Crónicas del despenador - Universidad Eötvös Loránd, Budapest

Anuncio
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
CRÓNICAS DEL DESPENADOR
Carlos Arrizabalaga
[email protected]
RESUMEN: En algunas zonas rurales de Sudamérica se ha señalado la presencia de un
personaje oscuro y temible conocido como “el despenador”, que acorta la vida de los
agonizantes a petición de los familiares. Esta forma de eutanasia campesina o indígena, pese
a tener una presencia casi insignificante, ha dado lugar a un motivo literario en seis relatos
escritos por igual número de narradores peruanos a partir de un breve pasaje de las
Tradiciones peruanas de Ricardo Palma y un cuento ya clásico de Ventura García Calderón.
También aparece con alusiones fugaces en dos novelas de Mario Vargas Llosa y en una de
la argentina Cristina Bajo. La figura del despenador se presenta bajo formas muy variadas
aunque en todos los casos se caracteriza por su desintegración social y su descomposición
moral.
PALABRAS CLAVE: cuento literario, eutanasia, folclore, Perú, Ricardo Palma, Ventura
García Calderón
ABSTRACT: In some rural areas of South America the presence of a dark and fearsome
character has been known as “el despenador” (a kind of killer-shaman) who shortens the life
of those in agony at the request of relatives. This form of indigenous or peasant euthanasia,
although practically non-existent, has given rise to a literary motif in six stories written by
six Peruvian authors, based on a short passage in “Tradiciones peruanas” by Ricardo Palma
and on a now classic tale by Ventura Garcia Calderón. Passing allusions also appear in two
novels by Mario Vargas Llosa and in a novel by the Argentinian writer Cristina Bajo. The
figure of the “despenador” is presented in the most varied ways but he/she is always
characterized by social disintegration and moral degeneration.
KEYWORDS: short stories, euthanasia, folklore, Peru, Ricardo Palma, Ventura Garcia
Calderón
Las tradiciones populares siempre han ofrecido a los escritores multitud de temas y
personajes. En el Perú, por ejemplo, la leyenda en torno al pishtaco, el degollador que mata
a los viajeros para robarles su grasa, dio un motivo a Mario Vargas Llosa para escribir Lituma
en los Andes (1993). Nuevos escritores siguen encontrando motivos interesantes para sus
relatos, como Jorge Nájar, quien hace aparecer en una reciente novela las sombras de muquis,
tunchis, chullachaquis y pishtacos (2014: 68).
En algunas zonas rurales como el desierto costero norperuano, el altiplano de Perú y
Bolivia y todavía más allá, en el noroeste argentino, se ha señalado la presencia de un
personaje oscuro y temible que por lo general se conoce como “el despenador”. El término
está recogido por el padre Esteban Puig en su Diccionario folclórico piurano, con un
significado algo esquivo: “Persona que con sus perjurios y ritos ayuda a morir a los enfermos
desahuciados” (1995: 94). Arámbulo Palacios lo describe como una realidad del pasado:
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
1
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
“Hombre con aspecto de ave agorera. Persona malvada que solía eliminar a los enfermos.”
(1995: 89).1
El doctor José Manuel Marroquín señalaba que en Puno, en los años cuarenta del siglo
XX, estaba aún muy generalizada la creencia de que el agónico exhala el "apostema" o aliento
contagioso que enferma a quienes cuidan al paciente. Es por eso que le echaban un lazo al
cuello y lo estrangulaban "para que no salga el apostema". La explicación que daban en Piura
a esta solución dramática, tal como lo señala Moscol Urbina (2008: 134) es que de esa manera
evitaban que el difunto tuviera que regresar a la tierra a “recoger sus pasos”. De hecho los
norteños acostumbran a no barrer las casas de los difuntos con la presunción de que el alma
de los difuntos suele regresar siempre a su casa para recoger sus huellas, y no pueden hacerlo
si con la escoba se borran los últimos pasos que dio en el piso o suelo del domicilio.
Mucho más al sur, el arqueólogo, lingüista y etnólogo uruguayo Samuel Lafone
Quevedo describía por su parte la “vieja costumbre” de despenar agonizantes en lugares
remotos de Argentina o Bolivia (Vivante, 1953: 10). En Catamarca, Salta y Tucumán, en el
norte de Argentina, ciertas mujeres eran llamadas para ultimar a aquellos enfermos que
prolongaban demasiado la agonía de la muerte. Aunque tales prácticas fueron insistentemente
perseguidas por las autoridades civiles y religiosas, estaban tan profundamente arraigadas en
el pueblo, especialmente rural, que no creían que fuese ni pecado venial el anticipar a aquellos
infelices dolientes el tránsito "con un movimiento artístico que les quebraba el espinazo",
pero claro que tales mujeres eran luego mencionadas para asustar a los niños (Vivante, 1956).
La muerte se disfraza siempre y la propia palabra “despenador”, hoy en desuso, era
un eufemismo por verdugo igual que “deshecho”, “desperdicio” o “deposición” esconden la
fealdad de palabras como “basura”, “suciedad” o “excremento”. El reconocido médico
forense español José Manuel Reverte Coma, relataba otros ejemplos de despenadores entre
los esquimales o los indios cuna de Panamá, país que fue su residencia durante 17 años y
donde desarrolló una enorme labor también en el ámbito de la cultura, lo que le valió además
fondos del Instituto Smithsoniano y numerosos premios. Con una obra científica más que
notable, destacó que todas las culturas, en general, muestran enorme respeto por los ancianos,
a los que protegen y cuidan incluso más que en los países civilizados justo porque valoran
especialmente su experiencia. El fenómeno de la eutanasia es en las culturas antiguas algo
marginal y está restringido a condiciones en que el agonizante pone en riesgo a la comunidad
tribal, sea por el peligro de contagio o por la necesidad vital de desplazarse a otros espacios.
En realidad se trata de un motivo literario más que una realidad pues no se comprueba
vigente en ningún espacio en que se haya reportado en la historia cultural latinoamericana.
Y como vamos a poner de relieve en este trabajo, se convirtió en un tópico con cierta
recurrencia en la tradición peruana, apareciendo como protagonista o como personajes
1
El verbo despenar fue usual en el Siglo de Oro con el sentido de quitar los pesares y así lo define Covarrubias
(2006: 693) y así lo usa Cervantes en El juez de los divorcios: “Si fuese possible recebiría gran merced que vm
me la hiciesse de despenarme alçándome desta carcelería”. El significado de ‘matar enfermos desahuciados’ lo
trae María Moliner para Sudamérica y Alcalá Venceslada para Andalucía: “ayudar a morir a quien se encuentra
en ese trance” (1998: 224), aunque se aplica principalmente a animales. Morínigo (1998: 248) define despenar
como “rematar a un animal que está moribundo”, restringiendo su uso al Río de la Plata. Neves daba esta
acepción también a Guatemala. Sin embargo, Abad de Santillán lo aplica claramente a personas en primer lugar,
y da una pista del posible origen de despenar, vinculándolo con las guerras de Independencia (trae una cita de
L. Mansilla) y las luchas civiles que le siguieron: “Matar al moribundo o al que está herido de muerte, para que
deje de penar o padecer. Se usa también refiriéndose a animales. En el pasado fue una práctica militar impuesta
por la circunstancia de carecer los ejércitos de cuerpos de sanidad.” (1976: 171).
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
2
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
secundario de seis relatos de otros tantos escritores, además de dos menciones pasajeras en
sendas novelas de Mario Vargas Llosa. La mayoría se sitúan en la región norperuana, que es
muy rica en curanderismo, creencias populares y supersticiones religiosas. Un análisis de los
documentos de persecución de idolatrías realizado por Laura Larco en la zona de Trujillo
descubre acusaciones de hechicería, brujería, engaño con supersticiones, maleficio y
calumnia de brujería, en algunos casos asociados con crímenes; sin embargo, ninguno en
torno a casos de despenadores (2008: 39).
Cabe pensar que el despenador apareció en realidad en las turbulentas décadas de
mediados del siglo XIX y que pervivió hasta inicios del siglo XX. Como figura literaria, el
origen del despenador se sitúa en una escena cómica de la quinta serie de las Tradiciones
peruanas de Ricardo Palma, aunque como tal, valgan verdades, el primero que desarrolló
todo un relato alusivo a esta figura tenebrosa fue el escritor también peruano Ventura García
Calderón. En ambos aparece asociado a un tratamiento humorístico del terror y la muerte por
medio del malentendido y la sorpresa.
+++
En la Tradición “Juan Sin Miedo” de Ricardo Palma, como dije, asoma brevemente
el término. “Fray Juan sin miedo” está fechado, según Díaz Falconí (2005: 93), en el año
1878, pero se publica por primera vez en La Prensa el 29 de julio de 1883, incluyéndose en
la quinta serie de las Tradiciones en las ediciones de Prince (1883) y Montaner y Simón
(1994), que es la que citamos.2
El joven fraile no tiene miedo a nada ni siquiera cuando que el difunto que está
velando se incorpora en plena noche. Y en lugar de salir corriendo le emplaza: “¿Estaba vuesa
merced dormido o viene del otro mundo a algún negocio que se le había olvidado? Acuéstese
como pueda y durmamos en paz, si no quiere que le sirva de despenador?” (1894: 36). Pero
el agonizante responde con un candelabro la amenaza del fraile lego y lo deja desmayado
antes de caer muerto definitivamente. Y el otro desde entonces se vuelve manso como un
cordero. Palma hace entonces una de sus acostumbradas digresiones para señalar al
despenador como “un oficio como otro cualquiera”, que recibía buenos emolumentos y era
desempeñado habitualmente por gente solitaria: “era un indio de feo y siniestro aspecto que
habitaba siempre en el monte o en alguna cueva de los cerros” (1994: 36).
Según Ricardo Palma existieron en muchos pueblos del Perú, aunque seguramente
exageraba un poco. Lo justifica por el deseo de los parientes de no prolongar más de lo
necesario la agonía. El último que actuó en Huacho –bromea Palma– había desaparecido
hacía cincuenta años y desde entonces tal oficio había desaparecido. Recibía con antelación
dos o cuatro pesos como pago por el servicio, que consistía en un estrangulamiento realizado
con una uña “descomunalmente crecida” (1994: 36). Comprobamos ya unos elementos que
se van a repetir en muchas versiones de este motivo: el talante indígena del despenador, su
carácter solitario y tenebroso y su fealdad, asociada aquí a esa uña descomunal.
+++
2
Finalmente el título definitivo será Fray Juan Sinmiedo, a partir de la edición de Calpe (1924). Ver Díaz
Falconí (2005: 93).
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
3
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
Ventura García Calderón (1886-1959) publicó los cuentos de La venganza del cóndor
en Madrid (1924) y de él se hicieron luego traducciones al francés, italiano y alemán, además
de numerosas ediciones. Sus relatos figuran en la mayoría de las antologías y libros de texto
nacionales, con lo que es uno de los escritores más conocidos para el público peruano. García
Calderón mostraba un inusitado interés por las aldeas de la serranía peruana, una sociedad
andina que solo conoció lejanamente y que le sirvió como marco extraño y alucinado para
historias truculentas llenas de personajes desquiciados, situaciones difíciles, sorpresas y
granes pasiones. De todos sus escritos destaca el inolvidable relato “El alfiler”. Este
ensayista, narrador y poeta peruano puede considerarse una de las figuras más relevantes de
las letras peruanas modernas.
Hijo del presidente exiliado Francisco García Calderón (1834-1905) nació en París al
igual que su hermano Francisco, también escritor y diplomático. Ventura estudió en Lima, la
Universidad de San Marcos, pero regresó pronto a Francia y pasó finalmente buena parte de
su vida en París; representó a su país primero en la Sociedad de las Naciones (1932), y luego
en Bélgica (1935) y en Suiza (1940). Finalmente fue representante del Perú en la UNESCO,
con sede en París. Fue uno de los pocos extranjeros incorporado a la Academia Francesa.
Suele considerarse un escritor modernista, junto con Clemente Palma y Abraham
Valdelomar (Escobar, 1960: XX) especialmente por su poesía y su espíritu refinado,
enamorado de lo francés. Sus cuentos también participan del movimiento modernista pero
tienen un carácter más tenebroso, acercándose a la literatura gótica y a influencias de Poe o
Maupassant, más vinculado al decadentismo europeo de fines del siglo XIX. Fue el escritor
peruano más internacional hasta la llegada de Cesar Vallejo y Ciro Alegría. Luego de haber
sido postergado en las décadas del indigenismo y opacado por el famoso boom, ha sido
últimamente reinstalado dentro del canon literario nacional, y empieza a conocerse más su
obra que es realmente diversa y abundante, gracias también a la selección de su narrativa que
publicó Luis Alberto Sánchez (1989) y ahora por la edición de su narrativa completa a cargo
de Ricardo Silva Santisteban (2011).
La venganza del cóndor es sin duda su mejor colección de cuentos, pero cabe destacar
también los relatos del libro Color de sangre (1931), con prólogo de Blasco Ibáñez; algunos
otros están agrupados con los títulos Dolorosa y desnuda realidad (1914) y Peligro de
muerte. Además cabe mencionar los poemas de Cantilenas y Semblanzas de América (1920),
ni las crónicas de Frívolamente (1909), y otras; pero sí que tienen interés singular ensayos
como Del romanticismo al modernismo (1910) y sus estudios además de sus importantes
ediciones en la Biblioteca de Cultura Peruana, realizadas bajo la presidencia de Oscar
Benavides. García Calderón representa el americano refinado y culto que se instala en Europa
pero mira hacia Hispanoamérica, difundiendo la imagen de un continente fascinante a la vez
que trasmite a sus connacionales las novedades culturales del viejo mundo.
En lugar de juzgar sus dotes literarias (elogiadas entre otros por Gabriela Mistral, en
1927) la crítica se ha centrado más en criticar la falta de realismo de sus relatos fantásticos,
su pobre conocimiento del mundo del indio y después su posicionamiento ante la
problemática social, pero son “razones que escapan a lo propiamente artístico” (Escobar,
1960: XIX). Para José Miguel Oviedo, García Calderón observa al indígena como un turista
en su tierra, lo ve desde lejos como un objeto curioso, buscando en él lo exótico lo extraño,
lo misterioso, lo fascinante” (1969: 232). En efecto, el mundo andino representado en sus
relatos resulta artificioso y caricaturesco, pero responde al propósito estético de inventar un
ambiente cegado por el resentimiento y la violencia. Para Cornejo Polar, esta ensoñación
responde a “una ideología oligárquica” que trata de legitimar la violencia e injusticia a través
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
4
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
de un marco de irrealidad que encubre “su adhesión a un estado social y la defensa de los
intereses de los grandes señores andinos” (1989: 46-48).
Efraín Kristal señala también en García Calderón la defensa del inmovilismo social
de la oligarquía frente al indio, con la idea de “no despertar el atavismo de su raza” (1988:
66). El que lleva este argumento a un reduccionismo extremo es el profesor Escajadillo
(1986: 51). El sufrimiento del indio sería “algo inherente al propio paisaje andino” (Veres,
2003: 69). Pero como afirmara Alberto Escobar, su narrativa muestra “la cosecha más
espléndida en los predios modernistas” y reconoce “su interés por crear un estilo” (1960:
XIX), así como el extraordinario valor de “su expresión sencilla y elegante” (Escobar, 1960:
XIX). Asimismo cabe relievar su habilidad para crear en muchos de sus relatos una sensación
fascinante y producir en el lector un efecto estético logrado, señalada ya, entre otro, por Ángel
Flores (362).
Sin duda la generación modernista supuso una renovación cultural en
Hispanoamérica. En este sentido cabría añadir la capacidad demostrada por García Calderón
para crear en el personaje del despenador una figura literaria atrayente y persuasiva, que se
manifestará en algo más de media docena de relatos de otros tantos escritores peruanos,
algunos muy poco relevantes y sin duda de menor calidad, pero otros para qué rescatables y
en algunos casos claramente apreciables tanto por su calidad literaria como por la fuerza de
su imaginación.
Uno de los relatos de La venganza del cóndor (1924) ofrece una espantosa versión
del asesino de enfermos con la sorpresa final de que la víctima se convierte en verdugo y el
despenador en despenado. La acción se sitúa en algún poblado de la sierra del Perú, por la
región de Huamachuco, en los Andes liberteños:
Lo habían ensayado todo sin éxito: el sebo de jaguar; la lana de llama blanca que alivia el
dolor si se ha friccionado con ella el pecho enfermo; las hierbas serranas que el brujo del
pueblo vecino propinaba en un mate de chicha después de haber escupido, como las llamas,
hacia los malos poderes del aire. (191)
Se burla Ventura García Calderón de las viejas creencias y de que la Serafina pudiera
volar hasta Huamachuco gracias a unos polvos amarillos a besar tres veces el trasero de un
cabrito macho. El narrador muestra un descarado desprecio por la vida en los Andes. Los
niños juegan con una rata monstruosa y los demás toman chicha y aguardiente. Y el que
agonizaba era “un viejo cacique de indios” (191). Tomaba aguardiente pero se retorcía de
dolor. Era necesario llamar al despenador, que era “un verdugo de buena voluntad, respetado
y pagado” y se describe como “un indio hercúleo, de barbas ralas y solapado mirar estrábico”,
llevaba un poncho y pantalón de paño militar y “los pies roídos por la nigua mal curada”
(192).
Colgaban de su cuello esas piedras – señala el narrador – que las gentes del país aseguran ser
«ojos de gentiles», es decir, disecados ojos de muerto.” Durante un rato tomó su chicha y
chaccha la coca en la puerta para darse bríos. Avanzó hacia el agonizante, sujetó sus brazos
y “le apoyó en el cuello el peso de su flaca rodilla”. Esa era “la manera habitual de despenar”.
Pero siente “la mirada fría del cacique” y se sorprende de ver que el cacique se deshace de
los nudos y se para ante la mirada aterrorizada del oficiante: “¡El cacique había recobrado
aquella fuerza famosa que le permitía matar indios de un solo abrazo! (192).
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
5
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
La familia aguardaba sin entender por qué tardaba tanto y al derribar la puerta vieron
con espanto que el cacique había llevado al despenador hasta el fogón y agonizaba allí,
carbonizado ya “con el rostro adolorido y anguloso de las momias” (192). El cacique no les
reprochó nada:
Matar a los moribundos era la costumbre inmemorial, y él la acataba como todos. Pero él
estaba vivo, fuerte, lozano. Para probarlo levantó a un cerdo en brazos y salió entonces al aire
libre, masticando la coca amarga, a beber y bailar con toda la parentela serrana que preparaba
el funeral. (192)
La sorpresa del final, la eficacia expresiva, la manera como todos los elementos
mencionados (los cerdos que el despenador tiene que apartar, el fogón que llena de humo
sofocante la escena) tienen una función en el relato consiguen la unidad de efecto de un relato
extraordinariamente bien escrito y planteado. Su despenador es distinto tanto en el modo de
actuar como en los rasgos descritos, y demuestran la gran originalidad de este escritor.
+++
Jorge Moscol Urbina (1916-2002) se lanzó muy joven al terreno de la literatura y
desarrollo una copiosa aunque desigual producción. Escribió cuentos magistrales y otros
muchos relatos y novelas no tan rescatables, además de ensayos históricos algo insufribles,
en donde, al decir de José Estrada Morales, “expresa bellamente y con propiedad el
sentimiento piurano” (1966: 2), no solamente del campo de Sechura, donde se ubican sus
cuentos más famosos: “Impuesto al piajeno”, “El cholo capitulero”, “La respetación”
(precedente de “Etoy ronca” de Gálvez Ronceros). También en los barrios de una capital
provincial vinculada todavía a formas tradicionales de subsistencia en torno a las haciendas
y a trabajos manuales, pero que en los años 60 empieza a transformarse con la aparición de
las universidades y se remece luego con la esperanza y el cataclismo de la Reforma Agraria
y el colapso de las mal administradas cooperativas agrarias, lo que se refleja en sus relatos
de Sombra de algarrobo (1977).
Era el tercero de cuatro hermanos. Fue profesor durante 38 años en el San Miguel,
junto a Néstor Martos y Robles Rázuri, y recibió las Palmas Magisteriales en 1984, un año
después de su retiro. Inicia también su carrera de periodista en 1936 con colaboraciones en
“Ecos y Noticias”, luego en “La Industria”. Luego escribe una columna (firma siempre con
sus iniciales JEMU) en “El Tiempo”, donde permanece durante once años de intensas y
agudas colaboraciones periodísticas. También escribirá relatos para la revista Piuranidad y
artículos más extensos en Época. De 1945 es su novela Redención en el páramo. Tiene
también relatos de viajes, como Crónica de un viaje a Iquitos (1958).
Cabe destacar los relatos breves de Moscol Urbina, alguno de los cuales han dado
lugar a desarrollos posteriores de otros escritores. Confesión de una Madre Soltera (1945),
es el relato breve de una joven que revela cómo quedó embarazada de un muchacho
contrariando los consejos de la familia. Ella está a punto de desfallecer por una enfermedad
mortal, ha dado a luz en su habitación en una ciudad extraña, pero quiere asegurarse de que
sus padres reciban a la niñita que acaba de nacer. En el mismo volumen Moscol incluyó los
cuentos: “Un milagro del señor de los milagros”, “Las campanitas de San Sebastián”, “Mis
juguetes de Navidad”, “El niño jugador”, “Matrimonio por Poder”.
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
6
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
Cuentos sechuras (1967), con un prólogo de Luis Ginnochio Feijoo, reúne algunos
de los cuentos más conocidos de Moscol. En ellos se muestra una gran madurez narrativa y
una mayor finura en el humorismo de las escenas, la gracia de los diálogos y en el hábil
manejo de la acción. Se ambientan todos en la singular comunidad de Sechura: “El engaño”,
“El cholo capitulero”, “El hijo del cura”, “El pedimento”, “El día de las elecciones”, “La
respetación”, “Impuesto al piajeno”, “El padrino de uñas”, “El licenciado”, “Un sechura en
París”, “El maestro don Simón Garabatillo”, y tres anécdotas recogidas por el autor en “La
clásica chispa y lisura del poblador sechura”.
Mangachería rabiosa (1986) se divide en realidad en dos partes con dos títulos
independientes que hacen referencia al barrio norte de la ciudad de Piura, conocido como la
Mangachería por haberse poblado mayoritariamente de los descendientes de negros esclavos
traídos para trabajar en las haciendas desde la lejana Madagascar y que, desde mediados del
siglo XIX, se ocupaban como zapateros, sastres o albañiles en la ciudad. En el primero, que
sería propiamente el volumen con ese título, incluye “La lechucita mangache”, “Los
malgaches”, “La coleta del torero”, “Baibitas, baibón”, “Ño Carnavalitos, Carnavalón”, “El
Ñato Monigote”, “Ña Manonga Gatos” y “La Martinita como juguete”. En la segunda parte,
titulada Las travesuras de Simon Mon, se incluyen ocho cuentos más vinculados con el
ambiente del barrio: “Cuando los mangaches rescataron a un prefecto”, “El doctor Jojolí”,
“La guerra de los cascarones”, “Los cuentos de Atavaliba”, “Borrogoy el de los pavos”, “San
Chepito, el milagroso”, “Pen, pen, por el río” y “El rapto de la Martinita”. Con sus 212
páginas fue el libro de relatos más voluminoso que publicó Moscol.
En 1976 gana el primer premio de los Juegos Florales organizados por la Universidad
de Piura. Al año siguiente publica Sombra del algarrobo (1977), que contiene una novela
corta (“La chompa roja”) y cuatro cuentos, de problemática urbana. Cuando Petroperú
organiza en 1980 un concurso de cuento corto, su relato Romance en el coloche recibe el
tercer premio (se publicó en 1982 y luego en 1991, junto con otros cuentos seleccionados por
el autor de entre los “cuentos sechuras”). Trata el encuentro amoroso de campesinos
indígenas o “amor indio”, en las zonas rurales del bajo Piura.
Publicó también importantes obras históricas en que estudia especialmente el
comercio y los transportes de la región en las obras: El comercio en Piura (1986), Cien años
cultivando la amistad (del Club Centro Piurano), De los vicús al siglo XX. Cien años
conquistando el desierto (1991). En 1995 publicó: Carlota, la piurana del siglo XX, biografía
de la primera mujer diputada por Piura, con una presentación de Luis Chaparro que lo nombra
“amauta del periodismo piurano”. Jorge Moscol fue en verdad presidente de la Asociación
de Periodistas de Piura. Formó parte también de la Junta de Obras Públicas en la que
promovió la construcción de una carretera a Huancabamba, la pavimentación de calles
especialmente en Talara y la construcción del teatro Manuel Vegas Castillo.
La despenadora (1944) es uno de los primeros libros publicados por Moscol, que
incluye un relato bastante extenso, el que da título al libro, y otro más breve: “Las
supersticiones de la Mechita”. Como relatos tempranos, muestran muchas imperfecciones,
se vuelven lentos en ocasiones y repetitivos, con exclamaciones gratuitas y alusiones
innecesarias. Están ambientados en un ámbito rural no definido, en un lenguaje que luego se
vertería con más nitidez en sus cuentos sobre mangaches y sechuras. La figura y el
procedimiento del despenador son muy distintos: se muestra siniestro pero menos misterioso
y más cotidiano: tiene nombre y domicilio conocidos; en lugar de greñas lleva la cabeza
afeitada al rape y viste como los otros cholos, aunque se distinguía por llevar un pañuelo de
vivos colores al cuello: “El rojo, decían las gentes, era la sangre de sus víctimas” (2008: 131).
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
7
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
El narrador se muestra más razonable, tratando de explicar la naturaleza del despeñamiento
según el antiguo sistema (real o inventado) de creencias locales. El procedimiento finalmente
no es nada tenebroso y sí muy expeditivo: propinaba un golpe seco con la nicula, garrote o
vara de algarrobo, o ahogaba a los moribundos con su pañuelo. A continuación comía hasta
hartarse y bebía interminablemente hasta el amanecer al lado de la tarima del que había
despenado.
El relato en sí es un complicado enredo de acontecimientos en torno al matrimonio
de Eustaquio y Patricia en el que la despenadora ayudará a darle una solución feliz. La madre
de la muchacha, Eulalia Chumacero, emplaza a José Meche para que lo llame al orden al otro
porque ha tumbado a la china, “barrigona está ya la lambida”. Sorpresa, porque lo había visto
al Eustaquio tan trabajador “lampeando de sol a sol” para juntar “unos pesitos para el casorio”
(2008: 127), que le costaba creerlo, pero fue la vez del pedimiento, “se aprovechó de la
borrachera”. Reclamos, lloros y nada, que había que adelantar la boda para el día de la
patroncita Rosa. Pero el Eustaquio es el más confundido de todos porque él no recordaba
haber recibido “la prueba”, aunque estuvo tan borracho que duda. José Meche está contento
porque el cholo tiene espaldas anchas y manos calludas y como hombre sabrá responder.
Llegó la fiesta de Santa Rosa y entre los invitados llega ña Jacinta, que no le ha traído
nada a la Patricia cuando todos traen zapallos, carneros, chanchitos, huevos, mantas, pabilo,
de todo. Todas critican y no toman del mismo poto porque tenía fama de despenadora: “No
vivía del oficio pero lo ejercía cuando lo estimaba conveniente” (2008: 131). Y era que al
agonizar su hermana, hacía ya mucho tiempo, se había hecho despenadora: “El cura le había
puesto los santos óleos, por lo que la María, en la buena fe de estas gentes, no podía seguir
viviendo” (2008: 131) En su creencia, estaba lista para ir al cielo y de pisar la tierra cometería
un sacrilegio y entonces moriría penada. Tendría que regresar a la tierra a “recoger sus
pasos”.
El Crisanto era el despenador de la región y efectivamente vivía muy lejos. Él había buscado
ese aislamiento por cuanto todos huían de su presencia. Los chiquillos le arrojaban piedras
cuando lo veían; los cholos lo insultaban y le decían “diablo en vida”, y las chinas se
persignaban y se escondían. (2008: 131).
Jacinta sabía echar las cartas y el rey de bastos “señaló a su hermana muerta y a ella
la marcó como despenadora” (2008: 132). Bebió chicha con vichaya y entre las visiones
recordó haber visto de niña al despenador por la rendija, cuando fue a despenar a su abuela
y finalmente se acerca a su hermana: “Veyo la muerte en tus ojos, hermana”, le dice y en ese
momento que todo le parecía diabólico cubre el rostro de la agonizante con su manta hasta
asfixiarla.
Luego volvió a hacerlo muchas veces y todas sin cobrar un centavo. Pero ahora había
ido a participar de la boda y en la guitarra está Pacherres, el mejor cumananero de la región.
Empezó a cantar bonito, porque luego de desertar del ejército había rondado a la Patricia. Y
se cuenta el encuentro amoroso en el coloche y la promesa de hacerle un poncho. Pero la
Jacinta había visto en las cartas que el Pacherres iba de mal en peor, lo habían detenido por
unos chivitos y los padres arreglaron el pedimiento con Eustaquio. Pero la guitarra estaba
lanzando un reto y el novio no podía “dejarse pisar el poncho”. Pelea de cumananas hasta
que el bandido canta desvergonzado la tercera para declarar que él “se había aprovechado de
la novia un ratito”, provocando la ira del novio y la huida de Pacherres. La novia se siente
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
8
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
mal con “chucaque” y la Jacinta se encarga de todo: “Ya sabiya yo que tuesto iba a pasar
puel facineroso del Parherres” (2008: 144).
En un rincón de la choza, al lado de un cántaro gordo de jora, echaba las cartas. Llegó
el cura y se sentó a almorzar. Todo parecía perdido y hasta el cura se enferma del estómago.
Pero la señora Jacinta lo cura y declara finalmente que ha despenado al cuatrero “por el
callejón de la Chepa Santos” con un brebaje y ahogándolo con su manta “pa que no muriera
penao y golviera ponde mi su espíritu malo” (2008: 149. La novia aborta y se descubre que
Eustaquio era en realidad hijo de Jacinta, quien lo abandonó en la orilla del río con dos años
de nacido: “no iba a tener felicidad conmigo porque era despenadora”. El cura recibe su
confesión y celebra el matrimonio finalmente como estaba previsto. Con cierto humor se
escucha la voz de doña Eulalia, que se lamenta por la pérdida del nieto: “Puel Pacherres
facineroso y desgraciao, que en paz descanse, me quedé sin nieto” (2008: 150). En verdad el
relato es un desbarajuste de historias diversas sin un estilo definido: intriga, terror, amor y
risa todo en un mismo lugar. El cuento tiene seis capítulos o episodios y un epílogo
extrañamente amargo: una noche oscura la despenadora se ahorca en un faique.
Moscol procura hacer más creíble la figura de despenador y al mismo tiempo termina
condenándola a su extinción. Hay inconsistencia entre la premura y la lejanía, y el argumento
se torna enredado y antojadizo, pero ofrece una versión curiosa de despenadora en una mujer
que se compadece, que se reconoce no integrada en la sociedad y que finalmente resuelve la
situación por su propia iniciativa pese a que se presenta sin intención alguna de ejercer su
oficio.
+++
El escritor y diplomático piurano Francisco Vegas Seminario (1899-1988) es autor de
una nueva versión de esta figura literaria. Había publicado varios cuentos de ambiente
regional en Chicha, sol y sangre (1946), con un prólogo elogioso de Ventura García
Calderón, compuesto por catorce relatos. En su segundo libro de relatos, titulado también
con cierta nostalgia: Entre algarrobos (1955), vuelve a incluir el cuento “El despenador”
(117-124). En ese mismo volumen se incluían los relatos: “Entre algarrobos”, “Las orejas de
Centurión”, “La momia del cacique”, “Absolución de plomo”, “El primogénito de los
Godos”, “Taita Dios nos señala el camino”. Salvo los dos primeros, todos formaron parte de
su primer libro, publicado en París y apenas difundido en Perú. Publica también relatos en
revistas, como Piuranidad, “La subconciencia manda” (1956) de modo que siguió vinculado
a su Piura natal, especialmente luego de su retiro de la carrera diplomática
Vegas también publicó diez novelas, entre las que hay algunas de carácter histórico,
aunque las mejores son las de tema telúrico: Montoneras (Premio Nacional de Novela en
1954) y sobre todo Taita Yoveraqué (1956). El mayor reparo que puede hacerse de la
narrativa de Vegas Seminario es la lentitud y torpeza con que arma la acción, con algunas
páginas confusas o pesadas, pero cabe rescatar la fuerza de los diálogos, la intensa
personalidad de sus personajes y en general la simpatía con que presenta la problemática y
el ambiente en que se mueven el conflicto, simpatía que se refleja con claridad en una
innegable gracia en el empleo del lenguaje, aunque a veces el abuso de regionalismos
conlleva también cierto cansancio. La simpatía de Vegas Seminario era parte notable de su
personalidad y la advirtió perfectamente Vargas Llosa cuando lo entrevistó para el
suplemento cultural del diario El Comercio de Lima (Rodríguez Rea, 1996: 61). Y la simpatía
era también lo que destacaba con especial énfasis García Calderón en su prólogo:
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
9
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
Costumbres, supersticiones, tipos genuinos de la provincia, simpatía irresistible que
despiertan por su compleja psicología, en donde suavidad y dureza suelen juntarse, todo es
específicamente nuestro. Y si veo con nitidez las fallas de mi gente peruana, me apresuro
siempre a recubrir con un velo de simpatía las estridencias de aquella fauna non sancta,
viviente y maleante. ¿Sabéis por qué? Porque de este libro surge con su perfume vivaz de
chirimoya la imagen misma de la patria. Del Perú como fue ayer, como sigue siendo, con sus
hombres finos, pendencieros, mujeriegos, revolucionarios, lunáticos, alguna vez
"palanganas" como dice nuestro peruanismo insustituible, todo lo que Vegas Seminario vio
en su juventud y yo en la mía". (1946: 11)
Vegas Seminario, perteneciente a una rama de lo que fue la más importante familia
de hacendados norteños, estudio en el colegio San Miguel y luego, en Lima, en la
Universidad de San Marcos. Cuando regresa a Piura, se inicia en el periodismo, pero en 1932,
asume el gobierno de la nación el general piurano Luis Miguel Sánchez Cerro. Varios
piuranos serán ministros o consejeros del nuevo presidente. Vegas Seminario ingresa
entonces al servicio diplomático, ejerciendo diversas responsabilidades en Marsella,
Polonia, Checoslovaquia, Brasil, Italia, Venezuela, Chile y Costa Rica. Se retira del ejercicio
en 1968 para residir sus últimos años en Lima, ciudad donde murió el 14 de enero de 1988.
Vegas es un típico representante de la literatura telúrica y de la narrativa basada en
motivos populares, regionales o folclóricos, con cierto desaliño en el estilo y un manejo muy
tradicional de la técnica narrativa (González Vigil, 1991: 225-226). Muy apreciado en su
tierra natal, se le ha valorado especialmente por ser “casi un espejo de la auténtica realidad”,
por lo que su obra posee “emotiva y sustancial resonancia” (Estrada Morales, s.f.: 8).
A Vegas Seminario en verdad no le preocupaban las técnicas literarias y cree que lo
fundamental es imaginar un motivo: “El tema es lo único que importa –le decía a Vargas
Llosa – imaginado éste, lo demás sale solo” (Rodríguez Rea, 1996: 61). Entre los escritores
americanos que más le han influenciado están Rómulo Gallegos y José Eustaquio Rivera.
Admira a Valle-Inclán y a Pérez Galdós, y entre los extranjeros declara haber sido cautivado
por La montaña mágica de Thomas Mann y La noche quedó atrás de Jan Valtin. En el
momento en que el joven Vargas Llosa le entrevista (setiembre de 1955), Vegas gozaba de
cierta popularidad y disfrutaba de la amistad de los círculos literarios que apreciaban su
modestia y su desbordante simpatía natural (Rodríguez Rea, 1996, 61).
La trama del relato “El despenador” es compleja y se divide en dos partes.
Encontramos personajes buenos y malvados en un mundo de pequeños ranchos alejados entre
los campos de algodón. Los diálogos se suceden con rapidez y llegan a ser corales, con
algunos leit motiv “una semana más”, “su agonía dura, dura”. Remedan imperfectamente las
técnicas cinematográficas pero consiguen crear una atmósfera verosímil. A veces representan
voces anónimas que reflejan el sentir popular. “Se lo llevan los espíritus que tiene en el
cuerpo” (1994: 129). Estrada Morales destacaba en el cuento “sabor a tierra, supersticiones
rediviva”, señalando la pervivencia del viejo y fantasmagórico despenador “todavía se les ve
por los campos acotando la vida de los moribundos” (s.f. 23).
José de la Luz Ancajima siente un fuerte malestar y sospecha que los cocimientos o
brebajes que le prepara su esposa no le hacen bien, antes al contrario. Pero se los toma por
no contrariar a la mujer. El vecino, “un cholo de ojos mongólicos y maliciosos” (1994: 123),
se hace cargo de los quehaceres en la chacra pero pronto advertimos que tiene no solo “tiene
voluntad” (1994: 125), como dice la Natividad, sino que también tiene ya una relación
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
10
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
amorosa con ella y todo eso lo sospecha el curandero hasta de que están envenenándolo por
ese motivo. Tratarán de acallarlo con el regalo de un pollino. Y finalmente llaman al
despenador. El escritor se siente obligado a poner una nota explicativa:
Despenadores existieron en ciertas regiones del Perú, pobladas por indios, hasta mediados
del siglo pasado (Vegas, 1994: 125).
Con su sola mención un “fuerte estremecimiento sacudió al enfermo” (1994: 125).
José de la Luz reclama pero obedece. El despenador es descrito en términos despectivos: es
una “parca sin guadaña” o una “parca cobriza”, y se asemeja a una sombra de la muerte de
cine de terror:
Indio mitad hechicero mitad bandido, el despenador, cuyo nombre nadie conocía en la región,
podría tener cincuenta, setenta o cien años. Pero para aquellas gentes pasaba por inmortal,
tres generaciones lo habían visto con el mismo aspecto de ave agorera, descendiendo al llano
cada vez que alguien se hallaba en trance de muerte. Guiado por misterioso instinto, caminaba
siempre entre tinieblas, y tan pronto penetraba en el rancho del enfermo, corría a esconderse
bajo su lecho, en donde esperaba el momento propicio para saltar sobre el desdichado,
clavarle la rodilla en el vientre y apretarle el cuello. (1994: 129-130).
El procedimiento seguido en el despenamiento aparece como un arrebato de
salvajismo para “acortar la agonía de los moribundos, despenarlos, como decían las
supersticiosas gentes del lugar” (1994: 132). A lo largo del relato se deslizan esas notas
reiterativas amenazantes: “un vago rumor” (128), “ese penoso sopor que le envolvía la
mente” (128), “rumor de estertores (132), y especialmente las alusiones a la oscuridad: “sus
tinieblas interiores” (128) “la estancia ensombrecida” (1994: 130). El despenador se asocia a
las lechuzas, cuyo canto indica la proximidad de la muerte. En la creencia local es el “cau”,
el ave de mal agüero (Palacios, 1995: 47), que para otros es un animal de aspecto feo y
horrible (Puig, 1995: 55).3 En el relato se alude a que viene de la sierra y vive en una cueva.
Hay que ir a llamarlo pero de igual modo llega:
El huele donde hay moribundos, entonces deja su cueva y baja corriendo. Las lechuzas le
cuentan también todo pero él espera la medianoche para entrar. (1994: 131)
En verdad sus relatos son un “mosaico de personajes y aventuras”, como señalara
Estrada Morales, “un pequeño mural piuranísimo” en el que el escritor vuelca su añoranza
por su tierra. Y así está muy presente la memoria de las vivencias familiares: José de la Luz
“recordaba haber visto en su niñez al temido y repugnante personaje cuando su madre se
hallaba en agonía” (1994: 131), y haberlo visto entrar “desgarbado, esquelético, con el
sombrero alón aplastándole una maraña de greñas hirsutas; lo veía luego escurriéndose bajo
el lecho y saltando más tarde sobre la afligida mujer” (1994: 132). Todos los adjetivos están
asociados a falta de vitalidad: delgadez, flacidez, y lo que destacan más bien son sus manos
que luego se mencionan como “las garras de aquel espectro”, “los tentáculos horribles de sus
manos” (1994: 132).
3
La sombra tiene una importante presencia también en las supersticiones piuranas. En el sistema de creencias
locales, evoca al espíritu, no el alma del paciente. “La enfermedad quita la sombra ya sea por susto o por viaje
en el que el maestro o curandero va con la sombra por llamada de los maleros.” (Puig, 1995: 135)
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
11
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
En la escena final que ladran los perros ante la llegada del despenador José de la Luz
adquiere una inusitada vitalidad para arrastrarse, tomar una fuerte vara de algarrobo y golpear
con ella al malicioso pretendiente para luego recostarlo en la barbacoa para que el despenador
lo ultimase a su manera. Por fin aparece este como “un indio magro y haraposo”, con un
poncho de “indefinible color”, un pantalón desgarrado que dejaba ver “piernas largas y
flacas” y las usutas “pies negruzcos y retorcidos” (1994: 133).4 Al final “se fue como un
fantasma” (1994: 134). Igual muere el enfermo, pero antes tiene tiempo de disfrutar de la
escena y de condensar su último aliento en una pregunta: “¿Estás ahora satisfecha,
Natividad?” (1994: 134).
El tema del cuento, evidentemente, es “el placer de la venganza, sentimiento que solo
los indios saben apreciar en toda su extraordinaria exquisitez” (1994: 134), que
evidentemente debe mucho a los cuentos de García Calderón. Pero en el relato también
aparecen otros motivos que se repiten en Moscol Urbina y otros autores de la literatura
regional, como el encuentro amoroso en el “coloche” (terraplén que encauza el río) o el
engaño promovido por mujeres.
+++
Luego el escritor paiteño Teodoro Garcés Negrón (1897-1981) escribe un conocido
relato de despenadores. Fue un asiduo colaborador de La Industria y de otros periódicos de
Piura con sus “Crónicas piuranas”, y autor de un Romancero piurano (1965). Caracterizado
por un lenguaje festivo e ingenioso a la vez que por la fina sensibilidad con la que describe
lugares y personajes de la región. En sus relatos trata también de reflejar incluso de forma
más exacerbada los modos de la pronunciación local y así se dificulta grandemente su lectura,
que de todos modos encuentra caminos para trasmitir una peripecia de singular interés. Sus
relatos eran poco conocidos, pero póstumamente se publicaron sus cuentos en la colección
Perulibros promovida por Juan Mejía Baja con el apoyo de la Biblioteca Nacional del Perú,
que es hoy fácilmente accesible a través de los portales de internet de la misma Biblioteca o
de la Comunidad Andina de Naciones. También se publicaron en la colección “Cuentos
Piuranos” del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado en 1991.
Garcés Negrón fue un contador público y periodista piurano, compañero de Vegas
Seminario en el semanario La Prensa, en 1921, muy cerca del escritor Enrique López
Albújar, quien le impuso el mote de “el Cura”. Junto a ellos el profesor Francisco Sandoval,
amigo y compañero de estudios de César Vallejo. Todos profesores del Colegio Nacional
San Miguel. Con los años serán remplazados por Jorge Moscol Urbina, Néstor Martos y José
Hipólito Estrada Morales, cuando Sandoval se muda a Trujillo, en 1949 y López Albújar y
Garcés Negrón pasan poco después a radicar a la capital. Garcés Negrón se formó como toda
esta promoción norteña en las aulas llenas de vitalidad y de ideas nuevas de la Universidad
de Trujillo, con profesores estimulantes como José Eulogio Garrido, Antenor Orrego y
Francisco Izquierdo Ríos. Como ellos, tuvo una activa participación política, pues formaría
parte del grupo fundador del Partido Aprista en Piura, pasando a la clandestinidad en varios
momentos. Fue en algunos periodos regidor de la ciudad y también propietario de una librería
ubicada en la céntrica calle Tacna, muy cerca del domicilio donde vivió Vargas Llosa en
1952.
4
El color del poncho está asociado generalmente a comunidades campesinas concretas, con lo que así se
refuerza la idea de un origen misterioso.
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
12
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
Garcés Negrón pone siempre una nota de humor en las situaciones más desesperadas
y es algo ambiguo porque nos lo muestra desde los ojos de un testigo como “mi amigo el
despenador”. Trata de justificar su terrible actuación porque con los lamentos “no pueden
descansar los mayores ni dormir los churres” (81). No podrán atender al cuidado del enfermo
cuando llegue la paña, la cosecha del algodón. En realidad son dos relatos diferentes con un
mismo protagonista, don Ciriaco, en una mezcla de relato de terror, realismo mágico, estampa
costumbrista y comentario político y social.
El despenador cumple su labor por duplicado: por un lado ultima a un tal Yovera,
castigado por ocioso, y luego mata a un serrano con el detalle humorístico de que le reclama
una plata al despenador que lo silencia. Garcés consigue momentos de gran fuerza narrativa,
detallando con cruda agilidad la manera con que el despenador imponía las rodillas en el
pecho de los ancianos y los ahogaba con sus fuertes manos. El modus operandi difiere de
otras prácticas descritas, pero también en el relato mismo hay divergencias: primero el
despenador llega sin ser llamado y aparece y desaparece sin que casi nadie pueda verlo, casi
como un fantasma, a altas horas de la madrugada. En el segundo caso, en cambio, es un
vecino que acepta el encargo en pleno día y al final recibe su paga: siete pesos y dos sortijas
de oro.
El tópico indigenista aparece como justificante absoluto: don Cipriano es “heredero
de la ética de los antiguos tallanes”, y su superioridad moral se basa en una burda presunción
de inocencia: “Los antiguos sabían más que los blancos que sólo quieren oro”, aunque este
Cipriano se llevará al final, por supuesto, las sortijas, además de la herida que le dejó el
agonizante, al tratar de defenderse mordiéndole el brazo. A Cipriano “nadie le perdía el
respeto, y como decían que había matado a varios bandidos en sus años mozos, lo miraban
con cariño” (83). Y de todos modos, seguía una tradición antigua: “Los viejos guardamos
muchos secretos y cumplimos sus costumbres”. Otra justificación gratuita.
Me parece interesante que en el relato hay elementos mágicos que de alguna manera expresan
la inmoralidad del acto, que son la amarra colorada que distingue al oscuro oficiante y la
mordedura de muerto que “no se cura”. El despenador, pues, está señalado o marcado con el
color de la sangre y la herida que sufren por ejercer ese oficio eugenésico no tiene remedio
en este mundo: no puede subsanarse con nada.
+++
Herbert Morote es un escritor tardío con una trayectoria fuera de lo común. Siempre
tuvo una fuerte vocación literaria pero despuntó en una talentosa carrera empresarial
asumiendo diferentes cargos de dirección y gerencia de empresas vinculadas con el ámbito
farmacéutico en Perú, donde fue también profesor fundador de la Universidad de Lima, y
director del Instituto Peruano de Administración de Empresas (IPAE). En 1970, tras el golpe
de estado del general Velasco y el comienzo de su dictadura militar se establece en México
y luego en Estados Unidos, igualmente vinculado a la dirección de empresas, hasta que en
1990 abandonó los negocios y comenzó una nueva vida de escritor en Madrid con la novela
Suerte para todos (1995), y varias obras de teatro, como Los ayacuchos (1991) y Olivia y
Eugenio (1993). Es autor de diversos ensayos que han generado varias polémicas, como los
dedicados a Simón Bolívar y a Mario Vargas Llosa, con quien fue compañero de estudios en
La Salle y en el Leoncio Prado.
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
13
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
Tuvo cierta presencia mediática cuando acusó a Alfredo Bryece Echenique de haberle
copiado un capítulo entero de uno de sus ensayos. Bryce reconoció solamente que para
escribir ese artículo le había sido muy útil el ensayo de Morote. Julio Ortega y otros críticos
apoyaron a Bryce aunque ahora muchos reconocen que el escritor cometió plagio en este y
algunos otros casos.
Morote es autor de una novela: Suerte para todos, que se ha publicado en España
(Barcelona, Seix Barral, 1994), México (Seix Barral, 1995) y en Perú (Lima, Yachay, 2000),
un relato detectivesco en torno a un ejecutivo asesinado, que se sitúa entre Acapulco y la
costa central de California. Además publicó tres relatos mucho más breves, en su propia
página web de internet. Entre ellos un cuento de cierta extensión fechado en 1998: “El último
despenador”.
Con un tono desenfadado y actual, y ningún interés por el folclore o las creencias
populares, Morote construye un relato en el que el despenador sirve para aumentar el
dramatismo de dos escenas. En primer lugar dos hermanos lo llaman para terminar con la
agonía de su anciano padre en un pequeño poblado de los Andes. Pero hay rencillas entre
ellos y Sinencio odia a su hermano Juanacho porque se fue a estudiar a Santiago de Chuco y
nunca más volvió a Quispac. Además, el anciano padre quiere que Juanacho herede unas
tierras en el páramo donde presume hay buenos prospectos de plata y zinc: podrían valer una
fortuna. Sinencio no se contenta con su parte de herencia y envenena a su hermano, quien sin
embargo logra reunir fuerzas para empuñar una pistola y obligar al despenador a que sea él
quien mate violentamente a Sinencio, para después matar también al último despenador.
En el cuento resultan un poco chocantes los diálogos no tanto por asumir lenguaje muy
moderno, y emplear groserías, sino porque en muchos casos se trata de jergas urbanas:
“¿Estás muñequeado, hermano? ¿Estás pensando que es veneno, rosquete?” La falsedad y la
criollada de Sinencio se revelan de este modo con un lenguaje duro y directo: “Puta madre,
que ladrón eres. Pero todo sea por mi pobre hermanito, está sufriendo. Que sean los
trescientos, pues.”
El relato posee gran eficacia narrativa. El despenador apenas se describe con tres
adjetivos: “era un viejo horrible, huesudo y desencajado”, y dos notas alusivas a sus garras:
“Juanacho aguzó la vista al máximo y pudo ver la mano huesuda del Despenador, con sus
uñas largas y negras, contando el molido”. Su llegada es tenebrosa: “todo oscureció y una
sombra entró en la habitación”. No hace falta que nadie lo llame porque él sabe dónde hay
un agonizante. Pero al mismo tiempo tiene sus tarifas diferentes para cada tipo de trabajo. El
procedimiento que emplea no se explicita en ningún caso. Lo único que trasciende es el
discurso del despenador: “¿Me oyes, hijo?, vengo a quitarte las penas. Te aseguro que hoy
día mismo estarás en el reino de los cielos.” Es bastante evidente la distancia desmitificadora
que impone Morote al tópico, resolviendo todo con un disparo final y empleando una frase
evangélica en un contexto terrorífico, al más puro estilo de las películas.
+++
En la última novela de Mario Vargas Llosa, "El héroe discreto", el protagonista
conversa en varias ocasiones con la señora Adelaida, que le aconseja porque posee un don
para adivinar y siempre le vienen de repente inspiraciones de si algo saldrá bien o mal. Y
entonces el narrador empieza a añadir detalles folclóricos:
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
14
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
Felícito se sorprendió al oír contar a Adelaida que en el pasado reciente había incluso en Piura
unas mujeres tenebrosas, las despenadoras, a las que ciertas familias llamaban a las casas para
que ayudaran a morir a agonizantes, algo que ellas hacían entre rezos, cortándoles la yugular
con una larguísima uña que se dejaban crecer en el dedo índice con ese propósito” (2013:
363).
Dos décadas antes los había mencionado apenas en Lituma en los Andes, donde al
menos la temática folclórica resulta más justificada. En efecto, el sargento piurano reflexiona
sobre las creencias andinas:
Yo, al menos, no he sabido que haya pishtacos en Piura. Despenadores, sí, conocí uno, en
Catacaos. Lo llamaban de las casas donde penaban las ánimas para que las apalabrara y se
fueran. (1993: 65)5
Sorprendentemente aquí se trata de otra cosa: Vargas Llosa confunde los
despenadores con desencantadores o cazadores de fantasmas. Y cuando habla de la
despenadora en su última novela no alude realmente a costumbres o tradiciones reales o
supuestas de Piura o el desierto norteño, sino que el modo como registra la figura del
"despenador" es nuevamente la viva imagen que había dibujado Ricardo Palma en 1878.
+++
En el noroeste de Argentina, hallamos una mención breve al despenamiento en una
novela de Cristina Bajo (1937) también maestra y periodista reconocida tanto en su Córdoba
natal como en toda la nación por sus novelas de corte sentimental. Obtuvo el premio de la
Academia Argentina de Letras en 2004. Pues bien, aparece una despenadora en uno de los
relatos de la Saga de los Osorio, concretamente En tiempos de Laura Osorio (2011):
Don Goyo venía herido y dicen que le agarró la gangrena y olía como mula muerta. Ya se
veía que el hombre no iba para sanar, pero no terminaba de estirar la pata. Así que él mismo
hizo llamar a la Cora y le pidió que lo despenara; hasta le ofreció oro. Pero ella le dijo que lo
iba a hacer de voluntá, no más. (2008: 46).
El procedimiento que sigue no es el degollamiento, como cabe suponer, porque “ella
no derrama sangre”, pero Cora “dulce y callada, con esos ojos que parecían mirar a través de
las cosas”, sabía cultivar “yuyos para curar y yuyos para matar”. Y en esta ocasión fue con
una canción que duró toda la noche hasta que se acalló el último latido del enfermo. Se trata
por supuesto de una invención tranquilizador. Se han señalado varios casos de eutanasia
criolla en las regiones andinas de Argentina. Particularmente Rafael Cano (1930) declaraba
haber conocido a un nonagenario hacia 1880 que supo ganarse la vida despenando, y había
aprendido el oficio de un viejo al que asistió como criado. Ponía la rodilla en la espalda del
desahuciado y palando violentamente los brazos para atrás partía la columna del enfermo. O
bien oprimía con los dedos pulgares las cervicales. También menciona una mujer
despenadora llamada ña Micaila que ponía la rodilla sobre el esternón.
5
También más adelante menciona el oficio en una enumeración de abusiones: “Que tenía mujeres e hijos por
todas partes, que había muerto y resucitado, que era pishtaco, muki, despenador, brujo, estrellero, rabdomante.
No había misterio o barbaridad que no se le achacara.” (1993: 243).
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
15
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
Es muy probable que en Argentina y Bolivia existan relatos regionales que tengan
como protagonista al despenador pero no hemos podido hallar ninguno.
+++
En la Isla de Ustupu, una de las más interesantes del archipiélago de San Blas o de
las Mulatas, en Panamá, los indios cunas usan el extracto del ina nusu para curar las lombrices
de los niños como infusión, pero concentrada por ebullición la hierba produce una substancia
mortal, un alcaloide parecido a la nicotina. Bastan cuatro o cinco gotas bajo la lengua para
acabar con la vida de cualquier ser humano, cosa que hacen cuando quieren “despenar” a
alguien que padece una enfermedad incurable o bien es demasiado viejo para poder valerse
por sí mismo.
Los chamanes tardaron siete años en darle a conocer el secreto al doctor Reverte, señal de la
vergüenza y el respeto que otorgaban al peligroso veneno. El mundo moderno trata de
controlarlo todo y en ello también se incluye un protocolo para la muerte. El debate reaparece
con cada nuevo caso (el de José Luis Sampedro generó luego la película Mar abierto), y a
menudo tratan de justificarse en la presunta “naturalidad” de las culturas ancestrales, pero
estas sienten igualmente el temor y la vergüenza, el dolor por el mal que está inscrito en el
corazón de todos los seres humanos. Claro que siempre pueden darse razones para justificar
lo irreparable, aunque la huella que deja la mordedura, el daño moral que afecta al despenador
y a su comunidad por permitir y justificar la muerte violenta de un enfermo inocente no pueda
borrarse nunca con nada.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ABAD DE SANTILLLÁN, Diego (1976): Diccionario de argentinismos de ayer y de hoy.
Buenos Aires, Tipográfica Editora Argentina.
ALCALÁ VENCESLADA, A (1998): Vocabulario andaluz. Edición de I. Ahumada. Jaén,
Universidad de Jaén / Cajasur.
ARÁMBULO PALACIOS, Edmundo, Diccionario de piuranismos. Piura: Municipalidad
Provincial de Piura, 1995.
BAJO, Cristina (2008): En los tiempos de Laura Osorio. Buenos Aires, Sudamericana.
CANO, Rafael (1930): Del tiempo de ñaupa; folclore norteño. Buenos Aires, Talleres
Gráficos Argentinos de l. J. Rosso.
CORNEJO POLAR, Antonio (1989): La formación de la tradición literaria en el Perú. Lima,
Centro de Estudios y Publicaciones.
COVARRUBIAS, Sebastián de (2006): Tesoro de la lengua castellana o española. Edición
de I. Arellano y R. Zafra. Pamplona / Madrid, Universidad de Navarra /
Iberoamericana.
DÍAZ FALCONÍ, Julio (2005): Cronología de las Tradiciones. Lima, Universidad Ricardo
Palma.
ESCAJADILLO, Tomás (1986): Narradores peruanos del siglo XX. La Habana, Casa de las
Américas.
ESCOBAR, Alberto (1960): La narración en el Perú. Estudio preliminar, antología y notas.
Lima, Juan Mejía Baca.
ESTRADA MORALES, José H. (1966): “Introducción” a Cuentos piuranos. Piura, Gran
Unidad Escolar San Miguel, 1966, p. 2.
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
16
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
–––– Francisco Vegas Seminario. Acercamiento a las orillas de su fuente. Piura, Cuadernos
de Piuranidad, s.f.
FLORES, Ángel (1959): Historia y antología del cuento y la novela hispanoamericana. New
York, Las Americas,.
GARCÉS NEGRÓN, Teodoro (1988): “Mi amigo el despenador”, en La embestida del
carnero y otros cuentos. Lima, Biblioteca Nacional del Perú, 1988, pp. 81-86.
GARCÍA CALDERÓN, Ventura (1924): “El despenador”, en La venganza del cóndor.
Madrid, Mundo Latino, 1924, pp. 161-172.
–––– (1989): Obra literaria selecta. Edición y prólogo de Luis Alberto Sánchez. Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1989, pp. 191-192.
GONZÁLEZ VIGIL, Ricardo (1991): El cuento peruano, 1942-1974. Selección, prólogo y
notas. Lima, Ediciones Copé.
KRISTAL, Efraín (1988): “Del indigenismo a la narrativa urbana del Perú. Revista de Crítica
Literaria Latinoamericana. 14 (27).
LARCO, Laura, Más allá de los encantos. Documentos históricos y etnografía
contemporánea sobre extirpación de idolatrías en Trujillo, siglos XVIII-XIX. Lima,
Universidad Nacional Mayor de San Marcos / Instituto Francés de Estudios Andinos,
2008.
MARROQUÍN, José (1940): “La medicina indígena puneña”, en Anales de la Sociedad
Peruana de Historia de la Medicina, 2, 1940, pp. 42-57.
MORINIGO, Marcos A. (1998): Nuevo Diccionario de Americanismos e Indigenismos.
Buenos Aires, Claridad.
MOROTE, Herbert, “El último despenador”, disponible en la página web del autor:
http://www.herbertmorote.com/despenador.asp
MOSCOL Urbina, Jorge E. (1945): Confesión de una Madre Soltera (y otros cuentos).
Prólogo de Néstor Martos. Piura, Agencia Moderna(?).
–––– (1977): Sombra de algarrobo. Cuentos Piuranos. Volumen I. Piura, Impresos San
Antonio.
–––– (1986): Mangachería rabiosa. Lima, Editorial Piuranidad.
–––– (1991): Romance en el coloche. Piura, Centro de Interpretación y Promoción del
Campesinado.
NÁJAR, Jorge (2014): La compañía del Alto Putumayo. Lima, Summa.
OVIEDO, José Miguel, y otros (1969): Primer encuentro de escritores peruanos. Lima,
Latinoamericana.
PALMA, Ricardo (1893): “Juan Sin-miedo”, en Tradiciones peruanas. Quinta serie.
Barcelona, Montaner y Simón, 1893, tomo III, pp. 34-37.
PUIG TARRATS, Esteban (1995): Breve diccionario folclórico piurano, Piura, Universidad
de Piura, 2ª edición.
REVERTE COMA, José Manuel (1983): Las fronteras de la medicina: límites éticos,
científicos y jurídicos. Madrid. Editorial Díaz de Santos.
RODRÍGUEZ REA, Miguel Ángel (1983): “El cuento peruano contemporáneo. Índice
bibliográfico I. 1900-1930”, en Lexis, 7, 1983, pp. 287-309.
–––– (1996): Tras las huellas de un crítico: Mario Vargas Llosa. Lima, Pontificia
Universidad Católica del Perú,.
VARGAS LLOSA, Mario (1993): Lituma en los Andes. Barcelona, Planeta.
–––– (2013): El héroe discreto. Barcelona, Alfaguara.
VEGAS SEMINARIO, Francisco (1946): Chicha, sol y sangre. París, Desclée de Brower.
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
17
LEJANA. Revista Crítica de Narrativa Breve Nº 8 (2015)
HU ISSN 2061-6678
–––– (1956): “La subconsciencia manda”, Piuranidad. Arte, Ciencia, Letras. N. 2, Diciembre
de 1956, p. 47.
–––– (1955): Entre algarrobos. Lima, Círculo de Novelistas Peruanos,.
–––– (1994): “El despenador”, en Chicha, sol y sangre. Piura, Instituto Cambio y Desarrollo
/ Concejo Provincial de Piura, 1994, pp. 121-134.
VIVANTE, Armando (1953): Muerte magia y religión en el folklore. Buenos Aires,
Lajouane.
–––– (1956): “El despeñamiento en el folklore y la etnología”, en RUNA. Revista de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 7, 1956, pp. 209233.
© Carlos Arrizabalaga
http://lejana.elte.hu
Universidad Eötvös Loránd, Departamento de Español, 1088 Budapest, Múzeum krt. 4/C
Recibido: 28 de septiembre de 2015
Aceptado: 10 de octubre de 2015
Carlos Arrizabalaga: “Crónicas del despenador”
18
Descargar