NUEVA ESTRUCTURA SOCIAL EN HISPANO

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NUEVA ESTRUCTURA SOCIAL EN H I S P A N O A M É R I C A D E S P U É S D E LA I N D E P E N D E N C I A
Por M a r í a d e l C a r m e n
Velázquez
Al finalizar el dominio español en América las sociedades coloniales
estaban integradas, en variada proporción, según se estudie el virreinato del Río de la Plata, el del Perú, el de Nueva Granada o el de
México, o las capitanías generales de Chile o Venezuela, por una gran
masa de indígenas, un número menor de mestizos o castas, aún menos
criollos y una minoría de peninsulares. La base indígena de esta pirámide social fue muy amplia y vasta en el Perú, México y Guatemala
y menos imponente en Buenos Aires o el Brasil. Pero aunque ciertamente el número de componentes de cada grupo racial varíe según la
región, las relaciones de dependencia e interacción entre cada uno de
ellos pueden considerarse válidas para todas las colonias españolas y el
Brasil.
Cada sector de la sociedad colonial había tenido a su cargo, por así
decir, determinadas tareas de la vida económica, política y social. A la
raza conquistada, los indios, le tocaba el trabajo rudo y servil; a la
conquistadora, Jos peninsulares, la gubernativa y de empresa. Esta
ordenación social que quedó establecida en varios códigos en el siglo
XVI empezó a no ser fácilmente aplicable al finalizar el XVIII, debido, en buena medida, al aumento de la población procreada en las
colonias1.
Al empezar el siglo XIX los españoles nacidos en América, como lo
advirtió el barón de H u m b o l d t , se llamaban a sí mismos españoles
americanos para diferenciarse de los peninsulares2, y los indios que se
habían mezclado con españoles y africanos, habían producido los
El Prof. Magnus M ö m e r ha dedicado mucha atención al estudio del mestizaje en Hispanoamérica. Véase: El mestizaje en la historia de Ibero-América, México
1961 (Instituto Panamericano de Geografía e Historia) y del mismo, The History
of Race Relations in Latin America: Some Comments on the State of Research, Institute of Latin American Studies, School of International Affairs, Columbia University (Sobretiro de Latin American Research Review, 1—3, 1966).
2
) Luis G o n z á l e z , El optimismo nacionalista como factor de la independencia en México, en: Estudios de historiografía americana, México 1948, pp.
153—215, describe lo que los criollos pensaban de sí mismos y de su mundo.
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grupos híbridos de mestizos y castas, nuevos componentes de la sociedad que no se sabía bien dónde colocar, como lo advirtieron los virreyes Bucareli y Revillagigedo3.
Así es que por ambos extremos, en la base y en la cúspide, las sociedades coloniales presentaban novedades que reclamaban un cambio
en la estructura formal que la corona española había determinado para
ellas.
Las guerras de independencia proporcionaron a los hispanoamericanos la oportunidad de ensayar una nueva estructura social4.
Todos los historiadores están de acuerdo en que fueron los criollos
quienes hicieron la independencia de las colonias europeas en América.
Empezaron los angloamericanos, en 1776; les siguieron los hispanoamericanos, para terminar los lusoamericanos.
La excepción en la lucha libertaria de América es la porción francesa, empezando por Haití, en donde la independencia la llevaron a
cabo los africanos, mulatos y mestizos, descendientes de aquéllos lleva-
' ) En su erudito estudio Social Structure and Social Change in New Spain, en:
Hispanic American Historical Review, XLIII—3 (agosto 1963), pp. 349—370, L. N.
M c A l i s t e r señala que al empezar el siglo X I X varios antropólogos amateurs
construyeron elaboradas taxonomías y cita a sus autores. Sin embargo, para los
fines prácticos del gobierno, las autoridades españolas distinguían solamente tres
grupos: blancos, indios y castas. "Ya dijimos [dice el obispo electo de Midioacán,
Manuel Abad y Queipo] que la Nueva España se componía con corta diferencia de
cuatro millones y medio de habitantes, que se pueden dividir en tres clases: españoles, indios y castas", en: Obras sueltas de José María Luis Mora, ciudadano mexicano, 2a. ed., México 1963, p. 204.
4
) Util sería poder distinguir en qué medida las promesas con que los primeros
insurgentes conmovieron a la sociedad colonial pudieron cumplirse. Francisco d e
M i r a n d a , en su manifiesto a los habitantes de Coro, decía: ". . . que los buenos
e inocentes indios, así como los bizarros pardos y morenos libres crean fervientemente que somos todos conciudadanos y que los premios pertenecen exclusivamente
al mérito y a la virtud, en cuya suposición obtendrán en adelante infaliblemente las
recompensas militares y civiles, por su mérito solamente sin distinción de castas".
Proclama d e M i r a n d a fechada en Coro a 2 de agosto de 1806, en Documentos
mirandinos, Caracas 1950, p. 74. Cf. Asimismo, Alfonso G a r c í a R u i z , Ideario
de Hidalgo, México 1955. En el artículo 12 del Plan de Iguala, Agustín d e 11 u r b i d e asentó: "Todos los habitantes de la Nueva España, sin distinción alguna de
europeos, africanos, ni indios, son ciudadanos de esta monarquía con opción a todo
empleo, según su mérito y virtudes" (p. 187). En sus Memorias, escritas en 1823, ya
se refiere a la realidad y no a los ideales: "Los americanos deseaban la independencia; pero no estaban acordes en el modo de hacerla, ni el gobierno que debía
adoptarse: en cuanto a lo primero, muchos opinaban que ante todas cosas debían
ser exterminados los europeos, y confiscados sus bienes; los menos sanguinarios se
contentaban con arrojarlos del país, dejando así huérfanas un millón de familias;
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Mari» del Carmen Velázquez
dos a Santo Domingo por los propietarios europeos, en su mayoría de
origen francés.
También es cuestión aceptada por un gran número de escritores que
las guerras de emancipación se hicieron con el objeto de liberarse del
gobierno español y de fe preponderancia de los europeos5.
Tanto los que iniciaron la independencia (por ejemplo, Pedro Murillo en el Alto Perú, hoy Bolivia, José Gervasio Artigas en Montevideo, Marino Moreno en Buenos Aires, Miguel Hidalgo en México)
y que no tuvieron la fortuna de ver recompensados sus esfuerzos, como
los que consumaron la independencia (Agustín de Iturbide, José de San
Martín y Simón Bolívar), todos ellos criollos, se declararon enemigos
de los peninsulares y los combatieron hasta vencer, no obstante sus
relaciones personales con ellos, anteriores al conflicto.
Destituidos los peninsulares de sus privilegios y preeminencias, el
grupo como tal se deshizo; unos murieron durante la guerra, otros (los
que pudieron) volvieron a España, algunos se refugiaron en Cuba y
otros mis moderados los excluían de todos empleos, reduciéndolos al estado en que
ellos habían tenido por tres siglos a los naturales; en cuanto a lo segundo, monarquía
absoluta moderada en la constitución española, con otra constitución, república federal, central, etc.; cada sistema tenía sus partidarios, los que llenos de entusiasmo se
afanaban por establecerlo" (p. 401). "Aquellos [algunos diputados idólatras] fueron
mis enemigos porque estaban convencidos de que jamás me reducirían a contribuir
al establecimiento de un gobierno que a pesar de sus atractivos no conviene a los
mexicanos (nota 12). La naturaleza nada produce por saltos, sino por grados intermedios. El mundo moral sigue las reglas del mundo físico, Querer pasar de un
estado de abatimiento repentinamente cual es el de la servidumbre, de un estado
de ignorancia como el que producen trescientos años sin libros, sin maestros, y
siendo el saber motivo de persecución : querer de repente y como por encanto
adquirir ilustración, tener virtudes, olvidar preocupaciones, penetrarse de que no
es acreedor a reclamar sus derechos el hombre que no cumple sus deberes, es un
imposible que sólo cabe en la cabeza de un visionario. [Cuántas razones se podrían
exponer contra la soñada república de los mexicanos, y qué poco alcanzan los que
comparan a lo que se llamó Nueva España con los Estados Unidos de América!
Las desgracias y el tiempo darán a mis paisanos lo que les falta : ojalá me equivoque!». El Libertador. Documentos selectos de D. Agustín d e I t u r b i d e . Colegidos por el P. Mariano C u e v a s , México 1947. Años después, en su Historia
de México, se quejaría Lucas A 1 a m á η de que los legisladores mexicanos habían
procedido sin consideración ninguna a la diversidad de clases de habitantes del
país, su número relativo y su distribución γ consideraría que esa omisión había dado
ocasión a graves errores. Cf. (ed. 1942), I, p. 37. Se pueden encontrar muchos otros
ejemplos que muestran el cambio efectuado entre la iniciación y la consumación
de la independencia. La exposición que hago del problema se ajusta a la actitud
de los hispanoamericanos recién independizados, quienes tuvieron que dar a la
anarquía social un tratamiento pragmático.
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Puerto Rico y los demás tuvieron que adoptar la nueva ciudadanía.
Por otra parte la salida de españoles de las colonias americanas no se
detuvo con la consumación de la independencia. En México, por ejemplo, se dictaron órdenes de expulsión de españoles en 1827 y 1829.
Puede decirse, entonces, que al iniciarse la tercera década del siglo
X I X en Hispanoamérica los criollos habían quedado dueños de la
situación.
¿Quiénes formaban ese grupo criollo que ganó la independencia y
que se dispuso a iniciar una vida nueva en las antiguas colonias de
España ?
A casi siglo y medio de distancia sigue siendo difícil verlos como un
grupo compacto y coherente por sus medios de vida y su comportamiento. Conviene estudiarlos sólo como la generación nacida en América que intervino en las guerras de independencia y que sobrevivió
hasta la mitad del siglo.
Algunos textos de historia inician la narración de la vida independiente con el gobierno de la «oligarquía» criolla. Se entiende bien este
término si aceptamos instalarla en el lugar que en el pasado inmediato,
en las sociedades americanas, había ocupado la oligarquía peninsular.
Pues en los años en que se efectuó la sustitución sucedieron varias cosas
imprevistas que la hicieron posible; por una parte los libertadores,
para deshacerse de los peninsulares, se enfrentaron al gobierno español
declarando que deseaban convertir las sociedades americanas jerarquizadas en sociedades en donde todos los hombres tuvieran iguales
derechos y oportunidades, es decir querían romper los viejos moldes
monárquicos para transformar las colonias en repúblicas representativas y federales. La posibilidad de acabar con una vida rígida y reglamentada, que esto era lo que parecía significar el sistema monárquico,
atrajo a muchos individuos a las filas insurgentes y pudo por tanto
tener cxito la separación de España. Por otra parte, la misma guerra
produjo una movilidad social que hasta entonces había estado prohibida y reprimida. Cualquier individuo podía tomar las armas, lanzarse
a la revolución y si tenía éxito, obtener reconocimiento social, muchas
veces, por encima de su condición social colonial. Pero tanto la transformación jerarquizada de la sociedad como las oportunidades de iniciar una nueva vida social disminuyeron mucho con la consumación
de la independencia. Al tomar el lugar de los gobernantes peninsulares
los criollos no encontraron otra manera de organizar la vida indepen-
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diente que, «en el entretanto» o «mientras» se cumplían los atrayentes
idearios liberales, operar con las tradicionales relaciones entre los diferentes elementos de la sociedad5.
En cuanto al gobierno político-administrativo, que es al que se refieren las historias nacionales, por lo general, hay que advertir solamente,
para nuestro propósito, que durante las guerras de independencia se
anularon muchas de las disposiciones españolas que hicieron de la
burocracia colonial un instrumento efectivo de gobierno. Quedó en
pie en los nuevos países, sin embargo, la maquinaria administrativa,
aunque sin el movimiento y la intención que le habían impreso los
buenos funcionarios borbónicos®. A la salida de virreyes, capitantes generales, oidores, arzobispos, etc., entraron a ocupar sus lugares los
criollos «aspirantes», quienes por una parte no tenían la experiencia
administrativa y por otra luchaban con una burocracia que no estaba
hecha para sus propósitos. Esta historia político-institucional, por otra
parte, es la que más cultivadores ha tenido y es conveniente no olvidarla como situación de hecho en la que se desenvuelve el nuevo grupo
dirigente.
El grupo que se destaca más claramente dentro de la oligarquía
criolla, el que proporciona a los escritores los agentes de la historia
nacional, es el de los jefes que ganaron la guerra de independencia y
se convirtieron en los primeros gobernantes de los nuevos países. Se
pueden citar sin mayor esfuerzo algunos muy notorios: Agustín de
Iturbide, Guadalupe Victoria, Anastasio Bustamante y Antonio López
de Santa Anna en México, Francisco Morazán y Rafael Cabrera en
Centroamérica, Juan José Flores y Vicente Rocafuerte en Ecuador,
Bernardo O'Higgins y Ramón Freire en Chile, Agustín de Gamarra,
Andrés de Santa Cruz y José de la Mar en Perú y Bolivia, el famoso
doctor Francia en el Paraguay y el no menos famoso Juan Manuel de
Rosas en Buenos Aires.
Todos ellos participaron en una forma u otra en la ludia por la
e
) Cf. Las actas de independencia de América. Edición y nota preliminar de
Javier M a 1 a g ó η. Estudio de Charles C. G r i f f i n , Washington, D. C. MCMLV.
e
) Recuérdese a propósito de esta situación los comentarios del Dr. M o r a ,
quien decía : «La voz r e p ú b l i c a vino a substituir a la de I m p e r i o en la
denominación del país ; pero una y otra eran poco adecuadas para representar,
mientras se mantuviesen las mismas instituciones, una sociedad que no era realmente
sino el v i r r e i n a t o de Nueva España con algunos vagos deseos de que fuese
otra cosa». Obras sueleas de José María Luis Mora, cit., p. 5,
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emancipación de sus lugares de origen o de adopción. Sin embargo, de
todos ellos apenas alguno puede llamarse militar profesional, esto es,
apenas se encontrará alguno que haya entrado a la guerra de independencia como cadete dado de alta en un cuerpo militar, español o
americano.
Pocos fueron los militares españoles de carrera que quisieron quedarse en América a servir en las filas de los ejércitos nacionales. En el
Perú, después de la batalla de Ayacucho, considerada como el final de
la dominación española en América, se les dió pasaporte a los generales,
jefes y oficiales capitulados para marchar a la costa con el objeto de
embarcarse para su patria.
Es bastante fácil averiguar que en México los oficiales de los ejércitos nacionales se iniciaron en las guerras de independencia como
milicianos7.
De éstos, los que tenían mayor experiencia en el arte la guerra fueron
los que habían servido en las «fronteras indias», en esa lucha intermitente y azarosa que hoy llamaríamos guerra de guerrillas.
En esta clase quedaría Antonio López de Santa Anna, quien, como
es sabido, inició su carrera militar combatiendo a los indios de Texas.
A los oficiales milicianos, que, en su mayoría, empezaron la guerra
en los ejércitos realistas y la terminaron en los que lograron la independencia, se suman los que podríamos llamar con más propiedad insurgentes8. Estos fueron pequeños o grandes propietarios, rancheros o
estancieros como los famosos «treinta y tres orientales» aquellos hacendados patriotas que en 1825 recuperaron la Provincia de la Banda
Oriental, hoy Uruguay, de manos de los brasileños.
Durante los diez o quince años que duraron las guerras de independencia se consolidaron los ejércitos nacionales, mediante la fusión de
los cuadros milicianos provinciales que había establecido el gobierno
i) Cf. Alejandro V i l l a s e ñ o r y V i l l a s e ñ o r , Biografías de los héroes
y caudillos de la independencia, México 1910, 2 vols.
β
) « Entre la gente acomodada del campo, la idea de la Independencia halló
tan buena acogida, que numerosos fueron los individuos de esa clase que dejando
sus bienes, sus intereses y su tranquilidad, se lanzaron a la revolución, donde la
mayor parte de ellos encontraron la muerte. De esa clase salieron los Bravo, los
Galeana, Trujano, Ayala, Aranda, López, Guerrero, Moreno, los Ortiz, los Villagrán y otros muchos que prestaron importantes servicios a la causa de la Patria y
dieron mucho qué hacer a las autoridades y a los ejércitos realistas. De todos los
de la primera época el mis notable fue el famoso caudillo guanajuatense Don José
Antonio Torres », V i 11 a s e ñ o r , op. cit. I, p. 133.
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en la segunda mitad del siglo XVIII y la participación de los patriotas
hispanoamericanos. Estos dieron la razón de ser a un ejército apremiados por la necesidad de adquirir un instrumento de lucha para
llevar a cabo la emancipación.
Parece, pues, que los jefes militares republicanos y los comandantes
de campaña insurgentes se encontraron y formaron cuerpo durante la
lucha por la emancipación. Desde 1808 hasta 1824 convivieron en
grandes y pequeñas campañas individuos que en la vida diaria habían
tenido intereses muy distintos y cuyos medios de vida no eran los
mismos, con la esperanza de lograr la independencia y la libertad. Para
todos ellos la guerra fue una enseñanza: en ella aprendieron a mandar,
a imponerse por la inteligencia o la astucia; practicaron por primera
vez la estrategia y la diplomacia, descubrieron el arte de gobernar, sus
sinsabores, pero también sus deleitosas satisfacciones. El apetito de
mando se despertó con tal fuerza en los militares triunfantes, que llegó
a ser la razón de su vida, a cuyo logro todo lo sacrificaron: sólo así se
explican ciertos extremos que conoce nuestra historia®.
En pocos años se olvidaron aquellas memorables palabras de Bolívar: «que los soldados de la libertad no serían menos fieles soldados
de la moral y de la civilización». Sucedió lo que un residente de la Paz
pronosticaba en 1808: «En la América Meridional y Septentrional
todos han de querer gobernar y ninguno obedecer»10.
Durante la guerra, una forma de estimular y premiar al ejército
insurgente fue adjudicar a sus oficiales las propiedades de los realistas;
y al término de ella «comenzó la entrega de tierras a quienes con las
armas en la mano habían realizado la emancipación, especialmente a
») El abuso del poder es un viejo tema que ya preocupó a M o n t e s q u i e u .
Recuérdese su comentario : « La démocratie et l'aristocratie ne sont point des Etats
libres par leur nature. La liberté politique ne se trouve que dans les gouvernements
modérés. Mais elle n'y est que lorsqu'on n'abuse pas du pouvoir ; mais c'est une
expérience éternelle que tout homme qui a du pouvoir est porté à en abuser ; il
va jusqu'à ce qu'il trouve des limites, Qui le diroit! la vertu même a besoin de
limites ». Œuvres complètes des M o n t e s q u i e u . De l'esprit des lois, Paris 1955,
3 vols., II, p. 61. Antonio López de Santa Anna, quien tan prominentemente figuró
en el grupo de los criollos, decía : « El poder absoluto es una tentación perpetua
para el que lo ejerce, y un escollo en que han fracasado ciudadanos venerables por
sus servicios, y a los cuales había preparado la historia páginas de gloria y honor...»
Los presidentes de México ante la Nación, México, Editado por la XLVI Legislatura
de la Cámara de Diputados, 1966, 5 vols., I, p. 259.
i») Documentos de la Revolución de 1809, III, La Paz 1954, p. 202.
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los caudillos más destacados: José Antonio Páez, los hermanos Monagas, Santiago Marino, etc.», dice un historiador venezolano11.
Tomar el lugar prominente que habían tenido los peninsulares quería decir para unos criollos afirmar su dominio sobre los bienes que
poseían y para otros adquirir las tierras que dieron prestigio y poder
a los españoles. Un escritor brasileño asienta que vivir en el campo,
ser señor de hacienda o estancia ennoblecía. En Chile, los mayorazgos
gozaban de tanto prestigio social y fueron tan poderosos, que dominaron la sociedad durante las primeras décadas de vida independiente y
lograron mantener sus privilegios aristocráticos en la república hasta
1852. La vida patriarcal, en la cual el amo tenía todos los derechos y
recibía el homenaje y los servicios de sus trabajadores, placía en extremo a los hispanoamericanos.
Compuesto de criollos estuvo también el grupo de abogados y clérigos, esto es, el de los ideólogos de la revolución12. En cada colonia hay
un número impresionante de estos hombres ilustrados y razonadores
que a pesar de tantos trastornos ocasionados por la guerra y por la
anarquía después, parecen haber vivido alejados de la realidad, dedicados sólo a impulsar los ideales del siglo de las luces11.
Los que redactaron las primeras constituciones en cada país discutían en sesiones interminables la conveniencia de adoptar tal o cual
medida para el bien público, entusiasmados por la oportunidad que se
les presentaba de elaborar las mejores y más adelantadas leyes para
organizar la sociedad14.
Hubo abogados como Andrés Quintana Roo en México, Mariano
Egaña en Chile, Bernardo Monteagudo en el Perú, Manuel Belgrano
en Buenos Aires, que aconsejaron e inspiraron a los gobernantes mili" ) Federico B r i t o F i g u e r o a , Historia económica y social de Venezuela,
Caracas 1966, 2 vols., I, pp. 218—219.
« Pasados los primeros días de la revolución, en que los militares abundaban,
quedaron al frente de la revolución labradores, abogados y sacerdotes, éstos en
inmensa mayoría, y los segundos en una cantidad bastante apreciable y muy cercana
a la de los últimos », V i 11 a s e ñ o r , op. cit., II, p. 313.
ls
) Los recientes estudios de Mario G ó η g o r a , Pacto de los conquistadores
con la corona y la antigua constitución indiana : dos temas ideológicos de la
¿poca de la independencia, Buenos Aires 1965, y de Francisco Eduardo T r u s s o ,
El Derecho de la Revolución en la emancipación americana, Buenos Aires 1964, son
muestra de algunos de los problemas que preocuparon a los criollos independentistas
al querer separarse de la metrópoli.
!*) Cf. Ernesto d e l a T o r r e V i l l a r , La constitución de Apatzingán y
los creadores del estado mexicano, México 1964, p. 64 y ss.
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tares de manera decisiva. Asimismo clérigos batalladores como Fray
Servando Teresa de Mier en México, o Juan Ignacio Gorriti o el Deán
Funes en Argentina que propusieron reformas y estudiaron los problemas nacionales a la luz de la filosofía política liberal.
Sabemos que para los obispos y arzobispos la revolución de independencia fue una prueba muy dura. La vida llena de preocupaciones
y sinsabores del obispo de Michoacán, Don Manuel Abad y Queipo, es
ejemplo de las tribulaciones de un eclesiástico consciente y responsable.
Muchos sacerdotes, estrujados entre su misión de paz y concordia
y la crueldad de la guerra, no acertaban a dirigir sufridamente a los
fieles.
Sus funciones de pastores de una grey se veían alteradas asimismo
por la tendencia de la época de secularizar muchas de las funciones que
ellos habían tenido encomendadas15. La Santa Sede, por su parte, les
instaba a ser fieles al gobierno español, tanto en la bula de 1816 como
en el breve de 1824. Pero era difícil sustraerse a lo que pasaba a su
alrededor, y, como sabemos, muchos eclesiásticos sentían simpatía por
los programas insurgentes18. Ellos también, independientemente de su
fidelidad al dogma católico, tuvieron que enfrentarse al problema de
la escisión política y por ello se habla de las tendencias nacionales y
ultramontanas del clero. La justicia y la conveniencia de los idearios
liberales los acercaban a los varios grupos criollos de la sociedad laica
y los identificaban con ellos. Comprometidos por los intereses que los
habían llevado a tomar partido, los eclesiásticos criollos se fueron
vinculando a la política de los criollos preponderantes en la vida nacional, unas veces para defender sus intereses, otras para perseguir
ideales o proponer soluciones. Ejemplo ilustre de una vida de eclesiás-
I B ) Véase el panorama que presenta Ernesto d e l a
T o r r e V i l l a r , La
Iglesia en México, de la Guerra de Independencia a la Reforma, Notas para su
estudio, en : Estudios de Historia moderna y contemporánea de México, I, México
1965, pp. 9 - 3 4 .
M) Antes de las guerras de independencia algunos clérigos fueron acusados de
« liberalismo », otros de economistas y legalistas. Clérigos y religiosos participaron
en conspiraciones para hacer la Independencia. Puede haberlos movido a la acción
el factor ideológico-político. Al iniciarse la guerra de independencia la porción
mayor y más principal del clero de Nueva España se opuso a ella. Hubo, sin
embargo quien la considerara justa. En la última parte de la guerra, el clero ayudó
preeminentemente a la consumación de la independencia. Cf. José B r a v o
U g a r t e , El clero y la independencia. Factores económicos e ideológicos, en:
Abside, X V - 2 (abril-junio 1951), pp. 199-218.
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tico de estos años es Ja del doctor Pedro Antonio Torres, capellán de
Simón Bolívar y después obispo de Popayán.
México se fue quedando sin obispos en los primeros años de vida
independiente. En 1829 no había ninguno en el país. Dos años después,
en 1831, el papa Gregorio XII proveyó las sedes vacantes de México,
Guadalajara, Puebla, Michoacán, Durango, Linares y Chiapas, confirmando para ellas a obispos nacidos todos en México.
A pesar de ser los abogados y los eclesiásticos quienes mejor conocían el ideario liberal y quienes se empeñaron en las reformas más
significativas para transformar la sociedad, carecían de fuerza política
para llevar a cabo sus programas de renovación. Los criollos ilustrados,
de tanto razonar, olvidaron la realidad. Habían vivido en un mundo
culturalmente ajeno a las masas populares; lo que ellos proponían para
los nuevos estados sólo entre ellos era comprensible.
Anteriormente y durante la guerra de independencia algunos eclesiásticos, como José María Morelos, movidos por su caridad cristiana
y la filantropia ilustrada, pudieron acercarse al pueblo; pero más tarde
eclesiásticos y abogados, apurados por la necesidad de introducir el
nuevo orden, no supieron cómo establecer las nuevas ligas con los
grupos ignorantes y destituidos. De ahí que formaran grupos y partidos, asociándose con los militares, en quienes encontraban más afinidad, y en quienes sus planteamientos teóricos para llevar adelante los
planes de reorganización social parecían despertar algún eco. Se creó
de esta manera, en el grupo criollo, una dependencia entre el militar
afortunado y los diferentes intereses particulares de otros criollos. Por
virtud de las circunstancias, el comandante militar se convirtió en el
portavoz, unas veces de los intereses de su propio grupo de terratenientes, otras de los del clero, otras de los del grupo de abogados, ya del
progreso, ya de la reacción.
Al grupo criollo pertenecían también algunos comerciantes y artesanos que se habían iniciado en las actividades económicas en las postrimerías del gobierno colonial. Siendo recientes sus intereses, su posición
en la sociedad no era ni muy fuerte ni muy segura. Para ellos la vida
independiente fue la quiebra de su fortuna.
Al historiador le asombra ver cómo este grupo se pierde al iniciarse
la vida independiente. Algunas explicaciones a este situación son las
siguientes. Existía un evidente atraso técnico en Hispanoamérica si la
comparamos con los avances de Europa y los Estados Unidos, y esto
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a pesar de que, al iniciarse las guerras de independencia, ya se hacían
intentos por modernizar los talleres artesanales y las explotaciones
mineras. Sabemos que ciertos empresarios mexicanos querían comprar
máquinas despepitadoras para limpiar el algodón, y bien conocidos
son los experimentos que se llevaban a cabo con éxito en el Real Seminario de Minería para mejorar la explotación de las minas.
En conjunto, sin embargo, los documentos coetáneos revelan que
por muchas razones y motivos la vida económica de la época se desarticuló: trabajadores que se incorporaron en los ejércitos, pérdidas materiales importantes, interrupción de las comunicaciones... Pero quizá
lo que dispersó más efectivamente a los comerciantes y empresarios
criollos fue la declaración del comercio libre que todas las colonias
hicieron al iniciarse la revolución.
Los hispanoamericanos habían reclamado a España el derecho de
comerciar sin trabas con otras naciones. N o querían reglamentación de
ninguna especie, y creían firmemente que su riqueza aumentaría
abriendo los puertos americanos al tráfico con todas las naciones.
Cuando libremente lo pudieron hacer, la avalancha de comerciantes
extranjeros que se les vino encima destruyó las pretensiones del grupo
criollo. Difícilmente podían competir con el capital inglés o francés
y con las manufacturas de naciones que llevaban años de experiencia.
Los capitales peninsulares se perdieron o emigraron a España. N o
había manera de hacerlos pasar a manos criollas, como había sucedido
con las tierras de las haciendas.
Alrededor de 1836 escribía Bulloch: «Las vastas regiones de la
América del Sur ofrecen ventajas comerciales a todos los gobiernos
suficientemente hábiles para perseguirlas»; y también: «Inglaterra correría menos peligros en una guerra con España que renunciando a sus
ligas con las nuevas potencias americanas»17. Ingleses principalmente,
pero también otros extranjeros, empezaron a proveer a Hispanoamérica de todo aquello que antes habían enviado los españoles, y a ofrecerle todas las novedades de que una época de manufacturas podía
disponer.
Asimismo barcos ingleses, franceses y norteamericanos, (pues poco
a poco languidecieron los astilleros hispanoamericanos) empezaron a
17
) Cie. por Jacques H e e r s , Les relations commerciales entre la France et le
Mexique au lendemain de l'indépendance, (1821—1837) en : Revista de Historia
de América, núm. 48 (1959), pp. 445-484, p. 445.
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transportar las materias primas que la industria europea requería, ya
que ninguno de los nuevos países contaba con una marina mercante18.
El resultado del fracaso de los comerciantes y empresarios criollos fue
que un nuevo imperialismo anónimo y poderoso se fue adentrando en
Hispanoamérica, disputando a los criollos la posesión de las fuentes de
riqueza que antes habían monopolizado los españoles. Inclusive los
préstamos que antes proporcionaban los ricos comerciantes de los Consulados o los ricos mineros tuvieron que ser negociados por los gobiernos independientes con los extranjeros y en el extranjero. Así vemos
que en la tercera década del siglo XIX todos los hispanoamericanos
contratan empréstitos en Inglaterra e inician con ello la carrera de la
deuda extranjera.
La situación de los artesanos corrió pareja a la de los comerciantes.
Ya desde fines del siglo XVIII los déspotas ilustrados habían querido
acabar con las asociaciones gremiales por considerarlas cosa del pasado
medieval. La libre empresa, la libre competencia y la libre contratación, todos presupuestos del liberalismo político y económico, sirvieron
a los criollos ilustrados para atacar fuertemente a los gremios y cofradías en Hispanoamérica en los momentos en que los europeos buscaban mercados. Los dueños de talleres y los artesanos vinieron a menos y tuvieron que cambiar de oficio.
Atendiendo a este examen de las clases sociales hispanoamericanas
podemos suponer que, por efecto de las guerras de independencia, una
pierde su preeminencia y otra se fortalece grandemente. Encontramos
entonces que en las nuevas repúblicas, militares, abogados y eclesiásticos criollos forman la espuma de la sociedad. ¿Quiénes quedaban
sujetos a su política, sus intereses económicos y sus modos de vida?
El grueso de la sociedad lo formaban las clases populares, esto es,
una gran cantidad de indígenas, mestizos y africanos.
Los africanos, en buena parte esclavos, fueron liberados en México,
Centroamérica, Chile y Buenos Aires durante la revolución de Inde18
) Quizá haya que considerar también el hedió de que el comercio español
beneficiaba en primer lugar a los españoles ; plata, oro, colorantes, productos
medicinales, cueros adúcar, cacao se producían y salían de Hispanoamérica para
que los aprovecharan los europeos por el conducto de España. Una vez cortada
la dependencia, el grupo de comerciantes perdió todo sostén y apoyo en el Nuevo
Mundo. Los nuevos países no querían vender a España, y la antigua metrópoli no
quería tratar con súbditos rebeldes. El consumo interior hispanoamericano apenas
se interesaba por una mínima parte de los productos de exportación.
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María del Carmen Velizquez
pendencia, y las primeras leyes nacionales de esos países confirmaron
la abolición de la esclavitud. En Venezuela, Colombia y Ecuador la
esclavitud duró hasta mediados del siglo, y en Brasil hasta 1888, en
las postrimerías del gobierno imperial. La facilidad para la manumisión dependió del número de esclavos que habitaban el país. En
aquellos que miran al Atlántico, Venezuela, Cuba y Brasil, en la zona
tropical, la libertad de los africanos suscitó muchos problemas. En
general, sin embargo, por efecto de las ideas que entonces circulaban
en el mundo, se puede decir que desde el principio de la vida nacional,
hubo un repudio, por parte de los insurgentes, hacia la esclavitud del
negro o del indio como institución social. Desde luego el tráfico negrero quedó abolido, por la misma España en 1820 y por Brasil un
poco más tarde, en 1850. Los africanos manumitidos se mezclaron con
los indios y las castas y desaparecieron como último peldaño de la
escala social.
Los indios habían vivido por tres siglos en un régimen de tutela,
como es bien sabido. Los blancos habían abusado de su situación privilegiada y creían que tenían el deredio de dominarlos y manejarlos sin
ninguna consideración, a pesar de la protección que la justa legislación
de Indias trataba de darles.
Durante la revolución se olvidó que el grado de adaptación de los
indios a las costumbres y modos de vida occidentales era muy desigual.
Había indios sumisos e insumisos en muy diversos grados. Hubo una
confusión, propia de la época, entre aspectos raciales y culturales. Por
una parte, el movimiento emancipador propició una especie de revisionismo histórico y, por lo pronto, fue un apoyo para los insurgentes
justificar la revolución de independencia alegando los derechos de los
indígenas a la tierra que ocupaban desde muchos siglos atrás. Pero, a
la vez, circulaban en las sociedades de aquellos días muchos juicios
desfavorables a los indios. Se decía que el que había visto a un indio
los había visto a todos. En los últimos años del dominio español otras
preocupaciones relegaron el esfuerzo de mejorar la condición del indígena. Buenos administradores gubernativos y empresarios exigentes
vieron a los indios, antes que a seres racionales necesitados de ayuda
moral y cultural, como mano de obra inepta, rebelde y difícil de manejar. John Parry, el historiador inglés, dice que se había perdido el
espíritu misionero.
Los indios pelearon tanto al lado de los insurgentes como al lado de
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Nueva estructura social en Hispanoamérica
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los realistas. Los jefes militares de ambos bandos solicitaban a los
«indios flecheros», o sea aquellos a quienes el gobierno español les
había conservado la ilusión de que eran guerreros permitiéndoles conservar sus armas: fiedlas, ondas y lanzas. Los indios ciertamente producían mucho espanto cuando atacaban, pues no cabe duda de que
sentían un gran odio contra sus dominadores. En México el comandante García Conde decía que «qué debían esperar [los insurgentes]
de una indiada ya sedienta de sangre que no se contentaría con la de
los españoles, sino que acabaría con los blancos del país, principiando
por ellos...», y vaticinaba que «quedarían estos países en favor de los
indios, sus primeros dueños»1®. También en la Paz, Bolivia, encontramos que un informante anónimo, en carta al rey, le dice que de la
ciudad «emigran multitud de gentes, y continuando así, en breve será
pueblo de sólo indios y alzados»20.
Pero a pesar de los muchos ejemplos que podamos encontrar de la
ferocidad de los indios y de los intentos de darle a la guerra el carácter de reivindicación, entonces sólo se pusieron las bases para que
en el futuro se modificara la situación de los indios.
Es evidente que los indios, privados de iniciativa desde hacía mucho
tiempo y acostumbrados a ser dependientes, al consumarse la independencia se encontraron sin ningún amparo. Debían competir con los
otros miembros de la sociedad partiendo de una situación de desigualdad de siglos; y como los legisladores del siglo XIX estaban por la
igualdad a todo trance, a los indios les tocó la tarea inmensa de iniciar
la vida independiente en situación muy adversa, teniendo en su contra
tanto sus propios hábitos y sentimientos como los de los otros componentes de la sociedad.
Cuando pasaron los grandes momentos de patriotismo y apasionamiento libertario, los indios volvieron a quedar relegados, dedicados
a sus viejas tareas de mano de obra barata para todas las empresas.
Quedaron nuevamente sujetos en sus comunidades al nuevo amo
criollo, aislados socialmente, sin que nadie, de hedió, supiera sacarlos
de su atraso económico y cultural. Las momentáneas oportunidades de
que disfrutaron durante la guerra parecieron acabarse, y aunque la
emancipación puso fin formalmente a su condición de tutelados, se han
necesitado muchos años para que ese gran sector de la sociedad ad»») A1 a m ά η , Historia de México (1942), I, pp. 518-519.
**) Documentos de la Revolución de 1809, III, p. 43.
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María del Carmen Velázquez
quiera la misma fácil libertad de que han disfrutado los criollos en el
uso de los derechos republicanos.
La clase social que ha servido de enlace racial entre el indio, el
criollo y el africano la componen los mestizos y mulatos. Estos corrieron con mejor suerte. Formaron la tropa que seguía a los oficiales militares. Desde la iniciación del conflicto se juntaron en compañías de
mestizos o cholos, de mulatos y africanos. Es posible que entonces se
formara lo que F. Guizot llama el «patronato militar», esto es, la
subordinación jerárquica, cuyo rasgo fundamental es la adhesión del
hombre al hombre, sin obligación fundada en los principios generales
de la sociedad. Mulatos y mestizos seguían a un jefe que los subyugaba
y maltrataba pero que también les permitía una especie de salvaje
libertad. Pueden servir de ejemplo la relación entre los gauchos mazorqueros y Juan Manuel de Rosas en la Argentina, entre los llaneros y
José Antonio Páez, o entre los pintos guerrerenses y don Juan Alvarez.
Parece que al caudillo militar le fue más fácil hacer dependiente al
mestizo y al mulato que al indio. Porque el indio tenía su vida comunal tradicional, lo que le daba cierto arraigo y ocupación: sembrar sus
tierras o las del amo, festejar a sus santos, cumplir con sus diezmos y
primicias o pagar el tributo. En cambio, el mestizo o el mulato no era
reconocido como perteneciente a un grupo determinado. Pocas veces
se conformaba con vivir en el campo de peón; vagaba más bien en los
alrededores de las ciudades, dispuesto siempre a irse a la «bola» o la
«montonera» con el jefe que le hacía promesas y le daba algún dinero.
En las primeras tres o cuatro décadas de la vida independiente
observamos el crecimiento de la dependencia entre el criollo ambicioso
o impelido a reformar la sociedad y el mestizo desarraigado y vagabundo. En este período de confusión y anarquía muchos mestizos ascendieron en la escala social a la sombra de los jefes criollos. Pues, en
verdad, empezaron a tener acceso a un mundo que antes les estaba
vedado: podían tratar a individuos de alguna cultura, entrar en los
palacios y casas de gobierno, poseer uniformes y armas que los hacían
sentirse menos desamparados, y por botín o paga disponían de algún
dinero. La sublevación y la revuelta militar, tan frecuentes en la primera mitad del siglo XIX, ciertamente causaron incontables males,
pero no hay que olvidar que fueron los instrumentos para destruir una
estructura que se consideraba anticuada e injusta.
Podemos decir, pues, que dos grupos sobresalen en las sociedades de
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Nueva estructura social en Hispanoamérica
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los primeros años de la vida nacional: por un lado el de los militares",
a quienes apoyaban y seguían abogados, clérigos, funcionarios y terratenientes criollos, por otro el pueblo y la plebe urbana. Estos dos
últimos eran, en algunas regiones, más preponderantemente indígenas
que en otras. En la primera mitad del siglo XIX, cuando ya no se
podía hablar de conquistados y conquistadores como en el siglo XVI,
vuelve a encontrarse dividida la sociedad en esos dos grupos que son,
esta vez, como ya se ha dicho, los que nada tienen y los que lo tienen
todo; los pobres y los ricos. En Chile los llaman los pelucones y los
pipiolos, en Venezuela los mantuanos y los menesterosos, en México
los catrines y los léperos, en Colombia los de casaca y los de ruana.
Puede ser que la interdependencia criollo-mestiza se reconozca mejor
en las ciudades que en el campo. En los ranchos y las estancias las ligas
entre el patrón criollo y el campesino indígena conservaron un aire
aristocrático, poco propicio quizá para la transformación social, pero
que en cambio permitía una relación conocida y menos azarosa que la
del comandante militar y la soldadesca, y que parecía además impuesta
necesariamente en las sociedades preponderantemente rurales y agrícolas de Hispanoamérica. En Brasil, Gilberto Freyre ha estudiado la
historia social de su país en dos libros que revelan esta transformación
del acomodo social originado por la independencia. Uno, «Casa grande
y senzala», explica la relación del amo aristócrata y el africano en la
época colonial; el otro, «Sobrados y mucambos», presenta la casa del
patrón de la ciudad y la del trabajador y lo que allí ocurría en la primera mitad del siglo XIX.
Comparando el panorama social colonial y el independiente podemos decir que de las clases sociales que la corona legó a la república,
dos, la ínfima y la suprema, desaparecieron por efecto de la filosofía
21
) De 118 militares de alta graduación, generales y coroneles, que son mencionados en « Biografía cronológica de los EE. SS. Grales, de División, de los de
Brigada y de los Coroneles de Infa. y Caba. del Ejército Mexicano por fin del
ano de 1840 », 25 habían nacido en España o en alguna de sus colonias, 81 nacidos
en México iniciaron su carrera militar en el ejército realista, « en la Independencia,
al servicio del gobierno español », dicen las hojas de servicio, y 12, nacidos en
México, provenían de las filas insurgentes. El plan de las Tres Garantías y el de
Casa Mata dos años después sirvieron a los criollos para conformar un partido
político y reorganizar un ejército profesional que los amparara. Cf. Jefes del
Ejército Mexicano en 1847. Manuscrito anónimo adicionado en gran parte y
precedido de un estudio acerca de la participación del ejército en la vida política
de México durante la primera mitad del siglo X I X con numerosos documentos
inéditos por Alberto M. C a r r e ñ o , México 1914.
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política de la época. Con ello quedó inaugurado el camino que ha
llevado a los hispanoamericanos a la igualación de la sociedad. N a turalmente que siglo y medio después todavía podemos contemplar lo
que podríamos llamar restos ruinosos de la estructura que sustentó la
vida colonial.
Criollos, mestizos e indios han tenido que entenderse en las nuevas
naciones, las más de las veces en situaciones viejas, como la del señor
de la hacienda frente al trabajador rural. En ese molde tradicional,
como ya he apuntado, pocos cambios se podían hacer. Pero habría
también situaciones nuevas, como la del jefe militar frente a la tropa.
Los militares lanzaron numerosísimas proclamas, manifiestos en que se
declaraban defensores de la patria, regeneradores de los pueblos, paladines de la libertad. Palabras que a veces resultaron sólo altisonantes y
equívocas, otras veces realmente inspiradoras de algo más que conveniencia personal. Si muchos criollos, como jefes militares o como
figuras prominentes de la sociedad, hacían divorcio de las palabras y
la acción, otros tuvieron que reforzar la acción con la fuerza moral de
que tanto ha hablado el liberalismo político. A juzgar por los nombres
que se dan en la literatura histórica a los primeros cincuenta años de
vida nacional, época de caudillismo, de anarquía, de gobiernos autoritarios y despóticos, de terror, o época de las guerras de Santa Anna,
como dice don Lucas Alamán refiriéndose a México, parecería que la
relación entre criollos y mestizos estuvo fundamentalmente comprometida por razones deleznables y utilitarias. H a y que convenir que
casi siempre las historias nacionales se han escrito con el empeño de
criticar y juzgar los logros institucionales y la calidad moral de los
primeros dirigentes y funcionarios de los nuevos estados americanos,
casi con la obligación de tomar partido por lo que fue el régimen colonial y lo que no era todavía el republicano, y casi siempre en términos válidos para la historia del grupo criollo. Habría que insistir en
una historia nacional que averiguara a la vez cuál fue la estructura
social que emanó de las guerras de independencia y cuál ha sido la
contribución racial y cultural de cada uno de los grupos sociales en la
gran tarea que se propusieron los insurgentes al fundar con tanta esperanza y apasionamiento las naciones libres de América.
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Nueva estructura social en Hispanoamérica
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Zusammenfassung
Ausgehend von der ursprünglichen Sozialstruktur der Kolonialgesellschaft, die die Führungspositionen in Politik und Wirtschaft den
Spaniern, die niederen sozialen Positionen den Eingeborenen zuwies,
zeigt die Verfasserin, daß diese Sozialordnung am Ende des 18. Jahrhunderts wegen des Bevölkerungswachstums nicht mehr haltbar war.
Die Unabhängigkeitskriege änderten diese Sozialordnung. Sie vereinigten die verschiedenartigsten Interessen und gaben ausgezeichnete
Gelegenheit zur Rekrutierung einer neuen Führungsschicht.
Die Träger der Unabhängigkeitsbewegung waren vor allem die
Kreolen. Sie bildeten eine neue Oligarchie, und unter ihnen ragten vor
allem die militärischen Führer der Unabhängigkeitskriege hervor, die
auch die ersten politischen Führer ihrer Länder wurden. Sie eigneten
sich nach den Kriegen dann auch den größten Teil des Landbesitzes der
Spanier an. Audi die fast ausschließlich kreolische Gruppe der Rechtsanwälte und niedrigen Geistlichen, die Ideologen der Revolution, partizipierten am durch die Unabhängigkeitskriege bewirkten sozialen
Aufstieg.
In der wirtschaftlichen Situation Lateinamerikas brachten die vom
politischen und wirtschaftlichen Liberalismus inspirierten Unabhängigkeitskriege tief greifende Änderungen mit sich. Der proklamierte Freihandel wendete sich gegen seine Befürworter, öffnete englischem und
französischem Kapital die Rohstoffquellen und Märkte und lieferte
Lateinamerika so einem neuen rein wirtschaftlich orientierten Neoimperialismus aus. Das Entstehen einer wirtschaftlichen Infrastruktur
wurde so verhindert und die Folge war eine Zweiteilung der Gesellschaft. Auf der einen Seite standen die wohlhabenden kreolischen Militärs, Rechtsanwälte und Kleriker, auf der anderen Seite die besitzlosen Eingeborenen, Mestizen und Neger. Für letztere Gruppe brachten die Unabhängigkeitskriege kaum eine Änderung.
In jedem Fall muß das Bild der Gesellschaft nadi den Unabhängigkeitskriegen sehr differenziert gesehen und jeder Gesellschaftsgruppe
ihr spezifisches Gewicht zugemessen werden.
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