á mi alma dicen tristes y mustias! ¡Padres, amigos, hijos, dulzuras

Anuncio
á mi alma dicen
tristes y mustias!
¡Padres, amigos,
hijos, dulzuras
de amor perdidas,
vagas, confusas!
¡flores preciadas
que aun me perfuman
e! alma triste,
si vienen púdicas
á los ensueños
de mi amargura!
¡dulces palomas
de blanca pluma!
¡sombras amadas!
¡pálidas brumas!...
¡Ay arpa, ay arpa,
si fueras muda!
¡Y ya él con ellos
también se junta!
es que á ese mundo
que mi alma abruma,
surgiendo ansioso
cuando me escucha,
ya pertenece
por desventura;
e3 que mi amada
ciudad moruna,
la que á los rayos
del sol relumbra;
que mi nodriza
- w de regia a l c u r n i a ,
l a de las zambras,
l a de las justas,
l a de las flores,
l a de las músicas,
también le t u v o
sobre su túnica,
que t i m b r a n glorias
que l a hacen fúlgida;
que m i G r a n a d a
también fué s u y a ,
y madre amante
l a senda r u d a
le abrió que b r i n d a
la a r d i e n t e l u c h a .
¡Ah, pobre a m i g o !
¡negra f o r t u n a !
¡Aun e r a ' p r o n t o ,
deidad i n j u s t a !
¡Ay arpa, a y arpa,
si fueras m u d a !
ni
E r a casi adolescente,
a t r a c t i v o y dulce y b e l l o ;
a l t a y serena l a frente,
l a boca p u r a y riente
y ensortijado e l cabello.
Y o l e conocí a l v o l v e r
d e l ejército á m i t i e r r a ,
y apenas le pudo ver
hizo su amigo el de guerra
al honrado bachiller.
Porque no era licenciado
en Derecho todavía,
pero en todo aventajado,
ya profesor estimado
letras árabes leia.
Sentíme alfiocontagiar
por sus estudios siu fin,
y en el lenguaje de Antar
empecé á deletrear
desde el ale/&l zain.
De la cátedra á paseo
salíamos, ó al Liceo,
y después se iba á encerrar;
que eran los libros su arreo,
su descanso el estudiar.
Su fácil palabra ardía,
flameaba, Se perdía
en sonoro tobellino,
y era su Dios, su destino
la ingrata filosofía.
Como aquí: cual si votado
por su madre al saber fuera,
en el estudio abismado,
lo demás del mundo era
á él extraño é ignorado,
Tau joven y en un edén
donde no se vive bien
sin las ansias del amor,
nunca se expuso «1 rigor
de un homicida desdén.
La ciencia, la ciencia era
su sola amante, y austera
le absorbía de tal modo,
que en él, sobrepuesta á todo,
llegó á hacerse su quimera.
L a ciencia y el arte, sí,
y la natura esplendente:
¡oh, cuántas veces le v i
en el cerro, junto á mí,
transfigurado y ardiente!
E n el sol que descendía,
entre fuego, allá por Loja,
fijaba eon atonía
B U mirada en que lucía
del astro la lumbre roja.
Yo en silencio le miraba,
en BUS ojos reflejaba
un no sé qué de locura;
y era que en gloria y natura
su pensamiento abrevaba.
Allá, sobre aquella vega
que el parlero Genil riega,
y por doquier flores brota,
una edad potente flota
que en esplendores la anega,
- G9 —
A l l í a l t i v a Santa-Fé,
último real contra el moro;
y en e l l a á Isabel se ve
aun gigantesca y de pie,
blasón de España y decore.
A l l í u n a epopeya muda,
pero elocuente en memorias,
nace que á l a mente acuda
desde cada peña r u d a
u n torbellino de glorias.
E l ardiente cielo a z u l ,
sobre un perennal a b r i l ,
recorta, como en un t u l ,
las alturas del P a d u l ,
y l a sombra de B o a b d i l .
Se siente e l acerbo lloro
del triste r e y desterrado,
y l a noble l i r a de oro
gime en son más apagado
en el Suspiro del M o r o .
Eminente allá el V e l e t a ,
que ve el A f r i c a abrasada,
recuerda á l a mente inquieta
de los hijos d e l Profeta
las delicias de Granada.
L a hermosa A l h a m b r a , adormida
sobre l a colina roja,
entre las brumas perdida,
en el claro D a r r o moja
la planta y a carcomida,
Silencioso allá el serrallo,
y en paredones trocada,
sin su lanza y su caballo,
la otro tiempo coronada
y altiva Casa del Gallo.
Allá el vetusto Albaicín
que en festones de verdura
tapa su vejez ruin
y no escucha y a el clarín
llamándole á la llanura.
Las torres, los almenares,
Los perdidos Alijares,
Generalife sombroso,
con su recuerdo cuitoso
de zambras y de cantares;
Y con profundas raíces
encrestando las colinas
con sus rojizos matices,
y sus viejas cicatrices,
las murallas granadinas.
Todo es mágica ilusión,
todo en lánguido desmayo,
y en revuelta confusión,
hablaba á su corozon
del sol al últiyo rayo.
IV
Dejadme que descanse, que el arpa sonorosa
arroje, fatigado de la fatal visión;
deja-dme que rae aparte del borde de la fosa
que aún removida, horrenda, helada, misteriosa,
sofoca mis cantares, me aprieta el corazón.
Dejadme; ya se niega mi pobre fantasía
al arte y á la rima y al lánguido soñar;
las dulces ilusiones, tan mágicas un dia,
no quiero en tristes cantos de luto y de agonía
con ansias, ya mortales, doliente recordar.
Dejadme que en silencio la falta del amigo,
que irreparable lloro, devore con horror:
tal vez, José, mañana, yo duerma aquí contigo,
y cual á tí piadosa la tumba me dé abrigo,
descanso á mi fatiga, consuelo á mi dolor.
MANUEL FERNANDEZ Y GONZÁLEZ,
Madrid 4 de Marzo de 1882.
Diálogo in extremis.
Un marido, que cree llegada la horade su muerte, llama á su esposa y le dice:
—Hija mia, voy á morir; en el cajón pequeño de
mi mesa hay un paquetito que contiene cinco mil
pesetas...
—Bueno, bueno, déjate de tonterías: b primero
es morirte y luego veremos.
En un examen de historia:
—-¿Qué hicieron en Roma los Jmnnosl
—¿Qué habían de hacer? Escabechar á ios oíros.
Empleados que no pueden llegar á seis mil reales.
Funcionarios que no pueden ganar menos de veinte mil.
3LUB D E L A EMANCIPACION F E M E N I N A .
(SESION
FANTÁSTICA.)
L a ciudadana que preside toca durante u n cuarto de hora l a c a m p a n i l l a , s i n lograr que cesen las
conversaciones particulares. P o r fin logra hacerse
oir, y exclama:
— S e abre l a sesión.—Ciudadanas: creo que h a
llegado e l momento de d i s c u t i r ampliamente nuestros derechos, y para ello os he citado.
Ciudadana primera.—¡Pido
l a palabra!
Ciudadana segunda.—¡Pido l a palabra!
Otras varias.—¡Y
yo! ¡Y yo!
*
La ciudadana
presidenta.—¡Silencio!
Ciudadana primera.—Señoras:
Las constituciones políticas consagran l a mayor de jas injusticias. E n ellas se consigna que todos los h o m bres son admisibles á los empleos y cargos públicos,
según sus méritos y capacidad; pero n i u n a palabra
dedican á las mujeres. ¡Esto es intolerable y deba
desaparecer, atendiendo á que las diferencias materiales entre ambos sexos, no a u t o r i z a n á los l e gisladores á considerarnos como seres extraños a l
cuerpo social! (Vivas muestras de aprobación.) N o
necesitaré, por cierto, esforzarme mucho para l l e v a r á vuestros ánimos el convencimiento de l a r a zón que me asiste. Decidme, cuantas me escucháis.
¿No os sentís con fuerzas para asistir diariamente á
una oficina, leer en ella los periódicos, tomar café
a l a s doce, fumar unos cuantos cigarrillos y perci-
bír á fia de mes, aunque sea con descuento, eí suei -|
do que fije el presupuesto?
Varias voces.—¡Sí, sí!
Ciudadana
primera.—¿No
os sentís cou fuerzas^
para enteuderos de oficio c o n las naciones e x t r a n - ¡
jeras, cobrar y d i s t r i b u i r los impuestos, m a n d a r l a s !
tropas de m a r y t i e r r a , ocupar las universidadesñ
d i r i g i r unas elecciones, conceder títulos, p r i v i l e g i o ^
y cruces, l l e v a r á las colonias las i d e a 3 modernas,
tratar ó m a l t r a t a r a l cler.o, a d m i n i s t r a r j u s t i c i a ,
entorpecer las relaciones e n t r e el i n d i v i d u o y...
el Estado, é i m p r i m i r nuevo y más lógico r u m b o á
todas las manifestaciones déla a c t i v i d a d del hombre^
Ciudadana
cuarta. —¿Y qué misión se reserva á
éste?
Ciudadana
primera.-—La,
misión n a t u r a l que le
fué encomendada p o r e l C r e a d o r : amarnos y servirnos.
(Tumulto.)
Ciudadana
cuarta.—¿Y
s i se d e c l a r a enhuelgaí
Ciudadana
primera.—No
a d m i t o l a hipótesis.
A l l í donde nuestro sexo se presenta, allí e l hombre
reconoce y p r o c l a m a su e s c l a v i t u d . Sansón , dejándose c o r t a r el cabello; Hércules vencido; Alejandro
enfermo;
A n t o n i o s u b y u g a d o , son otros tantos
ejemplos de que el v a l o r se r i n d e siempre á l a d e b i l i d a d ; R a f a e l y P e t r a r c a muestran que el genio sin
el a m o r debe siempre ser infecundo. ¡Declararse en
h u e l g a e l hombre! ¿Tan pobre es l a coquetería de
nuestro sexo e n recursos, que haga posible l o que;
teme l a ciudadana que me h a i n t e r r u m p i d o ? (Vivas
muestras de aprobación.) ¡El hombre no se declarará n u n c a eo huelga!
1
i
Ciudadana cuarta.-— Poro, ¿y si se declarar
Ciudadana
'primera.—La
nueva Constitución
iebe impedirlo, restableciendo el tormento para loque rechacen el amor,
i
Muchas noces.—¡Bravo! ¡Bravo!
.
Ciudadana primera.—¿Queda, pues, consignado
|iie debe reformarse la Constitución?
Muchas voces.—¡Sí! ¡Sí!
La ciudadana presidenta.—¡Qaeda
consignado
por unanimidad de votos!
Ciudadana
cuarta.—Protesto.
Varias Doces.—Que conste la protesta.
Ciudadana
primera.—Ei
temor que nuestra
;ompañera manifiesta de que el hombre puede declararse en huelga, demuestra las pocas esperanzas
pue conserva de vencerle con su hermosura.
Ciudadana cuarta.—Oiga V d . ; si ha querido falcarme, sepa que no está el horno para bollos, y que
ne costará muy poco arrancarla el moño postizo.
Ciudadana primera.—¡Atrévase
Vd.!
(Confusión indescriptible, que no logra dominar
a campanilla presidencial. Momentos de ansiedad.)
La ciudadana presidenta.—Profundamente
conaovida por la escena que hemos presenciado, t e n ;o el deber de hacer oir mi voz amiga, para que no
e repitan estos espectáculos, que deshonrarían
mestro club hasta el punto de hacerle bajar al n i el de u n Congreso de hombres. Afortunadamente,
is escusas que mutuamente se han dado nuestras
ompañeras, han sido satisfactorias, y tan espontáeas como delicadas. L a ciudadana p r i m e r a reco oce que la ciudadana cuarta es hermosa.
tina voz sarcástica.—*Como una noche de trae*
nos.
La ciudadana
presidenta. — Y l a ciudadana
cuarta reconoce que l a ciudadana primera lleva u n a
moña natural.
La voz anterior.—De
las de noventa reales.
La ciudadana presidenta.—Ordeno
á los taquígrafos que no conste el lamentable incidente de esta
discusión, n i las interrupciones de hace u n instante.
Puede seguir el debate.
Ciudadana
segunda.—Establecida
que sea una
penalidad para los hombres que en materias amorosas, se declaren en huelga, no creo improcedents
que se amplíe l a Constitución, marcando que podrán suspenderse todas las garantías; pero que n u n ca puedan quedar en suspenso les galanterías.
Varias
voces.—¡Aprobado!
Ciudadana segunda.—También deberá declararse que l a soberanía reside única y exclusivamente
en el sf'xo femenino, que emanan del mismo todos
los poderes; que le corresponde l a discusión, aprobación, sanción, promulgación 3' ejecución de todas
las le} es.
Ciudadana primera.—Ya
quedó indicado en m i
discurso.
Ciudadana tercera.—Ciudadanas:
V e o con disgusto que, imitando las malas costumbres de loa
hombres, perdéis u n tiempo precioso con lo i n c i dental, y os olvidáis de lo preferente. E l mundo se
halla en deuda con l a mujer. Las anteriores generaciones admitieron l a poligamia, y h o y mismo
T
subsiste e n algunos pueblos, con m e n g u a d o l a c i vilización.
N u e s t r a s antepasadas t u v i e r o n q u e c o m p a r t i r
e n t r e muchas e l a m o r de un solo h o m b r e : nosotras
debemos heredar y hacer efectivos sus créditos c o n t r a e l sexo tiránico, c u y a i n f l u e n c i a i n j u s t a t r a t a mos de hacer que desaparezca. Creo, p o r l o t a n t o ,
que pi-ocede en justicia l a unión de u n a mujer con
v a r i o s h o m b r e s ; e l establecimiento legal de l a pol i a n d r i a , como en el T i b e t ó el B o t a n .
La ciudadana presidenta.—Ruego
á los taquígrafos q u e no consignen esas palabras, pues b i e n
sabido es que ciertas cosas no deben r e v e s t i r u n c a rácter l e g a l . L a c i u d a d a n a que me h a precedido, y
c u y a v e h e m e n c i a es notoria, no puede desconocer
que h a exajerado mucho e n sus cálculos, y que l a
d e u d a que dejaron pendientes algunos pueblos con
n u e s t r a s antepasadas, l a vamos a m o r t i z a n d o sus
nietas insensiblemente.
C r e o , p o r l o t a n t o , que debemos dejar e l p e r c i bo de los créditos á l a p r u d e n c i a de nuestro sexo,
r e f o r m a n d o , á lo sumo, los artículos d e l Código pen a l que t r a t a n de ciertas licencias que los legisladores h a n clasificado entre los delitos.
V a á darse l e c t u r a ahora de u n a proposición que
acaba de presentarse sobre l a mesa.
Una ciudadana que hace las veces de secretario,
l e y e n d o : " L a s que suscriben, persuadidas de l a n e cesidad de que los hijos que p u e d a n t e n e r no se
m u e r a n de h a m b r e , p r o p o n e n a l c l u b e l p r o y e c t o
de l e y que sigue:
Artículo
Todas las criaturas que nazcan m
lo sucesivo, pasarán á las dos horas de su v i d a á depender de l a p r o v i n c i a .
Arfc. 2.° E n cada capital se establecerá u n a Inclusa 'provincial, cuyos acogidos formarán parte de
la colectividad nacional. Servirán en cada uno de
dichos establecimientos: u n portero, u n barrendero, un tornero, un mandadero, cinco Javanderos de
pañales, u n encargado de l a p a p i l l a , veinte e n c a r gados de l a lactancia a r t i f i c i a l , dos cocineros, u n
planchador, cuatro costureros, dos mozos, dos v i g i lantes y u n profesor de economía política. E l funcionario, c u y a fealdad sea más sobresaliente, r e u n i rá á las funciones que le correspondan, las de coco,
para que no l l o r e n los muchachos.
A r t . 3.° U n a comisión de mujeres vigilará á
los dependientes de dichos establecimientos, decretará l a forma en que deben cubrirse los gastos que
ocasionen, y castigará con el mayor rigor cualquier
abuso.
A r t . 4.° Los acogidos d e l sexo femenino e n t r a rán de lleno en e l goce de todos sus derechos a l
c u m p l i r quince años. Los del sexo masculino permanecerán en reclusión hasta que los reclame p a r a
el m a t r i m o n i o u n a mujer; pero podrán optar á las
vacantes que ocurran de costureros y cocos dentro
de cada Inclusa
provincial.
A r t . 5.° U n reglamento especial fijará l a s i t u a ción social de los hombres que, a l tiempo de p r o mulgarse l a presente ley, no se h a l l e n casados; p u diendo indicarse, desde luego, que los pollos t e n drán que optar entre el m a t r i m o n i o ó su ingreso en
las inclusas, y que los solterones recalcitrantes, los
casados celosos y los viejos inútiles serán deportados.
F i r m a n : Virtudes, Concepción, V i r g i n i a , L i brada, G r a c i a , Anunciación.u
U n a triple salva de aplausos acoge l a lectura de
la anterior proposición, prejuzgando l a unanimidad
que ha de hacer inútil toda discusión sobre l a
; misma.
Pasado el entusiasmo, dice l a ciudadana presidenta: Son las seis de l a tarde y m i hombre estará
i impaciente por m i tardanza: creo que podríamos
' dejar para l a primera reuniou el debate del importantísimo proyecto que se acaba de leer. A l terminar hoy nuestras tareas, cumplo u n deber recordándoos que l a debilidad de l a mujer es el único
: fundamento de la fuerza del hombre, y recomendándoos que opongáis á todos sus mandatos la obstinación negativa que os caracteriza, y á su indiferencia l a coquetería; de esta manera y con el a u x i l i o
que,os prestará la ceguedad de esos miserables, l a
victoria nuestra será t a n completa como brillante.
Se levanta l a sesión.
P o r l a copia:
M.
OSSOKIO
Y
BERNARD.
U n gallego entra en una fotografía y pregunta:
i —¿Cuántu cuesta u n retratu de esos de mediu
¡euerpu para arriba?
— D i e z reales,—responde el fotógrafo.
-—Entonces hágame usted uno de mediu cuerpu
ipara abajo.
- ¿Butacas?—No, no es preciso.
—Estos van al paraíso.
EL G A B A N RUSO.
H o y , eso es, 15 de E n e r o .
H o y hace ocho años justos, pocas horas y a l g u nos minutos, pasaba yo por l a calle de l a C r u z .
T e n i a ocho años menos que ahora.
Pero en cambio, habitaban en m i bolsillo diez
Amadeos, cosa que hoy no conozco, es decir, no tenso trabo con ellos.
Como i b a diciendo, caminaba por l a calle de l a
C r u z , verdadera Jauja en prendas de vestir.
Nevaba, y hacia u n frió de seis bajo cero.
Y o l u c i a m i esbelto t a l l e ; quiero decir, iba en
cuerpo.
T i r i t a b a ; el frió i b a en crescendo.
P o r último, me decidí á dar a l cuerpo abrigo, y
u n pesar a l a l m a .
Entré en u n a sastrería.
L o primero que v i , fué u n ruso admirable, l a r go, m u y largo; su pelo de color de polvo, me enamoró: me evitaba ei uso del cepillo. A más yo no
le tenia.
Me lo probé.
E l sastre me dijo:
— L e está á usted pintado.
—¿Su precio? —respondí.
— Q u i n c e duros.
—Diez,—dije yo.
E l maestro hizo ei panegírico del ruso, diciendo:
— V e a usted l a clase, vea usted el pelo, y luego
su color y l o n g i t u d . . .
Y o me salía desconsolado; el ruso me encaprichó
P o r fin accedió el sastre: pagué", tomó y salí.
Apenas atravesé los umbrales de la sastrería me
encontré un amigo; me saludó y me invitó á tomar
café en el Suizo.
Antes no me saludaba; sin duda le daba frió m i
desnudez.
Tomé, quise pagar, él se opuso.
M i alegría no reconoció límites, porque no tenia
un cuarto.
E l se quedó en l a puerta del café hablando con
varios amigos, yo pretesté u n a ocupación, le ofrecí
mi casa y él hizo lo mismo.
A l llegar á l a calle de Alcalá sentí se agarraban
á m i brazo, y oí una voz que decia:
—Adiós Eduardito. ¿Has heredado?
—Sí, ingrata; sí, E n r i q u e t a .
¿Ustedes no saben quién es Enriqueta? No? Pue3
óiganlo.
E n r i q u e t a es u n a mujer d e veinte años, n i
alta n i baja, admirablemente proporcionada, sus
ojos y sus cabellos, negros como el ébano, su cútia
blanco como los pétalos de l a azucena.
E n r i q u e t a , que me abandonó a l contemplar m i
fortuna en cuarto menguante, l a creyó en creciente
y quiso reanudar nuestras relaciones.
Reconvenciones por m i parte, protestas de cariño por l a suya, volvieron á atar el nudo deshecho
un año antes.
Volví á pasear con ella, á tomar café en Rueda,
donde ella pagaba un dia sí y otro también, pues
yo nunca tenia suelte,
a
Lucí m i gabán ruso en los Bnfo.íu
Me habia olvidado de decir que E n r i q u e t a , á
más de ser modista, pertenecía a i sublime cuerpo
de suripantas.
Tenia mala voz, pero buen palmito.
N o sabia música, pero tenia afición a l arte.
M i gabán me abria las puertas del parnaso
Bufo.
Tí)dos me creyeron capitalista.
Bien dice m i amigo Sánchez Castilla en su pieza
iVónde esta la levital
Dime qué ropa gastas, y te diré lo que comes.
Más de una vez oí diálogos en que se referían á
mí y que eran al tenor siguiente:
—¿Quién es ese del gabán ruso?
— T J n aprendiz de poeta, u n mal escritor tronado.
— H o m b r e , quien usa un gabán así no puede ser
pobre.
E n efecto, y o parecía rico, pero no lo era.
Pasó un año.
E l gabán hizo su primera campaña, sin un descosido.
A l a segunda tenia u n roto.
L a tercera le v i o convertido en gabán l e v i t a , y
cuando Enriqueta me v i o con aquella l e v i t a , me
dijo:
—¡Calla! ¡Cómo prosperamos! L e v i t a nueva, y la
tela es igual á la del gabán ruso.
—Sí, l a he comprado así, para que haga juego.
De los recortes me habia hecho unos botines
qu© tapasen ciertas sonrisas nada oportunas de unas
br ta=i nada nuevas,
Aquel invierno y el siguiente usé gaban-levita,
Enriqueta me deeia:
—¿Y el gabán?
Un dia contesté:
—Me lo lian robado.
A l año siguiente él gabán necesitó nueva reforma.
Me hice chaquet, y otro par de botines.
Como los dos inviernos anteriores iba de levita
í todas partes, aquel invierno fui de chaquet,
í
Enriqueta me dijo:
j —¡Qué afán tienes por ese color!
*—Es entusiasmo el que por él siento,—respondí.
Dos inviernos, dia por dia, llevé e l chaquet sobre mí.
A l tercero le convertí en cazadora: s u color era
Iva de ceniza sí, pero de ceniza de habano, b l a n c a ,
(muy blanca.
Su pelo no existía.
Ha llegado el octavo invierno y el gabán sufre
su última metamorfosis: está convertido e n chaleco.
A l décimo año le veré convertido e n cuchillo»
de algún pantalón de ceniza apagada,
i
En ocho años ha sido mi más fiel y constante a m i g o .
Sus bolsillos han guard«;do versos, prosa, periódicos, cartas de amor, cuentas de sastre y sombre| rero, papeletas de préstamos, pero n u n c a , nunca l o
lúe ha valido.
Ha i d o al café, á teatros, desde el Real á la I n fantil.
Ha comido desde Los Dos Cisnes, hasta en casa
m T Í O Lucas.
H a sido m i u n i f o r m e , e n u n a p a l a b r a .
Y o h a respetado su cabellera, jamás l e pasé ttu
cepillo.
T e n g o el pensamiento de g u a r d a r sus restos para
que acompañen á loa mios en su última morada, á
imitación de los héroes á quienes e n t i e r r a n en u n i o u
de s u fiel espada.
E l gabán ruso h a sido m i consecuente compañero.
E l h a v i s t o m i desesperación, m i s alegres ratos,
mis amores, y a l ser convertido e n chaleco, h a visto
m i último desengaño.
E n r i q u e t a , l a hermosa E n r i q u e t a , h a vuelto á
serme i n g r a t a .
S u reconquista m e c o s t a n a o t r o gabán.
¡Quién t u v i e r a doscientos reales!
G O N Z A L O S.
NEIRA.
L e o en u n periódico:
" P o r disparo casual de u n rewólver que guardaba e n e l bolso d e l a chaqueta u n j o v e n de t i e r r a de
S e g o v i a , fué h e r i d o otro a l que se le hizo l a correspondiente c u r a en el H o s p i t a l p r o v i n c i a l . n
A h í tiene V d . S i eso lo lee u n a c r i a d a de s e r v i cio, y su amo v á de viaje, se expone á que le diga
l a doméstica:
—Señor, tráigame V d . u n j o v e n de t i e r r a d e S e
govia.
—¡Muchacha! ¿Y para qué l o quieres?
—¡Toma! ¡Para frotar con él los c a n d i l e r o s !
*Una cocinera despedida por sus amos. Antes de
dejar la casa, se detiene á charlar con la portera.
, <—¿Con que no echas nada de menos al salir de
esta casa?—pregunta esta á la doméstica.
—Nada... ¡Ah, sí! Lo que siento es que no se venga conmigo el perro del señorito.
—¿Porqué?
—Por que él era el que me lavaba los platos en
la cociua.
En una de las escenas de un drama furibundo,
representado en un teatro de provincia, el marido
ofendido penetra irritado en la estancia de su esposa, creyendo encontrarla con su amante, pero encuentra la habitación vacía y exclama con desesperación:
—¡Nadie! ¡Otra vez seré más afortunado!
La avaricia de Alejandro Dumas, hijo, más ó
menos exajerada por sus enemigos, da origen á no
pocos chistes de los periodistas franceses.
Uno de ellos le atribuye una frase, que como
de Dumas, es ingeniosa, y como de avaro es sangrienta...
—¿Usted da limosna alguna vez?—pregunta a l guien al hijo del célebre novelista.
—¡Ya lo creo! En cuanto tengo una moneda falsa, se la doy á un ciego.
Cada cual á su negocio.
Con las cosas que me dices, me estás
^^^m&
•Y tú me estás dando ahora mismo para tabaco.
LA
PRIMERA
BARBA
(APUNTES.)
C u a n d o á fuerza de caer n i e v e sobre n i e v e , unos
sobre otros años; cuando á fuerza de l a nieve caida
e l airoso pelo q u e cubre l a faz»del hombre v a tomando poco á poco diferentes matices hasta c o n vertirse en u n pequeño m o n t e c i l l o de b l a n c u r a , no
podemos menos de d i r i g i r u n a m i r a d a de cariño á
los pasados tiempos, y de recordar c o n regocijo
aquellos venturosos dias en que nos mirábamos l a
cara t a n l i m p i a como l a p a l m a de l a m a n o .
¡Sarcasmo de l a h u m a n a n a t u r a l e z a ! E l capricho
d e l h o m b r e no se encuentra n u n c a satisfecho en este
m u n d a n o y m a r c h i t o paraíso; apenas obtenemos l a
cosa a p e t e c i d a , cuando nos olvidamos casi por completo de e l l a , y en ocasiones l a maldecimos queriendo no v o l v e r á poseerla.
L a ambición, como condición indispensable a l
completo perfeccionamiento, ¡cuántas veces es origen
de lágrimas! ¡Cómo nos hacen v e r t e r amargo é i n consolable l l a n t o los objetos, las cosas, las personas
deseadas c o n dulces y juguetonas sonrisas! P e r o no
puede evitarse; es c u a l i d a d i n n a t a en e l hombre
como en los seres inferiores, pudiéndolo n o t a r el
h o m b r e observador, desde e l recién nacido h a s t a ei
moribundo...
Descuida, lector, que p a r a t u t r a n q u i l i d a d y l a
m i a no me meteré e n h o n d u r a s . . . de donde no pueda s a l i r ; solo me propongo y ¡quiera D i o s que lo
consiga! señalar algunas de las impresiones que sen-
tí antes, en el momento y después de mi primera
barba.
Eu algún tiempo fui, por más que te parezca lo
contrario, un hombre... un hombre de quiuce años,
con una cabeza toda humo, uu corazón todo amor,
anas ilusiones... ilusorias, y ¡unas ganas de tener
bigote!... Para abreviar, estaba en la edad tonta,
con perdón sea dicho de los que se encuentran'en
ella. Tratábame con eminencias, á mí semejautes,
que no teníamos otra obligación que arreglamos
lo mejor posible la toilette, retorcernos el labio superior... digo, el bigote, y estudiar, cuyas dos primeras obligaciones cumplíamos fielmente á diferen- cia de la tercera, que no era, ni con mucho, de
nuestro mayor agrado. ¡Hasta al enumerarlas la
he dejado para la última... Así era siempre!
Todos mis amigos, menos y o , habíanse alguna
vez que otra rasurado ¡su limpia y nivea cara; todos
menos yo se afeitaban (!) Y a eran, pues, hombres;
hombres verdaderos, y hasta les mirábamos con
más respeto. Que mis compañeros me llamasen
chiquillo, era lo que yo no podia tolerar con calma;
y para ser en lo posible, si no más, igual á ellos y
estirpar de raíz aquellos abusos de fraternal confianza, determiné... afeitarme. ¿Te has hecho cargo de la figurilla? Sabia yo que entre aquella
cuadrilla iba á ser un acontecimiento; sabia que mi
situación se elevaba, y sabia... que iba á gastar
inútilmente un real, y la. propina, sicometia el exceso de darla al mancebo que solícito y amable iba
á ser el ejecutor de mi ardiente deseo; y por fin,
, sabia—esto no lo sabia, pero me lo figuraba—que
hasta se iba a insertar en hxa columnas de La GcrTCSjJonde'tici'i como noticia de interés general!...
L a noche precursora del para mí fausto acontetecimiento, casi no dormí, y los lijeroa momentos
qne lo hice, soñé, ¡pero qué sueño! Que ya en la
barbería, todas las miradas, sonrisas y palabras,
eran alusivas á mi negra y poblada barba; soñé por
fin... ¡que me degollaban! Pero no acababa aquí el
terrible drama, cuyo protagonista era yo, ó mejor,
mi barba ; tenia dos actf.s, y faltaba el segundo,
cuya decoración venia á representar un profundo,
negro y frió abismo, por cuyo sendero bajaba yo
sostenido por el viento, y á medida que bajaba, bajaba también la barbares decir, crecía, pero crecía
tanto que llegué á enredarme en sus largos tirabuzones, cuya peso aceleraba mi caida, yendo á parar
¡no sé á dónde! á un recinto en el que estaban pintados con vivísimos colores lo más horrendo, lo mái
descomunal, lo más inverosímil que un loco puedo
imaginar en el momento de su delirio. ¡Qné noche!
Todavía conservo la opresión de pecho que aquella
horrible pesadilla me produjo. Despertéme más temprano que deorlinario, y me levantémás tarde que
de costumbre; me estaba preparando.
Marchaba tranquilamente por Ja calle de la
Montera, cuando me dieron un prospecto que, malísimameute redactado, decía, ó quería decir, que
por allí cerca se acababa de establecer una antigua
peluquería. V i el cielo abierto, y andando algunos
pasos la puerta del establecimiento ¡estaba tentadora! Entré.
*—\ty*é ya á sjer? fueron las primeras palabras
que aquellos pacíficos servidores me dirigieron. A
juzgar por mi aspecto, no comprendieron que trataba de afeitarme, ó, mejor dicho, de que me afeitaran. ¡Necios!
Sin atreverme á mandar que pasaran la navaja
por mi cara, me sirvió de preámbulo el que me cortaran ¡no te asuste.*! el pelo, en cuya faena creo, si
mi memoria no me es infiel, tardaron tres cuartos
de hora, al cabo de los cuales, galantemente me dijeron que allí estaba de más; yo no entendí la indirecta, y con la mayor naturalidad dije que me
limpiaran, la cara. O no comprendieron, ó no quisieron comprender lo que decirles quería, por lo
que, revistiéndome de serenidad y sacando el pañuelo para que no pudieran comprender que me
ponia colorado, afeíteme Vd., dijo con imperiosos
modos, y todo lo más ligero que pude. Describir el
extremecimiento que sentí cuando en mí colocaron
la navaja, el carácter de la ligera sonrisilla que por
mí retozaba y el retemblido que di cuando burlona mente me anunció el barbero que si me movia iba
á cortarme, seria cosa de emplear mucho tiempo y
palabras. Con gran satisfacción mía, concluyeron de
hacerme la barba, y á l o s pocos momentos, sin saber cómo, me encontraba eu la calle.. Allí habia
otra atmósfera, allí se repiraba, allí, porfió, ¡no
estaba en manos del barbero! Sin detenerme un se •
gundo, y al paso más ligero que pude, me dirigí á la
Universidad; era, menos minutos, la hora de entrar en clase, y por consiguiente, todos los compañeros que tenían el feo vicio do asistir á ella, se encontraban en el soberbio claustro; conversé con al-
giinos; me acerqué' á todos, y ¡qué sorpresa! empezaron á hablar... de lo de costumbre, de que, ¿cuándo me afeitaba? ¡No notaban en mí la falta de la
barba! Se cansaron de hablar acerca de ella, y pasaron á discutir una cuestión de derecho; hablábamos de las tutelas, y cuando estábamos en el punto
más culminante del tema, uno de mis camaradas y
á propósito, según dijo, de ellas, hizo notar que,
sustituyendo al bigote, ostentaba yo unas cuantas
cortaduras.—¿Quién te ha obsequiado?—me dijo, y
sin hacer gran caso del lijero bofetón que á estas
palabras había acompañado, respondí al momento y
hasta con un poquillo de orgullo: ¡el barbero!
Estupefacción general.
Acabar de decir aquella palabra y encontrar mi
flamante sombrero apabullado por cien despiadadas
manos, fué cuestión... de nada.
Apenas me repuse del efecto producido por
aquel acto de compañerismo, observé que la puerta
del aula estaba abierta y á mÍ3 amigos colocándose
cada cual en su puesto, como los picadores de tanda. Yo les imité (no á los picadores, sino á mis condiscípulos.) Aquel dia nuestro catedrático tuvo la
humorada de pasar lista, como nosotros decíamos, y
hacernos algunas ligeras preguntas sobra la lección,
tocándome en suerte ser el primero que debia con
testarle y no lo hice; fué llamando después á mis
amigotes que respondieron... lo que yo.
¡Qué tiempos aquellos!...
Todos los amables lectores 'y lindas tóoras'que,'
¡evesfcidas de paciencia, hau continuado leyendo
este articulejo, se figurarán que lo doy á la estampa con objeto de recordar halagüeños días de mi infancia, mirando el suceso narrado críticamente por
la fuerza y experiencia de los años... Pues si han
pensado esto, se han equivocado de medio á medio;
solo han trascurrido algunos meses; en este intervalo me he afeitado cuatro veces el sitio en que á
los hombres brota la barba.
Y ésta
obstinada en no hacer su presenta™
cion.
CARLOS
EL
Ossoiuo Y
GALLARDO.
EGOISMO.
FÁBULA.
Con ruda miseria interna,
su familia atormentaba
Perico; despilfarraba
el peculio en la taberna,
y exclamaba en son beato,
atracándose sin tasa:
¿Quién me mantiene la casa,
si yo no me doy buen trato?
De este egoísmo brutal,
ejemplos do quier se ven.
iQué importa, si yo estoy bien,
que los otros estén mal?
MANUEL FERNANDEZ Y GONZÁLEZ.
1
ri
^ > J uemDie...—¡¡Han matado a l perro Paco!!
ea
—¿Cuándo veré premiados mis afanes?
—Esta noche á las doce en Capellanes.
EL LEON Y E L GATO.
FÁBULA.
Mirando á u n viejo león,
d i j o un gatillo incipiente:
"Tú, que fuiste prepotente,
y a no vales, fantasmón, u
Clavóse un abrojo á punto
él león, lanzó un rugido,
y ei gatueio ensordecido
quedóse, y gemi-difunto.
Más luego se recobró
y d i j o i n s o l e n t e y vano:
H a s hecho un esfuerzo, anciano,
pero no me engañas, no.n
JI
Hay gato, yo te Iq
advierto,
lector, que matando á escote,
aunque el difunto le azote,
sigue dándole por muerto.
No vale contra, él virtud,
y es inútil Ve digáis:
« L O S MUERTOS Q U E VOS MATAIS
GQZAN D E BUENA SALUD.»
'MANUEL
FERNANDEZ Y
GONZÁLEZ.
U n p l e i t e a n t e de m a l a fe, buscó á u n a b o g a d o
celebre p . r a q u e l e defendiera: tomó'el letrado l a
n o t a d e l q u e quería ser s u c l i e n i e y Iq dijo v o l v i e s e
;
de allí á dos d i a s : v o l v i ó e a efecto, y le preguntó
s i s e e n c a r g a b a de s u negocio.
— N o encuentro más que u n a d i f i c u l t a d , — d i j o e l
a b o g a d o : — s i y o le defiendo á usted, ¿quién me defenderá á mí?
, E n u n a r e v i s t a de inspección, e l g e n e r a l dijo á
u n s a r g e n t o examinándole de orientación:
— S u p o n g a m o s q u e t i e n e V d . á l a derecha e l L e v a n t e á l a i z q u i e r d a e l P o n i e n t e ; ¿qué tendrá u s ted delante?
— L a s narices,—respondió s i n v a c i l a r el s a r g e n t o .
E l g e n e r a l no creyó o p o r t u n o p r e g u n t a r l e qué
sería l o q u e tendría» detrás.
U n j u r a d o de l a Exposición de A n i m a l e s á u n a
a m i g a siiyfi., que encontró acompañada de su ñifla;.
— D i s p e n s e V d . , F u l a n i t a , n o puedo d e t e n e r m e :
estoy c a y e n d o e n f a l t a en l a Exposición de A n i males.
— ¡ A y mamá!—dijo l a niña c u a n d o se hubo i d o :
— ¡yo q u i e r o v e r á ese señor en s u j a u l a !
Más sobre l a m i s m a Exposición:
a v e r mamá, cómo l a señora te
engaña c u a n d o t e dice q u e y o n o sé n u n c a l a l e c ción de H i s t o r i a S a g r a d a .
L A M A M Á . — ¿ Y á qué v i e n e eso ahora?
L A N I Ñ A . — M i r a , mamá, en a q u e l l a j a u l a d i c e ;
E x c m o . señor d u q u e de T o r r e p r i e t a , y d e n t r o h a y
u n cerdo.
L A NIÑA.—Vasf
L A M A M Á . — B i e n ; ¿y que'?
L A N I Ñ A . — ¡ Q u é ! ¿en l a obra j a u l a qué dice?
L A M A M Á — D i c e S i . D . I n f u n d i o de R a t a p l á n .
L A N J $ A . — ¿ Y qué h a y dentro?
L A M A M Á . — T J n macho cabrío.
L A N I Í Í A . — M i r a , mamá; ¿qué dice all*?
L A M A M Á . — E x c m o . señor marqués de A l c o b a coja.
L A N I Ñ A . — P u e s dentro hay un mico.
L A M A M Á . — ¿ P e r o qué t i e n e que v e r eso c o n la
Historia S u r a d a , Elisa?
L A N I Ñ A . — ¡ Y a y a ! Vasa v e r l o , mamá: todos esos
señores h a n sido m u y m a l o s , y D i o s los h a c o n v e r t i do en bestias como á N a b u c o d o n o s o r , r e y de B a b i lonia.
1
E n l a m i s m a Exposición:
U n m a r i d o á su m u j e r :
— D i c e n q u e h o y n a d i e dice l a v e r d a d , ¡qué c a l u m n i a ! que l o d i g a esta Exposición: Aquí se presenta todo el m u n d o i n g e n u a m e n t e , t a l corno es.
E n l a t r i b u n a de señoras d e l C o n g r e s o decia
u n a de ellas á o t r a :
— H i j a m i a , t u a m i g o e l d i p u t a d o X . no es d i v e r t i d o cuando h a b l a .
—-Pues m i r a , — d i j o l a o t r a : — t a m p o c o l o es c u a n do c a l l a .
U n abogado deeia á u n a preciosa r u b i a :
— E l amor es u n a cadena que nos sujeta á u n a
mujer.
— ¿ Y por cuanto tiempo?—dijo ella.
— P o r V d . , — d i j o él,—sin circunstancias atenuantes, cadena perpetua.
U n a señora c a r i t a t i v a , decia h a b l a n d o de u n a
persona á l a que h a b i a favorecido, y no cesaba de
m a n i f e s t a r l a de l a manera más e x p r e s i v a su r e c o nocimiento:
— E s t e hombre es sofocante, i n s u f r i b l e : es... ¡un
monstruo de g r a t i t u d !
— V e a V d . , — d e c i a u n c a r p i n t e r o , á q u i e n se h a blaba de especulaciones:—los negocios son como u n a
t a b l a : todo e l m u n d o l a acepilla y se l l e v a u n a v i r u t a : cuando l l e g a el último no queda n a d a .
H a b i e n d o c o n v i d a d o á su casamiento u n o de sus
amigos á u n solterón contumaz, éste le dijo:
— I m p o s i b l e , amigo mió, á fé de célibe; he j u r a do no a s i s t i r á ningún casamiento; los malos ejemplos son contagiosos.
L a s mujeres emplean más su i n t e l i g e n c i a e n
provecho de l a l o c u r a , que e n provecho de l a razón.
L a s grandes cualidades i m p i d e n más que los
grandes vicios, e l tener muchos amigos.
D e j a r e n en l a r u l e t a
h a s t a l a última peseta.
F i r m a r en seco.
EL
HOMBRE
IMITACION
Y E L HIERRO.
B E VÍCTOR
HUGO.
— J i g a n t e de férrea entraña
q u e te elevas h a s t a e l c i e l o ,
¿quieres que con m a n o d i e s t r a
robe el m e t a l de bu c e n t r o
p a r a hacer de él u n a r a d o
que a b r a de l a t i e r r a el seno?
— T r a b a j a , sí, y tras los b u e y e s
siga y o c o n paso l e n t o
buscando á l a m a d r e t i e r r a
los tesoros de más p r e c i o !
— C í c l o p e , q u e h a s t a las nubes
l e v a n t a s t u férreo c u e r p o ,
¿quieres q u e a r r a n q u e á t u entraña
hélice, ruedas y remos
p a r a l u c h a r en las ondas
c o n t r a e l líquido elemento,
y s u r c a r c o n tus a u x i l i o s
los más anchurosos piélagos?
— T r a b a j a , sí, y de m i entraña
haz bajeles, ruedas, remos
p a r a c r u z a r p o r los mares
del uno a l otro hemisferio,
d i f u n d i e n d o á otros países
l a l u z , l a industria, el comercio!
— M o n t a ñ a de férreo v i e n t r e
q u e t e pierdes e n los cielos,
¿quieres que h a s t a t u s entrañas
#
p e n e t r e y te dé tormento,
p a r a hacer con t u s prodigios,
máquinas de d u r o hierro ,
que aguas l l e v e á las ciudades
que v i v i f i q u e los pueblos,
que rieguen nuestras campiñas
y fecunden e l desierto?
—Explótame c u a n t o q u i e r a * ;
trabaja si es t u deseo;
p r o c u r a á l a h u m a n a raza
placeres dulces y honestos,
que e n t u mano trenes, hombre,
dicha-, salud y progreso.
— E , o c a de m e t a l precioso,
¿quieres que robe e n t u centro
h i e r r o p a r a hacer cañones
c o n que i m p o n e r m e á los pueblos:
balas p a r a e x t e r m i n a r l o s ,
bombas p a r a demolerlos,
y cadenas con que logre
á m i antojo someterlos?
— A p a r t a de mí, i n h u m a n o ;
h u y e á ios ámbitos negros;
l l e v a á l a región del m a l
tus homicidas proyectos.
S o y l a v i d a , tú l a muerte:
h u y e t i r a n o soberbio;
no busques, n o , en m i s entrañas
armas c o n t r a e l u n i v e r s o ,
p a r a d e s t r u i r las obras
del
más
sublime
arquitecto.
L l e g u e h a s t a mí el hombre justo
10
a b i e r t o tiene m i seno
p a r a hacer c o n m i s tesoros
hélices, r u e d a s y r e m o s ,
arados, sierras,.escoplos,
, mánüiña, i m p r e n t a , - t e l é g r a f o s ,
y limas para romper
la-i c a d e n a * d o lo 4 s i e r v o - ;
qxi3 D i o s h i z o a l n o m b r e l i b r e
y de sus acciones. (Lneno-,
\)\Vii ser h o n r a d o , - s a b i o . , trabajador y.
perfecto^
' KC-ÉSG'A y
CÁ.11LSS
A veces un huracán
hace bailar el
can-can#
De Fuenlabrada á Madrid
siempre viene cuando hay feria,
y aunque se llame Pascuala,
dice que es la tia Javier a.
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