colonia agrícola, que se estableció en La Angostura de Turrialba (Wagner y Scherzer,
1944: 214).
En junio de 1853, Carl Scherzer —un viajero alemán— se dirigió a la colonia de La
Angostura, y al respecto cita: “el mediodía nos encontró en el camino a Turrialba, el
termómetro marcaba 75 grados Fahrenheit [...] las fértiles colinas de Turrialba con sus
potreros suculentos de un verde eterno se aprovechan principalmente para la cría de
ganado [...] ya se han establecido en el valle y los altos de Turrialba más de cien familias”
(Wagner y Scherzer, 1944: 215). Otro alemán, Moritz Wagner, describe La Angostura y el
ambiente natural, de la siguiente forma: “árboles gigantescos, suculentos a pesar del mes
de diciembre [...] se elevan en forma de anfiteatro en bordes escarpados a ambos lados
del río [...] los árboles parecen ser colocados uno sobre el otro, un bosque sobre el otro”
(Wagner y Scherzer, 1944: 216). Con respecto a la fauna, habla de los monos congos
(Aloatta paliatta). Según Wagner, la colonia de La Angostura no tenía futuro, ya que Von
Bülow pretendía vender cada manzana de terreno a un precio muy elevado para la zona,
además de “que la gente recela la fiebre en el clima más cálido de La Angostura” (Wagner
y Scherzer, 1944: 220).
Otro alemán, Wilhelm Marr, describe su viaje a Turrialba en 1853, como “ingeniero
auxiliar” de la colonia agrícola de La Angostura, acompañado por Franz Kurtze. “Pasamos
por algunos pueblos cuyos habitantes aunque hablan español tienen sin embargo el tipo
indio puro, el Naranjo, Cervantes y el hermoso valle de Turrialba. En este lugar la
temperatura es ya notablemente cálida” (en Fernández Guardia, 1970: 204). Ya en el
valle, llegando al Reventazón —en lo que hoy puede ser el CATIE— escribe:
“volví a contemplar los gigantes del bosque, los bejucos extrañamente
entrelazados, las formas raras de las orquídeas, los fantásticos abanicos
de las palmeras empenachadas, las hojas colosales de los helechos, que
en todos lados nos miraban al borde del camino, si es que se tiene el
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descaro o el atrevimiento de llamar camino, como lo hacía nuestro mozo
a este pantano!!... Más debajo de donde estábamos oímos el rumor de un
río ¡el Reventazón! Exclamó el criado [...] seguimos por el lodo y la
maleza, monte arriba y después de una revuelta, contemplamos una
meseta [...] el mayordomo del barón, el maestro de escuela Lammich, su
mujer, un niño de pechos, dos cochinillos y una legión de ratas vivían en
comunidad. En esto consistía la colonia alemana de La Angostura” (en
Fernández Guardia, 1970: 205).
En su afán por traer trabajadores alemanes, Von Bülow planeó construir un camino
desde Limón hacia el interior del país. Marr se refiere a esta idea de forma sarcástica y
despectiva y apunta lo que sería una fatídica profecía para aquellos que años después
llegarían a trabajar en la cuenca del Reventazón, como lo fueron los trabajadores italianos
contratados por Minor Keith para la construcción del ferrocarril: “ahora hasta quiere hacer
venir a Limón trabajadores alemanes para construir el camino desde allí al interior del
país. Scherzer le fomenta esta idea loca. En el primer cuarto de milla morirán de fiebre
costeña todos los pobres diablos que tengan que hacer un trabajo corporal en esas
regiones mortíferas” (en Fernández Guardia, 1970: 242).
En 1856, el Barón Von Bülow se enlistó con el ejército costarricense, que combatió
a los filibusteros en Santa Rosa y Rivas; murió en Liberia, del colera morbus a su regreso
(Guardia, 1980: 250). Para 1880, la colonia berlinesa, cuyo único sobreviviente era
Lammich, había desaparecido (Zeledón, 1998: 46)
En 1854 llega a Costa Rica el Dr. Alejandro Von Frantzius, científico que dejó
grandes conocimientos en el país. En 1860 describe el área del Reventazón, en la zona
de Turrialba tal como sigue:
“el curso interior del río Grande, que en las cercanías de Turrialba lleva el
nombre de Reventazón, constituye, en esta parte de Costa Rica, la frontera
entre la parte cultivada y la región de bosques primitivos habitada por
indios salvajes. Al este de Cartago, donde el terreno se distingue por su
gran fertilidad, se hallan especialmente grandes rebaños de ganado
vacuno, en el lugar en que estaba la antigua aldea de indios destruida, que
se llamaba Teotique —donde todavía se encuentran restos de trabajos de
escultura y objetos de arcilla— está la última hacienda de ganado de un
suizo, establecida hace apenas cuatro años y cuyo dueño en pocos años
por su perseverancia y energía, sin emplear un gran capital la ha llevado
tan lejos, que ya produce regulares utilidades” (en Zeledón, 1998: 46).
En cuanto a los habitantes nativos de esta zona indica que “antes eran
frecuentemente trasladadas tribus indígenas de un lugar a otro [...] así fue también
trasladado a Atirro el resto de los indios de Tuis, y como el número de pobladores de este
lugar decaía siempre, fueron llevados a Tucurrique los que sobrevivían” (en Zeledón,
1998: 139). También es interesante la descripción que hace Von Frantzius de ciertos
restos arqueológicos de la zona:
“En una llanura situada al pie del volcán Turrialba en una zona muy
lluviosa, hay muchos restos de murallas labradas que se extienden en
línea recta y que parecen haber tomado calles antiguamente, se hallaron
también, diseminadas en diferentes puntos, once figuras de piedra
sentadas y del tamaño de un hombre. Ocupan estas ruinas una gran
extensión, de modo que la ciudad de que proceden fue probablemente
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muy populosa. Resalta esto no solamente de los sepulcros desenterrados
cerca de la desembocadura del río Reventazón, fabricados de piedras
labradas, y lo que es muy de notarse, de una clase de piedra que no se
halla en ninguna parte alrededor. Se revela particularmente el alto grado
de habilidad artística de aquel pueblo en una figura de piedra que tuve
ocasión de ver en Cartago en 1861, regalada después a la Sociedad
Etnológica de Filadelfia. Fue hallada en Azul de Turrialba cerca del curso
superior del río Reventazón. Representa un hombre desnudo de casi cinco
pies de altura y está esculpida de manera que se puede sostener en pie
sin caerse. La superficie de la piedra está cuidadosamente pulimentada y
la piedra de que está hecha es verde oscura de bastante dureza. También
son muy pronunciados los rasgos de la cara de esta nobilísima estatua.
La frente baja, la nariz larga y encorvada y las grandes mandíbulas le dan
cierto parecido con el rostro de la figura de piedra traída de Lepanto” (en
Zeledón, 1998: 140).
En 1864 se realizaron estudios de factibilidad para la apertura de un camino al
Atlántico. En un informe, Juan Mechan plantea: “me parece que siguiendo el valle del
Reventazón y volviendo al camino viejo cerca de la casa de Birrís, que se alzará otra vez
cerca de Naranjo, se podría encontrar un camino más ventajoso para ir a La Angostura”
(en González y Zeledón, 1999: 97). En ese mismo año, en el informe presentado por el
ingeniero Ludwig Von Chamier —quien había sido ingeniero del Rey de Prusia— en
conjunto con F. Cáceres y Manuel Luján, se pueden leer las mediciones hechas a partir
del puente de La Angostura (González y Zeledón, 1999: 101).
En 1865, con el propósito de efectuar exploraciones vulcanológicas, llegó al valle
de Turrialba Karl Von Seebach de nacionalidad alemana, en una parte de su descripción
del viaje a la zona, puede leerse lo siguiente:
“el 6 de marzo en la madrugada salimos de Cartago y cabalgamos a lo
largo del camino de Matina por la pendiente sur del Irazú hasta el río Birrís,
de cuyo vado nos dirigimos al norte. El sendero cuyo lodo impedía el paso
de los caballos sube sin cesar por los más bellos bosques vírgenes [...]
llegamos al río Turrialba, arriba de su confluencia con la quebrada Santa
Ana [...] Es este lugar uno de los más bellos que he conocido en la floresta
tropical. Debajo y entre los árboles gigantescos hay esbeltos palmitos
(Euterpe sp.) y entre éstos helechos que alcanzan una altura de más de
diez metros y que extienden sus graciosas hojas” (en Zeledón, 1998: 23).
En 1866, Franz Kurtze publica en Nueva York “La ruta ferroviaria interoceánica a
través de la República de Costa Rica”, por encargo del presidente Jesús Jiménez. Kurtze,
quien como antes vimos, era uno de los miembros de la compañía berlinesa que intentó
colonizar La Angostura, escribe acerca de este lugar: “En Angostura se atraviesa el río
Reventazón, y desde allí se sigue por la margen izquierda hasta Cartago. Esta sección de
veinticinco millas tiene un alza de 2442 pies, 98 pies por milla, y es la peor de toda la ruta”
(en González y Zeledón, 1999: 123).
En 1874 fue contratado por el gobierno costarricense, para dar clases en el
Instituto Nacional, el profesor —también alemán— Dr. Helmuth Polakowsky, quien a partir
de 1875 se dedicó al estudio de la flora del país. Después de permanecer tres meses en
La Angostura, Polakowsky describe su viaje y estadía en el lugar, así como lo que
quedaba de la colonia fundada por Von Bülow 23 años antes:
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“uno cabalga bajando hasta la aldea de Turrialba situada a casi 2800 pies,
tiene alrededor de 200 habitantes, la mayor parte mestizos.
La aldea de Turrialba a la orilla del río y al pie del volcán del mismo
nombre, según se refiere, ha tenido otrora una gran población de indios. La
situación del lugar es extraordinariamente favorable. El bosque primitivo no
es aquí tan denso y está interrumpido por pequeñas sabanas. Las fuertes
lluvias características de toda la mitad oriental del país, mantienen estos
pasturajes, siempre en exuberante verdor. El ganado (sólo vacuno)
prospera aquí admirablemente. Antes también se cultivó aquí mucho
cacao, el pejibaye (Bactris gasipaes HBK) es cultivado hoy mismo, al igual
que por los indios de las varias aldeas de las márgenes del río Reventazón
[...] Siempre en dirección al este, continuando nuestro camino, cabalgando
primero a través del bosque más poblado de arbustos, muy cerca y a lo
largo del río Turrialba pasamos después por grandes llanuras con pastos,
partes aisladas de bosques y entramos después de casi dos millas, otra
vez en la selva virgen que toma de aquí en adelante el carácter de los
bosques primitivos de Colombia y Venezuela, de los que poseemos
excelentes descripciones. Si uno se aleja casi 100 metros del llamado
camino, entonces no vuelve a ver nada entre la maraña de vivas y
moribundas masas de plantas, ni cielo ni tierra.
El camino de casi 10 metros de anchura es horroroso, entre las
raíces de los árboles hay abismos de lodo, se pasa por numerosos
riachuelos pantanosos, árboles derribados que obstruyen el camino, y los
vestidos del caballero son casi arrancados del cuerpo, desgarrados por las
ramas que cuelgan sobre él a menudo espinosas [...] Por fin éste se vuelve
más sólido, desciende al valle del río Reventazón y salva este torrente por
medio de un puente de piedras bueno, colocado en un sitio angosto de
unos 80 metros, que lleva el nombre de Angostura. Aquí hay dos casas,
una pertenece al proyectado ferrocarril y en la otra vive un antiguo maestro
de escuela, el alemán Lammich, quien hace 27 años emigró a Costa Rica,
se estableció en Angostura y vive hoy mismo allí con su familia en muy
mezquinas condiciones de fortuna, como un soldado de avanzada perdido
para la cultura europea” (en Zeledón, 1998: 248).
Luego, con relación a la cubierta forestal de La Angostura, Polakowsky describe
que “todas las pendientes están cubiertas de espeso bosque primitivo [...] magnífico
panorama es el que se distingue desde la altura de las colinas que lo rodean, hasta el
valle del Reventazón en Angostura: parece como si los árboles estuvieran los unos sobre
los otros y los de encima tuvieran origen en la copa de los de más abajo” (en Zeledón,
1998: 248).
En los meses de enero y febrero de 1882, el Obispo de Costa Rica, Monseñor
Bernardo Augusto Thiel Hoffman, en visita a la región de Chirripó pasó por Ujarrás,
Tucurrique, Atirro y Tuis. El profesor Henry Pittier describe parte de esta gira así:
“El sábado 28 de enero a las 8, se puso en marcha con sus compañeros.
Pasaron por la hacienda de don Francisco Bonilla en Atirro, en donde
almorzaron, y allí se proporcionaron dos caballos. S.S. encontró entre las
piedras del corral una muy preciosa que representaba un antiguo ídolo. El
lugar debe abundar en estas piedras, que en su mayoría representan
divinidades del sexo femenino. En el camino pasaron al lado de los restos
de la antigua iglesia parroquial de Atirro y su panteón. El pueblo de Atirro
se ha extinguido por una peste en el siglo pasado, los sobrevivientes
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fueron trasladados a Ujarrás. Los caminos eran bastante malos, llenos de
lodo, varias veces se quedaron las bestias pegadas en el fango. Como a la
una de la tarde llegamos a la hacienda de Tuis, que pertenece a don
Demetrio Tinoco. S.S. resolvió quedarse en este lugar por estar Pacuare
muy lejos” (Pittier, 1927: 48).
“El camino después del río Pejivalle hasta Atirro es una simple
vereda por entre bosques, y bastante difícil a causa del mucho fango. Las
planicies en que se hallan los potreros del Pejivalle y Atirro, parecen ser
antiguas lagunas formadas por el río Reventazón. Atirro fue una antigua
población de indígenas, desde el tiempo de la conquista española, fue
despoblado y repoblado varias veces, su administración espiritual la ejercía
el mismo cura doctrinero de Tucurrique, pero la insalubridad del clima hizo
huir a sus habitantes, y desde entonces quedó despoblado. El camino de
Atirro a Tuis es plano y se encuentran restos de plantaciones de cacao
abandonadas. Todos estos terrenos están destinados exclusivamente a la
crianza de ganado vacuno. En Tuís hubo también una antigua población de
indígenas que desapareció como la de Atirro, a causa de la insalubridad
del clima” (Pittier, 1927: 55).
Para 1887, según un plano elaborado por Francisco Gallardo, en lo que hoy es el
distrito central se cultivaba cacao, por ejemplo en la finca La Dominica. Al sureste de
dicha finca, entre ésta y el río Turrialba, se encontraba la finca de cacao de Cayetano
Alvarado y Carazo, y otra propiedad de José Ulloa. Al noreste de La Dominica estaba la
hacienda de cacao y potreros del presbítero José Antonio Oreamuno. Al sur del río
Aquiares estaba la también de cacao y potreros de Isidro Oreamuno, padre del suegro del
expresidente don Jesús Jiménez, abuelo materno del prócer don Ricardo Jiménez
Oreamuno. En 1887, la hacienda El Coyol estaba constituida por potreros y pertenecía a
los nietos de don Ramón Jiménez, fundador de la misma y padre de don Jesús. Al sur del
río Turrialba se encontraba El Guayabal, que fue asiento de la estación del ferrocarril y de
la ciudad moderna de Turrialba (Valerio, 1953: 94).
La huelga de los “tútiles”
El 20 de octubre de 1888 se levantaron en huelga los trabajadores italianos
procedentes de la región lombarda de Mantua, que laboraban en la construcción del
tramo de la línea férrea entre Turrialba y Limón. Los “tútiles” —como llamaban los
costarricenses a los italianos— protestaron por lo que consideraron una situación
insoportable: laborar en la cuenca del Reventazón, dadas las condiciones inhóspitas del
lugar, sobre todo en El Guayabal y en Las Animas. Este último que se encontraba mucho
más aislado y donde se suscitaron gran cantidad de problemas, entre ellos, atrasos en los
pagos, mala atención médica, así como mala alimentación que, junto con las duras
condiciones climáticas, hizo que muchos trabajadores enfermaran y algunos murieran
(Aguilar Bulgarelli, 1989: 69).
Una de las principales causas de muerte fue —según Aguilar Bulgarelli— la
disentería, enfermedad producida por la ingestión de agua y alimentos contaminados. El
Guayabal se conocía desde tiempos anteriores por ser prácticamente un pantano, por lo
que la existencia de aguas contaminadas en ese lugar no debió ser extraña.
Es a partir de la década de 1890 que el ferrocarril entra en funcionamiento y pasa
por Turrialba, después de que la obra había sido concluida con el aporte de los
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trabajadores jamaiquinos, traídos para tal efecto. Es a partir de esta fecha que se
intensifican los cultivos en la zona, sobre todo el café y la caña de azúcar, para lo cual se
aprovechó el ferrocarril, para efectos del transporte de los productos hacia el puerto de
Limón y a la Meseta Central.
En 1895, el presidente Rafael Iglesias visitó Turrialba. Antonio Zambrana describe
la Hacienda Aragón en esa gira presidencial y anota: “tiene como 100 manzanas de café
nuevo [...] 150 manzanas de caña de azúcar [...] tiene además 100 manzanas de potrero”
(en González y Zeledón, 1999: 215). La finca Atirro, en 1894, estaba casi toda cultivada
de pasto y tenía 300 cabezas de ganado aproximadamente (Hall, 1991: 98).
En enero de 1894, los profesores Carlos Gagini y José Fidel Tristán visitaron la
finca La Flor, propiedad de Federico Peralta, en el actual distrito de Peralta, al norte del
valle. Tristán (1966: 22) describe el entorno de la siguiente forma:
“después de pasar por magníficos bosques de intensa frescura, salimos a
unos potreros y al fin a una casa de alto [...] aclarando salimos de la casa.
Llegamos a un tupido bosque, dejamos las cabalgaduras y continuamos a
pie. La marcha se hizo pronto muy difícil, los bejucos interrumpían el paso,
las ramas a un lado y otro nos obligaban a trabajar con nuestros cuchillos y
finalmente el terreno suave y fangoso nos obligaba a caminar despacio”.
Es a finales del siglo XIX que arranca la producción agrícola industrial en Turrialba,
en haciendas como Aragón, propiedad de Manuel Aragón y donde —como vimos
anteriormente— se producía café. En 1896, el profesor Pittier realizó mediciones y
pruebas en esa y otras fincas de la zona, y determinó que la baja que se presentaba en la
calidad del café de Tuis y de Turrialba obedecía al desventajoso uso de la sombra en los
cafetales (Pittier, 1901: 157).
En 1899 llegó al país el científico alemán doctor Karl Sapper, quien en compañía
del profesor Pittier, pasó por Turrialba en ruta hacia el Atlántico. Sapper se refiere a la
región de esta forma:
“aquí entramos pronto en la zona de bosques tropicales, húmedos por la
lluvia, y vemos a la sombra de enormes árboles del bosque primitivo, o en
lugares recientemente desmontados, jóvenes cafetos que florecen y se
revisten de hojas verdes, mientras que en el bosque virgen
inmediatamente al lado de ellos, todavía los helechos arborescentes
extienden su soberbio hisopo y lianas leñosas, en atrevidos
enroscamientos, se enredan de unos árboles a otros. Grandioso es el
panorama de la hondonada del valle que se hunde bruscamente recubierta
de verdura a la derecha, en cuyo fondo las aguas del Reventazón
espumosas y blancas se comprimen con fuerza entre bloques de peñas y
orillas escarpadas. Más y más profundamente parece hundirse el ferrocarril
en la estación de Turrialba (630 m) donde se hace un alto de más duración
con el objeto de tomar un refrigerio, se deja el terreno de cultivos de café y
la vía férrea sigue la planta del valle del Reventazón el cual corre largo
tiempo a la derecha del ferrocarril, mientras que a la izquierda se alzan
enormes murallas de rocas de las cuales de cuando en cuando se
desprende tierra y lodo a torrentes que perturban el curso del tren” (en
Zeledón, 1998: 72).
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Como antes dijimos, el siglo XX empezará en Turrialba con una expansión agrícola
industrial que propiciará la declaratoria del cantonato en 1903; otro factor coadyuvante fue
la importancia de Turrialba como paso de tránsito entre la Meseta Central y el Atlántico.
EL SIGLO XX EN EL VALLE DE TURRIALBA
En 1903, Turrialba es declarado Cantón de la Provincia de Cartago (Morrison y
León, 1951: 191). En los primeros años del siglo XX en el nuevo cantón se reporta un
aumento en la producción de café, estimulado en gran medida, por la llegada del
ferrocarril, mientras la deforestación de los bosques aumentaba con fines agrícolas, Hall
(1991: 98) dice que “en la hacienda El Congo, establecida en la ribera sur del Reventazón
en 1910 mediante la compra de varias pequeñas propiedades, la tierra se deforestó en un
promedio de 15 a 20 manzanas por año e inmediatamente fue sembrada de café y caña
de azúcar. En 1924 se construyó un beneficio y ya en 1933 había 110 manzanas de café y
100 de caña”. La misma autora acota que en el Valle de Reventazón y Turrialba, para
1909, había 13 beneficios operando en Aragón, Atirro, Canadá, Pejivalle, Tuis y Aquiares.
Las haciendas pasaban a ser “pequeños pueblos”, con comisariato, iglesia y escuela
(Hall, 1991: 99).
En la segunda década del siglo XX, la producción de azúcar y de café se
concentraba al sur del cantón en las haciendas Aragón, Florencia y Atirro. Las fincas
Florencia y La Susanita eran propiedad —en 1924— de Alberto Pinto Fernández, y
producía café y caña; al sur, colindante con el río Reventazón, había bosque (ANCR,
1924).
Para 1925 la industria bananera toma auge en el cantón, en gran parte por la plaga
de “sigatoka”, que azotó las plantaciones del Atlántico, pero también por la posibilidad de
movilización de los productos en el ferrocarril. En 1927 se cultivaban 9200 acres de
banano en la sección Peralta-Paraíso, pero la mayor parte de esos cultivos se ubicaba en
el cantón de Turrialba (Valerio, 1953: 141). Enfermedades como la “sigatoka” y la
depresión económica de 1935, ocasionaron el colapso en el cultivo del banano, y que dio
paso a la producción de café, cuyo precio era mayor.
En 1935 había en el cantón 874 manzanas cultivadas con caña de azúcar (617 en
el distrito central); existía un ingenio en Aragón y 26 trapiches. En Peralta había 143
manzanas de caña con 10 trapiches; en Santa Cruz 34 con siete trapiches; en Tuis 80
manzanas con seis trapiches (Valerio, 1953: 142). En 1937, en la zona de Peralta, dos de
las fincas más grandes eran La Flor y La Unión; esta última, propiedad de Oscar Sittenfeld
(ANCR, 1937). En 1936 se pavimentó la carretera que comunica a Turrialba con el interior
del país (Morrison y León, 1951: 197).
El caso de la Hacienda Aragón, es de particular interés, porque durante muchos
años fue quizás la finca más conocida del Valle de Turrialba, además de estar ubicada en
el distrito central, lo que la convertía en referente obligatorio. Para 1913, la hacienda era
propiedad de Guillermo Niehaus Ehlers y José Traube Tichy. En un informe a la
Municipalidad de Turrialba, consultado por Solano (1995: 141), Niehaus indica que el
suelo se utilizaba para sembrar caña de azúcar, café, banano y pastos, el resto era
montaña. Había 110 casas, un ingenio, un beneficio y un aserradero con fuerza hidráulica
y vapor. La finca medía 750 hectáreas y 8361 m². En 1920 se instaló un tranvía para
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transportar la caña de los campos al ingenio y luego el azúcar hasta la estación del
ferrocarril (Solano, 1995: 141).
En 1942, el gobierno del Dr. Rafael Angel Caderón Guardia, al haber declarado la
guerra al eje Roma–Berlín–Tokio —en el contexto de la Segunda Guerra Mundial— se
aprestó a confiscar las propiedades de los ciudadanos de dichos países, así como de sus
descendientes, aunque éstos hubieran nacido en Costa Rica. La Hacienda Aragón, en
esos momentos propiedad de los hermanos Willie, Hans y Walter Niehaus Ahrens, fue
intervenida por la Junta de Custodia de la Propiedad de los Nacionales de los Países en
Guerra con Costa Rica (Solano, 1995: 141). En 1943, las tierras de Aragón se dedicaron
en un 42% al cultivo de caña, 29% al cultivo de café y el 29% restante eran potreros y
bosques (Solano, 1995: 141). Con el paso de los años, la hacienda fue disminuyendo su
tamaño hasta desaparecer.
En 1942 dio inicio la gestión del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas
(IICA), organismo de la Organización de Estados Americanos. El IICA, para su
funcionamiento en Costa Rica, se estableció en Turrialba en terrenos donados por el
Estado costarricense, que anteriormente habían sido fincas como Cabiria (200 hectáreas),
parte de la finca Florencia (110 hectáreas) y, curiosamente, parte de la finca Aragón (150
hectáreas) (Solano, 1995: 142). Esos terrenos hoy forman parte del Centro Agronómico
Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE).
Para 1948, las fincas en Turrialba —sobre todo en el distrito central— se
dedicaban al cultivo de café, principalmente al norte del río Turrialba. Este fue el caso, por
ejemplo, de fincas como La Doris, Azul, La Zoila, Aragón y El Mora, que eran propiedad
de Florentino Castro; La Isabel, El Repasto y La Julia, propiedad de la Compañía
Cafetalera de Cartago, así como La Cecilia y El Coyol de Sergio Castro; Florencia de los
Pinto y Atirro de la familia Rojas (Morrison y León, 1951: 193).
En diciembre de 1949 ocurrieron inundaciones como consecuencia de la crecida
de los ríos Colorado y Turrialba, por lo que colapsó parte del puente ferroviario, que había
sido construido 60 años antes. La precipitación calculada fue de 35 pulgadas en 30 horas.
La crecida de los ríos arrastró varias casas ubicadas al margen de éstos, además de
inundar la ciudad (CRRC y NRC, 1953: 141). En estos años también funcionaba en
Turrialba la Estación Cooperativa Experimental del Hule (La Hulera), establecida por el
Departamento de Agricultura de los Estados Unidos de Norteamérica, para llevar a cabo
investigaciones sobre el cultivo del hule o Caucho hevea (Valerio, 1953: 131). En 1974, el
Estado de Costa Rica adquirió la finca de La Hulera, para que la Universidad de Costa
Rica estableciera la Sede Universitaria del Atlántico (Caamaño, 1975: 35).
El desarrollo del valle corrió durante muchos años paralelo al del ferrocarril y,
posteriormente, al de la carretera al Atlántico, que pasa por la ciudad de Turrialba. La mala
administración del transporte ferroviario, y los intereses en su contra dentro del sector
privado del país, hicieron que este fuera suprimido por parte del Estado, a mediados de la
década de los años 1980; el cantón perdió primero el servicio de transporte de pasajeros
que se desplazaban entre las comunidades locales por medio del tren, por ejemplo:
Florencia, Animas, Jesús María y Peralta. Perdió, además, el transporte de carga, que
provocó un aumento en los costos de producción, debido al encarecimiento de los fletes
en camiones y furgones, en vez de vagones ferroviarios. Otro aspecto que perjudicó a
Turrialba fue la apertura de la carretera Braulio Carrillo, a partir de la segunda mitad de la
década de 1980. Esta carretera lleva a Limón por Guápiles y perjudicó enormemente al
comercio turrialbeño, sobre todo al de servicios, al no haber tránsito de pasajeros y
camioneros en ruta hacia el Atlántico y viceversa.
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En los últimos años ha habido en Turrialba una pequeña mejoría en las
condiciones laborales, por el establecimiento de algunas fábricas ensambladoras de
productos para la exportación. Asimismo, el Instituto Costarricense de Electricidad, al
construir una planta hidroeléctrica en la zona de La Angostura, por un tiempo dio trabajo a
cientos de turrialbeños, con lo que — en gran medida— desahogó la economía de la
zona. El Proyecto Hidroeléctrico Angostura vino a cumplir uno de los sueños de
consolidación, que tanto añoraron costarricenses y extranjeros en sus intentos de
colonización malogrados, por las dificultades que tuvieron para establecerse en la región.
El proyecto hidroeléctrico —del cual esta investigación es parte— fue inaugurado en
diciembre del año 2000, y es —después del ferrocarril— la obra civil más trascendente en
el cantón de Turrialba en los últimos 110 años, y la más importante del cantón en este
momento.
COMENTARIO FINAL
Turrialba, a partir de la Colonia, constituye un verdadero microcosmo histórico, que
muestra una dinámica muy propia, con fluctuaciones que van de lo inocuo a lo crucial.
Durante la Colonia, el Valle de Turrialba fue considerado como el “patio de atrás” de
Cartago, en el Valle del Guarco, como lo era la Provincia de Costa Rica en relación con la
Capitanía de Guatemala. Temprano, en la Era Republicana, ocurre en Turrialba el
desarrollo de la agroindustria y en la producción de caña de azúcar se alcanzan niveles
sobresalientes a escala nacional. El inicio de la concentración urbana, así como de los
comercios y servicios en el poblado central, se dio a raíz del paso por la zona del
ferrocarril al Atlántico, que puede considerarse el proyecto de ingeniería civil más
complejo construido en Costa Rica hasta la segunda mitad del XX. En la década de los
años 1920, Turrialba pasa por un efímero período bananero, que representó un verdadero
fiasco financiero. El ferrocarril sucumbió en el último cuarto del siglo XX y Turrialba quedó
relegada a una zona de paso en la vital carretera auxiliar hacia Limón. En nuestros días,
las empresas de ensamblaje fabril y de turismo tocan tímidamente el bienestar económico
de la población de Turrialba. Sin embargo, al inicio del siglo XXI, Turrialba figura a nivel
nacional, cuando la energía capturada del río Reventazón, a su paso por la zona, sirve a
gran parte de la nación y se vuelve factor crucial para la vida de los costarricenses y para
su futuro desarrollo.
AGRADECIMIENTOS
Para la elaborar este capítulo se contó con la valiosa colaboración de las
estudiantes de antropología Abigail Velásquez P., durante el trabajo de campo en
Turrialba, y Ariana Araujo R. en la traducción de algunos artículos. Quiero agradecer
también la colaboración de la Biblioteca Hector Gamboa P. del Museo Nacional de Costa
Rica, que me permitió el acceso a algunas de las fuentes consultadas. A la Fundación
Museo Nacional – Anastasio Alfaro, por su ayuda para reproducir la información en
fotocopias. Por último, mi gratitud a Ricardo Vázquez L. por su importante aporte en todo
lo relativo a la corrección de estilo, revisión de citas y adecuación editorial.
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