Luis Antonio de Villena entre la poética y la teórica

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Luis Antonio de Villena, antólogo y teorizador de la poesía última
En el artículo que cierra la recopilación de ensayos literarios Teorías y poetas1, donde Luis
Antonio de Villena muestra el (y cito textualmente el subtítulo del recopilatorio) “Panorama de
una generación completa en la última poesía española”, es decir, aquélla que da comienzo tras
la eclosión de la estética novísima, su autor puntualizaba, justo al final, que “Toda antología
que no presente una novedad notable, hoy por hoy –saturado el panorama como está, y hasta
el límite- no tiene otro remedio que ser irrelevante”2. No nos parece gratuito que la frase que
cierre el último artículo del volumen que agrupa sus estudios sobre la poesía de los últimos
veinte años sea ésta, ya que se trata de una declaración de principios lo suficientemente sólida y
constitutiva de su buen hacer crítico como para que nos permita sintetizar a partir de la misma
los ejes estructurales del pensamiento poético de Villena y de su labor como antólogo.
Y ¿cuál debe ser la labor de un antólogo? José Francisco Ruiz Casanova, en el texto
introductorio que prologa su Antología Cátedra de Poesía de las Letras Hispánicas, tras cuestionarse
desde diversos flancos el papel de las antologías a lo largo de la historia de la literatura española
e hispanoamericana concluye afirmando que “toda antología contiene un componente utópico
en su realización: pretende cumplir las expectativas (las del autor, en primer lugar; las de los
lectores, en segundo) y es objetivo de la proyección de otra formas utópicas que,
evidentemente, no coinciden con la realidad representada por el libro”3. Cualquier antología,
por tanto, responde a una forma particular no sólo de leer, sino de interpretar, valorar y
analizar el espacio literario: la del antólogo, que se superpone a las diversas maneras de
concebir su propia obra de cada uno de los autores que participan de su elección y también,
desde luego, de todos aquellos que quedan excluidos de ella.
A un antólogo –y en mayor medida cuando éste es también un creador- sus lecturas y
sus criterios de selección le identifican como autor tanto como sus propios textos escritos, y
enriquecen su propia obra y sus horizontes literarios. Cabe interpretar, por tanto, y en gran
Luis Antonio de Villena, Teoría y poetas (Panorama de una generación completa de la última poesía
española), Ed. Pre-Textos, Valencia, 2000.
1
Se trata del artículo “Una antología sin significado”, donde Villena se muestra en desacuerdo con
los parámetros seguidos por José Luis García Martín para elaborar su antología La Generación del 99, Ed.
Nobel, Oviedo, 1999. La cita aparece en la p. 213.
2
3
Ed. Cátedra, Madrid, 1998, pp. 57-58.
1
medida, los textos críticos y las selecciones poéticas que firma Villena como un apéndice no
desdeñable, sino realmente significativo, de su propia obra creativa; porque de igual modo que
Borges afirmaba sentirse más orgulloso de los libros leídos que de los escritos, asimismo las
afinidades electivas, el criterio para organizar una biblioteca o la capacidad de evaluar en su
justa medida opciones y posturas estéticas opuestas a la propia conforman el criterio de un
crítico y, por extensión, de un antólogo.
Si toda traducción implica necesariamente traicionar de algún modo el alma del texto
original, también elaborar una antología entraña una cierta forma de traición, porque se aúna
(como también ocurre en el caso del autor y de su traductor) la voz del antologado a la del
antólogo, quien generalmente se ha visto en la necesidad de seleccionar, descontextualizar y en
ocasiones incluso de reordenar textos ajenos. Y si esto ocurre cuando hablamos del caso de la
antología poética, narrativa, ensayística o epistolar de un solo autor, con mayor motivo una
antología generacional, siguiendo esa misma regla de tres, presenta un mayor número de
olvidos y a menudo inevitables injusticias y descuidos. De ahí que la labor encomendada a un
antólogo no siempre resulte tarea fácil, al contrario: habitualmente requiere de la ayuda de un
talento innato, de una necesaria intuición poética de la que muchos alardean pero pocos logran
acreditar.
¿Y cuándo el perfil del Villena antólogo comienza a superponerse al Villena poeta,
narrador, biógrafo y ensayista? Muy pronto. Mientras él mismo formó parte como miembro
más joven de la nómina de la última promoción poética no se preocupó de elaborar antologías
líricas de ningún tipo, su tarea no consistía tanto en realizar nóminas como de ser nominado.
Pero, en el momento en el que dejó de considerarse a sí mismo poeta joven - justamente él, el
más joven de los novísimos- es decir, poco antes de cumplir los treinta, en 1981, comenzó a
acuciarle la necesidad de conocer qué nuevas estéticas se gestaban entre los poetas que en ese
momento comenzaban a publicar sus primeros versos. Así lo explica en el prólogo que abre
Teorías y poetas, titulado, justamente, “Sobre mi afición a la poesía joven (Y algunas
conclusiones)”:
2
Y debió ser entonces –digamos, simbólicamente, en enero de 19824- cuando
empecé a pensar en la poesía joven, que siempre me ha interesado, como en algo que no
sólo ya no tenía que ver conmigo (aunque los nuevos jóvenes estaban aún poco
identificados, poco aureolados) sino tampoco con nadie de mi generación. Y como –
por primera vez desde la postguerra- tardaba en aparecer una poesía joven, con signos
distintivos o rupturales, y aún muchos (equivocadamente) se empecinaban en tenernos
por jóvenes a los de antes, yo me empeñé –llevado por la más sana curiosidad- en saber
quiénes eran los jóvenes y qué hacían.5
Y fue entonces cuando publicaría, si bien no todavía su primera antología de poesía
joven, sí su primera incursión en el análisis de la situación poética en la España de principios
de los ochenta. Se trataba de un extenso artículo titulado “Lapitas y centauros”, aparecido en
1981 en la barcelonesa revista Quimera. En ella Villena ya ofrece amplias muestras de lo que de
ahí en adelante van a convertirse en las señas de identidad de su talante como crítico y teórico
literario, así como de su futura vocación como antólogo. Características, actitudes, maneras de
encarar los textos, analizar los autores, las nuevas tendencias. En cada uno de los numerosos
ensayos que agrupará en Teorías y poetas, aunque vaya modificando algunas ideas y cimentando
otras, siempre reaparecerán una serie de puntales básicos que podemos considerar como
distintivos de su tarea crítica, algo así como la marca de la casa. Son los que enumero a
continuación:
- El decidido y necesario propósito de circunscribir cada nueva generación, tendencia,
grupo, estética o poeta al hilo de una tradición6 (o de varias), aunque la tradición a la que la
citada generación, tendencia, grupo, estética o poeta se adhieran sea justamente la voluntad de
ruptura, o la tradición de la ruptura, como dejó escrito Octavio Paz y el propio Villena en algún
momento se refiere (especialmente cuando reflexiona sobre las bases que cimentaron la poética
Probablemente se trate de una errata, y se refiera a enero del año 81, ya que su primera incursión
crítica en el tema de la poesía joven fue su artículo “Lapitas y centauros”, publicado en el nº 12 de la
revista Quimera, aparecida en octubre de 1981.
4
5 En “Sobre mi afición a la poesía joven (Y algunas conclusiones)”, prólogo a Teorías y poetas, op. cit.,
p. 10.
Así lo demuestra y reivindica en el apartado “Paréntesis sobre la tradición y el modo de usarla”,
dentro del prólogo a su antología Postnovísimos. Para Villena la tradición “no es un estorbo al artista –
como pensaron algunos, a partir del Romanticismo- sino al contrario, un fuerte impulso estimulador de
su propia creatividad. El artista tiene, ahora, más posibilidades que nunca, pero también –agrego- más
peso. Por ello, si siempre el poeta ha tenido que saber enseñorearse de su tradición (la que eligiera) hoy
tal dominio ha de ser más cierto, más largo y requiere hombros acaso más fuertes. La tradición nos
obliga a elegir”, en Postnovísimos, Ed. Visor, Madrid, 1986, p. 23.
6
3
novísima)7. En sus análisis Villena, aun a sabiendas de que está aventurándose en el pantanoso
terreno de las corrientes estéticas todavía sin consolidar, y –al menos a sus inicios- sin nominar,
enjuicia y selecciona poéticas y poetas todavía en mantillas con vocación y rigor de historiador.
- Una voluntad manifiesta desde el primero al último de sus ensayos de mostrar los
cambios que se van originando en el seno de las distintas tendencias, su evolución, sus
ramificaciones, y, sobre todo, sus futuras orientaciones. Quizás sea ésta una de las
características más sobresalientes de Villena no sólo como antólogo, sino como teorizador y
crítico literario: su sorprendente intuición para advertir desde sus inicios los rumbos por los
que transitará, en el inmediato devenir, la poesía española. Se observa en todos y cada uno de
sus ensayos, sean estos breves o extensos, prólogos de antologías o simples reseñas de un solo
libro de poemas. Villena apuntala sus juicios con perspicacia, con un instinto no sólo atribuible
a sus muchas lecturas, sino a ese raro talento propio de los mejores antólogos, aquellos que
han sabido marcar la piel del devenir poético de los últimos cien años de la historia de la poesía
española con el sagaz acierto de sus elecciones y evaluaciones críticas.
- Consideraba Luis Rosales en el prólogo a su excelente antología Poesía española del Siglo
de Oro, titulado justamente “A propósito de las antologías y de esta antología” 8 -en un párrafo
que también escogió José Francisco Ruiz Casanova para cerrar el estudio que abre su Antología
Cátedra de Poesía de las Letras Hispánicas 9-, que una antología es tanto más válida y útil cuanto
mejor muestra los textos o los autores más “relevantes y representativos” de una época
determinada. De este modo lo expone el gran poeta granadino:
Suele pensarse –al menos puedo decir honradamente que lo he escuchado en
numerosas ocasiones- que lo poemas que componen una antología deben seleccionarse
atendiendo únicamente a su valor artístico. Esto es verdad, sin duda alguna, pero no es
toda la verdad (...) en una antología no debe reflejarse únicamente la calidad estética de
una época; debe expresarse su carácter, o, si se quiere, su retrato artístico. Por
consiguiente, la mejor antología poética del Siglo de Oro español no sería aquella que
“Se puede hablar (como hizo Paz) de una tradición de la ruptura, iniciada con el romanticismo, y
llegada a su saturación con el triquitraque de las vanguardias en nuestro siglo”, en “¿Clasicismo o
vanguardia?”, dentro de Teorías y poetas, op. cit., p. 57.
7
8
Ed. Salvat, Madrid, 1970.
Ed. Cátedra, Madrid, 1980. Recientemente ha aparecido la tercera edición, corregida y ampliada,
fechada en el 2002.
9
4
recogiera sus mejores poemas, sino más bien aquella otra que retratara la época en
cuerpo y alma.10
He querido transcribir todo el párrafo porque las palabras de Rosales reflejan muy
acertadamente el propósito que también ha hecho suyo Villena a la hora no sólo de elaborar
antologías, sino también de analizar las diferentes tendencias poéticas que empezaron a
generarse tras la eclosión y posterior agotamiento de la estética novísima. Tanto en la redacción
de los prólogos que introducen y comentan la tría de unos textos y de unos determinados
autores como en la necesaria selección de los mismos, Villena siempre ha optado por escoger
aquellos que revelen de un modo más amplio y certero el carácter de una época, sus vaivenes,
sus cambios, sus matices y, especialmente, los giros que determinarán los nuevos rumbos que
se avecinarán en un futuro próximo.
Antes que antologar textos Villena prefiere antologar poetas, y antes incluso que
antologar poetas prefiere antologar tendencias, es decir, vincular cada nueva reflexión teórica o
selección de autores a los nuevos vaivenes del devenir lírico. Y muy ligado a este punto cabe
añadir que, precisamente debido a que el orden de prioridades es el apuntado, en sus
antologías, si bien sabe diseccionar con agudeza las líneas maestras y los matices que
determinarán las distintas tendencias estéticas en ciernes, esa misma perspicacia no acaba de
funcionarle del todo en cuanto a la elección de los poetas se refiere, y él mismo, en posteriores
artículos donde evalúa sus propias selecciones, así lo admite. Mientras que los puntos de
partida teóricos no necesitan, años más tarde, ningún tipo de revisión, él mismo admite que sí
variaría, en cambio, la selección de autores. Es el caso de sus dos antologías más arriesgadas,
Postnovísimos y 10 menos 30. Así, en artículos posteriores a estas dos selecciones admitirá sin
reservas su traspiés, y precisará, entonces con mayor acierto, en qué casos erró el tiro 11.
10
Íbid., p. 7.
En su artículo “Avisos sobre Postnovísimos –o última poesía- tres años después de mi intento de
una carta de navegación nueva” escribía: “Sigo estando básicamente de acuerdo con lo que mi prólogo
decía. Creo que las líneas maestras generacionales –y generación es un término didáctico pero duradero y
existente- son aún continuismo, aperturismo (...) e indagación en las tradiciones (...) pero estoy ya en relativo
desacuerdo (como era previsible) con mi propia selección de nombres”, en Teorías y poetas, op. cit., pp.
61-62. De igual modo, cuatro años más tarde de la redacción del prólogo a 10 menos 30 Villena también
suscribe la teoría expuesta en el estudio inicial pero cambiando algún nombre y ampliando la nómina de
los antologados: “Creo, por ello, que la propuesta iniciada en 10 menos 30 sigue siendo válida aunque,
como cabía esperar, ha crecido y se ha ensanchado”, en “Sobre mi afición a la poesía joven”, recogido
en Teorías y poetas, op. cit., p. 12.
11
5
- Muy ligado a estos dos últimos puntos cabe destacar un cuarto: su insistencia,
presente en todos sus ensayos, del primero y más antiguo (1981) al más reciente (el prólogo
introductorio al volumen que los agrupa todos, fechado en enero del 2000) en que, si bien una
de las características generales comunes a los poetas vinculados a la estética novísima fue una
cierta coherencia y homogeneidad estética inicial12, entre las corrientes que comienzan a
gestarse a principios de los ochenta, por el contrario, cabe señalar como uno de sus distintivos
el aperturismo y la heterogeneidad. Una diversidad conscientemente reconocida, también, por
sus mismos miembros integrantes, sean estos defensores de una misma estética o
pertenecientes a escuelas distintas. Como ya apuntaba en el prólogo a Postnovísimos, una de sus
más marcadas señas de identidad es precisamente el
...cajón de sastre, la mezcla tolerada, que hace de imposible existencia ninguna
estética dominante y que, al tiempo, entrecruza muchas de las líneas que he mostrado. No
sólo porque, de libro a libro, cambian algunos poetas, según he apuntado, sino porque,
además, pueden mezclarse en el mismo poema.13
Unas líneas más adelante, en el apartado significativamente titulado “Una generación
abierta”, al insistir en la “amplia y generosa disponibilidad estética”14 que caracteriza a la
generación postnovísima subraya un aspecto que se va a convertir en el hilo conductor y
definidor, no sólo de esta promoción de los ochenta, sino de todas las siguientes que la
sucederán, que no es otro que la primacía del individualismo frente a la conciencia de grupo o
de generación, un rasgo, este último, no sólo característico de las últimas hornadas de poetas,
sino también de prosistas, y, por qué no, necesariamente factor clave para entender la sociedad
actual, y la de los últimos veinte o veinticinco años15:
12 Así lo indica en sucesivas ocasiones, apunto sólo un par de ellas: “...a mi juicio, la Generación del
70 (...) tuvo un primer momento de coherencia estética (...) lo que sí tenían era un basamento estético
común y un común -aunque no igual en intensidad- afán de ruptura con lo anterior”, en “Lapitas y
centauros”, op. cit. Y más tarde la define como “estética unitaria”, en “Barras situacionales a una década
de nuestra poesía (1975-1985)”, Las Nuevas Letras, nº 3-4 (Almería, invierno de 1985).
13
En Postnovísimos, op. cit., p. 28.
14
Íbid. p. 29.
Este mismo aspecto lo hice constar en el estudio introductorio, “En el nombre de hoy” que abre
mi libro de entrevistas Qué he hecho yo para publicar esto (XX autores jóvenes para el siglo XXI), donde, en el
apartado de las conclusiones finales, hacía hincapié precisamente en la insistencia, por parte de los
autores seleccionados -todos ellos escritores consagrados y pertenecientes a esta última promoción
literaria- en negar tácitamente la existencia de tal generación: “Acerca de la existencia o inexistencia de
una generación o promoción literaria que englobase a un grupo de escritores como los seleccionados y
algún otro de más edad y calidad literaria equiparable, la respuesta también suele ser tácita: no existe tal
15
6
Tal disponibilidad afecta negativamente a la generación en cuanto a su conciencia de
cuerpo y, por tanto, en cuanto a su cohesión (leve) de cara al exterior. Más
positivamente, por cuanto destruye de facto el concepto exclusivista de los estilos y de las
vanguardias (algo superando a algo) para imponer, sin mayores cortapisas, la primacía del
“yo” del escritor y su dominio de la cadena literaria. El tener que llegar a ser una
generación de yoes (de individualidades resueltas) es un gran reto y, también, una alta
esperanza: otra novedad como conjunto.16
Si tal afirma Villena en su estudio introductorio a Postnovísimos, asimismo dos poetas de
la nómina de los doce que constituyen la selección de éste -y muy distintos entre sí- insisten, en
el apartado destinada a la “Poética” que prologa su selección de textos, en este mismo aspecto.
Son, por un lado, Julio Llamazares:
... sorprende comprobar cómo la pasión onanista de los críticos, roto el
andamiaje conceptual y pedagógico de las tendencias, las generaciones y los grupos,
han llegado al descubrimiento (!) de la diversidad como único denominador común
entre los poetas españoles menos viejos. Esto es: la ausencia de parecidos como
elemento aglutinador, la inexistencia como sustancia, la negación como afirmación.
Bueno sería en este punto recordar las palabras del olvidado poeta gallego y marinero
Manoel Antonio: “O anarquismo è la suprema ley d’estética”. A esta pasión yo al
menos me he entregado, atraído desde mi origen por el hechizo del iceberg, hundido
en la soledad del lobo estepario y en la locura del francotirador, pero consciente de que
la endogamia y la tribu, en la poesía como en la vida, producen solamente sangre dulce,
perros de raza y niños tontos.17
Y también, páginas más adelante, Felipe Benítez Reyes, quien se refiere a este mismo
asunto de un modo mucho más escueto:
Un poeta de los muchos que se han subido desesperadamente al tren novísimo
ha llegado a asegurar que los más jóvenes somos poetas “sin generación”, dejándonos
en gravitación con un limbo literario que al tal poeta no debe serle desconocido al
poco que se relea. Y es que a los poetas nuevos no sólo se nos exige que escribamos
buenos poemas, sino que además nos inventemos unos rasgos generacionales.18
A partir del cabo tendido por estos dos poetas y las ideas expuestas hasta el momento
podemos continuar desenredando el ovillo. De hecho, esta aparente indefinición estética inicial
ya la había constatado Villena en el ensayo inmediatamente anterior a la publicación de
Postnovísimos, “Barras situacionales a una década de nuestra poesía (1975-1985)”, donde sostenía
generación (...) Y quizás en un momento histórico como el actual, donde se impone el individualismo a
ultranza y la competitividad solitaria y recalcitrante, esta promoción finisecular aún disiente con mayor
encono de cualquier tipo de etiquetaje”, Ed. DVD, Barcelona, 1999, pp. 32-33.
16
Postnovísimos, op. cit., p. 29.
17
Julio Llamazares, “El iceberg (Poética)”, en Postnovísimos, op. cit., p. 37.
18
Felipe Benítez Reyes, “Una poética que no lo es”, en Postnovísimos, op. cit., p. 101.
7
que esta generación se había quedado “en un papel (o en un momento histórico)
substancialmente difícil”19. Para añadir en el inmediatamente posterior, “¿Clasicismo o
vanguardia?” -e incidiendo de nuevo en la singular importancia del yo como identificativo
generacional- que, frente a la postura de reniego y de “guerrilla literaria”20 emprendida por los
novísimos contra las promociones anteriores, esta siguiente, marcada por el aperturismo,
“parece mucho más buscar la autenticidad literaria del “yo”, los diversos caminos de la
tradición, que el fogueo entre bandas rivales”21.
Llegados a este punto el último juicio de Villena parece más bien la formulación de un
deseo que la constatación de una realidad, ya que, en el momento en el que esta amalgama de
tendencias diversas, recogidas en Postnovísimos, comienza a afianzarse y a encontrar su propia
voz, y como el testimonio de Benítez Reyes precisa, también comenzaron a gestarse,
inevitablemente, las guerrillas literarias. No es este el momento más adecuado para
pronunciarse al respecto de tan espinosa cuestión. Si he llegado a este punto es porque me
interesa constatar que, si bien Villena insiste en considerar que en sus inicios la postura
continuista ante la tradición es una de las señas de identidad que unifica a las diferentes
tendencias que dan comienzo en los ochenta, y que, conforme estas se van definiendo, él
también habrá de decantarse estéticamente por una de ellas, no es menos cierto que desde el
principio al final trata de situar su profesionalidad y deseo de objetividad estética por encima
de una toma de partido a machamartillo por una sola de las diversas corrientes que van
dibujándose a lo largo de la década de los ochenta y los noventa.
¿Qué está ocurriendo? No resulta muy difícil de adivinar. Siempre que una nueva
estética eclosiona, para poder singularizarse, distinguir su voz como propia y tomar el relevo
frente a la anterior debe distanciarse de ella y de sus bases teóricas a fin de conectar con una
tradición distinta. Así se hizo a principios de los ochenta. Pero en el momento en el que, a
mediados de esta década, entre toda la amalgama de estéticas diversas comienzan a
diferenciarse tonos y formas desacordes, los numerosos poetas que surgen -nacidos en su
mayoría a finales de los cincuenta y principios de los sesenta- no sólo deben marcar distancias
19
En “Barras situacionales a una década de nuestra poesía (1975-1985)”, op. cit.
Ese es el término empleado por Villena en “¿Clasicismo o vanguardia?” (1987), recogido en
Teorías y poetas, p. 59.
20
21
Íbid.
8
respecto de la poética novísima, sino demostrar que dentro de la citada diversidad también
pueden darse estéticas muy distintas entre sí, y, por tanto, no sólo deben diferenciarse de sus
padres literarios, sino también de sus coetáneos. Y surgen las inevitables trifulcas o, cuanto
menos, marcados distingos. El buen antologador puede mostrar sus preferencias, pero
necesariamente ha de saber valorar la calidad estética de los textos escritos por autores de
estéticas discordes, porque entre unos y otros están dibujando el rostro de la poesía española
más reciente, y tratar de estimar sólo a unos ninguneando a los restantes no sólo implica una
completa injusticia estética, sino que también altera, falsea la realidad.
De modo que, si bien en el prólogo a Fin de Siglo22 Villena insiste en que para la
selección de autores que conforman el volumen ha tomado partido y ha optado por elaborar
una antología incluyendo únicamente a aquellos poetas que siguen una línea determinada entre
las varias que surgieron en la década de los ochenta -el estudio que abre el volumen se titula,
certeramente, “La respuesta clásica (El sesgo por la tradición en la última poesía española)”-, también
es cierto que desde el principio del prólogo que abre Fin de Siglo como en numerosas ocasiones
a lo largo del mismo insiste en que no por ello desestima las demás. De este modo da
comienzo el prólogo:
Cuando un contemporáneo –especialmente si él mismo es escritor o poeta, pero
muy a menudo también crítico- escribe sobre otros contemporáneos, es casi inevitable
que tome partido (...) No me importa, por ello, empezar declarando que lo que voy a
denominar (de manera muy genérica) tradición clásica es, en la mayoría de sus vertientes,
la poesía que yo prefiero como lector, y quizá la que en buena medida, me cuadre
como autor, asimismo. Pero decir que esta poesía es la que más me gusta, y
reconfirmar –es bien sabido- que tal línea poética ha sido la predominante y más
seguida de los años ochenta y entre la generación más joven, no excluye reconocer
(verdad de Perogrullo que muchos opinantes y actantes evitan) que existen hoy otras
líneas en el quehacer poético –minimalismo, metafísica, irracionalismo- y que en todas
ellas se han dado logros notables. Que no me refiera a ellas en este texto –que quiere
seguir una específica senda- no equivale a que las ignore ni las repudie.23
Un año más tarde, reseñando un breve volumen de ensayos en el que García Montero
y Muñoz Molina escribían acerca de la utilidad de la literatura, ¿Por qué no es útil la literatura?24,
Villena vuelva a retomar el mismo tema y aboga por la necesidad de alternar gustos estéticos,
por la sana e indispensable promiscuidad literaria:
22
Ed. Visor, Madrid, 1992.
23
Íbid., pp- 9-10
24
Ed. Hiperión, Madrid, 1993.
9
Según García Montero (que generaliza) la sociedad ha dado la espalda a la poesía
por el vanguardismo, por lo abstruso, decadente, ensimismado o lúdico vano del
poema de la modernidad ¿Qué debe hacer entonces el poeta de hoy ante este rechazo?
Hablar al hombre de ahora en un lenguaje de ahora. Un lenguaje (García Montero no
olvida la Historia) que reúna en sí todas las experiencias y ventajas de la tradición –la
plural tradición- pero que sea cercano, amigo; en sus propias palabras, un poema útil.
Proceso que se encona cuando nuestro poeta asegura defender una poesía para los seres
normales. Te entiendo, Luis, te entiendo, pero es gravísimo lo que dices. ¿Qué es lo útil?
¿Lo normal, qué es? (...) Lo entiendo y lo comparto. Pero ¿no es útil también un
poema irracionalista? ¿No es asimismo normal el autor de un poema metafísico? A mí
me interesa –como a ti y a Muñoz Molina- una literatura sabia del ahora. Pero también
me apetece el esteticismo, y el delirio y el juego de viejo origen vanguardista. La poesía
es plural y siempre va a serlo (...) la literatura no es sólo la que ellos –o yo- preferimos.
La literatura es como el agua y como el pan (Muñoz Molina) y también como la cerveza y el
arenque y como el salmón y el champán... La literatura nos quiere pero nunca nos es
del todo fiel, queridos.25
La literatura no es sólo una, sino múltiple, infiel, diversa, ambigua y mestiza, y nadie
puede –ni debe- abarcarla de un solo trazo, porque la falsea. Villena nos lo deja claro. No
obstante, aunque en múltiples ocasiones ha defendido y apostado por las poéticas de autores
alejados –o declaradamente contrarios y disconformes- de la estética que defienden García
Montero, Muñoz Molina y tantos otros (como es el caso de Jorge Reichmann, Vicente Valero,
Miguel Casado, Concha García o Esperanza López Parada, por citar sólo algunos 26) ¿por qué,
ya que se muestra tan ecléctico, después de la publicación de Fin de Siglo (en donde antologaba
los textos y estudiaba las propuestas estéticas de autores afines a lo que ha dado en llamarse
Poesía de la Experiencia, o La Nueva Sentimentalidad), no hizo lo propio con los textos y las
tendencias de autores de estilos más cercanos a la poesía metafísica o la irracional, vetas
poéticas tan ricas, válidas y representativas de nuestra actualidad literaria como la anterior?
25
“La utilidad de la literatura”, recogido en Teorías y poetas, op. cit., p. 128.
De hecho, a lo largo de los sucesivos estudios, prólogos y reseñas que Villena ha ido publicando
en los últimos veinte años ha dado sobradas muestras de su apreciación e interés por los poetas afines a
una estética más meditativa, o metafísica. Sirva como ejemplo entre tantas su comentario a la antología
de Antonio Ortega, La prueba del nueve, Ed. Cátedra, Madrid, 1994, en el prólogo que abre su última
antología publicada hasta hoy, 10 menos 30: “La aparición de La prueba del nueve era muy oportuna (...)
[demostraba] con razón, más allá de estrictos círculos minoritarios, que no sólo existía en la nueva
generación la voz realista, sino esta otra intelectualista o metafísica, a la que se debían notables logros,
como muestran –a mi gusto- Miguel Casado, Concha García, Jorge Reichmann o Vicente Valero.
Lógicamente en esta antología estaba –pues era su nueva dirección- Esperanza López Parada” (esta
última poeta participaba de la nómina de los diez autores escogidos por Villena para Fin de Siglo), en
“tradición y renovación en la última poesía española”, prólogo a 10 menos 30, Ed. Pre-Textos,
Valencia, 1997, pp. 16-17.
26
10
Cabe hacerle este reproche precisamente porque, frente a lo que suele ser habitual, es
decir, el tipo del antólogo que toma partido y sólo defiende la postura estética que considera
válida, Villena puede presumir de imparcialidad y eclecticismo, y sus lectores echamos en falta
una apuesta antologadora en ese sentido. No obstante, cabe argumentar a su favor que, como
él mismo indicó en el prólogo a Fin de Siglo, ésta no se trataba de “una antología de inicio, sino
de cierre”27, para seguidamente apuntar con perspicacia que los que optan por esta línea
poética necesariamente se van a ver “forzados a un giro”28, única vía para evitar el epigonismo,
que ya entonces empezaba a resultar endémico. En su siguiente aportación antológica, 10 menos
30, insiste en este mismo aspecto, y acerca la poética de la experiencia a las otras dos vías
estéticas anteriormente citadas: por un lado la vía de la trascendencia; por otra la del
coloquialismo, el dirty realism:
Dos propensiones generales marcan el último desarrollo del poema de la
experiencia: de un lado la posibilidad de desarrollar una poesía meditativa, a partir de la
anécdota, pero trascendiéndola. O sea, una inclinación moral: sentir el pensamiento y
pensar el sentimiento, lo que la aleja tanto de la narratividad como del origen
anecdótico. Y otra inclinación (...) la utilización del coloquialismo más absoluto (...) y,
de ahí, a la plasmación poética de lo que llamaron los norteamericanos dirty realism o
realismo sucio. 29
Páginas más adelante ejemplifica el desarrollo de una lírica meditativa y metafísica en la
obra de Carlos Marzal y de Jorge Reichmann, aunque de modos muy distintos 30, y la del
realismo sucio en la poética de Roger Wolfe31. ¿Dónde queda, entonces, la opción por el
irracionalismo? Villena no acaba de ver demasiado claro entonces (la redacción de ese prólogo
data de 1996) que un poeta de la experiencia pueda sentirse tentado a avanzar, a renovar su
poética por esta vía32, como sí lo hacen de las dos maneras citadas. Tiempo al tiempo.
27
En “La respuesta clásica”, prólogo a Fin de Siglo, op. cit., p. 33.
28
Íbid.
29
En “Tradición y renovación en la poesía española última”, prólogo a 10 menos 30, op. cit., p. 25.
“Si Reichmann se acercaba desde la metafísica al realismo, por otra vía (no exenta de un contrario
paralelo) Marzal se acerca del realismo a la metafísica –su tono senequista- sin perder ese realismo”, en
íbid., p. 34.
30
31
Vid. Íbid., pp. 34-35.
32 “Un poeta de la experiencia podría –teóricamente- volverse poeta surrealista o irracionalista, pero
ello no es lo más lógico. Un poeta realista, figurativo, busca perseverar en su manera, pero yendo más
lejos. Avanzando, si no cambiando. O cambiando sin ruptura”, íbid., p. 28.
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En posteriores ensayos habrá de variar sutilmente de parecer. Años más tarde la
diferenciación entre la posible vía de avance metafísica y la irracional comienzan a allegarse,
merced a que ambas se hallan a la búsqueda de algo que trascienda la propia realidad, algo que
sólo puede encontrarse aventurándose en sus límites. Y lo que en 10 menos 30 calificará como
un “más allá realista”33 empieza a desprenderse del realismo para insistir, fundamentalmente, en
la primera parte de la definición, el más allá. En los textos que suceden a la redacción del
prólogo de 10 menos 30 se percibe cómo Villena insiste cada vez de manera más consciente en
este aspecto, paulatinamente va definiendo el camino de ese giro apuntado en Fin de Siglo,
mostrado en 10 menos 30 y sobre el cual abundará con precisión en su próxima antología, ya en
ciernes. ¿De qué manera define ese aventurarse lírico en los límites de lo consciente, de abrir
nuevas vías de prospección ontológica que acerquen, de nuevo, a los poetas de la experiencia
con los partidarios de una poética del silencio, metafísica, abstracta, y, por qué no, con la línea
irracional que, aunque de un modo más minoritario, no ha dejado de practicarse?
En una reseña publicada en 1995, “En busca de la radicalidad”, volviendo sobre este
mismo aspecto afirmaba que “la metafísica sueña con la luz”34. Pero todavía no le había dado
un calificativo específico a este aventurarse en los límites. La primera vez en que lo hace es en
su reseña a la antología poética Feroces35, a cargo de Isla Correyero, publicada en 1998. La va a
denominar (y éste será, de hecho, el título decidido para su próxima selección de autores) La
voz órfica. De este modo la define por vez primera en el párrafo que cierra la reseña de Feroces:
Esta innovación en la hondura (lenguaje claro para sentimientos y procesos
psíquicos cada vez más complejos) rescatará el mundo órfico –fundamental en la
poesía, siempre- del puro lenguaje irracional, para mezclar (es un ejemplo) vuelo y
llanura, metáfora y objeto, pasión y certeza. Una poesía clara y misteriosa, al mismo
tiempo, que trate de superar el distingo poesía-comunicación/ poesía-conocimiento,
me parece que podría ser la más nítida opción novedosa y futura.36
Unos meses más tarde, reseñando un volumen de poemas aparecido ese mismo año,
Métodos de la noche, del jovencísimo Andrés Neuman, no sólo insiste en lo apuntado a raíz de la
33
Íbid., p. 31.
34
Recogido en Teorías y poetas, op. cit. p. 136.
Isla Correyero (ed.), Feroces (Radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española), Ed. DVD,
Barcelona, 1998.
35
36
“Más voluntades de cambio”, recogido en Teorías y poetas, op. cit., p. 191.
12
aparición de Feroces, sino que abunda en ello, y caracteriza con mucha mayor precisión lo que
ha dado a definir como la voz, el mundo o el punto órfico:
¿Por qué la poesía sólo puede ser realista –en todos sus giros- o sólo abstracta,
noble y siempre más difícil de conseguir? Ya no hay vanguardias. Pero sí cambios, así
es que ¿por qué no será posible otra vía? Mi antología 10 menos 30 intentó ver, en 1996,
el inicio de esa búsqueda. Desde entonces el camino ha prosperado: Benjamín Prado,
Juan Antonio González-Iglesias y bastantes poetas más jóvenes están en la ruta que
busca validar el realismo (porque la voz coloquial y razonante es la más moderna
históricamente conseguida por la lírica) y al tiempo –sin contradicción, sin exclusionesvolver a un punto órfico, a la poesía del inconsciente, al mundo turbulento de lo no
dicho –o inefable- que es el origen, y en buena medida el caldo de cultivo, de la mejor
poesía. Frecuentemente sin cierto misterio, sin cierta oscuridad (que no está reñida con
el realismo ni con el coloquialismo) no parece haber sentimiento o sensibilidad
poéticos. Esta unión –esta vía nueva, ahora- ha de lograr poemas nítidos –poemas
entendibles- y a la par misteriosos, sugestivos, inquietantes (...) Un desarreglo
razonado.37
¿Se allegarán, por fin, aquellos poetas que apuestan por el legado de Jaime Gil de
Biedma y Luis Cernuda con los que prefieren como maestro al último Valente y con aquellos
que reivindican el irracionalismo vanguardista? Se ha repetido en numerosas ocasiones que el
siglo XXI será espiritual o no será. Es tiempo de reivindicar el inconsciente desde el
consciente, ahondar en los ámbitos de lo inefable, del más allá inexplicable. Villena, fiel a su
propósito de no limitarse únicamente a elaborar una recensión del pasado, sino a mostrar
nuevos caminos y a aventurar futuribles líricos prosigue en la misma línea de coherencia crítica
y de incitación poética a la que nos ha venido acostumbrando. Esperamos la publicación de su
nueva antología. Que no tarde.
(Noemí Montetes Mairal)
37
“Una ruptura conciliadora”, recogido en íbid., p. 198.
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