VIAJES VIRALES, de Lina Meruane

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CULTURA
Lecturas críticas
VIAJES VIRALES,
de Lina Meruane
México DF, FCE, 2012.
Laura Vilches
Lic. en Letras.
La literatura es una poderosa máquina que procesa
o fabrica percepciones, un perceptrón1. Tal podría ser
la concepción sobre la que se recuesta el trabajo ensayístico Viajes virales de la chilena Lina Meruane. Al
decir de Daniel Link, uno de los autores del corpus, la
literatura es esa maquinaria que permitiría analizar el
modo en que una sociedad, en determinado momento,
se imagina a sí misma. En este caso, Meruane rastreará las representaciones literarias del VIH en un mundo “globalizado”, tanto en ese atravesar fronteras de
los países latinoamericanos rumbo a EE. UU.; como en
el transcurrir de las tres décadas desde que el virus hizo su aparición en los ‘80, hasta la era de internet, los
e-mails y las redes sociales. El ensayo reúne un vasto cuerpo de textos donde el sida aparece en la escritura de los autores latinoamericanos. Algunos de los
cuentos, novelas o crónicas son obras como El color
del verano del cubano Arenas, de los chilenos Donoso o Lemebel, así como las novelas argentinas Un año
sin amor y La ansiedad, de los respectivos P. Pérez y
D. Link.
El articulador principal es el viaje, sea para “escapar”
de esas naciones latinoamericanas de rígida moral (sumidas además, bajo la represión de las dictaduras), que
rechazan una sexualidad libertaria y expulsan a un afuera “promisorio” que les permite constituir una identidad cosmopolita por fuera de la nación represora; pero
que implica a su vez, el peligro del contagio. En otros
casos, el viaje será de regreso a lo que la autora denomina “naciones-moridero”, en la búsqueda de que ese
mismo cuerpo social que los desamparó se haga cargo de acogerlos en la etapa terminal del síndrome. Encontramos, así entre los “viajeros seropositivos” que
rastrea Meruane, a esas “locas tercermundistas” de Lemebel que viajan a Nueva York a “comprarse en exclusiva” la “recién estrenada moda gay para morir”; a la
construcción autobiográfica de la argentina Marta Dillon que exige desde su “cartas abiertas” recogidas en
Convivir con virus, frente un Estado neoliberal que desprotege a los enfermos ante los costosos tratamientos
o que lanza campañas moralistas frente a un virus que
permanecerá asociado al “estigma” de la libertad sexual y el placer.
Por otra parte, es interesante el trazado que se hace
del corpus seropositivo latinoamericano como “perceptrón” que configura un relato de resistencia antiimperialista, sobre todo en las obras escritas en los ‘80. Y
esto no será menor en una década en la cual el capitalismo mundial avanza a través de su “negra noche neoliberal” sobre las condiciones de vida de las masas, a
la vez que paradójicamente concede algunos derechos
y “liberaliza” la sexualidad (de la mano con “mercantilizarla”), tras haber derrotado a sangre y fuego los procesos revolucionarios en la década anterior. La lectura
que realizan los escritores del sida como una “peste rosa” pergeñada por el imperialismo norteamericano para exterminar a los disidentes (políticos y sexuales),
devendrá una especie de contrarrelato al discurso hegemónico que esbozaba una enfermedad cuyo origen
había que buscarlo en el “paciente cero”, siempre proveniente de, o en contacto con, lugares de países “exóticos” (las semicolonias en África o Latinoamérica).
Las representaciones de los “seropositivos” en el pasaje de entender al sida como enfermedad terminal
–cuando las primeras drogas apenas permitían prolongar un tiempo la vida– a una enfermedad crónica, son
otro lugar de indagación, donde no escapa la dimensión disciplinadora del “cuerpo enfermo” por la medicina y su cóctel de hasta 20 pastillas diarias.
Pero sobre todo, lo que atraviesa estos “viajes virales”
es la posibilidad explorada o limitada del placer sexual.
La “plaga” está asociada, en la literatura y en la vida, a
la posibilidad de explorar el placer por fuera de las normas que obligan a una vida monogámica y hétero, donde la sexualidad debe ser regida por la reproducción y
su control. El recorrido por la literatura seropositiva, es
un recorrido por los diversos modos de explorar el deseo. Y a propósito de esto último, es interesante pensar
que si en el caso de la homo y transexualidad, el estigma de “los portadores” tuvo un objetivo disciplinante pero contradictoriamente, permitió el despliegue de
una comunidad de resistencia que sería, según Meruane, la que exigirá la protección del Estado frente a la enfermedad; en el caso de las mujeres seropositivas, lejos
de una reivindicación de una sexualidad ligada al placer, la representación literaria de éstas dio cuenta del
discurso patriarcal triunfante luego de que la construcción simbólica de la crisis del sida, estuviese ligada a
los “excesos” y el descontrol sexual. La autora intenta
explicar las tensiones entre los oprimidos: homosexuales, travestis, transexuales, los principales afectados en
la primera década de la crisis y las mujeres. Paradójicamente, tal como documenta la autora, estas estuvieron
entre las principales afectadas por el virus (son actualmente el 60 % a nivel mundial), no solo desprotegidas
por un relato que se construyó alrededor de una enfermedad “homosexual”, sino porque además, al principio
fueron pocas las contagiadas y muchas de ellas eran
prostitutas, o se les acusó de serlo. Así, las mujeres seropositivas padecerán “el síndrome de la desaparición
femenina” en los textos y, cuando no, serán representadas como esposas-víctimas del hombre que las contagia (tras “incursiones” homosexuales o poligámicas),
punta de lanza de una pedagogía del sida: “heroínas
que sufren pero sacrifican su inquina por el bien de la
familia, madres que subliman la necesidad del activismo en la exacerbación de una disposición doméstica”.
En uno de los últimos capítulos de su trabajo, Meruane
indagará sobre por qué no solo aparecen con enorme
carga negativa (no ya como la prostituta, “el doble del
homosexual” en tanto sexualmente “hiper”activo) sino
que sufrirán una “virtual erradicación” de ese “portador del signo femenino”, el cuerpo travesti. La respuesta ensayada indica que cuando los enfermos retornen
al país, lo harán en “competencia por la representación
y el reconocimiento en el momento más crítico” frente a la búsqueda de la asistencia estatal. Se produce un
“regreso a modelos sexistas que niegan todo signo femenino y celebran una masculinidad identificada con la
salud del cuerpo biológico y político”.
El recorrido por el imaginario del sida concluye con el
análisis del impacto de la era de la comunicación junto al “regreso” del deseo sexual y la búsqueda de su
consumación. Es lúcida la observación de Meruane que
descubre en las nuevas tecnologías (que se vuelven
forma narrativa), una mediación que intenta acercar a
los amantes, aún bajo el signo del temor al contagio y
de ese gran triunfo neoliberal sobre la subjetividad: el
individualismo.
La investigación de Lina Meruane tiene la ventaja no
solo de reunir un vasto “corpus seropositivo” que se
encontraba disperso y es arduo conseguir, sino porque
aun sin compartir algunas de sus conclusiones, abre
preguntas sobre la relación entre capitalismo, sexualidad y opresión, moldeadas por una enfermedad bajo
cuyo intento de control, subyace la voluntad disciplinaria de la mirada conservadora, garante del orden capitalista y patriarcal.
1. Link, Daniel, “El juego silencioso de los cautos” en El juego de los
cautos. Literatura policial: de E.A Poe a P.D. James, Buenos Aires, Ed.
La Marca, 2003.
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