La situación gravitatoria en Berazategui y otros cuentos micropatrióticos. Fabían César Casas La situación gravitatoria en Berazategui y otros cuentos micropatrióticos by Fabián César Casas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License. Permissions beyond the scope of this license may be available at www.fabiancasas.com.ar Prólogo Parece ser que, en los últimos años, se puso de moda un tipo de literatura que se podría definir como “literatura del conurbano bonaerense”. Esta literatura se caracteriza por jugosas y sanguíneas descripciones de paisajes, personajes y situaciones que quedan del lado de afuera de la Capital Federal. Es como si el conurbano acunara escritores con el fin de que estos lo cuenten desde adentro del mito -porque al conurbano se le atribuyen tantas características fantásticas y tantos seres extravagantes (delincuentes por doquier, gente que vive como en el siglo XVII, avances tecnológicos que seguramente no llegan, minotauros, sirenas, hadas, topos, faunos) que ya alcanza el estatus de Mitología)- y así aniquilar toda leyenda. O alimentarla. Porque después de todo, el conurbano tiene calle, tiene picardía, tiene malicia, y le divierte tanto como lo ofende que quienes no lo conocen lo contemplen como si se tratara de una bestia irracional. Y así como mi Lanús tiene a Sergio Olguín, Berazategui tiene a Fabián César Casas y a sus cuentos de Ciencia Ficción Justicialista. Así los llama él, y así son. El humor de Casas es superlativo. Es permanente pero sutil, no asfixia ni obliga. Cuando uno lo lee queda con la sensación de que se burla de sí mismo, de su geografía, de sus creencias políticas y de sus preferencias literarias, y que lo hace porque ama todo eso, y porque entiende que la risa sonrisa o carcajada-, a veces es un signo de respeto profundo. Y como se burla de sí mismo y de aquello que integra su mundo, puede darse el lujo de reírse también de quienes no piensan como él, de quienes están en la vereda de enfrente. Pero es tan inteligente que -me parece- no da lugar a sentimientos de ofensa. Si por algún capricho de algún dios insoportable yo tuviera que destacar una única cualidad de Casas como escritor -una segunda cualidad, digamos, porque ya mencioné el humor superlativo; tomémoslo como una gambeta mía al dios insoportable e inventado por mí, ¡Ole!- mencionaría la capacidad de hacer ficción fantástica con la política y con sus circunstancias y consecuencias sociales. Los cuentos La semana aleatoria y Televisores del mar son sólo dos ejemplos de esto. Cuando yo era chica iba a misa con mi nona, y en misa me daban una hojita con los textos bíblicos del día, y en un rincón de la hojita había un chiste -por lo general muy malo- bajo el título “Mirando la Palabra con una sonrisa”. Sólo porque no me gustan los títulos con gerundio, y porque -a diferencia del chiste de la Iglesia- los cuentos de Casas son buenísimos, y porque el título “Mirando la Política con una sonrisa” me parece francamente un espanto, y porque después de todo ese título no alcanza para describir los cuentos de Casas, no lo utilizaré para titular este prólogo. Así que olvidemos esto. Berazategui, aquí tienen a su embajador literario. No lo dejen escapar. Aunque creo que él no iría a otro lado. Gilda Manso. Agradecimientos Agradezco a mi ciudad, repleta de astronautas temporalmente desocupados. Sé que Berazategui no solo estará presente en la aventura espacial de la humanidad sino que algún día incluso se venerará esta micro nación en alguna colonia remota de la galaxia. Quizá ese planeta exóticamente poblado sea conocido como Bera 5, o algo así. Agradezco a mi mentor Sergio Gaut Vel Hartman, quien me empujó a escribir y me corrigió y aconsejó con paciencia de maestro. Agradezco también a Eduardo Carletti, no solamente por haber publicado mis cuentos en su prestigiosa revista Axxón, sino porque gracias a Axxón pude disfrutar de tanta buena ciencia ficción de excelentes autores de todo el mundo. Una mención especial debo hacer a mis queridos compañeros de Heliconia Literaria, que han escuchado estos cuentos en nuestras frecuentes tertulias y me han dado ánimo e inspiración. Esta obra se baja libremente de http://www.fabiancasas.com.ar Quien no hay escarmentado, puede leer también mis blogs http://fabianteperdona.blogspot.com y http://sablelaser.blogspot.com Y si aún se pretende más, recomiendo los blogs heliconios http://brevesnotanbreves.blogspot.com y http://quimicamenteimpuro.blogspot.com Berazategui, febrero de 2012 Breve guía de Beraza. Aquí se dan algunas claves para mejor entender los relatos que siguen ya que las referencias geográficas, tan cerradas sobre esta escasa comunidad, podrían desorientar al lector extranjero. De hecho, eso sucederá inevitablemente porque como se comproborá al pie, habremos fracasado en este propósito mínimo. Lo único que quizá se logre es dar una panorama espiritual del berazateguense promedio (categoría estadística incomprobable y de utilidad relativa, hay que admitirlo) que tampoco aportará demasiado. Paciencia. Origenes. Berazategui, en un principio, no se llamaba así. Dos siglos atrás, la gente de Quilmes se refería a estos parajes australes como "Las lomas del sur". Los habitantes del actual Berazategui eran denominados "lomeños", "lomasureños" y posteriormente, "lománticos". Años más tarde, los inmigrantes japoneses convirtieron la franja que abarca desde Plátanos hasta El Pato en una sucesión interminable de quintas y viveros de flores exquisitas. Fue por ese entonces, cuando el musical gentilicio dejó de usarse entre los jóvenes. En esas épocas de salvajismo intelectual, los muchachos criollos creían que, al llamarse a sí mismos "lománticos", realizaban una injusta y contraproducente propaganda sobre los inmigrantes orientales. El desengaño en Bera. Siempre se supo que berazateguenses comparten casi unánimemente la misma experiencia traumática: el desengaño precoz. Por ejemplo, raramente algún niño supera los tres años sin descubrir que los reyes son los padres. Así se llega, a corta edad, a la melancolía y el cinismo. ¿Son los habitantes de Berazategui gente triste? Para nada. Se los puede contar entre los más alegres del país; lo cual no dice mucho en términos más amplios, como Latinoamérica y el Caribe, repletos de gente alegre, pero es algo. Y siempre fue así. Bástenos mencionar el legendario corso de la avenida 14. Durante decenas de carnavales anuales, alegres comparsas nativas sacudían hasta los cimientos del Banco Provincia al son del frenético ritmo de tambores y entonados coros guturales. “Allí vienen los Chuma-chuma!” exclamaban repletos de gozo los niños, imitando a sus ídolos con todo tipo de palos y cañas que levantaban hacia el cielo como lanzas guerreras tehuelches. En esas mágicas noches, se podía ver a lo más selecto de la burguesía local mezclándose con gente que raramente paseaba por la arteria céntrica pues se venían desde Hudson, Villa España o los Manzanos a darse una vuelta por el centro únicamente para la ocasión, los maravillosos carnavales de la 14. De esta manera, cada corso era una especie de asamblea popular, donde uno veía a todos los vecinos de la ciudad, no solamente los del centro. La gente mayor recordará que antes aún del apogeo de la avenida 14, los festejos carnavalescos se realizaban en otra calle. Eran los temidos corsos de la 31! Muchos pretenden olvidar ese pasado, tal vez demasiado pagano y salvaje para ser recordado a hijos y nietos, El corso de la 31 era un desfile de muñecos, magos, espadachines, carrozas repletas de bailarines embanderados de lentejuelas de colores, sabrosas mujeres y, atención, travestis en ropa interior (que en aquel entonces carecían de nombre apropiado) . Y era una maravilla ver a esas “mujeres” depiladas de apuro danzar entre tules, al ritmo de los tambores, mientras pasaban frente a la iglesia local. Los niños se encargaban de revolear papelitos y hacer sonar matracas y silbatos y era así que toda la concurrencia reía y bailaba en la calle. El corso se ha ido desvaneciendo a lo largo de las décadas pasadas, pero su alegría menguante aún arranca sonrisas entre los niños de estos días. Claro está entonces que en Berazategui no se profesa la tristeza, sino todo lo contrario. ¿Y dónde obtiene entonces el berazateguense promedio ese combustible para el alma, cuando sabemos, por ejemplo, que ningún joven de la ciudad ingresa a la adolescencia con el corazón intacto? Al contrario, ya las “viejas” penas de amor lo han convertido en un experto paciente de amigos y tíos, confesores entusiastas aunque incompetentes, por supuesto. ¿Cómo se soporta la existencia sabiendo que la vida no es sino una sucesión de mentiras que se demuelen a nuestro paso errático? Tal vez la respuesta tenga algo que ver con otra característica de los "lománticos": la absoluta insensatez a la hora de decidir las jugadas inútiles que ensayarán contra el destino. A pesar de todo lo que les pasa, parece mentira, son gente esperanzada. Discriminación Muchos extranjeros creen que los berazateguenses son discriminados por provenir de hogares humildes, de barrios carenciados o familias de inmigrantes. Algo hay de cierto en la presunción, pero no es la pobreza típica de la zona la principal causa del desprecio al que se somete al natural de Berazategui. Al berazateguense se lo desprecia antes que nada por impresentable. El aspecto de desaliño y descuido no está relacionado con el origen humilde de quien lo porta. Aunque ambos males coincidan, ninguno es causa del otro. Se dan, simplemente... Y como si esto fuera poco, raro es que el natural de la Capital Del Vidrio se moleste en quitarse de encima el mote de "grasún". Las nobles mujeres de esas tierras del sur son mentadas, injustamente, como "pardas", por ejemplo, aún cuando sean rubias o morenas: un claro ejemplo del daltonismo social de los vecinos del norte. No es que en Berazategui sean pobres, ni desprolijos... el problema es su indolencia! Ningún vecino del conurbano comprende la indiferencia con la cual el lomeño se deja embarrar los zapatos en las paradas del blanquito (el coletivo 300) y las calles de tierra. Resulta una experiencia intransferible quizá la melancólica marcha de los jóvenes que dejan rair sus camperas infladas contra el paredón de la Rigolleau o los temibles ligustros de Villa Mitre. Cierto es que si uno se remonta lo suficiente puede encontrar, tal vez en olvidadas escuelas filosóficas, algún concepto que explique este estado espiritual de casual indiferencia por el cuidado personal, el cuerpo y la vestimenta. Así podría decirse que el berazateguense milita, sin quererlo, en un estoicismo informal, qué otra cosa, que le da sustento filosófico a su descuidado transcurrir en el universo. La semana aleatoria: Crónica de un experimento social. Todo el mundo se queja del lunes, pero ese mal universal alguna vez fue temporalmente derrotado. Los hombres y las mujeres de la primera administración comunal de Berazategui protagonizaron acaso la más revolucionaria mejora en la vida social de todos los tiempos. El asombroso experimento que la Municipalidad pondría en marcha el primero de marzo de 1984 determinaría el triunfo definitivo de la imaginación sobre el poder, como el arte sobre los efectos especiales, o el talento sobre los sintetizadores y samplers. Bastó una sola hora de debate en el Honorable Concejo Deliberante para sancionar la legendaria ordenanza. Desde esa fecha en adelante, la semana sería aleatoria. De esta manera, Berazategui derrotó al lunes. Rápidamente se organizó un calendario móvil que se armó sobre una tela naútica donada por un vecino de pasado marino, todo un símbolo que alcanzó su completo tamaño profético cuando tres trabajadores municipales desplegaron el almanaque gigante desde la terraza del palacio municipal, cubriendo por completo la fachada sur, dedicada exclusivamente a los ventiletes de los baños. Así zarpó la imaginaria nave de la revolución social, tripulada por los jóvenes ediles y pilotada por el querido intendente. Ocupando toda la extensión de la tela, resultando un alto de 15 metros en total, se situaba el número identificador de la fecha, conformado por una o dos cifras de chapa pintada de negro o rojo, según correspondiera. Arriba del número, se colocaba un cartel con el nombre del mes, el cual quedaba fijo durante todo el transcurso del corriente. Debajo de la fecha, y más grande que el cartel del mes, se colocaba el trozo de chapa pintado que decía el día de la semana que le correspondía. Todas las noches, una comisión formada por los representantes de las fuerzas cívicas asistía a la extracción de la bolilla que determinaría que día de la semana sería el siguiente, cuyo reinado comenzaría a la medianoche exacta. Un boy scout de la agrupación General Paz era el encargado de anunciar en viva voz pueril el día de la semana extraído. Entonces una suerte de algarabía se apoderaba del hall municipal, donde las voces de alegría y sorpresa “Menos mal que mañana es miércoles, que tengo turno con el dentista”, se mezclaban con las de desilusión “Uh… con el lindo día que va a ser! Mirá si no podría haber tocado sábado, para ir al parque Pereyra”. La vida de la joven comuna se vio entonces saludablemente sacudida por el impacto de la nueva normativa. El público vivía cada día desconociendo qué le depararía el siguiente. Podría ser lunes, domingo, jueves, o incluso el mismo martes que estaban viviendo, pues nada impedía que un mismo día se repitiese tanteas veces como el azar lo quisiera, pero transcurrido el primer mes se vio que las leyes de la matemática secreta del cosmos no tenían una capítulo especial para la ciudad de Berazategui. Una comisión formada por dos profesores de álgebra y geometría del Instituto Politécnico se abocaron a vigilar la aparición estadísticamente esperable de los diferentes días a medida que se producía el sorteo diario. Las consecuencias comerciales fueron las primeras en evidenciarse en una ciudad acostumbrada a girar alrededor de la principal arteria, es decir, la calle 14. Las carnicerías pasaron a vender asado todos los días, puesto que potencialmente cada día de mañana podía ser un domingo. Las panaderías, de la misma manera, duplicaron la venta de pan, porque el día siguiente podía ser lunes. El periódico “La Palabra”, que aparecía los jueves, comenzó a imprimir ediciones de emergencia puesto que cada cierre de redacción podía terminar en prensa. Finalmente se convirtió en un diario. El tambo Barzola acomodó su régimen de entrega de lácteos para que no faltara leche ningún día de la semana, por muy domingo que fuera en el resto del mundo. Felizmente, las frutas y verduras provenían de las quintas de Hudson, donde regía, por supuesto el calendario local. Pronto se evidenciaron los cambios profundos que la semana aleatoria causaba en el tejido social. Los niños dejaban de hacer los deberes para mañana, esperanzados en la aparición de un domingo o sábado como día siguiente. Por otro lado, las parejas de novios recuperaban la frescura perdida tras meses, o años, de estrictas citas jovianas. Cada día de mañana era una incertidumbre deliciosa o amenazante, según el caso. Los domingos en particular perdieron su poder cáustico sobre el blando tejido del alma sureña para dar lugar a la esperanza, fundada por la experiencia, de que el día siguiente difícilmente fuera lunes. Incluso se había dado el caso de repetición de domingos, y fines de semana largos de tres días. Los detractores y contreras empedernidos, metástasis del riñón opositor, se empecinaban en negar la vigencia de la semana aleatoria, acudiendo a la propalación subversiva de las transmisiones radiales de las emisoras de la capital a viva voz por los combinados hogareños y los pasacasettes de sus autos. “¿No ven, boludos, que para el resto del país es martes?” “Vayan a laburar, manga de vagos” eran los gritos admonitorios que se oían a veces, durante el fin de semana local, desde los alrededores de los centros de recreación, como el club Ducilo o, ya en el colmo de la desfachatez temeraria de estos agitadores, las mismísimas piletas de Plátanos, localidad cuna del intendente. Tras siete u ocho meses de continua felicidad y mientras algunos estaban pensando en los festejos del primer aniversario de la semana aleatoria, bajo el slogan “En esta ciudad desalojamos a la tristeza”, la intelectualidad que solía reunirse en la biblioteca Manuel Belgrano exponía sus temores. Para algunos, era evidente que Berazategui no resistiría por mucho tiempo más la embestida de los grupos hegemónicos que pugnaban por impedir que el ejemplo revolucionario se propagara por el resto del país. Florencio Varela y Almirante Brown ya habían empezado a estudiar los respectivos proyectos de ordenanza para adoptar la semana aleatoria. Incluso se había formado una mesa coordinadora cuyos integrantes estaban pensando en un sistema unificado de día semanal para todo el conurbano. La mayor parte de los gremios provenientes de la combativa CGT Brasil habían saludado con alegría la iniciativa. Sin embargo, el gobierno nacional guardaba un silencio preocupante. Algunos de los políticos locales, otrora militantes de la izquierda peronista, sostenían que había que prepararse para defender la conquista lograda contra el sistema semanal fijo. Como era de esperarse, a pesar del intenso debate interno, la iglesia local se expidió a favor del sistema antiguo, amparándose en su discutible autoría papal. “Ya tenemos la iglesia en contra, nos la quieren dar como al General en el 55” dijo el famoso militante y fotógrafo social “Pampa” López, durante un acto a favor de la insurrección sandinista realizado en el centro cultural Rigolleau. Para muchos, fue una declaración de guerra. Por esa altura, además, arreciaban a las denuncias difamatorias contra el sistema. Se decía que los sorteos del día estaban comprados; que los boy scouts eran hijos de funcionarios municipales interesados en hacer salir un día antes que otro; que los dueños del bingo habían ofrecido una fortuna a los ediles para que privatizaran el sorteo y toda clase de denuncias con muy poco fundamento, pero bastante aptitud mediática. Los rumores iban y venían desde los centros neurálgicos de la ciudad hasta los suburbios: las calles del centro, la 14, la Mitre y la 21, eran escenarios casi diarios de actos a favor del gobierno y repentinas caravanas de opositores que hacían sonar sus bocinas mientras gritaban “¡Negros, vayan a trabajar!” La calle 148, ex 31, era un polvorín. Las multitudes que salían de la misa del domingo se encontraban con la populosa fila de compradores de la fábrica de pastas “La Torinesa”, mayoritariamente comprometida con el almanaque local, armándose trifulcas interminables. “¡Si no es domingo, para qué van a la iglesia, culos rotos!”, “¡Por cada domingo de mentira, van a pagar cinco lunes seguidos, negros cabeza!” eran algunos de los insultos que cruzaban los bandos enfrentados. La señal inequívoca del inminente golpe la dio una columna publicada en el New York Times a cuyo título “Argentina sigue siendo un país poco previsible” seguía un artículo donde se decía que en algunas de sus ciudades los lugareños no sabían ni en qué día vivían. Al conocerse la noticia, un grupo enfurecido partió del corralón municipal a bordo de un camión de recolección para ir a confiscar un ejemplar de la publicación imperialista. No lo consiguieron ni en el quiosco de la catorce ni en el puesto de Ducilo, de manera que fueron para Quilmes a ver si había algún quiosco que lo vendiera. La administración de la vecina ciudad, de signo político contrario, aprovechó la inofensiva incursión para multar al camión municipal y a su conductor por llevar gente en la caja. Siguió una discusión que finalmente demandó la intervención de la policía, terminando los cinco obreros municipales presos. Durante horas se debatió en la Municipalidad sobre los pasos a dar para recuperar a los compañeros capturados. Los más moderados aconsejaban prudencia, mientras que los más exaltados decían que no valía la pena vivir en una comunidad libre a costa del encierro de sus habitantes. A medida que avanzaba la noche, la gente comenzó a reunirse en el playón de la Municipalidad. Primero eran unos pocos, luego cientos. Ya a esa altura se había suspendido el sorteo, por primera vez en la historia del proyecto, y todos velaban las luces encendidas del despacho del intendente y la secretaría de gobierno. Hacia la madrugada, miles de vecinos portando antorchas y estandartes con consignas diversas “No pasarán”; “En bolas pero libres”; “Barrio Marítimo Presente”; se prestaban a apoyar al intendente y resistir cualquier intento de intervención. Pero a pesar del apoyo popular, los rumores eran sombríos. Algunos habían visto un helicóptero aterrizar en el club de Golf, aparentemente portando tropas. Todos querían ver al intendente, pero nadie se asomaba a la ventana del segundo piso. De pronto sonó la sirena del cuartel de bomberos. Minutos más tarde pasaron dos autobombas raudas rumbo al río. La gente de desbandó tratando de ver qué sucedía. Aparentemente, ése fue el momento en que secuestraron al intendente, aunque algunos sostienen que se entregó para evitar derramamientos de sangre. Hacia las cinco de la mañana, el único rumor que circulaba era el de la renuncia del máximo líder comunal. Cuando la certeza de lo peor abarcaba los ateridos corazones de los vecinos, se anunció por la radio local la renuncia del intendente y su pedido de asilo en México. El gobierno provincial había intervenido el partido de Berazategui y un nuevo intendente se haría cargo del gobierno comunal. Más tristes que enfurecidos, los vecinos fueron dejando lentamente la plaza municipal, siendo reemplazados por los festivos locales partidarios de la intervención. Cuando ya clareaba, unos desaforados hombres vestidos de traje descolgaron la tela del almanaque municipal y la prendieron fuego. Al día siguiente nadie escuchó la radio para saber qué día era. Pero no hacía falta: todos lo sabían. Era lunes, otra vez. La secta impublicable En un barrio de monobloks de Berazategui funciona una secta de artistas secretos. Los hay pintores, escritores, actores y poetas; también músicos. Los Artistas Secretos de los Monobloks, al igual que la mayoría de los artistas públicos, no viven de su arte. Algunos son kioskeros, vendedores de seguros o médicos. Incluso, hay que decirlo, hay una prostituta y un conductor radial entre ellos. El lema del artista secreto es que únicamente la obra de arte es lo que importa; el resto, es decir la humanidad y el mismo artista, resultan totalmente despreciables. Esta gente llega así a la secta luego de descubrir, por puro azar o gracias a la sutil inducción de algún vecino, la execrable forma de vida de los artistas públicos, quienes hacen su arte solamente con el ridículo motivo de pavonear sus plumas. Los artistas secretos han renunciado a toda forma del ego. Se sabe que la vida depara esos descubrimientos solamente para quienes han doblado la curva, pero se da también esa vislumbre en algunos espíritus jóvenes que iluminan el mundo por tanto fuego que emanan. Lo cierto es que los artistas secretos han renunciado también a toda forma de publicación. Nunca se los verá exponiendo sus pinturas, ni concursando en certámenes literarios. Por eso resultaría inútil e impertinente nombrar por su verdadero nombre al joven que nos concede esta entrevista. Lo llamaremos simplemente, Bartolomeo. - ¿Qué te motivó a sumarte a los artistas secretos? - Básicamente la certeza de la contingencia de toda obra de arte. Anclarse a la autoría nominal es como tratar de salvarse de un naufragio inflando globos… - Entiendo, entiendo. Y por eso tu obra permanece anónima… - Claro, porque es lo único que realmente vale. Si yo fuera y firmara mis poemas, eso volvería inauténtico lo que escribo. Estaría diciendo “oigan, todo lo que puse es mentira, solamente quería ganar dinero, o cogerme una morocha, por caso” - ¿Pero no te gustaría ser leído más allá de tu círculo secreto? Bartolomeo nos mira con un gesto extrañado.- No, por supuesto que no. ¿Qué ganaría con eso? - Reconocimiento… ¿fama? Bartolomeo ríe francamente. -¿Y de qué me serviría eso? ¡Tengo todo el reconocimiento que necesito! Mi obra ha sido leída y valorada por los mejores literatos de la humanidad. No creo que la vulgarización vaya a mejorar eso. ¿Qué podría sumar una millonada de mediocres que comprara un libro mío para leerlo superficialmente, no entenderlo y encima darse el lujo de criticarlo o comerciar con él? - Cuando te referís a los mejores literatos de la humanidad… - Mis pares – interrumpe Bartolomeo. - Exacto… ¿Cómo sabés que son los mejores? - ¡Porque los he leído! Yo aún estoy verde, pero aquí en el barrio hay un par que escriben mejor que Borges, Saramago, Pessoa y toda la sarta de mediocres que reverencia el público. -¿No es un poco extremo pintar a Borges como mediocre? - Buen, por ahí me zarpé, Tal vez no haya sido mediocre, pero Borges ha hecho demasiadas concesiones al público. Por eso les gusta, no por su genio. - Bueno, pero no le estás negando al público cierto criterio estético para elegir el valor literario… -¡El público! – interrumpe nuevamente Bartolomeo, esta vez con más energía – El público mira concursos televisivos, escucha cumbia villera, compra automóviles por el prestigio y se perfuma para parecerse al actor que vende la marca de la fragancia. ¿Vos creés que esa horda de salvajes de pronto se vuelve una masa de sabiduría a la hora de leer?¡Fijate el ranking de ventas de las editoriales! -Pero por ejemplo, al mostrar sus obras de arte entre ustedes… ¿no le están negando al resto de la humanidad la apreciación de un objeto estético invalorable? - Sí, es cierto. Justamente porque no se lo merecen. Antes, de vez en cuando liberábamos alguna obra, siempre en forma anónima. Una noche, por ejemplo, me tocó llevar a un museo y abandonar en la sala una pintura de la más importante artista plástica viva. - Me imagino que era un cuadro sin firma. - Por supuesto. Bueno lo dejamos ahí porque la verdad es que era demasiado bello, más que bello… trascendente. Probablemente establezca una bisagra en la historia de la plástica occidental. A su lado, el Guernicka o la Gioconda serían estampitas de San Cayetano recortadas del Esquiú Color. -¿Dónde está esa obra? -No lo sabemos. Jamás apareció exhibida. Seguramente está perdida en algún archivo, esperando por un ser humano capaz de apreciar todo su valor. – la voz de Bartolomeo trastabilla – tal vez.. tal vez la hayan destruido. Bárbaros – balbucea el joven. - Ustedes entonces nunca publican… -¡Jamás! – interrumpe Bartolomeo, ya francamente ingresando en la insolencia – Nunca jamás publicamos. Ha habido algunos traidores. Pero les hemos hecho sentir la justicia… -¿Cómo? – Preguntamos súbitamente, dándole al muchacho un poco de su propia medicina. - Si es un varón y nos enteramos de que anduvo firmando, publicando sus obras o peor aún, mandándola a certámenes, directamente lo garchamos, por puto reventado del orto – dice Bartolomeo, poseído- Si es una mina, le colgamos un cartel en la puerta del departamento que dice “Aquí vive la gorda” - Pero “gorda” no es necesariamente un insulto... - Para una boluda capaz de publicar su obra para que un tipo le de bola y se case y le haga un par de hijos a la muy conchuda y le preste la camioneta para ir al shopping, sí es un insulto, ¿entendés? – grita Bartolomeo, de pie y agitando los brazos. -- -Ahora bien, si todo eso que decís es verdad, ¿por qué hay un miembro de la secta que sí publica sus ensayos y cuentos y aún así lo siguen aceptando? Bartolomeo, lívido, deja caer su mandíbula durante un segundo, luego se recompone y nos mira. ¿Quiénes son ustedes? ¿Quién les dijo eso? - - Sabemos de buena fuente que un periodista de apellido… - ¡Callesé! ¡No pronuncie su nombre! ¡No sabe el riesgo en que está poniendo a un artista valiosísimo! ¡Cállese, por favor se lo pido! El pobre hombre tiene que trabajar… todos trabajamos. Pero él no conseguía nada, de manera que nos pidió una dispensa para ganarse la vida como escritor. Ajá, pero entonces… - ¡” Entonces” las pelotas! – Interrumpe el maleducado – le dimos la dispensa bajo juramento de muerte de que jamás publicaría su obra real. Todo lo que leen de él es basura comercial. Nada de lo realmente bueno que escribió ha salido de este edificio. -¿Es quien nosotros suponemos? - Si usted sabe quién es, le recomiendo que cierre la boca. Por su bien – amenaza el mocoso. Por fin nos vamos de este barrio irrespetuoso, infestado de ratas, bienes de dudoso valor artístico y jóvenes insolentes y lunáticos que inventan complots y supuestas estafas al público. Como si fuera tan fácil publicar basura disfrazada de arte, El país que ocupa la isla de Smara El país que ocupa la isla de Smara, a cuatrocientas millas al este del Golfo de San Jacinto, es frecuentemente ignorado por las caóticas guías turísticas de la Melanesia. El olvido de tanto editor especializado tiene su razón: Las Provincias Unidas de San Jacinto nunca tuvieron representación alguna en la diplomacia mundial. Tampoco hay delegaciones en los foros de comercio ni en las justas deportivas internacionales. Los sanjacinteños, o “sanjas” como suelen llamarse a sí mismos estos simpáticos aunque enigmáticos descendientes de españoles, apenas intercambian algunos bienes con los estados vecinos. El país se extiende por sesenta mil kilómetros cuadrados, los cuales se dividen políticamente en treinta y seis provincias. La población nativa alcanza el número de un millón y medio de habitantes. En una zona del planeta con tanta riqueza étnica, asombra al experto estudioso, descuidado turista o mero náufrago, la homogénea composición de la sociedad sanjacinteña. Todos los pobladores pertenecen al mismo grupo étnico. De tez oscura, de gruesas cejas y tempranamente calvos, los naturales se confunden a primera vista con los indonesios, pueblo imperante en esta zona del pacífico. Sin embargo, el examen concienzudo revela una sorpresa. Los sanjas son los descendientes de un grupo de náufragos sudamericanos, rioplatenses para mayor precisión, que formando parte de la expedición de Hipólito Bouchard en 1818, hubieron de enfrentar, con variada fortuna, una espantosa tormenta tropical de las típicas que azotan la isla de Smara en la temporada de tifones. El corsario argentino guiaba a su flota, en un raid de propaganda y financiamiento a favor de la joven nación americana a través de los mares del mundo, cuando un barco esclavista del imperio británico tuvo la mala fortuna de toparse con la fragata argentina, mensajera de libertad y garantía de justicia. El buque negrero fue capturado prácticamente sin combate. El capitán inglés y el empresario africano fueron juzgados por tráfico ilegal de personas, según las leyes de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Ambos fueron ejecutados y la nave confiscada. La fragata “MaríMarí”, con el aparejo intacto, tripulación saludable y su carga de treinta mujeres mozambiqueñas en buen estado, hay quien asegura muy buen estado, fue incorporada a la escuadra argentina. En su derrota por los mares del sur, finalmente la calamidad se ensañó sobre los marinos. Los vientos enloquecidos azotaron durante dos días y dos noches a la escasa formación, finalizando el vendaval súbitamente con una nave perdida. La Marí Marí, desmembrada del resto de la flota, navegó a la deriva durante una semana hasta naufragar finalmente en los callos australes de la isla de Smara. Hasta aquí coinciden los relatos sanjeños sobre el origen de su nación. Poco se ha avanzado más allá. Los historiadores locales difieren y polemizan, en forma constante y vehemente, sobre el encadenamiento de sucesos que finaliza en la moderna San Jacinto. Ya repasada su historia, prestemos atención ahora a la actualidad del país que nos ocupa. La ciudad capital, “La perla del pacífico”, nos recuerda a la antigua Berlín de posguerra. El distrito federal se extiende hacia el centro de la isla albergando treinta y cuatro secciones, o “barriadas”; cada una de ellas separada del resto por un muro que varía su composición, pudiendo concretarse esta división en un hormigón severo, una ubicua malla de alambre o la muy difundida ligustrina. Sucede que cada zona alberga a los habitantes que han elegido vivir allí aunados bajo la simpatía hacia el mismo partido político. Así, la capital refleja en pequeña escala la inteligente división provincial del resto del país, donde la gente se afinca a libre elección en la provincia administrada por el partido político que mejor la representa, excepción hecha, por supuesto, del Territorio Nacional Anarquista del Cabo Oriental, donde unos seiscientos pobladores viven sin representación partidaria alguna. La prolongada historia institucional del país ha afianzado las relaciones entre las zonas políticas afines. El tráfico se realiza por arterias y portales abiertos en los muros de circunscripción, anunciados por estos mensajes: “Usted está ingresando en la zona socialista democrática: Bienvenido”, “Zona radical, tierra de civismo y progreso”, “Zona neoliberal. Inversores extranjeros bienvenidos”, “Zona conservadora. No se permite la venta ambulante!” y así. Es imposible intentar un esbozo de la historia local sin balancear cuidadosamente el fuerte impacto que han tenido las comunicaciones en los isleños. La generación de energía insular se realiza cómodamente gracias al betumen obtenido en los yacimientos situados en la zona norte, en la provincia “Peronistas de Perón”, eterna contendiente de las vecinas “Patria Socialista” y “Santa Evita”. Si bien el producto que virtualmente mana de los afloramientos rocosos no es apto para su refinación y obtención de naftas, el mismo se consume íntegramente en la usina local, produciendo electricidad para todos los isleños. Esta relativamente generosa provisión de energía, ha permitido un desarrollo singular en las manufacturas del país. Tal capacidad les ha permitido a los sanjas adquirir esporádicamente bienes de consumo provenientes del resto del mundo. Aún careciendo de emisoras de radio o televisión locales, los sanjas son ávidos consumidores de televisión satelital y radio de onda corta; esto les permite mantenerse al tanto de las novedades de la madre patria, a la cual se sienten indisolublemente unidos. No existe acontecimiento argentino que no repercuta de alguna manera en la sociedad sanjeña. Triunfos o fracasos deportivos, conflictos sociales, cambios políticos y económicos, todo aspecto de la actualidad argentina tiene su correlato local. A la ola de inseguridad del 2007 le han seguido una serie de estremecimientos políticos que aún hoy mantienen en vilo a los órganos deliberativos de la pequeña nación. Recientemente, las rutas de algunas regiones fueron cortadas por simpatizantes del campo, aunque la producción local agropecuaria está reducida a las huertas comunales que cada pueblo posee. A falta de tractores y maquinaria pesada que impidiera el paso de las bicicletas, palanquines y tranvías, los partidarios locales del campo argentino dispusieron un sistema de cortes basado en el honor del damnificado. Los transeúntes llegaban al punto del piquete, jalonado por un cartel indicador improvisado por los atareados rebeldes: “Usted ha llegado a un piquete agrario. Dése por impedido de continuar su viaje” y allí, dándose por aludidos, los lugareños procedían a retornar a su punto de origen o bien a sentarse y vociferar contra la impiedad y salvajismo de los revoltosos campesinos. Aunque no se conocen delitos mayores en la isla, la ola de inseguridad creciente ha provocado severos cambios en las costumbres de San Jacinto, especialmente en la Perla del Pacífico. “¿Hasta cuándo seguiremos soportando esto?” se preguntan los pasacalles que, en las regiones de centro y derecha, se atan a los pocos semáforos, que por otra parte, ya nadie respeta una vez que ha caído la noche. Dicen los sanjas que ésta es una medida desesperada para evitar atracos, violaciones o asesinatos; y hay que darles la razón, por cuanto a la fecha no se ha registrado ni uno solo de estos crueles delitos. Es el sueño de todo joven sanja adquirir la mayoría de edad para poder emprender un viaje a Sudamérica, a la patria de sus ancestros. Encandilados por las imágenes que reciben a través de Argentinísima Satelital y Canal 7, cada año son cientos los muchachos y muchachas que se proponen la emigración que cambiará sus vidas. Sin embargo, el viaje a Sudamérica no es trámite fácil para un habitante de la isla de Smara, lejos como está la ínsula de toda ruta comercial importante, y a la cual los aviones desprecian aún como aeródromo de emergencia. Tarde o temprano los chicos retornan tras haber consumido tempranamente su dinero, copia artesanal bastante fidedigna del billete de 1 Austral que llegara una vez con los restos de basura arrojada desde un pesquero de altura. Así finalizan precozmente estos viajes juveniles, sin alcanzar siquiera las doradas y prometedoras orillas de Papúa-Nueva Guinea. Los locales alegran sus días con la música de tango y el folklore criollo, con campeonatos de truco, taba (levemente adaptada a la anatomía del lobo marino) y el pato. Las bandas musicales locales, las tanguerías de la zona izquierdosa de la capital, la ópera de los bacanes y el pericón de los barrios conservadores, visten musicalmente los fines de semana, en los cuales no falta la pasión deportiva por excelencia: el fútbol. Los partidos son el entretenimiento de los habilidosos atletas y colaboradores varios que desarrollan casi una profesión de fe basada en el deporte. Las contiendas comienzan con un primer tiempo; siguen con el entretiempo, el segundo tiempo y la batahola final, donde decenas de simpatizantes profesionales representan fielmente el papel de agitadores y barrabravas, invadiendo el campo y corriendo con amenazas e insultos a los deportistas. Cada domingo la fiesta se renueva con eterno entusiasmo y se comenta durante toda la semana. Compitiendo en fervor con el fútbol y la política, la fe religiosa del sanja es digna de encomio y admiración. A pesar de que no existen representantes locales de la Santa Sede, los Sanjacinteños se reconocen en su mayoría católicos. Una Biblia recuperada del naufragio original ha servido como instrumento de formación de varias generaciones de religiosos que convocan, cada lunes, a rezar el rosario en forma sincrónica con la emisión del canal satelital católico. Como en cualquier parte del mundo, también aquí la iglesia se renueva y se pone al día con los adelantos científicos y sociales. A la polémica moda del tercermundismo católico, que finalmente llevó a la provincia socialista a permitir la religión, siguió la ola vigente de incluir en la formación del seminario la instrucción sexual, y particularmente la técnica y estrategia de sodomización de menores. Preguntado un prelado si esto no acarrearía problemas con la justicia y eventualmente no constituía un pecado, el mismo respondió que peor pecado era perder la conexión con nuestras raíces, aludiendo a la Argentina como oriente de toda iniciativa cultural. “San Jacinto mira a la Argentina porque somos argentinos” dice la frase que corona la pirámide de mayo local y que parece sintetizar por sí misma el pensar de este pueblo ignoto de los mares del sur. Recientemente San Jacinto ha experimentado un acontecimiento que ha puesto en vilo a sus pobladores y casi precipita a la pequeña nación a la catástrofe. II En las vísperas de la navidad del año dos mil ocho, arribó al puerto de La perla del Pacífico una nave de vela, tripulada por cuatro jóvenes marineros, quienes, desconociendo las características del puerto, chocaron contra una roca, abriendo un rumbo en el casco. Sin embargo pudieron alcanzar el muelle. Hubo una confusión inicial pues ellos creían haber llegado a Guadalcanal y por lo tanto intentaban hablar inglés con los trabajadores del puerto. Finalmente, al ver las balandras de pesca cercanas, las cuales portaban nombres tan encantadores como “golondrina del este”, “caña hueca” o “gracias a mis viejos”, los muchachos se identificaron como ciudadanos argentinos. Pronto la noticia corrió por toda la ciudad. ¡Visitantes de la madre patria! Pablo, Juan, Jorge y Ricardo, o “los argentinos”, pasaron a protagonizar la vida pública de la capital en apenas unas horas. El señor Uribelarrea, director del magnífico hotel y restaurante internacional “Varela Varelita” los nombró invitados de honor, negándose bajo amenaza de suicido a cobrar un solo peso por la estadía a los ilustres visitantes; pero el buen hombre recuperó con creces los gastos pues, al día siguiente, todo el hotel se ocupó con periodistas, políticos y gente diversa que quería conversar o simplemente tomarse una foto con los cuatro jóvenes rubios, bronceados y atléticos que no cesaban de dar entrevistas, contar cosas de la Argentina e incluso referir los chistes de moda en Buenos Aires. Así los san jacinteños se pusieron al día con la actualidad que no era tratada por los programas satelitales habituales: La azarosa vida de Mariana de Melo, una luchadora social devenida en actriz de televisión o la epopeya de “bailando por un sueño”, una obra de caridad conducida por un estudioso y carismático especialista en deportes que ayudaba anímicamente a toda la Argentina desde su programa televisivo dedicado a resaltar los valores de la auto-superación y la solidaridad. Cuando el encantador Juan fue visto saliendo del excéntrico bar “La Unión Soviética”, en la zona comunista, abrazado a la cantante local Guillermina Perez, la prensa local estalló en impresiones de último momento de los pasquines mimeográficos: el romance de una nativa con un argentino era un hecho. En menos de una semana, sendas mujeres locales, de excelentes familias de la zona neoliberal, conquistaron el corazón de los tres argentinos aún libres. De pronto el pueblo sanja se encontró viviendo al latido eufórico de los acontecimiento sentimentales de la cuatro parejas. No faltó, por supuesto, el nubarrón que oscureciera el cielo de felicidad que se tejía para los tórtolos. Acusaciones de infidelidad, el asedio constante de las doncellas que no se resignaban a ver cómo otras se quedaban con el preciado botín y el evidente rechazo de Jorge, Ricardo y Pablo hacia la excéntrica novia comunista de Juan, hicieron peligrar la armonía del grupo. Pronto quedó en claro que lo único que deseaban las damas era irse con sus novios a vivir a la Argentina. Todo entusiasmo llega al clímax para luego decaer. Así, con el pasar de los meses, la sociedad sanja se fue acomodando nuevamente al trámite bucólico y apaciguado de la vida insular, volviendo de a poco a sus ocupaciones habituales; porque lo de los argentinos sería muy entretenido, pero no daba de comer. Otras noticias esperaban por su lugar en la discusión cotidiana de la Isla: El plan quinquenal, los aberrantes hechos de corrupción que salpicaban al gobernador de la provincia desarrollista, quien utilizando fondos públicos, se construyera una casa en la playa para, según él, vigilar el posible desembarco de submarinos rusos, la salud del astro del deporte local, el boleador Elías Jaramillo, o la inminente aparición de la tercera novela de la saga “Aventuras del gauchito Crespín: la furia del tifón” de la escritora María de los Dolores Gutiérrez. Pasó una semana sin noticias de los argentinos. El hotel Varela Varelita fue vaciándose de curiosos para empezar a funcionar de manera habitual, como hospedaje para algún que otro viajante de comercio australiano. Simultáneamente, el servicio dedicado a los visitantes ilustres fue volviéndose más austero, pero sin mermar en calidad. No faltó el prefecto de puerto quien les insinuó a los huéspedes de honor de la Nación que resultaría conveniente hacer algo con el descuidado velero de bandera argentina, el Gokú, que ya por entonces era francamente más naufragio que embarcación. III Fue por esos días que Pablo y Juan, quienes habían desarrollado una amistad con el presidente del consejo de diputados sanjeño, enseñándole a jugar tenis, le confesaron al primer magistrado que ellos habían llegado a la isla con una misión secreta y que ahora, luego de la atenta evaluación que habían hecho del país y su gente, estaban en condiciones de confiarle los detalles del encargo que traían: La presidenta de los argentinos saldría de gira en el próximo mes por Australia, Malasia y otras naciones amigas. Si eventualmente fuera invitada a visitar San Jacinto, ella estaría dispuesta a hacer una escala para conocer el país y saludar a sus líderes. Los cuatro argentinos, más que nada Juan y Pablo, estaban a cargo de los primero contactos. “¡Pero amigos, cómo no me avisaron antes!” preguntó sorprendido el señor Moisés Peres, cuyo árbol genealógico siempre fue un enigma para la sociedad local. La respuesta de los muchachos fue la cuestión delicada de la seguridad. El mundo fuera de la isla se había vuelto un territorio inseguro y no era el deseo de la presidenta exponer innecesariamente a un país amigo al riesgo de integrarse al desgraciado club de las capitales del mundo que sufren endémicamente el azote del terrorismo internacional. Por eso ellos tenían como mandato directo de la presidenta la tarea de verificar las condiciones de seguridad imperantes en la isla, en caso de que la visita se concretara. Nuevamente la noticia tardó menos de un día en llegar desde La perla hasta los más extremos parajes de la isla. La prensa se abalanzó nuevamente sobre los jóvenes argentinos. También hicieron lo propio las mujeres, los empresarios gastronómicos, los exportadores, los futuros importadores de artículos argentinos, deportistas, artistas, bailadores de tango y todo aquél que aspirase a pasar un minuto, tan solo, en compañía de la mandataria Argentina. Los pobres chicos tuvieron que contratar, ad honorem, a un manager local que les organizara la agenda. A la mañana, entrevistaban a personalidades oficiales para coordinar el protocolo, tarea que enseguida delegaron en su amigo el señor Peres, para poder descansar al menos hasta el mediodía. Luego del tardío desayuno, los argentinos dedicaban su tiempo a visitar bodegas, bares, casinos y toda aquella atracción turística candidata a ser incluida en la agenda de la visita presidencial. Esta tarea se demoró mucho pues el grupo no se decidía ante la abundancia de buenas opciones de calidad. Otro gran problema fue la super-oferta de obsequios para la Presidenta argentina. Lamentablemente, los chicos no pudieron expedirse sobre cuál de todas las artesanías isleñas debería aceptar como regalo la presidenta, pero finalmente accedieron a llevarse un ejemplar de cada una de las piezas en oro y turquesas para que las evaluara un experto en diplomacia de obsequios que conocían en Sydney. Un viajante australiano accedió a llevar el paquete a la isla continente a cambio de que los muchachos le cuidaran una plata que le andaba abultando innecesariamente el bolsillo. La noche no dejaba mucho descanso para el cuarteto sudamericano: cada vez debían comer en un restaurante distinto, probando las exquisiteces locales, aún a riesgo de perder la línea. Cualquiera podría suponer que aquí finalizaba la febril jornada de los diplomáticos argentinos, pero no era así. Eran tantas las muchachas que se ofrecían voluntarias para asistir a la presidenta en su futura estadía que los argentinos debían entrevistar personalmente a las chicas, a veces varias a la vez, en el hotel donde apenas lograban descansar. El cuerpo diplomático organizó entonces un almuerzo de trabajo en el comedor del hotel Varela Varelita, al cual asistieron Pablo y Juan, los diputados provinciales y otros visitantes menos ilustres, entre los que se contaban los hermanos Piercing y Mesi Wu , dos marinos malayos que solían proveer de repuestos eléctricos a la empresa de energía local. Fue en el momento de servirse el gazpacho, cuando el señor Rocamora, diputado por el sector Socialista Maoísta, planteó la conveniencia de una conversación telefónica previa entre el Presidente de San Jacinto y la Señora Presidenta de la República Argentina, como para que ambos mandatarios se conocieran, al menos por la voz, y de paso la presidenta recibiera personalmente la invitación a visitar la isla. Sí, estaría bueno – dijo Pablo – lástima que no haya aquí teléfonos celulares satelitales. Por supuesto que nosotros traíamos un par de equipos, pero se nos arruinaron en el viaje. No creo que podamos concretar esa conversación tan conveniente. Los comensales aprobaron rápidamente la merecida puesta en su lugar que le impartió el joven diplomático argentino al eterno moscardón de la provincia pro-China. Sin embargo, uno de los hermanos Piercing-Wu se levantó de su asiento, inclinó su cuerpo como quien pide la palabra, y dijo amablemente, en ese cocoliche tan cantarín con el cual los chinos pronuncian el español con matices mandarines. – ¡Nosotros tenemos un Nokia satelital! ¡Sería un gran honor para los hermanos Wu poder prestárselos! Un repentino ataque de tos se apoderó de Juan, alarmando a los contertulios y sus servidores. Cuando pasó el tumulto, El señor Piercing Wu extrajo de su bolsillo un aparato notable, una maravilla de la tecnología asiática, que permitía hablar con cualquier teléfono del mundo, incluso desde la isla de Smara, virgen aún de antenas celulares. La concurrencia retuvo el aliento: ese teléfono tenía el poder de traer a San Jacinto nada menos que la voz de la máxima autoridad de la madre patria. Pablo tomó el teléfono con mano temblorosa. ¡Adelante, llame! – pidió un diputado, con la mirada fascinada por el milagro inminente. Pablo dudó, paseando la mirada nerviosa entre la concurrencia. Tal vez no recuerde el número – sugirió alguien en voz baja ¡Sí, hombre! ¿Cómo no lo va a recordar? Es su jefa inmediata. Deben hablar todos los días! - contestó una diputada indignada por la falta de fe de alguna gente. En eso Juan se irguió del asiento y arrancó de la mano de Pablo el teléfono. ¡No Pablo! No molestes a la presidenta ahora. ¡En Buenos Aires son las dos de la mañana! Un suspiro recorrió la mesa. Era cierto. Nadie querría incomodar de esa manera al primer presidente extranjero, y nada menos que argentino, con quien conversarían los sanjas en toda su historia. - ¡Esta noche! ¡Esta noche entonces! – Propuso radiante el señor Rocamora. Todos los demás aplaudieron. Apenas una par de horas después de retirarse el primer diputado, toda la capital comentaba el inminente suceso. Al caer el sol, el país entero haría silencio con la esperanza de oír aunque sea un eco lejano de la histórica conversación. El ajetreo posterior es difícil de reconstruir. Se sabe que durante la tarde, Jorge y Ricardo se entrevistaron con los hermanos Wu para alquilarles otro teléfono satelital, para tener como respaldo por si el primero fallaba; tal era el celo que ponían los argentinos en su misión. La recepción de la señal satelital en los teléfonos se probó durante toda la tarde, con el asesoramiento de los hermanos Wu y los técnicos locales. Incluso se hizo una llamada a Malasia, a la casa paterna de los Wu, para verificar el correcto funcionamiento del sistema. Como si esto fuera poco, a pedido de Juan, se hizo una llamada desde el primer teléfono al segundo, con lo cual se despejaron todas las dudas: el sistema funcionaba perfectamente. Todo estaba listo para las diez de la noche, la hora elegida para la llamada que comenzaría una nueva era. Preventivamente, el manager del los jóvenes argentinos suspendió todos los deberes de la tarde, procurando de esta manera no forzar el estado de salud de los ilustres visitantes y mantenerlos en forma para la noche. IV La tarde transcurrió en calma, incluso los chicos tomaron una siesta. La cena, habitualmente servida a las 20:30, se re-programó para después del llamado, aunque al día siguiente hubiera que madrugar. El recinto designado se acondicionó rápidamente para albergar las casi trescientas personas que presenciarían el acto. Para el público se pusieron sillas, sillones de mimbre, un banco de palmera y hasta se entraron al salón, con gran esfuerzo, las sillas de hierro del jardín. Sin medir esfuerzos, se trajo de la peluquería vecina al hotel una silla giratoria para el señor Peres. Un diván de cuerina, donado por el estudio psicoanalítico y quiromántico de María de la Rueda e hija, fue la comodidad elegida para el argentino que hiciera el contacto inicial. Cerca de las 21 se prendió el turbo ventilador de pié parta ir refrigerando el lugar y a las 21:30 se dejó ingresar a la gente que ordenadamente formaba fila desde temprano. La grata sorpresa era que se había removido parte de la exposición de plástica de la artista local Susana Pereyra, especialista en pintura nocturna sobre terciopelo negro, dejando lugar entre sus cautivantes cuadros para un retrato al óleo de la Presidenta argentina, pintado por el hijo del barman del hotel a partir de sus recuerdos de las apariciones de la bella mujer en los noticieros de canal 7. La figura femenina, con la mirada seria pero dulce a la vez, solemne pero atractiva, parecía escrutar la zona de la sala donde se haría la comunicación. Para las 22:15 todo el público presente se había saludado, intercambiado opiniones y puesto al día con las últimas noticias del circuito extra-oficial. A las 22:30 aún no habían aparecido los jóvenes argentinos que harían el prodigio. Cuando el murmullo creció para transformarse en una franca gritería, la voz del señor Rocamora pidió silencio con la fuerza de toda su investidura. Ya estaba el magistrado dispuesto a amonestar a la dignísima concurrencia por su falta de ubicación y recato cuando una exclamación recorrió la sala. Llegaron por fin los chicos. Pablo, Ricardo y Jorge recorrieron el pasillo dejado al medio de la sala hasta llegar junto al cuadro de la Presidenta. Estaban vestidos para la ocasión por la sastrería de Vieytes, cuyo dueño les suplicó que portaran esos magníficos fracs, piqués marfil y moños blancos. La peluquería Remedios de los Arces era la responsable de las luminosas cabelleras rubias que en ese ámbito, destacaban como soles indómitos de juventud. Tres dioses, tres hijos de la madre patria, tres embajadores…. - ¡Un momento! ¿Por qué solo tres? Qué pasa con el cuarto? - Preguntó Rocamora, a la sazón convertido en promotor del evento. El señor presidente Peres, que cerraba la comitiva, se aproximó a la primera hilera de butacas y asientos varios y golpeó las palmas reclamando silencio. - Lamentablemente, Juan no nos podrá acompañar porque se siente mal de la digestión. – dijo el primer mandatario, mirando severamente al señor Uribelarrea, director del hotel. – Esperemos que pronto mejore. El señor ministro de salud pública ya le aplicó las primeras cataplasmas, de manera que habremos de dejar paso a la sabia labor del tiempo que lo curará sin que quepa duda, que grave no es la cosa. – El presidente levantó la mirada y aflojó el gesto adusto para dar paso a una sonrisa - Pero ahora, conciudadanos y visitantes de nuestros países amigos, estimados representantes de la prensa extranjera, demos la calurosa bienvenida a estos jóvenes que no cesan de brindar felicidad y buen augurio a nuestra modesta nación. – estallaron los aplausos espontáneos de la concurrencia, mientras el señor Uribelarrea se señalaba a sí mismo con cara de mártir, moviendo visiblemente los labios de tal manera que parecía pronunciar “yo no tuve la culpa” a las pocas personas que le prestaban fugazmente la atención. – Bueno… Bien… Bueno… Les decía… no señora, hay una lista de oradores… no podemos hablar todos por teléfono con la presidenta. Bueno… - el señor Peres logró que amainara el entusiasmo para seguir diciendo – Este día histórico será recordado por muchas generaciones. Es la primera vez que un sanjacinteño hablará por un teléfono satelital, por primera vez con una persona de otro país, por primera vez con una persona de otro continente, y esa persona, además, ¡será la Excelentísima señora presidenta de la República Argentina! - los aplausos repentinos rápidamente degeneraron en una gritería infernal. El entusiasmo amenazaba desbordar el salón, donde la temperatura ya era francamente insoportable. Pero la sabiduría de viejo estadista del señor Cúbalo, del frente socialista Carlos Marx, pudo encauzar nuevamente la noche hacia su destino trascendental. En efecto, el líder reformista empezó a entonar las estrofas del himno nacional de San Jacinto, que no es otro que el mismísimo Himno Nacional Argentino. En unos pocos segundos, todos se sumaron a la feliz idea y así el salón empezó a emanar sobre la perfumada bahía nocturna de la Perla del Pacífico la música deliciosa del canto coral patrio. Los marinos a bordo de las barcas, las palangreras que en la playa alistaban el cebo para la pesca del día siguiente, los enamorados furtivos que se escondían en las dunas… todos se sumaron a ese coro que reclamaba lo mejor del pueblo sanja. Adentro del salón, los tres muchachos argentinos cantaban entusiasmados las primeras estrofas, mas luego, al proseguir el himno con el estridente pasaje donde se canta “De los nuevos campeones los rostros Marte mismo parece animar; La grandeza se anida en sus pechos, A su marcha todo hacen temblar.”, el entusiasmo pareció decrecer en los rostros de los chicos. Seguramente preocupados por el retraso que esto suponía, hay que pensar que aún faltaban diez minutos de canción, lo cierto es que pronto dejaron de cantar y se empezaron a ocupar de los detalles de la comunicación en sí. Realmente se los veía nerviosos. No debe haber costumbre o familiaridad alguna que desbaste el desafío de mantener una conversación, aunque no sea la primera, con un jefe de estado. Por fin terminó el Himno y, tras los aplausos, la gente guardó un emocionado silencio, como el que guarda aquél que de regreso del altar donde se la concedido la eucaristía, deja disolver en su boca el dulce sabor de lo sagrado. De pronto comenzó el verdadero milagro. Pablo empezó a marcar los dígitos del teléfono de la presidenta, un secreto de estado que en esta isla, solo él y acaso sus compañeros conocían. Si antes había silencio, entonces en ese momento el tiempo se detuvo. Nadie osaba mover un solo músculo de su cuerpo por el temor de provocar un ruido, una interferencia, una desgracia electromagnética o incluso digestiva que malograra la llamada. - ¡Hola Señora presidenta! – exclamo Pablo – Habla Pablo… ¡ah, sos vos! ¿Qué hacés atorrante? ¿Todo bien? Yo laburo siempre, no como vos… ¿Qué hacés con el teléfono de tu madre? ¿No tenés para comprarte uno…? Qué vas a ganar trabajando...apostando es la única forma en que ganarás, y encima en contra de tu equipo. ¿Ya saben tus compañeros gallinas que apostás a favor de boquita? … sí, justo… Sueñen, hijos nuestros. ¡Eso es lo que son! Bien, sí. Perfecto. Sí, están todos acá conmigo… todo bien… ¿vos? … ah…y sí, mejor… ya se sabía que la cosa no iba… muy pendeja… no te hagás drama… el mundo está lleno de minas…cuchame, ¿me podés dar con tu vieja? Acá hay gente esperando… Les mando, cuidate… chau. Beso…. ¿Qué? ¿Maracas? ¿Nosotros? ¡Mirá quien habla! ¡Maracas ustedes, que no clasificaron! Chau, chau… - la gente cruzaba miradas entre divertidas y aterradas – ¡Hola señora Presidenta! Pablo habla… Sí, lo que pasa es que tuvimos un problema con el barco… Sí, sí… al final llegamos. ¡Estamos en San Jacinto! No… lo que pasa es que no teníamos teléfonos… sí, ya sé. Bien, todos bien… Sí, pero igual tenemos tiempo… ¿no? – en este punto de la conversación, si antes nadie se movía, ahora nadie respiraba. Todos contuvieron el aliento. – Menos mal, le agradezco. Usted no sabe lo bien que tomó esta gente la noticia de su gira…. Noooooo! No, señora. No le dijimos a nadie! Ya sé… sí, la seguridad… es que acá son todos amigos. No sabe cómo la quieren a usted… cien por ciento. Sí, lo recomiendo…. Sí, usted tenía razón, hay que venir. – Algunos tímidos grititos de entusiasmo recorrieron las primeras filas – bueno, justamente… yo la molestaba para saber si usted tendría un minuto para hablar con el señor Presidente de San Jacinto… - el ruido de una persona desplomada, presa del desmayo, fue la única interrupción en ese silencio sepulcral – Sí, está acá, cerca de mí… Moisés Peres… Peres, con “ese”. Acá al lado… bueno, sí, después la vuelvo a llamar. Hasta luego… como usted ordene, señora…¿Quién me quería consultar algo?…¿Aníbal?... Bueno, si puede arreglarse hasta que yo llegue…sino que me llame a este celular, que le explico cómo se hace… Gracias, serán dados. – Pablo retiró el teléfono del oído, lo bajó y puso su mano tapando el micrófono. Mirando solemnemente al presidente de San Jacinto, le dijo – La Presidenta de la República Argentina pide hablar con su excelencia. – Fue la apoteosis. Algunos guardaron silencio, otros murmuraban; algunas señoras, las más jóvenes, daban grititos histéricos. Alguna que tendría el corset muy apretado, cayó desmayada haciendo ruido a miriñaque derrumbado. Cuando cesaron los aplausos, el presidente de San Jacinto se atusó el bigote, pasó la palma de su mano izquierda por la cola de su frac impecable y se acercó al teléfono con paso seguro, auque el temblor de la mano denunciaba su lógico nerviosismo. La sala prácticamente estalló en una hoguera de luz destellante. Un gesto imperioso del presidente acabó con los flashes y el ruido de las cámaras fotográficas. Señora Presidenta, le comunico con su excelencia el señor Presidente de la República de San Jacinto – dijo Pablo, y le entregó el teléfono al Sr. Peres. El primer magistrado alargó una mano cuyo pulso logró controlar. Tomó el teléfono y dijo: ¡Excelentísima Señora Presidenta, es un gran honor para mí saludarla en nombre del Pueblo de San Jacinto! El Público enloqueció. El ministro de comunicaciones en persona conectó el interruptor que permitió, a partir de ese momento, la amplificación del sonido del auricular para que el mismo pudiera ser oído por toda la concurrencia. Su excelencia, el gusto es mío. Lo saludo en nombre del pueblo argentino. – dijo la voz del otro lado. El timbre y profundidad, seguramente deformados por el paso a través del espacio sideral en su trayectoria de subida y bajada del satélite, no reflejaban el delicioso matiz femenino que la presidenta utilizaba en sus alocuciones públicas emitidas por canal 7. Tal vez tampoco contribuía la hora de la mañana, pero lo cierto es que la Presidenta sonaba un tanto machona, aunque encantadora como siempre.. - Señora presidenta, este llamado histórico para nosotros tiene por finalidad contribuir a estrechar los lazos que unen a cada ciudadano de mi patria con su querido país, al cual veneramos como hogar de nuestros ancestros. Pero además quiero expresarle personalmente el beneplácito por su próxima visita. No puedo expresarle con palabras la felicidad infinita que compartimos todos los sanjacinteños por su prometida presencia. - Señor Peres. Le agradezco tanto la invitación. Yo también tengo unas ganas locas de visitarlos, porque ya me dijeron que ustedes son gente recopada y la verdad que el resto de la gira es medio plomo, así que va a estar rebueno que yo pueda ir por allá. La familiaridad de la presidenta argentina entusiasmó al público. Una muchacha de la primera fila , haciendo gala de una extensa cultura televisiva, explicó el significado de algunos términos desconocidos, como “recopada” y “medio plomo”. La voz distorsionada de la presidenta siguió diciendo: - Bueno amigazo, que siga bien y nos vemos pronto. Cualquier detalle lo arregla con mis embajadores. Le mando un beso. Chau Chau! Hasta luego querida señora – saludó, algo confundido, el presidente Peres. A continuación de los aplausos, abrazos y llantos emocionados, se largó la fiesta. Los diarios anunciaron el acontecimiento inminente en ediciones especiales. En menos de un mes, la Presidenta Argentina arribaría a San Jacinto. El itinerario definitivo ya estaba listo para ensayarse. Una comisión se despachó rápidamente al viejo aeródromo de Kala- Ton, cercano unos cuarenta kilómetros de La Perla. El rudimentario aeropuerto había sido construido durante la segunda guerra mundial por los japoneses, pero no llegó a utilizarse nunca. Los nipones estaban ya muy debilitados cuando invadieron San Jacinto y tras unas dos semanas de heroica resistencia nativa, debieron huir en el barco que los trajo, no sin antes probar el valor de la población civil que los hostigó duramente arrojándoles aceite hirviendo desde las azoteas. Desde los gloriosos días de la invasión japonesa y la reconquista, el aeródromo envejecía pacíficamente sin mayor mantenimiento que la pintura a la cal prodigada anualmente por la Dirección Nacional de Museos. Aún así, se decidió que la pista serviría para recibir el avión presidencial argentino, tal como dieron fe Juan y Jorge, quienes ya eran veteranos de volar varias veces a bordo del famoso Tango 01. V Tras un mes de febriles preparativos, llegó el día más esperado. Durante el día anterior, la sociedad sanja había logrado, en medio de la febril actividad, cumplir con un compromiso de honor: despedir a los cuatro jóvenes que zarparían a la madrugada para investigar la seguridad de otra nación insular cercana, cuyo nombre no se podía revelar dado el secreto presidencial. La gente los colmó de regalos y las novias quedaron en puerto, tristes y ansiosas por el pronto regreso de los maravillosos solteros. Si bien el arribo de Presidenta estaba previsto para las primeras horas de la tarde, ya desde la madrugada diversos grupos de entusiastas comenzaron a congregarse en las sendas de acceso al aeródromo. Las fuentes consultadas difieren sobre el origen de los desgraciados acontecimientos que ensombrecieron la jornada. Hay quien atribuye la culpa de iniciar la catástrofe a los grupos de izquierda revolucionaria. Otros, en cambio, apuntan la mirada inquisidora a la derecha interesada en acaparar a la presidenta para su propio beneficio. Columnas provenientes de todas las regiones del país pugnaban por ganar la calle y llegar antes que las otras al aeródromo. Vendedores ambulantes intentaban sortear los piquetes agrarios que algunos oportunistas sembraron a lo largo del recorrido de la caravana que llevaría a la querida Presidenta al hotel capitalino. Cerca del mediodía comenzaron las agresiones; las canciones ofensivas que las diversas facciones entonaban en contra de las demás fueron subiendo de tono. De pronto, en la zona aledaña al aeródromo reinó el caos. Los militantes se arrojaban todo tipo de proyectiles, como empanadas, mates y termos de agua hirviendo. Las corridas y desmanes dieron lugar a la intervención de los cadetes recién recibidos de la recientemente fundada Escuela de Policía y Seguridad Presidencial de San Jacinto, quienes debieron secuestrar los equipos de sonido, la radio del disk jockey y los sánguches de miga, siguiendo el estricto procedimiento recomendado en estos tumultos. Así siguieron las peleas y saqueos de los kioscos y puestos de vendedores de velas y estampitas. La desgracia hizo su aparición cuando una voz aterrorizada anunció por altoparlante que si los revoltosos no se calmaban, acudirían los seminaristas a imponer la paz por la fuerza. Las madres, desesperadas, abrazaron a sus hijos y formaron un cordón para proteger a los púberes, taponando de esa manera la única vía de escape de la zona militar. En el impasse producido, las autoridades, preocupadas por el retraso evidente del arribo tan esperado, decidieron enviar un radio al barco de los muchachos, para averiguar qué pasaba. Entre que el mensaje llegó al palacio de comunicaciones, se pasó al radioperador, éste se comunicó con el barco, se recibió la respuesta, que a su vez tuvo que regresar al palco oficial del aeródromo, pasaron unos sesenta minutos angustiantes. Entonces, un locutor anónimo anunció que la Presidenta venía en hidroavión y que el mismo había sido desviado a la bahía de la Perla. Por fin, entonces, la gente se dispersó. Siguieron horas de tensa espera. El avión nunca llegó. Se dice que la comitiva que acompañaba a la Presidenta le pidió que suspendiera la escala en San Jacinto debido a los desmanes producidos. Es muy probable. La noche llegó cuando ya los fuegos se apagaban. Poco a poco cada cual fue regresando a su región o barrio. A la madrugada existían aún algunos grupos rebeldes de vendedores ambulantes alcoholizados que miraban el horizonte, adivinando en cada estrella que se alzaba, las luces de navegación de un avión fantasma que nunca terminaba de llegar. Como saldo de aquel día negro, aún quedan heridos rehabilitándose, quienes exhiben, con desgracia o con orgullo, las cicatrices de esa jornada. Nunca se supo qué fue de aquellos jóvenes que apostaron tan fuerte por una San Jacinto que no estuvo a la altura de su confianza; pero el silencio avergonzado de la gente expresa un inocultable sentimiento de culpa de esta sociedad isleña. Tras la renuncia del Señor Peres, El nuevo presidente de la junta colegiada de gobierno, Don Juan de Morelos, expresó así el sentir nacional “Está visto que aún nos falta mucho por aprender. Quiera Dios, o por la minoría, la naturaleza, que mi patria algún día sea digna de volver a formar parte de la Argentina que todos queremos” Por el bien de esta Patria Grande de la Melanesia, nosotros nos sumamos esperanzados a su deseo. Así sea. Viaje al asteroide del General El primer día del año 1998 amaneció gloriosamente despejado. Mirando la mañana desde el balcón de su casa, el subsecretario de Ciencia y Técnica de la Municipalidad de Berazategui, el doctor Juan Otto, se dijo que ese sería, en fin, otro día peronista. Contento como estaba, decidió conectarse a Internet para ver qué se decía en los círculos científicos sobre el clima venidero. Enchufó el módem, abrió el Netscape y se puso a esperar que cargara la página del Yahoo. Entre los resultados de su búsqueda climática, por capricho del buscador, obtuvo un enlace muy interesante hacia el sitio de efemérides astronáuticas que publicaba la revista digital argentina “Axxón”, especializada en ciencia ficción. Y allí, en medio de los ocultamientos y conjunciones, bien situado en medio de noviembre, estaba el notición del año: el asteroide 8230, “Perón”, completaría en noviembre su mejor aproximación a la Tierra en miles de años. Juan Otto salió corriendo de su casa a ver al jefe comunal. Lo encontró tomando mate con el guardia del estacionamiento. La primera sorpresa para el Intendente fue que el General Perón tuviera un asteroide consagrado a su honra, la segunda fue que nadie más lo supiera. “¿Vos estás seguro, Juancito?”, preguntó el alcalde de Berazategui. “Lo dice Internet”, aseguró el subsecretario. “Vení conmigo” dijo el intendente. Pegó una chupada sonora al mate, agradeció al Guardia y se llevó a juan Otto a su despacho. Los acontecimientos se sucedieron en forma vertiginosa. Luego de una semana de intenso trabajo y consultas de todo tipo, se convocó una reunión secreta del gabinete municipal y los ediles justicialistas. La mayoría tuvo que suspender sus vacaciones en la costa para regresar ese martes de enero a la ciudad castigada por el calor insoportable del estío. Se reunieron a la noche, en el Salón de la secretaría de protocolo y Ceremonial, único sitio con aire acondicionado en todo el palacio municipal. Allí, el querido Intendente se dirigió a sus seguidores. “Compañeros, amigos míos: el asteroide Juan Domingo Perón pasará cerca de nuestro planeta a fin de este año. Vamos a mandar a ese planetoide una nave espacial y pondremos en su superficie inmaculada una placa recordatoria en homenaje al líder. Elegimos hacer esto no porque sea fácil o porque nos venga bien, sino por todo lo contrario, porque es difícil: un desafío a nuestro genio y voluntad. Antes de que termine este año, pondremos el nombre de Berazategui, de esta comunidad y de su Intendente en ese asteroide. La lista de quienes quieran acompañarme en esta empresa sin precedentes será grabada en metal y brillará por toda la eternidad, ya que en el espacio no hay óxido.” Lo que sucedió a continuación de los diez segundos de asombrado silencio fue un ciclón de ideas y movimientos que se tranquilizó recién hacia mediados de julio de ese año. Para ese entonces, la maquinaria del poder oculto pero imparable del municipio de Berazategui, capital nacional del vidrio, ya había logrado asegurar la misión espacial destinada a conmover a todo el movimiento justicialista y al mundo. Todo se hizo a pulmón y con el trabajo desinteresado de decenas de voluntarios quienes, guardando el más absoluto secreto, movieron influencias, pagaron sobornos y hasta chantajearon a funcionarios de toda la nación para lograr el objetivo. El resultado fue que la Universidad Tecnológica Nacional grabó la placa y adaptó el impulsor del cohete que la llevaría al asteroide 8230 en una trayectoria cuidadosamente planeada. El cerebro detrás la intensa matemática necesaria para la proeza fue un astrónomo paraguayo, Plutarco Menéndez, que le debía unos pesos al cuñado del Intendente por unos fuegos artificiales que vendiera accidentalmente húmedos, malogrando así el final de un épico recital de Ramona Galarza. Todo el personal municipal se vio contagiado del furor por sumarse a la aventura espacial. El tráfico de influencias y la venta de lugares en la lista para poner el nombre en la placa de bronce pronto hicieron peligrar la propia viabilidad del proyecto. “si esto sigue así, jefe, la placa no cabrá en el cohete” advertía Juan Otto, devenido en responsable de la noble empresa. Hubo que realizar un sorteo en el bingo de Berazategui, dedicado por una noche exclusivamente a la tarea de asignar lugares en el bronce a los entusiastas que accedieron a oblar un jugoso aporte a la causa. Así se logró financiar el gasto del armado del cohete. Todo fue bien hasta que se probó el impulsor en el campo de la fábrica Sniafa. El territorio sigue declarado, aún hoy, treinta años después de aquel intento, como tectónicamente inseguro. La explosión del cohete arrasó unas doscientas hectáreas de bosque subtropical, rompió todos los vidrios de los barrios aledaños y catapultó una chimenea abandonada cuyos escombros cayeron en el distante Río de la Plata, aguas adentro. Hubo gente herida a bordo del vapor de la carrera, que llevaba pasaje a Montevideo y hubo de volver a puerto, ya que continuar la travesía, la gente habría caído presa del pánico en aquella época de revoluciones frecuentes y asonadas militares. Una vez pagadas algunas indemnizaciones y silenciado bastantes bocas, el dinero remanente no alcanzaba para pensar siquiera en un segundo intento. Además, todo el instrumental y el equipo auxiliar habían resultado destruidos en la explosión. Tampoco se hallaron nunca los restos de la única víctima, el astrónomo guaraní que pagó con su vida un lugar en el agradecimiento y la memoria del pueblo que alguna vez, sin querer, decepcionó. Cuando todo parecía perdido sin remedio, volvió la esperanza. Un ingeniero que trabajaba en la compañía satelital Limpsat, ex chofer de la línea municipal de colectivos, la 603, había logrado acceder al software de la misión espacial Europea que pondría en órbita en apenas un mes a un satélite de comunicaciones. Este personaje, cuyo nombre se mantiene aún en el anonimato, dijo que podría desviar el satélite que la multinacional lanzaría en octubre y usarlo para meter la sonda de contrabando en el mismo cohete. Cuando el satélite alcanzara su órbita definitiva, la sonda escondida en el interior, del cual se había removido secretamente un pack de baterías, se lanzaría por sí misma hacia el preciado asteroide. Los esfuerzos se sumaron de todos lados y, finalmente, se llegó a un plan de misión secretísimo y originalmente prometedor. Algún rumor se filtró, porque el Palacio Municipal fue asaltado furtivamente en dos ocasiones, las cuales quedaron registradas oficialmente como “intento de robo”; aunque todos sospecharon de la impotente mano de la CIA que desesperaba por encontrar datos sobre la misión espacial secreta del municipio. Finalmente se llevó a cabo el lanzamiento, presenciado por las autoridades municipales en la Guyana Francesa, aunque los trece funcionarios, incluyendo a Corina Freites, la secretaria privada, tuvieron que disfrazarse de nativos para no levantar sospechas ante las autoridades del centro de lanzamiento, ubicado en medio de la selva ecuatorial. En teoría se estaba poniendo en órbita un satélite de comunicaciones privado, pero no bien se separó del impulsor principal el cohete Ariane, el vehículo experimentó una anormalidad que en tierra se interpretó como un mal posicionamiento sin remedio alguno que llevaba a la nave en una órbita excéntrica. En realidad, la misión espacial berazateguense había comenzado. La misión fue todo un éxito e incluso el Intendente llegó a recibir un telefax con la fotografía del asteroide en el momento en que la sonda hizo impacto, levantando una casi imperceptible estela de polvo. Se convocó a la prensa para hacer el anuncio al día siguiente, puesto que el mundo, pero en particular cada vecino de Berazategui, merecía conocer la proeza científica y técnica de un municipio que podría parecer al ojo desprevenido una ciudad más del conurbano bonaerense, pero que en realidad era la cuna de una nueva humanidad, noble, cristiana, pero sólidamente científica y sobre todo, justicialista. Juan Otto estuvo inicialmente de acuerdo y se mostró entusiasmado, pero al día siguiente era otra persona. Algo durante la noche o la madrugada le había cambiado el ánimo por completo: llegó apresuradamente para detener el anuncio con el argumento de que Limpsat podría hacer juicio por su satélite perdido y el municipio no podría afrontar la indemnización. Nadie le quería hacer caso, pero el subsecretario fue tan persuasivo que, finalmente, se decidió mantener todo en secreto hasta que en un futuro el supuesto crimen proscribiera. El Intendente se contentó con la foto del impacto de la sonda y la copia hecha sobre carbónico de la placa recordatoria que ahora adornaba la superficie del asteroide del General. Quienes lo han visitado en su despacho juran que las conserva en una vitrina, sobre terciopelo azul. Los envidiosos de la vecina ciudad de Quilmes han lanzado últimamente una falsa cadena de email, diciendo que el asteroide 8230 en realidad se llama Peroná, con tilde en la “á”, en honor a un personaje del carnaval veneciano, y que la computadora del Dr. Otto, quien presumía de moderno porque navegaba por Internet, carecía de una placa gráfica adecuada y por eso no mostraba las vocales con tilde, dando lugar al equívoco que llevó a Berazategui al espacio. Nadie le dijo nunca nada al Intendente de esa versión poco probable. Cierto o no, ningún asteroide, que al fin y al cabo así como vienen se van, logrará eclipsar el brillo de los triunfos astronáuticos del pueblo. Berazategui, a diferencia de otras superpotencias del globo, aún no ha clausurado su incipiente carrera espacial. Que sirva de ejemplo. La situación gravitatoria en Berazategui La historia de la ciencia está recorrida por otro relato siempre paralelo y subterráneo, un lugar donde las fronteras del mundo científico se desdibujan y se pierden. Sean los experimentos de algunos alquimistas serios, como Avogadro, o los nunca bien descriptos avances del genial Tesla, lo cierto es que la actividad científica oficial ha tenido siempre un lugar para la subversión. A ese lugar sombrío y reprimido pertenecen los episodios nunca terminados de precisar, como la terapia con crotoxina, la fusión fría o la gravedad positiva. Emblema de la ciencia del tercer mundo, siempre con el handicap de su origen y la oposición de los intereses de los países centrales, la investigación malograda sobre las posibilidades de la gravedad positiva aún perdura en la memoria científica de la patria. Repasemos brevemente el concepto: Desde los días de Newton, el mundo sabe que entre los cuerpos dotados de masa se ejerce una atracción gravitatoria, es decir, una fuerza que arrastra los objetos hacia un centro de masa común. La teoría newtoniana sobre la gravedad fue ampliada por Einstein, quien la incluyó en su descripción del espacio tiempo como continuo donde se manifiesta esta fuerza peculiar. A pesar de los esfuerzos realizados, nunca se pudo explicar del todo la naturaleza de la gravedad, ni tampoco se pudo detectar una hipotética partícula de intercambio, el gravitón, que la transportaría a través del universo. Sin embargo, los baches de la teoría gravitatoria estándar pudieron haberse salvado por el trabajo de dos sabios vecinos de la ciudad de Berazategui, según se puede reconstruir de la investigación histórica de la escasa y joven ciencia berazateguense. En efecto, habría sido por los años sesenta cuando el profesor Dinelli, vecino del barrio de los monoblocks y habitué del bar “Moreno”, diera forma a la idea que le diera el dueño de la modesta casa de refección, entre copa y copa de Hesperidina. “Moreno”, como se conocía al italiano de edad indefinida cuyo verdadera nombre era Pier Luigi Canazzotti, quien juraba haber sido ingeniero en Italia hasta ser expulsado por los nazis, tenía sus propias ideas sobre la gravedad. La ayuda del profesor Dinelli, quien a la sazón impartía clases de Análisis Matemático en el Instituto Politécnico, joya pedagógica del municipio, aportó el elemento que faltaba para darle forma científica a las indudablemente geniales elucubraciones de Moreno sobre una de las fuerzas fundamentales del universo. Era una tarde de diciembre. En los lejanos Estados Unidos de América los astronautas daban los primeros y tímidos pasos en su larga carrera hacia la Luna, cuando Moreno sentenció una frase que luego se haría famosa entre el reducido círculo de acólitos a la física teórica de Berazategui. El testigo de aquel momento histórico fue Hernán Domenech, un alumno de cuarto año encargado temporalmente, cual un moderno Juan Grillo, de acompañar al profesor Dinelli durante los mediodías para que retornara a horario, y en lo posible sobrio, al dictado de sus clases de la tarde. Toda la concurrencia del bar, es decir, el profesor, el joven estudiante y el mismo Moreno, estaba atenta al televisor Admiral cuya pantalla verdosa mostraba el celeste y negro la transmisión del interior de una nave Apollo en órbita alrededor de la Tierra. Los astronautas acababan de cumplir un hito importantísimo: habían logrado acoplar la nave espacial con un módulo lunar. Con ese ensayo, la carrera hacia la Luna estaba asegurada. —Impresionante —dijo Dinelli, degustando un sorbo de aperitivo. —¿Sabe lo que pasa, Dinelli? —dijo Moreno, saliendo detrás de la barra y soltándose el delantal blanco—. La están pifiando. —No sé… —La están pifiando —repitió Moreno, dándole énfasis a sus palabras con una sonora cachetada que le propinó al televisor, arreglando de esta manera, rústica pero efectiva, el sincronismo del vertical. —¿Usted dice por el acoplamiento? Si no practican con eso nunca van a poder llegar a la Luna. —No, la están pifiando con los cálculos, largándose así… —Moreno arrojó el delantal sobre el mostrador, indignado. —¡Pero está todo calculado! Yo miré los elementos orbitales y la transferencia de Hohmman; parecen buenos… —Olvidesé. Tarde o temprano van a tener que utilizar una inyección translunar, con un encendido adicional. Y ahí se les va a caer todo. —Más a mi favor —dijo Dinelli—. Justamente, si hacen una inyección translunar, pueden corregir la trayectoria cuando quieran, es más seguro inclusive. —Se la van a poner de cabeza contra el Mar de la Tranquilidad —dijo Moreno, arremangándose la camisa de rayitas azules y blancas. Ya había comenzado a transpirar. El profesor Dinelli apartó bruscamente el vaso y la botella de Lusera de la mesa, tirando algunos palitos salados al piso. Sacó una regla de cálculo de su saco y un cuaderno. Se puso al buscar el lápiz en el bolsillo de los pantalones cuando Moreno lo interrumpió. —Deje, profesor… no se gaste. Sus números darán bien, pero los tres pobres tipos que manden a la Luna se terminarán haciendo puré. En la NASA están tomando mal el valor de la gravedad. —No entiendo… —Están tomando mal el campo gravitatorio —dijo Moreno, meneando la cabeza con lástima—. El vector es positivo, pero aún no se dan cuenta. —Moreno, usted me dice que las los valores de G son positivos para el sistema de referencia… ¡El resultado es el mismo! —Con la corrección relativista se va a los caños, creamé. —Pero igualmente, es imposible considerar positiva a la gravedad… eso significaría que los cuerpos se repelen —dijo Dinelli, algo amoscado. —Y sí, es la verdad… se repelen. —¡Mire! —dijo Dinelli, sujetando su vaso a la altura de la frente, con la actitud desafiante de quien podría soltarlo en cualquier momento. —Miro y le digo: ese vaso está siendo repelido por la Tierra. El profesor miró el vaso, pensó un segundo, decidió tomarse el contenido que le quedaba y luego lo volvió a alzar frente a su cara. Entonces lo soltó. El cristal templado de Rigolleau rebotó contra el piso, hizo un par de piruetas y terminó enterito debajo de una silla. —La tierra no parece repelerlo mucho —dijo Dinelli, volviéndose a sentar, quizá algo defraudado por la renuencia del vaso a coronar con un merecido estallido su brillante demostración. —Usted se olvida de algo. Mejor dicho, desconoce algo —dijo Moreno, aporreando una cubetera demasiado fría para liberar los humeantes cubitos de hielo. —A ver, cuentemé. —La repulsión del espacio. —Nunca oí hablar de eso. —Lógico, pero existe. —¿Y usted cómo lo sabe? —Mire, en Milán ya lo teníamos medido y todo, siempre en secreto, pero cuando llegaron los alemanes tuvimos que quemar todos los papeles. —La repulsión del espacio. —Sí —dijo Moreno, escanciando un poco de Cinzano para su propio consumo—. ¿Va a querer salamín? —Dele —dijo Dinelli, como quien perdona. —Bueno, la cosa es así. —Moreno empezó a forcejear con la piel rebelde de un embutido demasiado seco—. El espacio repele los cuerpos masivos. Ése es el vector correcto de la gravedad, el positivo. Un cuerpo planetario aislado en el universo infinito recibe una repulsión pareja de todas las direcciones. Ahora, la puta que lo parió, casi me corto un dedo… bueno, ahora ponga otro cuerpo similar, pongalé a un millón de kilómetros. — Moreno consiguió pelar dificultosamente una porción comestible de salamín. —Se atraen. —Sí, aparentemente se atraen pero no porque se quieran, ¿me explico? La gravedad universal los empuja uno contra otro porque los dos cuerpos… —¡Se hacen sombra! Se apantallan entre sí… — interrumpió Dinelli, como despertando de un sueño. —¿Vio? ¿No está claro? No los une el amor, sino el espanto —dijo Moreno para la inmortalidad. Su frase calaría hondo no solamente en la ciencia local sino que llegaría a ser inspiración del inmortal Jorge Luis Borges, frecuentador secreto del bar Moreno. —O sea que, según usted, todos los cuerpos se repelen, pero se atraen porque es mayor la repulsión del espacio. —Exacto. La materia es opaca a la gravedad. Por eso hace sombra. —Pero. perdonemé, su teoría no explica un sistema de n-cuerpos. —¿Ah, no? Haga la prueba, hagalá —pronunció Moreno, como pudo, mientras masticaba una rodaja de salame. El resultado fue que esa tarde Dinelli no dio clase, sino que se dedicó a llenar un pizarrón con tensores, ecuaciones diferenciales y cálculos tan diversos y exóticos que sus alumnos no osaron interrumpir su repentino fervor. La conclusión era tremenda: Moreno estaba, básicamente, en lo cierto. Los profesores de matemáticas, física y aún los de química se dieron cita en el aula para verificar los resultados. Todos terminaron convencidos, si no de la realidad, por lo menos de la coherencia del modelo Moreno de la gravedad. La conclusión era unánime, la verificación definitiva debía hacerse en órbita, pero si los cálculos eran ciertos, había que hacer algunas correcciones mínimas en el plan orbital para poder enviar una nave a la Luna. Nadie apostaba por la incidencia del error en un viaje de menos de un millón de kilómetros, pero la opinión unánime era que debía investigarse. Se adaptó el laboratorio de física del Instituto Politécnico de Berazategui para hacer las calibraciones de todos los aparatos que intervendrían en la medición de la magnitud más insospechada del siglo: la repulsión gravitatoria. Pronto fue evidente que el andamiaje necesario para la fase experimental excedía la capacidad del reputado colegio. Se involucró entonces al flamante Club Ducilo, quien donó temporalmente un tinglado para instalar un laboratorio. Mientras tanto, la urgencia de la hora convenció a Dinelli de la necesidad de advertir cuanto antes tanto a la NASA como a la agencia espacial soviética sobre el peligro que afrontaban al seguir la carrera especial desconociendo el factor imprevisto de la verdadera naturaleza de la gravedad. Se juntaron en el bar de Moreno el profesor Dinelli, sus compañeros docentes y el alumno Domenech, joven privilegiado por la fortuna que lo puso nuevamente en ese día al frente de la misión de mantener sobrio a su profesor. Allí, reunidos alrededor de una picada con vermouth, los científicos de Berazategui escribieron una comunicación del mismo tenor que aquella redactada por Einstein y sus colegas en ocasión de advertirle al presidente Roosevelt sobre la necesidad de construir la bomba atómica. Al finalizar el tipeo, hecho en una máquina de escribir prestada por la Municipalidad y traída en brazos por el joven Domenech, el grupo de entusiastas cayó en la cuenta de que no conocían a nadie en las filas de la NASA ni mucho menos tras la cortina de hierro. ¿A quién debían enviar las cartas? La desazón casi desarma la iniciativa, pero la suerte, nuevamente, se encargó de volver el tren a la vía del éxito. El joven Hernán Domenech recordó que un vecino del monoblock, el señor Martínez del departamento 5, en breve viajaría a los Estados Unidos de América. Quizás él podría hacer la gestión de entregarla en la NASA. —Es lo mismo que enviarla desde acá… Estados Unidos es grande. Se va a perder —discrepó uno de los contertulios. —Bueno, pero el tipo ya estará allá. Por lo menos le resultará más fácil. —Yo tengo idea de que hay una sucursal de la NASA en todas las ciudades importantes. —En Houston hay. —En California, también. Pronto se aceptó la idea de Hernán, es decir, mandar la carta por el vecino que viajaría a Nueva York el mes entrante. El domingo, cuando Hernán se encontró con su vecino y le explicó el plan, el futuro viajero aceptó de inmediato una comisión tan importante, más que nada porque conocía a la familia del joven emprendedor y educado a quien pretendía secretamente de yerno. De todas maneras, la gestión fue breve, porque quiso la casualidad que el señor Martínez mencionara el asunto en la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, en ocasión de retirar su visa. En ese momento los representantes estadounidenses le pidieron la carta y le aseguraron que llegaría en menos de tres días al director de la agencia espacial norteamericana. Un problema solucionado, pero aún faltaba advertir a los rusos, dado que si bien ellos eran mucho más reservados que los americanos con sus planes espaciales, aún cabía la posibilidad de que enviaran una misión tripulada a nuestro satélite. Al día siguiente un hombre alto y rubio llegó en un costoso vehículo negro al bar de Moreno, donde se identificó como un miembro de la embajada soviética y pidió el ejemplar de la carta que le correspondía a la URSS. Por casualidad, el impresionado Moreno había conservado la copia carbónica en el cajón de la registradora. Se la entregó de inmediato y el fornido visitante se lo agradeció con un beso en cada mejilla, retirándose inmediatamente sin decir más palabras. Ya cumplido el deber humanitario de comunicar el descubrimiento a los principales involucrados, restaba la verificación experimental para completar la comunicación científica. Para eso se consiguió el auspicio de la fábrica Vianinni, quien donó su planta de fabricación de pilotes de fibrocemento para la instalación de los detectores que habrían de medir la gravedad repulsiva del espacio. Así se edificó un complejo en los campos aledaños al tambo de Barzola. Este moderno centro experimental estaba comunicado por un túnel con el tinglado del Club Ducilo. Los pilotes se colocaron a lo largo del túnel conteniendo una masa exactamente medida de plomo puro. La desviación gravitatoria medida en una longitud dada operaba como un campo gravitatorio plano que de esa manera podría compararse con el campo gravitatorio terrestre y verificarse si el desvío esperado era aumentado o disminuido por la acción repulsiva antes que atractiva del espacio vacío. Los resultados estaban prácticamente verificados cuando Moreno recibió la visita de un funcionario de la NASA. El apuesto americano fue convidado con una picada improvisada luego de la cual fue invitado por el mismo Moreno a visitar las instalaciones del experimento. Luego de colaborar entusiasmado en el empuje de la renoleta del barman, el científico yanqui se dejó conducir por una avenida mitre que encontró muy parecida a las autovías de la Florida. Minutos después, llegaban al secreto bunker del Club Ducilo. Allí, el extranjero agradeció la recepción recibida a todo el personal reunido, un grupo que había llegado a sumar veinte voluntarios en pos de la ciencia. A cada uno le repartió un ejemplar de la carta de agradecimiento del director de la agencia espacial y un escudo de la misión Gemini firmado por los astronautas. Sin dar nombres, aludió a los oscuros intereses de “otras potencias” que querrían sabotear este avance y pidió mesura para tratar el tema así como discreción en los descubrimientos. Felices por el encuentro, los emprendedores científicos volvieron al trabajo que se había convertido en la segunda actividad, si no la primera, de todos ellos. Lamentablemente, la catástrofe acechaba a la espera de asestar el zarpazo demoledor a los sueños de esta gente apasionada. Por un lamentable error de planificación, el túnel pasaba demasiado cerca del primer ducto cloacal que llevaba los escasos pero intensos desechos de la joven ciudad a la planta colectora de la rivera. Una rotura imprevista del caño provocó la inmediata inundación del túnel del experimento con las aguas servidas. En un segundo, miles de envenenados hectolitros de líquido oscuro se precipitaron hacia las entrañas del complejo científico. Si bien nadie perdió la vida, hubo que lamentar varios heridos y sofocados. Los bomberos tardaron un día entero en liberar a la última víctima, una joven alumna del politécnico llamada María Laura Pérsico, que había quedado encerrada en un tanque de fibrocemento repleto de materia fecal. Un psicólogo de la policía había convencido a la desesperada científica de no quitarse la vida con un trago fatal de bismuto radiactivo y esperar en cambio el auxilio que estaba pronto a llegar. El colapso del túnel sepultó toda esperanza de recuperación, puesto que no hubo tiempo de rescatar el costosísimo instrumental que se había sacado a pagar de una proveeduría científica de la calle Córdoba. Ya repuestos del susto y las heridas, el grupo de científicos berazateguenses se hizo presente en el predio para ver cómo los camiones municipales, cargados de tierra, sepultaban literalmente el peligroso complejo subterráneo y con él, las esperanzas científicas de una comunidad apesadumbrada. El tiempo implacable pasó como un soplo arrastrando años y décadas como hojas de otoño. Dinelli se jubiló como profesor, el joven Domenech se fue a los Estados Unidos y finalmente llegó a trabajar en la NASA como encargado de pintar de la torre de lanzamiento del trasbordador. También logró desposar a la hija del señor Martínez y terminó viviendo con su suegro en La Florida. Moreno siguió al frente de su bar durante unos cuantos años. Luego lo vendió cuando ya su salud no le permitía atenderlo. Los papeles que conservó finalmente fueron analizados por computadoras en el centro de cálculo científico de la Universidad de La Plata, cargados allí gracias a la gestión de aquella jovencita salvada de milagro del accidente, por entonces devenida en Secretaria de Ciencia y Técnica de la comuna. Los datos rescatados del experimento eran parciales y nada definitivos, pero alcanzaban para mostrar una anomalía que se escapaba incluso de la hipótesis de la gravedad repulsiva. Los datos parecían confirmar a Moreno, pero insinuaban algo más que no terminaba de esbozarse, pero que de todas maneras impedía verificar la teoría. La última vez que Dinelli fue a visitar a Moreno al hogar de ancianos de la calle 21, ambos se abrazaron entre lágrimas. —¡Qué cerca estuvimos, profe! —recordaba el viejo barman. —No hay que lamentarse, Moreno. Usted tenía razón y ya se demostrará. Estaban juntos cuando vieron y escucharon por el Discovery Channel, esta vez en el televisor color con sonido estéreo, la noticia de la revolución que se había producido en las teorías cosmológicas a raíz del descubrimiento de la materia oscura, que causaría las anomalías medidas en las constantes fundamentales del universo. —¿Vio, Moreno? ¡La materia oscura! —Sí. La misma que nos cagó a nosotros, profe. Ambos próceres callaron pensativos, mientras nuevas voces emprendían la eterna aventura de describir nuestro misterioso mundo. La industria automotriz en Bera 5 El quinto planeta del sistema N3W87, también llamado Bera 5 posee solo dos continentes habitados. La especie inteligente de Bera 5 es un bípedo antropoide cuya población se concentra en el continente sur, una planicie fértil donde florecen múltiples formas de vida. A pesar de la diversidad de la vida de la galaxia, los beranianos comparten una costumbre muy específica con la lejana humanidad que habita el sistema solar. Los Beranianos aman los autos. Todos ellos son lo que podría denominarse “Fierreros”. Cada habitante adulto del continente sur de Bera 5 tiene un auto, sin excepción. La industria automotriz allí es la principal actividad económica. Pero no se fabrican tantos autos como cabría suponer. Cada pieza es una muestra exquisita de la ingeniería, confeccionada con los mejores materiales y terminada a mano. Quizá su característica más notable sea la durabilidad. Los beranianos hacen autos prácticamente eternos. Lejos de fabricar el chasis con materiales corrompibles, utilizan sustancias de difícil degradación que duran eones sin romperse ni fatigarse. Otra característica notable es que los autos beranianos son modulares y convertibles a un grado extremo. La mayor parte de las personas compra un auto completo una sola vez en la vida. Ese auto sufrirá miles de modificaciones y actualizaciones, pero difícilmente sea reemplazado en su totalidad. Hay caso de gente que tiene unidades que datan de la época del petróleo, ahora reconvertidas para rodar gracias a la energía provista por el amplificador de incertidumbre. Hay autos solares, eólicos, sintonizadores de cuerdas viajeras y algunos movidos a energía oscura. El beraniano típico es un gran consumidor de autopartes de repuesto, las cuales utiliza para hacer modificaciones constantes de su automóvil. Con pocas horas de labor, por ejemplo, cambian el aspecto interior y exterior de su coche para que se parezca al móvil de un superhéroe de cómic. Ávidos consumidores de la literatura terrestre, es frecuente que los beranianos conduzcan por las coloridas autopistas de Motorcity a bordo de réplicas locales del Batimóvil, el furgón de Brigada A o la cupé de Starsky y Hutch. También suelen verse réplicas de vehículos históricos, como el Halcón Milenario y el Ala X. Cualquier lector que tema de pronto por la cantidad de accidentes que ocasionaría esta diversidad de formas debe tranquilizarse: No hay accidentes de tránsito en Bera 5. Los autos de ese planeta están diseñados para nunca sobrepasar la velocidad máxima permitida en la calle, pista o ruta por la que ruedan. Debido a éste y otros controles, es prácticamente imposible tener un accidente de tránsito en Bera 5. Sus autos son los más seguros del universo, pero las publicidades televisivas apenas lo mencionan. Nadie en su sano juicio compraría un auto peligroso y por lo tanto, la seguridad es algo que se da por entendido. ¿Cuál será entonces el argumento de venta preferido por los publicistas a la hora del marketing? Las empresas automotrices apuntan más que nada a las ventajas técnicas de los diferentes modelos: economía de consumo, respeto por el medio ambiente, belleza artística de su configuración básica, comodidad y algo que es difícil de traducir al lenguaje terráqueo, pero que viene a ser el grado de religiosidad con la cual el auto fue fabricado. Esta característica está dada por la felicidad y plenitud de comunión cósmica que experimenta el trabajador a la hora de confeccionar el auto. Los consumidores últimamente se inclinan más a comprar unidades cuya fabricación ha hecho más feliz a la gente. Claro que volcar todos esos aspectos en una propaganda televisiva o radial lleva bastante tiempo. Una publicidad típica dura entre cinco y quince minutos terrestres, pero pueden extenderse hasta una hora. Las propagandas se pasan una vez por semana en horarios previamente anunciados en las guías de los canales. A nadie en Bera 5 se le ocurre pasar avisos comerciales fuera de los horarios acordados; mucho menos la locura de interrumpir sorpresivamente una película de submarinos con una publicidad no deseada por el espectador. Una vez, un publicista terráqueo viajó a dar una conferencia en Motorcity. Los Beranianos lo escucharon extasiados hasta que el pobre hombre tuvo la mala idea de mostrar unas fotos de los autos terrestres. Inmediatamente surgió la confusión y luego siguieron las preguntas: “¿Cómo es posible que usted venda autos con el argumento de que son un Una Expresión de tu Personalidad cuando los autos son de color gris?” “¿Qué clase de comprador podría elegir ese auto color negro con cara de perro malo?” “¿Por qué un auto debe ayudar al comprador a conseguir parejas sexuales?” o “¿Ustedes no le venden autos a las mujeres?” y cosas así. Fue la última vez que invitaron publicistas terráqueos. Para la gente de Bera 5, el auto es fundamentalmente una herramienta para trasladarse de un lugar a otro, cosa que hacen constantemente, ya sea por trabajo o vacaciones. De hecho, las utopistas hacia los lugares de veraneo situados en el montañoso continente norte suelen verse saturadas de automovilistas durante todo el año. En el norte los esperan los pocos beranianos de a pie en el planeta. Efectivamente, los habitantes norteños no usan autos para nada. Muchos atribuyen esta prescindencia a la tortuosa geografía del continente boreal, repleto de montañas, ríos, dunas y las pequeñas playas casi inaccesibles del celeste mar ecuatorial. En un territorio así es más eficiente caminar o navegar por agua. Sin embargo la razón de la falta de autos suele ser mejor explicada por los mismos norteños. ”Nosotros ya hemos llegado donde queríamos ir” suelen decir con una sonrisa. Nuestra misteriosa galaxia no deja de sorprendernos. La nave de los sueños Al final, el Jedi compró el auto. Fue sin querer. Resulta que fue y le prestó la plata a un amigo. Y el amigo le devolvió un auto. El jedi medio que se asustó cuando escuchó la propuesta: “Te pago con un coche.” Después los jedis de la cofradía de Berazategui le aclararon que no usaba caballos para funcionar. Hay ciertas versiones de la enciclopedia galáctica donde el sistema solar ni figura. Es decir, hasta donde se sabe, en ninguna. Así que no es raro que el jedi estuviera medio confundido sobre coches y autos. Y a lo mejor esto explica el resto. Porque, según lo que el jedi siempre decía, él no quería tener auto. “¡Loco, pero por veinte lucas te llevás una nave!” le dijo su amigo. Y a su manera, algo de razón tenía. Veinte Lucas es una buena parte del producto vital del Jedi. O sea, la energía que ha invertido en adquirir ese poder de cambio es, por lo menos, interesante. Pero la generosidad de la oferta lo aplastó, le destazó los miedos y le castró todo prurito contra la adquisición de automóviles. El Jedi se subió al auto repartiendo sonrisas. Su amigo lo acompañó en el primer viaje. El Jedi condujo el Renault por las calles de la ciudad bajo la mirada complacida de su compañero. “Te gustó guacho. Decí la verdad!” El Jedi dijo que sí, que la cosa prometía. El confort era estupendo y las ruedas giraban suavemente mientras propulsaban el vehículo hacia una zona despoblada. Cuando llegaron a las afueras de El Pato, se internaron por un camino vecinal que discurría entre campos sembrados de girasoles. “¡Pisalo nomás, vas ver cómo anda! ¡Esto vuela, loco!” El Jedi buscó el botón de ignición, pero no lo encontró. Así que le preguntó a su amigo cómo hacía para despegar. El amigo lo miró. “Pisalo! Apretá el acelerador, nomás” Cuando iban a una velocidad algo excesiva para seguir pegados a la tierra, el jedi volvió a preguntar cuándo despegaría el auto. El amigo le mostró un gesto de preocupación. Le miró la cabeza, más precisamente el punto donde la frente se convierte en cabellera, y luego nuevamente a los ojos. “Cómo que querés despegarlo, animal?” “¿Pero no va a volar? ¿Acaso no es una nave?” Su amigo le devolvió un gesto indescriptible. Ahí se percató el jedi que esa nave plateada no despegaría nunca. Había invertido sus ahorros en un vehículo condenado a arrastrarse por siempre sobre la superficie sólida del planeta. Volvieron en silencio, andando despacio por la ruta 2. Hoy en día suele verse al jedi yendo de allá para acá, manejando su auto. Escucha la radio, lleva amigos a las fiestas e incluso transporta bafles y consolas de sonido. A bordo, todo es sonrisa y diversión. Pero quien presta atención, podrá ver que a veces hay un dejo de tristeza en el festejo. En esos momentos el Jedi se relaja, afloja le velocidad y mientras conduce suavemente por la avenida Mitre, emite para sí un ruido imperceptible con los labios. Simula el rumor añorado de un motor de iones, rumbo a las estrellas. El código lógico argentino Muchas personas suscriben la teoría de que se es humano gracias al habla. Siguiendo esta línea de pensamiento, los delitos contra la lengua serían en cierta medida, delitos contra la esencia humana. En un subsuelo de la lengua, hay una capa basal desde donde se construye el idioma. Ese estrato de roca dura que sostiene la estructura misma de la humanidad fue formada en las profundidades ancestrales del cerebro antropoide y encuentra su representación en la lógica, la rama del conocimiento que regula la forma en que la verdad logra sobrevivir en el habla de los pueblos. El habla hace humana a la horda, pero la lógica es la misma esencia del lenguaje. Así, atentar contra la lógica sería un crimen de lesa humanidad. Está visto que este tipo de delito es penado severamente en las sociedades más adelantadas. Sin embargo, un inexplicable bache legal deja impunes, en la nuestra, a diversos atentados abominables y repetidos. Tal vez por eso los miembros de la secta “Los Segundos Autonomistas de Berazategui” o como se los solía abreviar “La Segunda Fundación” (pues solían reunirse a deliberar en la compañía de seguros homónima), decían haber confeccionado un Código Lógico Argentino. A continuación se resumen algunos de sus puntos fundamentales, a modo de ejemplo. 1) Se prohíbe el uso de los pronombres “Nosotros” y “Ellos”. Las penas aplicables van desde el cachetazo hasta la sofocación mortal mediante la llave Doble Nelson. 2) La mera pronunciación del artículo “los” y su femenino “las” seguido de un gentilicio (“los musulmanes”; “los porteños”, etc.) constituye un delito cuya pena abarca desde el apercibimiento verbal hasta la amputación de extremidades. 3) Se considera un serio agravante el uso no autorizado de cuantificadores previos (“Todos los uruguayos”, “Todas las pendejas del conurbano”; etc.) Esto habilitará al oyente más cercano a propinar un puñetazo al hablante. Tal correctivo podrá ser repetido hasta lograr el silenciamiento del delincuente. 4) La mera comparación temporal entre situaciones sociales (“antes los chorros tenían código, no como ahora”; “cuando yo era borrego, se podía salir a la calle tranquilo”; etc.) que no fuera documentada de inmediato con estadísticas confeccionadas por personas habilitadas, será castigada con la inmersión del hablante en una bañera de Coca o Pepsi Cola y posterior depósito sobre un hormiguero de guerreras rojas. 5) El uso de porcentajes ficticios (“En el noventa por ciento de los trabas es encima, drogón”; “ni el diez por ciento de esas notebooks será utilizada para estudiar”) constituye el delito de falsificación estadística agravada, punible con azotes con una réplica en cuero vacuno del metro patrón. Pero la suerte acompaña al delincuente como una sombra furtiva. El Código Lógico Argentino se ha perdido en alguna oficina ministerial y espera aún el día de su aprobación. Mientras tanto, la humanidad avanza desprotegida hacia una luz por ahora distante. Televisores del mar Apenas había comenzado el mes de octubre del año 1999 cuando una espantosa tormenta castigó con saña la costa del mar uruguayo. Los desmanes abarcaron desde techos y ranchos demolidos por el vendaval hasta varios contenedores mal estibados que se perdieron de un buque en altamar. Luego pasaron dos días de relativa calma, y cuando el sol tímido del tercer día se ponía en el mar del cabo Santa María, una camioneta pick up que corría por la ruta costera que une el pueblo de La Pedrera con la pequeña ciudad balnearia de La Paloma, encendió sus luces. Adentro, solo viajaban dos hombres . - Cargamos gas y listo, nos vamos. No decimos nada de nada. – dijo el conductor - Ni una palabra. – confirmó su acompañante - Aunque nos pregunten… nada, eh? - Por supuesto. Cargamos y nos vamos. Cuando llegaron a la única estación de servicio de La Paloma, el sol se había ocultado completamente y el despachador interrogó mentalmente a las nubes rojizas que se reflejaban en la aguas tranquilas de la bahía. Mientras la camioneta se detenía frente al surtidor, el joven Milton tomó la manguera y dijo a modo de saludo. “Parece que mañana va a parar el viento”. Los hombres respondieron apenas con un movimiento de cabeza y una sonrisa fugaz. “¿Lo lleno, no?”, preguntó el muchacho, a lo que el conductor y su acompañante volvieron a asentir silenciosos. “¿Qué tormenta tuvimos eh? ¡Este invierno se quiere quedar! ¡Y ya estamos en octubre!”. Nuevamente los tripulantes de la pick up asintieron sin decir palabra. Cualquier ignorante de la tenacidad del uruguayo a la hora de conversar podría esperanzarse y creer que ambos hombres lograrían evitar la charla del empleado. Viendo las cañas de pescar, el joven arriesgó. “A ustedes los agarró la tormenta también no? ¿Estaban acampados?” El conductor asintió, el acompañante en cambio negó con la cabeza. ¡Y esos televisores que llevan atrás están empapados! Qué lástima! ¿No tenían para taparlos, no? Cuando la camioneta arrancó y se fue a una velocidad un poco excesiva para las calles desiertas del pueblo, el empleado regresó radiante a la oficina donde el dueño escuchaba, algo aburrido, una retransmisión radial de un viejo partido de fútbol de la liga rochense. “¡No sabe la última novedad!” le dijo - ¿Qué pasó? – respondió el dueño, interesado. - ¡En la Pedrera están apareciendo televisores en la playa! El dueño dejó pasar un segundo. Miró la botella de grapa que guardaba en el estante de los aceites y luego de decidir que no había un faltante exagerado en el contenido, bajó el volumen de la radio y le preguntó al chico. - ¿Cómo que aparecen televisores en la playa? - Sí, los trae el mar. ¡Recién se fueron dos pescadores para Rocha con la camioneta llena! - De televisores… - Sensei - Qué? - Marca Sensei , o Sansei o Sanyo… no, Sansei creo – El dueño lo tomó por los hombros y lo sacudió paternalmente. - ¿Milton, dónde aparecen lo televisores? ¿Te dijeron exacto? - Sí, en La Pedrera, yendo para Punta Rubia a un par de kilómetros desde las rocas grandes. El dueño de la estación miró el cielo, evaluó la claridad remanente y tomó el fanal de mano que utilizaba para sus cacerías. - Milton, escúchame bien lo que te digo. Yo voy a ver qué es esa pavada de los televisores. Tú te quedas hasta que yo vuelva y no le vayas a decir una sola palabra a nadie. Si encuentro televisores, te traigo uno. - Muchas gracias, don Carlos! - ¡Pero ni una palabra a nadie, ojo! - Ni una palabra. Don Carlos sacó su camioneta y arrancó raudo para La Pedrera, mientras el joven Milton quedaba a cargo de la estación de servicio… y del teléfono. El dueño del Ancap estaba llegando ya a la entrada de la ruta al desierto balneario La Pedrera, cuando se vio rebasado por una rauda motocicleta con dos jóvenes que parecían ir en su mismo destino. Cuando don Carlos miró hacia atrás por el espejo retrovisor, la usualmente intransitada ruta veraniega parecía una autopista repleta de faros de autos que lo seguían a una distancia cada vez más corta. Ya llegando a la altura del hotel, fue alcanzado por el pelotón. Estancieras, autos destartalados, más motocicletas y cuanto vehículo se pudo aprontar rápidamente llevaban a una pequeña multitud entusiasta en busca de los ya famosos televisores. De ahí en más, es decir, durante los cuatro kilómetros que faltaban hasta la playa bendecida por el naufragio electrónico, se corrió una especie de rally improvisado que dejó a Don Carlos bastante rezagado y cubierto de arena húmeda, barro y pastos arrancados por los impacientes que salían del camino de tierra para avanzar francamente o por la arena o entre los pastizales costeros. Cuando llegaron, los corredores desmontaron de sus vehículos y enfocaron faros y linternas hacia la playa sumida ya en la penumbra. El primero que logró ver un bulto sobre la arena largó un grito. En seguida todos vieron más de ese maná negro que traían las olas, cientos de televisores flotantes llegaban a la playa envueltos algunos en sus originales bolsas de polietileno, otros aún con el telgopor montado y muchos en sus cajas de cartón. A los gritos y risas, decenas de personas se lanzaron a capturan su televisor. Mientras se luchaba de esa manera contra las olas como quien quita una preciada fruta abrillantada de un pan dulce del mar, los improvisados pescadores eran reforzados continuamente por más habitantes de la Paloma que iban llegando sin pausa. La cantidad de televisores que traía el agua era increíble. Mientras seguía llegando gente desde el pueblo vecino, ya algunos que habían colmado la capacidad del auto o de la moto, decidieron regresar al pueblo para vaciar la carga y retornar luego a la playa en busca de otra tanda de televisores. A toda velocidad volvían por la ruta hacia La Paloma, entusiasmando a los de la mano contraria que intentaban llegar por primera vez a ese lugar dorado donde aparecía el electrodoméstico más deseado por todos. Temeroso de que la zafra de aparatos se acabara antes de que pudiera regresar por más, don Carlos, que ya había cargado todo espacio útil de su camioneta con televisores, comenzó a ocultar algunos televisores tras las dunas. Cuando tuvo una cantidad respetable y un terrible dolor en los brazos, decidió tapar los televisores atesorados con una capa de arena. Mientras tanto, quienes recién llegaban cargaban sus propios televisores y emprendían también el rápido ida y vuelta que se prolongaría toda la noche. Dado el frío imperante y la mojadura que se estaba dando esa pobre gente, se improvisó una fogata en la playa, para darse calor y de paso alumbrar un poco más la noche. Como siempre que los orientales se juntan, inefablemente apareció la bienvenida botella de grapa, que también ayudó a entrar en calor a los pescadores ateridos. Hubo escenas de violencia incipiente. Don Carlos regresó por más y descubrió que su escondite había sido violado y los televisores hurtados. Se puso a increpar al resto de los recolectores - ¡Ese televisor es mío! – le dijo a un veterano señor. - No, es mío… - contestó indignado el hombre - No es de nadie, o alguno compró el televisor? ¡Los estamos robando del mar! – dijo una joven algo compungida que pasaba portando el suyo - Sí, pero cuando se agarra el televisor ya es de uno, y yo tenía seis ahí atrás y ahora me los sacaron! - Eso le pasa por avaro. - A quién le dices avaro, que si no fuera por mí ni se hubieran enterado de que estaban los televisores aquí! Pronto hubo un contado de pelea. Pero ya cuando los participantes se iban a las manos, se oyó el sonido inconfundible del metal abollándose: el primer choque de autos de la noche. Sin dejar de discutir, todos acudieron al lugar del accidente donde dos hombres de pie ante sus respectivos vehículos, se acusaban recíprocamente de haber causado el choque. De uno de los autos bajó Milton, hermano menor del primer conductor. Dispuesto a apoyar el reclamo, estaba a punto de injuriar también él al alocado chofer de la camioneta rival cuando vio descender del lado del acompañante a una muchacha. La niña se había abrigado con una gruesa campera, pero aún así parecía un ángel, una joven walkiria que tenía un largo pelo dorado que resbalaba por las curvas que su busto provocaba en el abrigo. Luego de un segundo, Milton tragó saliva, se creyó capaz de hablar nuevamente y dijo: - ¡Bueno, calmémonos, que no es para tanto! - ¿Calma? Este animal me destrozó la trompa de la meharí. - ¿Tu a quién le dices animal, eh? – desafió el padre de la muchacha. - Por favor, ignore a mi hermano, señor, No ha querido ofenderlo. Estamos un poco nerviosos – dijo Milton, incapaz de evitar llenarse la vista con el pelo de la muchacha, el cual no dejaba de ondear en la brisa reflejando el fulgor de la fogata cercana. - Milton, qué haces aquí. Acaso no te dejé yo a cargo del puesto? – intervino don Carlos - Disculpe jefe, pero tuve que ayudar a mi hermano que quería venir a buscar el también un televisor y no ve bien de noche…. - ¡Ah! ¡Ahí tienes! ¡No ve bien y está manejando! ¡Y luego la culpa es mía! – dijo el conductor de la camioneta. - Ve bien, pero si se pone nervioso entonces pierde la focalidad, y a mí me da miedo de que vaya por ahí y le agarren los nervios… por eso lo acompañé. - Cómo no voy a estar nervioso, si este hombre me cruzó el auto por donde yo estaba pasando! Y yo tenía prioridad - Pero no vés que esto es la playa? De qué prioridad me hablas, muchacho! Pero si no tienes la menor idea de cómo se maneja… - No me importa, tú me has chocado y tienes que pagar. - Calma – repitió Milton. - ¿”Calma” dices? A mí me parece que yo debo despedirte, Milton, porque has dejado el puesto solo – intervino nuevamente Don Carlos - ¡Pero si vino su esposa y se quedó ella! Y me mandó que le dijera que no se vaya a olvidar de llevar un televisor para su suegra, y que se escuche bien que la vieja no oye casi nada. - ¿Quién me va a pagar el auto? ¡Yo no voy a poder cobrar el seguro porque no cubre tránsito por la playa! – dijo el hermano de Milton - Hermano, deja quieto… no ha sido culpa de nadie. Disculpen – Milton se atrevió a mirar a la muchacha también – No es por su culpa, lo que sucede es que se nos frustró la posibilidad de llevarnos un televisor y bueno, eso explica el exabrupto de mi hermano… vamos José, vamos. Ya hemos perdido bastante, el auto y mi empleo, tan necesario para poder completar mis estudios universitarios en Montevideo, pero vayamos, José… que esta buena gente no tiene la culpa de que nosotros no tengamos fortuna esta noche. - Mira Milton, el empleo lo sigues teniendo, por lo menos hasta que me compenses el adelanto que te di para los libros de derecho. Lo que no tienes, por lo visto, es movilidad. Y yo tengo mi pickup llena de televisores. Yo no los voy a poder alcanzar hasta La Paloma - ¡Si es por eso, aquí en esta camioneta hay lugar…! - comenzó a decir la muchacha, ante la mirada sorprendida del padre – nosotros podemos llevarles el televisor. Incluso si quieren venir… - Señorita, se lo agradecemos con todo el corazón, ¿verdad, José? Has visto que todo puede tener una solución? Olvídate del auto, mañana volveremos por él. Ahora vayamos por ese televisor que nos ha prometido. – dijo Milton, sonriendo a la joven de la cual hubiera dado la vida por obtener un solo beso. El día siguiente amaneció despejado y ventoso. Los televisores seguían llegando, pero en el pueblo de La Paloma, comenzaron las decepciones. Primero pasó que algunos incautos intentaron conectar los televisores inmediatamente, logrando desde chisporroteos y silencio hasta explosiones importantes. Enseguida apareció un técnico que Rocha que de paso a buscar sus televisores, les advirtió a los que encontró en la playa que los televisores no iban a funcionar nunca si es que les había entrado agua de mar y sin una conversión que había que hacerles para usar la norma de trasmisión del Uruguay. Fue tanta la demanda que el técnico pidió prestado el local de la churrería del parque Andresito, donde improvisó un laboratorio para las conversiones y ajustes de los televisores rescatables. Así estaba la gente reunida trayendo y llevando televisores cuando apareció un hombre de a caballo, un pescador viejo de la zona del puerto de los botes, hacia el oeste del Cabo Santa María. El Jinete pegó una última chupada a su cigarro y se apeó del caballo. Se tocó el ala del sombrero y preguntó. - ¿Esos son los televisores que andan apareciendo en La pedrera? - Son, sí… - le contestó el técnico. - Y tienen control remoto? - No, no vinieron los controles. - Porque yo tengo un control remoto para eso, si quiere probar. - A ver? El hombre le dio el control remoto, nuevito, enfundado aún en su envoltorio original, bastante sucio, pero se notaba íntegro. El técnico lo sacó de la bolsa, le puso las pilas que venían dentro del sobre y apunto hacia un televisor que estaba probando. Funcionó. El técnico miró a los ojos al viejo pescador y le preguntó: “Cuánto quiere por esto” El viejo encendió otro cigarrillo mientras cerraba un ojo. Echando el humo por la boca, dijo: “Un televisor” - ¿Qué? ¿Un televisor? ¿Por un control remoto? - Usted tiene muchos televisores, pero controles, ninguno. Tal vez no valga la pena tener control remoto de eso. No lo sé, yo ni televisor tengo. Pero me parece que acá hay un montón de botones más que ahí. – dijo el viejo, señalando el frente del televisor donde evidentemente no estaban todos los botones necesarios para ajustar el televisor, los cuales sí estaban en los controles remotos. - Mire, se lo cambio porque me da lástima que usted no tenga televisor, amigazo. Cuando el pescador se volvía a su rancho en la otra punta de la península, el técnico reflexionó sobre dos cosas bastante extrañas: la primera era que el pescador tuviera un control remoto, exactamente el que iba con los televisores. La segunda es que se hubiera llevado el televisor sin preocuparse de no tener otro control remoto para sí mismo…. A menos que sí tuviera. El técnico tomó su celular y llamó inmediatamente a un amigo que vivía cerca de la playa serena. - ¿Juanchi, estás en la vuelta, tú? Ah, mira, cuando te levantes de la siesta, agarras la bicicleta y te vienes por la playa, fíjate si no está trayendo nada raro el mar. Esa misma tarde se confirmó que en las distantes playas del Corumbá, unos seis kilómetros al oeste del faro, el mar estaba trayendo miles de controles remotos flotantes. Para evitar el abuso y el agio, esta vez la junta local envió una delegación que cercó la playa y juntó todos los controles remotos. A la medianoche la paya estaba totalmente limpia y solo quedaban dos viejos ediles de guardia, sentados en sus reposeras y abrigados con mantas, atentos por si venían más aparatos flotando con la pleamar de las tres de la mañana. Al día siguiente, en el salón de la junta local, se comenzaron a repartir los controles remotos, uno por familia. En la esquina nomás, se reunía una multitud de vecinos que hacían todo tipo de operaciones de trueque de controles remotos por televisores o dinero. El alboroto fue tal que no tardó en apersonarse el subcomisario con un agente. Al ver la magnitud del tráfico de mercancía y dinero, disolvió la asamblea popular y advirtió: - Les voy avisando a todos que esos televisores son malhabidos, y que la empresa de transporte ya pidió el rescate, así que pronto vamos a tener que decomisarlos. La desesperación cundió en el pueblo. Las habladurías, y chismes recorrían los lugares donde los vecinos se reunían espontáneamente a deliberar, ya sea el bar, la propia estación de servicio, o el kiosko del técnico. Finalmente terminaron todos en el salón parroquial de la iglesia, que colmó como nunca sus bancas de feligreses espontáneos. Don Carlos incluso cerró la estación de servicio y se llevó con él al Milton, para ver qué se podía hacer ante la amenaza del decomiso. Ya la asamblea era una gritería que ni siquiera el cura podía calmar, cuando don Carlos golpeó la mesa con una botella de grapa, sin llegar a romperla, y dijo: “Acá tenemos que consultar a un abogado que nos defienda, y como nadie sensato va a ir a lo del chupasangre traidor del doctor Estevarena que como sabemos nunca terminó la sucesión de mi madre y por eso no pude vender la chacra lindera a la laguna, ahora perdida irremediablemente bajo las aguas, propongo entonces que se haga cargo mi fiel empleado Milton, que es estudioso de derecho y tan buen alumno que podrá sacar adelante el pleito mejor que cualquiera de esas sanguijuelas de Rocha”. La gente aplaudió entusiasmada. Milton, que solo había rendido dos materias de la carrera y una de ellas era derecho romano y la otra era Inglés, comenzó a tartamudear aterrado intentando convencer a la gente que él no tenía idea de nada de eso, cuando vio entre la multitud la cara pecosa y el cabello rubio de Patricia, que lo miraba sonriendo con ojos de admiración. Entonces el joven se paró sobre la mesa y dijo “Agradezco a mi pueblo la confianza que depositan en mí. Ahora mismo iré a la comisaría a intimar al comisario para que cese en su pretensión, puesto que así como nos asiste la ley de gentes y el derecho del mar, también nuestro derecho como ciudadanos a recoger de la playa lo que el mar nos traiga es inmancillable e irrenunciable.” La gente aplaudió a rabiar a su paladín. Milton bajó dela mesa y trató de abrirse camino entre las palmadas de ánimo y salutaciones de los presentes hasta el lugar donde estaba Patricia. La muchacha apenas lo tuvo cerca le dio un sonoro beso en la mejilla y un abrazo, mientras su padre los miraba complacido. Milton creyó estar volando, cuando por fin alcanzó la calle y se encontró de frente a la comisaría: la gente lo seguía detrás a una respetuosa distancia. El joven tragó saliva nuevamente y concluyó que ya nada podía hacerse para zafar de la situación. De manera que caminó rápidamente para que no se notara el temblor de sus piernas e ingresó a la comisaría subiendo la escalera de entrada en dos grandes zancadas. - Vengo a hablar con el comisario – dijo al agente - El comisario no está. ¿Qué quiere? - Si no está, lo esperaré. Esto es algo que debo hablar con él - Qué pasa, quién me busca? Dijo el comisario, apareciendo por el pasillo que daba a los calabozos. Mientras se acercaba a Milton, el muchacho se preguntó cuándo dejaría de crecer esa mole parecida a la cruza entre un indio charrúa y un ropero de algarrobo. - Buen día señor comisario. Vengo en nombre… me mandan los vecinos para hablar del asunto de los televisores. - Nada que hablar, van a tener que devolverlos todos. Pronto llegará la orden de requisa y voy a tener que pedir la ayuda de la prefectura. – dijo el comisario, quitándose las lagañas. - Bueno, justamente yo le quería hablar de eso… empezó a decir Milton tratándose se imponer sobre el ruido de la radio que acababa de encender el cabo de guardia. – digo… ustedes no tienen televisor acá, no? - No, solo radio, y anda para la mierda – dijo el cabo - ¿Qué le parece, señor comisario, si antes de seguir discutiendo esto, no ponemos un televisor aquí, de los grandes, para que el personal de guardia pueda estar atento y entretenido mientras cumple su deber? El comisario pareció de golpe interesado - No estaría mal. No. Pero igual le digo que… - Y también deberíamos poner uno en el calabozo, para que el detenido tenga posibilidad de entretenerse acostado en su cama y distraer la mente de las tentaciones del delito. - Bueno, claro, somos democráticos. Pero los calabozos son dos. - Ah, no lo sabía – Milton no iba a preguntar dónde estaba ese calabozo extra, pero presumía que sería en Costa azul, precisamente en la casa del comisario. - ¡Que sean tres televisores entonces! - Listo gurí, te traes los televisores y asunto olvidado, y si viene la orden de requisa la usaré para limpiarme el culo. - Gracias señor comisario. – dijo Milton, algo perturbado por la imagen mental que el comisario evocara. Al salir de la comisaría, Milton bajó lentamente por la escalera buscando con la mirada a Patricia. Cuando la vio, levantó los brazos y exclamó: “ganamos” La multitud se le arrojó encima vitoreando, pero él hizo un par de fintas para esquivar a dos o tres entusiastas y logró recibir el único abrazo que realmente le interesaba. Minutos más tarde, sin soltar a la muchacha, se acercó a donde Carlos y le dijo en vos baja que el principal amenazado por la requisa era él, pues era quien más televisores tenía. Don Carlos accedió de inmediato a desprenderse de tres de los mejores aparatos y llevarlos disimuladamente esa noche a la comisaría. La calma volvió al pueblo y esa fue una primavera feliz, repleta de partidos y telenovelas para todos. Luego llegó el verano y los turistas. Luego se fueron y llegó el otoño y nuevamente el resplandor de los televisores alumbró las ventanas nocturnas de las casas del pueblo. Milton y Patricia se casaron en la playa donde se conocieron. Fue una puesta de sol memorable. Curiosamente, nadie les regaló un televisor. No lo necesitaban.