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ENCUENTROS EN VERINES 1993
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
TERRITORIO
Ernesto Caballero
Yo, señores, soy un autor dramático
Que para hablarles debe hacerlo asumiendo el personaje
de autor dramático, y así, ese personaje comienza diciendo
que antes que autor dramático es alguien
que se dedica a la práctica del teatro y que
de vez en cuando también escribe teatro,
y como de vez en cuando escribe teatro
ha sido cortésmente invitado a este encuentro.
Mi personaje declara pues su agradecimiento
y complacencia de estar rodeado de tan admirados colegas
y les confiesa, un poco avergonzado,
que no alcanza a saber muy bien de qué trata
el asunto que titula estas jornadas,
que no sabe muy bien a que alude lo de
EL TERRITORIO DE LAS LETRAS.
Pero puestos a decir algo les diré
(ya desde la primera persona)
que para quién escribe teatro
-literatura dramática, para ser más precisos-,
el territorio de las palabras,
de la letra impresa no es ni más ni menos
que una prodigiosa zona de paso
hacia otros insólitos parajes
(más definitivos)
que comprenden las dimensiones de un escenario.
Con lo cual el texto se convierte
en paisaje y mapa a la vez:
paisaje de lo literario y mapa en lo escénico,
un lío que sólo quienes se dedican
al estudio de estas materias son capaces
de intentar deshacer. A mí me supera,
tal vez debido a una suerte de deformación
que me lleva a leer y a escribir teatro
en relieve, esto es, con perspectiva de puesta en escena.
Esta disposición me obliga a prestar más atención
a lo que callan los personajes por lo que dicen,
que a lo que dicen
o a lo que dicen por lo que callan,
o a lo que pasa con los que ya han hablado y no están,
o con los que todavía no están
pero se ha hablado de ellos,
o con los que van a estar porque se habla de ellos...
en resumidas cuentas: lo primero que distingo
SON SITUACIONES.
Ello es así porque concibo la palabra teatral
Fundamentalmente como acción (azzione parlata
[de Pirondello ),
una palabra que siempre es eclíptica,
portadora de un texto latente, velado, sin el cual
es posible crear buena literatura
pero nunca teatro.
Por ello el autor dramático siempre es el primer actor de su pieza,
ya que mientras elabora sus personajes
no hace otra cosa que sumirse en ese estado
que los actores denominan “ponerse en situación”.
En este ámbito las palabras son sometidas
a un modelado imprevisible, y uno ha de contar con ello:
tonalidad, intenciones, pausas, ironía,
contexto escenográfico, espacial, dramatúrgico;
como de la misma manera se ha de contar
con que se escribe para paranoicos (primero el director
y los actores, finalmente el público)
para quienes nada de lo que pasa o se dice
es inocente: todo es INTERPRETABLE.
Pero sospecho que de este aspecto
participan igualmente otros géneros;
la única diferencia, y no es poca,
es que en el teatro
la recepción se produce de forma colectiva,
y en este acto de comunión con la obra,
sólo ahí es donde podríamos hablar
de un posible territorio de las letras
referido a la literatura dramática.
Todo ello ha de verse sometido a una lógica
estructuración que concibo como el primer peldaño
que hará descender a la obra hasta su materialidad.
porque el proceso de creación teatral semeja mucho
a una carrera de relevos en la que cada corredor,
sin descuidar la concentración en su propia carrera,
ha de tener en cuenta que corre con un testigo
que en un momento dado cederá a su compañero.
En este caso, nuestros obligados compañeros
son los actores y el director.
Y de la misma manera que durante las sesiones de
[ensayos
actores y directores en numerosas ocasiones
se descubren ocupando el papel del espectador,
así el autor dramático se sitúa igualmente en el lugar
de quienes son sus inevitables y necesarios interme[diarios.
Por lo que podemos afirmar, que al menos sesgadamente,
el autor dramático piensa en ellos al escribir.
Esta mirada oblicua que dirige a sus intérpretes
está contenida en lo que algunos estudiosos y críticos
llaman “texto de la representación”, que es una particular
partitura poblada de indicadores de puesta en escena
desprendidos, no tanto de las acotaciones descriptivas,
como del propio diálogo.
Ahora bien, la experiencia me enseña que por mucho
que uno entrevea las posibilidades teatrales
de una determinada escena, cuando ésta comienza
a cobrar forma en el texto escrito, no deja de resultar
una fugaz impresión que lo único que logra
(y no es poco)
es confirmar la existencia de una semilla de teatralidad,
de algo que sólo alcanzo a distinguir
en estado embrionario. A veces ni eso.
Exacerbar estas insinuaciones hasta lograr
la debida expresividad es asunto del director.
éste debe hacer con el potencial teatral del texto
lo mismo que hace con las acciones que despuntan
en los actores: concretar. Sólo reclamo esto,
a pesar de que en ocasiones no resulta muy agradable
someterse al bochornoso trance de que nuestro texto
pierda su apolínea compostura, al abandonar
el edénico espacio de las letras.
Esto es todo lo que sé y todo
lo que puedo exponer conceptualmente,
sin correr el riesgo de meterme en algún jardín
de este espinoso territorio.
Y ahora,
me despojo de la máscara de autor dramático
y trato de acercarme a ustedes un poco
desde mí mismo;
si bien dudo del éxito de este intento
pues sospecho que tras la máscara de autor dramático
que trata de exponer conceptualmente
su particular visión del territorio de las letras,
se esconde una nueva máscara más aferrada aún
que la anterior)
Con todo, allá voy...
No sabía muy bien qué me iba encontrar aquí; sabía que tenía que hablar de una
cosa llamada El territorio de las letras, y que iba a pasar unos días en un célebre
balneario que estaba por Asturias o por León. Después de aceptar halagado la tentadora
invitación del Ministerio de Cultura me pregunté: ¿ Qué puedo contarles yo a unos
señores escritores sobre este asunto? Bueno, me dije, algo saldrá de mi experiencia
como autor teatral que pueda resultarles de cierto interés, ya que, entre otras cosas,
escribo teatro. Así que me dispuse a pergeñar una especie de guión sobre el que
organizar mi intervención, confiando en la suerte de la improvisación buena parte de lo
que tenía que exponerles. De este modo, pensé, todo resultaría más entretenido y, sobre
todo, me sentía capacitado para, de igual manera que el actor, coger el pulso a la
audiencia y despertar su interés. Sin embargo, hace poco recibí la notificación de que
debía presentar mi trabajo por escrito dado que se iba a recoger en una publicación de
Ediciones Cátedra. Entonces volví a preguntarme:¿Qué puedo yo contarles no sólo a
unos cuantos señores escritores, sino a un indeterminado número de posibles
lectores?¡Cuánta responsabilidad, Dios mío!
Y además, al hojear las brillantes
exposiciones de los invitados de pasadas ediciones terminé de deprimirme y de sentirme
absolutamente incapaz de resolver la papeleta.
No obstante, al reflexionar mas detenidamente sobre la causa de mi bloqueo
comprendí que éste se debía al cruce de géneros entre la exposición para ser dicha y el
trabajo para la edición, y esto me llevó a conjeturar una serie de consideraciones
relacionadas con la tan para mí familiar relación entre el texto leído y el texto
representado, si bien toda la reflexión no hacía más que conducirme de forma insistente
al mismo lugar: para mí el territorio de la literatura dramática sólo es en el acto de la
comunicación física, virtual, inmediata y viva con un público, cuando la comunicación
se convierte en experiencia; lo otro no me constituye, por tanto ¿cómo podía especular
sobre este asunto desde la letra impresa? ¿Qué hacer pues? ¿Declinar la invitación?
Demasiado tarde...
Ya que estoy aquí sólo me queda decirles que estoy terminando una obra que
con mucho agrado, si así lo desean, comentaré con ustedes después de mi obligado
mutis. Lleva por título La última escena, y precisamente respira en este territorio de lo
específicamente teatral. Y sin embargo su soporte no puede ser otro que el de las
palabras. Se trata de una búsqueda apasionada que ya Lorca inició con su teatro, y que
le llevó a formular la teoría del “Teatro bajo la arena”. Me había propuesto no citar a
nadie durante esta exposición, pero resulta inevitable terminar escuchando a Lorca por
boca de “su Director” en El público:
Pero algún día, cuando se quemen todos los teatros, se encontrarán en los sofás,
detrás de los espejos y dentro de las copas de cartón dorado, la reunión de nuestros
muertos encerrados allí por el público. ¡Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro!
No vale silbar desde las ventanas. Y si los perros gimen de modo tierno hay que
levantar la cortina sin prevenciones. Yo conocí a un hombre que barría su tejado y
limpiaba claraboyas y barandas solamente por galantería con el cielo.
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