observancia de los mandamientos en los escritos

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ALPIIONSE HUMBERT, C. SS. R.
OBSERVANCIA DE LOS MANDAMIENTOS EN
LOS ESCRITOS JUANEOS
L'observance des commandements dans les écrits johanniques (Évangile el Premiére
Epitre), Studia Moralia, 19 (1962) 187-219.
EN EL CUARTO EVANGELIO
Significación negativa
Aunque el origen de la fórmula guardar los mandamientos " (térein lbs entolás) es
claramente veterotestamentario, no implica una sumisión a las prescripciones de la Ley
mosaica. Es verdad que la Ley, bien entendida y practicada, conduce lógicamente a
Cristo, pero en el cuarto evangelio se hace notar con mucho cuidado que el único
camino - la única fuente- que conduce a la vida eterna, es Cristo mismo (5;39).
La actitud que Cristo adopta ante la ley mosaica, hace pensar que ésta había perdido
toda su fuerza de obligación. La regla sup rema de conducta para el Cristo juaneo es la
voluntad de su Padre, que se le manifiesta en una revelación directa y constante: el
nuevo culto está inspirado por el Espíritu (4,21-24). Las obras exteriores y legales de los
judíos pierden todo valor ante la fe, el don de Dios, que supone una adhesión total e
interior a Cristo (6,28 s.). Habla Cristo de un nuevo mandamiento que tiene toda su
fuerza en el amor (13,34) y para cuya formulación no utiliza, como Pablo y los
sinópticos, los textos del A T. En otros lugares trata de un bautismo en el Espíritu, de la
Eucaristía, de la oración en nombre de Jesús... Tantas pruebas manifiestan con claridad
la intención de Juan, para quien la ley mosaica no puede tomarse como norma con vistas
a un comportamiento moral (1,17).
Significación positiva
Tanto la voz térein (guardar) como entolé (mandamiento) quedan polarizadas en dos
centros de interés: por una, parte las relaciones de Jesús con su Padre, y por otra las de
los discípulos con respecto a Jesús o al Padre. Estudiemos separadamente estos dos
enfoques.
Como expresión de las relaciones de Jesús con su Padre
El cuarto Evangelio no es ni quiere ser un tratado sobre la Trinidad: Juan describe
sencillamente el papel que ha representado Jesús, en colaboración con el Padre, en
medio del mundo y de los hombres. Su doctrina trinitaria está inseparablemente unida a
la Historia de la Salvación que sé realiza en Jesucristo.
Es el Padre quien dirige esta Historia. Por amor a los hombres envía a su Hijo, y el
Espíritu procede primariamente de Él. El mismo Jesucristo manifiesta en múltiples
ocasiones que cuanto tiene, cuanto hace, cuanto dice, le viene dado del Padre: es
consciente de la supremacía del Padre y se somete totalmente a Él, hasta llegar a hacer
de su vida una entrega dócil y total a su voluntad.
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Pero no podemos limitarnos a esto. No conviene separar, en Jesucristo, la sumisión a la
voluntad del Padre de su omnipotencia y, más todavía, de la maravillosa comunidad de
amor que les une inseparablemente en la obra mesiánica. Omnipotencia que aparece en
el conocimiento que tiene Jesucristo de los hombres, y de los acontecimientos, en la
libertad absoluta con la que obra siempre, y especialmente en la acción unida e idéntica
a la del Padre, no como la de un gran profeta, revestido de especialísimos dones, sino
como Hijo de Dios. Y comunidad de amor, afirmada ya en los orígenes de la misión de
Cristo en la respuesta activa del amor del Hijo, y que desemboca en la glorificación
simultánea del Hijo por el Padre y del Padre por el Hijo. Esta es, sin duda, la dimensión
más profunda de la obra salvífica del Cristo juaneo, la que sitúa en lugar preciso la
significación del tèrein tàs entolàs y permite deducir su verdadero contenido teológico.
¿Cómo tiene que interpretarse, pues; al nivel de la cristología juanea, la observancia de
los mandamientos? Traducir "entolé* como orden, mandamiento o precepto, como se ha
hecho ordinariamente, no es quizá del todo acertado, dado el sentido legal que
desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados a dar a estas palabras. "No se trata
de una orden -dice con exactitud el P. Spicq- ni de un precepto, sino de una palabra, de
la comunicación de un propósito, o mejor, de una misión o de un programa."
No queremos decir que la interpretación legalista del tèrein tàs entolàs no tenga ningún
matiz moral. Al contrario, se le debe atribuir una alta significación moral. Pero a
condición de que se acepte como expresión del amor de Jesús en respuesta al amor del
Padre. Para Jesucristo, sumisión a la voluntad del Padre y amor de Dios son una misma
cosa. Si "hace siempre lo que le agrada al Padre", es porque le ama con un amor total,
plenamente adecuado al amor que le tiene el Padre, que deja entrever el insondable
misterio de amor que une al Padre y al Hijo en el seno de la Trinidad.
En el obrar de los discípulos
Dada la multiplicidad de matices que aquí encontramos, es indispensable situar la
observancia de los mandamientos en la trama misma de la existencia cristiana tal como
la describe san Juan. Existencia que es diversa según se considere antes o después de la
glorificación de Cristo y de la venida del Espíritu.
El Cristo juaneo, al preparar a los discípulos para la recepción del Espíritu, les exige una
opción fundamental, la fe, que se manifiesta en una adhesión firme y vital a su persona
y a su doctrina. Aunque no es todavía una fe absoluta, en la plena acepción de la
palabra, reviste sin embargo sus principales características. No es una fría adhesión a un
credo, sino un don de sí mismo, amor (cfr. 14,15.21.23 s.).
En este primer estadio de la vida cristiana, hace ya Jesús de la observancia de los
mandamientos, una condición "sine qua non" para permanecer en su amor (15,9 s.) y
para recibir la efusión del Espíritu (14,15). Es una llamada a la fidelidad en la fe.
El período que sigue a la glorificación de Cristo está dominado por la actividad del
Espíritu: es la "era del Espíritu".
Juan bautizaba en agua: Cristo en el Espíritu. Y este nuevo bautismo (3,5) es
absolutamente necesario para entrar en el Reino de Dios. El Espíritu es el principio
activo, el elemento esencial y constitutivo del nuevo nacimiento. Igualmente se hace
necesaria la glorificación de Cristo, porque sin ella no habría efusión del Espíritu y, por
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tanto, tampoco posibilidad de nuevo nacimiento, ni de salvación. Es Cristo glorificado
quien ha de comunicar al hombre un nuevo principio vital, el Espíritu, que le permitirá
entrar en el Reino de Dios.
Según el discurso de despedida una de las funciones esenciales del Espíritu será la de
conducir a los discípulos hacia una comprensión más total del mensaje de Jesucristo. No
se trata, pues, de una segunda revelación (por si la de Jesús no fuera suficiente), ni
tampoco incluso se limita a aclarar y robustecer la verdad. La acción del Espíritu abarca
al hombre por completo: por ello la verdad juanea implica también una actitud moral. El
Espíritu, al proyectar nueva luz sobre la persona de Cristo, sobre su unidad con el Padre
y su obra salvífica, da a la fe una eficacia también nueva.
Habla además Juan de una ma nifestación espiritual y amistosa del Padre y el Hijo a
cada uno de los discípulos. En esta inhabitación comunica Jesucristo su paz, su alegría,
su gloria y todas sus gracias; y el Padre asocia a los discípulos al misterio de su unidad
con el Hijo. En este momento hemos alcanzado el punto culminante de la reflexión
juanea sobre la vida cristiana: una participación del amor del Padre y del Hijo, y
consiguientemente, una unión de todos los cristianos entre sí en el amor. Acaba de
crearse una nueva koinonía (comunidad), a imagen de la que une al Padre y al Hijo.
En este período que sigue a la efusión del Espíritu, ¿qué lugar ocupa la observancia de
los mandamientos y cuál es su significación?
En primer lugar, no pierde su fuerza de obligación (15,14). Amigos o servidores, tienen
que cumplir lo que ordena Jesucristo.
Pero, en la base, la actitud fundamental de la vida cristiana es la fe: la presencia activa
del Espíritu y la unión de los creyentes con el Padre y el Hijo le comunican un nuevo
dinamismo, que podemos especificar de esta manera:
El que crea en Él, hará las mismas obras que Él hace, e incluso mayores. Animados por
la fe, los discípulos continuarán la obra de Jesús.
En el momento de la prueba, del martirio, del desprecio, esta fe testimoniará en favor de
la divinidad de Jesús.
Finalmente, la fe es una victoria, una participación en el triunfo de Cristo glorificado:
los discípulos tienen que permanecer en el mundo, pero no son del mundo, están
consagrados a la Verdad.
En este marco, ¿qué sentido hay que atribuir al mandamiento nuevo (15,12)? Para san
Juan la caridad fraterna no se entiende sino a partir del amor del Padre hacia nosotros en
y por el Hijo. El Padre ama al Hijo; como el Padre ama al Hijo, el Hijo ama a los
creyentes; como el Hijo ama a los creyentes, así los creyentes tienen que amarse los
unos a los otros. El amor divino es una fuerza creadora, siempre activa, que transforma
el interior del hombre y regula sus relaciones con los demás. Por eso la caridad fraterna
es una participación activa y vital del amor del Padre a nosotros en Cristo.
En el cuarto evangelio, por tanto, la caridad fraterna no es una simple obligación o una
prescripción legal. Es una especie de, impulso interior, una acción del Paráclito en el
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creyente, cuya novedad viene dada por el hecho de que pertenece al nuevo orden de
salud establecido por Dios y realizado por Jesús. Es la marca distintiva de los nuevos
tiempos, y por esto es también el signo característico de los discípulos de Jesús.
Se ha dicho que el cristianismo jua neo es una "economía del testimonio". Es
absolutamente cierto. Juan da al mandato nuevo un valor de testimonio. La comunidad
de los creyentes, al amarse unos a otros, será testimonio siempre vivo ante el mundo de
la revelación de Dios en Jesucristo.
EN LA PRIMERA CARTA
El fin principal de la primera carta de san Juan no es el de exhortar a los fieles a creer en
Cristo y a amarse los unos a los otros, sino determinar quiénes son los verdaderos
cristianos. Para él, el auténtico cristiano es aquel en quien se realizan estas dos
condiciones igualmente necesarias: la profesión de fe cristológica y la fidelidad absoluta
a los mandamientos, especialmente al mandamiento de la caridad fraterna.
Significación negativa
En esta primera carta, a diferencia del cuarto evangelio, Juan atribuye el origen de los
mandamientos exclusivamente a Dios. ¿Significa esto que toma una posición más
favorable a la ley mosaica?
En primer lugar, notemos que la carta no cita nunca textos del AT (excepto 3,12, en que
cita la venganza de Caín, para que no sea imitada).
La palabra nómos (ley), no aparece en toda la carta. Pero sí encontramos anomía (3,4)
que no debe traducirse, por "violación de la ley", puesto que en este caso, por el
contexto, anomía designa más exactamente el pecado no como transgresión sino más
bien en su aspecto religioso de participación en el poder satánico y oposición a Dios.
Los entolai (mandamientos) no deben tomarse estrictamente como enunciados de un
código legal. Son la expresión de los grandes temas que caracterizan la vida cristiana en
el cuarto evangelio: la huida del pecado, la fe, la caridad, imitación de Cristo, oración...
Su posición teocéntrica no implica una vuelta a la legislación mosaica, pues a Juan le
interesaba insistir en la unión inseparable del conocimiento de Dios y los
mandamientos, para combatir a los herejes que pretendían unirse a Dios sin cumplir lo
que ordenaba. "Para un cristiano -anota Schnaclcenburg- la norma de su obrar no es un
código general de leyes, ni tampoco el mismo decálogo, sino la enseñanza personal de
Cristo; y no sólo su palabra, sino más todavía el ejemplo de su vida."
Significación positiva
Por el cuidado especial que puso Juan en distinguir a los herejes de los verdaderos
cristianos, insistió de manera particular en el aspecto realista y concreto de la vida
cristiana: la observancia de los mandamientos. Y la concibe como una realidad-signo,
un criterio visible de la comunión con el Padre y el Hijo.
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Aparece de nuevo el problema: ¿se ha inclinado Juan hacia un mayor- legalismo? ¿Cuál
es el verdadero fundamento de la observancia de los mandamientos?
Si la observancia de los mandamientos es el criterio visible de la unión con el Padre y el
Hijo, esta unión es el verdadero fundamento y principio vital de la observancia de los
mandamientos.
En 2,29 - 3,10 vgr. la comunión con el Padre y el Hijo es el fundamento de la huida del
pecado y de la práctica de la justicia. En estos versículos el tema central la oposición de
los hijos de Dios y los hijos del diablo. Su comportamiento moral es un testimonio de la
presencia de una realidad espiritual invisible. El "ser de Dios", supone un origen y una
pertenencia del cristiano puestas en Dios: conocimiento de Dios, no meramente
intelectual, sino abarcando todo el ser espiritual en su totalidad. Tanto más se conoce a
Dios cuanto más se practique la justicia y la caridad fraterna. Existe un dinamismo
interior, que llevará a la comunión con Dios y con Cristo. Si un hombre deja de pecar es
porque ha nacido de Dios, y posee en su interior la palabra vivificante de Cristo. Por
esto Cristo no se contenta con perdonar: comunica su misma santidad. Y de ahí procede
la transfiguración moral: fuente y principio vital de la huida del pecado y de la práctica
de la justicia.
En 3,24; 4,16; 3,14-151a comunión con el Padre y el Hijo es también el fundamento de
la caridad fraterna. El cristiano está comprometido en una situación nueva, a la que
responde el imperativo también nuevo de la caridad. Por la caridad Dios está en el
cristiano y permanece en él.
Pero existe además un carácter dinámico de la comunión con el Padre y el Hijo, que
viene expresado por una serie de textos (3,14-15). La caridad fraterna es una
participación activa y vital del amor del Padre a nosotros en Cristo. El amor (agape)
parte del Padre, en y por Cristo, llega a los discípulos y a través de estos a los demás. Al
amar a los demás como Dios los ama en Cristo, se ama a Dios; al amar a Dios, se ama a
los demás. Y este amor tiene, como signo exterior, la observancia de los mandamientos
(5,2 s.).
La comunión con el Padre y el Hijo, es, por fin, fundamento y principio vital de la
profesión, de fe y del triunfo de la fe sobre el poder del mal.
La profesión de fe -debido a la lucha contra los herejes que lleva a cabo Juan en su
carta- como la caridad, tiene valor de realidad-signo, de la comunión con Dios.
La fe es, además, victoria sobre las fuerzas del mal. Y la victoria se debe precisamente a
esta unión íntima del cristiano con el Padre y el Hijo: ha nacido de Dios (5,4), guarda su
Palabra (2,14), posee la santidad misma de Cristo (3,7) y en su interior habita Aquel que
es mayor que el que está en el mundo (4,4). Por esto ha vencido, y su victoria es la
misma que la del Padre y el Hijo.
Esta comunión es también necesaria para hacer la profesión de fe cristológica: Dios
actúa por su Espíritu, el cual manifiesta su presencia en la profesión de fe cristológica.
La unión de que se habla en 2,20 y 27 es el principio iluminador que, según Juan, pone
al verdadero cristiano al abrigo de los falsos profetas y le permite continuar unido a
Cristo.
ALPIIONSE HUMBERT, C. SS. R.
Conclusiones
1. Mandamientos, para san Juan, son las nuevas exigencias religiosas y morales que se
desprenden de la revelación de Dios en Jesucristo.
2. La observancia de los mandamientos es un elemento esencial de la vida cristianas
condición para permanecer en el amor de Dios y de Cristo. Es además una participación
en la obra redentora de Jesús y cobra valor de testimonio, siendo una realidad-signo de
la comunión con el Padre y el Hijo.
3. Es imposible interpretar la observancia de los mandamientos en los discípulos de una
manera legalista. La fe, en la etapa que precede a la efusión del Espíritu, es un don de
Dios; su voluntad salvífica suscita la respuesta del hombre. Luego, la observancia de los
mandamientos tiene como principio vital la comunión del cristiano con el Padre y el
Hijo.
4. La unión del Padre y del Hijo en el amor, se convierte en modelo y fuente de la vida
de los discípulos. La observancia de los mandamientos no es más que la consecuencia
de este amor.
5. Ni la primera carta ni el evangelio de Juan son tratados de teología moral, pero en
ellos aparecen los principios fundamentales de la vida cristiana. El estudio de los
escritos del "discípulo amado", ayuda al moralista a concienciar más vivamente lo que
debe ser la auténtica vida cristiana.
Tradujo y extractó: JUAN FCO. CALDENTE
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