NATURALEZA Y LEY NATURAL* I La reflexión sobre el tema que

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NATURALEZA Y LEY NATURAL*
JOAQUÍN GARCÍA-HUIDOBRO
I
La reflexión sobre el tema que nos ocupa tiene algo de paradoja. Que, por la
difusión de la sensibilidad ecológica, los nuestros sean tiempos propicios para
hablar de 'naturaleza' y de 'lo natural', no significa que una exposición sobre
naturaleza y ley natural sea, sin más preámbulos, bien recibida por cualquier
auditorio. Algún espíritu suspicaz podría pensar que los así llamados "iusnaturalistas" aprovecharán la actual preocupación ecológica para tratar de infiltrar una
vez más en la discusión su eterno problema del derecho natural. Y no les falta
razón. La idea de que en la naturaleza hay un orden y que, de alguna manera, ese
orden es normativo para el hombre, al menos en el sentido de que el ser humano
no puede hacer con la naturaleza lo que quiera sin sufrir las consecuencias, se
parece demasiado a la antigua reflexión sobre la existencia de un orden en lo
humano, que ni el más poderoso de los gobernantes puede trastrocar sin
degradarse, como para dejar de hacer ciertas comparaciones. Otro tanto sucedió
años atrás con el tema de los derechos humanos, esos derechos intengibles que
toda autoridad debe respetar, cualquiera sea el lugar de la geografía en que se
ejerza, no sólo tienen un extraordinario parecido con ciertas teorías iusnaturalistas, sino que históricamente surgieron de ellas.1
¿Qué sucede entonces? ¿Por qué incluso autores, como Hart, que aceptan un
contenido mínimo de derecho natural" no dudan en calificarse como adherentes al
positivismo y evitan por todos los medios el calificativo de iusnaturalistas?
¿Estaremos en presencia de un fenómeno como el Gattopardo, en el que se
cambia de lenguaje con el fin de que todo siga exactamente igual? 2 Que todo siga
igual no me atrevería a afirmarlo. Pero que nos hallamos ante una cierta
Este texto forma parte de un proyecto más amplio, patrocinado por FONDECYT (Chile). El autor agradece las
observaciones de A. Vigo, y de los miembros de la Sección Westfaliana de la Sociedad Internacional de Filosofía Jurídic a
(WR), en especial de W. Krawietz y L. Siep. con quienes pudo discutir una primera versión de este trabajo
Cfr. F. Inciarte, "Derecho natural o derecho racional: treinta tesis y una propuesta", en Rei'ista Chilena de Dereclw, vol. 19,
n. 1. Santiago de Chile. 1992, 299-310; R. Tuck, Natural Rights 1'heories. Cambridge University Press. Cambridge. 1979.
Oï. H. L. A. Hart, The Concept ofLaw. Oxford University Press. Londres. 1961. G. T. di Lampedusa,// Gattopardo Feltrinelli
Editore. Milano. I960 (52 ed).
paradoja es un hecho notorio. Y bien saben los procesalistas que en el foro los
hechos notorios no necesitan probarse.
La historia de por qué muchos autores, que aceptan la existencia de ciertos
principios de justicia por encima de los ordenamientos jurídicos vigentes, evitan
decir que reconocen un derecho natural es una historia que, aparte de ser larga y
complicada, no estamos en condiciones de contar. Abordaremos tan sólo dos
episodios de la misma, después de los cuales podremos entrar al núcleo de esta
exposición.
II
El primer episodio es muy antiguo. Lo encontramos en el Gorgias, uno de los
diálogos platónicos. Allí Sócrates, debatiendo con el sofista Gorgias, ha sostenido
e intentado fundamentar la tesis de que es preferible sufrir una injusticia antes que
cometerla (46°b). Es una tesis de tanta belleza como fuerza. Una verdadera piedra
de escándalo, que resume lo que podríamos llamar el modo clásico de mirar la
ética, tomando la palabra clásico en un sentido muy amplio. Textos parecidos
cabe leer en muchas partes, desde algún fragmento de Demócrito3 hasta la
invitación de Vaclav Havel a reemplazar la vida en la mentira por una vida en la
verdad,4 pasando por la afirmación evangélica: "¿De qué le vale al hombre ganar
el mundo si es a costa de su alma?"
El principio socrático de que es preferible sufrir una injusticia antes que
cometerla causa las iras de Calicles, otro sofista, que toma el lugar que ocupaba el
derrotado Gorgias en la discusión. Calicles acusa a Sócrates de haber confundido
dos órdenes, el de la naturaleza y el de la ley. Desde la perspectiva de la ley, es
preferible padecer el mal antes que realizarlo. Pero para Calicles la ley no es una
realidad primera. Muy por el contrario, se trata de una argucia de los débiles para
controlar a los poderosos. El dato primigenio está dado por lo natural. ¿Y qué nos
muestra nuestra observación de la naturaleza? Que su ley es la ley del más fuerte.
"Y la naturaleza misma, creo, -dice Calicles- pone de manifiesto que esto
mismo es justo: que el superior obtenga más que el inferior, y que el poderoso
más que el incapaz. Y es manifiesto que estas cosas son así en todas partes,
tanto entre los restantes animales como en todas las ciudades y las razas
humanas, puesto que lo justo ha sido así concebido, que el más fuerte gobierne
sobre el más débil y obtenga más" (483 c - d).
Calicles apoya sus dichos con ejemplos históricos, como la invasión del Hélade
por Jerjes, el cual, al vencer en la guerra al más débil, está "actuando con arreglo
a lo que es justo conforme a la naturaleza" (483e), por más que haya violado las
leyes humanas, que logran domesticar a los mejores y más fuertes de los
hombres, convirtiéndolos en esclavos (cfr. 483e-484a). Esta apología del derecho
del más fuerte va a reaparecer otras veces en la historia. Una de las
"Quien comete injusticia es más desgraciado que quien la padece" ( DK 68 B 45)
Cfr. p. ej.. V. Havel, "El poder y la conciencia", en Atlámida. n. 3. Madrid 1990. 44-54
últimas ocasiones fue en la obra de algunos juristas cercanos al nacionalsocialismo. No ha faltado quien ha pretendido ver en estas formas de pensamiento
deudoras de Calicles un residuo de iusnaturalismo, 5 pero no pasa de ser una
confusión derivada del uso equívoco de expresiones como naturaleza o justo
natural. La tradición iusnaturalista se basa en el reconocimiento del principio
socrático de que cometer una injusticia es una desgracia mayor que sufrirla, y en
la admisión de que hay al menos algún principio de justicia cuyo reconocimiento
no depende de su aceptación por las leyes o los poderosos, sean mayoría o minoría. Si la idea del derecho natural se confunde con la ley del más fuerte, es explicable que haya quienes procuren evitar el ser calificados como iusnaturalistas,
pero no parece haber razones fundadas que justifiquen una tal actitud.
El propio Calicles reconoce la diferencia entre su postura y la de su adversario,
y la atribuye a que éste está adoptando una perspectiva filosófica, que sólo es
adecuada para la edad joven, mientras que el hombre maduro debe adoptar un
punto de vista pragmático para juzgar la realidad (cfr. 484c-486d). Con esto nos da
una buena pista para seguir adelante, a saber, que mientras uno se mantenga,
como Calicles, en una consideración puramente empírica de la naturaleza, le será
muy difícil llegar a formular principios como el de Sócrates. Esto quiere decir,
entonces, que cuando la tradición clásica nos habla de que hay cosas que son
justas o injustas por naturaleza, no está entendiendo los términos naturaleza o
natural en un sentido meramente fáctico, físico, como aquello que se da, que está
frente a nosotros y podemos percibirlo por nuestros sentidos. Porque si esto fuese
así, entonces habría que darle la razón a Calicles y pensar que o no hay nada
justo por naturaleza o lo justo coincide con lo que pasa espontáneamente. El
derecho sería el hecho.
La idea de lo natural como lo fáctico, lo que se da o sucede, tendrá gran
importancia en la época moderna, y está en la base de otro episodio de esta historia, que queremos traer aquí a colación.
III
Decíamos que la historia que lleva a muchos pensadores a huir de la identificación
con el pensamiento iusnaturalista es larga. Una de las etapas importantes de la
Antigüedad es la constituida por Calicles y su consideración de que acudir a
criterios de justicia suprapositivos es un acto de cobardía, propio de hombres
débiles e inmaduros.
Puestos a buscar en la Modernidad un punto de importancia parangonable,
habría que referirse a un célebre pasaje del Treatise,1 en donde David Hume hace
notar que los moralistas tienen la tendencia de deducir sus proposiciones éticas a
partir de constataciones empíricas, lo que parece manifiestamente imposible, ya
que de ciertos estados de cosas no podemos deducir imperativos mora
Cfr. E. Garzón Valdes, "Introducción", en id. (ed.), Derecho y Filosofía. Alfa. Barcelona 1985. 5-14.
D. Hume, Tratado de la naturaleza humana, vol. II. Ed. Nacional. Madrid. 1977, 689-90.
últimas ocasiones fue en la obra de algunos juristas cercanos al nacionalsocialismo. No ha faltado quien ha pretendido ver en estas formas de pensamiento
deudoras de Calicles un residuo de iusnaturalismo, 6 pero no pasa de ser una
confusión derivada del uso equívoco de expresiones como naturaleza o justo
natural. La tradición iusnaturalista se basa en el reconocimiento del principio
socrático de que cometer una injusticia es una desgracia mayor que sufrirla, y en
la admisión de que hay al menos algún principio de justicia cuyo reconocimiento
no depende de su aceptación por las leyes o los poderosos, sean mayoría o minoría. Si la idea del derecho natural se confunde con la ley del más fuerte, es explicable que haya quienes procuren evitar el ser calificados como iusnaturalistas,
pero no parece haber razones fundadas que justifiquen una tal actitud.
El propio Calicles reconoce la diferencia entre su postura y la de su adversario,
y la atribuye a que éste está adoptando una perspectiva filosófica, que sólo es
adecuada para la edad joven, mientras que el hombre maduro debe adoptar un
punto de vista pragmático para juzgar la realidad (cfr. 484c-486d). Con esto nos da
una buena pista para seguir adelante, a saber, que mientras uno se mantenga,
como Calicles, en una consideración puramente empírica de la naturaleza, le será
muy difícil llegar a formular principios como el de Sócrates. Esto quiere decir,
entonces, que cuando la tradición clásica nos habla de que hay cosas que son
justas o injustas por naturaleza, no está entendiendo los términos naturaleza o
natural en un sentido meramente fáctico, físico, como aquello que se da, que está
frente a nosotros y podemos percibirlo por nuestros sentidos. Porque si esto fuese
así, entonces habría que darle la razón a Calicles y pensar que o no hay nada
justo por naturaleza o lo justo coincide con lo que pasa espontáneamente. El
derecho sería el hecho.
La idea de lo natural como lo fáctico, lo que se da o sucede, tendrá gran
importancia en la época moderna, y está en la base de otro episodio de esta historia, que queremos traer aquí a colación.
III
Decíamos que la historia que lleva a muchos pensadores a huir de la identificación
con el pensamiento iusnaturalista es larga. Una de las etapas importantes de la
Antigüedad es la constituida por Calicles y su consideración de que acudir a
criterios de justicia suprapositivos es un acto de cobardía, propio de hombres
débiles e inmaduros.
Puestos a buscar en la Modernidad un punto de importancia parangonable,
habría que referirse a un célebre pasaje del Treatise,7 en donde David Hume hace
notar que los moralistas tienen la tendencia de deducir sus proposiciones éticas a
partir de constataciones empíricas, lo que parece manifiestamente imposible, ya
que de ciertos estados de cosas no podemos deducir imperativos moraCfr. E. Garzón Valdés, "Introducción", en id, (ed.), Derecho y Filosofía. Alfa. Barcelona 1985. 5-14.
D. Hume, Tratado de la naturaleza humana, vol. II. Ed. Nacional. Madrid. 1977, 689-90.
les. Del "ser" no se puede deducir el "deber ser": así se enuncia normalmente la
llamada "ley de Hume". De premisas en indicativo no es posible extraer una conclusión en el modo verbal del imperativo, de la naturaleza no sale la moral.
Que la "ley de Hume" sea realmente una ley o qué haya querido decir el filósofo escocés con esas afirmaciones, son cuestiones muy discutidas, que no abor
daremos.6 Tampoco entraremos en las refutaciones que autores como Kalinowski, Finnis o Hóffe han expuesto en torno a esc argumento anti-iusnatura-lista.
Nos interesa sólo hacer ver que, al igual, o en mayor medida, que Calicles, las
aseveraciones de Hume -o, mejor dicho, de quienes invocan su ley como algo
definitivo-, se fundan en algunos supuestos que son, a lo menos, discutibles.
El primer supuesto es común a Hume y Calicles, y consiste en la reducción del
ser, de lo natural, a lo meramente fáctico. Nada prohibe que un filósofo, a título
hipotético, intente desarrollar una teoría ética a partir de la facticidad, y que
concluya que a partir de esos hechos no cabe derivar valores. El problema
comenzará cuando intente criticar a los autores que no hacen esa reducción
reprochándoles el derivar valores a partir de una naturaleza que no se entiende en
el mismo sentido empírico que él utiliza. Si la noción de naturaleza que mantiene
Hume es mejor que la de los moralistas que lo precedieron es cuestión de tanta
importancia que no parece legítimo darla por probada, sin preguntarse, antes de
criticar, si la derivación de valores a partir del ser no se basará acaso en una
noción de naturaleza que, de ser verdadera, haría posible esa empresa.
Aparte de una determinada noción de naturaleza, los seguidores de Hume
suelen pensar, con su maestro, que la moral no es cuestión racional, sino puramente emotiva, de sentimientos. Esto supone quizá mantener que la única forma
de racionalidad es la que los antiguos llamaban especulativa o teórica. Es decir,
que sólo actúa la razón allí donde se puede calcular, constatar. Así, los dominios
de la razón coincidirían con los de la ciencia y la técnica, en el sentido moderno de
estas palabras. Según esta concepción, la razón estaría recluida al mundo del ser,
y no podría remontarse más allá de estos límites. Pero como esta afirmación
contraría, al menos, toda una tradición filosófica y no pocos estudios contemporáneos, que nos hablan de una razón práctica, cuyo campo de acción es el "deber
ser", sería deseable que, antes de fundar una crítica al iusnaluralismo sobre un
apoyo tan discutible como una concepción unilateral o menguada de la razón, se
la someta primero a discusión, antes de hacerla comparecer en forma acrítica.
Es cierto, ya lo reconoce Aristóteles, que la razón especulativa -aquella que
constata- tiene una certeza mucho mayor que la razón práctica, la cual se ocupa
de las cosas que deben ser hechas, o sea,de actividades y campos como el derecho o la política. También hay que reconocer que, al ser más exacta, permite una
acumulación de conocimientos y un cierto progreso. Pero, aparte de que la
exactitud puede que no sea tan grande como lo pensaban algunos seguidores de
Hume, nadie asegura que en los asuntos humanos, variables y contingentes, la
exactitud sea una ventaja. Hoy muchos piensan que, cuando ciertas filosofías
expulsaron de la realidad los valores y los fines, no sólo se ahorraron trabajo en
forma ilegítima, pues "es indigno del hombre no buscar la verdad a él proporcio-
Cfr. J. Finnis, Natural Law and Natural Rights. Oxford University Press. Oxford. 1989 (primera edición 1980), 36-42.
nada (aunque el hallarla sea difícil, agregamos), sino que en ese intento dejaron
fuera de nuestro ámbito de percepción lo que en nuestro siglo se ha llamado el
mundo de la vida, con graves consecuencias, no sólo para nosotros los hombres,
sino también para el mundo material, al que supuestamente los modernos
pretendían dominar como amos y señores. Cuánto depende este prurito de la
exactitud de la asunción acrítica del ideal del progreso indefinido es una cuestión
que los historiadores de la cultura tendrán que dilucidar.
Pero todas estas reflexiones son fáciles de hacer hoy en día, en que hemos
tenido dos siglos para juzgar esas filosofías contemplando sus frutos. Pero era
comprensible que para la posteridad de Hume, en cambio, todo intento de fundar
la moral en la naturaleza se hiciera sospechoso de estar intentando lo imposible,
y, en este sentido, es explicable que muchos autores hayan pretendido situarse
fuera del alcance de la denominación "iusnaturalista".
Un último supuesto, que no expondremos aquí, es el de que las teorías iusnaturalistas se desarrollan, como su nombre parece indicarlo, a partir de la noción
de naturaleza y lo natural. Pero si se examina la literatura más reciente sobre el
tema, el lector se encontrará con la sorpresa de que muchos consideran que, para
las figuras más destacadas del pensamiento iusnaturalista, la determinación de lo
moral no se hace, al menos en un primer momento, sobre la base de preguntar
por lo natural, sino, mucho más, por establecer qué es lo "razonable".7
IV
Nuestra reflexión nos muestra que estamos hablando de cuestiones sobre las que
se ha discutido y se discute mucho. Pero esto, lejos de desanimarnos, nos entrega
un nuevo argumento que avala el que pasemos ahora a comentar un texto venerable, una de las piedras fundacionales de la reflexión iusnaturalista. El argumento
no es muy importante para aquellos que pensamos que la calidad de una reflexión
filosófica no está determinada por su sujeción a las opiniones determinantes.
Parafraseando a Hume, podríamos decir que el carácter mayoritario de las
opiniones dominantes es una cuestión fáctica, de la que no se puede sacar sin
más precauciones una conclusión valorativa. Nuestro argumento suena así: si hoy
se discute sobre un tema, no sería especialmente inteligente el que los seguidores
de una postura traten a sus oponentes como si estuviesen defendiendo un
cadáver. Si así fuese, no necesitarían discutir.
La historia de Antígona está narrada en la tragedia homónima de Sófocles. Esta
hija de Edipo es mostrada como un símbolo de la rebelión frente a una ley injusta
sobre la base de una legalidad superior. Así resume Salustio el contenido de esta
tragedia que, en su opinión "cuenta entre las más bellas de Sófocles".
"La obra debe su nombre a que es Antígona en quien se basa el argumento. En
efecto, el cuerpo de Polinice yace insepulto y Antígona intenta enterrarlo,
.
Met. 1, 2, 982 b 31-32
Cfr. J. Finnis. Natural..., cap. II.
pero es impedida por Creonte. Y, sorprendida cuando lo enterraba, es muerta.
Pero Hemón, el hijo de Creonte, la amaba y, no pudiendo soportar semejante
desgracia, se da la muerte. Tras esto, también su madre Eurídice pone fin a su
vida con un lazo".8
Aquí nos interesa recoger las razones por las cuales Antígona explica su inusual actitud de desobedecer un decreto de la potestad política y enterrar a su
hermano, permitiendo así que su alma entrara al Hades, cosa que no podía hacer
mientras su cuerpo permaneciese insepulto. La primera serie de argumentos se
expone en el diálogo en el cual discute con su hermana Ismena, quien no
comparte su propósito. Tras haber señalado que al rey no le está permitido
apartarla de los suyos, muestra que el crimen que cometerá es, en el fondo, un
"delito santo" y la muerte a la que se expone será algo hermoso, porque antes hay
que satisfacer "a los de abajo" (v. 75) que a quienes nos acompañan aquí por sólo
un tiempo, máxime si el acto de enterrar un cadáver significa cumplir lo que
establecen los dioses.
"No podría yo obligarte -dice Antígona-, ni, si todavía estuvieras dispuesta a
hacerlo, vería con gusto que cooperes conmigo. ¡Vamos! ¡Míralo como te parezca;
que a aquél yo lo enterraré! Y será hermoso para mí morir haciendo esto. Yaceré
junto a él, querida junto a un ser querido, por haber cometido un delito santo. Pues
mayor es el tiempo durante el que he de dar satisfacción a los de abajo que a los
de aquí, porque allí por siempre descansaré. En cambio, tú, si así te parece, deja
sin honra las cosas honradas por los dioses" (w. 68-78).
El diálogo entre las dos hermanas muestra las diversas actitudes a las que se
llega cuando se adoptan diferentes perspectivas. Ismena no entierra a su hermano
porque el hacerlo significa disgustar al poderoso y le acarreará la muerte. Ella
mantiene lo que podríamos llamar una perspectiva de corto plazo, pensando que
sólo se disgusta a quien se tiene inmediatamente arriba y olvidando que tarde o
temprano la muerte llegará a todos. Antígona mantiene una perspectiva más
amplia: su mundo incluye también a los dioses y a los muertos, y es capaz de
considerar no sólo la muerte que le acecha en caso de desobedecer a Creonte,
sino también aquella que es inseparable de todo ser humano. Por eso, puestos a
morir, mejor morir dignamente.
Pero la diferencia entre Antígona y su hermana no es una simple cuestión de
gustos, como podría dar a entender la contraposición entre perspectivas de corlo y
largo plazo, porque la elección de una u otra implica diversos modos de vida. Al
mismo tiempo, la perspectiva de Antígona es más real. Bastaría una breve
reflexión para que a la luz de este episodio descubriéramos que la visión de
Antígona es más realista que una consideración meramente pragmática. El
pragmatismo esconde muchas ilusiones, en especial la ilusión de vivir como si no
se fuera a morir, lo que es un engaño que contradice la más elemental de las
experiencias. El mundo heroico y trascendente de Antígona, con sus dioses y la
presencia de los muertos y la muerte, es mucho más real que el de su hermana, la
cual, reconociendo que lo que alega Antígona es verdadero, no se anima a actuar
en coherencia. ¿Cómo explicar esta inconsecuencia? Ismena no ve la realidad
El texto se recoge de la iraducción caslellana de L. Pinkler y A. Vigo, en Sófocles. Antigona. Biblos. Buenos Aires. 1987. 68.
porque no está dispuesta a tomar sobre sus hombros la carga del sufrimiento. Hay
una misteriosa relación entre el sufrir y el conocer las cosas tal como son, que no
podemos desarrollar aquí. El sufrimiento, en todo caso, tiene el doble mérito de
acercarnos a la realidad y, al mismo tiempo, hacernos patente que esta no se
reduce a los solos aspectos empíricos de la misma (el placer sensible, en cambio,
muchas veces desempeña el papel contrario: nos aleja de la realidad, en cuanto
nos puede reducir a los límites de lo actualmente percibido, haciéndonos perder
de vista el "contexto" y, por su propia naturaleza, nos mueve a privilegiar lo
tangible, lo que está al alcance de la mano). Más adelante, cuando Antígona es
condenada a muerte, Ismena procura hacerse acreedora de su misma suerte,
cosa imposible, pues hay una cierta proporción entre la forma en que se muere y
la manera en que se ha vivido, y no está en su mano cambiarla.
No nos detendremos especialmente en los diálogos entre Antígona y Creonte,
una vez que ésta es descubierta intentando dar sepultura a su hermano. Aún con
peligro de pecar de anacronismo, podríamos decir que la lógica de Creonte es
prototípica de una mentalidad utilitarista. Su ética, en terminología de Max
Weber,1" es la ética típica del político, la ética de la responsabilidad, que mide la
bondad de los actos por sus consecuencias, en este caso, el desorden que
supone el que un mandato soberano sea desobedecido. La argumentación de
Antígona, por su parte, está principalmente dirigida a mostrarle que se ha excedido, que ha comenzado a legislar sobre una materia que no es de competencia
suya, sino de los dioses. Dejar insepulto a Polinice, dice Antígona, no es algo que
haya sido ordenado por Zeus ni por Dike, la diosa de la justicia. En sus palabras
hay incluso un dejo de ironía:
"Ni siquiera creía que tus edictos tuvieran tanta fuerza como para que un simple
mortal pase por sobre las ágrafas pero inconmovibles leyes de los dioses" (w. 4525), cuya existencia es inmemorial (cfr. w. 455-7).
En el enfrcntamiento con Creonte, Antígona vuelve a insistir en que complace a
quienes en verdad debe ser grata, y que los criterios de la política de su tío
Creonte difícilmente podrán satisfacer lo que en el mundo de abajo se considera
piadoso (cfr. w. 521-2). Como han destacado Pinkler y Vigo en su Introducción a
una magnífica edición de Antígona en castellano, esta tragedia de Sófocles es una
respuesta a los criterios inmanentistas e iluministas de la época de Pericles, en la
que se difunde la convicción de que es posible instaurar un orden político
prescindiendo de los principios tradicionales y la religión.9
Especial interés tiene en este contexto el primer estásimo de la obra, en donde
se alude al terrible poder del hombre y su capacidad de controlar las fuerzas y
elementos de la naturaleza, puesto que es "todo recursos" (v. 360) y tiene la
capacidad de escapar de males "irremediables" (v. 360). El hombre es "poseedor
de una sabiduría superior a lo esperable", y tiene "la capacidad de
Cfr. "Politik als Beruf, en M. Weher, Gesammelte politische Schriften. J. C. B. Mohr. Tubinga. 1988, 505-560.
Cfr. L. Pinkler y A. Vigo. "Introducción", en Sófocles. Antígona. Biblos. Buenos Aires. 1987, 7-64.
urdir técnicas" que encamina "unas veces al mal y otras al bien" (364-6). Ante-este
panorama, que trasunta un optimismo muy semejante al que se vivió en la
modernidad, Sófocles introduce una cuota de realismo, recordando la existencia
de un límite infranqueable: la muerte. Hay una sola cosa de la que el hombre no
puede idear la escapatoria: el Hades. Y con esto se pone un límite absoluto, que
es precisamente lo que el pensamiento ilustrado no quería aceptar.
En este contexto, resulta casi imposible leer Antígona y no hacer paralelos con
la situación actual, en que, primero, la barbarie de los totalitarismos, y luego la
crisis ecológica han vuelto a traer a la vista de los hombres del siglo XX la noción
de "límite". La idea de límite no es simple negatividad. Es también un punto de
apoyo, que permite llevar una vida auténtica. El filósofo checo Jan Patocka, en su
reflexión sobre Antígona -que se funda especialmente en el pasaje que alude al
terrible poder del hombre, que sobrepuja todo menos la muerte-, se sirve de una
imagen del propio Sófocles, a saber, que el hombre-surca el océano de un lugar a
otro, para recordarnos que el lugar natural del hombre es la superficie, y que el
mundo de abajo, el mundo de los muertos, no le pertenece. Es el mundo de la
noche, de los dioses. La existencia de ese mundo nos demuestra que las normas
humanas están sujetas a fronteras.10 La disputa entre las fuerzas tradicionales,
representadas por Antígona, y los ideales ilustrados, encarnados en Creonte, no
se refiere a un mero rito funerario. "Se trata, dice Patocka, de la definición misma
de lo humano, de los derechos de la noche, del hecho que el hombre, finito y
mortal, se caracteriza precisamente porque él no es todo, ni el mundo es su
mundo, ni el sentido su sentido. Se trata, en definitiva, de que sólo cabe construir y
mantener el sentido del día en la medida en que el hombre se apoya en el
profundo sentido de la noche",11 de un mundo en el que él no es amo.
Cfr. J. Patocka. "Noch eine Antigone und Antigone noch einmal", en id Kunst und Zeit. Kletl-Cotta. Stuttgart. 1987, 116-126.
ibid. 120.
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