Descargar discurso de la Dra. Soledad Campos.

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Graduación de Medicina 2013
La Facultad de Ciencias Biomédicas celebra la graduación de 66 nuevos médicos. Es un
momento de gran alegría y también de nostalgia. Alegría por el logro, producto de un
intenso trabajo y nostalgia porque, son la referencia que nos señala el paso del tiempo y
de una etapa de trabajo conjunto que termina. Al mirarlos, no puedo evitar recordar las
caras de “casi niños” que tenían al momento de ingresar y en ese primer año de la carrera
cuando fueron mis alumnos. Podría contar innumerables anécdotas, algunas graciosas, de
cuando jugaban a ser médicos, mientras aprendían habilidades de comunicación en
Relación Médico Paciente. Quizás, esa sea la razón por la cual hoy me conmueve ver sus
rostros, y descubrir que sus miradas han adquirido la profundidad y el brillo propio de la
madurez, producto de haber descubierto lo que realmente quieren de sus vidas, y de
haber trabajado en consecuencia.
En estas palabras de despedida, por ser un tema que me inquieta, suelo hacer referencia
al dolor, al sufrimiento y al rol trascendental del buen médico en la curación y
acompañamiento del paciente. Sin embargo, con esta promoción no lo haré. Y la razón de
ello, es que ustedes han vivido experiencias personales, durísimas, de dolor y enfermedad,
y somos nosotros los que hemos aprendido de su ejemplo. Nos ha reconfortado ver la
preocupación, el cariño, y el modo con que acompañaron y rezaron por aquellos que
estaban atravesando momentos de gran contradicción. No tuve oportunidad de decírselos
antes, pero vaya mi admiración y agradecimiento por el ejemplo de compañerismo y la
lección de caridad.
Nos sentimos orgullosos de nuestros graduados (de ustedes) y confiados en que la
formación que han adquirido y su trabajo bien hecho, impactarán de manera positiva en
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los lugares donde se desempeñen, contribuyendo de esa manera a una medicina más
humana. Por tal razón, he preferido hacer foco en una cuestión, que es objeto de mis
reflexiones personales y constituye una amenaza para todos nosotros, y que les obligará y
nos obligará a estar siempre alertas. Estoy haciendo referencia a la superficialidad. Mal
que pareciera ser endémico en el ser argentino (al menos en gran parte de nosotros), y
que fue señalado, como una característica de nuestros habitantes, por Ortega y Gasset en
su ensayo “La Pampa … promesas”. Allí decía, “el argentino es un hombre admirablemente
dotado que no se entrega a nada, que no ha sumergido irrevocablemente su existencia en
el servicio de alguna cosa distinta de él.” Asimismo, haciendo referencia a algunos
escritores argentinos, refería que en sus escritos encontraba demasiado énfasis y poca
precisión. Si bien, no creía que existiera otro pueblo de habla española con mayores
posibilidades que el argentino, agregaba “Permítaseme que diga posibilidades, pero he
aprendido que la inteligencia se compone de muchas otras cosas además de la inteligencia
sensu strictu.” Descripción, que si bien generaliza, ya que no todos los argentinos son así,
le valió la crítica de muchos contemporáneos y la defensa de su amiga Victoria Ocampo,
quien en “Quiromancia de la Pampa” justificó y amplió lo denunciado por Ortega y Gasset,
mencionando que “en nuestro país, donde la gente está a menudo tan ricamente y tan
inútilmente dotada, deberíamos meditar mucho lo antedicho.” Quizás, deberíamos tomar
estas ideas e interrogarnos sobre cómo enfrentamos la vida, flotando en la superficie del
agua o buceando en las profundidades de nuestro ser y de las cosas.
Decimos que una persona es superficial cuando es trivial, sin profundidad ni fundamentos
y atiende sólo a la apariencia de las cosas. Para ejemplificar lo primero, nos basta observar
la realidad social, desbordante de expertos en economía, política, futbol, moda,
espectáculos e incluso asuntos vaticanos, que con total desparpajo y la única autoridad de
ser espectadores del asunto, son proclives a describirlas por lo que generan en su
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epidermis, o a lo sumo en su sensibilidad, y sin demasiado interés por llegar al fondo de la
cuestión. Para lo segundo, es preciso reconocer que tenemos una tendencia a la cultura
de la celebridad, en el sentido de la fama, de figurar, que nos reconozcan, que la gente
crea que somos los mejores. Se dice que los argentinos somos “faroleros” y en cierto
sentido es cierto, porque tenemos mucha facilidad para subirnos al podio triunfal. Esto
conlleva un riesgo, ya que puede conducirnos a trabajar poniendo el foco en aquello que
luce, y en nuestro caso particular, descuidando el fin verdadero del hacer médico, que es
el cuidado del paciente, con espíritu de servicio, atendiendo a su dimensión de persona.
Puede que nuestra tarea traiga reconocimiento y fama, pero esta será legítima sólo en la
medida en que no haya sido buscada.
Este afán por lucir y ser reconocidos, revela falta de humildad y pareciera que algo de eso
hay. Cuando en otros países se habla de nosotros, la carencia de esa virtud es lo primero
que se menciona. Nos cuesta perder, reconocer nuestros errores y tendemos a culpar a los
otros de nuestras equivocaciones. En este sentido quisiera traer a consideración, lo
señalado por San Josemaría Escrivá en Camino (p.589), “Cuando percibas los aplausos del
triunfo, que suenen también en tus oídos las risas que provocaste con tus fracasos”. Ese
pensamiento nos hará volver a tierra
y nos ubicará cada vez que nos creamos
merecedores del bronce
La superficialidad también nos lleva a perder la capacidad de introspección, llegando a no
conocer nuestra interioridad, y por consiguiente a no poder reflexionar sobre nuestros
aciertos y equivocaciones, quedando limitados para elaborar un camino de mejora
personal y profesional, y en el plano de la voluntad, nos conduce a faltas de compromiso
y de responsabilidad.
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He compartido estas consideraciones con el ánimo de ayudarnos a todos a mantenernos
alerta, en medio de una cultura que nos presiona y condiciona en todos los ámbitos de
nuestra vida. Si queremos construir un futuro sólido en lo personal y como sociedad,
deberemos animarnos a bucear en aguas profundas, con afán de buscar la verdad,
rescatando los tesoros de nuestra interioridad y de la razón de las cosas. El fruto de esta
tarea será el bien de todos.
La superficialidad como pérdida del centro íntimo no es humana ni cristiana. La
profundidad, por el contrario, lleva a hacerse cargo de uno mismo y del otro, a
comprometerse seriamente como ciudadanos. Hay que tener la valentía de actuar no sólo
con idoneidad profesional así como con responsabilidad moral. Como señala el documento
de Aparecida, “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento”.
A modo de cierre, si bien los argentinos solemos ser superficiales, también somos
agradecidos. Por tal razón en nombre de la facultad, quiero agradecer a los alumnos que
se gradúan por todo lo que nos han brindado (enseñanzas, afecto y la oportunidad de
haber influido en su formación), a sus padres por haber confiado en nosotros, a los
profesores por la dedicación y el compromiso con la tarea docente, a los administrativos
por permitir con su tarea que todo fluya con naturalidad, y de modo muy especial a dos
profesores que dejan su tarea docente para jubilarse. Al Dr. Usandizaga, quien estuvo a
cargo de Toxicología desde los comienzos de la facultad y ha tenido un alto compromiso
con la institución y con los alumnos. Al Dr. Pineda, que formó parte del grupo de
soñadores que llevó a cabo este proyecto de facultad y hospital, y que con total
generosidad y desprendimiento estuvo disponible para todo lo que le pedíamos: la materia
Ginecología, el departamento de Bioética, la salida a los medios de comunicación y cuántas
tareas más. Si bien deja la materia, seguirá aportando al crecimiento de la Facultad con sus
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actividades de Bioética. A los dos, gracias. Infinitamente gracias por su calidad humana y
profesional! Gracias a Dios que permitió culminar otro ciclo de formación de médicos.
Y para ustedes, nuevos graduados, esta facultad seguirá siendo su casa. Los esperamos.
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Los sesenta y seis médicos que se han presentado hoy para recibir su diploma y
el birrete universitario, han cumplido fehacientemente con nuestro plan de
estudios, han rendido y aprobado todos los exámenes y han efectuado las
rotaciones hospitalarias establecidas.
Ruego a usted quiera concederles por lo tanto el diploma correspondiente.
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