Alto I. JEREZ DE LA FRONTERA. PRECIOS DE SUSCRICION. En Jereí, llevado á domicilio, por un mea S re Trimastre. . . . 1-4 <t Número suelto, . . 2 « ASTA REGIA. SEMANARIO NOM, 31. PREOOS DE SUSCRiaON. En la provincia y en la Península, un mes 6 re. Semestre. . . 34 « Número suelto, . . 2 « DE CIENCIAS, LETRAS, ARTES É INTERESES LOCALES. Dirección y Administración, plaza de Eguilaí, número 17. BÍREQTORA; AGOSTO 23 DE 1880. Hora» de redacción, de 2 ¿ 4 de la tarde. ,' "pAROtlNA DE ^OTO Y -pORRO, SUMARIO. Discurso, de José Marta Escudero y Franco.—Juan y Maria (conclusión}, por Carolina de Soto y Corro,—A D. Juan Eugenio Hartzenbusch (SONETO), por José Maria Escudero y Franco.—Tu piedad (POESÍA), por Agustín Muñoz y Gómez.—A*** (POESÍA), por Juan Rodríguez y Ponce de León.—Unos versos, por Fernando de LavaUe.—Ritnaí, for iNarciso Diaz de Escova»".—VARIEDADES.—El Doctor Tanner, por Joue de Lesar.—Sobre la educación de los hijos por las madres.^-Misceláneas. DISCUB80 <ae oontDBtaioiozi al I^ldo por el académico entrante D. Eugenio Pastor y Marra, en el acto de sa recepción en la Academia Médico-quirúrgica Jerezana por el académico de número D. José M.* Escudero j Franco. Señores Académicos: Hay momentos en que el silencio es más elocuente que la palabra, pues el ánimo embargado por profundas emociones, se niega á espresar por medio de aquella las impresiones que siente. Este es para mi uno de esos momentos, y seguramente no elevaría aquí mi voz, sino me moviera á ello el cumplimiento de un deber gratísimo, cual es, el de contestar al nuevo académico D. Eugenio Pastor y Marra, en nombre de esta Corporación que le recibe con jubilo en su seno. Tiempo hace ya, que esta Academia vivia una vida lánguida, por el retraimiento de sus más ilustrados miembros, y yo. el ultimo de ellos, deseaba ardientemente el ingreso en ella de los distinguidos jóvenes médicos de esta población, para que ilustrasen con sus conocimientos nuevos, las discusiones científicas que se abrieran sobre tantos puntos oscuros como tiene la Medicina qae ¡luminar con su radiante luz. Hoy he visto realizados mis deseos que son los de todos mis compañeros: cumplidos mis íervientes votos para que renazca entre nos- tros el entusiasmo y la fé que deben ser nuestro norte; y al recibir en nuestros brazos al nuevo académico, mi corazón profundamente impresionado, siente más de io que pueden espresar mis palabras. Conocida era ya de todos nosotros la ilustraclon de nuestro nuevo compañero; pero su erudito discurso, bastaría á demostraria en el caso contrario. Felicísimo ba estado el Sr. Pastor al escoger como tema de su discurso un panto tan interesante y lleno de importantisimoa resultados, como la hemostática qairúrgicÉ, por mis que no pueda tratarse eon la profundidad y esténsión que requiere y merece, en «a discurso de recepción qué debe enearnrse en limites siempre estrechos y mucho más en el caso presente, y diffoil seria tratar de este asunto y en estas condiciones, con tanta perfección como él lo ha hecho. En efecto, en dicho trabajo, lleno de citas históricas, que cual preciosas flores esmaltan el inmenso campu que abraza, descúbrese el resultado de profundos estadios sobre la materia, que honran á dicho señor como siempre el trabajo honra y enaltece al hombre. Desde que nació la Cirujia y con la aplicación de sus principios se consiguió la curación de muchas enfermedades, todos los cirujanos comprendieron la necesidad de evitar la salida de la sangre, liquido precioso en el cual parece estar disuelta la vida, pues que al salir del cuerzo, éste muere. ¥ en efecto, desde los tiempos primitivos, cada cirujano propuso un medio distinto para impedir la hemorraeía. La enumeración y estudio de estos medios, ha sido hecha por el Sr. Pastor con la mayor exactitud y el mejor acierto. Pero hay en su discurso un punto capital, lleno de interés por su novedad y sus grandes aplicaciones: me reflero á la ischemia quirúrgica cuyo estudio ha sido hecho tan magittralmenté por dicho señor en su discurso, y sobre la cual insistiré,no para decir nada nuevo, sino para espresar mi entusiasmo por este medio hemostático, tan etisalzado por voces más autorizadas que la mia. Cuando en 18 de Abril de 1873 dio Esmarch á ASTA RÉOIA. conocer so aparato compresor, al Congreso de cirujanos de Berlín, la hemostática entró en una nueva era de progreso. Todos los cirujanos vislumbraron la realización de uno de los desiderata áe la cirujia: oporar sin efusión de sanífre. Pero al mismo tiempo, la envidia, cual yedra que crece junio á la lozana rusa á laque ahoga entre sus ramas, trató de aminorar lo inmenso, lo sublima del descubrimiento, buscando argumentos pocas veces, sofismas muchas, para tratar de demostrar ío3 inconvenientes de este medio hemostático. Felizmente, la verdad resplandece siempre aún en medio de las tinieblas del error, como el relámpago brilla aún en medio de la más deshecha tempestad, y asi un gran número de hombres eminentes, se dedicarun desde luego á estudiar la ischemia quirúrgica, y convencidos de su escelencia, lanzaron del uno al otro confín del mundo médico, los gritos de su entusiasmo y admiración. No entraré á describir el aparato de Esmarch, perfectamente coivocido por todos vosotros, porque ya lo ha hecho con suma precisión el Sr. Pastor. No trataré de demostrar su superioridad sobre todos los demás medios hemostáticos preventivos, ni señalaré sus inconvenientes: todo esto ha sido ya enunciado por nuestro nuevo compañero en sa memoria; y no lo repetiré, porque la iscliemia me parece el mejor mediohemostático preventivo, por los datosque arrojan las estadísticas el i nicas; mejor aún que la compresión digital, muy difícil de ejercer como se debe; superior al sello ó la pelota que se dislocan con suma facilidad; mejor aún que el tortor, el torniquete y el aparato de Tardieu para reemplazar á la compresión digital, y que sin paibargo eso! mejor de los compresores antedichos. Pero no pasaré adelante sin rendir justo tributo á tan importante descubrimiento, sin depositar mi pobre óbolo en la pirámide gloriosa que el mundo mélico erige al autor y á su obra: no terminaré sin esclamar: ¡Gloria á Esmarch, que ha resaalto el problema de operar sin hemorragia! Hay también en el discurso del Sr. Pastor otro punto de interés capital, aunque ligeramente tratado por lo limitado de un trabajo do su clase, y sobre el cual me permitiré algunos conceptos. La ligadura arterial, practicada ya con objeto de prevenir una hemorragia, ya con objeto de cohibirla, es el medio hemostático más importante, sobre todo en el últmio caso. La ligadura, fundada en la propiedad que poseen las túnicas interna y media de las arterias de romperse cuando son romprimidas por un hilo, y abarquillarse en ol interior del vaso, presentando así un obstáculo á la circulación sanguínea, obstáculo que después se hace n)ayor por el derrame de linfa plástica que al coagularse forma un verdadero tapón, es sin duda alguna, y así está reconocido por todos los cirujanos, el mejor medio para cohibir definilivaiiiíMite una hemorragia. Mucho se ha dv:bitido sobre !a naturaleza del hüo que ha do servir para la lig;idura, cuestuia qvie no me. pureco de tan poco valor como J.I ¡luevo acaJénaico. EQ efect'\ creo cou un gran número de eminentes prácticos, que el hilo debe ser de naturaleza animal, con lo cual se evita el único inconveniente que tiene la ligadura, esto es, impedir la cicatrización por primera intención, pu8s un hilo fabricado con intestinos de animales, puede abandonarse en el interior de la herila, en la seguridad de que ningún daño ha de producir, pues no es como el hilo ve^ getal un cuerpo estraño, sino una materia asimilable. Por esto creo que una superioridad incontestable al hilo animal llamado calgtit, de que se hace uso en la cura de Lister para ligaduras y suturas, sobre el hilo comunment'* usado. Nada diré de los instrumentos empleados para practicar la ligadura después de cortar un vaso, desde el tenáculo de Bpomfield, hasta la pinza de Fergusson, y solo me fijaré en esta última para alabar su escelencia sobro todos ios demás, por muchas razones, de las cua'es, las más atendibles son la de permitir ver el campo déla herida (cumdola pinza es fenestrada) y la do no ser posible, por su forma cónica, que qui*de cogida pnr el hilo de la ligadura que se desliza hacia el vértice. No tendría objeto hacer la enumeración de los distintos tiempos de esta operación, ni del modo de ejpcutar cada uno de ellos, tan perfectamente conocidos de todos vosotros, encaietidosla mayor parte en el ejercicio de nuestra noble profesión, y por eso paso de largo sobre estos detalles, para dirigir una rápida ojeada sobre otros medios hemostáticos definitivos. La torsión .solo puede aplicarse sobre arterias de pequeño calibre y como quiera que cuando se coge con la pinza nn vaso, para torcerlo, puede ligarse, me parece preferible esí(( último. Hoy ya nadie se acuerda de la torsión más que para evitar muchas ligaduras en vasos pequeños, y está cr)mpletaraente aban-lonado el procedimiento de Amussat que requería cuatro pinzas. El ctíacamíenío ideado también por Amussat, pertenece á la historia, y está relegado al olvido más justo. Respecto á la cauterizacioíi con el hierro candente, diré que su uso debe ser muy limitado, pues no detiene tan completamento la salida de la sangre, como dicen sus apologistas, porque en el centro d» la escara que produce, queda un pequeño orificio por dinde aquella puedo escaparse, y me parece que solo debe aplicarse en algunos casos en que no sea posible hacer uso de otros medios hemostUicos. Quedan por último los estípticos de los cuales es el mejor el percloruro de hierro á Hu" del areómetro Beaumé. No le han faltado detractoros decididos como Vernouil y Demarquay; pero sin embargo presta muv buenos servicios en los casos en que no es posible ligar el vaso cortado y este es de pequeño calibre. Pero cuando el vaso pueda ser ligado, seria absurdo y cnniioal dejar de hacerlo y emplear otros medios hemostáticos, menos seguros siempre que la ligadura. Antes de terminar, reo -rdaré el consejo de DupnytTPn, de drjar pasar una media hora antes (le reunir definitivamente una herida, cuando se han ligado ó torcido vasos de importancia. Este consejo está fundado co la posibilidad dts ASTA REGIA. que se reproduzca la hemorragia, en cuanto cefe l( acción de los anestésicos que retardan el curso de la sangr.>, y cuando empieza la reacción del organismo. Este sabio precepto, inuclias veces olvidado, evita cuando se observa crueles decepciones al cirujano que se apresura á curar una herida consecutiva á una operación, porque cree haber ligado todos los vasos, y vé sobrerenir la hemorragia que pone en grave l>eligro la vida del paciente. Termino aqai estos desaliñados renglones por tensor de ser prolijo, y porque nada hay mas Jejos de mi ánimo que lanzar la frágil nave de mi imaginación en el ancho y profundo piélago «le la ciencia, donde son lan frágiles los naufragios, por los innumerables escollos que difioulu n la marcha del investigador. Además, no es esta ocasión á apropósito para entrar de lleno «n el estudio del tema sobre que versa el discurso del Sr. Pastor, y solo si lo es para felicitarle por dicho trabajo, y felicitarnos por tenerlo, •de hoy más, en el seno de la Academia. £.eciba pues el nuevo académico nuestros mas sinceros plácemes, nuestro más cordial abra:zo, y ojalá wgan su laudable e^empio todos nuf^stroá hermanos de ciencia, para que unidos todos en estrecho vínculo, realicemos el ideal tnás noble y sagrado del hombre: despejar las iacóífnitas de los problemas de la ciencia. He dicho. José M.* ESCUDERO T FRÍKCO. Jerez do la P'rontera J». de Junio de 1879. JUAN Y MARÍA. Traducción del Francés POR CAROLINA DE SOTO Y CORRO. (cONCLTJSrON). Los «mgangas que cuidaban de él y que •(?ran como sus sacerdotes, cuando hubo muerto, dijeron al rey, que Maria y su hermano •eran la causa déla desi^racia que había acontecido; y que no se creerían satisfechos ni dicho^Qs. mientras aquellos blancos no hubieran adorado á su Dios. Al punto determinaron que se hiciera un sacrificio al nuevo mono que sa acababa de elegir, que los dos blancos asistieran á él, y que después de la ceremonia, Maria se desposara con el rey; pero que si rehusaban estos, se les quemaría vivos con sus libros, de los que se vallan, según creencia de los salvajes, para hacer sus encantamentos. Maria, supo esta resolución, y cuando los sacerdotes dijeron que ella «rala que habia hecho morir al mono, les respondió con presteza: —Si vo lo he mat«do, ¿no es verdad eatonces, que soy más poderosa que éi? Yo haría muy mal en adorará cualquiera que no fuera supe- rior á m(, por consecuencia, mejor merezco yo las adoraciones del mono, que no él las mias; sin embargo, no quiero engañaros, no he sido yo quien le ba quitado la vida, sino nuestro Dios, que es el dueño de todas las criaturas, y sin cuyo permiso no podréis tocar á uno solo á» mis cabellos. Este discurso irritó aún mas á los salvajes; ataron á Maria y á su hermano á unos poetes y ya se preparaban para quemarlos, cuando de improviso, Jes dijeron que un gran número de enemigos acababan de llegar a l a isla. Corrieron para combatirlos, y bien pronto fueron vencidos. Los negros conquistadores, cortaron las cadenas de los niños blancos, y los llevaron á su isla, en donde quedaron esclavizados bajo el dominio del rey. All!, desde por la mañana hasta la noche, trabajaban y decían con fiecueocia; —Es preciso servir con fidelidad i nucslro amo, por el amor de Dios, y hacernos cargo de que es «1 Sen tr á quien servimos, porque nuestro libro dice que debemos hacerlo así. Estos nuevos salvajes, también estaban en guerra de continuo, y como sus vecinos, se comían á los prisioneros. Un dia. cogieron un gran número de ellos, puss eran tan valientes cual poderosos. Entro estos prisioneros, se encontraba un blanco, que por hallarse en estremo flaco, resolvieron los salvajes engordarlo para comérselo después. Fuertemente encadenado, lo «ncerraron en una cabana y encargaron í Maria de sus cuidados. Como esta supo que bien pronto ibaá ser comido, deplorando la suerte de aquel infeliz y mirándole tristemente dijo: «¡Dios mío. Dios mió, tened piedad de él!» El hombre blanco que se hallaba sorprendido al v>^r una joven de su mismo color en aquel sitio, se sorprendió mucho mas al oiría hablar en su idioma, é invocar al Todopoderoso. —¿Quién os ha enseñado el francés, le preguntó, y á conocer al verdadero Dios? —Yo no sabia el nombre de la lengua que hablo, le respondió Maria; este era el idioma de mi madre, que fué quien me lo enseñó; en cuanto a Dios, tenemos dos libros que tratan de él, y nosotros le rezamos todos los días. — ¡Ah, cielos! replicó el hombre levantando las manos y los ojos, como iluminado por una idea. ¿Seria posibte? Hija mia, ¿podríais enseñarme los libros de que me habláis? —Yo no los tengo, pero buscaré á mi hermano que es quien los guarda y os los enseñará; diciendo así, salió, volviendo poco después con Juan, que los llevaba, ASTA REGIA. El hombre blanco los abrió con emoción, y al loor en la primera página: • E>iU Uhro pertenece á Juan Mauricio» esclatnij con delirante acento: — ¡Ah, mis queridos hijos! ¿es á Tosotros & quien vuelvo á ver? Venid, abrazad á vuestro jiadrp, y dadme enseguida noticias de vuestra madre! A estas palabras, Juan y María se arrojaron en sus brazos, derramando lágrimas de alegria. Por fin, Juan, reprimir'ndoso un poco dijo: —Sionto en los latidos de mi corazón que ^ois verrIaJeramente mi padre, mas no concibo cum' puede ser esto, porque mi madre me dijo que habíais caido en el fondo del mar, y sé que no es posible vivir allí. —Caí efectivamente en el mar. cuando so abrió nuestro barco, replicó Juan Mauricio; pero habiéndome asido á una labia abordé feliz•nente auna isla, y os crei perdidos. Juan, entonces, le refirió cuanto pudo r e cordar, y su padre vertió copiosas lágrimas al saber la muerte de su esposa. Maria, lloró también, pero por distinta causa. —i.\hl esclamó; de nada sirve haber enconrado á nuestro padre, puesto quo debe ser muerto y comido dentro de breves dias. —Preciso será cortar sus cadenas, contestó Juan, y buscar nuestra salvación, huyendo por el bosque. —¿Y qué haríamos allí, mis pobres niños? replicó Mauricio; los salvages nos cogerían, ó bien moriríamos de hambre. —Dejadme hacer, dijo Maria; yo sé un medio infalible para salvaros. Y al concluir estas palabras corrió en busca del rey. Cuando la introdujeron en su cabana, se echó á sus píos y le dijo: —Señor, tengo que pediros una gracia muy grande; ¿me prometéis concedérmela? — Os lo juro, contestó el rey, porque cstov contante de vuestros servicios. — Pues bien; sabed que ese hombre blanro á quien rae habéis ordenado cuidar, es mi padre y de mi hermano. Sé que tenéis resuelto comerlo, y vengo á preveniros, señor, que siendo tan viejo y demacrado no estará muy bueno, en tanto que yo soy joven y robusta, y asi, espero que me comáis en su lugar; pero antes, os suplico que me concedáis ocho dias, no os pido mas que ocho días por tener el placer de estar ese tiempo á su lado, antes de morir. —Sois tan buena hija, en verdad, que por nada del mundo seria capa/ de sacrincaros. Viviréis, y vuestro padre también. Os advierto que todos los años viene aquí una embarcación llena de blancos, á los cuales vendemos nues- tros prisioneros; ya debe llegar muy pronto, y os daré permiso para que os vayáis, Maria. loca de contenta, dio gracias al rey, mientras desdo el fondo de su corazón las daba á Dios quo había tenido piedad de ella. Corrió á llevar tan buenas ueticias á su padre, y algunos oMas después, habiendo arribado la embarcación de que le hablara el rey, se embarcó con su padre y hermano, y fueron á una grande isla habitada por españoles. El gobernador cuando hubo sabido la historia de María, se dijo para sí: Esta niña es pobre y se halla tostada por el sol, pero es tan buena y tan virtuosa, que ha de hacer á su marido mas dichoso que .«i fuera rica y bella. Pidió á Mauricio le diera su hija en matrimonio y se unió con ella, haciendo casará Juan con una de sus pariontas. De suerte que vivieron en aquella isla muv felices y admirando siempre la sabiduría de la Providencia que había permitido la esclavitud de Maria para proporcionarle ocasión de salvar la vida á su padre. FIN. A D. han Eugenio Hailzinkscli, SONETO. Cual sol radiante de esplendor, luciste sobre el palenque de la escena híspana, y de la hermosa lengua castellana el ya rico tesoro enriqueciste. Honra y prez de tu patria siempre fuiste, perla de la corona soberana que para gloria eterna y sobrehumana en torno de su invicta sien ceñiste. Repetirán tu nombro venerado las futuras edades con anhelo viendo en tu fama su blasón preciado: y como premio á tu constante celo, con estrellas, por Dios será grabado en la infinita bóveda del cielo. JOSÉ M.'^ ESCUDERO Y FR,\M :. Aeosto 1880. TU PIEDAD. En la desdicha abismado, maldiciendo mí destino, como errante peregrino por el mundo caminé; y vi en su engañosa senda, centro de perfidia solo, envidia y venganza y dolo, destilando amarga hiél. No tenían para mí encantos de Atlante el ronco bramido, ni de Huracán el gemido, ASTA RECTA. ni de Tempestad la voz. IS'i la lozana campiña, ni el lago, ni la alborada, ni el jardín, ni la enramada, ni de aura leve el rumor. ¡Todo triste yo lo Via! Ni de Iris la luz liviana, ni el vibrar de la campana que convoca la oración. ]Si de la niñez tranquila la siempre grata memoria, cual antes, legaban gloria á mi yerto corazón. ¡.Vsi era consuelo solo de mi vida funeraria, lovantar tierna plegaria hasta el solio de Jetiováh; Mds después en mi tormento devoraba, una por una, las penas con que á Fortuna le plugo mi dicha ajar! ¡Tan niño y tan desgraciado! Negras lágrimas candentes so escaparon á torrentes d« mis ojos; con su ardor marchitaron mi semblante, y en su fugaz primavera mi juventud caer viera hoja tras hoja su flor. Tan niño y tan desgraciado, ¡ay! perdí toda esperanza de gozar dulce bonanza de esie mundo en la mansión; Porque doquier que estuviera abrojos no más pisaba: más mi dolor soportaba, mi insufrible decepción. Sí, ángel mió; pero un hora mis pesares se doblaron, tanto mi alma laceraron, que no los pude ocultar; y á tí te los dije ansioso, la mas bella de las ninfas que en el cristal de sus linfas copió el gaditano mar. Tú, conmovida á mi acento, IIPI huérfano te doliste porque en él tan sólo viste desencanto y sinsabor. Tu corazón me ofrecieras, llana de amantes sonrojos, y híillé la paz, de tus ojos al fecundante calor. Querubín, que los rigores calmaste de mi destino '•xin el bálsamo divino que destila tu virtud. jbendito, bendito seas! ¿Dó un corazón más hermoso habrá, ni más generoso que aquél que me ofreces tú? AGUSTÍN MUÑOZ Y GoMrz. Jerez: 10 de Agosto de 1880. A""' Elvia con blanca mano una rosa inocente, para adornar su alabastrina frente se propuso cortar. ¡Empeño vano! Dura espina acerada entre las verdes hojas escondida, rasga la fina piel desapiadada; brota sancrre la herida, que los pétalos moja, y al suelo cae la rosa y se deshoja. Esta es la historia fiel de tus amores: tocaste flor divina y tan aguda espin» te hirió, que son eternos tus dolores. JrAN RODRICUEZ T PoNCE DE L í d S Con motivo de la preciosa oda, que canta la Vida del Campo, escrita por mi amigo el ilustrado poeta D. Juan Rodríguez y Ponce de Leen. UNOS VERSOS. En los calieutes valles que circundan las nevadas montañas, y las negras cumbres que sobre Córdoba los vientos detienen del Atlante, el alma raia, suspiros de dolor, ecos de llanto á los Euros, lanzaba. Tristes voces! crugir de encinas rotas; el murmullo del torrente atrevido, que destroza la verde yerba; el rechinar potente do los ejes supremos, y el rugido de la fiera en los montes, a mi pecho la orquesta fué, donde aprender soha llanto y piedad; mas el dolor sus notas en la pauta del alma fué grabando con cincel de diamanto y mano dura. Aquí ol locho primero, que mecnio por la materna mano, en giro suave gratos ensueños dio y aquí la aurora, aquí el sol del Oriente con su llama, morena tez y corazón de fuego en mi ser infundió; solo la duda, en circulo amarillo, tanta dicha agostó, como secan del verano 6 ASTA REGIA. la blanca mies, I6s rayos que en el cénit derrama el sol cual imponente hoguera, ¡Ay! quise en un momento da los mundos penetrar la grandeza, los volcanes á.mis ojos lucieron, y los astros medí, como se miden las veletas que en las torres altísimas rechinan; bajé al fondo del mar, vi los abismos y, sondados sus sonos espantosos. en TTiis cansadas manos se entreabrieron balvas desconociiias de sus valles. Luego Virgilio fué, luego las sombras. del misterioso O'impí, y la armonia que aún resuena vibrando de Bellini. i.\y! quise refrenar esa carrera, ese hervir de mi mente, esa locura que á la ciencia llevaba, y no sabia si era que destrozaba el sentimiento 4 costa del saber, ó que la ciencia sobro cenizas del sentir se mece. Lloraba, y la corriente cristalina y los sauces umbrosos, y las rocas y hast» el azul rt-'l ciólo, crudo llanto, mintiendo mi aflicción, ante mis ojoa empuñados de ligrimas veriian. A tí, dichoso amigo, no las duelas al corazón herido, al alma triste vengan con su rumor: son ios rumores de fiera tempestad. Dudas «i el rayo; dud.'ís si los torrentes, que retumban del fragoroso monte por la falda, son ¡ay! bien para el prado, ó son su muerte. Dichoso tú que én oda dulce y grave, anuncias nueva vida, y sus conceptos conceptos son de placida ventura. Dame la dulce calma de los campos, la tirtrna y misteriosa algarabía de las canoras aves, los acentos del arroyo entre flores y arrayanes, y en candido sosiego, tal vez crea que eres tu tan feliz como yo soy, mi dulce y síbio amigo, desgraciado. FERNANDO DE LAVALI-K. RIMA. Las puertas del convento se cerraron; la campana sonó, escuchóse de música lejana el confuso rumor. Entre otros ecos percibió mi oido el eco de tu voz, que palpitante y triste daba al inundo su pijstnraer adiós. ¡Moriste para el mundo! ¡Te ha perdido para siempre mi amor! íTarabien par* las dichas de la tierra muerto estará mi pobre corazón! NARCISO DÍAZ ü t ESCOTAR. VARIEDADES. EL DOCTOR TANNER. Indudablemente el doctor Tanner ha venido ha hHcerse el hombro más célebre que registran los anales de la ciencia. En la mente de la humanidad está, que tos problemas más difíciles de resolver, llegará un día en que no ofrezcan dificultad alguna. El globo hendirá los aires con rápido vuelo^ obedeciendo sumiso á la mano del hombrt. Los cuerpos combinados se moverán tranquilamente, sin fuerza impulsiva que los hnga girar. £1 buque submarino desaparecerá á nuestra vista hundiéndose en el ancho mar, para reaparecer sobre la superficie cudodo la voluntad del hombre y las condiciones del momento lo hagan necesario. La locomóvil atravesará los paises habitados y los inconmensurables desiertos de arena con la rapidez del pensamiento, y, por ultimo, el insaciable ampelófago desaparece para siempre de nuestros campos, dejando solo un triste y doloroso recuerdo de lo que fué. Todo esto, repito, está en la mente humana, aunque se califique de difícil solución; pero el considerar que había de llegar un dia en que pudiésemos vivir sin comer, eso solo en un delirio de esa misma mente pudú concebirse, y, sin embargo, se realizó tal y como se concibió, con universal asombro de grandes y chicos, sabios é'ignorantes. Pero después de todo, examinado estecolosal descubrimiento bajo el punto de vista que debe mirarse, ó sea bajo el cientificoeconómko-social ¿qué revolución vendrá á introducir á semejanza de los grandes inventos? La respuesta no puede darse todavía, porque solamente la esperíencia con el trascurso de los años podrá demostrarlo; pero á primera vista 6 como suele decirse, á ojo de buen cubero, M habrá dificultad en anticipar algunas profecías, que de seguro han de resultar más exactas que aquellas célebres de ia cartera encontrada por cierto pastor en Sierra-Morona. Por el pronto queda resuella la debat-' ASTA R É G I \ . cueslioa de subsistencias de nuestras provincias del Noroeste. jGallegos y asturianos, bailad de gusto al son de la gaita y el tamboril! ¡Ya no pasareis hambre ni miseria, ni vuestros hijos morirán escuálidos pidiendo el negro pan de i)vena ó maiz! ¡Ya no necesitáis carnes ni cereales de ninguna clase,- cuando sintáis necesidad, recogeos en vuestras habitaciones durante tuarenla dias^ tornad'en este intervalo varios sorbos de agua y al final os coméis un melón de Ídem y ya verán Vds. pue bien lo pasan. El insigne Jovellanos que tantos dias de gloria dio á la literatura patria, de seguro que nunca le pasaría por la imaginación ni la más remota idea de que pudiera haber en el mundo un doctor Tanner, porque de lo contrario, no se hubiera tomado tanto trabajo con su Ley Ag/aria Estando equilibrada la producción con el consumo, el descubrimiento del siglo no podrá por menos que acarrear grandes crisis á las naciones, que no estando preparadas para ellas, les será doblemente difícil el resolverlas. La razón es bien obvia. Si desde la creación del hombre hasta nuestros dias, la ciencia ha venido sosteniendo que éste no puede vivir ni desarrollarse sin el indispensable alimento que venga a nutrir sus órganos, por lo menos una vez encada uno de los trescientos sesenta y cinco de que se compone el año; hoy que es un hechola viabilidad humana con solo alimentarse cada cuarenta dias, vendremos asacar en lógica consecuencia y con arreglo á los datos que nos suministra la aritmética de Vailejo, que con comer nueve veces al año con intervalo de cuarenta dias, tendremos satisfechas nuestras más perentorias necesidades. ¿Luego entonces, cómo se gobernarán nuestros sabios economistas para sostener en adelante el equilibrio entre la producción y el consunjo, tan indispensable para evitar las funestas crisis sociales? Nos parece que la cuestión as.'más ardua de lo que á primera vista se cree, y no dudamos que el invento del doctor Tanner dará lugar á la formación de congresos continen» tilles para precaverse contra las eventualidades del porvenir; lo caal viene á demostrar palpablemente, el natural horror con que miraban nuestros antepasados todas los íuielantos de la ciencia; porque en verdad sea dicho ¿si la diabólica invención del vapor y por ende de los ferro-carriles, vino á perjudicar tan not;ibic:;ieule á la sociedad. puesto que, hundió para siempre á los arrieros y empresarios de galeras aceleradas, quitándoles el pan nuestro de cada dia, qué no será de nuestras clases productoras con el descubrimiento del sabio americano? Ante porvenir tan negro haremos punto final, porque estamos viendo los lagrimones de nuestros queridos suscritores correr por sus mejillas; pero antes de concluir me voy á tomar la libertad de llamar la atención de mí buen amigo el distinguido médico y redactor de este semanario, Sr. Escudero y Franco, para que rectifique sus opiniones emitidas en la científica Memoria publicada en el número anterior, sobre el tratamiento dietético de los operados. Cita á Velpeau y dice, «que para conocer las ventajas de cierta práctica, biisla tener en cuenta lo quo produce la privación do alimentos en un hombre que goza de salud.» «Póngase á dieta durante algunos dias á un hombre sano, y se puede estar seguro de que pronto se sentirá malo.» Ya vé, pues, el Sr. Escudero como debe abjurar de sus ideas. La ciencia médica encarnada en el doctor Tanner, lia demostrado lo contrario. JOVI bE L K X R . De El Independiente Zamqrano, tomam o s el siguiente precioso artículo: SOBRE LA EDUCACIÓN DE LOS H I J O S POH L A S M A D R E S . El siglo que llamanios de las luces no es taa grande por sus inventos, por las múltiples capacidades, por la aproximación de los derechos como por el conocimienta de nuestros deberes. La inujiT primitiva, especiada lebrel que seguía romo atada en pos del hombre; la mu.fer délos tiempos mas cultos, que vivía como esclava en el hogar, y rara ó ninguna ve/, ostentaba sus derechos, vino con la transformación que operó en el mundo el Cristianismo, á levantar este árbol caido, A la mujer, del pulvo en que yacía luengos siglos. Y esto era natural; antes de la idea evangélica, el hombre se nutria para la guerra: la rauj«r no era más que una máquina productora para este uso, y la madre sonreía si su hijo era robusto y con la robustez tenia la esperanza de ver un dia en él un atleta, un guarrero, un soldada ó un jefn valeroso; los débiles, los que no presentaban fuerte musculatura antes ó después did gimnasio, se conceptuaban como seres inútiles, como parias, como esclavos. Así que, en aquellos tiempos de desarrollo físico, se miraban todos los eleiiii^ntos que tendian á dulcificar el cora/on riel hombre, como efecto»; perniciovos parn b's individuos: la lev f'ra el valor; la razón, la fiierz ; ser Aé- iles era uní cobardía digna de la niuertt-; el amor so s ASTA RÉr.iA. conceptuaba como un lazo pernicioso: se condenaba la müsica y la poesía, y se desterraban los filósofos. Afortunadamente nada resta ya de todo esto; de aquellos siglos azarosos y bárbaros, solo ha quedado la huella coaio ejemplo á la posteridad. La mujer, en el diaes igual al hombre, no tiene ya que lamentar horas tan acerbas. ¡Oh, que misión tan distinta la suya en cuanto á preparar el porvenir del hombre! Apenas le recoge de su seno, cuaniio con un calor intenso lo amamanta, 110 para que sirva en este mundo de esterminio, como hacia la mujer antigua, sino para que sea útil á su patria. A la madre que esto no hace, no la consideramos como madre. La paz y la sabiduría debe ser su sola aspiración para aquel débil retoño, que cuida con afán y anhela ver por instantes árhol frondoso que cobije su amor bajo la esbelta pompa de sus lamas. La madre primitiva y aún la que después moraba en los palacios, cuando el viento zumbando portas noches entre las quebraduras de los montes, chocaba con fuerza en la espesura, y el rayo mostraba su encendida llama, oprimía á su hijo contra su seno con espanto, llena de terror y temerosa de la muerte. Por este instinto de conservación, corria la primera á ocultarse en el fondo de una cueva y la otra al rincón mas oculto de su dorado techo, creyendo ver eispectros, ambas por dó quiera, sonribras amenazadoras que con tanto pavor las acechaban; conceptuando la vida en estos instantes de terrnr, como una luz colgada en el espacio y cuyas oscilaciones, producidas por el choque de los diversos elementos, la vcian apagarse de repente. En el dia la madre no es así; es valerosa, es fuerte con sus creencias, no con la bravura de su natural, y sabe desafiar á los encontrados eleraentos: no los teme. Y cuando la voz de su hijo resuena en sus oidos preguntándole por sus efectos, la madre le cont-ísta: «Hijo mío, esos efectos son causas naturales que no te deben aterrar; tus padres ó tus antepasados los encadenaron á su imperio arrebatándoles sus arcanos; las leyes que parecían impenetrables han venido Á doblegarse ante la ciencia.> Y el hijo en sus débiles años no comprende lo que su madre le dice, ó esta por falta de medios no ha podido comprender ó estudiar con perfección todos sus desvelos, todos sus afanes sülo por ponerlo claro á sus alcances. Así que donde mayores se tocan los efectos de haber levantado a l a mujer-del estado en que yacía, es en la obra preparatoria de la vida del hombre. Las palabras de amor y de concordia que infiltra una madre en el corazón de sus hiios son las verdaderas semillas arrojadas á una tierra virgen y que dá por resultado la equidad y dulzura de los pueblos. Ni pueden ser buenas las trasformaciones sociales que no están preparadas, que no radican en una prudente y sabia educación de los hijos por las madres. Ellas son las que están al cuidado de la familia; que no viven más que para el hogar; que llevan su carga; son en todo <como que les dan su cariño y primeras impresiones) el oráculo de sus hijos. De este modo comprendida por la mujer yii sagrada misión, eslaiinica ó por lo menos la que tiene mayor influencia sobre aquellos a quienes ha dado el ser. La educación que estos reciben por su mediación es la que verdaderamente forma su carácter y costumbres. Asi se comprende que, siendo la madre moral y laboriosa, los hijos que por su edad son en todos sus actos un remedo, sean honrados y útiles para sí, para la familia y para la sociedad Los males ó los bienes quo se siembran en la esfera del mundo, se recogen. Erraría la madre que llevada de un pérfido egoísmo, de la indiferencia ó ciega preocupacien, ocúltase á sus hijos esta ciencia del mundo, que envuelve la verdad y que dede ayudarle á comprender para que corra mañana por otros horizontes su existencia; horizontes que no nos es dado de otro modo entrever, y que no podemos avalorar hoy sus inmensos beneficios. Es altamente lamentable en esta primera labor de la vida en la niñez, que al hombre se le oculte la verdad. Encargada una madre de velar por su hijo, cuidadosa de su bien, lo primero que debe combatir son sus mnlos instintos. Estos no aparecerán si la madre es modelo de virtud, si como hemos dicho no tiene en el seno del hogar el mal ejemplo. Puede un niño sacar un genio duro, travieso pornaturaleza; pero la discreccion y talento de una buena madre logrará modificarlo.—A. G. MISCELÁNEAS. Nuestra distinguida directora ha entregado, al salir á bai-ios, la dirección de ASTA REGIA á nuestro amigo el distinguido médico y poeta D. José M.' Escudero y Franco. * • * Ea el número 29 de nuestro semanario, publicamos tres composiciones poéticas de nuestro apreciable colaborador Don Narciso Diaz de Escobar, y Don S. Rueda, atribuyendo á este liltimo el soneto <sSuj)erdon», cuando pertenece al primero de dichos señores. La causa de esta equivocación es la de habernos sido remitidas las espresadas composiciones en un mismo papel y por el orden sia:uiente: Primero. Oda á Vigo, de D. Narciso Diaz de Escovar. Segundo. El sultán, de D. S. Rueda. Tercero. Su perdón, sin firma, por lo cual supusimos á esta última del mismo autor que la anterior á ella. Nos apresuramos á subsanar un error estraño de todo punto á nosotros. Imp. de EL CONTRIBUYENTE.