La justicia que fue de los generales

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La justicia que fue de los generales
Reportaje
Hoy tienen todas las garantías posibles. Los
exgenerales Efraín Ríos Montt y José
Rodríguez Sánchez, hoy, a punto de iniciar el
juicio en el que se les acusa de genocidio en
el área ixil, tienen una defensa, y cada uno de
los recursos legales que puedan plantear.
Saben, desde luego, el nombre del juez que
preside el tribunal que podría dictar una
sentencia. Han podido, también, analizar su
expediente, revisar las pruebas en su contra y
tener acceso a una audiencia pública. En su
tiempo –cuando gobernaron, cuando Ríos
mandaba– casi nada de esto era posible. La
justicia era diferente. Impar. Los Tribunales de
Fuero Especial, sin un antes y un después,
fueron una parte de la justicia que existió,
únicamente, durante los años en que los
exgenerales ejercieron el poder.
Oswaldo J. Hernández
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“Yo soy el que hace las leyes. Le garantizo al
pueblo un uso justo de la fuerza. En vez de
cadáveres en las calles, vamos fusilar a los
que cometan delitos”, Ríos Montt (22/9/82).
“Muchos fueron condenados arbitrariamente,
muchos otros, desaparecidos desde hacía
meses, buscados por sus familias, de pronto
su nombre se anotaba en la lista de
consignados al Fuero Especial”.
En la madrugada del 2 de febrero de 1983
seis hombres iban morir.
Sentenciados a muerte, los esperaban –desde
las cuatro de la mañana–, frente a un muro
ancho, hecho con sacos de arena, en el
interior del Cementerio General, dos convoyes
del ejército, un médico forense, y los agentes
de la Policía Nacional, con los fusiles
cargados, listos para disparar.
Acusados de secuestro y extorsión, Héctor
Adolfo Morales López y los hermanos Walter
Vinicio y Sergio Roberto Marroquín González
habían sido sentenciados a la pena capital.
Junto a ellos, Carlos Subuyuj Cuc, Pedro
Raxón Tepet y Marco Antonio González,
acusados de terrorismo y de atentar contra la
seguridad interna de la nación, también iban
morir.
La ejecución había sido programada para las
seis de la mañana.
Afuera, bomberos, empleados del cementerio,
y más de una veintena de periodistas
permanecían atentos, murmurando, a la
espera de escuchar las detonaciones desde el
lugar al que ninguna persona ajena a las
fuerzas de seguridad podía acercarse.
En julio de 1982, el gobierno de facto de
Efraín Ríos Montt creó un órgano judicial
sujeto al Poder Ejecutivo, nada independiente.
Eran los Tribunales de Fuero Especial,
dirigidos por funcionarios desconocidos,
civiles o militares, nombrados por el
Presidente, y que juzgaron y condenaron, de
forma drástica y rápida, de modo paralelo al
Organismo Judicial, a más de 500 personas
culpadas de pretender “violentar las
instituciones jurídicas, políticas, económicas y
sociales del país”. Así lo tipificaba la ley. Entre
los condenados por estos cargos, los seis de
aquella mañana de febrero de 1983, eran la
segunda sentencia a pena de muerte que se
iba a ejecutar por decisión de los Tribunales
de Fuero Especial en los apenas seis meses
de gobierno del general Ríos Montt, cuando
mandó en solitario, después de deshacer la
Junta Militar de Gobierno que lo llevó al poder.
“Antes aparecían en las calles los cadáveres
de las personas ejecutadas. Cada quien
mataba a quien quería matar. Los tribunales
no hacían justicia. Viendo que no se hacía
justicia cada cual mataba por su cuenta. Al
asumir la Presidencia yo asumí la
responsabilidad de los juicios. Es para sentar
precedentes jurídicos…”, justificó
Ríos Montt ante la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, unos meses antes de
terminar 1982.
“Yo soy el que hace las leyes. Le garantizo al
pueblo un uso justo de la fuerza. En vez de
cadáveres en las calles, vamos fusilar a los
que cometan delitos”, prometió.
Durante el régimen de Ríos Montt, quince
personas murieron fusiladas. ¿Culpables? No
hubo modo de probar lo contrario, tampoco
tiempo, en menos de un mes desde su
captura, los tribunales con jueces sin rostro,
sin firma, sin registro, los sentenciaron a
muerte y nunca fueron públicos los
argumentos en que se basaba su fallo. Se
juzgaron, además, a otras 582 personas que
en algún momento de su vida, llenos de
ansiedad, estuvieron nerviosos a la espera de
que su sentencia por parte de los Tribunales
de Fuero Especial no fuera la muerte.
Algo así ocurrió por un momento para los
condenados aquella mañana de febrero: que
su sentencia no fuera la muerte. Sucedió
quince minutos antes de las seis de la
mañana. Llegó en modo de aviso. ¿De
esperanza? Decía así: “Los fusilamientos han
sido suspendidos por orden de la Corte
Suprema de Justicia (CSJ)”. El mensaje
llegaba urgente. A los acusados les habían
dado con lugar un amparo provisional. Un
tiempo para revisar sus casos. A dos de ellos
la notificación les había llegado desde la tarde
anterior. A los otros cuatro, justo de
madrugada, a punto de vendarse los ojos y
caminar hacia el paredón hecho con sacos de
arena, a pocos minutos de quedarse quietos,
ciegos, muertos, frente al pelotón de
fusilamiento.
Esa mañana, los condenados a muerte
regresaron al Segundo Cuerpo de la Policía
Nacional. Vivos.
Muchos querían entender qué había sucedido.
Muchos, después de eso, verían tan sólo una
pequeña punta del iceberg de lo que
significaba un proceso judicial en los
Tribunales de Fuero Especial. Es decir,
secretos, rapidez, anonimato, prepotencia,
moralidad, vicios, frustración, desaparición,
maltrato, clandestinidad, indefensa,
ejecuciones. Algo que duró un año y once
días incrustado en la legislación guatemalteca.
“Una aberración jurídica”, como pronunció, en
1984, Arturo Archila, el director del Colegio de
Abogados (hoy vocal de la Corte Suprema de
Justicia).
En el principio, de la defensa no se
esperaba casi nada
Conrado Alonso era abogado defensor de uno
de los acusados, de Marco Antonio González.
Escribió en 1986 un libro minucioso –a veces
airado, narrativo– al que llamó 15 fusilados al
alba como repaso de su acción (“inútil”, anotó)
en contra de los Tribunales de Fuero Especial.
En su interior hay fotos de los sentenciados,
fotos de los tribunales sin jueces, fotos de
policías con los fusiles en la mano en las
afueras del cementerio.
“Frente a la defensa estaban los tribunales de
fuero especial arropados bajo el misterio del
anonimato. Esto es grave para cualquier
defensor, y antijurídico. (…) De esta situación
anímica desesperante del defensor nadie
sabe más que quien la sufre personalmente”,
dejó como testimonio.
En el texto de Alonso se describe lo que
ocurrió aquella madrugada del 2 de febrero de
1983. El porqué de la suspensión del
fusilamiento. Se trató, como escribe Alonso,
de una noche corta que parecía larga,
interminable, muy agitada. Tanto para los
magistrados de la CSJ como para los
defensores.
Defensores que contra reloj redactaban
recursos de amparo antes de la medianoche,
y magistrados que los recibían, que iban y
venían, con la notificación de suspensión,
buscando desde las tres de la mañana, la
sede (que no tenían) de los Tribunales de
Fuero Especial, entre el Palacio Nacional y el
Segundo Cuerpo de la Policía Nacional, a un
costado de la iglesia de la Merced. “De ahí se
retiran a las 4:05 sin poder practicar la
notificación”, indica Alonso.
El aviso, no obstante, sería recibido a las 5:45
a.m. en el interior del cementerio.
Gracias a la acción de la defensa, nadie murió
fusilado aquella mañana de febrero. Gracias a
las diligencias de los magistrados, la
inexistencia de la sede para los Tribunales de
Fuero Especial también fue algo que quedó
en evidencia. A pesar de que ya tenían más
de seis meses de estar operando, a pesar de
que el 18 de septiembre de 1982 ya habían
sido fusiladas cuatro personas (Julio César
Vásquez Juárez, Julio Hernández Perdomo,
Marcelino Marroquín y Jaime de la Rosa
Rodríguez), muy pocos sabían a dónde
dirigirse para encontrar los Tribunales de
Fuero Especial.
Conrado Alonso escribe, con sorpresa, que
estos tribunales funcionaban bajo jurisdicción
del Ministerio de la Defensa: “Al mismo
tribunal se le exigió la entrega de los
antecedentes o del informe circunstanciado.
Por el contrario, quien remite el informe es el
Ministerio de la Defensa Nacional; y además,
tampoco es circunstanciado (no trae ni la
primera declaración del acusado ni el porqué
de los delitos de los cuales se le acusa):
MINISTERIO DE LA DEFENSA NACIONAL.
No. 01506, Guatemala, 3 de febrero de 1983.
F. General de Brigada, Óscar Humberto Mejía
Víctores, Ministro de la Defensa Nacional”.
Cuando se publicó el decreto-ley de los
Tribunales de Fuero Especial, un día después
de la celebración del día del ejército, el 1 de
julio de 1982, el gobierno de Ríos Montt no
esperaba que se dieran impugnaciones,
apelaciones y menos amparos. De la defensa
se esperaba casi nada o muy poco.
La ley (decreto-ley 46-82) decía: “Contra las
resoluciones de los Tribunales de Fuero
Especial que se dicte en esta clase de
procesos, no cabe recurso alguno”.
Fue así hasta diciembre de 1982, luego de
darse las primeras sentencias de fusilamiento.
Luego de que en septiembre, en menos de un
mes desde su captura, cuatro personas fueron
procesadas, condenadas y ejecutadas, sin
haber conocido a sus abogados defensores, a
pocos días de que se realizara en Guatemala
una visita de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH).
El investigador del Instituto de Estudios
Comparados en Ciencias Penales (IECCP)
Juan Pablo Muñoz explica que tras la visita de
la CIDH, Ríos Montt decidió suspender todas
las ejecuciones a pena de muerte existentes,
sin que se diera a conocer el nombre de los
condenados. “La justificación era que el
gobierno tomaría en cuenta algunas
sugerencias del organismo internacional de
derechos humanos”.
Días más tarde, después de recibir el informe
de la CIDH, la ley sufriría modificaciones.
Profundas en parte, en las que la defensa
podía tener al menos una participación
discreta. Una oportunidad de protestar, de
alegar vicios, de pedir una revisión. Se creó
una segunda instancia para los procesos
sometidos a estos tribunales, también fiscales
especiales para los casos. El 14 de diciembre
de 1982, los cambios se publicaron en el
Diario Oficial: Decreto Ley 111-82.
La defensa pudo al menos activar un
mecanismo dentro del Sistema de Justicia
Oficial. Fue evidente cuando logró, el 2 de
febrero de 1983, que seis sentenciados a
muerte continuaran vivos. Vivos aunque por
poco tiempo.
“En aquel momento de euforia –escribió el
abogado defensor, Conrado Alonso– no cabía
pensar que otro día dos, del mes siguiente, de
marzo, el fusilamiento sí tendría lugar; y que,
en ese lapso de tiempo, como muy bien dijo el
Ministro de Gobernación, Ricardo Méndez
Ruiz, lo único que íbamos a lograr los
abogados sería alargar una agonía porque si
ya estaban condenados a muerte, sólo faltaba
fusilarlos”.
La ley para los militares era una misión
El investigador y doctor en derecho Luis
Rodolfo Ramírez, quien ha trabajado parte del
informe sobre Tribunales de Fuero Especial
para la Comisión de Esclarecimiento Histórico,
opina que este modelo de justicia, “único
dentro de los regímenes militares de
Guatemala”, como dice, fue “el elemento de
represión urbano que se implementó dentro
del proyecto contrainsurgente del ejército”.
Si se trató de un cambio de estrategia para
vencer a la insurgencia, Ramírez asegura que
no, que fue más bien una continuidad del plan
militar desde el gobierno, con un cambio de
cúpula nada más. “La justicia se vistió con el
ropaje militar. Es decir, el poder judicial ya era
sumiso a los regímenes anteriores, pero
nunca se había usado como medio de
represión”, agrega.
Juan Pablo Muñoz dice que hay que entender
algo más: el contexto en el que fueron
creados los Tribunales de Fuero Especial. Y
enumera:
“Primero. La amnistía”. (En abril de 1982, por
la televisión, en cadena nacional, Ríos Montt
decía esto: “La amnistía es una propuesta
honesta, tenemos seguridad y por eso le digo
que la amnistía es un gesto de hermandad. A
una actitud de vida como ésta de dar amnistía
corresponde también una actitud de vida
positiva, deje las armas, deje el odio, deje la
sangre, deje el crimen, deje la violencia…).
“Segundo. El minigolpe dentro de la junta
militar de gobierno”. (El 9 de junio Ríos Montt
se autoproclama presidente y anula a
los coroneles Héctor Maldonado Schaad y
Francisco Luis Martínez Gordillo del poder).
“Tercero. El repliegue del ejército”. (Tras el
“minigolpe” Ríos Montt concentra a todos los
elementos del ejército cerca de la capital. Las
tropas descansan un mes entero).
“Cuarto. Estado de Sitio. Movilización de las
Tropas. Creación de los Tribunales de Fuero
Especial”. (El 30 de julio de 1982, Ríos Montt,
en su discurso titulado Estamos dispuestos a
que reine la honestidad y la justicia, decía:
“Este gobierno se dispuso conceder
amnistía… sin embargo, hay guatemaltecos
que por temor a ser asesinados no han hecho
uso de la amnistía, porque los camaradas
comunistas se han declarado enemigos de
estas poblaciones… óigame bien
guatemalteco, vamos a combatir la subversión
por los medios que quieran, pero lo vamos a
hacer con juicios abiertos, completamente
justos, a la vez que con energía y con rigor,
para tal efecto hemos establecido tribunales
de fuero especial que cumplirán con este
propósito, declaramos pena de muerte por
fusilamiento, para aquellos que secuestren,
causen incendios, ataquen y dañen
instalaciones de defensa… Durante un mes, a
partir de mañana 1º. de julio, quedará
establecido en todo el país el Estado de Sitio,
a partir del 1º. de julio vamos a movilizar
tropas para combatir a la subversión, para
iniciar ya la batalla final”.
“El Estado de Sitio tuvo una duración de
alrededor de ocho meses y tres semanas
continuos”, especifica Muñoz. “La movilización
de tropas del ejército fue del 60% para
concentrarlas en la zona noroccidental del
país así como del reclutamiento forzoso para
servicio militar de hombres comprendidos
entre 18 y 60 años de edad”.
En total, como ha documentado el
investigador, con base en el Archivo Histórico
de la Policía Nacional, los Tribunales de Fuero
Especial conocieron 598 casos. De todos,
sólo el 20 por ciento de los apresados (121)
fue consignados y acusados de atentar contra
la seguridad del Estado, contra la seguridad
de la Nación, contra las instituciones
democráticas, subversión, sedición, rebelión,
conspiración, contra la autoridad,
asociaciones ilícitas, distribución o tenencia
de propaganda subversiva, tenencia o
portación de pertrechos de guerra o
actividades terroristas.
La ley para los militares, dice Muñoz, era una
misión. “Parte de una misión encomendada.
La ley, creían, por tanto, que no los tocaba.
Era la lógica de ‘nosotros hacemos la ley para
que ustedes la cumplan, mientras nosotros
solo cumplimos aquellas que sirvan para
nuestros objetivos’”.
Fusilar porque esa era la sentencia
Entre el martes 22 de febrero y el 4 de marzo
de 1983, los seis condenados a muerte
volvieron a ser noticia.
No había sido fácil, pero los defensores
habían logrado una audiencia pública. Por los
vicios del proceso, por las sentencias
apresuradas, los Tribunales de Fuero Especial
cometieron errores. Lo que quedaba era pedir
una vista pública de los sentenciados.
“Queríamos una audiencia abierta, de cara a
la sociedad, sin tapujos ni secretos, y oír,
quizás por única y última vez, el testimonio de
los condenados desde hacía tanto tiempo”,
escribió Conrado Alonso.
Por supuesto, el Ministerio de la Defensa se
mostró renuente a la solicitud de la defensa.
Pero no pudo reñir con la decisión de los
magistrados. De tal cuenta, frente a los
reporteros, ante los magistrados de la CSJ,
las cámaras de televisión, el Ministerio
Público, y la ausencia de los jueces de
Tribunal de Fuero Especial, uno a uno, los
seis condenados podrían declarar. Ese día se
escuchó la repetición de las acusaciones, la
tortura, el interrogatorio exprés al que se
había sometido cada uno de ellos. La sala de
vistas del Organismo Judicial estaba llena. La
voz entrecortada de los acusados, como
recogieron algunos periodistas de la época,
era algo que no dejaba indiferente.
Los magistrados de la CSJ, dos días después
de la vista pública, resolvían un “auto para
mejor fallar”. Es decir, necesitaban ocho días
más para poder revisar los expedientes
originales, analizar los procedimientos, y
entonces resolver el amparo interpuesto en
contra de los Tribunales de Fuero Especial.
Pero el Ministerio de la Defensa no les otorgó
nada.
Óscar Humberto Mejía Víctores, ministro de la
Defensa, obligó a que los magistrados de la
CSJ tocaran la puerta del Palacio Nacional –la
sede de los Tribunales de Fuero Especial–
para que, finalmente, revisaran los
documentos. Hubo fotos de los magistrados
saliendo del Palacio Nacional. Hubo
declaraciones del presidente de la CSJ,
Ricardo Sagastume Vidaurre, después de casi
dos horas de haber entrado al Palacio: dijo
algo similar a lo que escribirían luego en la
resolución de los magistrados de la CSJ: no
existía nada anómalo en el procedimiento,
tampoco en los expedientes, “sólo pequeños
errores”.
Los sentenciados, en consecuencia, serían
fusilados. Era la tarde del 3 de marzo de 1983
cuando las radioemisoras transmitían la
noticia.
Diez horas más tarde, los seis acusados
–Héctor Adolfo Morales López, los hermanos
Walter Vinicio y Sergio Roberto Marroquín
González, Carlos Subuyuj Cuc, Pedro Raxón
Tepet y Marco Antonio González–, llegaban
de madrugada al Cementerio General. Los
policías, el ejército, los fusiles, el médico
forense, todos, los acompañaban. Se cumplía
un mes desde el anuncio de su muerte. Pero
esta vez sería inevitable.
“La descarga del fusilamiento se escuchó a
varias cuadras a la redonda; algunos vecinos
salieron a la calle”, describió El Gráfico, el
mismo día de la ejecución. “A unos dos
metros de distancia, diseminados, resaltaban
ocho casquillos, siete de ellos pertenecientes
a fusiles M-1 y otro de revólver calibre 38”. –El
tiro de gracia–.
Todavía hoy, para los guatemaltecos, aquel
fusilamiento resuena sin mucho trasfondo. Sí,
murieron, sí, por la sentencia de los
Tribunales de Fuero Especial, sí, durante el
régimen de Ríos Montt, sí, luego de que sus
abogados defensores intentaran poner en
evidencia lo antijurídico de todos estos
procesos, sí, tras la negación del indulto por
parte del Presidente, solicitado, en primer
lugar, por la CIDH. Pero lo que se recuerda no
es, en sí, eso. En cambio, lo que se tiene de
inmediato en la memoria son aquellos
fusilados una semana antes de la venida del
Papa, Juan Pablo II, quien también pidió
indulgencia.
Por eso, además, como escribe Conrado
Alonso, “durante varias semanas el mundo
habló mal de Guatemala”.
Ríos Montt intentó ser sucinto en sus
declaraciones a la prensa. El mismo 4 de
marzo declaró: “Nuestro compromiso con este
pueblo, cansado del centenario abuso de
poder de los gobernantes, es hacer que la ley
se cumpla en toda su extensión y sin
excepciones. Todo lo actuado por los
Tribunales de Fuero Especial estuvo apegado
a la ley, como fue corroborado por el fallo de
la Corte Suprema de Justicia”. Aunque pocos
días más tarde, la justificación del oficialismo
–ante embajadas, organizaciones
internacionales, El Vaticano, la CIDH– se
vuelve (o intenta volverse) prolija.
Una semana después, el coronel Óscar
Humberto Mejía Víctores, ministro de la
Defensa, anunció nuevos fusilamientos.
No solo sentencias de muerte, sino otras
también severas
Para el primer aniversario del golpe de
Estado, el 23 de marzo de 1983, Ríos Montt
decía que, como se trataba de una ocasión
especial, lo correcto era suspender el Estado
de Sitio. Lo declaró, incluso, “día de la
dignidad nacional”. Para cuando la fecha se
cumpliera, los Tribunales de Fuero Especial
ya habrían fusilado a los últimos cinco
condenados.
Los delitos por los que se capturó (20 de
febrero) y juzgó (22 de marzo) a estos últimos,
según el boletín oficial del gobierno, fueron
doble secuestro, asesinato, asesinato en
grado de tentativa, violación continuada, robo
agravado continuado y abusos deshonestos
violentos. Se aseguró además que, en
primera instancia, estas personas confesaron
expresamente su culpabilidad.
Jesús Enrique Velásquez Gutiérrez, Julio
César Herrera Cardona, Mario Ramiro
Martínez González, Rony Alfredo Martínez
González y Otto Virula Ayala, murieron la
madrugada del 21 de marzo de 1983.
“También al alba”, recopila, Conrado Alonso,
“4:15 horas, y también en la 4ª. Avenida y 2ª.
Calle del cementerio general”, donde habían
muerto los otros 10 anteriores fusilados. La
cuenta llegaba a quince.
Muñoz dice que “para los creadores de los
Tribunales de Fuero Especial, los mismos
eran motivo de orgullo no exento de cierto
nacionalismo y no carente de moral”.
Los Tribunales de Fuero Especial no sólo
condenaron a pena de muerte. Según su
decreto-ley, podían duplicar la pena de cárcel
en sus sentencias. Por lo que 582 personas,
según las investigaciones sobre el Segundo
Cuerpo de Policía Nacional, fueron sometidas
a estos tribunales. “El discurso (inclusive
sermones) moralista de Ríos Montt respondía
a la necesidad de aplacar el clamor social
–urbano/capital– por seguridad ciudadana.
Desde la delincuencia común hasta la lucha
insurgente, eran consideradas una desviación
a los principios morales evangélicos de la
iglesia (en este caso protestante por ser Ríos
Montt miembro de la Iglesia El Verbo); pero
principalmente se interesaron en hacer
público el rechazo a conductas inmorales,
para que sus políticas públicas represivas
tuvieran aceptación social. Esto se explica por
ejemplo, con los sermones dominicales”,
señala la investigadora Ana Méndez Dardón,
también del IECCP.
“Muchos fueron condenados arbitrariamente,
muchos otros, desaparecidos desde hacía
meses, buscados por sus familias, de pronto
su nombre se anotaba en la lista de
consignados al Fuero Especial”, dice Muñoz.
¿Quién era el encargado de los criterios para
consignar a las personas al Tribunal de Fuero
Especial, acaso la Policía Nacional a través
del segundo cuerpo? “Se combinaba entre la
Policía Nacional a través del cuerpo de
inteligencia del Departamento de
Investigaciones Técnicas junto con los
oficiales del ejército que supuestamente
actuaban como jueces en los Tribunales de
Fuero Especial”, responde Ana Méndez
Dardón.
Los investigadores están de acuerdo en que
los criterios de quién, por qué, cómo, todavía
son un misterio.
No obstante, Muñoz habla de los reos, de los
reos políticos y los comunes: “Los reos de
estos tribunales fueron políticos en muchos
casos, vinculados directamente a la lucha
armada (en otros a personajes involucrados a
dicha lucha, aunque ellos personalmente no,
como el caso de algunas familiares de
comandantes) pero en otros eran reos por
delitos comunes (al margen de que fueran
graves o no) pero vueltos políticos por el
contexto en que se les juzgó o condenó”.
“La naturaleza de esta justicia fue
eminentemente política, ajena a lo jurídico”,
concluye.
La presión, otro golpe y el indulto
Una vez terminado “el día de la dignidad
nacional”, sin el Estado de Sitio permanente,
con 15 fusilados durante el régimen de Ríos
Montt, empezaron a escucharse voces de
oposición, de resistencia, en contra de los
Tribunales de Fuero Especial. Incluso
pidiendo su clausura.
Justo para esas fechas, en Guatemala se
celebraba el X Congreso Internacional de
Juristas. El tema de los Tribunales de Fuero
Especial fue tratado en él, su recomendación
fue la de anularlos, como explica Ramírez,
“porque la Ley que daba vida a los TFE era
antitécnica, antijurídica y atentatoria. Además,
apuntalaron que era el gobierno quien
calificaba quién es extremista, lo cual
constituía una acción política y no jurídica”.
La respuesta oficial la dio el ministro de la
Defensa, Mejía Víctores: “Los fusilamientos
tendrán que continuar, porque no se puede
combatir la delincuencia con oraciones”.
Los Tribunales de Fuero Especial, como
señala Ramírez, no eran pensados como
parte fundamental del proceso general de la
contrainsurgencia. “Más bien se convirtieron
en la cara del desprestigio de los regímenes
militares”.
Para el 30 de abril de 1983, el Gobierno daba
fe de que el 80 por ciento de los consignados
había quedado en libertad, y se contaban, no
obstante, un total de 112 casos. Hacia junio
de 1983 había unos 200 presos en el
Segundo Cuerpo de la Policía Nacional.
Los Tribunales de Fuero Especial no acaban
sino hasta otro reacomodo en la cúpula de
Gobierno. El 8 de agosto se produce un golpe
de Estado, uno más. El ministro de la
Defensa, Óscar Humberto Mejía Víctores, por
la fuerza, asume la presidencia. Como
objetivos del golpe, Mejía Víctores indicó:
“Respetar la institucionalidad del Estado, lo
cual implica respetar al Tribunal Supremo
Electoral, a la Universidad de San Carlos de
Guatemala, al Consejo de Estado, etc. y sobre
todo al Organismo Judicial en su función de
administrar justicia conforme la ley”.
Prensa Libre, el 9 de agosto, describe: “Uno
de los periodistas le preguntó al jefe de
Estado las causas por las que él pondrá fin a
la existencia de los Tribunales de Fuero
Especial, cuando meses atrás él los había
defendido y los consideró necesarios. ‘Yo’,
respondió el nuevo jefe de Estado, ‘en ese
momento cumplía con la ley que estaba en
vigor. Ahora que puedo cambiar esa ley, los
considero innecesarios”.
El 12 de agosto, luego de un año y once días
de existencia, el Gobierno deroga la ley de los
Tribunales de Fuero Especial, tras publicar el
decreto 93-83. Pero aún existen problemas,
como redacta en su libro el abogado defensor
Conrado Alonso: todo lo sentenciado por los
jueces secretos, dice la ley, debe quedar
resuelto en menos de un mes. Las condenas
se multiplican pero ya no hay fusilamientos.
No obstante, hay demasiados vicios, y desde
luego, apelaciones. Toda una madeja legal,
enredándose.
Los abogados defensores intentan detener las
sentencias. Las llaman injustas, antijurídicas.
Juan Pablo Muñoz ha recopilado el nombre de
estos defensores a los que Ríos Montt llamó
“plañideras”, y que otros tantos en los diarios
catalogaron, como escribe Conrado Alonso,
“trataron de teñirnos de rojillos, de ideología
de izquierda; en suma nadie entendió que
fuimos los únicos que denunciamos este tipo
de justicia”. Entre ellos: Eduardo Fernández
López, Jorge Mario Cifuentes de León, Felipe
Antonio Hernández Valencia, Guillermo
Maldonado Ávila, Roberto Paz, Francisco
Reyes Ixcamey, Gabriel Girón Ortíz, Alfonzo
Fetzer, Antonio Ramos Gálvez. Muchos, hoy
ancianos, ya no están en posibilidad de dar
declaraciones, algunos han muerto, y otros,
mantienen reservas para hablar del tema.
Meses más tarde, se publica otro decreto-ley,
“para mejor aplicación” del anterior, para
componer las cosas: el 99-83. Se publicó el
22 de agosto. Ya no se restablecían penas
anteriores al 8 de agosto, dictadas por los
Tribunales de Fuero Especial.
Todas estas modificaciones, derogaciones,
fueron redactadas por el mismo abogado:
Manuel de Jesús Tánchez. El mismo que
redactó la proclama del golpe de estado de
marzo del 1983, el que escribió el Estatuto
Fundamental de Gobierno, también el decreto
de Estado de Sitio, y cada una de las
modificaciones a los decretos de los
Tribunales de Fuero Especial desde su
creación. Hoy ya ha fallecido.
Tánchez, en la derogación de agosto, sin
embargo, dejó vigentes las sentencias (de
cárcel, de multa…).
Las demandas en contra de todo lo que
habían ejecutado los Tribunales de Fuero
Especial, no obstante, fueron aumentando de
tono. En junio de 1984 unos 50 reos
sentenciados, desde la Granja Pavón
intentaron denunciar amenazas de muerte y
extorsiones, acusaban de esto a los jueces
secretos. Dijeron, incluso, algunos nombres.
Muñoz ha investigado aquellas declaraciones,
los jueces secretos que mencionaron fueron
tres: “Roberto Pastor Cojulum, excandidato a
la constituyente en junio de 1984 y exasesor
jurídico de la Guardia de Hacienda; coronel
Óscar Diemek Gálvez, subdirector de la
Guardia de Hacienda; y Óscar Méndez
Arroyave, subdirector de la Granja Penal
Pavón. Los reos informaron que tenían
suficientes elementos de juicio para iniciar el
proceso y que dichos jueces ocupaban cargos
públicos importantes en la administración de
turno”, dice.
Poco a poco, presión tras presión –prensa,
reos, familiares de los reos, abogados
defensores–, opinión tras opinión
–comentaristas, colegios de profesionales–,
pasó casi un año hasta que Mejía Víctores, en
julio de 1984, se rinde ante el tema y
decretara el indulto total: el decreto-ley 74-84.
Lo que había creado Ríos Montt se mantuvo,
sin un antes y sin un después, durante todo su
gobierno. Aunque tuvo secuelas. Tras el
indulto, finalmente, hubo miedo, exilios,
silencio. Demasiado. Aun hoy no se sabe
quiénes eran los jueces nombrados por Ríos
Montt. Aun hoy cuando el exgeneral entra a
los tribunales por el juicio en el que se lo
acusa de genocidio, él se abstiene de dar
declaraciones – “porque puede ser usado en
mi contra”, dice–, incluso alguna opinión sobre
el modelo de justicia que mantuvo vigente
sobre su gobierno. Su defensa, que ha
presentado más de 30 recursos de amparo y
muchas más apelaciones en el caso, también
dice desconocer el tema. Aun hoy, Guatemala
guarda secretos.
Notas Relacionadas:
In English: The Generals Hand at Justice
Efraín Ríos Montt en conferencia de prensa. En julio de 1982 decretó la creación de los Tribunales de F
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Marco Antonio González declara ante los magistrados de la CSJ.
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Carlos Subuyuj y Pedro Raxón fueron fusilados el 3 de marzo de 1982.
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Familiares esperan fuera del Cementerio General, lugar donde se realizaban los fusilamientos.
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de los Tribuna
La tumba de Marcelino Marroquín, fusilado en septiembre de 1982.
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Efraín Ríos Montt en conferencia de prensa. En julio de 1982 decretó la creación de los Tribunale
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Marco Antonio González declara ante los magistrados de la CSJ.
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Carlos Subuyuj y Pedro Raxón fueron fusilados el 3 de marzo de 1982.
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Familiares esperan fuera del Cementerio General, lugar donde se realizaban los fusilamientos.
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La tumba de Marcelino Marroquín, fusilado en septiembre de 1982.
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La tumba de Marcelino Marroquín, fusilado en septiembre de 1982.
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