DOS DÉCADAS. UNA VIDA Dos o tres meses después de dejar la gerencia de la cooperativa Coogranada, doña Yolanda Zuluaga notó que los asuntos familiares, motivo de su retiro, seguían igual. Y, además, se sentía improductiva. Entonces un día, buscando un nuevo proyecto para su vida, decidió citar en la Casa de la Cultura a un grupo de señoras del pueblo. Hicieron dinámicas con una escoba para empezar la reunión formal. Luego, las veinticinco discutieron lo que podían hacer en común. Doña Yolanda tenía clara una cosa: que en Granada no había en dónde recrearse. Y soñaron con un gimnasio. Al grupo lo llamaron: Grufare - Grupo Familiar Recreativo. 'r Siguieron haciendo las reuniones semanalmente, y programaban actividades como bingos bailables, que cobraban a mil pesos con derecho a chocolate con empanada. Y hasta una rifa, dice doña Yolanda soltando una carcajada, y agrega: "¡Y qué pena!, nosotras por esa variante: vea, cómpreme la boletica para la rifa de este pollo asado. Y así, junto con diez mil pesos mensuales que dábamos cada una, adquirimos fondos, y entre nosotras mismas nos prestábamos de a cincuenta mil y pagábamos intereses". Con esos dineros montaron un gimnasio que a los pocos días tuvieron que cerrar por no tener con qué pagar instructor. Pero siguieron reuniéndose y ahorrando los diez mil. Un día doña Yolanda les dijo: "Muchachas, a mi casa van a tocar la puerta continuamente para decirme que por qué no vuelvo a la Cooperativa. Pero yo no quiero; mejor, entre nosotras montemos una nueva. Pero especia!izada en ahorro y crédito. Y con los excedentes hacemos bellezas en recreación". "Va pa' esa'~:dijeron todas. Y al lunes siguiente ella se fue para la Supersolidaria a hacer las diligencias. En tres meses tenía todo listo; y en los estatutos quedó claro que el 20% de los excedentes se destinaría a recreación. El capital inicial fue de $450.000, con veintiséis socios: veinte mujeres y seis hombres. Con aportes desde $6.250 hasta $25.000. Antes de empezar, doña Yolanda le dijo a Martha, quien trabajaba en su casa, que si le podía hacer el aseo allá, pero con el mismo sueldo. E igualmente le dijo a otras dos o tres compañeras que esperaba su colaboración, por si las necesitaba, pero ad honorem. Todas se le pusieron a la orden. La empleada de su casa fue una de las testigos de esos primeros pasos: "Es que yo recuerdo -<Jice Martha- esa felicidad de doña Yolanda al ver que llegaban las cositas pára empezar ... Marticame decía ella-. Vea, ya me trajeron el escritorio, ¡qué maravilla, mi escritorio, donde vaya trabajar! Mire la silla, ¡esto es una belleza!, no, no, no. Yo era feliz con sus palabras. Ese goce, ese disfrute que se le notaba era a la vez mi felicidad, pues sabía que yo iba a hacer el aseo e iba a llevar los tintos a esa nueva cooperativa", continúa narrando Martha desde su escritorio de directora de oficina en la sede de Granada, que es el cargo que ostenta hoy en día. Conseguimos el local. Eso era como un cajón por ahí de tres metros por cuatro. Una brinchita de nada; pero lo arreglamos lo mejor que pudimos con unos tapetes. Lo que sí nos quedó horrible fue una cosa que colocamos de mostrador y los huecos del cielo raso. Y así abrimos la oficina -cuenta doña Yolanda-. En la primera reunión para dar el paso y fundar la cooperativa, recuerdo que a Alejandro, mi hijo de diez años, lo mandé a comprar Choco Break. Y llegó con los bolsillos llenos de esos chocolaticos. A ninguna se nos olvida la locura de ese niño cada vez que iba a haber reunión. Unos diítas antes de abrir fui donde la gerente de Coogranada y le dije: "Voy a empezar la cooperativa pagando intereses diarios a los ahorros. Le digo eso para que, si quiere, usted también lo copie. Yo sé que le va a hacer mella a ustedes y la gente va a querer pasarse. Y no quiero eso". Y el 28 de junio de 1993, que fue el primer día de servicio de la cooperativa Creafam no lo podía creer; las colas para que la gente se afiliara eran inmensas. Fue tanto el alboroto en el pueblo que por la tarde me llamaron de la Supersolidaria de Medellín. La voz era de un conocido mío en esa institución y me dijo: "¡Ay!, Yolanda, dígame qué paso allá, que me han llamado cuatro personas". Que por qué habíamos permitido abrir una nueva cooperativa. Y yo le dije: "Vea doctor, usted sabe que yo fui gerente de Coogranada y conozco sus estatutos y su objetivo social. Yo sé que, como abrí esta, se puede". Ya él se tranquilizó y dijo: "Solo le informo para que lo analice, pero están asustados". Y colgó. Con ese montón de gente, yo era toda c%raita, achantada, feliz de la vida. Eso se llenó ¡así! -dice doña Yolanda juntando los diez dedos de sus manos, y continúa-: Sin mentirle, que ese día cayeron millones de pesos. Y yo hasta con susto, porque dije: ¡uY!, qué es esto. Qué respaldo de la gente tan bonito. Y al otro día, desde el balcón de mi casa observaba a la gente amontonada en la puerta esperando a qu~ abriéramos para afiliarse. Cuando pasaban los de la otra cooperativa, se aterraban al ver ese gentío. Recuerdo que un afiliado llevó a una señora de otro pueblo a que ahorrara, y ¡qué risa!, el señor después me llamó solita para decirme: "Mire, la que yo le traje, apenas vio el cielo raso, dijo que eso tan feo no parecía cooperativa. Y se llevó la platica que porque ahí se le perdía". Entonces ese amigo me aconsejó: "Arregle esos roticos y pinte la fachada, que yo le traigo gente". A los pocos días me llegó una boletica: yo/anda bailase del pueblo no /a queremos. No sabía si decirle a mi esposo o no. Sacaba la nota para mostrársela y volvía y la guardaba. Hasta que le dije: "Tiberio, mire". Al pobrecito le dio diarrea y ni se sabe qué más. Luego me fui para donde Blanca Edilma, y ella me dijo: "¡Ay! Mamita, y qué va a hacer". "Me da rabia tenerme que ir -le respondí-: primero, qué tal que eso sea una pendejada, mire la ortografía. O puede ser que a cualquier ignorante lo pusieron a escribir eso, de payaso de los que sí pueden hacer daño". Pensé: me están midiendo, a ver qué tan miedosa soy. Me daba pesar era de mis hijos, que no tenían que ver con eso. Y Tiberio decía: "¡Vámonos, vámonos'''. Como se estaba entrando la guerrilla, resolví irme. Yen la noche dejé todo empacad ita para madrugarme al otro día a las cinco de la mañana; me iba a ir sola unos días para oxigenar un poquito la cosa. Otra vez me puse a pensar: tenerme que ir. Y miraba a mis niños dormidos de cinco, ocho y diez años. ¡Juemadre! A media noche pensé: si en la historia dice que por esto muero, moriré. Y le dije a mi esposo: "Si me pasa alguna cosa, mis hijos lo tienen a usted. Pero tampoco he hecho algo que vaya en contra de la ley. ¿Por qué? ¡Por una estupidez de esas! Nadie se muere en la víspera". Y me empieza a dar esa rabia conmigo misma por haber contemplado la posibilidad de irme. Y a mi esposo, al ver lo indignada que estaba, no le quedó más remedio, con susto y todo, que aceptar la decisión. y al otro día hable con Diana y Blanca Edilma, las primeras empleadas. Entonces comencé a trabajar desde mi casa, ahí enseguida, en el segundo piso. Y le dije a Diana: vea, usted sigue trabajando aquí y alguna cosa con un asociado, que suba las escalitas. Como a las tres semanas, mi esposo llegó por ahí a la una de la mañana, y, por su estado; no podía abrir la puerta; entonces se le aparecieron dos señores que lo agarraron de los brazos y.le dijeron: "Usted quién es". "Yo vivo aquí", les contestó. "Identifíquese". "Soy el esposo de Yolanda",'~'iAh!, de la señora de la cooperativa. Tranquilo, siga". Al otro día que él me contó eso, deduje que me estaban cuidando. En otra ocasión me dijeron que tenía que aportar cien mil pesitos mensuales para la causa. Y yo les dije: "Esta es una entidad que es del pueblo y prefiero darlos de mi bolsillo, pero de la cooperativa no toco ni un peso. O si hay que hacerlo, me dicen para reunir a la gente y que allá tomen la decisión". Después les informé a los del consejo y ellos dijeron: "Qué vamos a hacer". "No se preocupen que a mí no me va a pasar nada. Yo no soy miedosa. Solo les cuento eso". Y seguí trabajando normal. , Un día doña Yolanda le dijo a Martha: "Vaya donde Gleisi y le dice que venga". Al llegar, Martha le comentó el motivo por el cual la requerían, y la mujer, con sus chicles, que le quedaban bien ajustados al cuerpo, se sentó en el andén de su casa a derramar lágrimas, diciendo: "Ahora cómo vaya pagar ese descuadre en caja. Ojalá al que se la di de más sea consciente y la devuelva. O me tocará trabajar quién sabe cuántos meses sin sueldo". Pero después de que Martha le dijera que con doña Yolanda arreglaba fácil, se calmó y se fue a enfrentar lo sucedido. Es que con doña Yolanda todo era sencillo. Cuando trasladaron la cooperativa de lugar, ahí me necesitaban de tiempo completo y empecé a devengar sueldo -cuenta Martha-. Cuando entraba un asociado a las oficinas, la gerente le preguntaba: usted tiene vaquita de leche, tiene luz 'en la finca ... Si escuchaba decir no, ahí mismo les decía: ya mismo le tramito el crédito para que compre su vaquita de leche. Ya mí me puso a visitar todos esos clientes del campo: que sí tuviera la vaca. que sí hubiera sembrado la frijolera para la que se le prestó ... A los dos o tres meses, volvía a ver' que todavía tuviera la vaca, el caballo. Es que hasta yo tuve televisor en la casa porque doña Yolanda me aconsejó: afíliese, y desde mañana le presto para televisor a color de una vez. Porque yo le dije que en mi casa no había ni siquiera a blanco y negro, cuando le presenté un informe de un campesino al que se le había dado un crédito para un aparato de esos."' Cuando estaban construyendo el edificio para la sede de Granada, recuerda Martha, que doña Yolanda mostró un espacio al pie de donde iba a quedar la puerta y dijo: aquí, en este rinconcito; en el futuro me cabrá un cajero electrónico. Todos se rieron. Y ahí está el cajero. En esa época, teníamos una panela de teléfono -recuerda Martha-, de los primeros celulares, porque Granada estuvo sin telefonía. Trabajábamos en el día yen la tarde nos íbamos hasta una parte del cementerio, o a la casa de oración, en una planchita donde buscábamos señal para llamar a Medellín a dictar las transacciones del día. Pero por las balaceras nos teníamos que agachar y salir despavoridas. La violencia también entraba hasta las oficinas. Nosotras salíamos por la "parte" de emergencia, poníamos una escalera para saltar a un solar y así ganábamos la calle de atrás. En ocasiones aparecía alguien y decía: "Martica, yo no vengo a pedir ningún préstamo ni a guardar plata, ¡escóndame, escóndame!, que me vienen a matar". Varios campesinos entraban corriendo pálidos. Otro dijo: "Ya mi familia se fue y me vienen persiguiendo, que si yo no me voy con ellos me matan. Y ahí vienen". A las personas las dejábamos que se desahogaran, les conversábamos, les dábamos tintico, aromática; y después de tranquilizarse un poco, a las horas, salían. Pero lástima, así hayamos salvado muchas vidas, también otros igualmente aparecían muertos horas o días después. Por esos acontecimientos se fueron todos mis compañeros. Yo soy la única que me quedé en Granada. Con el tiempo, doña Yolanda propuso abrir una oficina en Cali. Entonces ella le dijo al consejo: "Denme el gusto de comenzar, apruébenme esa inversión. Son solo cinco millones de pesos para un arriendo, un escritorio, una mesa y un empleado, que de ahí en adelante eso se sostiene solito". Alonso Giraldo decía: "Yolandita, usted es muy optimista, pero a mí me parece una locura". Y después de tener éxito, el presidente de la colonia granadina residente en Cali, don Octavio Quintero, dijo: "En Creafam es diciendo y haciendo". Y cuando abrimos la sede de Barranquilla, igual que con la sede de Cali, Coogranada hizo lo mismo. Me alegra que haya sido Creafam la que les haya inyectado esa chispita a la otra cooperativa, apunta la gerente. Doña Yo/anda, dicen que usted hipotecó su casa como prenda para un crédito para /a consecución de /a sede propia. Sí, era una necesidad -interrumpe ella. Y continúa-: entonces fui a Desarrollo a la Comunidad, y doña Marina, la que me atendió, me dijo que con una garantía real me podía colaborar. Y le contesté que la cooperativa no tenía nada, que pero yo les hipotecaba mi casa. ¡En serio usted la hipoteca! ¡Ay!, por qué no, yo sé lo que estoy haciendo. Yo no tenía ni cinco de miedo. Llegué a la casa y le comenté a mi familia. -En este momento doña Yolanda hace una pausa para sacar su pañuelo y entre sollozos dice-: eso ya se me había olvidado ... Bien pueda, si no alcanza con la suya, hipoteque la mía también, mijita, contestó mi papá al verme tan animada. Que en paz descanse mi viejo. Siempre creyó en mí -y ella sigue derramando lágrimas por unos minutos más. Luego prosigue-: mi esposo firmó sin ninguna objeción. Después de cumplir diez años y con cuatro sedes, lo único que no volvería a hacer sería prestarle plata a Carlos Alberto Zuluaga. Pero como los errores hay que asumirlos, al dejar la gerencia me entregué con todo. Afortunadamente el sufrimiento solo duró mientras firmaba los documentos, entregaba mi casa desocupada y las llaves del vehículo. Don Fernando Gómez, el nuevo gerente, cuenta: Al asumir el cargo el 18 de junio del año 2003 con 12.500 millones en activos, un patrimonio de 2.500 millones de pesos y un total de 8.725 asociados; y con la tarea inmediata de tener que ocuparme de hacer el trámite del poder que me dio el consejo para recuperar lo más pronto posible el dinero que estaba en riesgo, y teniéndole que recibir a la gerente anterior sus bienes, se me revolvía el estómago. Los comentarios no se dejaron esperar. A tal punto, que muchos ahorradores empezaron a sacar su dinero en la primera semana. Entonces, para no negarles el retiro, él consiguió créditos bancarios para garantizar la liquidez necesaria. Pero pasó algo curioso -dice don Fernando-: a los días, la gente volvía a guardar la plata, incluso trayendo el mismo cheque que la cooperativa les había girado. Estos asuntos, y la confianza con los empelados, fueron las tres cosas más difíciles de sortear. Sobre todo con los directores de oficina, que seguían llamando a la gerente anterior para poder tomar decisiones, pues creían que era un atropello haberla cambiado de la noche a la mañana. Entonces don Fernando, semanas después, los reunió y les dijo: aquí el gerente soy yo, diga quién quiere trabajar conmigo o quién no, para que de una vez renuncie. Solo uno presentó la carta y con el resto hice un gran equipo de trabajo, dice don Fernando. A partir de la violencia, la sede de Granada no ha sido autosuficiente, pues con 8.000 millones en recaudos, solo tiene colocados el 50%. Entonces, el sobrante hay que enviarlo a las otras sedes para prestarlo a una rentabilidad que no da el punto de equilibrio. Pero abrir diez oficinas más en igual número de años que lleva como gerente don Fernando, ha servido para que la cooperativa crezca a pasos agigantados sin descuidar la labor social, que es parte de los valores institucionales de Creafam, y, a la vez, prestando servicio en localidades donde nadie ha puesto los ojos, como San Vicente. Al respecto dice un campesino: "Al fin alguna entidad diferente al Banco Agrario se acuerda de este pueblo. Aquí entro con mi costalito al hombro, recién llegado de la finca y nadie me ataja por estar con las botas empantanadas. Aquí lo tratan a uno como el dueño de la cooperativa, así traiga el olor del sudor de varias horas de camino desde allá de la finquita". A pesar de que las cifras demuestran la labor, porque a veinte años de fundada cuenta con 37.000 asociados, 67.000 millones en activos y un patrimonio de 14.000 millones, los dos gerentes que ha tenido la cooperativa coinciden en algo: doña Yolanda dice, hoy en día, que para ella fueron dos momentos muy agradables haberla fundado y haber salido, pues con el retiro recuperó los sábados y domingos para su familia, que nunca los tenía. Le da mucho pesar que hayan cambiado los estatutos y no le dediquen a recreación el 20% de los excedentes. Don Fernando también comenta que en los primeros cinco años no tuvo tiempo ni para él ni para su esposa y sus hijos, y le agrega un deterioro a su salud, no recuperada del todo. Pero para él sigue siendo una buena experiencia, un crecimiento como individuo y un cambio incalculable a nivel laboral. • Martha Oliva Giralda, que ha acompañado a Creafam desde la primera silla, el primer' escritorio, pero sobre todo, de llevar los primeros tintos, hasta estos veinte años, dice: para esta cooperativa ha sido una fortuna haber tenido a doña Yolanda y tener a don Fernando. ¡Qué amigos. Qué cerebros! Seudónimo: Vive solo y disfruta.