Ser y quehacer del Director espiritual

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 Dimensión Episcopal para los Seminarios
Organización de Seminarios Mexicanos (OSMEX)
“El Director espiritual en el Acompañamiento Vocacional (Ser y Quehacer)”
Tula, Hidalgo 2011
El Ser y quehacer del director espiritual en el
acompañamiento vocacional:
1. Ser y quehacer del director espiritual en la elaboración
y realización de los itinerarios formativos:
Deseamos reflexionar en este primer momento en torno al concepto de
"itinerario formativo" y el papel del director espiritual como acompañante
vocacional en el itinerario de cada etapa formativa y de cada seminarista. El
término "itinerario" es acertado, en el sentido de que indica un camino, implica
movimiento, pasos en ese camino. Todos hemos tenido la experiencia de planear
un itinerario de viaje. Entran en juego una serie de componentes: la variedad de
actividades, la satisfacción de los objetivos de cada uno de los que viajan, el
conocimiento del lugar, las comidas, etc. Todo con el fin de facilitar una buena
experiencia al turista. Como la misma palabra lo dice, se trata de establecer una
serie de pasos o momentos formativos a través de los cuales los seminaristas
puedan caminar con mayor certidumbre hacia el objetivo de la etapa formativa
correspondiente.
El itinerario no se elabora democráticamente entre los alumnos, porque
constituye la propuesta pedagógica del equipo formador, pero tiene como primer
destinatario a los mismos formandos, porque lo que más interesa es que cada uno
de ellos acepte la propuesta formativa haciendo un proceso libre e intencional
hacia el fin de su formación. Esta característica permite que los alumnos puedan
evaluar por sí mismos sus avances y retrocesos.
El itinerario formativo aglutina, en torno a unas líneas maestras, todo el
contenido de la formación. No se trata de una mera estrategia, sino de proponer
un modelo probado y coherente que el alumno puede transitar en su camino de
formación. Volviendo a la comparación con el viaje, no es lo mismo tener previstos
los traslados en autobús, que dejar al azar los traslados. El itinerario da seguridad,
claridad y objetividad a los alumnos, y también al equipo formador, en el proceso
formativo que van realizando.
Los documentos sobre la formación, suelen dejar clara una finalidad para
cada una de las etapas formativas. Gracias a Dios se ha hecho un notable
esfuerzo en este sentido. La encíclica sinodal Pastores dabo vobis y las ratio para
1 la formación son preciosos ejemplos de este esfuerzo. Pero al mismo tiempo se
deja al equipo formador la definición de los medios pedagógicos para que se vaya
consiguiendo dicha finalidad en un lugar concreto, en una cultura y circunstancias
muy definidas.
Por otro lado, nos encontramos con un problema grave en la formación:
muchos de los seminaristas, que aspiran a una vocación específica, no tienen bien
afirmada su iniciación cristiana. Surge así el fenómeno, por ejemplo, del
seminarista no convertido y, lógicamente, la confrontación con quien ha
conseguido una mejor definición de su identidad como discípulo del Señor. La
insistencia del documento de Aparecida en torno a la formación de todos los
discípulos y misioneros es un reflejo de esta realidad. Por ello la iniciación
cristiana ha de ser inspiradora del itinerario y a la vez un objetivo prioritario a
conseguir, sobre todo en las primeras etapas de la formación.
En el ámbito del seminario diocesano, hay que decir que no es suficiente con dar
al Curso Introductorio un contenido en esta línea. Toda la Etapa Filosófica, unida
al Curso Introductorio, apenas podría ofrecer un fundamento suficiente. Cuando el
Código de Derecho Canónico exige un mínimo de cuatro años de formación en el
seminario, se refiere a la formación específica para el sacerdocio, suponiendo
precisamente una iniciación cristiana previa. Por ello se identificará la etapa
filosófica como una etapa discipular.
El itinerario formativo es el conjunto de pasos que se proponen pedagógicamente a los formandos para que consigan, de una manera intencional y
libre, el objetivo que se pretende en la etapa que corresponda. Tiene unos
contenidos propios y propone una metodología. El itinerario tiene unas
características:
•
Es espiritual. El núcleo de la formación es espiritual. Éste es el eje en torno
al cual debe girar toda la formación. Se le propone un camino propiamente
espiritual, semejante al catecumenado para el bautismo, en el que va a ir
consiguiendo un crecimiento más objetivo en su vida cristiana y vocacional.
Por eso el itinerario implica a todo el equipo formador, y a todos desde el
punto de vista de la formación espiritual. El itinerario implica una orientación
precisa de los medios espirituales en la etapa, y en especial de los ejercicios espirituales, los retiros mensuales, la oración personal y comunitaria, la
lectura espiritual. Sobre todo interesa el paso que cada muchacho da en la
maduración de su imagen de Dios, su conocimiento de la Palabra, su
vivencia del misterio de Cristo.
•
Es integral. A la vez implica las demás dimensiones de la formación, de
modo que se proponga un desarrollo de toda la personalidad,
especialmente de los aspectos humanos que entran en juego en el proceso
vocacional y fundamentan el camino espiritual que se ha emprendido. Es
2 •
importante que el itinerario establezca los nexos entre los estudios, la
formación humana y comunitaria, la actividad apostólica y la dimensión
espiritual. Todo está conectado para hacer un solo proceso. Los alumnos
identifican bien el camino que se les propone y logran esta integración de
todos los medios formativos. No existen actividades yuxtapuestas, sino profundamente complementarias entre sí.
Es propositivo. Invita constantemente al formando a comprometerse en su
formación en momentos bien definidos de su proceso vocacional. No
establece más normas disciplinares, no quiere coaccionar, sino proponer un
camino de crecimiento personal y comunitario que puede ser evaluado así
como es propuesto de manera pedagógica. Pretende fijar la atención del
alumno en un objetivo concreto, unificador de su momento formativo. El
estilo propositivo supone dos actitudes formativas: se cuenta con la
inteligencia del alumno, es decir, con su capacidad de comprender lo que
se le propone y de asumirlo personalmente; pero sobre todo se propone
con el propio ejemplo de vida, con la participación en el proceso del mismo
equipo formador.
•
Es gradual. Propone pasos consecutivos, en donde un elemento lleva a otro
de modo dinámico, bien organizado, incluso experimentado a lo largo de los
años. Da el tiempo suficiente para que el muchacho comprenda lo que se le
pide, consulte sus dudas, se determine y dé los pasos correspondientes.
Por ello no debe ser agobiante para el muchacho. Al contrario, hay que
seleccionar bien lo que se le propone para que pueda realizarlo con
serenidad respetando el ritmo de crecimiento de cada uno.
•
Implica un acompañamiento personal y grupal. Este camino pedagógico
debe ser explicado a cada grupo de alumnos con detalle, en reuniones
amplias en las que se va proponiendo el camino a seguir y los medios
formativos. Pero también exige que las entrevistas, se realicen en sintonía
con los objetivos que se van planteando y que esto lo hagan todos los que
intervienen en el proceso. El itinerario es orientación para diversos
elementos formativos como los ejercicios espirituales, las celebraciones
litúrgicas, los paseos comunitarios, la organización del deporte, la
formación complementaria o práctica, etc.
Sí estas son las características objetivas y pedagógicas del proceso formativo, no
dejan de tener importancia las resonancias psicológicas del mismo. Proponer
itinerarios bien diseñados es:
•
Alentador. Tener un rumbo fijo, bien definido, es fuente de aliento, un
verdadero estímulo para el formando. No tiene la sensación de caminar
sólo o de ir a la deriva, o de vivir sujeto al capricho de los formadores. Su
3 esperanza de ir avanzando en el camino se ve afirmada por la experiencia
concreta de pasos que se le van proponiendo y por el ejemplo de otros
compañeros que ya han transitado por la propuesta. Hay que reconocer
que muchos de los seminaristas llegan a una situación desaliento que
viene provocada por la falta de calidad de los procesos formativos.
•
Exigente. Un itinerario bien elaborado plantea exigencias bien
concretas para los formandos en cada uno de los momentos de su
formación. Así como van cambiando los objetivos y el carácter de cada
etapa, así el muchacho va descubriendo exigencias para cada momento
formativo. De modo que no es un clima que acoja a personas que no
trabajan sobre sí mismas o que se refugian en la pereza mental. En un
ambiente verdaderamente formativo no es posible permanecer
pasivamente, sino que cada uno debe afrontar la exigencia de una
verdadera perseverancia. Aquí conviene distinguir entre la mera
permanencia de una persona, que está como un mueble, sin plantearse
objetivos de crecimiento, y la perseverancia de quien formula y replantea
continuamente objetivos para su formación.
•
Confrontador. La confrontación es una regla fundamental del clima que
forma. El alumno se acostumbra a recibir confrontaciones porque sabe que
es la única manera de progresar en la internalización de los valores
cristianos y vocacionales. La relación con los formadores, sin perder en
nada su sentido fraterno, es reconocida por el alumno como una referencia
indispensable y como una inestimable ayuda para llegar a ser él mismo. No
solamente soporta la confrontación, sino que aprende a abrirse a ella de
corazón, experimentando de un modo muy vivo que no se puede caminar
sólo en la vida de fe. Se sabe amado en la confrontación.
•
Cuestionante para los formadores. Tampoco el formador puede estar
fácilmente en un clima como el que estamos describiendo. El sólo hecho de
proponer itinerarios a los jóvenes hará que los formadores se vean
cuestionados en su propio camino de conversión y de formación
permanente. Para ellos un ministerio ejercido en la formación se torna en
invaluable oportunidad para retomar los retos pendientes de su propia
formación. Esto provoca que no tengan lugar las actitudes de orgullo y de
altanería que muchas veces han padecido nuestros seminaristas cuando se
tropiezan con formadores que no están en camino, y por ello no tienen
verdadera autoridad para proponerles un camino de fe.
Justificación: Es conveniente elaborar un itinerario formativo por las siguientes
razones:
•
Las normas establecen solamente el fin. Se necesita una mediación
pedagógica de los objetivos de la etapa, de modo que el formando tenga
4 una idea clara sobre qué pasos concretos debe dar en cada momento. Con
el itinerario respondemos a la pregunta que el muchacho se hace
espontáneamente: ¿Cómo se consigue el fin de la etapa?
•
Cada etapa de formación persigue objetivos difíciles de conseguir. Sólo se
caminará hacia ellos con planteamientos específicos, acompañados muy
cercanamente. Por ejemplo, al terminar la etapa filosófica en el seminario
se pide que el alumno tenga una decisión firme por el sacerdocio. ¿Cómo
se consigue esa decisión firme? ¿Qué cuestionamientos hay que provocar
para que esto realmente se consiga? ¿Qué criterios pueden ayudar a
evaluar si esto se ha conseguido o no?
•
Los jóvenes en la actualidad tienen dificultades para plantearse objetivos a
largo plazo, piden satisfacción en el corto plazo. Su perspectiva es la del
pequeño fragmento, la del momento presente. Esta condición de la
posmodernidad plantea una exigencia grande a los formadores. Es
necesario proponer objetivos y medios específicos al menos para cada
curso, e incluso para períodos de tiempo más breves, dentro de una visión
orgánica, para que el muchacho tenga criterios de autoevaluación en cada
uno de ellos y note verdaderos avances en la línea de los objetivos
propuestos.
•
Algunas de las etapas pueden ser percibidas como un requisito para pasar
a la siguiente. Conviene presentar objetivos claros para cada curso, de
modo que la etapa se justifique por el proceso espiritual que se lleva a
cabo. El itinerario compensa cierta dificultad que puedan encontrar en otras
dimensiones como, por ejemplo, la de los estudios. Un ejemplo clásico es el
de la etapa filosófica. Hay alumnos a quienes la filosofía les parece un túnel
oscuro que tienen que pasar para llegar a la tierra prometida de la teología.
Si se identifica a esta etapa como discipular, los estudios filosóficos se
integran en torno a un fin mayor, de carácter específicamente espiritual.
•
Los seminaristas necesitan tener criterios más objetivos para su propio
discernimiento vocacional, el itinerario los va proponiendo poco a poco. De
modo que se hace posible la autoformación y la autoevaluación. Dependen
menos de las situaciones coyunturales que se dan en toda casa de
formación y de los momentos afectivos por los que van pasando y más de
criterios sólidos de discernimiento.
•
Cada vez percibimos con mayor claridad que la propuesta formativa debe
ser mejor perfilada, porque la falta de definición en este sentido es una
causa importante de las deserciones en el proceso vocacional. No suele ser
5 defecto de los jóvenes, ni del ambiente, sino de nuestra propia propuesta
como equipo formador.
El itinerario ofrece materia abundante para las entrevistas, tanto con el
director espiritual como con el formador, y exige una formación más
detallada y exigente.
Pero sobre todo, el itinerario es una guía y un estímulo para los mismos
formandos. Es fundamental que se comprenda más como guía para los alumnos
que como acuerdo del equipo formador. De modo que ellos puedan conocer los
pasos que objetivamente es necesario dar en su proceso y tengan criterios de
autoevaluación. Evidentemente el itinerario es para quien emprende el viaje. Sería
poco estimulante que la agencia de viajes guardase en secreto los detalles del
trayecto. Al contrario, se esfuerza por darlo a conocer a los viajantes para que se
sientan confiados durante el recorrido y estimulados para llegar a la meta.
•
Crear los itinerarios formativos implica un salto de calidad en la formación,
que se puede describir de la siguiente manera:
•
El paso de una formación que obedece a la improvisación y a la
inevitable falta de experiencia de los formadores, a una formación
que propone un método bien reflexionado, probado y mejorado a lo
largo de los años y en circunstancias reales. El itinerario no sólo
exige acuerdo del equipo formador, también conlleva el estudio, la
preparación detallada de la propuesta misma y de los diversos
momentos
formativos.
Exige
también
un
esfuerzo
de
continuidad entre los formadores que se van sucediendo en la
responsabilidad formativa sin que esto vaya en detrimento del
proyecto.
•
El paso de la transmisión automática e inconsciente de las deficiencias formativas de los mismos formadores a los alumnos, hacia un
cuidado más objetivo y armónico del equilibrio entre las diversas
dimensiones de la formación. Esto se puede dar porque la estructura
de la formación depende de un plan y no sólo de unas personas. El
equipo formador se ve exigido, por el propio itinerario, a cultivar un
mayor equilibrio, a caminar hacia una formación más integral.
•
El paso de los desacuerdos y las rupturas entre los criterios de un
formador que sucede a otro, a la continuidad del proyecto formativo
apoyada por las distintas generaciones de formadores. Los nuevos
miembros que llegan al equipo formador, reciben los materiales
que concretan la experiencia y el aprendizaje de los anteriores. Más
allá de las personas prevalece el proyecto.
6 •
•
El paso de la experiencia del alumno en un "régimen" formativo o de
internado, donde muchos de los elementos que teóricamente apoyan
su formación no son comprendidos por el sujeto y por ello no son
aprovechados, a quien vive apasionadamente un camino de
crecimiento personal en torno a los valores evangélicos que ha
comprendido y ha aceptado como buenos para sí en el camino de su
vocación específica.
El paso de una casa en la cual la disciplina, comprendida como
norma exterior, ocupa el centro, a una casa en la que la autodisciplina es vivida como camino de exigencia y vía de plenitud personal y
comunitaria. Desde una formación que consiste en sobrevivir en una
estancia cronológica a una formación cronológica, es decir, donde el
hoy del encuentro con el Señor ocupa el centro.
•
El paso de la dolorosa experiencia de grupos de formandos que se
van desmembrando poco a poco, según van teniendo dificultades de
distinto orden en su proceso, creando toda una situación de
desaliento, a grupos que tienen el gozo de culminar como tales las
etapas formativas y donde todos cubren los objetivos que se les
propusieron, más allá de su perseverancia o no en este camino
vocacional. De ver la ordenación o la profesión religiosa como único
objetivo a considerar la formación como un proceso de crecimiento
en la fe y en el seguimiento de Cristo.
•
El paso del desequilibrio entre las dimensiones formativas, que nos
lleva a darles nombres que privilegian una de ellas en detrimento de
las otras, como "etapa filosófica", "facultad de teología", etc., a una
propuesta integral de la formación en la cual el eje identificador y
unificador del proceso está en la línea de la identidad espiritual y
vocacional del alumno. Este segundo modelo se plasma en nombres
como "etapa discipular", "etapa configuradora", "cenáculo", etc.
•
El paso de una formación rutinaria, en la que es frecuente la desconfianza y la falta de transparencia, a una formación impregnada
por el sentido místico y ascético propio de los procesos de maduración en la fe.
•
El paso de alumnos que cultivan miras humanas desde su formación
como el prestigio y la competitividad, a alumnos que polarizan sus
energías en torno a objetivos específicamente formativos y por ello
pueden vivir en libertad, más allá de estas ambiciones de cargos y
privilegios.
7 2. El Ser y quehacer del director espiritual en el ambiente
formativo del Seminario o casa de formación:
El itinerario formativo no se limita simplemente a ofrecer una serie de pasos
metodológicos para que los seminaristas no se pierdan en el proceso formativo;
también consiste en crear el clima adecuado para la formación. Los documentos
insisten en la importancia de propiciar un ambiente espiritual que facilita el proceso
formativo. ¿Cuáles son las características de este ambiente que forma?
Seguramente tienen mucho que ver con las relaciones y el modo de entablar esas
relaciones. Pero también se refiere a los estilos con que se ejerce la autoridad y el
tipo de presencia de los formadores. Para conseguir un clima formativo es
necesario poner atención a dos factores con una verdadera actitud crítica:
•
Lo que ocurre entre los seminaristas. La dinámica grupal que se establece
entre ellos es determinante, tanto a nivel de formas como de contenidos.
Los valores vocacionales se transmiten a través de los grupos y su
dinámica, mediante un proceso de identificación. Hay que garantizar que la
identificación que se da entre los alumnos sea de carácter internalizante. Si
esto no ocurre, la misma dinámica grupal alejará gradualmente a los
formandos de los valores vocacionales. Si otro tipo de identificación surge
espontáneamente en los grupos, la que a nosotros nos interesa sólo surgirá
a base de toma de conciencia y de libre determinación de todos y cada uno.
Un ejemplo ilustra esta idea: ya puede el seminario poner una estupenda
biblioteca y asesorar la dimensión intelectual, si entre los alumnos no
existe un clima de valoración del estudio y de verdadero trabajo intelectual,
todo el esfuerzo del seminario será en vano.
•
Lo que ocurre en el equipo formador. Se hace necesario cuestionar las
costumbres del equipo y caminar intencionalmente hacia un estilo mejor,
que sea más transparente en relación con los valores vocacionales. Si esto
no se consigue, el equipo formador transmitirá un doble mensaje, que va a
ser inmediatamente captado por los alumnos. Al final será este segundo
mensaje el que quede impregnado en su comportamiento. El equipo
formador es el referente vocacional inmediato con que cuentan los
formandos en su proceso de aceptación de los valores. Los
comportamientos que vean en el equipo serán al final el referente de su
propio comportamiento. Si volvemos al ejemplo: un equipo formador que
estudia y que consigue una buena calidad intelectual y pedagógica en sus
clases, será un referente valiosísimo para el estudio de los seminaristas.
Comprenderán sin demasiadas explicaciones que en la vida presbiteral la
dimensión intelectual es necesaria. Al contrario, un equipo formador que se
caracteriza por la mala calidad intelectual y la mala preparación de las
clases, por más que insista en el valor del estudio, realmente transmitirá a
los alumnos la idea de que la formación intelectual es un mero requisito que
hay que aprobar.
8 Quiero señalar algunas características fundamentales del clima que forma, pero
siempre conservando la posibilidad de que sean completadas y enriquecidas por
cada equipo formador.
Estilo positivo y propositivo. El itinerario plantea a los seminaristas metas
de crecimiento. No se trata principalmente de corregir defectos cuanto de proponer
desarrollos. En este sentido es positivo. Intentamos conseguir que el formando
busque metas concretas, se oriente hacia un más cada día, dinámica muy
coherente con la opción vocacional que ha hecho en la que se supone un
seguimiento más estrecho del Señor. Este modo de plantear la formación es más
pedagógico, porque provoca que el muchacho capte los avances que ha
conseguido, aunque sean pequeños y adquiera la indispensable confianza en sí
mismo para seguir avanzando. Lo importante no es que se consiga el éxito, sino
que se vaya caminando gradualmente hacia metas concretas, hacia los
verdaderos frutos de la formación. En el fondo se trata de aceptar que no somos
hombres hechos, sino estamos en camino de ser, haciéndonos poco a poco.
Este sentido positivo de la formación supone que existe una propuesta bien
específica de lo que se tiene que conseguir. En las cárceles se pide a los presos
que tengan buen comportamiento, y éste se premia con una reducción de la
condena. Pero en una casa de formación hay que pedir algo más que buen
comportamiento. No basta con que un muchacho respete el reglamento o no
cometa fechorías sobresalientes, es necesario que camine hacia conductas
positivas, que concreten su vida de fe y su dinámica creyente hacia los valores
bien específicos que corresponden a su opción vocacional. La conducta objetiva
del alumno será el criterio básico del discernimiento vocacional2, y ésta deberá ser
estable, no casual. Se trata de conseguir conductas positivamente comprobadas,
convertidas en hábitos, que muestren con suficiente credibilidad la autenticidad de
su entrega en este camino vocacional. Por ejemplo, no basta con que una novicia
se ajuste al régimen económico de la casa de formación, es necesario que cultive
rasgos de conducta en la línea de la pobreza que sean más específicos:
capacidad de disfrutar de lo sencillo, de compartir con los pobres, de abnegación
en torno a las cosas materiales, criterio para juzgar sobre la posesión y uso de los
bienes, etc. Estas conductas que ya muestra garantizan, en lo humanamente
posible, que en el futuro podrá vivir el valor de la pobreza, tan central en la vida
religiosa.
Un estilo propositivo supone que los formadores cuentan con la capacidad
que tienen los alumnos de entender lo que se les propone y con su ritmo real de
crecimiento. Es decir, se proponen los objetivos y metas que los alumnos deben
conseguir, explicándolos con detenimiento, dando tiempo para que clarifiquen sus
dudas, y sobre todo para que afronten los temores y vacilaciones que son
normales en esta etapa de juventud, de modo que se determinen libre y
voluntariamente a dar el paso correspondiente. Acompañan a cada uno, para que
concrete el reto que se le propone en las posibilidades reales que ofrece su
personalidad y su cultura. Acompañan también a los grupos, para que la
convivencia de unos con otros sea estimulante de este proceso. Proponer implica
9 así una opción pedagógica, un modo de estar y de actuar que se ordena a la
determinación espiritual de los alumnos y evidentemente integra diversos factores
o dimensiones de la persona.
Lo que se propone, se testimonia en una buena medida. Deben percibir un
estilo positivo y propositivo sobre todo en el comportamiento del equipo formador.
Este mensaje se transmite sin palabras, y llega a ser eficaz cuando las relaciones
al interno del equipo dejan de ser defensivas y comienzan a ser profundas;
fundadas no en la mutua simpatía, sino en la común vocación y la común misión.
Si las relaciones en el equipo no son las que convienen, parece importante dedicar
tiempo a armonizarlas. Se trata de compartir momentos con alegría y de mostrarse
amigos entre sí, ayudándose mutuamente en su propia vocación y en concreto
fomentando entre ellos una adecuada espiritualidad. Esto se consigue
centrándose en lo fundamental e integrando otras actividades o apostolados del
equipo formador de manera objetiva (capellanías, asesorías a grupos apostólicos,
conferencias, servicios a la propia institución, etc.)- También afrontando las
dificultades que puedan surgir en las relaciones y asumiendo un proyecto de
trabajo y de vida en común.
Clima fraterno y presencia cercana. Los alumnos, cuando llegan a la
casa de formación perciben espontáneamente a los formadores como hermanos
en la fe, como sacerdotes, religiosos o religiosas. Esperan que hagan con ellos
vida común, compartiendo momentos significativos: comedor, esparcimiento,
deporte, estudio, vacaciones, etc., tal como ocurre en su propia familia. La casa de
formación es el primer ensayo de la fraternidad. Los mismos alumnos ya se
experimentan hermanos y comienzan a llamarse así unos a otros. Los formadores
están continuamente presentes y disponibles. Se defiende esta presencia y
disponibilidad ante la tentación de dedicarse a otras cosas, por muy apostólicas y
santas que sean. Se busca algún modo de compartir los bienes y de enseñar a los
seminaristas a compartirlos entre sí, dando el equipo un claro testimonio de
pobreza, castidad y obediencia, que se traduce en un clima de simplicidad de vida,
amistad verdadera y continuamente fomentada, transparencia, comunicación,
trabajo continuo en la tarea formativa encomendada, etc.
El tipo de presencia de los formadores introduce a los alumnos en la
fraternidad propia de personas creyentes, que se concreta en los valores de la
vida presbiteral o religiosa. Es decir, un modo de relación en el cual el centro lo
ocupan los valores que nos han convocado. Aprendemos a compartir lo que nos
edifica, convirtiéndonos unos para otros en referencia de identidad espiritual y
vocacional. Se establece una dinámica de auto exigencia y de confrontación, que
ayuda a todos a caminar hacia la meta común. La corrección fraterna es un fruto
típico de este clima comunitario y al mismo tiempo un medio esencial para
conservarlo.
Tan importante como el talante fraterno de los formadores es su actitud
paternal-maternal. Se perciben con toda claridad como personas más mayores
que los alumnos, en edad y en el camino de la fe y de la vocación, de modo que
10 saben afrontar una relación que es esencialmente desigual y se sitúan
continuamente en ella, de modo semejante a la que tienen los padres con sus
hijos. Esto significa que no entran en una dinámica de meros compañeros, sino
que, como equipo formador, son muy conscientes de que están llamados a ser
molde y forma de la vocación de los alumnos. Esta relación desigual no atenta
contra el estilo fraterno de la comunidad, al contrario, lo fortalece. Hay un hermano
mayor que tiene la especial obligación de dar buen ejemplo y que es el medio
ordinario para el acompañamiento y la confrontación. El formador adquiere con el
tiempo una aguda capacidad de observación, que, tocada por el amor, se
transforma en solícita corrección fraterna. Así no sólo es un referente testimonial
de los valores vocacionales, sino también como un espejo en el cual el alumno
puede ver reflejado el grado y modo como va asimilando esos valores.
Es importante decir una palabra en este sentido sobre el tipo de relación
afectiva que los formadores establecen con los alumnos. Lamentablemente
existen muchos abusos en este sentido, no sólo de conflictos de dependencia
afectiva entre formadores y formandos, sino incluso de abuso sexual. Así como en
una familia repugna que los padres fomenten la dependencia afectiva de los hijos,
sin respetar su autonomía; así repugna que un formador no sepa estar en su sitio
cuando entabla relaciones con los alumnos. Los educadores saben perfectamente
que si se quieren comprometer en los procesos educativos, tendrán que vivir una
ascesis en las relaciones con los alumnos. Hay que amarlos de verdad, y en este
sentido, arraigar en la amistad con ellos, pero al mismo tiempo es necesario
aprender a respetar su vida y su proceso como verdaderamente autónomo. El
formador no es más que un punto o referencia en el proceso de vida de los
alumnos, de modo que no ha de tener más pretensiones que la de hacerles un
bien en el momento en que le toca intervenir, cuidando mucho de no reproducir en
ellos sus propias inconsistencias. Arraigarse y desarraigarse, amar y
desprenderse, acompañar y respetar las decisiones del otro, es un camino
ascético que deberá recorrer. No podemos imaginar a un Jesús manipulador,
dependiente, que pretenda una vinculación afectiva incondicional con sus
discípulos. Al contrario, en los evangelios contemplamos a Jesús que respeta la
autonomía de los discípulos, al grado de tolerar la traición y mantenerse, sin
embargo, en la opción por la edificación de la comunidad.
Trabajo en equipo y unanimidad de criterios. El equipo formador se
comunica habitualmente, de modo que esto le permite actuar en una línea
unánime. En este sentido el acuerdo debe ser profundo y fácilmente comprobable
para los alumnos. No sólo nos ponemos de acuerdo en lo que hay que hacer, sino
en los valores y criterios de fondo, que nos llevan a hacer tal o cual cosa. Los
miembros del equipo viven polarizados por la propuesta formativa, a ella dedican
sus energías. Este estado de cosas provoca que pasen a un segundo plano los
conflictos interpersonales que normalmente surgirán. Este es un indicador del
mínimo grado de madurez que hay que exigir a los miembros del equipo. Es
similar a lo que se pide a una pareja de esposos para poder educar a sus hijos. La
unidad del equipo formador se consigue con medios sencillos, que producen
bienestar a sus miembros y los formandos suelen contemplar con alegría:
11 •
La mesa común: un momento de comer juntos que esté bien integrado con el horario del seminario o la casa de formación. Allí se
muestra el deseo de compartir y el sentido fraterno de las relaciones
entre los formadores. Los formandos observan con atención estos
espacios comunitarios del equipo, por ello deben ser especialmente
edificantes por su sencillez, transparencia, afabilidad.
•
La reunión semanal. Este es un medio importante porque consigue
que exista una comunicación frecuente. Todos los miembros del
equipo están enterados de lo que se va decidiendo. Esto se puede
conseguir por un medio sistemático para comunicar los acuerdos.
Cuando las distintas etapas de formación están cerca, las reuniones
son más frecuentes; cuando están lejos, tiene un gran valor que se
pongan todos los medios posibles para que, gracias a una
comunicación asidua, se llegue a la unanimidad. En estas reuniones
se tratan los asuntos importantes de la casa de formación. De modo
que los formadores se perciben solidarios y corresponsales de un
proceso formativo que siempre lleva consigo sorpresas y dificultades
que es necesario afrontar juntos. Los formadores de cada etapa
tienen reuniones aún más frecuentes, donde se tratan temas
relacionados con la etapa y se examina la situación de cada uno de
los alumnos. El punto es que exista el hábito de reunirse, de
establecer acuerdos y respetarlos, de comunicar y discernir los
asuntos importantes de la formación y de cada una de las personas.
En algunas de estas reuniones participa el obispo o el superior
mayor, el cual se sabe integrado en una dinámica que tiene bien
establecida el equipo en su vida ordinaria.
•
Los actos espirituales que edifican nuestro ser como formadores.
Algunos momentos de retiro, de oración o de celebración en común.
Algunos se realizarán sólo con el equipo, otros con los seminaristas..
Se entienden no como actos disciplinares para los chicos, sino como
una actividad que brota de la misma identidad vocacional del equipo
formador, y en la que también pueden participar los formandos. No
nos permitimos faltar a estos momentos significativos de nuestra vida
en común.
•
Casi tan importantes como los actos espirituales son los momentos
de descanso y de ocio compartido. De todos es conocido el ritmo
fuerte de trabajo y de responsabilidad que exige la tarea formativa.
Por eso es muy conveniente que se cultiven estos espacios. Por un
lado supliéndose unos a otros para poder mantener el contacto con
la familia y tomar tiempos de descanso. Por otro lado fomentando un
ritmo adecuado de descanso y diversión en común. Como hemos
dicho respecto a los actos espirituales, algunos serán sólo del equipo
formador y otros se compartirán con los alumnos, pero lo importante
12 es que se tome en serio esta dimensión de la propia vida y del
equipo.
•
La amistad continuamente fomentada. No se trata de ser amigos previamente, sino de fomentar la amistad prácticamente con quien sea.
Los alumnos necesitan formarse en un clima de verdadera amistad
en la fe, donde los motivos para las relaciones interpersonales van
mucho más allá de la simpatía y la antipatía. Se trata de construir
relaciones positivas, sin defensas, que subrayan la común vocación y
la común responsabilidad. Los nuevos miembros del equipo formador
se saben incluidos y como envueltos en este clima cálido de amistad,
clima que muestra la madurez afectiva de personas que han sido
especialmente seleccionadas para la tarea formativa.
•
La colaboración en distintos niveles y direcciones, como un criterio
estable de comportamiento y una metodología de trabajo. Nada
deberá pasar del equipo formador a los alumnos que no haya sido
previamente consultado, contrastado, corregido en algún nivel de
esta colaboración. Colaboración de los formadores de las distintas
etapas, con los superiores, con la economía, con los directores
espirituales, también al interno de cada etapa. Es interesante que
nos vean actuando en equipo y que se utilicen materiales comunes
que demuestran a todos la eficacia de este modo de trabajar.
Cuando se muestra esta unanimidad en el equipo formador, todo
adquiere estabilidad y durabilidad. Un ejemplo sencillo puede ser
ilustrativo. No es lo mismo que el padre espiritual, por muy santo y
original que sea, prepare los ejercicios espirituales para el curso
introductorio, que se reúnan los padres espirituales del seminario y,
concentrando su atención en el curso introductorio, diseñen en
común unos ejercicios espirituales que se pueden aplicar todos los
años.
•
Estar todos informados de la situación de cada muchacho y también
de los casos especiales que puedan surgir. Las situaciones por las
que pasan los alumnos no sorprenden a los miembros del equipo
formador. Cada uno, desde su propia competencia, sabe apoyar una
única dirección en el discernimiento de la vocación de los alumnos y
en su proceso educativo. Este acuerdo de los formadores en torno a
las personas no puede sino repercutir en bien del individuo. Un
repaso con la lista de los alumnos parece obligado al menos una vez
al semestre.
13 •
La preparación de los temas que explican el itinerario formativo a los
alumnos es una estupenda ocasión para el trabajo en equipo. Que
los alumnos lleguen a percibir el proyecto de la casa de formación y
no la pura iniciativa de una persona. Es deseable una actuación
conjunta e intercambiable entre los formadores, rompiendo o
desdibujando roles demasiado acartonados, de modo que se
muestren cada uno principalmente en sus valores espirituales y
como sacerdotes, religiosos o religiosas, todos como verdaderos
formadores. Por ejemplo, no está mal que el ecónomo dirija un retiro
espiritual, o presida la fiesta de una etapa; o que el rector colabore
en las reuniones de los itinerarios.
•
La discusión real de temas que son importantes en la marcha de la
casa y en el proceso formativo, y el llegar a acuerdos que son
conocidos por todos. Cuando se discuten los temas reales se llega a
acuerdos realistas y eficaces. Cuando se disimulan los verdaderos
problemas, el equipo se muestra como profundamente ineficaz.
Superación de la distinción de fueros. Uno de los problemas típicos de la
formación son esos formandos amañados y esas tradiciones paralizantes que se
pasan de unos a otros. La distinción de fueros, sobre todo por parte de los
seminaristas, es un refugio fácil para actitudes inconsistentes que impiden una
verdadera formación. Se trata de conseguir, sobre todo en los seminaristas, la
expresión espontánea y profunda de sí mismos. Más allá de las funciones de cada
uno de los formadores y del régimen disciplinar de la casa de formación, está el
amor de todos a la verdad y la capacidad de construir en la verdad. Así, para que
sea eficaz el itinerario formativo, parece fundamental conseguir:
•
De parte de los seminaristas, una confiada manifestación de sí mismos, a ser posible con varios formadores. Por medio de las entrevistas aprenden gradualmente a manifestar la verdad sobre sí mismos y a dejarse ayudar. Conseguir esta transparencia puede llevar
mucho trabajo de parte de los formadores, sobre todo cuando se
encuentran con ambientes viciados, en los que existe la desconfianza, pero será productivo a largo plazo.
•
De parte del equipo formador: un verdadero respeto de los fueros sin
distinciones artificiales o separaciones rígidas. Aprendemos a
comunicar lo que más conviene, por el bien de los propios alumnos y
al mismo tiempo a guardar con discreción lo que debe ser guardado.
En este sentido conviene desdibujar una distinción demasiado rígida
entre prefecto y director espiritual, para que ambos aparezcan como
formadores principalmente.
14 •
De parte de todos: un respeto grande a las confidencias de las
personas, un clima de respeto profundo al proceso vocacional de
cada uno, a sus aciertos y deficiencias. Los formadores tratan con
verdadero respeto a los alumnos, evitando toda clase de opinión
superficial o de juicio ligero sobre ellos. Este solo hecho es capaz de
crear también entre los alumnos un clima de respeto de unos para
con otros. Es deseable que en la comunidad formativa nunca se
hable con frivolidad o superficialidad de estos asuntos que, para
nosotros, son de la máxima importancia y por ello deben tratarse con
toda delicadeza.
•
Un ritmo de entrevistas, en el plano horizontal, que ayude al alumno
a ir formando su propio criterio por la alternancia y la
complementariedad de su trato con los formadores. En concreto la
alternancia entre el director espiritual y el formador de la etapa, en el
seminario diocesano. En la comunidad religiosa, la alternancia entre
el maestro de la etapa, el auxiliar y el director espiritual. En este
plano horizontal también es interesante incluir otras referencias que
son reales en la vida de los alumnos: su familia, un sacerdote amigo,
su párroco, una religiosa... instancias reales con las que ellos
interactúan y que no raramente ofrecen elementos trascendentes
para el discernimiento vocacional.
•
Un respaldo institucional, en el plano vertical, que ofrezca segundad
al proceso formativo de los alumnos por instancias de acompañamiento que se sitúan a diversos niveles. En concreto, que el
formador de la etapa se vea respaldado por el rector o el responsable general de la formación; que el rector se vea respaldado por el
obispo y el responsable de la formación por el superior mayor. Que la
atención médica o psicológica venga avalada y sea interpretada por
quienes dirigen la propia institución. Este respaldo institucional es
también importante para los alumnos. Que un alumno que tiene
dificultades normales de entendimiento con un formador, no se vea
asfixiado por esta relación, sino que encuentre referentes de
acompañamiento en la propia institución que garanticen la
objetividad de su proceso. Que incluso tenga vía libre para denunciar
un abuso del formador, en caso necesario.
Estas funciones tan esenciales del equipo formador, que facilitan el clima
formativo, recomiendan su presencia continúa en la casa de formación y su
dedicación exclusiva a este fin.
.
.
15 3. El ser y quehacer del director espiritual en la integración de
las dimensiones de la formación sacerdotal:
A partir de la publicación de la Pastores dabo vobis ha existido en los ambientes
formativos una conciencia más clara de las dimensiones del la persona que están
implicadas en la formación. El término "dimensiones" es más feliz que el de
"áreas". El segundo propicia que sean comprendidas como realidades
yuxtapuestas; el primero tiende más a su integración.
Se trata no sólo de comprender el valor y el contenido de cada una de ellas, sino
de disponerse para asumir la función que corresponde al formador en cada
dimensión. Todo el equipo formador debe abrirse a cada una de las dimensiones,
tanto para la propia formación permanente como para intervenir acertadamente en
el proceso formativo de los alumnos, que es integral.
Es importante señalar que las dimensiones de la formación no se relacionan
entre sí de cualquier manera, sino cada una desde su propia naturaleza. Esta idea
ilumina muy concretamente nuestra tarea de confeccionar una propuesta
formativa.
Integración de las dimensiones
La dimensión espiritual es el alma de la propuesta formativa. Es el eje en
torno al cual giran los demás elementos. Cada una de las etapas del proceso
formativo debe proponer al alumno metas espirituales específicas. Lo espiritual
carismático no es una parte más, sino el elemento central, el que define el
proyecto. Si comparamos la personalidad del formando con un triángulo, la
dimensión espiritual será la altura. Es fundamental que el edificio tenga una altura
suficiente. Si es verdad que la dimensión espiritual ocupa el centro, la etapa
deberá tomar su nombre de esta dimensión, y no de otra. Tradicionalmente en los
seminarios se han definido las etapas desde la dimensión académica:
propedéutico, etapa filosófica, etapa teológica... se está poniendo el acento donde
no tiene que estar.
Que la dimensión espiritual sea el eje del proceso formativo exige que se
haga la propuesta de un avance en la vida espiritual para cada una de las etapas,
que esta propuesta se implemente en la práctica a través de la enseñanza de los
medios espirituales que serán necesarios, que sea acompañada
convenientemente y que en torno a ella se aglutinen los demás elementos de la
formación. Si se desdibuja la propuesta espiritual se desdibuja automáticamente el
mismo proceso. Esto ocurre en muchas casas de formación. No existe una
verdadera propuesta espiritual, no se enseñan los medios, etc... y se termina por
hacer procesos carentes de lo fundamental. Un ejemplo clásico es éste: Se
procuró proveer los ejercicios espirituales de cada año. Pero nos olvidamos de
enseñar al formando a hacer ejercicios. De modo que el alumno ha sobrevivido, ha
16 soportado los ejercicios, pero nunca aprendió a ser sujeto de los mismos. Este
fenómeno se repite en relación a otros medios como la oración, el examen, la
dirección espiritual, etc. Pero además exige que en la distribución del tiempo y en
el empleo de los recursos, se invierta decididamente en la propuesta formativa. En
muchos casos la formación quedó reducida a unas charlas que daba el padre
espiritual sin un orden lógico, sin una secuencia. Queremos que lo propiamente
formativo se explicite con claridad y gradualidad. En esto consiste la esencia de
los itinerarios formativos.
La dimensión humana corresponde a la base del triángulo. Una base
absolutamente necesaria porque sin ella no se entiende la misma propuesta
espiritual. Para que la vida espiritual se sostenga, es necesario que exista un yo,
una persona, en la cual se van a encarnar los valores espirituales y vocacionales
de un modo irrepetible. La dimensión humana es tan compleja como la
personalidad. Para poder manejarla mejor se puede dividir en dos: la parte
personal y la parte comunitaria. La doctrina evangélica es de un realismo profundo
en este sentido. Nos enseña que no existen auténticos valores espirituales y
carismáticos si no se hace al mismo tiempo un asiduo trabajo sobre la propia
personalidad. El hombre debe llegar a adquirir una naturaleza capaz de secundar
los dones de la gracia. Conocimiento de los valores espirituales y
autoconocimiento van de la mano. Por ello los autores espirituales subrayan una y
otra vez que la humildad, es decir, el reconocimiento de la propia verdad personal
y social, es la base firme para todo el edificio espiritual.
No se trata de un autoconocimiento superficial. Los años de la formación
básica son suficientes para que se realice un trabajo sistemático y profundo sobre
sí mismo, y sobre la dinámica grupal en la cual viven y crecen los alumnos, trabajo
que deberá continuarse en las distintas etapas de la formación permanente. El
oportuno recurso a las ciencias humanas tiene toda su pertinencia en este
proceso: la psicología, la pedagogía, la sociología. Hay que garantizar que el
proceso vocacional se cimente en un realismo radical, que cuente con las
condiciones objetivas de las personas y de los grupos. Sin esto, se edificaría en el
vacío.
Como se puede apreciar, la integración de la dimensión espiritual y la
dimensión humana es fundamental, tanto que se puede designar a esta doble
referencia como la estructura fundamental de la personalidad del formando y por
ello el objetivo prioritario del proceso formativo. Las otras dimensiones tienen una
gran importancia, pero no son las centrales, las que forman la estructura.
La dimensión académica-laboral. Tiene dos componentes que se complementan profundamente entre sí. Hoy estamos en guardia ante una visión
intelectualista de la realidad en la que muchas veces se formó en el ámbito
eclesial. Nos damos cuenta de la importancia de que las personas aprendan a
trabajar y lleguen a tener un sentido profundo del trabajo. Pero a la vez somos
más críticos ante un trabajo carente de fundamentos y de contenidos. Una cosa y
otra son importantes. La dimensión académica es la parte de los estudios que, a
17 su vez, se ordenan a la adquisición de habilidades intelectuales y prácticas, y de la
capacidad de decisión.
La dimensión académica-laboral es expresión de la estructura fundamental
de la personalidad, es decir, de los valores espirituales de la persona y de su
madurez humana. En la forma de estudiar y de trabajar reconocemos la calidad
del proceso de las personas. Pero por otro lado, la dimensión académica-laboral
refuerza la estructura de la personalidad. Quien entiende más lógicamente los
textos bíblicos, ora mejor; quien trabaja con responsabilidad refuerza sus propios
valores. La capacidad de estudio y de trabajo refuerzan y enriquecen la madurez
de la persona.
Una dedicación seria a los estudios y al trabajo es necesaria en el proceso
formativo y deberá ser materia de análisis en la formación permanente. Esto frente
a la triste fama de que muchas personas religiosas no saben trabajar ni estudiar.
La dimensión apostólica se refiere a la difusión del evangelio. Tiene una gran
importancia porque el apostolado es el fin de toda la formación.
En ella se perfilan las habilidades prácticas, pero sobre todo interesan las
convicciones y las actitudes que se van tejiendo en torno al servicio pastoral. Las
actitudes del formando en el apostolado expresan su estructura humana y
espiritual. Pero al mismo tiempo esta estructura se ve reforzada a partir del
apostolado.
4. Ser y quehacer del director espiritual en la Dimensión
espiritual de la formación sacerdotal:
Esta dimensión se sitúa en el dinamismo propio de la fe. Al principio
consiste en una confesión de fe básica, en la aceptación del misterio de Cristo y
de la propia historia. Pero esta fe inicial, de carácter más bien genérico, se va
concretando poco a poco en compromisos específicos. Se vive en una creciente
especificidad. Por eso parece oportuno el doble nombre "espiritual-carismática".
En los primeros momentos del proceso, la formación tendrá su centro en la
revisión y profundización de la identidad cristiana; hacia el final del proceso el
centro estará en el carisma concreto que ese creyente vive y aporta a la
comunidad y define aún mejor su identidad espiritual. Así, por ejemplo, un
seminarista es necesario que primero se defina con claridad como creyente, luego
que estructure ciertos hábitos que dan consistencia a su vida de fe, para que al
final se configure con el carisma sacerdotal.
Los documentos de la Iglesia insisten en que existe un núcleo en esta
dimensión que es necesario salvaguardar, porque compromete su autenticidad6.
Ese núcleo hace referencia al modo e la relación de Jesús con su Padre. Se trata
18 de una relación con Dios íntima y profunda, de carácter definitivo, habitualmente
cultivada, una relación de verdadera familiaridad. La expresión trato familiar y
asiduo es densa y expresa un modo muy concreto de relacionarse con Dios y su
misterio. Es un núcleo que debe cultivarse en todas las etapas, al que debe
introducir el proceso formativo con mucha claridad y seriedad. La experiencia dice
que, aunque parece muy sencillo, no es tan fácil transmitirlo. Evidentemente el
cultivo de este tipo de espiritualidad exige un aprendizaje, unos medios y métodos
que los formadores han de conocer bien y proponer explícitamente a los alumnos.
Muchas veces en la formación esto se da por supuesto, pero no debe ser
así. Cuando se señala este núcleo, se quieren excluir explícitamente otras
maneras de comprender la vida espiritual. Por ejemplo el culto meramente
exterior, incluso mágico o legalista; o una percepción del misterio de Dios como el
lejano y el distante, que suscita más temor que amor; o el refugio en las
devociones que, por muy buenas que sean, no logran introducir en esta relación
íntima. Hay que reconocer que si se insiste tanto en esto es porque con frecuencia
no se salva dicho núcleo fundamental. Entonces se está edificando en el vacío. Lo
primero que debe ser consistente es la vida espiritual de la persona, en cualquier
nivel de la formación en que se encuentre. Siempre conviene someter a examen
este punto y proponer caminos de crecimiento en él. Es un núcleo porque
compromete la identidad cristiana del sujeto.
Esta dimensión se despliega a lo largo del proceso formativo. Incluye
diversos puntos, que no hay que dar por supuestos y conviene cuidar respetando
la gradualidad. Se va consiguiendo una definición cada vez más específica de la
espiritualidad.
§
En la etapa introductoria es fundamental que se inicie la revisión de
la iniciación cristiana que luego se profundizará en la etapa siguiente.
En muchas casas de formación se ha adoptado la forma pedagógica
de un catecumenado. Más allá de la forma, lo importante es que se
fundamente bien la propia experiencia de fe. Cada vez es más
frecuente que los jóvenes provengan de familias disfuncionales y de
ambientes con una religiosidad ambigua o con incipientes procesos
de fe. Es un punto que hay que afrontar desde la dimensión espiritual
en este momento inicial, porque condiciona la capacidad de creer y
de confiar. En la cultura actual reviste una gran importancia
restablecer la imagen de Dios que corresponde a la revelación. Para
esto es necesario el estudio de la Historia de la Salvación, y una
buena introducción a la imagen de Dios que presenta la Sagrada
Escritura, una introducción a la vida de oración y al silencio, y al
sentido espiritual de la vida comunitaria. La revisión de la iniciación
cristiana apunta hacia el desarrollo de la habilidad para el
discernimiento espiritual y hacia un discernimiento vocacional
fundamental. El fruto es que el muchacho clarifique su opción
vocacional inicial. Hay que garantizar que los formandos caminen
19 hacia una verdadera experiencia de fe y no se queden con meras
intuiciones religiosas. La formación espiritual subraya en este
momento el rasgo catequético. Hay que proponer y descubrir el
misterio de Cristo, de la Iglesia, de los sacramentos de la iniciación y
de los medios espirituales. Al finalizar la etapa el sujeto tiene una
idea más concreta de cómo se cultiva la vida espiritual y ha crecido
efectivamente en ella.
§
§
La etapa estructuradora o educativa tiene como fin crear hábitos en
todos los órdenes y también en la vida espiritual. El formando tiene
experiencia directa de los medios espirituales y, asumiéndolos libremente, hace de ellos un hábito. En este sentido se educa. Se están
preparando las estructuras que funcionarán durante toda su vida
vocacional. La eficacia de su proceso en las etapas siguientes
depende en buena medida de la base que se establezca aquí.
Adquiere convicciones profundas y probadas a través de la práctica,
por ejemplo, en torno a los métodos de oración, de modo que va
configurando su propio método; en la dirección espiritual y el
acompañamiento formativo, aprende a actuar con eficacia,
aprovechando las personas y las oportunidades con que cuenta; en
la escucha de la Palabra, a la cual se acerca cotidianamente con una
metodología concreta; en el examen de su propio comportamiento y
la confesión sacramental; en la participación activa en la liturgia y
especialmente en la Eucaristía. Es el momento de adquirir una fe
más sólida, que parte de convicciones. Por eso se le ha llamado en
muchos lugares la etapa "discipular". El alumno establece un vínculo
definitivo con Cristo, más allá de su decisión de perseverar o no en la
casa de formación. La fe llega a ser un factor irrenunciable de su
personalidad. Esta fe más arraigada se expresa en comportamientos
que se pueden llamar cristianos. Lógicamente lleva a un
discernimiento vocacional más radical. El fruto es una opción
vocacional firme, condición indispensable para el paso a la siguiente
etapa
La etapa configuradora o propiamente formativa se caracteriza por la
asimilación de los valores propios del carisma. Podemos hablar del carisma
sacerdotal o del carisma de la vida religiosa o de la consagración secular;
del carisma de cada institución. El alumno llena con contenidos teológicos,
místicos y ascéticos las estructuras que fue formando en la etapa anterior.
Todo lo que experimenta revierte en su proceso espiritual. Tiende ya a la
unificación práctica de todas las dimensiones. Se configura un tipo de
oración que corresponde a la vocación específica. Hay una relación
profunda de los estudios con la vida espiritual y moral. En el
acompañamiento da la impresión de estar revisando por segunda o tercera
vez asuntos que son de una gran importancia para la persona, asuntos que
20 ya se leen desde una óptica distinta, más creyente y más espiritual.
Podemos decir que estamos ante un sujeto que ya ha trabajado sobre sí
mismo. El uso de los métodos y medios de la vida espiritual se profundiza y
se personaliza. Se perfilan actitudes que derivan del proyecto vocacional al
que aspira, subrayando el servicio, la disponibilidad, la abnegación, etc. Se
inclina al trabajo en equipo. Va aprendiendo a pasar a un segundo plano,
evitando el protagonismo excesivo, y todo ello motivado por los ejemplos de
Cristo. Se perfila una identidad carismática fuerte. Este camino de
configuración prepara al sujeto para recibir de la Iglesia la encomienda
oficial de una misión. El fruto de esta etapa es una libertad grande para la
entrega definitiva de sí.
§
La etapa de concreción se caracteriza por la implementación práctica de la
vida espiritual en lo cotidiano de una comunidad y de un servicio pastoral.
Se enfrenta con la realidad humana y pastoral y en medio de ella sabe
encontrar las fuentes de la espiritualidad. Todo lo que ha aprendido se
transforma en práctica concreta y se ofrece como enseñanza para los
demás. En este sentido se pone a prueba su propia vida espiritual. El sujeto
está haciendo un ensayo de su vida futura en el ministerio correspondiente.
El acompañamiento adquiere un gran valor porque el individuo necesita
contrastar su propia experiencia. Debe aparecer el equilibrio entre la auto
exigencia y la flexibilidad para comprender a los demás. Comienza a vivir
con más fuerza un flujo desde su vida espiritual hacia la comunidad y desde
la comunidad hacia su vida espiritual. Hace una interpretación cristiana y
vocacional de las formas de vida por las que se concreta la propia vida: el
celibato, la participación en el presbiterio, la vida comunitaria, los votos, la
misión concreta, etc. Esta última etapa lleva a la aceptación de los
compromisos definitivos.
§
Descrito el núcleo de la dimensión espiritual y el proceso gradual en las
etapas formativas, corresponde ahora la referencia a una serie de líneas
prácticas, que deberán aplicarse en cada una de las etapas, y son
señaladas también por los documentos. La pregunta que nos hacemos
desde los itinerarios formativos es cómo se consigue que el formando
camine efectivamente en cada una de ellas.
§
La meditación asidua de ¡a Palabra de Dios. Es esa valoración de la
Escritura que caracteriza a los alumnos como verdaderos oyentes de la
Palabra y discípulos de Jesús. Contiene una enseñanza práctica de los
métodos de meditación que deberá realizarse de manera gradual y
profunda. Pero a la vez es necesario preparar a los alumnos para una
aproximación crítica y espiritualmente fructuosa a los textos bíblicos. Hay
que conseguir que su oración tenga como núcleo de identidad la meditación
de la Palabra. Es importante la distinción entre meditación orante de la
Palabra y lectura espiritual. La lectura espiritual ofrece elementos de cultura
en torno a la vida espiritual que pueden redundar en un mejor
21 aprovechamiento de la meditación. Se busca formar al hombre y a la mujer
de oración que debe llegar a ser maestro de oración en la comunidad
cristiana.
§
El valor del silencio y el sacrificio. La formación espiritual deberá ayudar a
que los alumnos cultiven un ambiente religioso, y sean capaces de buscar
el silencio y la contemplación en cualquier circunstancia. Al mismo tiempo
debe crear un ambiente no apto para personas cómodas o burguesas, sino
dispuestas al sacrificio en la vida cotidiana, e incluso al sacrificio de su vida.
El presbítero, el religioso, o cualquiera que viva una vocación específica,
debe ser un testigo personal del valor del silencio y del sacrificio en la vida
humana y en la vida espiritual. Alguien que, desde un ambiente de
reflexión, es capaz de responder según Dios a las diversas inquietudes de
los hombres. Nada más opuesto a esto que el sujeto violento, impulsivo,
pertinaz. La vivencia de esta experiencia continua del silencio implica un
esfuerzo que podemos llamar contracultural. Se trata de formar al hombre
del silencio, que llegará a ser maestro de espiritualidad, y sea capaz de
poner su vida para que el rebaño tenga vida.
§
La participación activa en la liturgia. El evangelizador, cualquiera que sea
su vocación específica, es aquél que se alimenta primeramente de la
Palabra y de los Sacramentos para luego introducir a ellos a los hermanos.
Los alumnos deberán aprender gradualmente una participación activa en la
Eucaristía, en los tiempos litúrgicos, en la Penitencia y los tiempos y medios
penitenciales, en los otros sacramentos y en la recitación del Oficio divino.
Todo ello debe llegar a ser visto como alimento de la propia vida espiritual y
por ello como necesidad personal. Por eso es importante un
cuestionamiento constante sobre la vida de la gracia y la práctica
sacramental y sobre el sentido dinámico de la participación en la liturgia. Se
intenta formar a quien luego asume el papel de maestro en la participación
litúrgica.
§
La constante predicación del kerigma. Es necesario que los elementos de la
vida espiritual lleguen a aceptarse y vivirse desde una síntesis vital, que
implica una opción fundamental por Cristo y por el Evangelio. Garantizar
que estos elementos no queden aislados unos de ortos constituyendo sí,
una cultura religiosa y cristiana, pero no una opción de fe. El sacerdocio o la
vida religiosa han de llegar a ser postulados y comprendidos como una
expresión de fe y no sólo como una carrera. La predicación del kerigma va
consiguiendo este fin, desde el momento inicial en el que un anuncio
sintético e incisivo del misterio de Cristo provoca una adhesión de fe, hasta
el anuncio más específico del kerigma de la vocación específica, que
provoca una adhesión al Señor en los rasgos de la vocación específica.
22 §
La formación de la caridad. Pastores dabo vobis insiste en la importancia
del sentido horizontal de la dimensión espiritual. Junto a todos los medios
de la vida espiritual deberá sobresalir la actitud misericordiosa ante el
prójimo en cualquier circunstancia. Es como el alma de toda la formación y
que llegará a configurarse como caridad pastoral. Sólo quien ya ama a
Cristo en los hermanos luego podrá amarlos desde la responsabilidad
pastoral. La caridad es la expresión más clara y social de la fe y de la
esperanza. El sacerdote es el hombre de la caridad, maestro y promotor de
la misericordia en la comunidad de los fieles. Los religiosos y religiosas han
situado su vida desde la caridad o el amor de Dios, de modo que el alma de
su vocación es la caridad esponsal. Los laicos viven también la caridad
práctica o eficaz.
§
La formación específica para la castidad, pobreza y obediencia. Especialmente en la etapa configuradora, pero durante toda la formación, los
alumnos deben encontrar los medios necesarios para comprender y vivir los
consejos evangélicos tal como le corresponde hacerlo en su vocación
específica. Esta vivencia de los consejos no se improvisa. El sentido
humano de estas virtudes se debe referir al ejercicio ministerial y
enmarcarlo en el conjunto de valores que definen un carisma. De manera
que el alumno vea claro el nexo entre los consejos evangélicos, su vida
cristiana y su futuro ministerial. Debe ir descubriendo las aptitudes y
dificultades con que cuenta para la vivencia de los consejos evangélicos y
hacer una positiva experiencia de progreso en cada una de ellas. Se trata
de formar al hombre o mujer fiel al modelo de Cristo, molde para la vida de
los creyentes.
§
La oración con el Oficio divino. La oración con la liturgia de las horas y la
práctica orante que tiene presente a todo el pueblo de Dios deberá arraigar
en el corazón de los seminaristas. El Oficio divino no sólo tiene un valor
instrumental. Tiene un valor en sí mismo en el sentido de que ofrece el
cauce para unirse a la Iglesia en oración. No sólo debe llegar a constituir
una buena costumbre, sino despertar las resonancias afectivas y
espirituales que su riquísimo contenido provoca en la vida espiritual. Se
intenta formar a una persona que ora por su pueblo y que promueve entre
los fieles la oración por la Iglesia y con la Iglesia.
§
La dirección espiritual. El formando debe aprender por experiencia que el
camino espiritual no se recorre a solas. Es un camino en el cual el compartir
y el dejarse ayudar, el ser confrontado y alentado, tiene una especial
importancia. Para ello conviene un proceso muy delicado y equilibrado, y
por ello se designan sacerdotes, religiosos y religiosas preparados para
hacerlo. En el aprendizaje de la dirección espiritual conviene mantener el
equilibrio entre los extremos. La continuidad y la capacidad de cambiar de
23 director espiritual. La transparencia en el fuero interno y también en el fuero
externo. La confianza y la autonomía. La madurez para tomar decisiones y
la capacidad de consultarlas.
§
Los tiempos dedicados especialmente a lo espiritual. En la casa de
formación se ofrecen tiempos muy concretos para el cultivo de la vida
espiritual. El alumno deberá aprender a dedicar el tiempo a la vida espiritual
y a aprovechar los medios que para ella le ofrece la Iglesia. De un modo
especial el tiempo diario de la meditación, los retiros mensuales, los
ejercicios espirituales, los tiempos de preparación para encomiendas
pastorales, la preparación para los pasos de cara a las órdenes o a la
consagración. Son tiempos que deben ser considerados por ellos como
preciosos y cada vez deben aprovecharlos mejor. Se busca formar al
hombre y a la mujer que, según el modelo de Cristo que oraba
intensamente con su Padre, que sepa abrir y mantener en su vida espiritual
los espacios dedicados más intensamente a la unión con Dios. Al mismo
tiempo será capaz de animar este tipo de espacios en la vida comunitaria y
en el servicio apostólico.
§
La devoción mariana. Aparece no solamente como un medio espiritual más,
sino como algo necesario en la vida y en la identidad de quienes han sido
llamados. Pueden existir diversas maneras o estilos de devoción mariana.
Fundamentalmente dos. Uno que da a María una centralidad tal que a
través de ella se accede al Hijo y al Padre (Vgr. modelo de san Alfonso o de
San Luis Griñón de Montfort). Otro que recurre a María como una referencia
explícita en su acceso al hijo y al Padre (Modelo franciscano e ignaciano).
Lo importante es que el formando cultive una auténtica devoción mariana y
sea esta una expresión auténtica de su propia fe. La santidad de los
creyentes está históricamente unida a la piedad mariana. Se quiere formar
al discípulo y misionero hijo de María, capaz de alentar la devoción mariana
de los fieles.
24 
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