Narcotráfico: dimensiones económicas y sociales - unesdoc

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Revista internacional
de ciencias
sociales
setiembre 2001
169
Narcotráfico: dimensiones económicas y sociales
Niño camboyano sostiene un plumero en una mano e inhala goma barata comprada en el mercado de Phnom
Penh el 19 de junio de 1999.
Rob Elliiot/AFP.
Tema del número
En este número (169): Narcotráfico: dimensiones económicas y sociales
Consejeros editoriales: Michel Schiray, Christian Geffray, Guilhem Fabre
Pese a que la prensa, el cine y la televisión se han ocupado con frecuencia de los aspectos
sociales del narcotráfico, las investigaciones científicas suelen dejarlos de lado. Considerado
excesivamente turbio y peligroso, este tema ha carecido de apoyo institucional y de
respetabilidad académica. En este número de la Revista Internacional de Ciencias Sociales se
trata de rectificar ese olvido. Los artículos que comprende se fundan en investigaciones
realizadas en el marco del Programa “Gestión de las Transformaciones Sociales” (MOST) de la
UNESCO. Los autores se valen de las conclusiones de experiencias sobre el terreno de varios
grandes países -China, la India, el Brasil, México, Sudáfrica- y un análisis comparativo. Se
exploran los aspectos económicos y sociales del narcotráfico y muestran la manera en que se
relaciona con otras actividades delictivas, estudian la violencia y corrupción que generan y
analizan sus vínculos con el Estado.
Christian Geffray, uno de los consejeros editoriales de este número falleció repentinamente el 9
de marzo de 2001. El Director de la Revista Internacional de Ciencias Sociales y todos los
colaboradores MOST desean expresar su profundo pesar a los familiares y amigos de Christian y
le rinden homenaje dedicando este número de la revista a su memoria.
Número anterior (168): La ciencia y sus culturas
Consejera editorial: Hebe Vessuri
Próximo número (170): La globalidad mundial y sus críticos
Consejero editorial: Pierre de Senarclens
El Proyecto MOST : Transformaciones económicas y sociales
relacionadas con el problema internacional de las drogas1
Secretaría del MOST
Introducción
Desde el final de la bipolarización que caracterizó la Guerra Fría, el orden mundial ha sufrido
una serie de mutaciones estructurales que se definen en términos de “crisis”, de “transición” o de
“turbulencia”. El desorden que reina en las relaciones entre los diferentes actores del escenario
mundial podría ser considerado en realidad como el resultado de una confrontación que
actualmente gobierna las fuerzas de centralización y de descentralización del sistema
internacional. Esta confrontación se caracteriza por las múltiples reacciones de los actores
estatales frente a la expansión de los intereses económicos y sociales.
El sistema mundial parece estar atravesado por tendencias muy complejas en las cuales se
conjugan y se confrontan lógicas y niveles de regulación muy heterogéneos. En efecto, en las
transformaciones actuales, las instancias de regulación y de mediación no se ajustan
necesariamente a cada nivel de intervención. Una de las dificultades provocadas por la
geoeconomía y la geopolítica de la droga a escala planetaria está estrechamente ligada a la
inadecuación entre las instancias de regulación, locales, nacionales e internacionales, por una
parte y, por la otra, los niveles - espaciales y temporales - de las actividades económicas, sociales
y políticas.
Durante los años 1980-1990 se han intensificado considerablemente las actividades relacionadas
con el tráfico de drogas ilícitas. Durante este período, la transformación, la exportación y, en
menor proporción, la producción y la distribución de drogas ilícitas, han ido a parar en gran parte
a manos de grandes organizaciones criminales, algunas de las cuales han llegado a desempeñar el
papel de motores en el desarrollo de los mercados y a controlar amplios sectores del tráfico.
Estas organizaciones están presentes en todas las grandes regiones del mundo, tanto en el Norte
como en el Sur. Actualmente, el mercado de las drogas no conoce nacionalidad ni fronteras. Más
que nunca, encarna los nuevos desórdenes del mundo de la posguerra fría.
La problemática de las drogas es uno de los factores de un movimiento de reestructuración de las
relaciones internacionales, del mismo modo que las crisis de identidad y los flujos
transnacionales (demográficos, culturales y económicos). Junto a las cuestiones de medio
ambiente y de derechos humanos, se ha convertido en un campo de batalla y de negociación en
el escenario internacional y, por consiguiente, de la mundialización.
Para analizar la cuestión de las drogas, el Programa MOST ha iniciado un proyecto de
investigación con el apoyo del PNUFID: “Transformaciones económicas y sociales ligadas al
problema internacional de las drogas”, referente a América Latina y a Asia. En el terreno de los
mercados de las drogas, la intervención pública tiene que representar un papel central en la
regulación de las relaciones entre la oferta y la demanda. Un mejor conocimiento de estos
mecanismos y de sus consecuencias económicas y sociales es tanto más necesario cuanto que se
trata de un terreno que, esencialmente, está oculto y ha sido poco explorado.
Según los miembros de la red del MOST, uno de los factores dinámicos de estas
transformaciones es la espectacular intensificación de la producción de todas las drogas en el
conjunto de las regiones del mundo. Tomemos el caso de los cultivos de la planta de coca y de
adormidera. Los cultivos de coca conciernen sobre todo a Bolivia, Perú y Colombia pero en la
actualidad proliferan también en Ecuador, Brasil, Venezuela, Panamá y Guyana. También se
señala su existencia en otras grandes regiones del mundo. Los laboratorios de clorhidrato (el
producto final fabricado a partir de la pasta básica de cocaína) tienden a multiplicarse en otros
países, como Argentina o Chile. En lo que se refiere a los cultivos de adormidera, se han
extendido a todos los continentes, sobre todo a Asia Sudoriental, Asia Central, Turquía, Egipto,
Europa Oriental, México y a algunos países de América Central. Los mercados más lucrativos,
tanto para la coca como para los opiáceos, siguen siendo los Estados Unidos y Europa
Occidental, pero el consumo se extiende hoy mucho más rápidamente, incluso en los nuevos
círculos de negocios, en Europa Oriental, en Asia Sudoriental y, de una manera más general, en
muchos otros países en desarrollo. El cáñamo índico (cannabis sativa) y sus derivados están ya
generalizados en todo el planeta.
De este modo, la producción y la distribución de drogas se han convertido en una fuente muy
considerable de ingresos. Como lo analiza muy bien Guilhem Fabre, se trata de un ingreso que
puede permitir compensar los déficit presupuestarios o enriquecerse, tanto a nivel personal como
a nivel de grupos de población, de empresas o incluso de países, y que tiene importantes
repercusiones en las recientes crisis financieras. Las drogas atañen también a las poblaciones
marginadas económicamente, como los campesinos-productores o algunos pequeños
revendedores, a las organizaciones criminales, o a ciertos sectores integrados de la sociedad, en
el mundo de las empresas o de las instituciones del Estado. En cuanto al reciclado de los
productos, éste concierne directamente al centro de la economía y de la sociedad (a nivel de los
patrimonios de bienes raíces, inmobiliarios y financieros), con la participación directa de las
empresas y de las instituciones financieras.
Las transformaciones sociales que se operan a partir del desarrollo de la economía de la droga
revelan la extensión de los sectores de actividades ilegales y su interpenetración con los sectores
oficiales de la sociedad. Estas transformaciones cuestionan el derecho, las normas y las reglas
elementales de la organización económica y social y parecen influir profundamente en la
evolución de nuestras sociedades. El estudio a fondo de estas transformaciones tiene una
trascendencia prospectiva esencial para los responsables de las decisiones y para la definición de
instrumentos apropiados de gestión pública a corto, mediano y largo plazo. Existen grandes
variaciones tanto desde el punto de vista del consumo como desde los de la producción o la
distribución. Por eso, es necesario multiplicar los estudios de caso, que se concentran en las
especificidades nacionales y locales, para confrontar los sectores y las poblaciones más afectadas
en las distintas sociedades y para discutir nuevas hipótesis, como las que presentan los miembros
de la red del MOST en este número de la Revista Internacional de Ciencias Sociales.
Los objetivos del proyecto
El proyecto tiene por objeto:
- Producir nuevos conocimientos, acopiando y tratando informaciones, en la mayoría de los
casos inéditas, sobre la situación en los diferentes países. En efecto, el carácter específico del
tema así como su novedad en numerosas regiones tienen como consecuencia un importante
déficit de conocimientos básicos sobre el tema, excepto en algunos países (como por ejemplo
los Estados Unidos o los países andinos).
-
-
-
Proceder a un análisis comparado entre las regiones y los países estudiados, de modo que se
puedan identificar las diferentes dimensiones históricas, culturales, sociales, económicas,
jurídicas y políticas del desarrollo del tráfico de drogas y de las transformaciones sociales
con él relacionadas.
Constituir una red de institutos de investigación y de investigadores en las distintas regiones
del mundo, Asia, América del Norte y del Sur, África, Oriente Medio, Europa Occidental y
Europa Oriental. La red básica ya existente se ampliará y se estabilizará procurando localizar,
interesar y asociar nuevos equipos, especialmente en regiones donde la investigación
presenta más lagunas.
Constituir un verdadero centro de competencias a nivel internacional, capaz de proporcionar
una ayuda a la decisión, tanto de los responsables públicos de los diferentes países como de
los organismos internacionales y regionales, y de intervenir en los medios de comunicación
y en los diversos sectores de la sociedad civil.
La concepción y la metodología
El proyecto se basó en un trabajo de red entre institutos de investigación reconocidos por su
calidad científica y de carácter deliberadamente pluridisciplinario en el campo de las ciencias
sociales.
Se concedió la prioridad a las investigaciones llevadas a cabo en cuatro áreas geográficas :
Brasil, China, India y México. Todas ellas son económicamente complejas y diversificadas y
todas están comprometidas, de una manera marcadamente creciente, en el comercio de drogas. El
proyecto apoyó la constitución de equipos en esas regiones y concentró en ellas una buena parte
del esfuerzo de investigación.
Los resultados científicos
•
•
•
La producción de nuevos elementos de conocimiento en estas cuatro grandes regiones
prioritarias y la comparación de estos elementos con los que están disponibles en los países
tradicionalmente especializados que rodean estas regiones.
Una mejor comprensión teórica de las condiciones de desarrollo del tráfico de drogas y de
las transformaciones económicas y sociales relacionadas con él.
La producción regular de análisis sobre el estado de la cuestión a nivel mundial y en los
planos regional y subregional ( por medio de las Cátedras UNESCO).
Publicaciones del proyecto 2 :
ASTORGA (Luis), 2000, Drug Trafficking in Mexico: a first general assessment, MOST
Discussion Paper.
BRITTO (Gabriel) & CHARLES (Molly), 1999, Socio-economic Transformations and the Drug
Scene in India, MOST Discussion Paper.
COLOMBIE (Thierry), Impact Economique et Social de la Culture du Pavot sur la Communauté
des Yanaconas au sein du Massif Colombien, MOST Discussion Paper, UNESCO, París.
FABRE (Guilhem), 1999, Les prospérités du Crime : Trafic de Stupéfiants, Blanchiments et
Crises Financières dans l'après Guerre Froide, La Tour d'Aigues : Editions de
l'Aube/UNESCO, París.
LANIEL (Laurent), The Relationship between Research and Drug Policy in the United States,
MOST Discussion Paper, UNESCO, Paris.
MACHADO (Lia Osorio), 1997, Movimiento de capitales y tráfico de drogas en la cuenca del
Amazonas, Documentos de trabajo, UNESCO, París.
MOST, 1998, Globalization ad the International Drug Problem in Central Asia and Pakistan,
UNESCO, Tashkent.
OBSERVATOIRE GEOPOLITIQUE DES DROGUES, 1998, Les drogues en Afrique
subsaharienne, Khartala, París.
Revue TIERS MONDE, 1999, "Drogues : un nouvel avantage comparatif ?", Tomo XL, N° 158,
abril-junio 1999, P.U.F., París.
ZALUAR (Alba), Violence Related to Illegal Drugs, Easy Money and Justice in Brazil: 19801995, MOST Discussion Paper.
Los resultados institucionales esperados (evaluación de las políticas existentes y pertinencia
de la investigación para la elaboración de las políticas)
El régimen internacional de prohibición en materia de drogas, por muy legítimo que sea para
contener los riesgos de difusión desmesurada de la toxicomanía, subestima las consecuencias
sociales, económicas y políticas de la creación de un mercado ilegal muy fuertemente
internacionalizado y ampliamente accesible, a pesar de los medios dedicados a la represión. El
proyecto se propuso pues contribuir a comprender mejor y a evaluar las transformaciones
sociales a diferentes niveles, internacional, nacional y local, sobre todo en las grandes
aglomeraciones urbanas.
Sus resultados permiten construir una nueva argumentación sobre las consecuencias económicas,
sociales y políticas de las medidas internacionales y nacionales de control en materia de drogas.
La naturaleza de esta argumentación permite reequilibrar los enfoques que se fundan en
consideraciones de salud pública y de represión que, a nuestro modo de ver, sirven demasiado
exclusivamente como fundamento de esas políticas, en detrimento de otros planteamientos
basados en la prevención.
Traducido del francés
Notas
1.
Este proyecto, aprobado por el Comité Científico del MOST en 1996, ha sido ejecutado
por la UNESCO, en cooperación con el PNUFID (Programa de las Naciones Unidas para
la Fiscalización Internacional de Drogas, Viena). El Programa MOST desea agradecer a la
Sección de Investigación del PNUFID por todo el apoyo que le ha concedido. Este texto
fue preparado por la Secretaría del MOST.
2. La serie “Documentos de trabajo del MOST” está disponible en el sitio
www.unesco.org/most/drugs.htm. Para informaciones sobre las publicaciones, sírvase
consultar a la Secretaría del MOST ([email protected]).
"Les Morphinomanes", afiche de una pieza teatral en el Theatre Fontaine, Paris
DR
Nota biográfica
Michel Schiray es economista e investigador del Centro Nacional de
Investigaciones Científicas francés (CNRS). Es miembro del Centro
Internacional de Investigación sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo
(CIRED) y del Centro de Investigaciones sobre el Brasil
Contemporáneo (CRBC) de la Escuela francesa de Altos Estudios de
Ciencias Sociales (EHESS), en la Maison des Sciences de l'Homme
[Casa de las Ciencias Humanas] de París. En la actualidad trabaja en
Río de Janeiro. Es uno de los coordinadores científicos del proyecto de
investigación internacional sobre las transformaciones económicas y
sociales relacionadas con el problema internacional de las drogas del
Programa MOST de la UNESCO. Recientemente, ha coordinado el
número "Trafic de drogues et criminalités économiques" [Tráfico de
drogas y delitos económicos] de la revista Monde en développement
[Mundo en desarrollo]. Su correo electrónico es: [email protected].
Introducción: Tráfico de drogas, organizaciones delictivas y políticas públicas
de fiscalización
Michel Schiray
La principal originalidad de los trabajos desarrollados en el marco del proyecto de investigación
internacional sobre las transformaciones económicas y sociales relacionadas con el problema
internacional de las drogas del Programa MOST reside en que han supuesto una labor exhaustiva
de campo en los diferentes países participantes. Mientras que la prensa y el resto de los medios
de comunicación, especialmente el cine y la televisión, han otorgado una importancia de primer
orden a las realidades que rodean el tráfico de drogas, la investigación científica y universitaria,
por falta de apoyos institucionales y de legitimidad académica, ha desatendido este campo de
investigación, al considerarlo opaco a la par que peligroso. Presentamos aquí los resultados de
una serie de investigaciones desarrolladas en los planos local y regional. A partir de esta
experiencia de investigación llevada a cabo en distintos países y que estriba en una intensa
recogida de nuevos datos empíricos, práctica científica inédita en este ámbito, surgen muchas
preguntas. Estas preguntas son lo que esta contribución trata de exponer, aunque todavía de
manera preliminar, agrupándolas en torno a algunos grandes temas.
Investigación, medios de comunicación e instituciones públicas especializadas: una cuestión
de información internacional
El tráfico de drogas, al igual que los demás grandes sectores de la delincuencia económica,
ocupa en la actualidad, y desde hace poco tiempo, un puesto importante en las prioridades de las
organizaciones internacionales, entre y en el seno de los gobiernos y en las administraciones
públicas especializadas. Sin embargo, este tráfico no se encuentra documentado en lo esencial,
salvo por el trabajo periodístico (el cual, aunque a veces es excepcional, las más de las veces es
desastroso) y difundido por los medios de comunicación o los rumores (en las peores
condiciones). La información que difunden las instituciones oficiales sigue siendo muy escasa y
tímida en lo que concierne a la cuestión general de las drogas. En todo el mundo se han
emprendido pocos trabajos serios y exhaustivos sobre estos temas, y han contado con pocos
medios a su disposición, cuando debería haber sido justamente lo contrario. Los propios
conocimientos de los servicios especializados, que no son en absoluto desdeñables, han
permanecido cerrados sobre sí mismos y volcados en fines operativos de represión o más
estrictamente políticos.
Sin embargo, en algunos lugares se han hecho investigaciones y se ha acumulado una
información más profunda. Entre ellos, cabe destacar Colombia, Bolivia o el Perú, países en los
que se concentra la mayor parte de la producción de coca y cocaína y donde sufren directamente
los embates del narcotráfico desde los campesinos productores hasta los traficantes
internacionales, pasando por todas las capas de la sociedad. Estos países han dado investigadores
cuyos trabajos se cuentan entre los mejores. A algunos les ha costado la vida. También en
Tailandia, Myanmar o el Pakistán, países que figuran entre los más afectados por el tráfico de
heroína, están surgiendo desde hace varios años algunas investigaciones excepcionales a escala
internacional. No es este el caso de los países de África, en especial el África Austral, Nigeria o
Marruecos (el principal proveedor de cannabis de Europa), donde no se han emprendido
actividades de investigación de peso sobre estas materias. En Europa, Italia es claramente uno de
los países más interesados por estas actividades y ha sabido estimular un proceso excepcional de
investigación que precede y acompaña al movimiento judicial contra la delincuencia organizada
de las mafias. En el resto de los países europeos, las aportaciones hasta hace pocos años han sido
más bien discretas, incluso en los Países Bajos, aunque se traten, éstos, no obstante, de la
plataforma principal del tráfico de drogas ilegales en Europa y estén en la vanguardia de la
investigación y la experimentación social en materia de toxicomanía. Por lo que se refiere a los
Estados Unidos de América, es el país que cuenta con una tradición más larga de investigación
sobre la materia, además de seguir siendo aquel en el que se realiza un mayor número de trabajos
de investigación en este campo, al igual que ocurre con respecto al conjunto de los delitos
económicos, en especial el blanqueo de dinero, con mecanismos de conocimiento y de
información sin parangón. Disponen de medios de investigación y de instrumentos estadísticos
excepcionales a escala mundial e incluso intentan imponer sus informaciones y sus sistemas de
recogida de datos al resto de países (como de hecho hicieron en los decenios anteriores con
respecto a las legislaciones nacionales e internacionales sobre drogas). Pero igualmente son un
país que apoya la realización de trabajos cualitativos profundos y de gran calidad, con
investigaciones que buscan cubrir todos los continentes del mundo, incluida Europa. Pero la
abundancia no es necesariamente sinónimo de claridad y aunque podamos aprender mucho de
estos trabajos, nos siguen faltando herramientas, síntesis y nuevas interpretaciones sólidas que
permitan avanzar seriamente en la medición correcta del fenómeno y en la reflexión en
profundidad que exigen estos problemas en su conjunto, superando los enfoques demasiado
técnicos y parcelados, cuando no con una excesiva carga ideológica.
Niveles territoriales y diversidad de cuestiones vinculadas al tráfico de drogas
El nivel territorial en el que nos movamos en el debate será decisivo a la hora de definir los
problemas y valorar las consecuencias del tráfico de drogas para la economía y la sociedad. De
forma similar, las metodologías de trabajo e investigación utilizadas serán completamente
distintas dependiendo del caso.
En el plano local, y en particular en las grandes aglomeraciones, las consecuencias más notables
son las relacionadas con el consumo y el uso indebido de drogas. En este ámbito, las cuestiones
sociosanitarias y personales ocupan claramente el primer plano. Pero es evidente que el consumo
y el uso indebido constituyen también un factor de inseguridad pública, y no sólo, sin duda, por
los comportamientos individuales de los consumidores que hacen un uso indebido de las drogas,
sino también por la pequeña delincuencia que éstas frecuentemente protagonizan para la
adquisición de sus dosis. Así, el tráfico puede conllevar situaciones de violencia real, incluidos
homicidios, que dependen de cómo esté organizada localmente la distribución. A este respecto,
puede servir de ejemplo el caso extremo de Río de Janeiro, pero no es representativo de la
situación que se produce en todas las grandes ciudades. Sin duda, un tráfico local mejor
organizado, es decir, mejor controlado por los traficantes y los organismos de represión, se
desarrolla en mejores condiciones, evitando una violencia extrema manifiesta y socialmente
costosa, como parece ocurrir en Mumbai (Bombay). También en el plano local se plantea en
todas las grandes ciudades del mundo la cuestión de las repercusiones económicas de este
comercio. Este sector resulta cada vez más atractivo para los jóvenes abocados a la exclusión y al
paro o expuestos, de manera más general, a los modelos internacionales de éxito y de consumo,
situación que en la actualidad se confirma en la mayoría de los contextos urbanos. En algunos
barrios marginales de las grandes ciudades, caracterizados porque apenas intervienen en ellos los
poderes públicos, se dan situaciones en las que los traficantes consiguen transformar su poder
económico en poder sin más, incluido el armado, y pasar así a dominar la vida social y
comunitaria. Como ejemplo típico cabe citar algunas "favelas" de Río de Janeiro. Pero este poder
económico puede tener también una repercusión directa en las instituciones y las empresas
locales. Aunque este aspecto siga siendo el peor documentado en toda su extensión, las ciudades
del Brasil, la India e incluso de la República Popular de China que han sido estudiadas muestran
principalmente una gran corrupción en el seno de los aparatos policiales y judiciales y la
existencia de empresas ficticias o reales que cubren las actividades del tráfico o que reciclan sus
beneficios. A este respecto, el caso de la industria cinematográfica de Mumbai resulta
particularmente ilustrativo a causa de los vínculos financieros privilegiados que ésta mantiene
con los medios en los que se concentra el conjunto de las actividades delictivas de la ciudad. En
último extremo, en aquellas regiones donde las instituciones del Estado disponen de menos
capacidad de fiscalización y de intervención, se puede observar la gran imbricación de las
actividades económicas oficiales con las actividades del narcotráfico y la posición dominante
que ocupan las personas implicadas en el comercio ilegal en la vida local económica e incluso
política, como ocurre en diferentes estados de la Amazonia brasileña.
En los planos nacional, regional e internacional las cuestiones son más difusas, más difíciles de
identificar y en cierta medida más complejas, aunque sin duda más decisivas. Los cuatro países
en los que se centran los trabajos presentados, junto a los de la región del África Austral, son
todos ellos países grandes en los que el comercio de drogas plantea problemas serios, pero que
no están realmente especializados en estos productos, a diferencia de lo que ocurre con sus
respectivos vecinos (por un lado los países andinos, con respecto a los derivados de la coca, y
por otro los países del Triángulo de Oro y la Medialuna de Oro, con respecto a los derivados del
opio). Desde el punto de vista estrictamente macroeconómico, estos países están muy
diversificados económicamente y los productos de la droga ocupan un lugar relativamente
marginal, afirmación que cabría matizar si consideramos las actividades económicas delictivas
en su conjunto, en parte vinculadas al narcotráfico como veremos.
Un adulto inyectando una dosis de heroína a un niño en Karachi, 14 de noviembre 1999
Shakeel Adil/AFP
Todavía en el plano nacional, en la totalidad de los países estudiados las organizaciones, o más
exactamente los grandes traficantes, por cuyas manos pasan las grandes transacciones del
comercio de la droga, están por lo general poco identificados. No cabe la menor duda de que
algunas incautaciones realizadas por la policía son impresionantes (en el Brasil, por ejemplo, han
llegado a superar las tres toneladas de cocaína) y de que pueden conducir al desmantelamiento
de una red determinada establecida en Río de Janeiro que opera a partir de Bolivia y tiene como
punto de destino los Estados Unidos de América y Europa y cuenta con agentes afincados en la
Amazonia y con empresas tapadera o instrumentales para realizar operaciones relacionadas con
el narcotráfico en los distintos estados del país. Pero por lo general, estas organizaciones tienen
carácter provisional; incluso en aquellos casos en los que los miembros desarrollan estas
actividades de manera más estable, se produce una renovación constante de los socios. Lo más
probable es que haya muchas organizaciones de este tipo, creadas específicamente para cada
operación, lo que las hace por lo general difíciles de identificar. Algunos casos, como los que se
han dado en São Paulo, demuestran la presencia de organizaciones delictivas internacionales
claramente identificadas que se afincan de manera estable en los diferentes países estableciendo
alianzas con socios locales. Lo mismo encontramos también en la India y la República Popular
de China. En Bombay, en particular, muchos grupos delictivos y sus líderes son ampliamente
conocidos. Al mismo tiempo que han conseguido establecerse con fuerza en el ámbito local en el
terreno económico y que, en ocasiones, disponen incluso de apoyos políticos, también han
sabido dotarse de una proyección internacional que los relaciona no sólo con las organizaciones
de los países productores, en particular de Afganistán y el Pakistán, sino también con la etapa de
la distribución en las distintas regiones del mundo, a partir de las redes que mantienen en el
extranjero.
Tráfico de drogas y actividades delictivas: diversidad de formas de organización
El tráfico de drogas, en un determinado nivel de las transacciones, está organizado hoy en gran
medida por grupos o redes delictivas muy polivalentes. Puede darse una cierta especialización
durante algún tiempo pero, por lo general, esta actividad se presenta asociada con otras
actividades ilegales y delictivas, con las que se complementa. El comercio de drogas es una
oportunidad más de obtener ganancias, pero ha sido especialmente lucrativo a lo largo de los
últimos decenios, al aumentar el consumo de estos productos. Las asociaciones que se establecen
son diferentes según los lugares y regiones. En las zonas fronterizas del Brasil, la India, la
República Popular de China o México, como también en el África Austral, el tráfico de drogas
está enormemente ligado a las actividades de contrabando de oro, de minerales raros, de piedras
preciosas, de armas o de otros productos más corrientes. En la Amazonia brasileña, la asociación
ha adoptado incluso la forma de trueque de cocaína por mercancías robadas, principalmente
automóviles, camiones o aviones. En los grandes centros urbanos, en especial en el Brasil o en la
India, puede darse que los mismos grupos, por épocas, desarrollen sucesivamente estas
actividades de tráfico de drogas en frecuente asociación, con el de armas, los robos a mano
armada de bancos y de furgones blindados o de casas particulares, el robo de automóviles y el
encubrimiento, los secuestros o las actividades de chantaje y de extorsión, especializándose en
una de estas actividades dependiendo del momento y de las oportunidades. Y también
encontramos muchas veces este tipo de asociación con promotores de juegos prohibidos y
clandestinos, ya sean tradicionales o modernos, como muestra en especial el ejemplo de la
ciudad de São Paulo. En algunas ocasiones, el tráfico de drogas aparece asociado con actividades
completamente legales, como muestra un caso que se produjo en la Amazonia: en territorios
poco controlados, donde las fronteras entre actividades lícitas e ilícitas están muy desdibujadas y
donde estas distinciones han perdido prácticamente su razón de ser, los mismos grupos pueden
ser a la vez los grandes agentes locales de la actividad económica oficial y los grandes
traficantes. Y a lo largo de todo el recorrido por los grandes circuitos del comercio de droga
encontramos empresas reales y completamente oficiales –al lado de sociedades tapadera- que
sirven tanto para ofrecer cobertura como logística material para el transporte y distribución de
estos productos. Este hecho resulta aún más patente en la fase posterior a las actividades de
tráfico y demás actividades delictivas, es decir, durante el reciclaje de los beneficios y las
operaciones de blanqueo a través de instituciones financieras y en la economía real oficial.
Las organizaciones delictivas adoptan, sin embargo, las formas más diversas. En Bombay, tal y
como se muestra, son muchos los grupos que se han constituido históricamente sobre bases
étnicas interiores, con jefes y una jerarquía determinada, aunque haya una cierta flexibilidad
interna en su funcionamiento. Existen necesariamente entre estos grupos acuerdos para repartirse
territorios y actividades, pero la competencia, en ocasiones violenta, es la norma general. En Río
de Janeiro, se considera que son cuatro las organizaciones horizontales que se disputan el control
de los puntos de venta de drogas, en las favelas, que abastecen el mercado local, de manera a
veces muy violenta, como ya se sabe. Pero estas formas de organización son más bien redes de
ayuda mutua y de asociación delictiva, con frecuencia esporádica, entre grupos pequeños
implantados localmente y no hay ninguna prueba que confirme el carácter estructurado de tales
organizaciones, con jerarquías estables y una permanencia de líderes capaces de imponer un
control sobre estas actividades, aun cuando surjan y se renueven de forma periódica
determinados nombres. Asimismo, en Guangzhou, República Popular de China, se observa una
diversidad de pequeñas organizaciones que se disputan el mercado local o el comercio de
tránsito hacia el resto del país o incluso hacia el extranjero. Algunas de ellas están directamente
relacionadas con las grandes organizaciones delictivas que intervienen desde Hong Kong, otras
están constituidas sobre la base de minorías étnicas y un tercer grupo adopta una estructura de
clan, apoyándose en lazos estrictamente familiares. En todas ellas se da una cierta
especialización. En el ámbito de las grandes ciudades, cada uno de estos tres ejemplos constituirá
un modelo específico y original de organización. El caso de São Paulo aludido presenta una
nueva dimensión. Junto a un modelo bastante clásico de organización de la distribución local a
través de grupos pequeños que se reparten el mercado y el territorio de la ciudad, tanto para la
pequeña distribución como para el aprovisionamiento al por mayor, se puede también observar la
intervención de grandes organizaciones internacionales que actúan en la ciudad, empleándola
como lugar intermedio de tránsito en el abastecimiento del comercio internacional y también, lo
que es aún más impresionante, para desarrollar nuevas actividades ilícitas a partir de los
beneficios obtenidos del tráfico. Esta intervención y la penetración de estas organizaciones se
produce en asociación con organizaciones locales capaces de intervenir ante los círculos más
elevados del Estado, inclusive en el plano federal. Este ejemplo, por lo general difícil de repetir,
es evidentemente muy importante, ya que afecta a las partes de la organización del tráfico cuya
identificación resulta más difícil para los profesionales de la policía y la justicia y, con mayor
motivo, para los investigadores. Estos episodios del tráfico de alto nivel no son por lo general
obra de organizaciones estables y visibles como las que actúan en los barrios, en el plano local.
Incluso cuando intervienen organizaciones importantes, estas operaciones se producen de manera
esporádica y se apoyan en redes que están en movimiento permanente y son, por lo tanto,
difíciles de conocer y localizar. La flexibilidad, la agilidad y la rapidez de estas asociaciones
constituyen todas ellas factores que aseguran el éxito de estas empresas. La forma que adoptan
estas organizaciones a la hora de constituirse e intervenir en cada operación, les confiere un
carácter precario, provisional, efímero y circunstancial. Sin embargo, se apoyan en redes de
relaciones más estables y con frecuencia de muy larga duración. Conocer y comprender el
funcionamiento de estas redes, en particular para la intervención pública, exige un trabajo
profundo y continuo que depende de servicios muy especializados en la recogida de datos, el
seguimiento y el tratamiento de la información. Estas redes más estables, constituyen, en efecto,
la base o cantera de lo que podemos calificar como empresas delictivas, que la mayoría de las
veces tienen un carácter precario en cuanto a sus intervenciones se refiere.
Dimensiones y consecuencias económicas y sociales del narcotráfico
Las repercusiones económicas del narcotráfico, vinculado la mayoría de las veces a otras
actividades delictivas, pueden apreciarse en diferentes planos. El ejemplo colombiano, sin duda
el mejor estudiado a escala mundial, muestra la importancia que este sector puede tener en la
economía nacional de un gran país, con sus consecuencias sobre el empleo, las rentas, las
inversiones productivas e improductivas, el comercio, la propiedad económica, los flujos
financieros o la balanza de pagos exterior; pero también sobre las reglas, las normas y las leyes
que regulan el funcionamiento de la economía. Los ejemplos tomados de la Amazonia brasileña
indican que, en determinados contextos poco controlados por las instituciones públicas, ciudades
enteras de tamaño medio pueden desarrollarse o decaer como consecuencia de la presencia o la
retirada o desplazamiento del tráfico. La redistribución de los beneficios puede también sustentar
a importantes sectores de la economía regional o a empresas del ámbito de la economía oficial.
Sumados a los beneficios de las demás actividades delictivas, inflan la circulación financiera y
bancaria de estas regiones de manera totalmente desproporcionada con relación a la riqueza
oficial. En la región china de Guangdong, en Guangzhou y en Shenzhen, ha habido agricultores
y pescadores que se han implicado en el tráfico vendiendo algo de su patrimonio. Forman parte
de las poblaciones que han emigrado a las ciudades y están en transición y que, a partir de sus
antiguas bases económicas y sociales, han sabido insertarse en las actividades ilegales y
enriquecerse con ello. En las grandes metrópolis, el dinero de la droga puede afectar en grado
sumo a barrios o sectores enteros de la ciudad. En Río de Janeiro, aunque debamos mostrarnos
prudentes sobre la verdadera importancia de las riquezas distribuidas por el tráfico, es
indiscutible que se produce una redistribución en el seno de las favelas en particular, y que se
adquieren numerosas empresas pequeñas y bienes inmuebles a partir de esta fuente de ingresos.
El inventario de los bienes de algunos de los traficantes conocidos más importantes da fe de ello.
Los ejemplos que se citan de Bombay muestran aún más los vínculos que existen entre las
organizaciones delictivas y los traficantes con el sector inmobiliario, el comercio o industrias
como la del cine. Su intervención también se extiende al desarrollo de sistemas bancarios
tradicionales y paralelos, no oficiales, que están relacionados a su vez con el comercio del oro y
las piedras preciosas. Y queda de manifiesto para el investigador, aún más claramente que en Río
de Janeiro, la relación entre la delincuencia “de cuello blanco” y las organizaciones delictivas, lo
que les abre campos de expansión mucho mayores. En efecto, tanto en Río de Janeiro como en
São Paulo resulta muy difícil identificar cuáles son los niveles más altos de la organización del
tráfico, y en particular aquellos que están orientados hacia el exterior y que proporcionan sin
lugar a dudas los mayores beneficios. Esto explica la principal dificultad que el investigador
tiene que afrontar en este ámbito y que está relacionada con los obstáculos con que se topan las
instituciones policiales y judiciales a la hora de intervenir en ciertos medios económicos y
políticos de la sociedad, en particular en los principales núcleos del país. A este respecto, es muy
significativa la recientísima experiencia brasileña de la Comisión Parlamentaria de Investigación
sobre el Narcotráfico (CPI), de ámbito federal. Más de 800 personas han sido procesadas a raíz
de esta investigación, emprendida hace casi dos años. En gran medida, afecta a personas que
podríamos perfectamente calificar de “cuellos blancos”, entre los que se encuentran algunos
diputados federales y un número mayor de cargos públicos de diferentes estados, pero la lista
que corresponde a los dos principales centros urbanos del país, Río de Janeiro y São Paulo, no
sólo resulta modesta, sino que no incluye ninguna personalidad económica o política de
relevancia. Hemos de mencionar que en estas dos ciudades los casos judiciales más importantes,
por el volumen del tráfico en cuestión, han sido iniciados desde el exterior, bien vía Interpol,
bien por los servicios especializados de otros países. Uno de los casos judiciales más importantes
del país estaba dirigido efectivamente contra un traficante instalado en Río de Janeiro, pero la
investigación judicial fue realizada en la Amazonia y en algunas otras regiones y se centró sobre
los miembros locales de la organización en dichas regiones. De hecho, el traficante principal de
Río de Janeiro fue reclamado desde Nueva York y la investigación dejó de lado todo lo que
podía suponer la existencia de ramificaciones de la organización en Río de Janeiro. No se puede
por menos que constatar una parálisis real de las instituciones nacionales a la hora de intervenir
en ese nivel, en los puntos centrales del país. Evidentemente, se trata de un tema de trabajo
apasionante para el investigador y de utilidad primordial para el conocimiento y la intervención
pública. Por eso, resulta todavía difícil valorar los efectos económicos que podrían derivarse de
lo que se organiza y se negocia en el nivel más alto del tráfico. Se ratifica así el desfase
considerable que existe entre las informaciones recogidas directamente por las instituciones
policiales, judiciales o parlamentarias y con mayor motivo por el investigador, con los datos
difundidos por instituciones oficiales financieras especializadas, que en el Brasil, por ejemplo,
han adelantado a la prensa evaluaciones desmesuradas, que no recogemos y que son
probablemente desproporcionadas con la realidad del blanqueo del dinero de la droga a través de
las instituciones financieras y bancarias, en su mayor parte en Río de Janeiro y en São Paulo. El
análisis de este desfase constituye ciertamente uno de los elementos principales a los que debe
dedicarse el investigador para hacer una reconstrucción mínimamente coherente entre las
comprobaciones microeconómicas y los ejercicios macroeconómicos propios de la información
internacional. De lo contrario, estaremos permitiendo que se diga cualquier cosa y nos veremos
sometidos a todo tipo de manipulación informativa, política e ideológica típica de los discursos
mantenidos sobre estos ámbitos ocultos, como se nos explica de forma insistente en distintos
artículos de este número. Y está claro que en la actualidad estos temas atañen a aspectos
primordiales de nuestras economías y de nuestras sociedades.
Entre el conjunto de consecuencias sociales del tráfico de drogas, las que sin ninguna duda
reciben la atención más inmediata de la población y de los poderes públicos son la violencia y la
inseguridad pública en determinados territorios. Estos fenómenos son más preeminentes en las
grandes ciudades. Pero las situaciones pueden variar dependiendo de los lugares. Como explica
el artículo presentado, en Río de Janeiro todavía se considera que la raíz de la mayoría de los
homicidios, cuyo porcentaje es uno de los más altos del país, se encuentra en el tráfico, mientras
que en São Paulo, aunque cuenta con un nivel equivalente de violencia extrema, el vínculo de
ésta con la droga se muestra, proporcionalmente, mucho más débil. En Río de Janeiro, las favelas
que se convierten en la fuente principal de abastecimiento del mercado local, se consideran por
lo general lugares de una gran inseguridad debido a la presencia de los traficantes. En São Paulo,
determinados "escenarios" en los que se concentra la distribución de derivados de la droga en la
ciudad no se ven como lugares peligrosos, incluso si el tráfico perturba igualmente la vida de los
barrios. En Bombay, la observación de la distribución de drogas en la ciudad no trasluce unas
condiciones de violencia particulares, aunque los grupos delictivos empleen también la fuerza en
circunstancias determinadas y de manera ocasional. Tampoco se da en Guangzhou, a pesar de la
existencia de grupos delictivos dotados de una organización interna considerada como
“militarizada”. En ninguna de estas ciudades existe una organización estructurada que controle
las actividades del tráfico y que pueda así pacificar (o no, dependiendo de las necesidades) el
ejercicio de este comercio, como se desprendería de una lógica de desarrollo del mercado y de
sus beneficios. Aunque todos estos contextos parezcan competitivos, las diferentes situaciones
con respecto a la violencia parecen reflejar una cierta capacidad de entendimiento y de reparto de
los territorios y de las actividades entre los diferentes grupos delictivos participantes, que
también depende de las modalidades de intervención, lícitas o ilícitas, de las instituciones
oficiales de represión. Esto es lo que debe tratarse de conocer y entender mejor. Pero la violencia
extrema y la inseguridad que genera el tráfico pueden mostrarse, de forma más difusa y con más
dureza todavía, en las regiones descentralizadas de tránsito de los productos. Encontramos
algunos ejemplos extremos en la Amazonia brasileña, donde no sólo el Estado no se encuentra
en condiciones de garantizar con normalidad un control público, sino que incluso puede que
algunos de sus representantes controlen o se asocien con organizaciones delictivas para su propio
beneficio, llegando a usar su monopolio legal de la violencia para la defensa de sus propios
intereses.
Otros aspectos patentes, especialmente graves y confirmados y detallados por varias
investigaciones, son la atracción que las actividades de tráfico pueden ejercer, junto con otras
actividades delictivas, sobre los grupos de población desfavorecidos sujetos a graves dificultades
de inserción en el mercado de trabajo formal o incluso en el informal. En Río de Janeiro, en
Bombay o en Guangzhou, como también ocurre en las pequeñas poblaciones del interior, los
jóvenes de los barrios pobres alejados de los sistemas escolares y profesionales o los inmigrantes
desposeídos del interior son en particular quienes se suman de forma más directa a la
delincuencia, por falta de acceso a una inserción legal y económica normal. Esta atracción se ve
reforzada con frecuencia por la difusión acelerada de los modelos de consumo mundiales y de
determinados modos de vida que estas actividades supuestamente favorecen. Pero, más allá de
estas situaciones muy típicas, lo que las investigaciones confirman rotundamente es que la caída
en la delincuencia afecta a personas de todas las capas de la población, desde las clases medias a
los grupos que se encuentran en la cima de la escala social, rompiendo de forma progresiva las
barreras entre la legalidad y la ilegalidad en el conjunto de la sociedad. Si bien este fenómeno no
es verdaderamente nuevo, sí supone, en el plano internacional y dadas las nuevas oportunidades
de mercado y de beneficios, una fractura central en la gestión del desarrollo de la economía y de
la sociedad, por lo que merece ser estudiado en profundidad.
Temas de investigación que tienen interés para las políticas públicas de control
La experiencia que se obtiene de la investigación de las instituciones policiales y judiciales
encargadas de la lucha contra el narcotráfico y las actividades delictivas muestra claramente los
límites de una política de fiscalización basada demasiado estrictamente en las formas clásicas y
más inmediatas de represión. Las preocupaciones demasiado prácticas de estas instituciones
hacen difícil la comprensión del conjunto de la organización de estas actividades. Las
intervenciones de los cuerpos policiales y de los tribunales son circunstanciales, caso por caso,
mientras que la lógica del desarrollo de las organizaciones y las redes delictivas es dinámica y se
extiende a lo largo del tiempo, frecuentemente a largo plazo. Además, las actuaciones policiales
y judiciales se centran en los lugares más visibles (en particular, en determinados barrios
señalados) o más accesibles (por ejemplo, los puestos fronterizos), cuando la parte más
importante de las organizaciones delictivas y de los beneficios que se derivan de estas
actividades delictivas están evidentemente muy camuflados. La compartimentación de las
instituciones policiales y con frecuencia, incluso, la competencia entre ellas dificulta la
transmisión de los conocimientos adquiridos sobre el terreno. Y lo que es aún más grave, las
prácticas arbitrarias demasiado frecuentes de las instituciones de represión, la corrupción e
incluso a veces la implicación directa de algunos de sus representantes en las actividades
delictivas pueden ciertamente hacer sospechosa la información que podamos obtener de ellas
sobre la realidad de estas actividades. Por eso, el esfuerzo investigador es muy importante y útil
para reunir y reconstruir, con toda imparcialidad, elementos de conocimiento de fuentes
diferentes y espaciadas en el tiempo e intentar restablecer relaciones de coherencia y proximidad
en el análisis de la realidad de la organización de estas actividades.
Por otra parte, lo que mejor muestran las investigaciones presentadas, a través del análisis de las
dimensiones económicas y sociales del narcotráfico, es que las políticas de fiscalización no
pueden limitarse a simples operaciones esporádicas de represión, sino que deberían inscribirse en
un marco de intervención más amplio, que busque integrar igualmente el conjunto de cuestiones
más patentes: por un lado, el desarrollo de las regiones y de los barrios desfavorecidos y el apoyo
a la inserción de las poblaciones más vulnerables, como ciertos grupos de jóvenes y de
inmigrantes; por otro, un control más claro de los movimientos financieros, a través de los
sistemas bancarios y fiscales, o de las actividades de determinadas empresas. Entre estos dos
conjuntos de cuestiones, el abanico de posibilidades es amplio y nos muestra el carácter difuso
del fenómeno de la delincuencia económica, el cual, lejos de ser un fenómeno “aparte”, tiende a
calar en el conjunto de la sociedad, como pretende mostrar este número.
Traducido del francés
Nota biográfica
Molly Charles es Vicerrectora del Centro de Investigación Nacional de la Adicción,
Hospital Bhardawadi (5º piso), Bhardawadi Road, Andheri (West), Bombay-400
058, India. Correo electrónico: [email protected]. Sus especialidades son
la delincuencia organizada, los costos socioeconómicos del cultivo de drogas el
análisis de las políticas relativas al comercio y las drogas. Es coautora del libro
Drug Culture in India – A Street Ethnographic Study of Heroin Addiction in Bombay
(1999) [La cultura de la droga en la India: un estudio etnográfico sobre la adicción
a la heroína en las calles de Bombay].
El crecimiento de la delincuencia organizada en Bombay y sus actividades
Molly Charles
El desarrollo de Bombay (Mumbai) como centro importante del contrabando de opio de Malwa1
a China empezó en el periodo colonial (1790-1830). Los puertos relacionados con el comercio de
opio eran numerosos: Karachi, Thatta (en lo que hoy es Pakistán), Lakhpat, Beyt, Porbandar,
Diu, Jafarabad, Bhavnagar, Khambat, Jambusar, Tankaria, Bharuch, Surat, Daman, Vasai,
Thane, Alibag y Bombay (en la costa occidental de la India actual). Había 116
comerciantes/empresas indígenas en las zonas de Malwa, Gujarat y Rajasthan, 121 empresas
sitas en Bombay y dos en Goa, todas ellas operando independientemente de los británicos. Sólo
había 25 comerciantes no indígenas en esta región, muchos de los cuales eran de origen
portugués o con contactos portugueses. En el puerto de Bombay se construían barcos ya en 1790
y muchos de ellos se dedicaban al comercio entre Bombay y China. El puerto de Bombay era el
centro de exportación de opio a China. Farooqui (1998) ha estudiado la economía del opio en la
India para arrojar nuevas luces sobre la naturaleza de la economía, la sociedad y el Estado en la
India de la época precolonial tardía. Está claro que la acumulación primitiva de los beneficios
provenientes del contrabando de opio permitió que los comerciantes de la India central y
occidental se convirtieran en una clase capitalista.
Cuando los británicos arrebataron Bombay a los portugueses, lo convirtieron en un centro
comercial debido principalmente a la seguridad que ofrecía frente a los poderes locales hostiles.
El enfrentamiento inicial entre los británicos y los comerciantes de opio del lugar pronto dio paso
a acuerdos y asociaciones. Una de las tres primeras sucursales establecidas por el Banco de Hong
Kong en la India estaba en Bombay y todas ellas fueron creadas para financiar el comercio de
opio con China.
Después de la independencia y de la división que dio lugar a que Karachi pasara a formar parte
del Pakistán, el Gobierno indio invirtió sumas masivas para convertir a Bombay en el principal
puerto y lugar de salida hacia Occidente. El país cuenta con la mayor flota mercante de los países
en desarrollo y ocupa la decimoquinta posición mundial por el tonelaje de sus barcos. El puerto
de Bombay siguió teniendo un papel importante en el aumento del contrabando organizado que
se produjo después de la independencia de la India en 1947. El desarrollo de Bombay como
capital financiera de la India amplió aún más el peso de los grupos de delincuencia organizada en
la ciudad. En la actualidad es la sede de casi todos los más importante bancos, instituciones
financieras, compañías aseguradoras y fondos comunes de inversión de la India. En Bombay se
encuentra la bolsa de valores más importantes del país. La ciudad aporta el 10% del empleo
fabril, el 33% de los impuestos sobre la renta, el 60% de los impuestos aduaneros y el 20% de los
impuestos centrales sobre el consumo y genera el 40% del comercio internacional de la India.
La zona metropolitana de Bombay tiene 13 millones de habitantes y hay continuamente una gran
afluencia de gente. Posee una buena red ferroviaria y un buen servicio de transporte, y acoge al
50% de los pasajeros internacionales del país. El turismo es uno de los sectores que más rápido
crece, junto con las prendas confeccionadas, las piedras preciosas y la joyería.
A pesar de que el contrabando se disparó durante la Segunda Guerra Mundial debido a la falta de
alimentos y al racionamiento, el presente artículo se centra únicamente en el periodo que
comienza en 1960 y trata sólo las cuestiones de la iniciación en el crimen, el reclutamiento de las
bandas y las limitaciones de la represión. El presente documento, de tipo exploratorio, es el
primero de esta índole que se realiza en la India (aunque al parecer los organismos de policía del
Ministerio del Interior cuentan con sus propios informes internos confidenciales), y se basa en
información obtenida de fuentes primarias, es decir, de personas implicadas en diversas
actividades delictivas y del personal de los organismos de policía. Las fuentes secundarias son
recortes de periódicos sobre el tema (entre los años 1985-2000) y las 250 causas abiertas en
aplicación de la Ley sobre narcóticos, drogas y sustancias psicotrópicas. Para aumentar la
fiabilidad, los datos que se presentan en el documento han sido cotejados con más de dos fuentes
y las personas fueron entrevistadas por separado, en algunos casos más de una vez.
Los grupos de delincuencia organizada forman parte de la vida de Bombay. Son agrupaciones de
personas que se dedican a actividades ilegales (incluido el tráfico de drogas), con el fin de
obtener beneficios sin tener en consideración las fronteras nacionales. Se ha examinado su
estructura para comprobar si su gestión interna está basada en un sistema burocrático o feudal.
Lawrence (Lombardo, 1997) sugiere que pueden seguir cualquiera de los dos modelos por algún
tiempo y en determinadas circunstancias, pero que, por lo general, adoptan un sistema abierto,
manteniendo una estructura muy fluida para facilitar el ajuste a los cambios del entorno. Cuanto
más homogéneo y estable es el entorno, más formalizada y jerárquica será la estructura que
adopte cada uno de estos grupos. Anderson (Lombardo, 1997) demostró que los dos tipos de
estructura coexisten. Muchos grupos de delincuencia organizada tienen un jefe, un subjefe y
tenientes, dentro de una estructura jerárquica similar a la de la “mafia”.
Las políticas públicas y los grupos de delincuencia organizada
La Ley de prohibición de bebidas acohólicas, la Ley de arrendamientos y la Ley de control del
oro de Bombay, que eran esfuerzos para proteger a la industria india mediante un impuesto de
importación del 300%, contribuyeron al surgimiento de los grupos de delincuencia organizada en
Bombay. En algunos pequeños sectores de Bombay, los grupos de delincuencia organizada
aparecieron en los años cincuenta practicando el contrabando de licores, la extorsión y la gestión
de burdeles en los suburbios de Bombay (en el centro de Bombay se instaló, en los años veinte,
el más importante de ellos, el Kamathipura). En los años cincuenta, unos pocos delincuentes de
poca monta pudieron prosperar gracias a su habilidad para los negocios y a su implacabilidad.
Para ello, se sirvieron de una combinación de modelos burocráticos y mafiosos de gestión. Los
dadas (gángsters) podían pasarse el día dando “audiencia”. En los años sesenta, a medida que se
desarrollaban nuevas actividades lucrativas, se fue adoptando un estilo más organizado. La
rivalidad entre las bandas y su consolidación marcó los años ochenta. En los años subsiguientes
se produjo un crecimiento de los grupos de delincuencia organizada con bases en otros países;
sus ayudantes o las redes asociadas se encargaban de las actividades cotidianas.
En los años sesenta, procesos sociales tales como la emigración dieron forma a la estructura y las
actividades de los grupos de delincuencia organizada en Bombay. Karim Lala, un emigrante
pathan de la provincia noroccidental, en la frontera con el Pakistán y Afaganistán, reunió a los
miembros de su familia y a otras personas de su comunidad para dirigir su grupo de delincuencia
organizada. Tenían un físico impresionante; eran altos y usaban turbante. Solían intimidar a la
población local con “matones” (dacoit) y la extorsión de impuestos callejeros. Expulsaban a
inquilinos, al servicio de propietarios y constructores que no querían pasar por todos los trámites
legales2, protegían o agredían a personas y comerciaban con productos de la cannabis (Sunday,
1988).
El grupo de delincuencia organizada de Varadharajan estaba formado por tamiles del sur de la
India. Negociaban con bienes robados en los muelles, montaban destilerías clandestinas,
gestionaban burdeles y garitos, practicaban la extorsión y el contrabando. Aunque sus
lugartenientes se encargaban con independencia de varias actividades, Varadharajan vigilaba
muy de cerca todos los asuntos importantes. Este grupo contaba con el apoyo del Partido del
Congreso y la caída del grupo coincidió con el declive del partido en Bombay. El auge del
Partido Shiv Sena en Bombay, que adoptó una política de “expulsión de los indios del sur”, tuvo
un papel significativo en el desmantelamiento del grupo de delincuencia organizada de
Varadharajan y la promoción de otros (Mehta, 1999; Pereira, 1986). A menudo, cuando se está
desmantelando un grupo de delincuentes en respuesta a las necesidades del momento, la policía
sostiene a otros grupos más pequeños para asegurarse de que no desaparece por completo su
fuente de ingresos adicionales (Blitz, 1989).
Las políticas del Gobierno determinan cuándo una actividad es viable como empresa ilegal.
Dubai, apodado “el supermercado de los contrabandistas”, mueve hasta 500 millones de dólares
estadounidenses en oro al año. Aparte de la diferencia de precios en el mercado nacional y el
internacional, el oro es un buen instrumento para blanquear dinero. Esto explica por qué existe
un contrabando continuo de oro a pesar de la diferencia marginal de precio entre el mercado
internacional y el mercado de la India (Green, 1977).
El hecho de que hasta hace poco no hubiera un tratado de extradición entre Dubai y la India
explica por qué los grupos de delincuecia organizada instalaron una base en Dubai. La
exportación de oro de Dubai a la India es un negocio legal hasta que el oro llega a las aguas
territoriales de la India. El sindicado Bhatia expide el oro y los hombres de Dawood garantizan
su transferencia sin problemas a los traficantes de la ciudad. Dawood pudo disfrutar de la
consideración de un hombre de negocios de éxito de Dubai hasta que perdió el apoyo de la India
como consecuencia de un atentado con bomba cometido en Bombay3. Es capaz de dirigir su
grupo incluso desde fuera del país, debido al poder y el dinero de que disfruta. Aún mantiene una
red con grupos más pequeños y con los miembros de su propio grupo, que tiene actividades en
Bombay. Otro grupo, dirigido por Arun Gawli, pudo funcionar a pleno rendimiento mientras
contó con apoyo político local. En el momento en que perdió este apoyo, el grupo no pudo
mantenerse ya que no tenía contactos internacionales y, por tanto, sus posibilidades de mantener
actividades lucrativas eran limitadas (Times of India, 1990).
Dejando de lado las políticas del Gobierno, para que cualquier actividad sea viable es necesario
un enlace entre quienes ostentan el poder y los bajos fondos. La corrupción de quienes ocupan
cargos públicos empieza desde el proceso mismo de elección de los representantes populares.
Los candidatos y sus partidos utilizan cualquier medio para recaudar dinero con el que financiar
la campaña electoral. Los contrabandistas más importantes aportan fondos y guardaespaldas. La
corrupción ha permitido a los contrabandistas y las bandas de criminales franquear las puertas de
la sociedad india (Alats, 1999). La situación ha empeorado con los años y muchos de los
representantes elegidos tienen procedimientos penales en su contra. Personas que ostentaban
cargos públicos han aparecido implicadas en casi todos los escándalos notorios que se
produjeron en los años 1986-1991, en los que había involucrados millones de dólares
estadounidenses.
La corrupción de los órganos de policía refuerza el poder de los criminales. Pasan factura tanto al
acusado como al demandante, variando la cantidad entre 5 y 500 dólares estadounidenses, si nos
movemos sólo a escala de comisaría local (Bhagirathi, 2000). De las 68 comisarías de policía de
la ciudad, 8 son de “nivel A” donde los incentivos provenientes de canales ilegales son
sustanciosos. Están situadas cerca de los aeropuertos, los burdeles, las residencias de los líderes
de los grupos de delincuencia organizada y los hoteles de mala reputación. Los oficiales de
policía sobornan para ser trasladados a estas comisarías al menos por un periodo de tres años en
su carrera. Se dice que quienes consiguen los puestos son los mejores postores.
Operaciones de los grupos de delincuencia organizada
Las operaciones de la delincuencia organizada se centran en una serie de actividades lucrativas
tales como el contrabando de artículos de lujo, oro o diamantes, la hawala (un sistema bancario
alternativo), la extorsión de impuestos callejeros, el contrabando de licores y el tráfico de drogas.
Las restricciones del Gobierno a la importación de relojes de pulsera hizo que en los años sesenta
se introdujeran en el país de contrabando. Los contrabandistas empezaron a comerciar con
ordenadores y artículos electrónicos cuando el Gobierno impuso un impuesto del 300% a los
artículos importados de este tipo.
Los grupos de delincuencia organizada han utilizado diferentes métodos para el contrabando de
artículos entre los que se encuentran las “mulas” o “camellos” y la explotación de las lagunas de
la legislación sobre el transporte de carga. Los nacionales no residentes, cuando volvían a la
India (en régimen de “traslado de residencia”) podían traer consigo sus bienes personales
pagando un pequeño derecho de entrada. Esto ayudaba a los grupos de delincuencia organizada a
introducir grandes cantidades de artículos. Por citar un caso, en una ocasión la Oficina Central de
Inteligencia hizo un control de la carga no acompañada en el aeropuerto de Bombay, incautando
envíos por valor de 10 millones de rupias4 que se importaban en régimen de traslado de
residencia y que habían pasado la aduana sin ser examinados. Se iniciaron actuaciones contra un
ayudante de comisario, dos superintendentes y nueve oficiales. Después de este incidente se
interrumpieron las expediciones desde Dubai por un tiempo, y el despacho de aduanas
disminuyó nada menos que un 80%. Según la información disponible, los contrabandistas
estaban en colusión con Aduanas y provocaron unas pérdidas de 1.500 crores (aproximadamente
375 millones de dólares estadounidenses) al Tesoro (Harish, 1995).
Oficiales de aduana despliegan bolsas de heroína incautadas de los pasajeros que debían salir del Aeropuerto
Internacional de Nueva Delhi, 15 de diciembre 1998.
John MacDougall/AFP
Los grupos de delincuencia organizada introducen algunos artículos en el país para blanquear
dinero. En 1997, un Grupo de Trabajo encargado de examinar las medidas financieras contra el
blanqueo de dinero indicó que uno de los instrumentos que se utilizaban era el oro (FATF,
1998). En la India, toda clase de personas utilizan el oro para acumular riqueza. El sistema de
impuestos locales favorece esta práctica. Es raro que los joyeros expidan factura de la venta de
artículos de oro. Antes de las elecciones se importa oro en grandes cantidades para sufragar los
gastos de la campaña electoral (Economic Times, 1996).
Los diamantes desempeñan una función similar. El contacto entre los diamantes y los bajos
fondos se basó inicialmente en la India, en el elevado principio moral de la lucha contra el
apartheid. La India mantenía desde largo tiempo atrás relaciones comerciales con Sudáfrica,
donde además estaba establecida, desde muchas generaciones antes, una importante comunidad
comercial india. La importación de diamantes en bruto desde Sudáfrica para pulirlos en la India
y exportar los productos acabados es una industria muy importante. A pesar de que la India se
había sumado al aislamiento económico de Sudáfrica, las transacciones proseguían. Este hecho
hacía inevitablemente que los comerciantes con diamantes dependieran de los bajos fondos
(Britto, 1987). Además, las transacciones con diamantes se pueden utilizar para blanquear
dinero, transferir fondos a paraísos fiscales y evadir impuestos. De acuerdo con la información
disponible, la importación y exportación de gemas y piedras semipreciosas entre la India y
Bélgica está infravalorada (según las facturas) en unos 357 millones de dólares estadounidenses5
(Fondo Monetario Internacional, 1998). Este sector evita dejar huellas contables: no se entrega
ningún tipo de recibo y el trato se cierra con un apretón de manos (Green, 1977). Los diamantes
pueden utilizarse como moneda de cambio para adquirir heroína. Tienen un valor relativo, en
función de su tamaño y peso, que es muy parecido al de la heroína y sirven como valor de
reserva para usos furtivos (Executive Intelligence Review, 1986). En Bombay, los grupos de
delincuencia organizada han extorsionado un gran número de comerciantes de diamantes e
incluso han asesinado a algunos de ellos.
Los grupos de delincuencia organizada y el tráfico de drogas
Los grupos de delincuencia organizada han comprobado que el negocio de las drogas es muy
provechoso debido a su enorme margen de beneficios. Algunos nombres de relieve implicados
en el tráfico de drogas en gran escala en la India son: Karim Lala, Iqbal Mirchi, Gurubux alias
Sam Biryani, Dawood y Chotta Rajan. Además de una red internacional de tráfico ilícito, la
mayoría de ellos tiene negocios legítimos en países desarrollados y en desarrollo. Los grupos de
delincuencia organizada están bien estructurados y no se admite a nadie que no sea ya conocido
por alguien del medio. Se necesita una recomendación personal, incluso para entrar a formar
parte del grupo como traficante callejero (India Express, 1986 y Thevar, 1998).
La India desempeñó un papel importante en el comercio de opio con China bajo el régimen
británico pero la situación cambió después de la independencia en 1947. El principal interés de
los seguidores de Gandhi fue la prohibición del alcohol. En los contextos socioreligiosos del país
siguió utilizándose la cannabis o el opio. En los años sesenta, debido a la afluencia de turistas de
países desarrollados en busca de soluciones en las tierras místicas de Asia, empezaron a
manifestarse nuevas formas de consumo de drogas. La estrecha interacción entre los turistas y la
elite joven en los sitios selectos de turismo introdujo una nueva pauta de consumo, pero los
gastos que representaba impidieron que se extendiera más allá de un pequeño sector de la
población. Para estos jóvenes, el consumo de cannabis no se integraba en un contexto cultural
tradicional, era una moda, estaban haciendo lo que “se llevaba”.
Con la liberalización del comercio, los grupos de delincuencia organizada descartaron algunos
artículos que ya no eran lo suficientemente lucrativos como para arriesgarse y buscaron nuevos
artículos. Eligieron las drogas y las armas pequeñas. Antes de los años ochenta ya habría quien
exportaba hachís a los mercados internacionales, pero el tráfico de drogas no era tan intenso
como hoy en día. El crecimiento de este tráfico lo facilitaron los cambios socipolíticos de los
países vecinos (Pakistán, Afganistán e Irán) que convirtieron a la India en un importante lugar de
tránsito. Las zonas en que hay disturbios políticos, especialmente las próximas a Myanmar, el
Pakistán y Afganistán, facilitan el tráfico de drogas gracias a la porosidad de sus fronteras. Las
disidencias políticas internacionales tomaron carices militares en el Punjab, Cachemira, Manipur,
Nagaland, Assam y Mizoram, con contactos transfronterizos.
El transporte de drogas a la India, ya fuera en tránsito o para el consumo local, se realiza por vía
terrestre, marítima o aérea. Las zonas fronterizas de la India son extremadamente porosas para el
transporte por tierra. Dado el difícil entorno y la falta de atractivos básicos no hay escasez de
“mulas” dispuestas. Las operaciones transfronterizas son extremadamente beneficiosas para los
grupos de delincuencia organizada. En Jaisalmer y en los distritos colindantes de Barmer, que
tienen 760 kilómetros de frontera con el Pakistán, se incautó heroína por un valor de 78 crores
(aproximadamente 19 millones de dólares estadounidenses) en el mercado internacional (Rahul,
1987).
La ruta aérea se utiliza a menudo, y en ella se utilizan “mulas” o “correos”. Las “mulas” se
arriesgan mucho, incluso algunos han llegado a perder la vida al intentar ocultar heroína en su
propio organismo para pasarla de contrabando. Para evitar incidentes mortales, quienes
transportan droga en su organismo son extremadamente cuidadosos con la duración del vuelo y
evitan los servicios. En 1998 fueron detenidas las siguientes “mulas”: 26 nigerianos, 17 del
Nepal y del Reino Unido, y 12 de Sri Lanka (NCB, 1998).
Para este tipo de comercio se utiliza el transporte aéreo, marítimo y por superficie. A menudo, el
contrabando se realiza contando con el apoyo de la tripulación de la compañía aérea. En 1997
fue detenido un piloto que llevaba un maletín que contenía heroína en un falso fondo. Según las
autoridades aduaneras, existe una red muy bien estructurada dentro del personal de Air India.
Según informaciones, esta red está ligada con la contratación de personal, para poder enviar a las
personas contratadas a destinos interesantes dentro de la plantilla de la compañía (Shinde, 1997).
La detención en Lagos de un avión de Air India que sólo fue liberado después de una entrevista
entre el Primer Ministro de la India y el Presidente de Nigeria en la reunión de Jefes de Gobierno
de los Países de la Commonwealth, en el Canadá, ensombreció las relaciones entre ambos países.
Para más información sobre las incautaciones realizadas en varios aeropuertos véase NCB, 1996,
1997, 1998.
Las autoridades necesitan información de calidad para tomar medidas, ya que no pueden
controlar cada contenedor. La Oficina de Control de Estupefacientes (NCB) incautó 3.330 kilos
de metacualona y 6.197 litros de anhídrico acético que venían ocultos en contenedores en 1998
(NCB, 1998). La heroína llega a Bombay desde Madhya Pradesh, Rajasthan y Uttar Pradesh,
todas ellas zonas de cultivo con licencia, en camión, tren u otros vehículos. En 1996, el
Directorate of Revenue Intelligence, de Bombay interceptó un camión en Vasai, en las afueras
de la ciudad de Bombay procedente de Amritsar, en el Punjab, y se incautaron 72 kilos de
heroína y 119 kilos de hachís (NCB, 1996). En Bombay, por lo tanto, la heroína procede de tres
fuentes: el Pakistán, Afganistán y Deshi (nacional), en orden decreciente de importancia.
El tráfico de drogas a nivel callejero
La demanda de heroína pura, productos farmacéuticos, cannabis y productos para inhalar en
Bombay es alta. Los adictos visiblemente marginados y demacrados, están enganchados a la
heroína y “fumar el dragón” (quemarla sobre papel de plata para inhalarla) es su principal modo
de consumo. De acuerdo con los datos disponibles, un puñado de personas se encarga de la
distribución en todas sus etapas. Tienen estrechos contactos con los grupos de delincuencia
organizada, pero no está muy claro si se trata de subordinación o de asociación con ellos. Una
vez que el envío llega a la ciudad, se distribuye a los intermediarios, que despachan entre 20 y 50
kilos a la vez. Éstos hacen llegar la droga a los diferentes núcleos de la ciudad por medio de
mensajeros locales, a veces recibiendo los encargos por teléfono. Sólo se realizan transacciones
cuando los contactos están bien establecidos.
Para venta callejera son necesarios vendedores, empaquetadores, vigilantes, probadores y
ayudantes que entreguen la droga a los clientes. Dependiendo del vendedor, se emplean distintos
tipos de personas. Un vendedor de poca monta puede utilizar a sus propios hijos para hacer las
entregas. Algunos traficantes contratan a drogadictos y les pagan en efectivo y en especie. Son
los mejores para probar la calidad de la droga. En la profesión de vendedores, las mujeres son
menos acosadas que los hombres y levantan menos sospechas. Además, los hombres se vuelven
a menudo adictos y se convierten en un obstáculo para el negocio. También se emplea mujeres
para empaquetar la droga en pudis (paquetes de un cuarto de gramo de “azúcar moreno”) y con
este propósito, se alquila una chabola durante un corto periodo de tiempo, con los propietarios
vigilando desde fuera.
Muchos vendedores pequeños invierten los beneficios en oro o propiedades en su pueblo natal.
Una práctica similar se ha señalado en Gujarat (Britto et al., 2000). También depositan las
ganancias en manos de prestamistas locales, que conceden préstamos al 10% de interés mensual
y ofrecen a los vendedores un pequeño porcentaje. Por seguridad, empeñan el oro con
prestamistas locales por una fracción de su valor. Cuando la policía los captura terminan
gastando un enorme porcentaje de sus ahorros en sobornos para obtener la libertad o en
honorarios de abogados.
El impacto de los grupos de delincuencia organizada en la sociedad
Los grupos de delincuencia organizada pueden existir y prosperar gracias al patronazgo político,
los enlaces con delincuentes de guante blanco, la corrupción de los partidos políticos y las
instituciones sociales, la creciente disparidad entre los ricos y los pobres, la sensación de relativa
carencia de medios y la creciente actitud del público de que “el ganador se lo lleva todo”. Este
ambiente da lugar a que haya un gran número de aspirantes, que quieren unirse a las redes
criminales por el poder y por el dinero. La reestructuración industrial en Bombay ha echado a
muchas personas desesperadas a la calle, que se convierten en presa fácil para los grupos de
delincuencia organizada y sus reclutadores. Hay jóvenes sin antecedentes penales que se dirigen
a Bombay desde los estados más subdesarrollados de la India (Bihar y Uttar Pradesh) para
convertirse en asesinos a sueldo, por contratos que no pasan de 60 dólares estadounidenses
(Times of India, 1999). Muchos adictos son encarcelados por consumo de drogas y una vez
dentro de la cárcel establecen relaciones con los grupos de delincuencia organizada y adoptan el
estilo de vida de los delincuentes.
Los delincuentes de guante blanco que evaden los impuestos estatales a las exportaciones, las
importaciones, los bienes raíces, la construcción, la producción de cine y otras actividades, se
convierten en presa fácil de los grupos de delincuencia organizada que obtienen fondos gracias a
la extorsión de impuestos callejeros (Bhagirathi, 2000). Las muertes ocasionales de miembros de
grupos de delincuencia organizada en enfrentamientos con la policía tienen un componente claro
de aplicación selectiva de la ley. Además de ser una completa negación del debido
procedimiento legal, también son un instrumento del que se sirven los grupos de delincuencia
organizada para deshacerse de los miembros de su propio grupo que ya no les interesan y de los
de sus rivales. A la larga, la delincuencia organizada corrompe a las instituciones de gobierno y
de control de la sociedad, como demuestra el creciente número de políticos con antecedentes
penales o con parientes próximos pertenecientes al mundo del delito (Alats, 1999). Desde los
años ochenta hay políticos implicados en escándalos económicos por sumas que van desde 22
hasta 586 millones de dólares estadounidenses (Bhagitathi, 2000).
La corrupción de la maquinaria institucional de control permite a los delincuentes salir impunes
o cambiar su residencia a un país extranjero y controlar las redes desde fuera. En un incidente,
una persona implicada en una incautación de una tableta de mandrax (metacualona) pagó
aproximadamente 65.000 dólares estadounidenses al oficial de la División de narcótidos de
Bombay encargado de la investigación, y su nombre desapareció de los archivos del caso y
siguió traficando. La corrupción de las instituciones societales por el tráfico de drogas ya es
visible, y está creciendo, dados los enormes márgenes de beneficio. Unas pocas incautaciones
auténticas, aquí y allá, no son un obstáculo para los negocios.
Conclusión
Bombay se ha convertido en un importante centro neurálgico de los grupos de delincuencia
organizada desde los años cincuenta, a pesar de que el contrabando de opio fuera una base de la
acumulación de capital ya desde 1803. La estructura y el funcionamiento de los grupos de
delincuencia organizada han cambiado al mismo tiempo que el entorno social. Explotan a los
delincuentes de guante blanco, pero también los utilizan como socios. Lo integran en la sociedad
a distintos niveles y en el proceso corrompen el sistema de gobierno.
No basta con promulgar leyes para controlar a los grupos de delincuencia organizada. Hay que
abordar también las relaciones de los grupos de delincuencia organizada con los delincuentes de
guante blanco, las presiones económicas para que se produzca una rápida acumulación de
capital, las presiones políticas que genera el electoralismo en los procesos democráticos, las
actividades de los grupos de influencia organizados y los efectos de la globalización. En un nivel
más bajo, las manifiestas disparidades económicas echan en brazos de los grupos de delincuencia
organizada a múltiples candidatos. Una aplicación selectiva de la ley puede mover el negocio de
un grupo a otro, beneficiando a uno u otro segmento de la elite dirigente, pero no puede eliminar
el tráfico de drogas.
Es menester analizar el problema de la delincuencia organizada dentro de su medio social y
político. La labor va más allá del dominio de los funcionarios de policía. Necesita aportaciones
continuas de investigación multidisplinaria, con la participación de historiadores económicos,
macroeconomistas, científicos políticos, sociólogos, antropólogos, contables y banqueros. Exige
una ley que reconozca el derecho a obtener información de los diversos organismos de policía.
Aunque en la Conferencia Internacional sobre el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, en
1988, se hizo un llamamiento a los científicos sociales, muy pocos países han creado equipos de
investigación multidisciplinarios de este tipo.
Traducido del inglés
Notas
1.
La región de Malwa abarca la parte occidental de Madhya Pradesh y el sur de Rajasthan.
Se cultivaba opio en las zonas que no estaban controladas por la Compañía de las Indias
Orientales y se introducía de contrabando en China en competencia con los británicos,
quienes mayoritariamente controlaban el opio de “Patna” que se producía en los estados de
Bihar y Uttar Pradesh.
2.
La Ley arrendamientos de Bombay, de 1973, hizo que aumentara el peso de los bajos
fondos en la inmobiliaria y la construcción. Esta ley hacía imposible el desalojo de los
inquilinos o la subida de los alquileres. Los propietarios y los constructores recurrieron
para ello a esos bajos fondos, que también ayudaban a los constructores a incumplir las
normas de construcción, ya fuera sobornando a las autoridades o asegurando su
transferencia a otros destinos (Sanghvi, 1977; Sunday, 1988).
3.
En diciembre de 1992, algunas formaciones políticas fundamentalistas derribaron el lugar
de culto Babri Masjid. A raíz de ello, estallaron en muchas partes de la India una serie de
disturbios entre hindúes y musulmanes, incitados políticamente. Un gran número de las
víctimas que se produjeron en Bombay eran musulmanes. En venganza, hubo una serie de
atentados con bombas. Estos hechos mostraron hasta qué punto los miembros de los grupos
de delincuencia organizada (de todas las religiones) habían erosionado el sistema de
gobierno. La conmoción condujo a una intensa campaña de intervención contra algunos
grupos de delincuencia organizada.
4.
Un dólar estadounidense equivale a 46 rupias; 10 millones de rupias equivalen a un crore;
por lo tanto, un crore equivale aproximadamente a 0,25 millones de dólares
estadounidenses.
5. En 1997, las exportaciones de la India a Bélgica ascendieron a 1.088 millones de dólares
estadounidenses y las importaciones realizadas por la India desde Bélgica a 2.617 millones
de dólares estadounidenses. Al mismo tiempo, según información facilitada por Bélgica,
las importaciones procedentes de la India que había realizado este país ascendían a 1.209
millones de dólares estadounidenses y las exportaciones de Bélgica a la India a 2.852
millones de dólares estadounidenses.
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Nota biográfica
Alba Zaluar ocupa una Cátedra de Antropología en el Instituto de
Medicina Social de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ)
donde coordina el NUPEVI (Núcleo de Investigación sobre la Violencia).
Su dirección es: Instituto de Medicina Social/UERJ, Rua São Francisco
Xavier, 524, 7º andar, Bloco D, Río de Janeiro, ZP 20550-013.
Correo electrónico: [email protected] o [email protected].
Violencia en Río de Janeiro: estilos de ocio, consumo y tráfico de drogas
Alba Zaluar
Introducción
En este artículo se analizan las opiniones actuales sobre la delincuencia y la violencia en las
ciudades brasileñas y, en concreto, en Río de Janeiro, considerada una de las más violentas del
país. Estas opiniones parten del supuesto aumento de la pobreza y la desigualdad, que explicaría
crímenes violentos tales como homicidios, pero también los delitos contra la propiedad. Sin
embargo, no se puede entender el tremendo incremento de las tasas de delincuencia, en especial
de los homicidios, sin vincularlo al narcotráfico a escala local y transnacional. Esta afirmación se
apoya fundamentalmente en la investigación de campo que realicé durante los decenios de 1980
y 1990 en los barrios pobres de Río de Janeiro, donde la mayoría de los delitos están
relacionados con conflictos personales y comerciales entre personas vinculadas con bandas de
traficantes (Zaluar, 1994). Aunque los datos estadísticos de otros estudios realizados en el Brasil
(Adorno 1990; Zaluar et alii, 1995; Soares et alii 1996; Beato et alii, 2000) no sean aún
concluyentes, todos ellos sugieren que un alto porcentaje de los homicidios está relacionado con
el narcotráfico (desde un 25% hasta un 52%).
Partiendo del supuesto de que muchos jóvenes que viven en la pobreza se encuentran en un
estado de vulnerabilidad debido a las crisis familiares, el alejamiento entre los adultos y la
juventud, la ineficacia del sistema escolar, la falta de formación profesional y las escasas
posibilidades de empleo, expondré algunos argumentos en favor de la idea de una integración
perversa (Castells, 1998: 166-180), ya estudiada en un trabajo anterior (Zaluar, 2000), en el que
mantenía que los cambios que había experimentado el mercado informal de Río de Janeiro como
consecuencia de la presencia de narcotraficantes en la ciudad, especialmente en las favelas,
habían criminalizado a todo el sector informal, dado que la compraventa de cocaína y marihuana
es ilegal y ha dado lugar a un estilo violento de tráfico. Esta actividad económica tan arriesgada
que cuesta la vida a la mayoría de los jóvenes que se unen a las bandas de la droga, ha
prosperado gracias a que se han movido dentro de los límites de una organización fluida,
jerárquica y despiadada, y no debe ser descrita como una “estrategia de supervivencia”.
En el plano macrosocial, y a pesar de intensos debates, hay un cierto consenso en que la sociedad
de posguerra ha estado sometida a un proceso acelerado de transformaciones económicas,
políticas y culturales, cuyas características principales serían la fragmentación social y la
importancia cada vez mayor atribuidas a las actividades de ocio y de consumo como manera de
definir nuevas identidades sociales. Como resultado de ello, las apuestas, el consumo de drogas y
la búsqueda del placer se han convertido en actividades prioritarias para muchas personas,
especialmente los jóvenes. Esto hace que el negocio de explotar el consumo ilegal sea
enormemente rentable. En las redes mundiales del negocio del crimen, quienes ocupan
posiciones estratégicas en el amplio entramado de conexiones transnacionales pueden obtener
rápidos beneficios gracias a la combinación de dos factores: la existencia de pocos límites
institucionales, de haberlos, y el uso de la violencia para resolver conflictos1. Este próspero
sector de la economía mundial abarca la producción y distribución ilegal de bienes y servicios
que se integran en el “consumo masivo de estilo”2. Hay que decir también que los contratos de
naturaleza mafiosa perjudican a terceros y, aunque pueden evitar conflictos, se basan en los
intereses instrumentales de los participantes. Las relaciones de lealtad personal no son el
resultado del libre albedrío sino que se fuerzan, principalmente por medio de la amenaza o del
uso de la violencia física. Puede que a veces un jefe se comporte de manera magnánima,
dependiendo de los antojos y caprichos de su poder personal; pero la mezcla de temor, respeto y
afecto que lo rodean no eliminan el carácter despótico de su poder, ya que anula la capacidad de
decisión de sus súbditos.
Como las desigualdades sociales, económicas e institucionales siguen existiendo, estos nuevos
tipos de negocio mundial configuran una integración social y económica perversa para los
excluidos. La cuestión que todavía no se ha analizado adecuadamente es cómo se vinculan los
efectos de la pobreza y la urbanización acelerada o la inmigración con la presencia de redes3 y de
flujos delictivos más o menos organizados4 (Schiray, 1994). Aunque la pobreza y la urbanización
acelerada tengan una claras relaciones de causa y consecuencia con la exclusión, el crimen
organizado se nutre de todas las clases sociales, tiene vínculos con organizaciones empresariales
legales y sobrevive gracias al apoyo institucional de organismos gubernamentales. El estudio de
las redes que vinculan los negocios legales con los ilegales nos permite finalmente establecer una
relación entre sus dimensiones micro y macrosocial y entre el nivel local y el mundial de la
economía transnacional de los estupefacientes en la que los pobres trabajan arriesgadamente
como pequeños traficantes para poder garantizar los enormes beneficios que se obtienen en los
nodos superiores del tráfico en gran escala. Éste último se alimenta de la actividad peligrosa, y
en muchas ocasiones mortal, de los pequeños traficantes.
Debido al precio elevadísimo de las drogas ilegales –la cocaína es más cara que el oro desde el
momento que toca suelo brasileño- su comercio se ha convertido en fuente de enormes y rápidos
beneficios, como también de una gran violencia. La demanda que garantiza estos grandes
beneficios es generada por los cambios en los estilos de vida que se asocian con el consumo
individual, caracterizado por un consumo de estilo (que incluye el uso de drogas ilegales) más
oneroso que el consumo familiar de posguerra, anclado en los confortables modelos domésticos
de las familias de clase media. Estos cambios en los hábitos de consumo se han visto en parte
acompañados por nuevas concepciones del trabajo y del sufrimiento, del ocio y del placer.
Además, estas transformaciones se han producido simultáneamente con un impresionante
aumento de determinados delitos “contra la propiedad” (robos y atracos) y “contra la vida”
(agresiones y los homicidios) (PNUFID, 1997). Sin embargo, todavía no se han analizado
adecuadamente los mecanismos locales y microsociales que han producido este aumento.
La investigación
La hipótesis principal se basaba en el carácter interactivo de los circuitos, las redes, los estilos de
ocio y otros procesos sociales más difusos que culminaban en una actividad delictiva: el
narcotráfico considerado como un negocio, es decir, realizado mediante un tipo de organización
que, a escala minorista, podía tener un carácter tanto permanente como ocasional, ser un medio
de vida o de enriquecimiento, o ser una actividad intermitente, temporal o continua. Estas
diferentes manifestaciones podían vincularse con la incidencia variable de algunos delitos en tres
distritos de Río de Janeiro, uno de cuyos factores determinantes podía ser el estilo del
narcotráfico. Los datos sobre delitos que se consideraron eran los que se sabía que tenían una
conexión con el crimen organizado, tales como atracos y robos (cometidos por los consumidores
de drogas para pagar sus deudas a los proveedores), u homicidios que con frecuencia son una
forma de resolución interna de conflictos, especialmente en el caso de los llamados homicidios
sistémicos (Beato et al, 2000). El equipo de investigación5 estudió los estilos y las redes de
tráfico de drogas en cada uno de esos distritos, que fueron elegidos por contar con varios
establecimientos legales con una clientela bohemia y con muchas zonas de chabolas (favelas),
además de unas diferencias socioeconómicas significativas. En ellos, se observaron los vínculos
entre los traficantes de favela y los de “asfalto”, así como los existentes entre los consumidores
de drogas y los traficantes; es decir, la investigación tuvo un carácter más cualitativo que
cuantitativo.
Según el censo de 1991, Río de Janeiro tenía 570 favelas repartidas a lo largo de su territorio y
en ellas vivía un 16,1% del total de la población de la ciudad. Dentro de la favelas, la densidad
de población es de 341 personas por hectárea, ocho veces superior a la media de la ciudad.
Durante el decenio de 1980, los traficantes lograron hacerse con el poder local en la mayoría de
ellas, desbancando los líderes de las asociaciones de vecinos y sindicatos, que en su día fueron
importantes (Zaluar, 1994).
Desde finales del decenio de 1970, ha habido dos “organizaciones” o grupos delictivos rivales
entre sí que engloban a varias favelas, dividiendo a sus residentes en amigos y enemigos: el
Comando Vermelho y el Terceiro Comando. A pesar de la etiqueta de organizaciones, desde un
punto de vista empresarial los “comandos” han sido de hecho redes de relaciones horizontales de
reciprocidad a través de las cuales las bandas existentes en cada favela se ayudan mutuamente
para adquirir drogas y armas de fuego cuando carecen de ellas. En la actualidad existen cuatro
bandas - el Comando Vermelho, el Comando Vermelho Jovem, el Amigos dos Amigos y el
Terceiro Comando- pero la rivalidad anterior todavía es la más intensa. Aunque los “comandos”
no son empresas familiares y carecen de cacique, sus redes no son siempre horizontales. Hay una
gran desigualdad en las relaciones de poder y el reparto de beneficios. La organización del
tráfico de drogas (bandas delictivas o quadrilhas) dentro de las favelas es simple: hay un
“propietario del negocio” (dono da boca de fumo) o el “traficante” (o traficante), dos o más
“gerentes”, uno para la marihuana y otro para la cocaína, y varios intermediarios más o menos
importantes, algunos de los cuales están contratados (contables, “vapores”, “soldados”) y reciben
sueldos variables o distintos porcentajes sobre las ventas, y muchos “aviones pequeños”
(vendedores intermediarios) que sólo reciben como pago una pequeña cantidad de droga que
revenden a mayor precio en otro lugar. En aquellos lugares donde se ha completado el proceso
político y militar, el jefe “traficante” se convierte en “el propietario de la colina” (o dono do
morro), otra forma de referirse a los asentamientos de chabolas.
Redada militar en un tugurio de Rio de Janeiro, 19 de noviembre 1994.
Azoury/SABA-REA
No obstante, los jóvenes dicen en sus entrevistas que las quadrilhas proporcionan a sus
miembros una mayor seguridad; como las quadrilhas garantizan asistencia legal, cuanto más alto
se encuentre el joven en la jerarquía del crimen organizado, mayores son sus posibilidades de no
ser condenado. Desde el momento en que el dinero puede comprar una defensa legal, y las armas
brindan la protección que resulta del miedo, lo racional es cometer más y más delitos para
disponer siempre de dinero, armas y respeto, así como gozar de la protección de la banda. De
hecho, la preferencia que muestran por el atraco a mano armada se explica porque actuando de
ese modo pueden silenciar a los posibles testigos mediante el terror, provocar un respeto
temeroso entre los cómplices y ofrecer el arma a los policías como un “regalo”, vías múltiples de
escapar del arresto y que hacen más difícil ser condenado, como explico en otro artículo de este
monográfico. De cualquier modo, este cálculo puede mostrarse inútil en la medida en que no
elimina el hecho de que un bandido pobre pueda ser apaleado, torturado o extorsionado por no
poder entregar una determinada cantidad de dinero. Puede verse desposeído de su arma y de los
objetos robados y puede incluso ser arrestado en caso de que la policía prefiera apostar más
fuerte en el juego de la corrupción o haya decidido desempeñar bien su trabajo. Incluso puede
que sea acusado de delitos que no ha cometido como una vía para acelerar la “resolución” de
casos abiertos. Dentro de la institución existen presiones laborales y normas de eficiencia que
conviven con las prácticas seculares de violencia y corrupción. Algunos casos de “rebelión”, es
decir, la decisión de tomar las armas y seguir una carrera delictiva, se han debido a estos
peligrosos encuentros con la policía.
Sin embargo, durante la investigación de campo, descubrimos que los traficantes, sobre todo en
Copacabana, no sólo eran jóvenes procedentes de las favelas, supuestamente los únicos
suficientemente pobres para sentirse atraidos por esta estrategia de supervivencia. Tanto mujeres
(manicuras, prostitutas, dependientas de comercio) como trabajadores adultos del sector
servicios (vendedores callejeros, taxistas, porteros e incluso tenderos o comerciantes) venden
también drogas ilegales a los clientes.
El segundo descubrimiento importante es que la incidencia de la delincuencia en los tres distritos
no puede explicarse ni por los datos socioeconómicos ni por una situación de anomia. Los delitos
contra la propiedad (robos y asaltos), vinculados a la riqueza de las víctimas, y los delitos contra
las personas (homicidios), vinculados a la pobreza, alcanzan sus mayores índices en Madureira,
el distrito que tiene la población más pobre. Copacabana tiene un índice de homicidios del 8,8
por cada 100.000 habitantes, mientras que Tijuca y Madureira tienen respectivamente un índice
del 21 y el 34. En Copacabana se produce un gran número de robos, pero también son muy
numerosos en Madureira. Sin embargo, Copacabana es el distrito que presenta los niveles más
altos de renta: un 65% de los cabezas de familia percibe ingresos medios y altos, un 40,58% se
sitúa en los tres estratos más altos de renta y sólo un 11% está situado por debajo del umbral de
pobreza (dos veces el salario mínimo). Tijuca, aunque menos rica que Copacabana, tiene una
distribución de las rentas en las que priman los estratos medios: un 59% de los cabezas de
familia percibe ingresos medios y altos, un 35,44% se sitúa en los tres estratos más altos de
ingresos, y un 17,2% está situado por debajo del umbral de pobreza. Madureira muestra una
distribución de las rentas muy distinta: un 40% de los cabezas de familia tiene una renta por
debajo del umbral de pobreza, un 33% gana el equivalente a más de dos y menos de cinco
salarios mínimos, y sólo un 22% tiene ingresos medios y altos y, de entre éstos, sólo un 5,4%
está situado en los estratos superiores. Por lo tanto, la desigualdad es menor en Madureira que en
los otros dos distritos, puesto que hay menos gente rica viviendo cerca de gente pobre. Así pues,
en Madureira el pobre roba, atraca o mata a otros pobres.
Por otra parte, en Copacabana es donde se encuentra el mayor contingente de ancianos de la
ciudad (un 25%), aunque su población sea sólo la mitad de la de Madureira: de sus 170.000
habitantes, 43.000 personas tienen 60 años o más. Un 41% de sus habitantes son adultos. Los
jóvenes –de cero a 29 años- ascienden a un 33%. Este hecho podría explicar por qué este distrito
tiene la tasa más alta de robos, ya que las principales víctimas de este tipo de delitos son las
personas ancianas. Tijuca, que es un distrito residencial, se encuentra nuevamente bien
equilibrada en términos de distribución de edades: un 40% son jóvenes, otro 40% son adultos y
el 20% restante son personas de 60 o más años. Madureira presenta un cuadro que se
corresponde con su pobreza: de sus 373.000 habitantes, un 47% tiene edades comprendidas entre
los cero y los 29 años, y de éstos un 23% son niños y adolescentes de entre cero y 14 años, cifra
cuatro veces superior a la de Copacabana; un 40% del total son adultos y un 13% ancianos. Es
decir, en el distrito de Madureira hay una mayor necesidad de educar y entretener a los jóvenes.
Copacabana, a pesar de su población anciana, dista de ser un distrito conservador o
convencional. Por el contrario, es el centro turístico y de vida bohemia más importante de la
ciudad. Anonimato, carácter cosmopolita y tolerancia, además de libertinaje, han sido siempre
características del distrito porque confluyen en un mismo lugar gentes de diferentes edades,
opciones sexuales, grupos étnicos, razas y clases sociales. Muchos extranjeros que se encuentran
en otras partes de la ciudad, del país o del extranjero van allí para divertirse. Hay prostitutas en
cientos de bares, restaurantes, salas de fiestas y terrazas que ofrecen sexo y drogas. Hay
numerosos traficantes (“vapores” y “aeroplanos”) y numerosos consumidores de drogas que
recorren sus calles buscando toda clase de diversiones.
Tijuca ha sido, desde siempre, un distrito principalmente residencial y familiar. A pesar de sus
tres importantes escuelas de samba, que realizan allí sus festivales, ni hay una vida nocturna
agitada, ni el anonimato es parte de su estilo. Es un distrito conocido por su población
conservadora. Por las noches se respira una atmósfera de provincia en sus tranquilas calles,
excepto en los puntos elegidos por los jóvenes para encontrarse. Con todo, es considerado uno de
los distritos más violentos de la ciudad. Durante el decenio de 1980 hubo un auge de los bares
musicales, una característica del distrito, así como del consumo de cocaína, que se distribuía con
mucha facilidad, puesto que hay 13 favelas muy cercanas las unas de las otras. En todas sus
colinas hay viviendas irregulares que dominan los traficantes. Como están muy cerca las unas de
las otras y los traficantes pertenecen a diferentes comandos, resulta imposible ir a cualquier lugar
sin preocuparse. Así, las personas que viven en una favela ya no pueden ir a las fiestas de samba
(pagodes), a los bailes funk o a los ensayos de samba que haya en las demás favelas si éstas
pertenecen a “comandos” enemigos. De lo contrario, el joven infractor que busca diversión
puede encontrarse con el fin de sus días.
En Madureira, las drogas ilegales no son tan visibles ni fáciles de encontrar fuera de las favelas.
Tampoco se puede pasear por sus calles. La gente se dirige siempre a un lugar concreto. Las
calles, y no sólo las favelas, han sido divididas militarmente por los comandos que controlan las
colinas donde están las viviendas irregulares. Se precisa mucha atención para no caer en manos
enemigas o, como dicen, “alemanas”. Además, las calles están poco iluminadas y vigiladas. Las
actividades de ocio preferidas por los jóvenes son los bailes charm en los clubes nocturnos, las
fiestas de samba en las escuelas de samba y los bailes funk en las favelas. Para estos jóvenes,
dado que apenas pueden salir del territorio controlado por la banda, el distrito se divide entre
“amigos” y “alemanes”. Sólo pueden ir a aquellas áreas que pertenecen al mismo comando o que
son de comandos aliados.
Pero hay importantes diferencias en términos del estilo juvenil escogido. Aunque el charm y el
funk son estilos musicales copiados de la música afroamericana desde finales del decenio de
1970, el estilo charm de vestirse y bailar es muy diferente. En los bailes charm no hay ni
violencia ni drogas en los clubes. Los jóvenes se ven a sí mismos como bailarines fantásticos y
aficionados a la música que visten de forma elegante, con un estilo conservador, como forma de
marcar distancias con los partidarios del funk. A los bailes charm acuden personas de diferentes
generaciones y estratos sociales, cosa que no sucede en los bailes funk. Así, existe en ellos un
cierto control social que ejercen los adultos sobre los jóvenes y que constituye un antídoto a las
lealtades férreas y cerradas que se dan dentro de los grupos de jóvenes, como las bandas y las
galères. La gente que acude a los bailes charm está más dispuesta a trabajar y no se adhiere a
bandas, aunque la identidad social adquirida en esta actividad de ocio sea también muy
importante para ellos.
Por el contrario, las galères son parte constituyente de los bailes funk. Las divisiones entre los
lados A y B provocan enfrentamientos en el baile y se producen violentas peleas dentro de las
salas. El público es más joven y no tiene vínculos fuertes con el trabajo, la escuela o un oficio.
Desarrolla el carácter viril que afirman las letras de este tipo de música y las arengas de los
pinchadiscos, que les alientan a mostrar su valor durante el baile, incluso luchar hasta la muerte
si fuera necesario. Durante los bailes, a pesar de la prohibición, se permiten quince minutos de
diversión, es decir, quince minutos de pelea sangrienta. Así, se convierten en una forma indirecta
de vinculación de la violencia juvenil y el comercio de drogas ilegales, en la medida en que
ambos comparten las prácticas y los valores propios del carácter de los guerreros (Elias y
Dunning, 1993: 138) que unen simbólicamente el orgullo masculino con el territorio dominado.
La presencia de los traficantes, y en ocasiones su interferencia, se percibe con facilidad en los
bailes funk, y aún más en los llamados “bailes de comunidad” porque se desarrollan dentro de
una favela, permitidos y financiados por “el traficante”. Es preciso valerse de la asociación local
de residentes para la obtención del permiso oficial que otorga la Policía Militar. La “asociación”,
de hecho controlada por los traficantes, contrata también a los pinchadiscos y a otros miembros
del equipo técnico. En estos bailes hay menos tensión y conflictos porque todo el mundo se
conoce y todos pertenecen al mismo comando. Por otro lado, puede que el pinchadiscos se
encuentre en situaciones difíciles al sufrir las imposiciones del “propietario” y los policías
corruptos, llegando a veces a estar en peligro de muerte.
A pesar de las muchas diferencias encontradas en los circuitos de ocio, los consumidores de
droga no se distinguen por sus diferentes estilos de consumo. En todos estos distritos se muestran
preocupados por su privacidad y por hacer un consumo discreto, tanto para no “delatarse” como
para no asustar a otros clientes de los mismos locales bohemios. La represión policial y el miedo
a que su adicción sea conocida por sus familias y vecinos, en especial en aquellos distritos donde
las redes sociales están estrechamente tejidas, pueden explicar esta cautela. Así, los
consumidores tratan de no excederse en la dosis para no ser “localizados fácilmente”: ojos
abiertos de par en par, agitación, pérdida de autocontrol y demás. De hecho, el estilo de consumo
observado en los espacios públicos donde jóvenes y adultos de los tres distritos se divierten
podría ser descrito como un uso predominantemente social. En las terrazas, restaurantes, bares y
bodegas los consumidores que controlan su comportamiento son muy valorados por todos,
incluidos los propios traficantes locales. Esto no significa que no haya consumidores
desmedidos, pero éstos pueden tener serias dificultades en sus relaciones en los sitios públicos
con otros consumidores y con los traficantes, debido a las molestias que pueden provocar por la
vigilancia policial o por sus crecientes deudas con los traficantes. En estos lugares, el consumo
es sencillo, ágil y adaptado al ritmo urbano y todas las transacciones se realizan rápidamente
para que no se vean.
Copacabana cuenta al menos con tres circuitos de traficantes que se diferencian por los lugares
bohemios en que se mueven: 1) la orilla del mar; 2) los bares de alterne y el circuito de la
prostitución; y 3) los restaurantes, bares y bodegas próximos a los poblados de chabolas donde
hay puntos importantes de venta. En los dos primeros escenarios, los “vapores”, tal y como su
nombre indica, se encuentran en constante movimiento y no permanecen mucho rato en el
mismo lugar, “evaporándose” cuando es necesario a causa del control policial, a pesar de las
connivencias con algunos de sus miembros, o en búsqueda de nuevos clientes. En estos
escenarios, las bandas son mucho más discretas que en el escenario más cercano a los accesos a
las favelas o en las calles cercanas de los distritos de Tijuca y Madureira. En las calles
principales o, como ellos dicen, “en las pistas” (na pista) los precios se mantienen de cinco a
diez veces más altos. Las oscilaciones se deben a las diferencias ocasionales entre la oferta y la
demanda.
En el segundo de los circuitos -el que opera en los lugares de ocio y prostitución- la mayoría de
las transacciones con drogas ilegales se preparan con antelación, ya que los “vapores” y
“aeroplanos” evitan llevar encima la mercancía. El “vapor” recibe el pedido y va al lugar donde
la droga está escondida, mientras que los “aeroplanos” tienen que encaminarse hacia las colinas
donde se consiguen drogas más puras a precios más baratos. Sin embargo, los clientes no temen
ser estafados, ya que no es una práctica muy corriente entre personas que se conocen con
anterioridad. La confianza es útil a las dos partes, que necesitan seguir realizando transacciones.
Se sabe rápido quién es un estafador, y éste pierde credibilidad en un abrir y cerrar de ojos. En
este circuito también hay traficantes que usan el sistema telefónico: no están en las calles, sino
que reciben los pedidos de sus clientes por teléfono desde sus viviendas.
Este estilo contrasta con los observados en otros distritos. De cualquier modo, no es un rasgo
característico de todas las zonas de Copacabana. En otra zona más cercana a una de sus favelas,
hay una sociabilidad e interacción intensas entre los consumidores procedentes del “asfalto” y
los traficantes de la favela, lo que es común en muchas zonas de Tijuca y por todo Madureira. En
este lugar concreto, el estilo del tráfico no es ni tan calmado, ni tan cauteloso, ni tan pacífico; se
puede observar en él la misma dinámica de violencia que provoca el control del territorio
observado en los otros distritos, donde se produce un movimiento constante desde el territorio
controlado por los traficantes dentro de las favelas hacia el resto del distrito. Sin embargo, como
en Copacabana esta situación se limita a unas cuantas calles muy cercanas a una favela en
particular, no es de extrañar que el distrito presente una tasa de homicidios mucho menor que la
de los otros dos.
Tijuca tiene una geografía especial puesto que sus calles se extienden por el interior de valles
rodeados por muchas colinas. Esta característica ha beneficiado a quienes allí comercian con
drogas ilegales. Las diferencias sociales entre las áreas urbanizadas y las distintas favelas
desaparecen cuando entramos en el mundo de las drogas ilegales. Los consumidores procedentes
del “asfalto” suben con más facilidad a las colinas, adonde se dirigen para comprar directamente
en los lugares fijos de venta una droga de mejor calidad y precio, aunque para ello tengan que
arriesgarse más que los consumidores de clase media de Copacabana, que compran en “las
pistas”. Los consumidores, con independencia de su grado de adicción, se ven obligados a
calcular los riesgos que generan la represión y la corrupción policial, que se dan la mano en las
favelas y en las calles cercanas, así como los peligros que suponen tratos con los traficantes de
las colinas. Sobre esto último se dice: “si no se quiere perder su vida, hay que saber cómo iniciar
un trato con los traficantes y cómo terminarlo”.
Además, los traficantes de los poblados de chabolas dominan con mayor facilidad las calles de
Tijuca, bien para poner trabas a los traficantes independientes para que no vendan drogas allí o
bien para mostrar su armamento. Es normal ver a traficantes armados caminando por allí. Si el
“dueño de las colinas” percibe la presencia de vendedores no autorizados, los amenazará. En
caso de que insistan en competir con la banda delictiva, serán asesinados. Para vender drogas en
Tijuca es preciso contar con el respeto y el permiso del dueño. Como las colinas se encuentran
muy cerca las unas de las otras, a uno y otro lado de los estrechos golfos donde se encuentran las
viviendas del “asfalto”, las casas, dentro y fuera de las favelas se encuentran inmersas en los
enfrentamiento entre bandas y los tiroteos esporádicos. Éstos hacen añicos la tranquilidad de este
distrito conservador y familiar. En alguna ocasión han muerto personas que estaban durmiendo o
viendo la televisión en su casa, a causa de una bala perdida.
El fácil acceso a las colinas hace que se intensifique allí el comercio al por menor. Sin embargo,
ello no impide que se sigan realizando tratos en bares y esquinas puesto que “se venden drogas
por todas partes”. Algunos bares son sobradamente conocidos por ser lugares de venta donde los
traficantes van y vienen desde las colinas trayendo drogas a sus clientes. Quienes suben a las
colinas se arriesgan, pero al mismo tiempo sacan provecho, aunque no en demasía. Constituyen
un grupo estable de personas que se han ganado la confianza del “dueño” o de sus “gerentes”,
una condición que llaman “tener reputación”. Encargan primero una determinada cantidad de
droga que luego revenden a un precio mayor en locales bohemios. Cuando adquieren drogas con
frecuencia, aplazando su pago, se convierten en “aeroplanos”. En este caso, la confianza es
incluso mayor y, en el proceso de ganar el respeto y la consideración del “dueño”, compran
cantidades cada vez mayores de drogas y puede que logren alcanzar la categoría de “vapores”.
Simultáneamente, se ven obligados a participar de forma creciente en otras actividades delictivas
de la banda y puede que se vean envueltos en enfrentamientos mortales. Desde su punto de vista,
la situación ideal sería mantenerse como alguien que se ha ganado consideración, respeto y
amistad, pero que ni se ve implicado, ni se convierte en “enemigo”, “perro” o “cabeza hueca”
como otros traficantes. Igualmente, no se debe ser demasiado ambicioso, porque si se gana
demasiado como intermediario en las calles se puede llamar la atención de los traficantes o de
los policías. En tal caso “el tipo está marcado” y su situación “se vuelve en siniestra”. Matará
para no ser matado o dejará el distrito o incluso la ciudad. Debe “desaparecer”.
El estilo de tráfico en Tijuca, al igual que en Madureira, está, por lo tanto, directamente
controlado por la traficantes de favela, que hacen un uso constante de las armas de fuego para
defender su territorio o monopolizar el comercio, y para poner freno a la represión legal. Para
ello, amenazan a los potenciales competidores, coaccionan violentamente a sus deudores, llegan
a acuerdos precarios con la policía que los extorsiona, e intimidan a los testigos. Existe un
control militarizado del área, asociado de forma muy clara con las expresiones metafóricas
locales de la virilidad. Este estilo diverge completamente del que predomina en Copacabana, es
decir, un estilo discreto en el que los traficantes asumen que operan de forma clandestina y que
no pueden controlar territorios.
En Madureira, es frecuente ver a gente fumando, esnifando o vendiendo marihuana y cocaína en
puntos estratégicos tanto del interior de las favelas como del “asfalto”. De hecho, no existe ni
una división clara entre estas áreas, ni prejuicios hacia los habitantes de los poblados de chabolas
(favelados), puesto que la mayoría de la gente es pobre. Cualquiera puede adquirir drogas en las
colinas sin levantar sospechas. En este distrito, la frontera entre las redes del narcotráfico y los
estilos de ocio está difuminada. La quiebra más importante y temible es la que generan los
“comandos”. Por ello, el acceso a las drogas no depende de los intermediarios que las compran
en las favelas. Al no haber límites claros para estos últimos, los consumidores afirman que no
precisan de ellos, como sí ocurre en los demás lugares. Con frecuencia, los adictos consumen las
drogas abiertamente en el mismo lugar en que las compran, en un pequeño callejón en el interior
de la favela o en una calle cercana, evitando un delito flagrante. Y por lo que respecta al precio,
en Madureira la cocaína y la marihuana resultan entre ocho y diez veces más baratas que en las
“pistas” de Copacabana. Sin embargo, los consumidores también hablan de la tensión que existe
cuando se compra directamente al traficante. Igualmente mencionan la truculencia del traficante
y la necesidad de someterse a sus dictados si uno no quiere arriesgar su propia vida.
Algunos favelados dicen que es imposible no verse mezclado en las transferencias ocasionales de
las bandas, y rechazar las frecuentes invitaciones a participar en fiestas, barbacoas y bailes. Otros
desean seguir siendo personas merecedoras de consideración y respeto para vender cantidades
cada vez mayores de droga durante un período limitado de tiempo. Sueñan con ganar algún
dinero y dejar el comercio ilegal para abrir un pequeño negocio legal. Sin embargo, todos se
muestran de acuerdo en que a nadie se le obliga a entrar a formar parte de una banda. El joven se
ofrece a sí mismo, mostrando lealtad y “disposición a matar”, otra forma de adquirir respeto y
confianza. Si es bueno disparando, se convierte en un soldado y en un miembro de la banda que
controla la colina.
Desde un punto de vista militar, los “comandos” antagónicos compiten de manera violenta por el
territorio o el control del negocio, y prohíben a las personas que viven en las áreas dominadas
por sus enemigos cruzar sus territorios, en ocasiones ni tan siquiera para hacer una simple visita
a sus familiares o amigos. Por este motivo, los favelados de Tijuca y Madureira hablan de una
“guerra sin fin” en la que se enfrentan traficantes pertenecientes a comandos enfrentados o en la
que se ven envueltos policías y traficantes. En esta guerra, no sólo los miembros de las bandas,
sino también los hombres jóvenes que viven en la misma favela o en favelas amigas, son
obligados a colaborar cuando los enemigos atacan a otra banda del mismo comando. Entonces,
los así reclutados forman una partida (la denominada bonde) que responderá a los ataques de
otras partidas creadas del mismo modo.
Cuando hay una leva de “soldados” para el tráfico, ésta afecta a jóvenes que han logrado eludir
la normativa vigente en la actualidad en las Fuerzas Armadas del Brasil que pretende evitar
reclutas procedentes de las favelas. Durante el servicio militar, todavía obligatorio, se les entrena
como soldados de manera oficial. Incluso si no son miembros de las bandas de narcotraficantes,
se “invita” a estos jóvenes a montar y desmontar armas, entrenar a nuevos soldados y hacer
frente a los enemigos cuando la favela en que viven es invadida por la policía o por una banda
rival. Tienen que aceptar esta “invitación” no tanto debido porque se les coaccione a hacerlo,
sino porque sienten que deben colaborar con la banda que controla el vecindario en que habitan.
De cualquier modo, saben que en caso de rechazar la invitación tendrán que hacer frente a
problemas físicos y morales. Perderán su reputación y el respeto obtenido del “dueño de la
colina” y puede que sean expulsados de la favela o, lo que es peor, se arriesgan a ser ejecutados.
Algunas veces incluso se les “invita” a que formen las “bondes” que van a invadir vecindarios
enemigos.
Los niños se crían en este clima dominado por la ética viril del guerrero que engendran las
bandas de narcotraficantes, lo que ayuda a entender el recurso cada vez mayor a la fuerza en tales
lugares. Los jóvenes se socializan en parte en este escenario (Elias y Dunning, 1993: 10-11)
compartiendo los códigos a través de los cuales buscan ganar respeto, reputación y consideración
por parte de los miembros de la banda de narcotraficantes. Muchos piensan que este contexto
social es un componente natural y eterno de la interacción social. Hay bastantes que tienen
amigos o parientes que han formado parte de redes de narcotráfico. Como estos jóvenes intentan
no quebrantar las reglas principales, se hacen conformistas y pierden su capacidad de decisión,
por lo que se considera que están “guiados por control remoto” (teleguiados).
No obstante, algunas personas mayores de Madureira y Tijuca sienten que deben mantener las
distancias con los miembros de las bandas. Es frecuente oír a vecinos que pertenecen a las
escuelas tradicionales de samba, a grupos religiosos o que tienen claras orientaciones laborales,
frases tales como “ellos nos respetan y no se imponen sobre nosotros” o “no nos juntamos con
esos chicos”. También se oye este tipo de discurso a personas que viven allí desde hace mucho
tiempo y son testigos de los cambios profundos que han sufrido las relaciones sociales dentro de
la familia y del vecindario. Tienden a unos estilos de ocio en los que se integran varias
generaciones, esto es, tener a sus hijos y nietos bajo su control durante algunas actividades.
Normalmente se limitan a prohibir a los traficantes que vendan drogas o exhiban sus armas
delante de las puertas de sus casas, donde juegan los niños, como forma de subrayar la diferencia
con ellos. Son los únicos que se resisten a las intimidaciones y a los acuerdos por la fuerza con
los traficantes. De hecho, tales actitudes ponen de relieve la tradición y la respetabilidad del
vecindario, en comparación con otros.
Por desgracia, todavía no han recibido apoyo ni de los organismos gubernamentales ni de la
policía. Sin embargo, algunas organizaciones gubernamentales y no gubernamentales han
lanzado nuevos proyectos o apoyado a las asociaciones voluntarias de vecinos para atender a los
jóvenes que tienen problemas en casa o en el colegio. Hasta ahora, ningún proyecto ha
contemplado la pacificación de las bandas enfrentadas o de los jóvenes problemáticos que viven
en el filo de la navaja asesinando y muriendo por ello.
Traducido del inglés
Notas
1.
2.
3.
En todo el mundo, la existencia de leyes que prohíben estas actividades, así como de una
enérgica censura moral de las mismas, lleva a las organizaciones clandestinas a reaccionar
con violencia cuando se plantean las disputas comerciales o privadas (amenazas,
intimidación, chantaje, extorsión) o para resolver conflictos (agresiones, asesinatos,
terrorismo).
Estilo es un concepto que se utiliza en lugar del de cultura o de subcultura, que tienen
implicaciones teóricas que los hacen inaplicables en épocas de cambios muy rápidos en las
identidades y las prácticas sociales. El término “estilo” se utilizó por vez primera en el
Centre of Cultural Studies of Birmingham [Centro de Estudios Culturales de Birmingham]
para hacer referencia a lo que se denominaba “cultura juvenil”. A partir de entonces, se
convirtió en el término más conveniente para designar las novedades trepidantes y
transitorias en la música, la moda, el arte, los usos lingüísticos y otros comportamientos
juveniles, que no se podían seguir interpretando exclusivamente desde una perspectiva
globalizadora de la religión o de la cultura de clase, aunque no fueran totalmente ajenas a
éstas (Hall, 1980). Ahora forman parte del mercado de bienes simbólicos o culturales de la
llamada “sociedad de consumo” (Featherstone, 1995: 36-44).
En la actualidad, el concepto de red se utiliza de dos formas distintas en los estudios del
tráfico de drogas. En el primer caso, se apoya en los conceptos de territorialidad y
jerarquía que la Geografía ha aplicado a las ciudades para dividirlas en internacionales,
nacionales y regionales con el fin de estudiar los flujos de información y de productos que
pasan de unas a otras por medio de nudos y puntos estratégicos de interconexión. En el
segundo caso, el concepto de red, más cercano al concepto antropológico de red social, se
utiliza para estudiar y comprender las actividades ilegales que funcionan como un flujo
continuo de relaciones interpersonales basadas en el secreto y en la confianza, siempre
4.
5.
puestos a prueba; en otras palabras, en el conocimiento y la vigilancia de unas personas
por otras y en los acuerdos y normas que se dan por sentados entre ellas. En este segundo
sentido, se aplica especialmente a los niveles inferiores del tráfico de drogas, en los que
existe una red tupida y descentralizada que apenas está controlada, a diferencia de lo que
ocurre con los mayoristas y financiadores de ese tráfico, que tienden a centralizarse y
jerarquizarse en forma de Cárteles y Mafia. (PNUFID, 1997).
El concepto de crimen organizado está estrechamente vinculado al concepto de Mafia y ha
sido objeto de un debate inacabado que comenzó el siglo pasado: el primer concepto se
basa en su carácter organizado o desorganizado y el segundo, en su condición de delito,
trabajo o empresa. De cualquier modo, no hay duda de que nos enfrentamos con una serie
de actividades estructuradas en redes que tienen algunos rasgos propios de una empresa
económica, es decir, que exigen actividades repetitivas (aunque sin la disciplina,
regularidad y derechos del trabajo ordinario), uno de cuyos objetivos es el beneficio
(cuanto más fácil y mayor, mejor para las redes de mayoristas), y utilizan distintos
métodos y monedas para reafirmar más intercambios típicos de las relaciones clandestinas.
En el equipo de investigación había estudiantes de licenciatura y de posgrado a mi cargo
en el NUPEVI (Núcleo de Investigación sobre la Violencia). La financiación procedía del
Ministerio de Justicia, del Gobierno federal brasileño y del Núcleo Superior de Estudios
Gubernamentales (NUSEG ) del Gobierno del Estado de Río de Janeiro.
Referencias
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[Violencia urbana, justicia penal y organización social del crimen] Núcleo de Estudos da
Violência da USP: São Paulo.
BEATO, Claudio; ASSUNÇÃO, Renato. 2000. “Homicide Clusters and Drug Traffic in Belo
Horizonte from 1995 to 1999” [Focos de homicidio y tráfico de drogas en Belo Horizonte de
1994 a 1999]. Actas de la XXIV reunión de la “Associação Nacional de Pós-Graduação e
Pesquisa em Ciências Sociais” [Asociación Nacional de Posgrado e Investigación en Ciencias
Sociales] ANPOCS: São Paulo.
CASTELLS, Manuel. 1998. End of Millennium [Fin del Milenio]. Blackwell: Oxford.
ELIAS, Norbert y DUNNING, Eric. 1993. Quest for Excitement, Sport and Leisure in the
Civilizing Process. Blackwell: Oxford. [Deporte y ocio en el proceso de la civilización. Fondo de
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FEATHERSTONE, Mike. 1995. Undoing Culture, Globalization, Postmodernism and Identity
[Deshaciendo la cultura, la mundialización, el posmodernismo y la identidad]. Sage: Londres.
HALL, Stuart. 1980. Resistance through Rituals [La resistencia por medio de los rituales].
Hutchinson, CCCs: Birmingham.
PNUFID (Programa de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas) 1997.
World Drug Report. [Informe mundial sobre las drogas] Oxford University Press: Londres.
SCHIRAY, Michel. 1994. “Les filières-stupéfiants: trois niveaux, cinq logiques” [Las redes de
estupefacientes: tres niveles, cinco lógicas]. Futuribles, 185: París.
SOARES, Luis E.; Sé, João T.S; Rodrigues, José A.S.; Piquet Carneiro, L. 1996. Violência e
Política no Rio de Janeiro. [Violencia y política en Río de Janeiro] Editora Relume Dumará: Río
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ZALUAR, A., ALBUQUERQUE, C. & NORONHA, J. C. 1995: “Pobreza não gera violência”
[La pobreza no genera violencia]. Ciência Hoje, 20/ 115: Río de Janeiro.
ZALUAR, Alba. 1994. Condomínio do Diabo [Condominio del diablo]. Editora da UFRJ: Río de
Janeiro.
ZALUAR, Alba. 2000. “Perverse Integration: Drug trafficking and youth in the favelas of Rio de
Janeiro”[Integración perversa: el tráfico de drogas y la juventud en las favelas de Río de
Janeiro]. Journal of International Affairs, 53/2: 654-671.
Nota biográfica
Guaracy Mingardi es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de
São Paulo (USP). Además de ser investigador del Instituto
Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y
el Tratamiento del Delincuente (ILANUD), coordina el Sector de
Análisis de las Informaciones Criminales (SAIC) del Ministerio Fiscal de
São Paulo. Sus investigaciones tratan de la policía, la delincuencia y el
tráfico de drogas. Sus dos publicaciones más destacadas son "Los
policías, las ocas y las truchas" (1992, reeditada en 2000) y "El Estado y
el crimen organizado" (1999). Su correo electrónico es
[email protected].
El dinero y el tráfico de drogas en São Paulo1
Guaracy Mingardi
Hace ya bastantes años que el Brasil se considera como una ruta importante del tráfico
internacional de cocaína. Con demasiada frecuencia la prensa nacional y extranjera trata este
tema a la ligera, como si las grandes bandas de delincuentes internacionales sólo utilizasen el
territorio nacional, con unos lazos mínimos o inexistentes con la delincuencia local, lo cual de
hecho, es absurdo. En este artículo trataremos de demostrar que los vínculos con las
organizaciones locales resultan cruciales para el tráfico internacional.
Todos los casos citados hacen referencia al narcotráfico en el Estado de São Paulo, el más
poblado y más desarrollado económicamente de todo el Brasil. São Paulo también es muy
importante para la economía del narcotráfico, tanto en el plano local como en el internacional. Es
asimismo el Estado con el mayor mercado de consumidores de estas sustancias del Brasil.
Constituye, como si ello fuera poco, un un punto neurálgico para el tráfico que se destina al
exterior de América del Sur, dado que posee el aeropuerto y el puerto con mayor movimiento de
todo el país. La mayor parte del mercado local lo constituye el consumo de tres sustancias
ilegales: la marihuana, la cocaína y el crack. La casi totalidad de las incautaciones realizadas por
la policía corresponde a la suma de las requisas de estas tres sustancias.
Cuadro 1 : Detenciones de traficantes en la ciudad de São Paulo
(Abril de 1998/junio de 1999)
Sustancia
Detenciones
%
Marihuana
954
32,6
Crack
833
28,5
Cocaína
1.119
38,3
Otras
17
0,6
Total
2.923
100,0
Fuente : Grupo de represión del tráfico de drogas, Ministerio Fiscal del Estado de
São Paulo
Entre las sustancias ilegales, la que cuenta con una mayor tradición en el Brasil es la marihuana.
Ha sido consumida durante decenios por todas las clases sociales. La cocaína, que durante la
primera mitad del siglo XX había estado de moda entre las clases más altas y en los círculos
bohemios, ha vuelto a irrumpir masivamente en el mercado durante el decenio de 1980. La
consumía sobre todo la clase media porque, por su precio, nunca resultó atractiva para las clases
más desfavorecidas. Durante el decenio de 1990, el crack se convirtió en la "cocaína de los
pobres" e invadió otros sectores del mercado antes reservados a otras sustancias. Es lo que
ocurrió con los niños de la calle que tradicionalmente inhalaban cola de zapatero para evadirse
durante algunos instantes de la dura realidad. Una zona de la ciudad, compuesta por casi veinte
manzanas y ubicada en el centro, albergaba a tantos consumidores de esta droga que fue
bautizada con el nombre de "Crackland". En la actualidad, el auge del crack ha remitido y la
marihuana, después de veinte años de olvido, vuelve a estar en el centro de las preocupaciones.
Los dos últimos decenios, dominados de forma sucesiva por la cocaína y por el crack, han dejado
profundas huellas en el mercado de São Paulo. Han sido las causantes de que entraran en escena
nuevos actores que han desplazado a los antiguos traficantes. La novedad más importante la
constituye el incremento de la violencia en las actividades del narcotráfico, violencia que
prácticamente no existía hasta los inicios del decenio de 19702. Otra consecuencia que se ha
comprobado principalmente a lo largo de estos diez últimos años es la de la atomización del
mercado. Contrariamente a lo que ocurre en el mercado de Río de Janeiro, fundamentalmente
centrado en la cocaína y con una gran presencia de carteles, en São Paulo el mercado está
parcelado. Parece seguir el modelo liberal clásico, con una infinidad de vendedores y
compradores, lo que lleva a una gran competencia y al mantenimiento de unos precios reducidos.
Para llegar a la ciudad, la droga debe hacer un largo viaje. La marihuana es de diferentes
procedencias. Puede venir del Paraguay en camión (mezclada con otros cargamentos, de los
cuales el más común es la madera) o bien de los Estados del noreste del país, sobre todo del
Estado de Pernambuco. En cambio la base de pasta de coca por lo general se compra en la
frontera con el Paraguay o con Bolivia, cuando se trata de pequeñas cantidades, es decir de hasta
20 ó 30 kilogramos mientras que las cantidades de mayor volumen normalmente entran en el
Brasil por avión, que aterrizan y descargan la mercancía en diferentes lugares del Estado. El
traficante, el cual ya ha pagado su mercancía mediante giro bancario, recibe su pedido que se
transportará por camión o furgoneta hasta su base de operaciones urbana. Los mayores
decomisos de pasta de coca se han realizado en operaciones que seguían exactamente el modelo
descrito. La incautación más importante -de 300 kilogramos- se produjo a principios de 1999. La
cocaína destinada al consumo local llega a São Paulo por rutas similares a las del crack, pero
también puede provenir de la Amazonia y en algunas ocasiones directamente de Colombia. Los
costes adicionales se ven compensados por el precio de reventa, que es dos veces el del crack3.
Para poder abastecer este mercado, se precisa contar con tres niveles de traficantes de drogas
ilegales en la ciudad de São Paulo.
El de los minitraficantes constituye el grupo más importante de los que actúan en la ciudad. Está
formado en su mayor parte por jóvenes que tienen entre 16 y 27 años. Venden sobre todo piedras
de crack y cantidades pequeñas de marihuana. Casi un 80 por ciento de los traficantes detenidos
pertenece a este grupo.
El pequeño traficante es un minorista, aunque también pueda vender pequeñas cantidades a otros
traficantes. Trabaja con cantidades que no llegan a los 10 kilogramos. Puede ser autónomo o
administrador de un "boca" ("punto de venta"). Habitualmente posee antecedentes penales por
narcotráfico o por otros delitos, normalmente delitos contra el patrimonio. A diferencia del
minitraficante, no trabaja solo. Es habitual que tenga hasta tres socios o empleados.
El traficante medio, minorista o mayorista, comercia con cantidades que pueden llegar hasta los
250 kilogramos. Por lo general es un distribuidor al por mayor, aunque algunos sean también
propietarios de puntos de venta.
La introducción del crack y de la cocaína en el mercado de São Paulo ha traído consigo un
incremento de la violencia. Hasta principios del decenio de 1970, el narcotráfico sólo causaba
pocas muertes en la ciudad, debidas en su mayoría a ajustes de cuentas entre traficantes. En la
actualidad, casi un 20 por ciento de los homicidios que se producen en la ciudad puede atribuirse
al tráfico de drogas y el consumo de las mismas. Pero éstos no se encuentran distribuidos de
manera uniforme: hay zonas, por ejemplo, en las que aunque el tráfico sea intenso se producen
pocos homicidios, mientras que en otras zonas, muy violentas, no se dan muchos casos
relacionados con las drogas. La lectura que hacemos de esta observación es que la violencia del
narcotráfico esté vinculada a dos factores diferentes:
-
-
La historia local de la violencia: el tráfico causa más muertes en las zonas de la ciudad
con mayor tradición de violencia, como ocurre por ejemplo en el sector suroeste, donde
desde hace veinte años el número de muertes crece y se multiplica rápidamente.
Las carencias de la represión: en el barrio apodado "Crackland", situado en pleno centro
de la ciudad y considerado como el lugar donde más crack se consume, la represión
policial es mucho más eficaz que en la periferia, donde la policía está menos presente
aunque el consumo es mucho menor. Como resultado el traficante de "Crackland" asesina
mucho menos que su colega de la periferia.
La represión, o más bien la ausencia de ésta, es uno de los factores que coadyuvan al
narcotráfico. Las diferentes policías brasileñas tienen poca o ninguna habilidad para enfrentarse
al narcotráfico. Salvo raras ocasiones, los traficantes que tienen problemas con la justicia son los
pequeños o medianos traficantes. Durante los últimos años se ha detenido a menos de diez
traficantes medianos dedicados al abastecimiento de São Paulo, cuando se calcula que al menos
son cien los que actúan en la ciudad. De entre las distintas razones que se han esgrimido para
explicar esta falta de eficacia, dos parecen las mejores: la primera y quizá la más importante es la
corrupción. Desde que se produjo el auge en el consumo de cocaína, el número de casos de
policías implicados en el narcotráfico no hace más que aumentar. El policía corrupto de São
Paulo emplea, al menos, tres métodos consagrados para redondear sus ingresos con la ayuda del
narcotráfico:
- liberar al detenido a cambio del pago de una cantidad de dinero determinada;
- desviar la mitad de la cocaína incautada, con el objeto de revenderla. Para evitar
cualquier sospecha, el policía añade talco o alguna otra sustancia a la cocaína para que
su peso sea el mismo que el del alijo original;
- el policía recibe mensualmente de la banda una determinada suma previamente
acordada. Esta modalidad se conoce con el nombre de "talonario".
El otro motivo que explicaría la falta de combatividad del aparato de represión brasileño radica
en sus orígenes. La policía, el ministerio fiscal y la judicatura fueron creados para luchar contra
el delito individual. La propia ley ha sido redactada poniendo el punto de mira en la persona y no
en las bandas organizadas. En un caso tipo, los agentes de policía arrestan y proporcionan
pruebas contra la persona que vende cocaína y sólo contra ella. El policía no persigue a las
demás personas implicadas, el fiscal sólo acusa al vendedor y tampoco el juez quiere saber si el
acusado pertenece o no a una banda. Cada uno de los anteriores no hace más que obedecer la
letra de la ley, la cual ordena que se encarcele al traficante.
La justicia brasileña raramente tiene que vérselas con los grandes traficantes. La represión del
narcotráfico deja mucho que desear. La manera en la que se llevan a cabo las investigaciones
sobre el crimen organizado pone de manifiesto graves insuficiencias. El concepto de crimen
organizado que tienen las distintas policías no es uniforme. No existe una idea articulada sobre la
forma en que aquél debe ser tratado. Lo único que sí está clarísimo es que el narcotráfico
internacional es de exclusiva competencia de la policía federal.
¿Pero quién está a cargo de la represión del narcotráfico entre los Estados del país? En realidad,
no existe ningún sector de la policía brasileña que se ocupe específicamente de esta represión.
Las policías de los Estados reprimen únicamente el tráfico de drogas local. La policía federal
sólo está encargada del tráfico internacional. Esto hace que resulte más seguro transportar la
cocaína de la ciudad de Campo Grande hasta São Paulo a lo largo de una distancia de más de mil
kilómetros, que vender esta cocaína en São Paulo, o que hacerla pasar entre las ciudades
fronterizas de Puerto Suárez y Corumbá. En la frontera, la que actúa es la Policía Federal, en São
Paulo, la Policía civil. Entre las dos, nadie.
Otra carencia es la falta de comunicación entre las diferentes policías. No existe ningún medio
práctico de intercambio de información entre las policías de los diferentes Estados del país. Se ha
comenzado apenas a crear un sistema informatizado de archivos en el plano federal.
Afortunadamente, los grandes grupos internacionales sólo invierten ocasionalmente en el
mercado brasileño. Lo normal es que sólo actúen en el transporte de la cocaína al extranjero. La
atomización del mercado es un factor que desincentiva las inversiones por parte de los grandes
traficantes en el mercado brasileño. Tal vez la entrada de crack sea el factor aislado que más
haya contribuido a esta atomización. Otro factor importante es la diferencia en las mercancías.
Para el consumo local de crack, los traficantes normalmente importan la base de pasta de coca,
pero no la cocaína en polvo que es el producto que mayoritariamente se exporta. Un tercer factor
es el precio. La cocaína cuesta entre diez y veinte veces más en Europa o en los Estados Unidos
de América que en el Brasil. De ahí que resulte mucho más interesante exportar la mercancía que
venderla en el país. Además, los riesgos que el traficante corre en el Brasil son pequeños, de
manera que puede actuar sin temer la represión.
Globos blancos se elevan hacia el cielo en São Paolo durante una manifestación contra la violencia el 7 de
julio 2000.
Mauricio Lima/AFP
Esta situación hace que los traficantes más importantes utilicen principalmente São Paulo como
base o como lugar de paso. Para la mayoría de las mercancías que atraviesan el país este Estado
es una encrucijada, motivo por el cual es también muy utilizado por los exportadores de cocaína.
Existe constancia de numerosos casos de narcotráfico internacional ejercido por los traficantes
locales, los cuales utilizan el interior del Estado de São Paulo como base de operaciones.
Una de las organizaciones delictivas más importantes que ha actuado en este Estado surgió
durante el decenio de 1980 y sobrevivió hasta 1992 ó 1993. Entre sus miembros se contaban
jefes de empresas de tamaño medio, cuatro pilotos de avión, un político influyente, varios
policías y un gran empresario. Su forma de actuar era la siguiente: compraban la cocaína en
Bolivia o en el Paraguay y la transportaban en avión hasta una ciudad mediana del interior.
Desde allí, la cocaína se transportaba hasta el puerto de Santos, que más movimiento tiene del
país, donde se la embarcaba con destino a Europa. La ciudad donde aterrizaba el avión gozaba de
ciertas ventajas: estaba controlada por el político de que se ha hablado, el aeropuerto local
carecía de vigilancia y se encontraba relativamente cerca del São Paulo metropolitano.
Aparentemente la red se disgregó como consecuencia de un cambio político en el Estado: el
partido del gobernador que había sido elegido no tenía ningún vínculo con los jefes de la red.
Pero de hecho, no se detuvo a ningún miembro importante del grupo, con la salvedad de algunos
de los pilotos que fueron detenidos en el momento en que aterrizaban. No se abrió ninguna
investigación policial contra los jefes de la organización. Tal vez la influencia política y
económica de los integrantes de la red era demasiado importante como para que el aparato de
represión le hiciera frente.
Los tres casos que siguen están relacionados con otras clases de organizaciones delictivas que
actúan en el Brasil. Se trata de organizaciones surgidas en el extranjero, pero que han establecido
vínculos con grupos delictivos puramente brasileños.
Las "mulas" de las redes nigerianas
Normalmente para enviar la cocaína a Europa y a los Estados Unidos de América se utiliza el
aeropuerto internacional de Guarulhos (São Paulo metropolitano). Para el transporte de la droga
se emplea a las llamadas "mulas", vale decir, personas que llevan o tragan pequeñas cantidades
de este producto. No son autónomas: todas realizan esta actividad por cuenta de grandes
organizaciones africanas, europeas o latinoamericanas. La policía civil estima que sólo consigue
detener a un 10 por ciento de estas "mulas". Sea como fuere, con todo ha logrado decomisar en
un año casi 100 kilogramos de cocaína transportados por estos porteadores, lo cual significa que
sólo por el aeropuerto de Guarulhos saldría del Brasil por lo menos una tonelada de este
producto al año. Uno de los principales grupos que se dedican a este transporte está constituido
mayoritariamente por nigerianos, nacionalidad que según el censo penitenciario es precisamente
la que predomina entre los extranjeros detenidos en São Paulo.
Los primeros casos de nigerianos que hacían de "mulas" se dieron a principios del decenio de
1990. Lo poco frecuente de la situación -africanos transportando cocaína de América Latina a
Europa- despertó interés. Durante los siete años siguientes, el tráfico se hizo más sofisticado y
fue progresando por etapas, siempre un paso por delante de la policía. La lectura de las
investigaciones policiales ha permitido llegar a la conclusión de que en un principio eran los
propios miembros de la organización los que transportaban la mercancía. Su destino era Europa,
haciendo a veces escala en África. Tras algunos encarcelamientos, los traficantes comenzaron a
utilizar a otros nigerianos que no pertenecían a la banda para realizar este transporte. Durante
estos últimos años, han modificado una vez más su modus operandi y ahora utilizan como
"mulas" a europeos de clases sociales bajas y generalmente blancos. Estas personas, que reciben
el apodo de "mulas blancas", transportan la mercancía directamente a su país de origen.
Las "mulas blancas" reciben como pago de su trabajo entre mil y dos mil dólares, más los billetes
de avión. A algunos de ellos los atrae el incentivo del turismo.
De 1995 a 1998, se arrestó a veinte "mulas blancas " pertenecientes a una de estas
organizaciones. El dirigente de esta organización en el Brasil, un nigeriano llamado Peter
Christopher Onwumere, fue detenido en São Paulo el 27 de marzo de 1997. Desde hacía meses
se sabía que se encontraba en São Paulo, pero nadie se había tomado la molestia de arrestarlo.
Fue atrapado tras una fuerte presión por parte de la dirección de la policía de narcóticos. Las
investigaciones demostraron que compraba la cocaína en Bolivia, que era transportada por
traficantes brasileños o bolivianos, en lotes de entre 10 y 15 kilogramos, a São Paulo. Allí se
embalaba y expedía gracias a una "mula" europea. El precio del kilogramo de cocaína comprado
en Bolivia fluctuaba entre los mil y los dos mil dólares.
El trabajo del investigador Miroslav ilustra bien la cuestión de las conexiones de los nigerianos.
Explica este autor que entre los principales traficantes de Europa Oriental se encuentran grupos
similares a los que actúan en el Brasil. Están integrados por unas diez personas aproximadamente
y transportan cocaína, marihuana, hachís y heroína a distintos países de la región. Son grupos de
base tribal o familiar.
El tráfico al por mayor
El 5 de febrero de 1999, la policía registró el domicilio de Carlos Alberto Ávila González en
Pirituba, barrio de la ciudad de São Paulo. Allí se incautó de 270.000 dólares estadounidenses y
de aproximadamente 56.000 reales, además de documentación diversa y de dos vehículos.
Carlos Alberto Ávila es un antiguo capitán del ejército colombiano, expulsado por su
implicación en el tráfico de drogas. Del análisis de los documentos incautados y de las
informaciones obtenidas principalmente del FBI estadounidense (Federal Bureau of
Investigation) y de la DIA italiana (Direzione Investigativa Antimafia), se puede afirmar, sin la
menor sombra de duda, que se trataba de uno de los jefes de una banda internacional de
narcotraficantes.
La forma de actuar de los narcotraficantes era la siguiente: escondían la droga dentro de
colchones, colchas y baterías de automóviles. Organizaban licitaciones y así compraron varias
toneladas de abono orgánico y de harina de pescado. Es probable que mezclaran la droga con
estos productos. La droga era colocada en contenedores y embarcada en buques. El transporte al
extranjero se realizaba por intermediación de empresas exportadoras. La documentación
incautada permitió identificar a varias de estas empresas instaladas en São Paulo. La policía se
incautó igualmente de las máquinas de coser para las mantas, de las órdenes de compra de
tejidos, de espuma de caucho, de hilo y de cintas (utilizadas para la reconstitución de los
colchones después de que hubieran sido rellenados de droga).
Indicios de peso permiten suponer que hubo al menos dos grandes envíos a Europa. La
documentación incautada indica que una gran cantidad de colchones fue enviada a la empresa
Padrino Trade de la República Federativa de Yugoslavia, país al que entraba por el puerto de
Bar. En la contabilidad del grupo constan la compra y el envío de colchones, y también existe
una factura que indica la compra de una máquina de coser para colchones. Se sospecha que
cuando los colchones salieron del Brasil estaban llenos de cocaína. Otra empresa del grupo envió
baterías de vehículos rellenas de cocaína a una empresa española.
El grupo en São Paulo era responsable de recibir los cargamentos de cocaína, introducir la droga
en las baterías y los colchones y, después, expedirlos a la República Federativa de Yugoslavia en
contenedores. Para ello, el grupo alquilaba almacenes por toda la ciudad.
La droga era desembarcada en el puerto de Bar, en la República Federativa de Yugoslavia, y
enviada a continuación a la ciudad italiana de Bari, donde la recibía la organización criminal
Sacra Corona Unita, la cual se encargaba de distribuirla por el resto de Europa, en particular
España.
Parece que una persona conocida por el nombre de Chepe desempeñaba importantes funciones
dentro del grupo. Es de nacionalidad colombiana y se encarga del transporte del dinero. Esta
misma persona también es conocida por el apodo que la policía del tesoro estadounidense le ha
atribuido. Está implicada en una transacción de blanqueo de dinero de la droga en Miami.
Otro de los miembros de la banda es I.V.. Según la contabilidad, recibía un sueldo y su nombre
se usaba para crear empresas. Trabajaba directamente para el colombiano arriba mencionado.
También era socio de una de las empresas de exportación que utilizaban los narcotraficantes.
La policía ha identificado los nombres de más de doce personas que pertenecían a la banda. La
mayoría son socios de las empresas que tomaban parte en el tráfico, pero algunos son sólo
nombres. Podría tratarse de personas inexistentes o de nombres ficticios utilizados por los
traficantes.
Una prueba del poder del grupo la constituye una carta incautada en el domicilio del colombiano.
La carta fue escrita por J.M., miembro de la banda detenido en los Estados Unidos de América.
En dicha carta, J.M. revela sus sospechas con respecto al abogado que le defiende en los Estados
Unidos de América, ya que éste está pagado por Chepe. Dado que J.M. quiere llegar a un trato
con las autoridades para lograr su excarcelación, tiene miedo de que el abogado informe de este
hecho a sus jefes.
A causa de errores cometidos por la policía, no se pudo atrapar a ninguno de los integrantes de la
red. Otros, como el capitán Carlos Alberto, desaparecieron. Nada permite afirmar que la red haya
sido desmantelada. Es casi seguro que en la actualidad siguen con sus actividades ilícitas
utilizando otras empresas tapadera.
Los "videobingos"
El 27 de octubre de 1999, Manoel Tubino, antiguo presidente del Instituto Nacional de
Promoción del Deporte, denunció ante la Comisión de Asuntos Sociales del Senado a
importantes funcionarios del Ministerio del Deporte y del Turismo. Según él, estos funcionarios
habían favorecido a los propietarios de algunas de las salas de bingo, al concederles la licencia
para la explotación de las máquinas de "videobingo". Tras esta primera denuncia, otros
funcionarios denunciaron a otras personas de las altas esferas del Ministerio.
Los documentos presentados por la Oficina del Fiscal de la República indican que la Mafia
podría haber colaborado en la elaboración de la orden ministerial que autorizó la entrada de las
máquinas "videobingo" en el Brasil, a pesar de que el juego sea una actividad ilegal. Se sospecha
también que habría empresas vinculadas a esta organización delictiva que han colaborado en la
distribución de más de 20.000 máquinas tragaperras en el Brasil.
Según la DIA italiana (Direzione Investigativa Antimafia), el propietario de tres empresas que
han instalado las máquinas en el Brasil es el hombre de paja de Lillo Rosario Lauricella, uno de
los grandes jefes de la Mafia italiana, detenido en Roma acusado del tráfico de varias toneladas
de cocaína y heroína.
En los documentos italianos, Fausto Pellegrinetti es considerado como el proveedor de fondos de
la red. Pellegrinetti dirige la Banda della Magliana, organización delictiva que distribuye cocaína
y heroína en Roma. Las máquinas de bingo provenían de España, de la empresa Recreativos
Franco y entraban en el Brasil por la intermediación de la empresa Nevada Diversões, cuyo
administrador era de nacionalidad francesa. Se llama François Filippeddu y aparece como
administrador de la empresa Nevada Diversões Comércio Importação e Exportação Ltda. Otro
personaje importante de la red es su hermano Julien, corso vinculado a una organización
separatista de la isla y que ha desempeñado un papel importante durante la fase inicial de la
operación, en la que negoció varias veces con Lauricella, Pellegrinetti y los socios brasileños las
condiciones para la constitución de las empresas necesarias para la comercialización de las
máquinas. Lauricella afirma que Jean Filippeddu invirtió dinero en el negocio, a pesar de que su
nombre no aparezca.
Según los fragmentos de los interrogatorios a Lillo Rosario Lauricella, enviados por la Direzione
Investigativa Antimafia, el acusado reconoce, en diversos pasajes, sus vínculos con Ivo Noal.
Este nuevo personaje tiene en São Paulo la fama de ser el mayor operador de lotería clandestina
(el juego de "bicho"). Cuando se interesaron por el mercado de São Paulo, los "maffiosi" se
pusieron en contacto con Noal. Lauricella declaró que se precisaba el consentimiento de Ivo
Noal para poder instalar las máquinas. Éste recibiría aproximadamente unos 80.000 dólares
mensuales. Lauricella afirma en otro pasaje haber entregado en persona 200.000 mil dólares a
Noal.
La organización funcionaría mediante dos sectores de operaciones: el primero dirigido a la
gestión del narcotráfico y, el segundo, a la gestión financiera de los negocios. Para poner en pie
las actividades de blanqueo de dinero se creó una sociedad de hecho, integrada por personas de
reputación cuando menos dudosa; en algunos casos se trata, incluso, de mafiosos perseguidos por
la justicia. La empresa contaba con un "consejo general de administración" al que asistían
Lauricella y otros dos miembros de la organización. Lauricella afirma que los recursos
destinados a la inversión provenían directamente del tráfico de drogas. Al ser el encargado
Pellegrinetti, disponía de un margen de libertad considerablemente grande y, por lo tanto, pudo
conocer todos los entresijos del negocio.
Se creó un complejo mecanismo internacional de transacciones bancarias, con el objetivo de
disimular el dinero ilegal mediante su blanqueo. Los informes de la DIA indican que había dos
ramificaciones bancarias cuyo punto de destino era un banco de Miami, en los Estados Unidos
de América, donde el flujo de capitales se depositaba en una cuenta corriente perteneciente a una
empresa de turismo. Todas las investigaciones de la DIA se basan en los datos recogidos por este
organismo y en conversaciones telefónicas interceptadas. Otra ramificación bancaria tenía su
punto de origen en España. El capital llegaba al Brasil después de pasar por Suiza, Andorra y los
Estados Unidos de América.
Si bien todavía no se ha arrestado a nadie en virtud de estas acusaciones, un escándalo de tal
magnitud no puede ocurrir sin provocar convulsiones en el medio político. Desde que el
escándalo fue destapado por la prensa, se cerraron varias de estas empresas. Los artículos
periodísticos también han tenido como consecuencia algunas dimisiones en el servicio público.
La última fue la del Ministro de Deportes.
Conclusión
Cada uno de estos tres casos explica una faceta del tráfico internacional de drogas que pasa por
São Paulo. Evidentemente existen otros esquemas que todos desconocemos, menos los
traficantes. En este artículo he pretendido demostrar que la situación es mucho más compleja de
lo que muchos analistas imaginan. Las organizaciones internacionales no pueden sobrevivir si no
mantienen un contacto con los grupos locales.
Al igual que ocurre con todas las organizaciones delictivas, el narcotráfico internacional no
podría existir si no tuviera vínculos con el aparato de represión de los países en que actúa. En el
caso brasileño, esto significa mantener contactos con la Policía Federal y con la policía de los
Estados. En el primer caso, el de los nigerianos, estos vínculos se limitan a la corrupción. Las
investigaciones demuestran, sin ningún género de duda, que si los traficantes africanos pudieron
mantenerse (o se mantienen todavía hoy) en actividad es porque las policías cierran los ojos ante
sus actividades.
En el caso del tráfico a Italia, resulta evidente el vínculo de los traficantes con los exportadores
brasileños que ayudan a expedir la cocaína a Europa. A pesar de todo ello, ninguno de estos
exportadores ha sido acusado formalmente de narcotráfico. La única investigación sobre el caso,
que nosotros sepamos, fue suspendida hace bastante tiempo y los exportadores continúan con sus
actividades normales.
En el caso de blanqueo de dinero, existen vínculos con diferentes grupos: el crimen organizado
de São Paulo (de hecho la Mafia ha comprado a los cabecillas del juego de "bicho" el derecho de
instalar sus máquinas en la ciudad) y los vínculos con los sectores del gobierno federal que han
permitido, por razones que todavía no se han esclarecido, la entrada de estas máquinas en el
Brasil.
Los problemas causados por el narcotráfico no son monopolio de los países productores ni de los
grandes consumidores. La internacionalización de la economía y la apertura de una infinidad de
rutas comerciales han hecho que todos los países puedan ser utilizados por la delincuencia, que
también se ha internacionalizado. Nadie podría haber imaginado hace diez años que los
nigerianos iban a transportar la cocaína a Europa desde aeropuertos brasileños. O que una
organización delictiva como la Mafia iba a blanquear el dinero de la droga en el Brasil, aliada a
socios brasileños y poniendo en pie innumerables empresas en todo el mundo. Pero
internacionalizar no significa en modo alguno olvidar al personal local y menos aún una
subordinación de los poderes locales a los grupos internacionales. Por lo menos, cuando se trata
de asuntos delictivos. Y esto es así porque la represión todavía opera en función de las policías y
legislaciones respectivas de cada país. El delito puede tener una escala mundial, pero la represión
es local y ninguna organización delictiva puede olvidarse de "hacer inversiones" en el aparato
represivo de los estados nacionales. El corromper a la policía yugoslava no garantiza el paso
franco para los traficantes en el Brasil y viceversa. Si los grupos colombianos desean enviar la
cocaína a Italia usando el Brasil y la República Federativa de Yugoslavia como ramificaciones
precisarán de apoyos en los cuatro países.
Traducido del francés
Notas
1.
Parte de este artículo se basa en los informes de dos analistas de la delincuencia del
Ministerio fiscal del Estado de São Paulo: Marco Alessandro Castanha y Roland Gomes
Pinheiro.
2.
Incluso actualmente la violencia vinculada con el tráfico de drogas no tiene tanta
importancia relativa en comparación con todos los demás actos de violencia como afirma
la prensa. Según los periódicos, la mayoría de los homicidios son consecuencia del
narcotráfico pero casi todas las investigaciones, tanto universitarias como policiales,
consideran que al narcotráfico y al consumo de drogas ilegales sólo se le pueden atribuir
poco más de un 20 por ciento del total de homicidios que tienen lugar en São Paulo.
3. En Bolivia se puede comprar un kilogramo de base de pasta de coca por 400 dólares.
Después de su transformación en piedras de crack, puede llegar a alcanzar un valor que va de
los 4.000 a los 6.000 dólares. La cocaína en polvo cuesta más del doble, pero en
contrapartida se revende a un precio mayor, principalmente porque su volumen aumenta
mucho, ya que cada comprador "bautiza" (mezcla) el producto, de manera que un kilogramo,
hasta que llega al consumidor final, puede acabar convirtiéndose en cuatro.
Referencias
DEPARTAMENTO ESTADUAL DE NARCÓTICOS- Denarc, Relatórios [Informes], 1995 1996 - 1997. São Paulo.
FONSECA, Guido, 1988, O submundo dos tóxicos em São Paulo [El submundo de los
estupefacientes en São Paulo]. Ed. Resenha Tributária, São Paulo.
MINGARDI, Guaracy, 1992, Tiras, gansos e trutas: cotidiano e reforma na Polícia Civil [Los
policías, las ocas y las truchas: actualidad y reforma de la Policía Civil]. Editora Scritta,
São Paulo.
MINGARDI, Guaracy, 1996, "Corrupção e violência na Polícia Civil de São Paulo" [Corrupción
y violencia en la Policía Civil de São Paulo], en: Justicia en la calle - ensayos sobre la
policía en Latinoamérica, Fundación Konrad Adenauer/Dike. Medellín.
MINGARDI, Guaracy, 1998, O Estado e o Crime Organizado [El Estado y el crimen
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SOARES, Luiz Eduardo (Coord.), 1993, Criminalidade urbana e violência [Delincuencia urbana
y violencia], ISER, Río de Janeiro.
UCHÔA, Marco Antônio, 1996, Crack. O caminho das pedras [Crack. El camino de las piedras]
Ática, São Paulo.
ZALUAR, Alba, 1996, Da Revolta ao Crime SA [De la revuelta al Crimen SA], Editora
Moderna, Río de Janeiro.
Nota biográfica
Lia Osorio Machado es profesora de Geografía, Geosciences Institute,
Universidad Federal de Rio de Janeiro y Directora de Investigaciones en
el National Council for Scientific and Technological Research (CNPq).
Email: [email protected]. Sus principales intereses en la
investigación se centran en la geografía política y económica de la
región del Amazonas, los problemas fronterizos, y el sistema bancario.
Su artículo más reciente es “Boundaries and frontiers. From high
diplomacy to illegal circuits” (2000).
La cuenca oriental del Amazonas y el complejo coca-cocaína
Lia Osorio Machado
Introducción
Los investigadores han señalado que el control del territorio (geográfico y funcional) es una
condición necesaria para que los individuos y las organizaciones desarrollen sus actividades en el
tráfico ilegal de drogas. Sin embargo, la dimensión territorial pierde contenido en cuanto se nos
presentan los "duros hechos" de las organizaciones delictivas.Quizá para muchos especialistas de
las ciencias sociales, el territorio no sea más que un espacio vacío. Robert Sack ha formulado
sólidos argumentos en su estudio de la territorialidad humana para señalar que la mentalidad
moderna concibe el espacio como un marco para los acontecimientos. Por lo tanto, los
acontecimientos y el espacio sólo estarían relacionados contingentemente (Sack, 1986, 37). Aún
así, las actividades y prácticas humanas, ya sean legítimas o ilegítimas, construyen el territorio,
adaptándose, interactuando conscientemente con lo que existe y persiguiendo activamente lo que
no existe. En este sentido, la territorialidad humana no es un elemento neutral sino activo, un
producto de estrategias que compiten y de proyectos que cambian a lo largo del tiempo y que se
muestran sumamente diferenciados en su complejidad política, económica y cultural. Nuestra
intención consiste en analizar aquí algunas de las interacciones entre el tráfico ilegal de drogas y
el uso del territorio.
La frontera agrícola, el tráfico ilegal de drogas y la cuenca amazónica
El territorio que nos ocupa es la zona oriental de la gran cuenca del río Amazonas en América
del Sur, un territorio de aproximadamente 8 millones de kilómetros cuadrados. Este territorio ha
sido marginalmente incorporado en el complejo coca/cocaína y es fundamentalmente una ruta
alternativa para el tráfico y exportación de cocaína y, secundariamente, una zona de
procesamiento de la cocaína, y utilizada periódicamente para el lavado de dinero. La zona
oriental pertenece a Brasil y comprende el 63% de la cuenca y más de la mitad del país. Mientras
que la mayor parte de la cuenca amazónica aún se reparte entre la selva y la sabana tropical
apenas ocupada, desde finales de los años cincuenta, el gobierno central ha realizados esfuerzos
considerables para integrar a la región al resto de Brasil . Los proyectos de asentamientos rurales
y urbanos, las vías terrestres y otras infraestructuras atrajeron flujos intermitentes de millones de
inmigrantes de otras regiones de Brasil. Hacia los años ochenta, cuando el impulso migratorio
inicial y de inversiones ya había comenzado a decaer, la quema y tala de árboles suscitó las
críticas de los ecologistas y de los medios de comunicación internacionales. Tanto la percepción
interna de la región como frontera agrícola nacional, como la percepción exterior, que la
considera zona de riesgo ecológico, han impedido proyectar una visión más amplia del territorio
de la gran cuenca hidrográfica del Amazonas.
Deberíamos pensar en al menos dos tipos de procesos, diferentes, aunque interactivos, cuando
analizamos el uso del territorio en la gran cuenca amazónica. El primer proceso es la integración
del territorio en esquemas geopolíticos y o económicos, tanto nacionales como internacionales.
Los gobiernos centrales, los organismos internacionales, las organizaciones no gubernamentales,
las grandes empresas, todos tienen intereses específicos por desarrollar y ninguno puede
impedirse ver la región "desde arriba". La ventaja estratégica de esta visión es la capacidad de
abstraerse de los asuntos humanos, cuando es necesario, y pensar en el territorio como un
conjunto de puntos (lugares) y líneas (redes), y como un subsistema del sistema nacional o
internacional. Para muchas de las entidades implicadas, la desventaja es que al subestimar la
parte viva del sistema, podría desvirtuarse la legitimidad de los proyectos e iniciativas y se
podría ver amenazado el control de los conflictos.
Las organizaciones internacionales del tráfico de droga se pueden considerar parte del mismo
proceso, su dimensión ilegítima. Las operaciones y la logística del tráfico internacional de
drogas también exige estrategias fundadas en una perspectiva geográfica más amplia. De hecho,
en los últimos decenios, con la excepción de los antiguos profesionales de la geopolítica, se
podría definir a estas organizaciones como las primeras en utilizar con éxito la cuenca del
Amazonas como una unidad funcional, y por actuar en sintonía con acontecimientos en países
vecinos.
Las principales áreas productoras de coca/cocaína están situadas en la frontera occidental de la
gran cuenca amazónica, que corresponden al contrafuerte andino y, más recientemente, a las
regiones amazónicas de Colombia, Bolivia y, en menor medida, Perú. La falta de un sistema de
transporte terrestre adecuado ha sido compensado tradicionalmente por el transporte fluvial y
aéreo, que conecta la parte occidental de la región con la oriental y, por ende, con la costa
atlántica, una posibilidad que los traficantes no han pasado por alto. El conocimiento articulado
de la actividad comercial en las diferentes subregiones también es un elemento a favor. Un
ejemplo es la compra de grandes parcelas de tierra contiguas en ambos lados de una frontera
internacional, una práctica antigua para todo tipo de tráfico ilegal. En la misma línea, financiar la
construcción de instalaciones y de infraestructura en los países vecinos puede ser usado para
actividades tanto ilícitas como lícitas, y allanar el camino para nuevas asociaciones comerciales.
Sin duda, la principal ventaja de la visión "desde arriba" para los esquemas de organización de la
exportación y el tráfico ilegal, es su mayor exposición al riesgo en el terreno. Por lo tanto, una
condición necesaria de la actividad comercial consiste en integrar la visión “desde abajo". Las
iniciativas en aras de legitimidad tienen que ser necesariamente de carácter local. Además, las
operaciones se basan en redes complejas e inestables de información y comunicación. Hacer
negocios y disminuir los riesgos implica crear nodos de comunicación entre diferentes niveles de
organización territorial sociopolítica. Para asegurar la flexibilidad de las rutas de tráfico, los
circuitos de lavado de dinero y las alianzas políticas tienen que ser sumamente adaptativos a los
diferentes entornos sociopolíticos. Además, deben ser capaces de incorporar un amplio espectro
de sectores sociales, no diferenciados por el ingreso, la escolarización ni la nacionalidad. Así, a
diferencia de las organizaciones legítimas, las organizaciones delictivas de exportación y tráfico
no pueden permitirse concebir el territorio como espacio vacío en ningún momento. Esto podría
explicar, al menos parcialmente, la tolerancia o incluso la aceptación de que disfrutan en algunos
lugares y entre ciertos grupos, independientemente de los sobornos.
El segundo proceso está relacionado con la frontera agrícola y urbana que ha surgido en la gran
cuenca amazónica. Los procesos de asentamiento en cada país presentan importantes diferencias,
pero también comparten ciertas características significativas. Podemos mencionar, de entrada,
tres grandes diferencias.
En primer lugar, en las regiones amazónicas de Colombia, Bolivia y, más recientemente, de
Perú, la mayor parte del proceso de colonización es de autoorganización, mientras que en la
Amazonía brasileña es el gobierno central el que ha patrocinado activamente el proceso, tanto en
el terreno institucional como económico. En segundo lugar, el principal flujo de inmigración a la
cuenca occidental del Amazonas ha sido predominantemente rural, mientras que en territorio
brasileño, la inmigración fluyó hacia las zonas urbanas y rurales, con un predominio de esta
última.. La inmigración rural en la zona oriental se debía, desde luego, a que la producción de
coca se estaba convirtiendo en el principal incentivo para la ampliación de la frontera agrícola,
mientras que en la zona oriental, una asignación más diversificada de los recursos estimulaba el
despegue de otras actividades en todo el territorio. Sin embargo, la ausencia de una producción
importante de cultivos comercializables en los pequeños predios campesinos en la zona brasileña
pueden explicar el estancamiento económico de numerosas zonas de colonización. La tercera
diferencia tiene un carácter más contingente. Mientras que los inmigrantes de la zona occidental
de la cuenca han encontrado empleo en actividades relacionadas con el comercio de droga en las
zonas productoras de coca, los inmigrantes de la zona oriental trabajan fundamentalmente en los
mercados laborales informales, y lo hacen con bajos salarios, tanto en las zonas rurales como
urbanas, donde los vínculos con el tráfico de drogas están menos estructurados. Sin embargo,
deberíamos señalar algo que han demostrado numerosos analistas, a saber, que la frontera entre
el sector informal y el sector legal es sumamente difusa. Ambos sectores están excluidos de
beneficios y derechos y, a la vez, quedan excluidos de las reglas que gobiernan las relaciones de
propiedad.
Se pueden encontrar similitudes entre recientes procesos de asentamientos en la Amazonía
colombiana (Vargas, Barragán 1996), boliviana (Cortez 1993; Laserna 1997) y brasileña
(Machado, 1992). En un nivel básico, el primer rasgo común tiene que ver con la búsqueda de
tierras gratis o a bajo precio como el principal motivo para la inmigración rural a la región.
Desde luego, esto está relacionado con la alta concentración de la propiedad de la tierra que
caracteriza la estructura agraria de estos países. Otro rasgo en común es el bajo nivel de
formación técnica, cuando la poseen, entre campesinos y obreros. La necesidad de complementar
los ingresos trabajando en más de una actividad es otro de los rasgos comunes, lo que también
explica el crecimiento del mercado laboral informal y la movilidad laboral. También son
similares las etapas del proceso de colonización: limpieza, tala y quema de los bosques
tropicales, seguido de agotamiento de los suelos y diferenciación social de los colonos,
sustitución de pequeñas propiedades por cría extensiva de ganado y concentración de la
propiedad de la tierra. Otra importante similitud es el cambio observable en las expectativas de
los inmigrantes. Éstos no son las unidades campesinas familiares autosuficientes de comienzos
del siglo XX, sino gente que aspira a modos de vida rentables y a bienes y servicios localizados
en la ciudad. Otra característica común es un precario sistema de justicia y altos niveles de
impunidad, especialmente en casos de delitos cometidos por funcionarios. Finalmente,
destaquemos los problemas ecológicos que ha traído consigo la extensiva deforestación de la
cuenca. En este punto, deberíamos señalar que divergimos con la tesis de que la "frontera de la
coca" es el principal responsable de la deforestación. La destrucción desenfrenada de la selva
tropical se puede constatar en cualquier región de la cuenca y no está específicamente vinculada
a la economía de la coca. La cría de ganado, las empresas multinacionales de la madera, la
especulación del precio de la tierra por parte de pequeños y grandes propietarios, la escasa
capacidad tecnológica y de inversión y las fluctuaciones del marco normativo de la economía
son otros tantos factores que influyen en el proceso de deforestación.
Deberíamos considerar otros dos aspectos cuando intentamos dar un sentido al entorno que
producen los procesos descritos brevemente más arriba, especialmente en su interacción con las
organizaciones de tráfico de droga. El primero es la necesidad de distinguir entre el circuito
superior e inferior del tráfico ilícito de drogas. Desde luego, se entrecruzan en algún punto, pero
su inserción y su alcance geográfico son diferentes.
El circuito superior corresponde a las organizaciones internacionales de tráfico de droga que
trabajan en la distribución de droga en los mercados internacionales a gran escala, y en el
establecimiento de complejas redes transnacionales de lavado de dinero. También cuentan con
asesoría legal y financiera. El circuito inferior puede estar vinculado a zonas productoras de coca
y a los circuitos internos de la cadena productor-consumidor, aunque su modo de inserción es
más informal y periódico que el caso anterior. Como señala Roberto Laserna, los individuos en
el circuito inferior no son necesariamente delincuentes especializados sino que se integran en el
tráfico con el fin de obtener la financiación necesaria para su actividad principal, casi siempre
informal, o para capitalizar o complementar sus escasos ingresos (1997, 68). La distinción es
especialmente importante en países de tránsito como Brasil, donde los chóferes de camión y de
taxi, los pilotos y los propietarios de predios que acaban alquilando sus tierras para almacenar
drogas, entrarían fácilmente en una de estas categorías.
En alguna parte entre los circuitos superior e inferior, se pueden encontrar otras formas de
vinculación a las actividades del tráfico de drogas. Un ejemplo interesante es la participación de
los pequeños inversores en el "mercado financiero de drogas". A imitación de los mercados
legítimos, éstos operan con riesgo y altos beneficios, mediante la venta de acciones para cada
cargamento de cocaína, donde la cotización del precio depende de la calidad del producto. Los
"accionistas" que "asumen riesgos" son generalmente trabajadores informales mal remunerados
que pretenden obtener beneficios más altos por sus pequeñas inversiones. Cada parada en la ruta
de los mercados internacionales puede arrojar para un grupo de pequeños inversores entre el
100% y el 500% de beneficio, libre de impuestos. La mayor parte del tiempo ni siquiera es
necesario un contacto directo con los traficantes de droga, sino sólo con sus "representantes
comerciales". El sistema funciona sobre la base de la confianza, a la manera de las loterías
informales.
El segundo aspecto está relacionado con la inversión de beneficios ilegales en actividades
legales. Esto es un rasgo relevante de la región amazónica puesto que una de las preguntas clave
que subyace a la investigación sobre el complejo coca/cocaína es hasta qué punto ésta es capaz
de fomentar el crecimiento económico regional. En este sentido, el debate entre G. Fiorentini y
S. Peltzman (1995) sobre el enfoque económico del estudio de las organizaciones delictivas es
sugerente. Resulta especialmente interesante para la región del Amazonas la idea de que la
definición de los derechos de propiedad puede ser clave para explicar no sólo el origen del
crimen organizado sino también la inversión de beneficios ilegales en actividades legales. Los
empresarios asignan recursos a actividades apropiativas (productoras de ingresos) o productivas,
dependiendo de los beneficios relativos de ambas actividades. Los deficientes derechos de
propiedad sobre los recursos estimularía la inversión en actividades productoras de ingresos,
mientras que una definición estable de los derechos de propiedad favorecería la inversión en
actividades productivas (1995, 9). Por esto, las organizaciones delictivas prefieren colocar sus
inversiones en regiones donde los derechos de propiedad no están claramente definidos (1995,
25).
La inestabilidad de los derechos de propiedad es un elemento característico de las fronteras
agrícolas. En el caso de los países en cuestión, también es una característica nacional, lo cual
agrava el problema. En la región brasileña de la cuenca, los conflictos por los derechos de
propiedad de la tierra y de los recursos minerales han sido la norma en los procesos de
asentamiento (Martín, 1980; Oliveira, 1987). En Colombia, donde los investigadores han
compilado una cantidad considerable de datos sobre las inversiones de los beneficios ilegales en
actividades legales, las preferencias de las organizaciones delictivas se orientan hacia las
actividades productoras de ingresos, tales como los negocios inmobiliarios y los grandes
latifundios (Vargas, 1994; Thoumi et al., 1997). Por otro lado, las organizaciones criminales no
pueden ser excluidas de la formación de capital productivo a nivel local, incluso en entornos
donde predominan los derechos de propiedad deficientes (Castro, 1998).
Los modos de organización territorial del complejo coca/cocaína y sus efectos en la región
amazónica oriental
A grandes rasgos, podemos identificar dos modos de organización territorial desde el
surgimiento del complejo coca/cocaína en la cuenca amazónica en los años setenta. El primer
modo, que predominó hasta comienzos de los años noventa, situó a Perú y Bolivia como los
mayores productores de hoja de coca y pasta de coca, y a Colombia como el mayor productor y
exportador de cocaína. Respondiendo a los cambios tanto en el panorama interno como externo,
esta "división del trabajo" territorial ha sufrido algunos ajustes y ha dado lugar a un segundo
modo de organización territorial. Por esta razón, en los años noventa Colombia también se
convirtió en un gran productor de hoja de coca y pasta de coca. Por otro lado, Perú y Bolivia
experimentaron un disminución en la producción de hoja de coca y una tendencia hacia la
producción de cocaína. En otras palabras, parece existir una tendencia hacia un modo de
organización verticalmente integrado dentro de los límites de cada país. Sin embargo, esto no es
más que una tendencia porque, como hemos señalado más arriba, las organizaciones que trafican
ilícitamente son flexibles para adaptarse a los cambios del entorno. Más abajo, intentaremos
describir brevemente algunos de los posibles efectos de estos dos modos provisionales de
organización en la región del Amazonas brasileño.
Se ha sugerido que la disposición funcional que caracteriza el primer modo de organización
podría haberse inspirado al menos parcialmente en las empresas colombianas que trafican, y que
fueron las primeras en explotar la demanda y los altos precios de la cocaína en el mercado de
Estados Unidos en los años setenta. De este modo, tanto Brasil como su región amazónica
parecen haber desempeñado un papel menor en la red de exportaciones de América del Sur. Las
rutas preferenciales a Estados Unidos estaban diseminadas a lo largo del Pacífico con una rama
que cruzaba el Caribe y penetraba en Florida y el golfo de México.
El transporte de cocaína en pequeños aviones fue uno de los elementos fijos de los informes de
los organismos de seguridad brasileños durante los años setenta y ochenta, y lo mismo sucedió
con el "descubrimiento" de pistas de aterrizaje irregulares en zona selvática. A pesar de que los
datos sobre las capturas de alijos deberían interpretarse con cautela, la cifra media para el
conjunto del país en los años ochenta fue menos de una tonelada métrica. Salvo escasas
excepciones, la mayoría de los datos existentes provienen de la policía federal y de la policía
federal de carreteras; las policías estatales quedan muy por detrás en número de alijos
capturados. Los datos son aún menos consistentes en lo relativo al tráfico de pasta de coca y
cocaína base.
Si bien resulta difícil establecer con exactitud hasta qué punto el territorio amazónico brasileño
ha sido utilizado por las redes internacionales de tráfico, los datos sobre las sucursales bancarias
señalan que parte de sus operaciones financieras se llevaron a cabo en aquella región, desde al
menos el comienzo de los años ochenta. En los Estados brasileños de Amazonas, Acre y
Rondonia, fronterizos con Colombia, Perú y Bolivia, el número total de sucursales bancarias
aumentó un 76% entre 1981 y 1985, comparado con un aumento nacional promedio de 26,5%.
Al descomponer el total por Estados, el aumento es del 38% en Amazonas; 82% en acre y
173,5% en Rondonia.
Esto se podría interpretar como una consecuencia, al menos en el caso de los últimos dos
Estados, de los flujos migratorios a la frontera agrícola. Sin embargo, al descomponer los datos
aún más, encontramos en los tres Estados que el mayor aumento se produjo en ciudades con
menos de 25.000 habitantes con un nivel mínimo de servicios urbanos, trabajadores mal
remunerados y tierras interiores económicamente improductivas. En este grupo de ciudades, el
número de sucursales bancarias aumentó en 58% en el estado de Amazonas, 107% en Acre y
209% en Rondonia. En total, 62 ciudades con menos de 25.000 habitantes de los tres Estados
tenían 78 sucursales bancarias en 1981. En 1985, en 80 ciudades, incluyendo las nuevas ciudades
pioneras, se contabilizaron 163 sucursales, lo cual aumentaba la proporción de ciudad/Banco de
1,26 a 2,04. En relación con el número de talones cursados, dato sólo disponible a nivel estatal,
descubrimos que entre 1980 y 1982 se produjo un aumento de 55% en Amazonas; 67% en
Rondonia y 36% en Acre, comparado con un promedio de crecimiento de 33,5% para el conjunto
del país.
Estas cifras en sí mismas no son autoexplicativas. Deberíamos tomar en cuenta otros factores
antes de descartar la posibilidad de que la región amazónica de Brasil ya estuviese siendo
utilizada para operaciones de dinero desde los años ochenta. En primer lugar, la producción de
coca y cocaína casi se duplicó en Bolivia, Perú y Colombia durante el mismo período, lo que
generó operaciones de dinero para financiar las actividades del tráfico y, a la larga, para lavar los
beneficios. No existía en la cuenca, excepto en la región brasileña, ninguna red de bancos
privados y públicos vinculados a los centros financieros nacionales y extranjeros y capaz de
extenderse hacia cualquier lugar donde circulara el dinero. En segundo lugar, la difusión de la
red bancaria en la zona brasileña de la cuenca no se puede explicar únicamente por la
inmigración ni por la dinámica del crecimiento económico. Resulta interesante que fueran los
años de la crisis internacional de la deuda y de estancamiento del crecimiento económico en
Brasil y en la región amazónica. Finalmente, se produjo un aumento significativo de las
sucursales bancarias en los tres Estados a pesar de las diferencias en el entorno de los
asentamientos, en la cantidad de inmigrantes y en las iniciativas empresariales en cada Estado.
Hacia finales de los años ochenta, había emergido el segundo modo de organización territorial.
Se han formulado diversas hipótesis para explicar por qué esto sucedió. Una de ellas es el efecto
"Guerra contra la droga", que aumentó la presencia y la presión política y militar de Estados
Unidos en los países andinos productores de coca, lo cual alteró las antiguas organizaciones y
las rutas comerciales, e interfirió en la división territorial entre estos países. Otra hipótesis
postula la creciente conexión con el crimen organizado en otros países, que ha abierto mercados
en regiones fuera de Estados Unidos (donde los precios de la cocaína bajan). Otra hipótesis habla
de una nueva asociación entre los países fronterizos, lo cual alteró las antiguas alianzas.
Cualquiera sea la explicación, una mayor proporción de las exportaciones de cocaína se desplazó
a la costa atlántica y, desde ahí, a Europa y África, lo cual aumentó la importancia del territorio
brasileño como ruta de tránsito para las redes internacionales de tráfico. En los años noventa, el
total de las capturas de alijos de cocaína en Brasil fue de 5,24 toneladas, más de cinco veces el
promedio de los años ochenta, si bien el aumento en los capturas también fue una consecuencia
de los esfuerzos gubernamentales para controlar el tráfico ilegal de drogas en el último decenio
(Machado, 1999). El florecimiento de "laboratorios" de cocaína en diversas partes del país y el
descubrimiento de contenedores cargados de pasta de coca y de cocaína base desde la remota
frontera occidental a las ciudades y pueblos de la costa atlántica, señalan una mayor
participación en la producción de cocaína (y de ‘crack de cocaína’). Se han descubierto diversos
"laboratorios" desde finales de los años ochenta, fundamentalmente en los Estados brasileños de
Mato Grosso y Mato Grosso do Sul, situados al sur del valle del río Amazonas, con una frontera
común con Bolivia de 3.126 kilómetros, cruzada por ferrocarril y redes terrestres. Puesto que el
consumo local de cocaína aún es insignificante comparado con otros países, es razonable
suponer que el principal objetivo sigue siendo el mercado internacional. Dentro de los límites de
la información es probable que se hayan establecido asociaciones preferenciales con Bolivia.
Había otros dos efectos derivados del segundo modo de organización territorial en la región
amazónica brasileña. El primero es el surgimiento de un sistema de transporte intermodal más
complejo. Los ríos, caminos y aeropuertos locales, nacionales e internacionales estaban más
plenamente integrados en la logística del tráfico internacional de drogas. Dentro de este sistema
parecen haberse decantado rutas preferidas entre cada uno de los tres Estados brasileños
fronterizos del Amazonas y los países vecinos. Así, el Estado de Amazonas es la ruta preferida
para Colombia y Perú, mientras que Perú y Bolivia tienen mejores conexiones con los Estados de
Acre y Rondonia. Este arreglo no excluye, desde luego, las rutas triangulares. Por ejemplo, las
instalaciones portuarias de Iquitos, en el departamento peruano de Loreto, reciben cocaína
transportada por aire desde el suroeste de Colombia y luego la embarcan a Brasil por el río
Amazonas (o a Lima y, desde ahí, a Estados Unidos).
De hecho, los valles de algunos de los afluentes más importantes del río Amazonas que cruzan
fronteras internacionales se han convertido en ejes territoriales de una logística de tráfico de
drogas. En el noroeste de la región amazónica brasileña, los valles de Putamayo, Caquetá y
Vaupés conectan la frontera agrícola productora de coca en Colombia con los valles bajos apenas
poblados de sus contrapartes brasileños, respectivamente los ríos Iça, Japurá y Uaupés. Después
de cruzar Perú y Bolivia, el valle del río Madre de Dios se funde con el río Madeira, uno de los
afluentes más largos del Amazonas. Puerto Maldonado, capital del departamento peruano de
Madre de Dios se ha convertido en un nodo de transbordo para la exportación de pasta base y
cocaína utilizando pequeños aviones y botes como correos a través de los Estados brasileños de
Rondonia y Amazonas. Los ríos Beni y Mamore, otros grandes afluentes del río Madeira,
vinculan las principales zonas productoras de coca de Bolivia, Yungas y Chapare,, con los
Estados de Rondonia y Amazonas. Y así sucesivamente. La conocida connivencia entre el tráfico
de drogas y el contrabando también se puede aplicar a Brasil y la región amazónica. Las vías son
rutas de doble sentido: oro, productos electrónicos, productos químicos, artículos de consumo,
pequeños aviones y coches robados son algunos de los bienes que salen del país como
contrabando e intercambiados por pasta base o cocaína, armas u otros productos industriales.
Desde luego, esto significa que el tráfico ilegal de drogas tiene ramificaciones en numerosos
sectores de la economía.
El otro efecto notable es una tendencia a concentrar el tráfico de drogas y las operaciones de
lavado de dinero en unas pocas grandes ciudades, a la vez que se amplían redes basadas en el
Amazonas a otras regiones del país. Sin embargo, no es aventurado suponer que estos efectos
también podrían haber sido el resultado de la interacción entre la organización del complejo
coca/cocaína y cambios generados independientemente y experimentados por el territorio
amazónico brasileño durante los años noventa. No sólo se ha intensificado el proceso regional de
urbanización sino que los empresarios locales también han intensificado sus vínculos
comerciales con otras regiones brasileñas. Es posible que las estrategias de inversión de la
economía legal e ilegal se encuentren en una fase de convergencia.
Los efectos económicos locales de las redes de tráfico de drogas
Para tener una perspectiva en el proceso del uso del territorio podemos pensar en algunos casos
paralelos y contrastantes de los efectos locales de las actividades ilegales.
En el triángulo desequilibrado formado por las capitales estatales de Porto Velho (Rondonia),
Rio Branco (Acre) y Manaus (Amazonas), Manaus se ha convertido en el centro y principal
beneficiario de las organizaciones ilícitas de tráfico de drogas que operan en la zona oriental de
la cuenca amazónica. Además de su función como capital estatal y zona franca, que la ha
convertido en la "metrópolis" más importante de la cuenca amazónica, Manaus (un millón de
habitantes, 1996) se ha convertido en un nodo de transbordo estratégico para el circuito superior
de tráfico internacional de cocaína. Desde finales de los años sesenta, es un punto de entrada
para las importaciones japonesas, europeas y estadounidenses (eléctrica, componentes eléctricos)
y para la exportación de productos manufacturados al resto de Brasil y a otros países. Al
mezclarse con la economía urbana, ha surgido un centro de exportaciones de cocaína al por
mayor con conexiones con el noreste y sureste de Brasil, Venezuela y las Guayanas. En Manaus
encontramos el 67% de los 120 sucursales bancarias del Estado (1999), a diferencia del 56%
registrado en 1996. No sólo la ciudad concentraba el 48% de la población total del Estado sino
también el 76,6% del producto interno bruto (PIB) de 9.000 millones de dólares en 1996.
En el otro extremo de la jerarquía de la red de tráfico urbano e ilegal, la “ciudad" de Atalaia do
Norte (2.914 habitantes), situada en la frontera con Perú y punto de tránsito alternativo, tiene un
producto interno bruto de 5 millones de dólares (1996) y dos pistas de aterrizaje autorizadas.
Casi toda la fuerza de trabajo (96%) está empleada en el sector informal. Otro punto de tránsito,
la "ciudad" aún más pequeña de Japurá (1.433 habitantes,1996), en el río Caquetá-Japurá, tiene
uno de los PIB más bajos del Estado de Amazonas, menos de un millón de dólares, una pista de
aterrizaje y el 98% de su fuerza laboral trabaja en actividades informales. Puesto que los
traficantes utilizan las rutas de tránsito, las pequeñas ciudades y los pueblos en el camino de
forma intermitente, tienen poco que ganar a largo plazo. Sin embargo, el "largo plazo" no
significa nada para la población local. Su perspectiva es del tipo "aquí y ahora". La construcción
de una sencilla infraestructura portuaria, un pequeño aumento en el número de visitantes y
pequeñas inyecciones de dinero en el comercio local es lo que (comprensiblemente) importa.
Los vínculos con los circuitos superiores e inferiores de lavado de dinero del tráfico de droga
tienen una grave importancia cuando se perciben como una posibilidad para el "despegue" o de
"efecto multiplicador" para la fortuna de los individuos o incluso de localidades enteras. Esto
significa algo más que solucionar un problema de dinero líquido o de falta de oportunidades de
empleo. Significa llevar el enriquecimiento rápido un paso más allá del acontecimiento aleatorio.
Los derechos de propiedad deficientes no pueden explicar por sí solos por qué esto ocurre en
algunos lugares y no en otros. Una confluencia de circunstancias, como la heterogeneidad
etnocultural, una mentalidad centrada en los beneficios y el potencial para establecer redes
comerciales políticas y de socialización transfronterizas reunidas mediante procesos de
inmigración en determinadas localidades geográficas podría contribuir a explicar el surgimiento
de este tipo de entorno en los Estados de Acre y Rondonia. Grupos de empresarios locales en
estos Estados han descubierto que hay funciones por cumplir y beneficios por ganar al
vincularse a las organizaciones de exportación de cocaína.
La ciudad de Cacoal (44.811 habitantes, 1996) en Rondonia podría ejemplificar este proceso.
Cacoal era una ciudad pionera floreciente en los años setenta, parte de un proyecto de
colonización patrocinado por el gobierno federal. Al igual que otras ciudades pioneras, estaba
situada en el eje del principal camino de comunicación con el Estado. Hacia el sur, el camino
vincula el Estado a la "región nuclear" de Brasil en la costa atlántica; hacia el norte, por vía
terrestre con el Estado de Acre y por el río Madeira hasta Manaus. Al igual que muchas ciudades
pioneras, su función como centro de servicios urbanos para los colonos se vio limitada por el
mediocre rendimiento económico de los predios pequeños a medianos de la región circundante.
Tanto los inmigrantes rurales como urbanos provenían principalmente de las áreas desarrolladas
del sudoeste y sur de Brasil, pero también de las regiones empobrecidas del noreste y del estado
vecino de Mato Grosso.
A comienzos de los años ochenta, se construyó un camino que vinculaba la región a la frontera
con Bolivia, unos 450 kilómetros al oeste de Cacoal. En 1980, la ciudad tenía 17.634 habitantes,
pero entre 1981 y 1985, el número de bancos aumentó de cuatro a nueve y el sector importaciónexportación se desplegó. Durante el decenio siguiente, mientras el número de bancos disminuía,
crecía la población urbana (46.811 habitantes, 1996) y se convertía en la cuarta ciudad más
grande del Estado, uno de los alcaldes se convertía en gobernador del Estado y se instalaba un
servicio por satélite fundamentalmente utilizado para transferencias electrónicas de dinero. El
PIB del municipio, de poco más de 220 millones de dólares en 1996, fundamentalmente de los
servicios y del sector industrial (71%) no es del todo concordante con el valor de los talones
cursados (1.458 millones de dólares). El valor de los talones tampoco es concordante con el PIB
total de los municipios circundantes (1.640 millones de dólares). Hacia finales de los noventa,
florecieron rutas y complejos comerciales alternativos de lavado de dinero y de tráfico de drogas
en otras partes de Rondonia. La ciudad aún lucha por sobrevivir. Se señala a uno o dos
individuos que han ganado dinero con el tráfico de cocaína en el pasado, el contrabando continúa
en la frontera pero a un ritmo menor y los empresarios locales se han movilizado por impuestos
más bajos, más créditos y mejores infraestructuras viarias. Mucho dinero ha pasado por la ciudad
y por la región. Parte de ese dinero se quedó ahí invertida en grandes estancias ganaderas o en
cadenas de supermercados. Pero rara vez se ve a sus propietarios, que han ascendido a otras
actividades legítimas (o ilegítimas) en la región, el país o en el extranjero. Por otro lado, docenas
de ciudades con historias similares de vínculos con el tráfico ilegal de drogas mueven la
economía local atrayendo empresas legítimas, como compañías aéreas, bancos, empresas
químicas multinacionales, etcétera.
Conclusión: algunos comentarios
El territorio de la cuenca amazónica se encuentra a punto de vivir nuevos acontecimientos, tanto
en la región occidental como en la oriental. En la región occidental, los conflictos entre los
militares, los traficantes de droga, los movimientos de la guerrilla izquierdista, los productores
de coca, los gobiernos nacionales y extranjeros, han alcanzado un nuevo nivel de tensión y
acción. La región oriental del gobierno brasileño intenta contrarrestar los posibles efectos
secundarios de estos conflictos mediante una mayor presencia a lo largo de la frontera y, al
mismo tiempo, promoviendo proyectos de desarrollo como alternativa a las actividades del
tráfico ilegal de drogas. Por otro lado, los ecologistas han manifestado su inquietud ante el uso
de productos químicos para destruir las plantaciones de coca y ante los proyectos que ponen en
peligro la selva tropical. Sin embargo, como observó acertadamente un especialista en ciencias
sociales hace algunos años en esta misma publicación, ni las razones de Estado, ni las sagradas
ideologías, ni la planificación estratégica del futuro pueden justificar el desprecio por los
intereses del pueblo (Rahnema, 1988).
Traducido del inglés
Referencias
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VARGAS, R., BARRAGÁN, J., 1996. “Drugs-linked crops and rural development in Colombia”,
Narcotics and Development Discussion Papers 10:1-24
Nota biográfica
Regine Schönenberg cursó estudios en Bonn, Londres y Berlín. Durante
12 años ha llevado a cabo investigaciones y ha colaborado con varios
proyectos en el Amazonas brasileño; actualmente, realiza su proyecto de
postgrado sobre el narcotráfico internacional y las transformaciones
sociales en la Universidad de Frankfurt y enseña en la Universidad Libre
de Berlín. Recientemente ha dirigido un volumen sobre El narcotráfico
internacional y las transformaciones sociales (2000). Dirección de
correo electrónico: [email protected]
Nuevos campos de acción de la delincuencia en el Amazonas brasileño
Regine Schönenberg
Introducción
En regiones sometidas a procesos acelerados de transformación social, han surgido lagunas
legales y posibilidades de actuación al margen de la legalidad que han reducido la regulación
estatal, quebrado los lazos sociales y las economías no estructuradas, lo mismo en los países
capitalistas avanzados que en los países en desarrollo. Ahora bien, como los puntos de partida de
esos países son diferentes, los procesos siguen pautas diversas, aunque comparables. En ambos
casos, las consecuencias de la desestructuración cada vez más acusada de la economía dependen
de las capacidades de regulación del Estado y del potencial de integración del entorno social. La
adaptación de los órganos representativos, las instituciones y los procedimientos para ajustarlos a
las normas que se están estableciendo a la velocidad cada día mayor de la interdependencia
mundial es una tarea casi imposible para la mayoría de los países. Algunos de los fenómenos
concomitantes palmarios son la elusión de los marcos reguladores existentes, el aumento de la
corrupción y la desaparición gradual de las instituciones de las que depende la rendición de
cuentas en los terrenos político y social. En este artículo trataremos de identificar los elementos
que conforman el resultado de esos procesos en los ámbitos regional y local, poniendo el acento
en la estrecha frontera que media entre las actividades del sector no estructurado de la economía
y la delincuencia.
Ilustraremos cuatro conclusiones esenciales con casos de narcotráfico del Amazonas brasileño,
que confiamos nos permitan tener un primer vislumbre de las causas que motivan la receptividad
de semejantes actividades entre la población:
-
La mundialización provoca una pérdida de nitidez de los valores y las competencias en
material de regulación que, aunque arraigados local y nacionalmente antaño, suelen ser
ahora una “mezcla” de elementos tradicionales e importados, a consecuencia de lo cual
se debilitan todavía más la ya precaria capacidad de dirección del Estado y los vínculos
existentes del sistema, requisitos previos indispensables mínimos para que la acción de
los poderes públicos esté sometida al escrutinio de los ciudadanos.
-
La organización y la realización de actividades delictivas coincide en medida
considerable con las reglas, oficiales o no, de las empresas e instituciones legales de su
entorno inmediato (Cartier-Bresson, 1997, págs. 56 y ss.; Sassen, 1999, págs.153 y ss.).
-
El proceso en curso de transformaciones sociales ejerce una enorme presión en las
capacidades de integración de las estructuras patrimoniales de poder que prevalecen en
el Amazonas. A causa de la inexistencia simultánea de una representación abstracta de
intereses en el seno de unas instituciones modernas y de una estrategia de contención
de la desintegración social aumentan y se propagan los espacios no sometidos a la ley.
-
La aceptación de actividades delictivas por la población local en esos espacios al
margen de la ley depende de la situación concreta del poder judicial, de la accesibilidad
de las instituciones estatales y de que existan alternativas económicas legales. Las
estrategias de supervivencia aplicadas abarcan todas las oportunidades posibles, pero es
más probable que se opte por decisiones al margen del mundo oficial y personales que
por las impersonales y que supongan integrarse en el mundo controlado por el Estado.
Esta situación dificulta mucho más la tarea de quienes deben adoptar medidas políticas.
Tras esta breve introducción, expondremos a grandes rasgos el contexto local, nacional e
internacional de la región analizada, a fin de fundamentar en bases históricas y políticas la
exploración empírica de nuestras cuatro tesis fundamentales. El estudio de una comunidad
ribereña tradicional, la de Abaetetuba, del Pará occidental, y el caso del narcotraficante Leonardo
Dias Mendonça, que creó el denominado “cártel de Suri” con bases en la región fronteriza del
Pará meridional nos servirán de ejemplos. Concluiré diciendo que he tratado de identificar las
piedras angulares del resultado en el ámbito regional y local de procesos de transformación
social acelerada y las causas que motivan la receptividad de que goza el narcotráfico
internacional.
El contexto nacional e internacional
En 1984, el proceso brasileño de “abertura” puso fin a los años de dictadura militar y dio lugar a
las elecciones presidenciales de 1985; la nueva Constitución brasileña (1988) suscitó la aparición
de todo un nuevo conjunto de instituciones y programas, cuyas consecuencias en la región han
sido importantes en dos terrenos políticos: el reconocimiento de un territorio propio de las
poblaciones indígenas1, gracias al cual se ha delimitado el territorio indígena, y la creación de
Ministerios del Medio Ambiente federal y regionales, encargados de aplicar la recién
promulgada Ley del Medio Ambiente.
El informe Brundtland (PNUMA, 1987) puso sobre el tablero la idea del “desarrollo duradero” y
llamó la atención ante las pérdidas alarmantes de selvas tropicales, que fueron el incentivo del
proceso nacional a que nos referimos. En 1992, el Convenio de las Naciones Unidas sobre la
Diversidad Biológica y la adopción del Programa 21 reforzaron esos conceptos. Por los mismos
años, la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Drogas y Sustancias
Sicotrópicas (1988) anunciaba el paso al primer plano, bajo la dirección de los Estados Unidos,
de la “guerra contra las drogas”2, que aumentó la represión sobre los cárteles de la droga
colombianos y las FARC, un grupo guerrillero de ese mismo país. A raíz de ello, los cárteles
empezaron a descentralizar y reorientar sus rutas comerciales de Venezuela al Brasil y las FARC
necesitaron más armas y aumentaron sus “impuestos”.
En el Amazonas, estos hechos pasaron casi desapercibidos, aunque sus consecuencias indirectas
acabarían, conjugadas, por transformar la realidad del lugar. Hoy día, muchas regiones de
pioneros están rodeadas por conjuntos enteros de zonas indígenas y su medio natural está
protegido. Desde principios de los años noventa, como consecuencia de la mayor supervisión del
medio natural, la policía federal y el Organismo Federal del Medio Ambiente Federal han dado a
conocer que cada vez hay más empresas madereras que ponen fin a sus actividades o pasan a
adoptar practicas aún más ilegales, como el cohecho de funcionarios, el “blanqueo” de madera y
el tráfico de cocaína. Además de un comportamiento paternalista, por ejemplo, intercambiando
favores, y del clientelismo, comprando los votos, se dan ahora prácticas ilegales, como la compra
de funcionarios del Estado para obtener permisos de exportación de productos legales, por
ejemplo, madera, obtenidos ilícitamente, y actividades delictivas como la exportación de cocaína
dentro de envíos de madera. Como el entorno socioeconómico funciona en lo fundamental al
margen del mundo oficial y la supervivencia depende de las redes personales, las fuentes de
legitimación de las actividades al margen de la economía oficial, ilegales o delictivas están
siendo alimentadas por las competencias personales, sociales y en materia de comunicación
(McIllwain, 1999, págs. 301 y ss.).
Descripción del escenario del delito
El Amazonas brasileño, denominado el “Amazonas legal”, abarca una superficie enorme (4,8
millones de km²), está poblado por 18,2 millones de personas de distintos orígenes culturales y
encierra una cantidad enorme de recursos naturales. La intervención del Estado en el Amazonas
desde 1966 (”Operación Amazônia”) ha sido descrita como desarrollista y modernizadora,
voluntad que nunca se consiguió llevar plenamente a cabo. Concretamente, en las tierras del
interior tradicionales, el grado de monetización todavía es bajo y la economía funciona a base de
regímenes tradicionales de endeudamiento. Incluso en las regiones fronterizas, lo habitual son
formas paternalistas de reproducción social, aunque están alterando gradualmente esta pauta
avances modernos como las actividades de ONG, los proyectos internacionales y las
posibilidades modernas de comunicación.
En un principio, se pensaba que el Brasil era un clásico país de tránsito de la cocaína de los
Andes, tesis que ya no se puede sostener, ni por lo que hace a las redes delictivas, ni en cuanto a
las pautas de consumo locales: el tráfico de cocaína ha quedado integrado perfectamente en otras
actividades marginales e ilegales y en las ciudades del Amazonas el comercio de “pasta base” es
algo común y corriente que plantea un problema social cada vez más grave.
Analizaremos la situación reinante en dos Estados, los de Amazonas3 y Pará4. Es imposible
vigilar la larga frontera del Estado de Amazonas con Colombia y Perú y el Estado de Pará, con
sus activos puertos y carreteras nacionales. En ambos hay numerosas pistas de aterrizaje y el
primero puede ser considerado el punto de entrada y el segundo el de salida de enormes
cantidades de cocaína procedente de Bolivia, Perú y Colombia.
Marabá, la principal ciudad del Pará meridional, es denominada con frecuencia el “corazón” de
la Amazonía porque acumula todos los problemas y refleja las pautas de una región de pioneros
típica. En el siglo XIX, Marabá fue foco importante de escuadrones de la muerte y su
organización social se estructuró, al menos en parte, a través de la matanza de las poblaciones
indígenas de la zona. Posteriormente, determinó su expansión una economía extractiva
organizada jerárquicamente, que dejó siempre a una mayoría de jornaleros estaciónales al albur
de unos cuantos “patronos”. Sus estructuras de poder estables y clientelistas han logrado
absorber siempre rápidamente las nuevas instituciones y a sus representantes locales.
Durante casi un siglo, el monopolio de la violencia permaneció indisputado en manos de los
grandes hacendaros y comerciantes, pero a partir del decenio de 1980 la fiebre del oro y la
apertura de una gran mina de hierro en Carajás han obligado a las elites tradicionales a compartir
el poder con aventureros nuevos ricos, que han empezado a invertir en empresas locales y a
intervenir en la política del Estado. Además, profesionales procedentes del sur de Brasil han
sentado nuevas normas en cuanto a velocidad, flexibilidad y movilidad en la defensa de los
intereses de sus empresas. La fiebre del oro y el Proyecto del Gran Carajás provocaron una
migración en masa al Pará meridional, y aunque las relaciones laborales correspondientes a estas
actividades fueron integradas en la lógica cíclica de la región5, la existencia de una mano de obra
abundante quebró el anticuado contrato social, basado en una lógica de clientelismo a largo
plazo, un toma y daca (desigual), al que sustituyó una lógica de violencia a breve plazo basada
en la explotación descarnada.
Desde mediados del decenio de 1980, al final de la fiebre del oro y la construcción de grandes
obras públicas siguió una presión en aumento sobre los recursos de tierras, que coincidió con un
debate y conflictos de alcance nacional sobre la reforma agraria. En el decenio siguiente, Marabá
recibió abundantes recursos financieros como compensación de las tierras expropriadas,
destinadas en principio a ser distribuidas entre los migrantes sin tierras, poblaciones anteriores
reasentadas y ex buscadores de oro, aunque, en realidad, el INCRA, la institución encargada de
la reforma agraria, se convirtió en cuartel general de un sistema de redistribución de recursos
federales entre las elites locales, mientras que el ayuntamiento “se ocupaba” de “distribuir” las
contribuciones financieras del Estado de Pará. La dinámica actual de las relaciones políticas,
económicas y sociales sólo se explica por la existencia de un amplio consenso político acerca de
la legitimidad de las prácticas corruptas y su arraigamiento en las instituciones sociales y
religiosas6 (Cartier-Bresson, 1997, págs. 50-53).
Dos ejemplos del Amazonas
Según que su poblamiento se efectuase hace siglos o bien sea más reciente, las regiones
presentan pautas diferenciadas de integración de las actividades delictivas y de quienes las
realizan. Los efectos secundarios de la modernización, causa de la decadencia económica,
mientras que los efectos primarios de procesos de transformación acelerada daban lugar a
regiones fuera de la ley como la del Pará meridional, se hicieron sentir principalmente en
localidades como Abaetetuba.
Abaetetuba – Pará
En Abaetetuba7, es excepcional el número enorme de factores que intervinieron en la
transformación social de casi todos los sectores de la vida económica sin que surgiese ninguna
nueva actividad legal de importancia, y si a esos procesos sumamos la predisposición histórica y
geográfica de la pequeña ciudad al contrabando, no debe extrañar la situación actual.
El Ministro de Justicia brasileño José Gregori platica con niños indígenas de la tribu Tuxauas durante la
operación anti-narcoticos COBRA, en Tabatinga, Brasil, 27 de septiembre 2000.
José Paulo Lacerda/AFP
Aunque los jesuitas fundaron misiones entre los indígenas ya en el siglo XVII, Abaetetuba no
obtuvo la condición de ciudad hasta 1895 y es fácil seguir su historia política, social y
económica, ya que está controlada firmemente por las elites tradicionales o, en unos cuantos
casos de promoción social, de conocidas familias nativas. Una familia urbana o rural
característica tiene varias fuentes de ingresos, por ejemplo, los servicios públicos, una actividad
comercial, reconocida oficialmente o no, una pensión, la pesca, la recolección, la agricultura de
subsistencia y una actividad ilegal. Según cálculos de varias personas encuestadas, en la
actualidad unos 15.000 puestos de trabajo dependen directa o indirectamente de actividades
ilegales como el contrabando de cigarrillos y el narcotráfico.
Factores históricos y geográficos: Durante unos doscientos años, con una breve interrupción
durante el auge del caucho (1880-1915), Abaetetuba produjo predominantemente cachaça; se la
conocía con el apelativo de “tierra del alcohol de caña azucarera”. El número de factorías, los
“engenhos”, pasó de unas 60, con unos 15.000 puestos de trabajo directos o indirectos en 19758,
a sólo una con seis empleados en 1999. La industria de la cachaça se basaba fundamentalmente
en relaciones de intercambio no monetario, de servicios mutuos e interdependencia entre los
propietarios de las factorías, los plantadores de caña de azúcar, los comerciantes y los jornaleros.
Su decadencia guarda relación estrecha con una serie de factores externos que impidieron la
modernización del sector, en lugar de propiciarla (Scott. D. Anderson, 1991, 101-121). La
extracción de productos madereros, el cultivo y la elaboración de la caña de azúcar, la pesca y el
comercio por vía fluvial son las actividades económicas tradicionales y los ancianos recuerdan
que el contrabando fue siempre una actividad complementaria habitual.
Factores achacables a las formas tradicionales de reproducción social: Toda la economía se ha
basado tradicionalmente, y en general sigue haciéndolo, en créditos personales y en un
complicado sistema de clientelismo e intercambio de favores, tipo de reproducción tradicional de
la vida socioeconómica que funciona en circuito cerrado y que, por lo tanto, es hostil a la
innovación y a las inversiones. Al mismo tiempo, crea dependencias de deudas y lealtades
fundadas en los favores mutuos que facilitan la infiltración de las actividades delictivas.
Las consecuencias de la inflación: El comercio fluvial y las expediciones de pesca pueden
requerir meses de viaje, y como todas estas actividades se basan en su prefinanciación no oficial
por los “patronos”, el sistema atravesó graves dificultades en las épocas de elevada inflación (de
1980 a 1994 aproximadamente). De ahí el que para la supervivencia económica fuese vital la
obtención de divisas que, claro está, favoreció a la delincuencia organizada.
Los efectos secundarios de las tecnologías modernas y de la política de integración nacional: La
construcción de carreteras nacionales desde el sur y el nordeste a la región del Amazonas
provocó cambios radicales en la vida local: innumerables migrantes y empresas rivales, sobre
todo del sur del país, llegaron a la zona.
En Abaetetuba, a mediados de los años setenta se empezó a distribuir a través de estructuras
comerciales modernas la cachaça “51” fabricada industrialmente en el sur del país. A base de
azúcar de caña más concentrada y realizado con una tecnología más eficiente, este producto
penetró en la región a un precio muy inferior al de la bebida local y barrió prácticamente las
precarias estructuras de producción de las islas de Abaetetuba. La promulgación de diversas
leyes laborales y sobre sanidad en 1974 fue un duro golpe más para la industria. A causa de las
capacidades enormemente reducidas de gestión de las empresas de la isla, la adaptación a esos
imperativos legales modernos provocó su quiebra. Esos mismos problemas han contribuido a la
decadencia actual de las fábricas de ladrillos existentes en las islas.
En esos años aumentó el atractivo de la vida urbana, pues sólo en las ciudades había centros
escolares, de atención de salud, suministro de electricidad y televisión, lo que atrajo a las
familias pudientes a la ciudad de Abaetetuba, entre ellas a muchos elaboradores de caña de
azucarera.
En los 30 años últimos, han trastocado el sector pesquero casi todas las consecuencias posibles
de las transformaciones sociales, por ser un ejemplo clásico de recaída; la pesca nunca fue una
actividad económica exclusiva en el Amazonas, sino parte de todo un conjunto de actividades
extractivas ejecutadas fundamentalmente con fines de subsistencia. Por eso, al convertirse en una
industria profesionalizada, ha puesto de manifiesto la catástrofe reinante en otros ámbitos
económicos.
Además de la burocracia del Estado, la dependencia de créditos no oficiales dentro de sistemas
clientelares y el agotamiento de los recursos, dos factores debilitaron todavía más el sector e
hicieron más probables las decisiones personales de dedicarse a actividades ilícitas:
1) La construcción de la central hidroeléctrica de Tucuruí (1986) interrumpió las rutas de
los peces migratorios y alteró sus ciclos de reproducción en el estuario; los pescadores le
achacan una disminución del 30% de las capturas.
2) El Organismo Federal del Medio Ambiente, responsable de la zona, no investigó esas
alteraciones e insistió en que debían aplicarse las leyes de protección medioambiental,
inadecuadas y no adaptadas a las circunstancias, restringiendo las actividades pesqueras
en el momento y en los lugares menos oportunos. Además, el pago de las prestaciones de
desempleo durante el período de protección tarda normalmente seis meses, lo que ha
propiciado la difusión de las actividades delictivas en todo el sector, al exponerlo a la
extorsión practicada por funcionarios públicos y al hacerlo cada vez más vulnerable a
actividades como el contrabando y la piratería. Las alternativas económicas y la
modernización del sector han sido bloqueadas por la insuficiencia de las líneas de crédito,
lo que aumenta la exposición de los pescadores a créditos no oficiales y presiones de
delincuentes.
Los efectos secundarios de los grandes proyectos: Además de las consecuencias ya
mencionadas, la construcción de la central hidroeléctrica interrumpió las rutas fluviales
tradicionales de comercio de los vendedores regionales por el río y el comercio se desvió a las
nuevas carreteras y a las ciudades, lo que aumentó la marginación de las zonas habitadas desde
hacía mucho tiempo.
La construcción de una planta de fabricación de aluminio en Bacarena provocó una migración en
masa (rural y urbana) al condado de Abaetetuba y dentro de él, que aportó elementos
modernizadores, por ejemplo, nuevas pautas de consumo, insostenibles una vez concluida la
edificación. No se materializaron en el municipio ni el crecimiento económico ni los nuevos
puestos de trabajo, efectos positivos prometidos de la modernización, ya que nunca hubo
mediación alguna entre las estrategias desarrollistas y la lógica tradicional de Abaetetuba. En
consecuencia, la mano de obra calificada de Bacarena procede de otras partes del Brasil y ahora
vive y consume en Belém.
Las consecuencias de una política de represión no sistemática: La represión, incoherente y
esporádica, ejercida por la policía federal, que recayó superficialmente en blancos visibles, hizo
disminuir el contrabando de cigarrillos y aumentar la delincuencia, sobre todo de drogadictos
adolescentes que habían perdido sus fuentes de ingresos. Además, aumentó la piratería, atribuida
en parte a policías civiles y militares, cuyas primeras fuentes de extorsión habían desaparecido.
El resultado más concluyente y menos deseado de semejantes políticas ha sido la profesionalidad
cada día mayor de los narcotraficantes.
Las consecuencias de las crisis colombianas (Andreas, 1995): Según agentes de policía y
pescadores de la zona, en Abaetetuba ha aumentado el canje de cocaína por armas y municiones,
al haber crecido la demanda de suministros militares de las fuerzas que controlan las “zonas
liberadas” colombianas (las FARC y los paramilitares).
Conclusión: las consecuencias interrelacionadas de factores y procesos conexos han suscitado
una amplia receptividad hacia las actividades ilegales. Las pautas sociales tradicionales, bastante
rígidas, todavía tratan de absorber e integrar las consecuencias legales e ilegales de las
transformaciones sociales y la ley del silencio provoca inercia y hostilidad ante cualquier
innovación.
Leonardo Dias Mendonça – El “ cártel de Suri”
Cuando se inició la “Operación Tornado”9 en 1997, ni siquiera la policía federal que la ejecutaba
advirtió que se había descubierto uno de los vínculos más importantes entre la cocaína
colombiana y las armas de Surinam. Después de haber decomisado 24 avionetas y 2,4 toneladas
de cocaína, seguía buscando a los cabecillas de la organización cuando, en julio de 1999, una
información sobre actividades ilegales de deforestación condujo a sus agentes a la hacienda
Belauto, en São Felix de Xingú, en la que encontraron casualmente la asombrosa cantidad de 17
títulos de propiedad de empresas constructoras, gasolineras, taxis aéreos y fincas rústicas, por lo
que decidieron someter a vigilancia al dueño de Belauto, Wilson Torres Moreira, y a su socio
Leonardo Dias Mendonça10. Cuando se detuvo a ambos en noviembre de 1999, junto con otros
14 sospechosos11, se desmanteló una impresionante red comercial en la que imperaba la división
del trabajo y se empleaban medios de comunicación muy modernos. Basada en la confianza y en
intereses económicos y valores compartidos, la red se dedicaba al tráfico de cocaína y de armas
(Mc Illwain, 1999).
Cuando en 1984-1985, la minería de oro se trasladó de Serra Pelada, en Pará meridional, a
Itaituba, en el bajo Pará, y las regiones indígenas, Yanomami y Raposa Serra do Sol-Roraima, ya
existían relaciones estables de lealtad entre los propietarios de concesiones mineras, los políticos
y los pilotos. Como el Estado brasileño se reserva el monopolio de la compra de oro, que por lo
demás siempre ha sido quebrantado, esta actividad está rodeada de aventurerismo, ilegalidad y
violencia, al tiempo que, por lo demás, constituye una de las pocas posibilidades que hay de
promoción social y de acumular capital rápidamente.
Para que se desarrollen actividades delictivas complejas, arraigadas, a largo plazo y con carácter
permanente hace falta que haya -pues son elementos indispensables de una actividad comercial
duradera, lo mismo ilegal que legal-, por un lado, quien dirija las operaciones, una jerarquía y
confianza entre quienes participan en ellas; por otro, una división del trabajo, con
descentralización y delegación de facultades, y, por último, redes de comunicación que utilicen
la tecnología moderna, además de canales personales. En el caso que nos ocupa, Leonardo Dias
Mendonça encarnaba la capacidad de dirección, pues él era quien integraba y supervisaba a todos
los miembros de la red, que le estaban unidos, y siguen estándolo, por lazos de lealtad personal,
lo que le permitía vigilar todas las actividades exteriores. A partir de ahí, era posible una división
descentralizada de las tareas entre diferentes conjuntos de agentes en distintos lugares y países.
Para canjear cocaína por armas hacían falta medios de transporte; un avezado piloto y buen
amigo de Leonardo Dias Mendonça se ocupaba de la cuestión. El imperio comercial inmediato
de Mendonça estaba formado por 17 compañías que coordinaba su socio, Wilson Torres
Moreira. La participación en licitaciones públicas para obtener contratos de obras y blanquear
sistemáticamente dinero era una importante función de las empresas constructoras. Los
comercios de maquinaria y las gasolineras era esenciales para tener el combustible y los
recambios necesarios, además de para blanquear más dinero, y la compañía de taxis aéreos
compraba y vendía aeroplanos y organizaba viajes de negocios.
El sector más importante para arraigar y mantenerse en la región es la ganadería y el comercio de
madera, además del patrocinio de clubes de rodeo. El cultivo de buenas relaciones con
funcionarios públicos responsables de los contratos oficiales se lleva a cabo en el seno de esas
redes comerciales y sociales, basándose, además de en el cohecho, en intercambios prolongados
de favores. Otro grupo profesional importante es el de los abogados de “familia”, que
normalmente sostienen relaciones profesionales continuadas con los magistrados y que
proporcionan y reciben información, asesoran, ayudan a solventar problemas burocráticos y, si
viene al caso, llegan a falsificar documentos. En las investigaciones de la “Operación Tornado”
no participó la policía federal de Marabá porque en 1999 su director se encontraba suspendido,
acusado de corrupción.
La tecnología moderna de la comunicación, sobre todo los teléfonos por satélite, era una
necesidad, así como un elemento vulnerable de la organización de aquéllas actividades ilegales:
gracias a ella se coordinaban tratos multinacionales entre Colombia, diversos lugares del Brasil y
Surinam, a partir de una hacienda remota del Pará meridional, lo que aumentó la magnitud del
negocio, mas las facturas de los protagonistas, investigadas en el curso de la “Operación
Tornado”, mostraron que estaban relacionados entre sí; de no ser por esos datos, acaso se los
hubiese considerado simples traficantes implicados en operaciones aisladas. Además, el examen
coordinado de las cajas negras de los aeroplanos decomisados permitió reconstruir una parte
importante de las operaciones de la red12.
Según declaró el ciudadano de Surinam Bernardus Annaud Nauhu13, quien había trabajado de
traductor para Dino Bouterse14 de 1993 a 1996, el canje de armas por cocaína, que parece haber
constituido el núcleo de las actividades ilegales de Mendonça, se inició en febrero de 1993 y
Mendonça dijo que actuaba para el grupo guerrillero colombiano FARC y que estaba interesado
en cambiar ametralladoras por cocaína. A lo largo de los años siguientes, se lanzaba desde
aviones la cocaína frente al litoral de Surinam en sacas de caucho. Según las observaciones de un
colega15, a finales de los años noventa, se construyeron numerosas pistas de aterrizaje
clandestinas cerca de la frontera con la Guyana francesa, que utilizan el ejército de Surinam y
buscadores de oro brasileños que actúan en la selva. El alejamiento y la ilegalidad de las minas
de oro de Surinam, al servicio de mineros y pilotos clandestinos, hizo que esas pistas fuesen muy
apropiadas para el embarque de armas.
El que las actividades ilícitas de Mendonça consistieran en traficar con estupefacientes no debe
ocultar su importancia para una comprensión más profunda de la dinámica propia de los
procesos de transformación observados en la región. Antes bien, sirve de ejemplo de las
consecuencias que en potencia pueden tener formas asimétricas y duraderas de organización
social en regiones de pioneros, en las que nunca se ha constituido un Estado moderno, en el
sentido weberiano de la expresión, a consecuencia de lo cual las redes delictivas aportan en la
actualidad el marco general de cualquier interacción social.
Conclusiones
Para comprender la aceptación local y regional del narcotráfico es fundamental estudiar la
historia de la organización social en los “puntos candentes”. Para evaluar las consecuencias de
las fuerzas transformadoras en los planos local y regional hay que conocer a fondo las formas
actuales y tradicionales de representación, las normas y los valores latentes y su respectiva
institucionalización, así como la existencia y la índole de vínculos sistemáticos horizontales y
verticales (O’Donnell, 1999). Las conclusiones de este análisis permiten averiguar la
receptividad de las actividades delictivas en una sociedad determinada.
Por lo que se refiere a las cuatro tesis que hemos expuesto en nuestra introducción, los casos
analizados premiten afirmar lo siguiente:
• La mundialización y sus manifestaciones en la vida política y económica nacional han
tenido una gran influencia en los procesos de transformación en curso en el Amazonas.
Los grandes proyectos de desarrollo, las nuevas infraestructuras y las tecnologías de la
comunicación, las instituciones y las leyes han sobrepasado con mucho la ya precaria
capacidad de dirección del Estado y las formas tradicionales de integración social. De
conformidad con las respectivas cultura jurídica y relaciones de poder locales, las
incompatibilidades entre las normas y los protagonistas nuevos y la manera tradicional de
actuar están siendo mediadas en espacios no oficiales cada vez más difundidos. En
Abaetetuba, son palmarios los intentos de las duraderas elites tradicionales de centralizar
el control y de obstaculizar los cambios estructurales del modo de vida. En el Pará
meridional, cualquier modificación es tenida por una posibilidad más de multiplicar las
actividades económicas, ya sean legales, ilegales o delictivas, lo mismo da.
• La manera de llevar a cabo las actividades delictivas coincide en gran medida con las
costumbres comerciales, oficiales o no, del entorno inmediato. Mientras que en
Abaetetuba las elites locales tratan de mantener las apariencias de la legalidad vedando
“su” territorio a toda interferencia externa y modificación interna, en el Pará meridional
se actúa por lo general más abiertamente. En los 30 años últimos, se ha institucionalizado
la impunidad. La constitución inicial de la sociedad local, inspirada en los pioneros, se ha
consolidado en la lógica de extracción en breve plazo de unas elites poderosas, arraigadas
y nuevas, que se alternan en la ocupación de las instituciones públicas municipales o
federales. No debe sorprender, pues, que reaparezcan una y otra vez los mismos
•
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•
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apellidos, ya se trate de extracción ilegal de oro o de madera, de fraudes a las
subvenciones o de tráfico de cocaína.
Ante la pertinaz infrarrepresentación de las instituciones estatales modernas, los contratos
sociales se están negociando localmente. Para que funcionen redes no oficiales de
redistribución son necesarias dos cosas: activos económicos suficientes que distribuir y
algún tipo de incentivos y de sanciones que estimulen la redistribución:
En Abaetetuba, las transformaciones han provocado la decadencia absoluta de las
actividades económicas legales. La elite tradicional se redujo bruscamente y se
desvanecieron las formas arraigadas de redistribución económica junto con las
respectivas actividades. Para sobrevivir social y económicamente gracias al narcotráfico,
los “patronos” necesitan menos “clientes” y distintos. Así pues, ha disminuido la
capacidad de integración social y un número cada vez mayor de excluidos participa en
nuevas actividades delictivas como la piratería y la extorsión.
En el Pará meridional, las corrientes migratorias continuadas socavaron hace ya mucho
tiempo cualesquiera obligaciones sociales. La violencia, la impunidad y la corrupción se
han generalizado y han arraigado en la vida privada y pública hasta tal punto que la
aparición de nuevas actividades delictivas parece algo casi natural y determina la
inclusión o la exclusión social.
Cuando el Estado interviene en el Amazonas, suele hacerlo de manera incoherente. Se
crean instituciones y se aplican reglamentos y leyes nuevos sin preocuparse por los
vínculos sistemáticos con las instituciones reguladoras existentes, oficiales o no oficiales
(Rose-Ackerman, 1999, págs. 227-228). Al mismo tiempo, se están abrogando los
“contratos sociales” tradicionales, lo mismo en las regiones de poblamiento antiguo que
en las de frontera, aunque con distintas consecuencias. Con esta manera de actuar la
rendición de cuentas se convierte en una tarea sumamente difícil y se sustituye la
estructuración no estatal de la sociedad hasta ahora operante por “puentes” no oficiales de
breve duración. Esas alternativas no oficiales pueden ir desde improvisaciones
innovadoras, que más adelante podrían ser sancionadas legalmente, a la ideación de
soluciones ilegales, por ejemplo sistemas de cohecho, contrabando y tráfico de cocaína.
El hecho de que el tráfico internacional de cocaína llegase a lugares en que la solidez de
la trama social ya estaba en entredicho podría disuadir de intentar reequilibrar las
relaciones sociales mediante los procesos de transformación. Las conexiones con redes
delictivas internacionales y la llegada masiva de dinero procedente de las drogas junto
con dinero blanqueado y el consumo local de estupefacientes han fomentado la
delincuencia y contribuido a transformar terrenos sociales organizados al margen del
mundo oficial en ámbitos delictivos.
Traducido del inglés
Notas
1
Artículos 231 y 232, en que se hace referencia al Convenio Núm. 169 de la OIT (1989),
Capítulo 26 del Programa 21 (1992) y Artículo 8j del Convenio sobre la Diversidad Biológica
impulsado por el PNUMA (1992).
2
A partir de1989, los argumentos de la Guerra Fría empleados para justificar los enormes gastos
militares en América Latina fueron sustituidos por la guerra contra las drogas.
3
1,58 millones de km², 2,1 millones de habitantes, el 71% de ellos urbanos y el 29% rurales.
4
1,25 millones de km², 5 millones de habitantes, el 59% de ellos urbanos y el 41% rurales.
5
Ejemplo: preparación de las tierras y siembra (septiembre-noviembre), trabajo en Carajás
(diciembre-abril/estación de las lluvias), trabajo en Serra Pelada (mayo-agosto/estación seca).
6
Clubes de rodeo y de fútbol, Rotarios, Leones e iglesias.
7
1.090 km², 106.738 habitantes (el doble que en 1960), el 59,7% urbanos y el 40,3% rurales,
IBGE 1998.
8
Desconocedor de la cifra mencionada, Chico Narinha, ex alcalde de Abaeté, calculó (Scott D.
Anderson, 1994) que unas 15.000 personas viven en la actualidad de actividades illícitas.
9
Para más detalles, véase R.Schönenberg 2000. ”Drug Trafficking in the Brazilian Amazon”,
informe annual de MOST/UNESCO, en prensa.
10
Mediante seguimientos, escucha de comunicaciones telefónicas y escrutinio de documentación
bancaria.
11
Ocho pilotos, cuatro hombres de negocios, dos granjeros y un abogado.
12
Proceso Federal 1999.39.01.001560-0- Vol.VI.
13
Declaración efectuada bajo la responsabilidad del oficial de Kok y Slobbe el 27 de abril de
1998 en Leiden, Países Bajos.
14
Hijo de Desi Bouterse, ex Presidente of Suriname, condenado en rebeldía por tráfico de drogas
en los Países Bajos en 1998 y 2000.
15
El investigador de campo desea permanecer en el anonimato hasta haber concluido sus
investigaciones.
Referencias
ANDERSON, Scott D. 1991. ´Engenhos na várzea: uma análise do declínio de um sistema de
produção tradicional na Amazônia´. Philippe Léna y Adélia Engrácia de Oliveira, Amazônia - A
fronteira agrícola 20 anos depois, Belém-Pará.
ANDREAS, P. 1995. ´The Retreat and Resurgence of the State: Liberalizing and Criminalizing
Cross-Border Flows in an Integrated World´, 1995 Annual Meeting of the American Political
Science Association (31.8.-3.9.), Chicago.
CARTIER-BRESSON, J. 1997. “Corruption Networks: Transaction Security and Illegal Social
Exchange” Heywood, P., Political Corruption, Oxford.
McILLWAIN, J.S. 1999. ´Organized Crime: A social network approach´. Crime, Law and Social
Change, Vol. 32, No.4:301-323.
O’DONNELL, G. 1999. “Horizontal Accountability in New Democracies.” Schedler, A.,
Diamond, L. y Plattner, M., The Self-Restraining State – Power and Accountability in New
Democracies, Londres.
PNUMA. 1987. The Brundtland Report, Naciones Unidas, Nueva York.
ROSE-ACKERMAN, S. 1999. Corruption and Government – Causes, Consequences, and
Reform. Nueva York y Cambridge.
SASSEN, S. 1999. Globalization and its Discontents. The New Press, Nueva York.
SCHÖNENBERG, R. 2000. Internationaler Drogenhandel und gesellschaftliche
Transformation, DUV, Wiesbaden.
Nota biográfica
Laurent Laniel fue investigador en el Observatorio Geopolítico de
Drogas (OGD), especializado en las consecuncias socioeconómicas y
estratégicas de la producción, el tráfico y el consumo de drogas, el
blanqueo de dinero y la lucha contra estos fenómenos. Su publicación
más reciente es The Relationship between Research and Drug Policy in
the United States, MOST Discussion Paper Series Nº 44, París,
septiembre de 1999. Correo electrónico: [email protected].
La droga en el África Meridional: todo sigue igual
Laurent Laniel*
Introducción
Cuando un África Meridional1 más pacífica se abrió al mundo en el decenio de 1990, se
convirtió en poco tiempo en un centro de tránsito y en un mercado de consumo para los flujos
internacionales de drogas ilegales, como la cocaína, la heroína, el hachís y las “drogas de
discoteca”, principalmente el éxtasis y el LSD. La región también empezó a exportar la
marihuana producida en la zona, aunque aparentemente a pequeña escala, dado que los mercados
regionales absorben la mayoría de la cannabis que se cultiva en ella2. Este auge repentino de las
actividades relacionadas con la droga podría explicarse en parte por un cambio de orientación de
los organismos policiacos nacionales e internacionales, que se mostraron más dispuestos a saber
cuál era la situación de la región una vez pacificada. Pese a ello, no cabe duda de que el tráfico y
el consumo de drogas son ahora allí más importantes, pues en 1995, año sobre el que las
estadísticas de África, que generalmente son fragmentarias, son casi completas, el 50%
aproximadamente de la heroína incautada en el continente correspondió al África Meridional.
Además, en la región se decomisó cerca del 9% de la marihuana incautada en todo el mundo y
del 48% de la metacualona (denominada en la zona “Mandrax®”). Si bien a mediados del
decenio de 1990 las incautaciones de cocaína fueron de escasa entidad en África (desde entonces
han aumentado considerablemente), en 1995 el 73% de ellas se realizaron en el África
Meridional3.
Esta situación parece paradójica, ya que el fenómeno de la droga, especialmente en los países en
desarrollo, se describe a menudo como una consecuencia de circunstancias excepcionales (por
ejemplo, guerra, inexistencia del imperio de la ley o, a la inversa, hegemonía de un régimen
dictatorial u opresivo). Ahora bien, el fin del apartheid y de la guerra fría acabó con la mayoría
de las operaciones militares a gran escala y la guerra de guerrillas en el África Meridional, al
tiempo que se levantaba el embargo internacional contra la República Sudafricana. Se
normalizaron las relaciones comerciales, diplomáticas, culturales y políticas entre el África
Meridional y el mundo, que durante los conflictos habían sido escasas o se mantenían en secreto
(infringiendo las resoluciones de las Naciones Unidas). En la propia Sudáfrica, que era el motor
económico y político de la región y lo que a fin de cuentas estaba en juego en la mayoría de los
enfrentamientos regionales, la paz instauró un gobierno elegido democráticamente que ha
gozado de un firme apoyo nacional e internacional y de gran legitimidad.
A pesar de ello, la nueva Sudáfrica está tan preocupada por el aumento de las actividades
ilegales, especialmente las relacionadas con la droga, y la violencia que conllevan, que sus
autoridades han pedido asistencia a los Estados Unidos para combatirlas (Estrategia Nacional de
Prevención de la Delincuencia, 1996). ¿Cómo se explica este auge de las actividades
relacionadas con la droga después de la “normalización” que permitió al África Meridional
unirse a la tan anunciada “mundialización”, y que no se produjera cuando era presa del racismo
institucionalizado y de la guerra?
En el presente artículo se intenta aportar elementos para responder a esta pregunta, señalando en
él que actualmente las actividades relacionadas con la droga constituyen uno de los modos en
que se expresan y reproducen en el África Meridional, y entre ésta y el resto del mundo,
ordenamientos de fondo, históricos, políticos, sociales y económicos.
El fenómeno de la droga está conformado por una compleja red de actividades sociales, en
particular, la producción, el traslado y el consumo de drogas psicoactivas ilegales, el blanqueo de
dinero y la lucha de los organismos estatales contra todo ello. Además, abarca representaciones o
significados colectivos adscritos a las drogas. Las actividades humanas se llevan a cabo en
escenarios geográficos e históricos que configuran los contextos políticos, económicos,
culturales y psicológicos. En particular, determinan las representaciones y estrategias de los
agentes sociales, esto es, los particulares, grupos y organizaciones (por ejemplo, agricultores,
cuerpos de policía, bancos y mafias) que se ven envueltos en el fenómeno de la droga, y explican
en términos generales la forma, la naturaleza y los resultados de las actividades relacionadas con
ella, comprendidas sus consecuencias en la sociedad4.
El problema se agrava porque algunas actividades relacionadas con la droga (tráfico, blanqueo,
etc.) pueden llevarse a cabo en varios entornos con la participación de distintos agentes sociales
de diferentes lugares del mundo y conforme a combinaciones variadas de capital político, social,
cultural y económico y por mor de intereses diversos. A su vez, el fenómeno de la droga
contribuye a formar contextos y agentes por los efectos que produce. Por lo tanto, existe un
proceso dinámico de influencia y limitación mutuas entre los entornos, los agentes y las drogas,
de modo que ninguno de ellos puede explicarse con independencia de los demás.
Lo ideal sería que las investigaciones pusieran de manifiesto todos los procesos complejos,
ambiguos y superpuestos a que dan lugar los encuentros pluridimensionales de una amplia gama
de agentes sociales que actúan en el seno de gran número de entornos interrelacionados, entre
ellos y sobre ellos. Sin embargo, ante la reducida extensión de este artículo y las limitaciones de
los datos empíricos en que se basa, sólo analizaremos brevemente algunos procesos relacionados
con el fenómeno de la droga en el África Meridional5.
La primera sección estará consagrada al entorno mundial actual y en ella trataremos de
determinar tres factores importantes que contribuyen a explicar el fenómeno de la droga en el
África Meridional. En la segunda sección examinaremos un aspecto interno fundamental de esa
parte del mundo (las diferencias “étnicas”), en un intento de aclarar algunos de los procesos y
representaciones de la droga que caracterizan a las sociedades del África Meridional. En la
tercera sección estudiaremos un modo de interacción significativo dentro del África Meridional y
entre esta región y el resto del mundo (el trueque) y sostendremos que las drogas se han
convertido en monedas internacionales.
El entorno mundial
En el decenio de 1990, el África Meridional no se abrió al mismo mundo que le había ido
cerrando las puertas paulatinamente mediante sanciones internacionales durante las décadas
anteriores. La lógica bipolar de la guerra fría en que estaban enmarcados los conflictos
regionales dio paso a la fase actual de “mundialización”, en la que los Estados Unidos son la
única superpotencia. Tres rasgos de la “aldea mundial” revisten una importancia vital para
nuestro tema de estudio aunque rara vez se mencionan en las numerosas publicaciones dedicadas
a la mundialización.
La “prohibición represiva”, inducida e inspirada por los Estados Unidos, pero que
goza de gran aceptación. Se trata de un régimen de prohibición general de las drogas
que apunta a suprimir totalmente algunas plantas y sustancias (principalmente
mediante la represión), en vigor en la mayoría de los países desde 1945 y que
culminó con la firma de la Convención de Viena de las Naciones Unidas en 1988,
incorporada paulatinamente a las legislaciones nacionales en todo el mundo. La
mayoría de los Estados son partes en la Convención de Viena. La prohibición
represiva es un rasgo destacado del fenómeno de la droga en nuestros días y tiene
resultados recurrentes entre los que cabe citar dos que parecen esenciales: en primer
lugar, la prohibición hace que el comercio de algunas drogas sea enormemente
rentable (mucho más que la mayoría de las actividades lícitas que se realizan en
cualquier lugar del mundo); en segundo lugar, salvo algunas excepciones, la
prohibición general ha hecho que las actividades relacionadas con la droga se lleven a
cabo en secreto y generen más violencia que las lícitas. Los enormes beneficios y la
violencia a que ha dado lugar la prohibición de la droga son probablemente las
consecuencias más graves y directas del fenómeno de la droga en el mundo
contemporáneo.
b) La convergencia de la hegemonía de la denominada ideología de la “economía de
mercado” y de los resultados negativos de las políticas económicas neoliberales
aplicadas en casi todo el mundo. Ello ha supuesto, entre otras cosas, la privatización
de activos estatales, una mayor dependencia económica de los mercados
internacionales en detrimento de los planes de producción nacionales, el desempleo
estructural y el subempleo, aunados a una reducción de las políticas distributivas y los
programas sociales. A su vez, estos factores han provocado una distribución cada vez
más desigual de la riqueza y la renta dentro de los países y entre ellos, mientras que el
beneficio privado se convierte en el objetivo fundamental de la mayoría de las
actividades humanas. A resultas de lo anterior, se han multiplicado los incentivos para
que los sectores más pobres de las sociedades del mundo recurran a actividades
alternativas, “informales”, de tráfico y esquilmadoras para sobrevivir o mejorar su
posición social. Al mismo tiempo, los miembros de la elite se han dedicado a compensar
su menor acceso a los recursos públicos, cada vez más limitados, invirtiendo en
actividades ilegales, como la droga. En el caso de las elites políticas, las ganancias
procedentes de actividades delictivas se han utilizado para seguir financiando grandes
a)
redes de influencias, que solían alimentarse gracias a la captación de fondos públicos,
actualmente más difíciles de obtener tras la privatización. Mediante el control que ejerce
la elite sobre los sistemas judiciales nacionales y/o el apoyo de sus socios extranjeros,
hasta la fecha ha prevalecido la impunidad, acompañada de la corrupción generalizada,
el malestar social y el debilitamiento de la autoridad y la legitimidad del Estado. Esta
evolución es especialmente flagrante en África, aunque no se limita a ese continente
(Bayart y colaboradores, 1997).
c) La multiplicación enorme de la producción de drogas en todo el mundo desde mediados
del decenio de 1980, especialmente la de hojas de opio y coca, las materias primas
de la heroína y la cocaína. Según las estimaciones de las Naciones Unidas, entre
1985 y 1995, la producción de opio de Afganistán se cuadruplicó, pasando de 500 a
2.000 toneladas (PNUFID, 1997, pág. 20). En 1999, se cosecharon cerca de 4.581
toneladas de opio en Afganistán, el principal productor de opio del mundo (OGD,
2000, pág. 52)6. Birmania, cuya producción estimada fue de 1.200 toneladas en 1999
(2.500 toneladas en 1998), es el segundo mayor productor (OGD, 2000, pág. 16). Con
una tonelada de opio se producen 100 kilogramos de heroína aproximadamente.
Afganistán y Birmania son los principales exportadores de heroína del mundo.
Mientras tanto, entre 1985 y 1995, la producción de hojas de coca de los países
andinos aumentó en más del 100% y se calcula que en 1996 se cosecharon 300.000
toneladas de hojas de coca, con las que se podrían producir 1.000 toneladas de
cocaína (PNUFID, 1997, pág. 18). Estas cantidades enormes de opiáceos y cocaína,
junto con las producciones igualmente abundantes de cannabis, (met) anfetamina,
“drogas de discoteca”, etc., ponen de manifiesto el rotundo fracaso del vigente
régimen de “fiscalización” de drogas, que hasta ahora no ha logrado alcanzar el
objetivo para el que fue instaurado. El principal efecto que produce en el ámbito
mundial es el de generar una “presión de la demanda” que, combinada con otros
factores, provoca un crecimiento rápido y constante de los mercados de consumo de
drogas, especialmente en el mundo en desarrollo. Para abastecer esos mercados, ha
surgido una infinidad de rutas y métodos de tráfico nuevos, “alternativos”, que
coexisten con los “tradicionales”, y cantidades cada vez mayores de dinero
procedente de la droga buscan “lavanderías”. Este proceso se ve impulsado por el
desarrollo del comercio internacional, los transportes y las transacciones financieras
que acarrea la mundialización (Keh y Farrel, 1997) y por el enraizamiento mucho
menos notorio de los intereses de la droga en todo el mundo mediante inversiones en
actividades lícitas que facilitan el blanqueo de dinero y proporcionan una fachada de
respetabilidad.
Las diferencias “étnicas”
Si bien los factores mundiales son importantes para entender el fenómeno contemporáneo de la
droga, sólo son parte de la historia, y la otra radica en los entornos locales que establecen
relaciones e interacciones con el mundial. De hecho, las drogas son objetos materiales y
terrenales que deben situarse en algún lugar y que, a diferencia del dinero, no pueden adoptar la
forma de una señal en la pantalla de un ordenador. Las drogas también están vinculadas a
quienes las producen, transportan, consumen y piensan en ellas y a las sociedades de las que
éstos proceden.
En el caso del África Meridional, uno de los entornos que más influyen en el fenómeno de la
droga es el concepto complejo, cambiante y relacional de “etnicidad”: al parecer, las sociedades
del África Meridional se consideran constituidas por distintas comunidades étnicas que viven
juntas pero no se mezclan. Estas diferencias étnicas percibidas se deben a una larga historia de
migraciones, conquistas -en particular, la colonización- y segregación oficial (política) y
extraoficial (socioeconómica), que han configurado representaciones sobre uno mismo y el
prójimo. La historia reciente ha dejado una huella especialmente profunda, pues hasta principios
del decenio de 1990, algunos gobiernos de la región utilizaron abiertamente las diferencias étnicas
para perpetuar sistemas de distribución desigual de tierras y otros recursos en beneficio de una
comunidad y en detrimento de las demás.
En la República Sudafricana, ese sistema se institucionalizó como apartheid y determinó todos y
cada uno de los aspectos de la vida de sus habitantes. La segregación socioeconómica basada en las
etnias impuesta por los “blancos” que controlaban el Estado, se plasmó en la política a medida que
los “negros” y “mestizos” privados de representación se organizaban para combatir el sistema7. En
Rhodesia, el actual Zimbabwe, África Sudoccidental, la actual Namibia, y las colonias portuguesas
de Angola y Mozambique8 la situación era muy parecida. Así pues, la frontera entre las diferencias
culturales, socioeconómicas y políticas quedaba algo difuminada, en lo que podía considerarse
como una versión en la vida real de “El choque de civilizaciones”, el programa propuesto por
Huntington para la planificación estratégica de los Estados Unidos en el siglo XXI (Huntington,
1993). La lucha regional a propósito de Sudáfrica, entre otras cosas, ha consolidado las barreras que
dividen a las comunidades, fomentando la desconfianza, el odio y la violencia. La guerra, que se
libraba en un contexto en que las comunidades segregadas encontraban a menudo apoyo en las
diásporas, redes clandestinas y estrategias de supervivencia, ha afianzado en la mente de muchos la
idea de que “los demás” (los miembros de otro grupo étnico, otra organización política o el Estado)
constituyen un obstáculo e incluso un enemigo para el propio desarrollo.
Al parecer, el miedo a los “demás” y la falta de confianza en ellos, junto con la aparición repentina
de drogas importadas, han estructurado nuevas funciones sociales a modo de víctimas
propiciatorias. Cuanto menos tiempo haga que una comunidad se ha establecido en una región, más
probable es que se le achaque el tráfico de drogas. La llegada simultánea de las drogas y los
inmigrantes han dado lugar a un nuevo tópico, el de la asociación de drogas específicas a
determinadas comunidades, que si bien en algunos casos se basa en hechos, tiende a generalizar la
participación de algunas personas en las actividades relacionadas con la droga a grupos étnicos
enteros. Esta situación influye gravemente en la manera en que las leyes sobre la droga se aplican en
el África Meridional, ya que la manera en que se hace cumplir la ley es una actividad social
compleja y, por lo tanto, no es ajena a los entornos en que tiene lugar.
En una entrevista oficial, un policía de Lesotho, pequeño país sin litoral poblado casi
exclusivamente por basothos, llegó a negar, pese a que existían abundantes pruebas que indicaban lo
contrario, que sus compatriotas tuviesen algo que ver con el tráfico de drogas y a decir que el
problema surgió después de que “se abrieran las fronteras a los extranjeros”. De este modo, acusó a
los sudafricanos de fomentar la producción de cannabis en Lesotho y a los nigerianos de aumentar
el consumo de cocaína en el país (aunque todavía era limitado) y también de las “drogas de
discoteca” (en cuyo tráfico era muy poco probable que intervinieran nigerianos). Entre tanto, se
consideraba sospechosa a la comunidad india de traficar con Mandrax y a la China de importar
anfetaminas. En Swazilandia y Zimbabwe escuché comentarios similares.
En todo el África Meridional, los “nigerianos”, o africanos occidentales calificados de nigerianos, se
han convertido en los chivos expiatorios favoritos de todos, especialmente de la policía. La mala
reputación internacional de Nigeria como “refugio de narcotraficantes” ha contribuido en gran
medida a crear esta situación. La siguiente declaración de un policía bóer de la Oficina de
Narcóticos de Sudáfrica (SANAB) resume el sentimiento general: al ser entrevistado durante una
redada de drogas bastante violenta que tuvo lugar en los distritos de Hillbrow y Berea (que reciben
el sobrenombre de “Little Lagos”) de Johannesburgo, dijo que “Wiese afirma que más del 80% de
los traficantes proceden de Nigeria. ‘Sólo pueden ser ellos, ¿quién, si no? Cuando Sudáfrica se abrió
al resto del mundo, los nigerianos empezaron a traer las drogas’.” (Amupadhi y Commandeur,
1997).
En 1993, se acusó a los “nigerianos” de importar más del 50% de la cocaína decomisada en la
República Sudafricana. Cerca de dos tercios de los inmigrantes ilegales que cumplen sentencias de
prisión en Sudáfrica son “nigerianos”. A pesar de estos encarcelamientos a gran escala, en el país se
sigue obteniendo fácilmente cocaína y crack y aunque hay traficantes nigerianos que importan y
distribuyen esas drogas en Sudáfrica y otros lugares, no son los únicos. Ahora bien, por tratarse de
“intrusos” neutrales desde el punto de vista político y social y carentes de una forma válida
localmente de “capital protector”, se han convertido en blancos cómodos para la policía, en la que
influye la representación social negativa de los “nigerianos” que reina actualmente en las sociedades
del África Meridional.
Las personas de origen indio y chino constituyen el segundo grupo de víctimas propiciatorias de la
región, especialmente entre los policías pertenecientes a etnias africanas. Hay comunidades india y
china presentes en toda el África Meridional y se dedican principalmente al comercio y los
negocios, cosa que generalmente molesta a los africanos. En cambio, en Mauricio, donde la mayoría
de los políticos y funcionarios públicos son de origen indio, la mayoría de los detenidos por
consumo y tráfico de drogas de poca importancia son criollos (es decir, negros), que viven en la
pobreza.
Como la policía suele actuar contra comunidades enteras porque se sabe o sospecha que algunos
de sus miembros están implicados en asuntos de drogas, los traficantes de comunidades que no
son “sospechosas” tienen más libertad para actuar. Debido a la relativa impunidad de que gozan
los traficantes de algunos orígenes étnicos, los miembros de las comunidades escogidas como
blanco y/o más necesitadas económicamente tienen a la policía por una fuerza opresiva y son
reacios a colaborar con ella. Para muchos de ellos, la “delincuencia” constituye incluso un modo de
compensar las diferencias en materia de riqueza, que se consideran fruto del régimen de apartheid.
Un contrabandista de diamantes ovambo que anteriormente luchó contra ese régimen dijo al
redactor del presente artículo que robar a “grandes empresas diamantíferas” no le planteaba ningún
problema moral (“sus propietarios son blancos ricos que arrebataron la tierra a mis antepasados y
[prosperaron] gracias al apartheid, mientras que yo tengo una familia que alimentar”). En Sudáfrica,
quienes no son blancos denominan con frecuencia a quienes ejercieron el poder político durante el
apartheid y actualmente conservan un gran poder económico y administrativo Mafia bóer, para
expresar la idea de que están unidos por lazos de etnia y delincuencia. La mayoría de los
funcionarios de la SANAB, donde se afirma que la corrupción alcanza niveles elevados, son bóers.
En el África Meridional, el fenómeno de la droga parece estar influido por un principio adaptado
de las famosas palabras de Sartre “la drogue, c’est les autres”. El desarrollo inesperado del
narcotráfico se considera, con razón, consecuencia directa de la apertura reciente de las
sociedades de la región a la influencia exterior manifiesta. Ahora bien, junto con las drogas, las
sociedades del África Meridional también han importado y asimilado con rapidez la idea de que
la droga constituye un mal absoluto, representación que han plasmado, por así decirlo, en su
propia “gramática social”, en la que las diferencias étnicas ocupan un lugar preponderante. Es
como si dos símbolos distintos del mal, uno relativamente nuevo (la droga, que parece ser más
exógena) y otro más antiguo y arraigado en la región (las “demás” minorías étnicas
amenazadoras) estuviesen siendo procesados en una representación sincrética del mal.
Por consiguiente, hasta cierto punto la represión de las actividades relacionadas con la droga está
reproduciendo actualmente algunos de los rasgos del apartheid y, si se confirmase esa tendencia,
las drogas podrían convertirse en breve en un sustituto de la discriminación étnica (una forma de
perpetuar los prejuicios ahora que el racismo manifiesto es políticamente incorrecto). Esta
situación, especialmente en Sudáfrica, recuerda la de los Estados Unidos, donde la inmensa
mayoría de los encarcelados por delitos relacionados con la droga proceden de las comunidades
negra y latina, las más pobres del país.
Trueque: la droga como “moneda”
Uno de los elementos característicos del tráfico de drogas en el África Meridional es el trueque,
un método antiquísimo para realizar operaciones comerciales. De hecho, parece que gran parte
del tráfico de drogas que tiene lugar en la región adopta la forma de un intercambio de bienes o
servicios locales por drogas. En una región en la que abundan el comercio ilícito y las tendencias
inflacionistas, pero escasea el dinero en efectivo, donde la única moneda nacional convertible es
el rand sudafricano, sustancias como la marihuana, el Mandrax, la heroína y la cocaína pueden
servir a veces de medio de pago de otros bienes legales o ilegales. Al igual que ocurre, por
ejemplo, en la Amazonia brasileña (Geffray, 1996), el trueque parece ser un factor
macroeconómico importante que explica la difusión de la droga en el África Meridional.
Parece que las drogas ilegales han pasado a formar parte de la gama de productos
comercializados por al menos algunas de las redes que gestionan flujos de gran valor (de bienes
legales o ilegales) dentro y fuera del África Meridional. Las drogas podrían desempeñar
perfectamente la función de “divisa fuerte”, ya que son bastante baratas de producir, alcanzan un
elevado precio de venta, no están sometidas a la inflación (la prohibición mantiene unos precios
mínimos y regula la superproducción), son muy fáciles de transportar por su reducido volumen y
pueden venderse, a cambio de dinero en metálico u otros bienes, en un mercado de consumo
regional cada vez mayor o utilizarse en otras operaciones regionales o internacionales. Las
drogas son productos flexibles de gran valor añadido que se pueden obtener y vender fácilmente en
el mercado mundial si se dispone de los contactos adecuados. Mediante acuerdos de trueque, los
traficantes no sólo venden sus drogas sino que además blanquean dinero. Las drogas ofrecen
ventajas comparativas siempre que los agentes económicos puedan burlar o evitar la represión
policial. Todo lo anterior indica que, para su impunidad, el narcotráfico depende en gran medida del
“capital protector” de quienes lo llevan a cabo.
La droga se ha convertido en parte integrante de una dinámica regional que comprende armas y
bienes robados, especialmente automóviles y ganado. Las drogas se generalizaron en la región en
estrecha relación con actividades esquilmadoras ilegales muy localizadas, cuya realización exige
a menudo el uso de armas.
Así pues, una práctica que apareció por primera vez a finales del decenio de 1980 se ha ido
imponiendo desde mediados de los años 90: el trueque de vehículos o ganado robados por drogas
o armas. Como explica Ellis a propósito de Sudáfrica: “En la región, las milicias armadas y las
bandas de delincuentes intentan controlar una parte del territorio para sacar provecho de él.
Algunas de ellas [...] forjan alianzas con partidos o políticos y con hombres de negocios que
saben cómo importar lo que más necesitan (armas y municiones) y compran lo que ellas tienen
para exportar, especialmente marihuana y automóviles robados” (Bayart y colaboradores, 1997,
pág. 97).
El ganado, un elemento esencial de la cultura basotho, se puede robar en Sudáfrica y cambiar en
Lesotho por matekoane, marihuana producida en el país. A la inversa, las vacas robadas en
Lesotho se venden a cambio de dagga (cannabis en afrikaans) producido en Sudáfrica. En toda la
región las drogas y los diamantes pueden trocarse por casi todo, especialmente otros bienes
robados, como cargamentos de cerveza, magnetoscopios y equipos estéreo.
En una región rural productora de cannabis del sur de Zambia, fuentes locales afirmaron que se
empezó a producir cannabis a gran escala para venderlo en mercados urbanos cuando gente de
las ciudades llegó a la zona a fin de cambiar marihuana producida en la región por productos
básicos, como radios, ropa, bicicletas, etc., que los agricultores necesitaban y no podían
encontrar en las tiendas o eran demasiado caros para ellos.
Si bien las ganancias resultantes de las operaciones de trueque de cannabis pueden ser
considerables ocasionalmente, parece que en la mayoría de los casos no lo son, puesto que en
ellas participan pequeñas redes formadas por gentes de la región que no tienen acceso al mundo
exterior y raras veces tienen relaciones con bancos. No obstante, existe una variante de trueque
que emplea métodos similares y permite blanquear cantidades mucho mayores de dinero
procedente de la droga mediante su introducción en el sistema bancario internacional. En este
caso, con el dinero de la droga se adquieren bienes de elevado valor añadido que, a su vez, se
convierten en moneda. Durante mucho tiempo, esos bienes (oro, diamantes, metales no ferrosos
y a veces cultivos comerciales, como café y té) han sido objeto de operaciones de gran valor
añadido y sus redes, que funcionan a la perfección, suelen estar protegidas por intereses estatales,
personajes influyentes e intereses sitos en otros continentes, como Europa y América. Por dar un
ejemplo, varios países africanos exportan diamantes aunque no los producen. En otros, existen
diferencias entre el número de quilates que afirman exportar y los que se registran realmente
como importados en el mercado de diamantes de Amberes. La comunidad internacional parece
aceptar esta situación como algo normal. Ahora bien, en el África Meridional, los traficantes de
drogas compran diamantes en el mercado negro y luego los venden a comerciantes autorizados
que generalmente adquieren piedras de productores y mineros autónomos. Ambas prácticas
recurren al trueque, aunque a niveles totalmente distintos, y presentan una infinidad de variantes
en las que un bien de elevado valor añadido desempeña el papel de moneda cada vez que forma
parte de una red o una empresa que disfruta de una protección relativamente satisfactoria de los
órganos de policía y judiciales.
La cannabis producida en la región se utiliza principalmente para intercambios intrarregionales y
operaciones de blanqueo de dinero de poca envergadura, y, en cambio, la cocaína, la heroína y el
Mandrax se emplean cada vez más en sistemas de blanqueo de dinero a gran escala o como
medio de pago de productos del África Meridional, por ejemplo, oro, diamantes, marfil, cuernos
de rinoceronte e incluso tabaco y té. El mapa de las actividades de tráfico que el OGD ha trazado
a partir de informaciones obtenidas sobre el terreno muestra claramente que las redes de
narcotráfico han seguido los pasos de canales anteriores.
El mundo de la droga en el África Meridional se puede dividir en tres grandes “zonas de
influencia” de trueque de drogas por productos regionales: la “costa oriental”, que se caracteriza
por el predominio de los acuerdos de trueque de Mandrax o heroína por oro (Mauricio,
Mozambique y Tanzania); la “costa occidental”, que es la zona en que se intercambia cocaína
por diamantes (Angola, Botswana, Namibia y Zimbabwe); y los “países mixtos” (Lesotho,
Malawi, Sudáfrica, Swazilandia y Zambia) que, debido a varios factores, como su situación
geográfica, los recursos con que cuentan, la infraestructura que poseen y la posibilidad de que
sus redes de tráfico tengan acceso a drogas “asiáticas” y “atlánticas”, exportan oro y diamantes a
cambio de cocaína y heroína y/o Mandrax.
En la costa oriental del África Meridional, los contactos del tráfico de heroína parecen fusionarse
con las redes de contrabando de oro y metacualona que unen a África con el Asia Sudoriental a
través de la Península Arábiga. Actualmente, desde Zanzíbar hasta Durban, están sacando
partido del África de los establecimientos comerciales y los puertos del Océano Índico los
traficantes de drogas, que recurren a los “servicios” existentes en el África Meridional y
aprovechan su “puertos francos”, desde los que se han exportado productos de la región costera
oriental y su interior desde que los árabes abrieron establecimientos comerciales en las islas de
Zanzíbar y Pemba (que en la actualidad forman parte de Tanzania) alrededor del siglo XII. A raíz
de ello, en nuestros días Tanzania, Mozambique, Mauricio y, al parecer en menor medida,
Sudáfrica son países de tránsito del hachís y la heroína procedentes del subcontinente indio. Al
mismo tiempo, en los tres primeros países la heroína se ha convertido en la droga más consumida
ilícitamente, dado que su precio de venta al por menor es bajísimo, comparable al aplicado en el
Pakistán y la India.
En cambio, las actividades de tráfico de cocaína parecen estar más vinculadas a las rutas, redes y
estructuras de tráfico que tienen su origen en América (en particular, el Brasil) y Europa. Así
pues, Angola, Namibia y Sudáfrica participan al parecer en el tráfico internacional de cocaína del
mismo modo que en el de diamantes, armas, cuernos de rinoceronte y marfil y, en consecuencia,
los precios de la cocaína al por mayor y al detalle son muy inferiores a los de la costa oriental y
se asemejan a los que están en vigor en algunos países del África Occidental como Ghana,
Nigeria y Senegal.
Conclusiones
Habida cuenta de los elementos examinados, la irrupción repentina del fenómeno de la droga en
el África Meridional no es tan paradójica como podría parecer a primera vista. Las drogas se
integran con gran facilidad en algunas de las representaciones y los canales comerciales
preexistentes que configuran las sociedades del África Meridional. En este artículo se indica que
las drogas contribuyen más a perpetuar que a perturbar las estructuraciones sociales y económicas
importantes existentes dentro la región y entre ésta y el resto del mundo. No obstante, debido a las
limitaciones de los datos empíricos, habrá de tenerse en cuenta que esta conclusión es muy
provisional y deberá confirmarse mediante más investigaciones.
Tal vez la única conclusión general que cabe extraer de este estudio es que gran parte del debate
sobre la droga como “amenaza mundial” pasa por alto la cuestión esencial, aunque sencilla, de que,
pese a la mundialización, las sociedades no son idénticas en todo el mundo. El fenómeno de la
droga es un magnífico ejemplo de la tensión entre lo planetario y lo local que caracteriza la fase
actual de la mundialización. Sería más adecuado calificarlo de fenómeno “glocal” (ya que su
reproducción en el ámbito mundial depende en cada momento de entornos locales sumamente
idiosincrásicos y muy históricos). En cambio, su alcance mundial produce consecuencias
diferenciadas desde el punto de vista geográfico y social. Entre otras cosas, estos entornos locales
históricos y las maneras en que establecen una interacción con los entornos mundiales parecen
explicar la formación y la distribución del “capital protector” que proporciona la impunidad
necesaria para realizar la mayoría de la actividades relacionadas con la droga.
Además, es posible que la “glocalidad” actual de las drogas se deba en gran parte a la prohibición
represiva. De hecho, aunque en nuestros días la prohibición de las drogas se pueda considerar
realmente mundial, dado que en la legislación de la inmensa mayoría de los Estados se da un mismo
modelo de prohibición, en la práctica no se aplica del mismo modo en todas partes.
Traducido del inglés
Notas
*
1.
2.
3.
4.
5.
El autor desea dar las gracias a Paul Gootenberg por sus útiles comentarios sobre un
borrador anterior.
Los términos “África Meridional” o “la región” designan a los siguientes 12 países, que a
mediados de 1997 eran miembros de la Comunidad para el Desarrollo del África
Meridional (SADC): Angola, Botswana, Lesotho, Malawi, Mauricio, Mozambique,
Namibia, Sudáfrica, Swazilandia, Tanzania, Zambia y Zimbabwe.
También pasan por la región cargamentos de muchas toneladas de hachís procedente de
Asia y de marihuana de América Latina.
Estas cifras proceden de varios informes de INTERPOL y la Organización Mundial de
Aduanas.
A este respecto, véanse los conceptos de “ambiente y entorno” elaborados por el psiquiatra
estadounidense Zinberg (1984). La obra de Gootenberg (1999) puede considerarse una
aplicación reciente del concepto de Zinberg a una historia de los aspectos sociales de la
cocaína.
La mayoría de los datos empíricos de este artículo proceden de un estudio titulado “The
Drug Situation in Southern Africa”, elaborado por el Observatorio Geopolítico de Drogas
(OGD), una organización no gubernamental sin fines de lucro con sede en París, para la
Comisión Europea. Su autor fue uno de los cuatro especialistas que llevó a cabo una
investigación sobre el terreno durante 45 días en el verano de 1997. Aunque se trata de un
periodo demasiado breve para registrar y analizar minuciosamente el hermético fenómeno
de la droga en una región tan extensa, el estudio del OGD fue el primero y el último, hasta
la fecha, de ese tipo realizado en el África Meridional. En marzo de 2000, el OGD quebró y
cesó sus actividades.
6. El OGD se refiere a un informe del PNUFID titulado Afghanistan, Annual Opium Poppy
Survey 1999.
7. Estas amplias categorías étnicas están constituidas a su vez por distintos grupos culturales
(bóers, portugueses y británicos; xhosas, sothos y zulúes; indios y malayos, etc.),
estratificados de acuerdo con criterios socioeconómicos.
8. Mauricio también puede incluirse entre esos países, aunque el problema no se plantea en
este país con la misma intensidad.
Referencias
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The Weekly Mail and Guardian, 18 de abril.
BAYART, J.F.; HIBOU, B., y ELLIS, S., 1997. La criminalisation de l’État en Afrique. París:
Complexe.
MINISTERIOS DE SERVICIOS PENITENCIARIOS, DEFENSA, INFORMACIÓN, JUSTICIA,
SEGURIDAD Y ASISTENCIA PÚBLICA DE SUDÁFRICA, 1996. National Crime Prevention
Strategy. Pretoria.
GEFFRAY, C., 1996. Situation du commerce illégal de la cocaïne dans le Mato Grosso: circulation
de cocaïne et troc des richesses volées à la frontière bolivienne. Rapport d’activité Nº 2.
Mimeografiado.
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Yale University Press.
Nota biográfica
El presente artículo tiene como referencia un estudio efectuado por un equipo chino
coordinado por el Dr. Deng Zhenlai, fundador de la publicación Chinese Social
Sciences Quarterly, ex director del Instituto de Ciencias Sociales de China y
traductor de las obras de von Hayek al chino. Correo electrónico:
[email protected].
Tráfico y consumo de estupefacientes en China: análisis de dos escenarios
Deng Zhenlai et al.
El problema que plantean los estupefacientes en China ha adoptado diversas formas a lo largo
del tiempo. Hace apenas medio siglo, China registraba el mayor índice mundial de consumo de
drogas y el número más elevado de toxicómanos. Después de la instauración de la República
Popular, China adoptó una política de vigilancia casi militar, que logró erradicar en gran medida
el problema. Más recientemente, China se ha abierto al mundo exterior y procedido a una
profunda reforma del sistema, medidas que han dado lugar a un desarrollo económico y una
mejora del nivel de vida espectaculares. Pero al mismo tiempo, China ha pasado de ser una
sociedad donde prácticamente no existía el problema de las drogas a convertirse en una zona de
tránsito para los traficantes, luego en un mercado importante de estupefacientes y por último en
uno de los centros mundiales más importantes de producción.
En el presente artículo se examinan los resultados de un estudio realizado, en un plano nacional,
a partir de la documentación ya existente, y en un plano local, a partir de estudios in situ en dos
ciudades de la provincia de Guangdong: Guangzhou y Shenzhen. Se analizan los aspectos
geográficos, económicos y sociológicos del fenómeno.
Perspectiva geográfica
Desde una perspectiva geográfica, la China continental se sitúa en un entorno peligroso.
En primer lugar, se encuentra en las proximidades de dos de las zonas de producción de
estupefacientes más extensas del mundo: la del “Triángulo de Oro” y la de la “Media Luna de
Oro”. Ambas zonas tienen comunicación terrestre con China, y la segunda es fronteriza. La
superficie que separa la China continental de los centros de producción de droga es montañosa,
con unas condiciones de transporte bastante azarosas y una población muy escasa, lo que facilita
las actividades de los narcotraficantes. Al mismo tiempo, las minorías étnicas del sudoeste de
China comparten el mismo idioma y las mismas costumbres y a veces tienen lazos de parentesco
con grupos étnicos que viven del otro lado de la frontera. En una palabra, la geografía tanto física
como humana hacen a la China continental vulnerable a la penetración de la droga.
En segundo lugar, desde los años noventa, los Gobiernos de Tailandia y Birmania han intentado
controlar a los narcotraficantes, con frecuentes conflictos armados en la zona de la Media Luna
de Oro. Esta situación coincidió con la adopción por China de una política de reforma y apertura
al mundo exterior, y una flexibilización del control casi militar de las fronteras que había
mantenido en las décadas anteriores. Con el fin de desarrollar la economía de las zonas
fronterizas, los gobiernos locales adoptaron políticas de fomento del comercio transfronterizo.
Según documentos internos del Ministerio de Seguridad Pública, las autoridades
gubernamentales subestimaron la repercusión que tendrían estos cambios políticos en el
narcotráfico, que registró un aumento vertiginoso.
En tercer lugar, debido a la particular situación geográfica de Hong Kong y Macao y a su
estatuto de puertos francos internacionales, estas ciudades han sido durante muchos años centros
de recepción y despacho a los mercados internacionales de drogas procedentes de la zona del
Triángulo de Oro. Con el creciente desarrollo económico, se han convertido también en centros
de consumo. A partir de la década de los 90, cuando se cerraron los canales tradicionales de
exportación del Triángulo de Oro y los traficantes de la Media Luna de Oro iniciaron la
búsqueda de otras vías de circulación de la droga, Fujian y más particularmente Guangdong se
convirtieron en el blanco de grupos extranjeros dedicados a la producción y el tráfico de
estupefacientes.
El precio de la droga varía enormemente de una zona a otra. Según determinadas estadísticas, un
kilogramo de heroína vale entre 10.000 y 20.000 RMB en la zona del Triángulo de Oro. En
Guangzhou, en cambio, su valor es de 100.000 RMB, mientras que en Hong Kong se puede
vender por 200.000 RMB. Ante la posibilidad de ganancias tan enormes, los contrabandistas
llegan a arriesgar la vida en sus operaciones.
Los estudios empíricos indican que el radio geográfico y el volumen del narcotráfico en China
eran más bien limitados a principios de los años ochenta y que se expandieron posteriormente.
Según las estimaciones más prudentes, la cantidad de droga introducida ilegalmente en China en
1991 sumó unos 7.000 kilogramos, dos veces más que en 1990. En 1992, llegó a 10.000
kilogramos.
Según informes de las Aduanas de China, el 50% de la droga incautada provenía del Triángulo
de Oro, y el 45% de la zona de la Media Luna de Oro. Por otra parte, el número de vías de
penetración de los estupefacientes en el país aumentó de manera espectacular, afectando a
Guangxi, Sichuan, Xijiang, Tíbet y otras provincias y regiones étnicas autónomas, donde los
casos de narcotráfico se multiplicaron rápidamente. En el primer semestre de 1997, las
autoridades aduaneras registraron 56 delitos graves de narcotráfico, e incautaron 220 kilogramos
de diversos tipos de droga, incluidos 117 kilogramos de heroína, 34 kilogramos de opio, y 5
gramos de otras sustancias. Esta cifra superó la de casos registrados en todos los años anteriores1.
Se deduce de ello que ya en 1997 los grupos de narcotraficantes de las zonas del Triángulo de
Oro y de la Media Luna de Oro habían logrado abrir un canal de acceso al sur de China.
Perspectiva económica
Las enormes posibilidades de lucro son el mayor aliciente del narcotráfico. Desde un punto de
vista puramente económico, la decisión de algunas personas de cometer actos delictivos puede
interpretarse como una opción racional para lograr unos beneficios individuales máximos, tan
condicionada por factores racionales como cualquier otra decisión. Desde tal punto de vista “una
teoría creíble del acto delictivo consistiría sólo en una extensión de la teoría de elección racional,
aplicada frecuentemente en economía. No es necesario recurrir a argumentos de corrupción
moral, desajustes psicológicos, disposiciones inherentes y otros factores para explicar estos
actos”2.
Pese al carácter radical de este postulado, no deja de resultar útil para ciertos fines. Es preciso
comprender de qué manera calcula el individuo sus propias ganancias y pérdidas, cómo calcula
el gobierno las suyas y las de la sociedad, y cómo influyen las políticas gubernamentales en los
cálculos individuales en una sociedad en transición como la China, donde la economía se
desarrolla rápidamente y donde aumenta la disparidad económica entre las diferentes regiones.
Si el acto delictivo es el resultado de una elección racional, el cálculo del “máximo beneficio”
debe incluir unas consideraciones básicas de la rentabilidad. Después de todo la mayoría de los
delincuentes que se dedican al narcotráfico, particularmente en operaciones en gran escala, son
conscientes de los riesgos que corren. En este tipo de delito, los actos impulsivos no son la
norma.
De hecho, prácticamente todos los narcotraficantes con quienes logramos establecer contacto
mencionaron que el objetivo de sus actos era obtener grandes ganancias. Dentro de este contexto,
sin embargo, hay muchas variantes. Quienes vienen de zonas económicamente poco
desarrolladas declaran que necesitan el dinero para sacar a su familia de la pobreza, mantener a
sus padres ancianos, ofrecer educación a sus hijos y hermanos, emprender una actividad
comercial legal o cubrir los gastos de construcción de una casa, una boda o un nacimiento. Las
explicaciones de quienes vienen de zonas económicamente más desarrolladas son más variadas e
incluyen: llevar una vida regalada, mantener una o varias amantes, pagar la compañía de
mujeres, el juego y el reembolso de deudas.
En ambos casos, el acto delictivo responde muchas veces a una psicología particular. Al
responder a nuestra encuesta, todos declararon que su intención original era obtener grandes
ganancias en el menor tiempo posible, para luego abandonar el tráfico y dedicarse a un negocio
legal o simplemente disfrutar de la vida familiar. Pero, desde luego, la mayoría de nuestros
interlocutores eran delincuentes encarcelados, por lo que sus declaraciones podían deberse a la
situación en que se encontraban. Según datos obtenidos de otras fuentes, sin embargo, es poco
común el caso de delincuentes que se planteen dedicarse al narcotráfico toda su vida.
Los estudios revelan además que el contexto legal y político también influye, ya que repercute en
las ganancias que se espera obtener del narcotráfico. Los narcotraficantes procuran calcular las
probabilidades de ser detenidos cuando infringen la ley y las condenas a las que se exponen.
Aunque se apliquen en toda la China continental las mismas leyes y penas al narcotráfico, la
extensión de su territorio, las diferencias de formación entre las autoridades gubernamentales y
los representantes de la ley y el carácter específico de la situación de cada región producen
disparidades en su aplicación. En las zonas que tienen unos índices de criminalidad relacionada
con la droga más altos, tales como Guangdong, Yunnan y Xiangjiang, hemos observado una
atmósfera política relativamente indulgente. En Yunnan, por ejemplo, los agentes de la seguridad
pública nos confesaron en privado que las penas allí eran mucho menos severas que las aplicadas
en sitios como Beijing. La tenencia ilegal de drogas, que sería castigada con una pena de cinco
años de prisión en Beijing, podía ser objeto en Yunnan de simples medidas de reeducación;
ciertas actividades punibles con la pena de muerte en Beijing se sancionarían en Yunnan con
cinco años de cárcel.
Internos se reúnen para sus ejercicios matinales en el Centro municipal de rehabilitación de Pekín, 14 de
mayo 1997. Los 140 internos, de los cuales solo seis eran voluntarios, debían pagar 6,000 yan (720 dólares)
cada uno por un tratamiento de tres meses
Goh Chai Hin/AFP
Según las autoridades del Gobierno de Yunnan, estas disparidades se explican por dos razones.
En primer lugar, existe en China una actitud tradicional frente a la ley según la cual ésta no se
aplica a las masas. Cuando son muchos los individuos involucrados en determinada actividad
delictiva en una zona concreta, y aunque el tribunal decida aplicar una pena, el castigo tenderá a
ser menos severo que en zonas donde el delito es poco frecuente. En segundo lugar, tanto
Yunnan como Xinjiang son zonas alejadas donde residen muchas minorías. Debido a las
tensiones étnicas históricas y a otras más recientes que surgieron en los primeros años del
régimen comunista, los gobiernos regionales tienden a adoptar una actitud bastante pasiva con
respecto a los delitos ligados a la droga para evitar el desencadenamiento de conflictos.
Hay diferencias radicales en las reacciones de los gobiernos locales ante el narcotráfico,
relacionadas por una parte con una larga tradición de economía centralizada, y por otra con los
criterios de promoción de las autoridades locales, muy influidos hoy en día por el desarrollo de la
economía local. Por otro lado, los costos que genera el control del narcotráfico corren por cuenta
de los gobiernos locales, mientras que los beneficios se reparten más. Los gobiernos locales
deben mantener su legitimidad ante la población local, sin perder de vista, al mismo tiempo, la
determinación del gobierno central de castigar a los funcionarios desobedientes.
En nuestro estudio, encontramos que los gobiernos locales resuelven esta disyuntiva de dos
maneras. Una consiste en reducir los costos que supone el control adoptando una actitud pasiva
frente a la prohibición y erradicación del narcotráfico. La otra es intentar reducir el consumo de
droga con medidas sociales y económicas.
En el primer caso, el gobierno central se ve obligado muchas veces a intervenir directamente, ya
sea aportando fondos o bien mediante el envío de representantes para ocupar cargos clave como
el de director provincial de seguridad pública en las zonas problemáticas. Pero se trata de una
respuesta poco eficaz y de alcance limitado. Sería más rentable que el gobierno central lograra
que las autoridades y los representantes de la ley llegaran al consenso, a escala nacional, de que
los delitos relacionados con la droga representan una amenaza para la supervivencia del país.
En el segundo caso, el procedimiento más común consiste en crear centros de desintoxicación. A
partir de 1990, los gobiernos locales han instalado una serie de centros de este tipo. Sin embargo,
no son completamente gratuitos. Las tarifas varían, y un mismo centro puede cobrar unos
honorarios diferentes según la situación económica del toxicómano. Nuestros estudios indican
que la tarifa para quienes reciben, voluntaria u obligatoriamente, 3 a 6 meses de tratamiento,
oscila en general entre 50.000 y 70.000 RMB, un monto que equivale a los ingresos de un
empleado en una empresa estatal durante un período de 5 a 7 años, y al costo efectivo del
consumo de droga durante 3 a 4 años. Hay quienes se ven obligados a reanudar sus actividades
de narcotráfico tras un período de desintoxicación para poder saldar la deuda contraída.
Observaciones desde una perspectiva sociológica
China es un país que está sufriendo una transformación radical, lo que repercute profundamente
en los delitos relacionados con la droga. Este hecho confirma las tendencias generales
observadas en distintas facetas de la realidad china y estudiadas en otros proyectos de
investigación3.
En nuestra opinión, la transformación de una sociedad autoritaria en una sociedad plural, que es
la consecuencia natural de las reformas que vienen produciéndose en China desde 1978 seguirá
provocando una erosión del poder nacional centralizado y una aparición progresiva de centros
alternativos de poder. Las autoridades nacionales están perdiendo poder rápidamente en algunos
sectores, mientras que la constitución de otros focos de poder es lenta e incompleta. Al mismo
tiempo, la entera sociedad está experimentando una serie de sacudidas violentas ocasionadas por
la reforma del mercado y por el acelerado crecimiento económico.
Los efectos de este proceso en los actos delictivos vinculados a la droga quedan de manifiesto a
través de las características específicas de las personas que se vuelven toxicómanas y cometen
este tipo de delitos. Según nuestros estudios, los sectores más afectados son las poblaciones
migratorias, los agricultores y pescadores, las mujeres y los jóvenes.
El concepto de población migratoria es una categoría especial que utilizan con frecuencia los
organismos oficiales chinos en sus estadísticas. En su sentido más amplio, la categoría abarca a
los habitantes que han abandonado la zona donde están registrados para buscar trabajo y
vivienda en otro sitio. Tanto las autoridades como los pobladores de los lugares donde se instalan
los consideran forasteros. Antes del período de reforma, estas poblaciones migratorias eran poco
numerosas debido a las estrictas restricciones impuestas a los desplazamientos. Pero la situación
ha cambiado mucho y grandes masas de individuos se están desplazando hacia las ciudades y
zonas más ricas en busca de empleo en el sector industrial y terciario. Los desplazamientos
suelen producirse desde las regiones más pobres, y los habitantes que se desplazan ocupan
empleos que los locales no quieren aceptar debido a las malas condiciones de trabajo, los salarios
bajos o el prestigio social. Estos empleos incluyen el reciclaje de basura, el cuidado de niños, el
trabajo manual en obras de construcción, el trabajo de portero, la costura, el trabajo en
restaurantes, las cadenas de montaje y todo tipo de trabajos no cualificados. No todos logran
encontrar empleo. Los términos “población migratoria” designan a toda esta categoría de
personas. Incluso los integrantes de la población migratoria que encuentran empleos mejores,
como los de oficinista u obrero cualificado, no pueden integrarse en la sociedad local dominante.
Esta situación expone a la población migratoria, particularmente los hombres jóvenes y más
emprendedores, a la tentación de la delincuencia y la toxicomanía.
Según los datos disponibles, una proporción importante de los delincuentes de las grandes
ciudades forma parte de la población migratoria: 46% en Beijing, 70-80% en Shanghai, 50% en
Guangzhou y 97% en Shenzhen4.
Un porcentaje elevado de los toxicómanos son mujeres. Según nuestros estudios, la mayoría de
las toxicómanas forman parte también de la población migratoria. La discriminación sexual las
vuelve más vulnerables a la drogadicción. Cuando buscan empleo, suelen ser objeto de acoso o
violencia sexual. La droga se convierte entonces en una manera de calmar las tensiones
psicológicas. Una vez adictas, la prostitución resulta la manera más sencilla de costearse los
gastos de la toxicomanía. En ciudades con una gran densidad de población y alto desarrollo
económico, como Guangzhou y Shenzhen y las zonas periféricas, la industria del sexo se
concentra en sitios como salas de baile y de karaoke, hoteles, restaurantes, salones de masaje,
peluquerías y cines. Las mujeres que se prostituyen contraen frecuentemente enfermedades
venéreas.
Según nuestros estudios, muchas toxicómanas proceden de ciudades pequeñas y medianas,
mientras que las mujeres narcotraficantes proceden sobre todo de zonas rurales pobres. Creemos
que esta tendencia responde a razones psicológicas. Las mujeres que proceden de ciudades
pequeñas y medianas corren el riesgo de perder su nivel de vida anterior, mientras que las que
proceden de zonas pobres están acostumbradas a unas malas condiciones de vida, pero están
motivadas por un fuerte deseo de enriquecerse.
El caso de los agricultores y pescadores es muy diferente. En Guangzhou y Shenzhen, a raíz del
acelerado desarrollo industrial y económico, se está dejando de utilizar la tierra con fines
agrícolas para explotarla con fines industriales y residenciales. En las zonas económicas
especiales como Guangzhou y Shenzhen, los antiguos agricultores y pescadores recibieron
sumas considerables por la venta de grandes parcelas de tierra, playas o puertos. Parte de este
dinero se gastó en bienes de consumo, pero la mayor parte se invirtió mayoritariamente en tres
sectores: la construcción de viviendas de alquiler para la población migratoria obrera, la creación
de empresas pequeñas, y la compra de barcos de pesca para el mercado urbano y para el
contrabando. Los empleos de oficina estaban por lo general fuera de su alcance debido a su bajo
nivel de educación. De ahí que muchos agricultores y pescadores iniciaran una vida de ocio,
dedicándose al juego y a buscar nuevos estímulos para pasar el tiempo. Algunos de los más
emprendedores se convirtieron en narcotraficantes, otros en adictos; hubo quienes se volvieron
ambas cosas. Es probable que en los documentos oficiales se haya subestimado su número.
La toxicomanía entre los jóvenes (menores de 18 años en las estadísticas oficiales chinas)
constituye otro problema de peso, vinculado con las dos categorías antes indicadas. Habría en
principio dos categorías. La primera estaría formada por los hijos de los agricultores, pescadores
u otras personas enriquecidas, que se convierten en consumidores. La segunda estaría constituida
por los jóvenes que después de trasladarse a la ciudad no logran encontrar un trabajo regular. Los
narcotraficantes aprovechan el hecho de que, por lo general, los delincuentes menores no están
castigados severamente por la ley y de que la policía se muestra indulgente con ellos. Aunque se
trata de un fenómeno mundial, resulta particularmente agudo en China, y sobre todo en la
provincia de Guangdong.
El problema de la droga en Guangdong es propio de una sociedad en transición. Pero somos
poco optimistas en cuanto a su evolución futura, que sigue empeorando. China está destinada a
experimentar, en su totalidad, un desarrollo económico similar al de Guangdong, y es muy
probable que el problema de la droga siga el mismo curso. Tanto el gobierno central como los
gobiernos locales son conscientes del problema, pero las medidas adoptadas para combatirlo son
insuficientes.
Hemos de señalar que no se ha podido llevar a cabo una investigación más minuciosa y en mayor
escala debido a la pobreza de las condiciones de trabajo y los materiales disponibles, razón por la
cual nuestras conclusiones tienen un carácter provisional. A partir de los estudios básicos ya
realizados, consideramos necesario efectuar ahora un análisis comparativo. Sería útil estudiar la
provincia fronteriza de Yunnan, que padece un problema grave de narcotráfico y tiene una
economía poco desarrollada, la provincia interior de Shanxi, igualmente atrasada y con un
problema de drogas agudo, y la ciudad de Beijing, cuya economía está relativamente
desarrollada y donde el Gobierno está más atento a los problemas de la droga.
Traducido del inglés
Notas
El nuevo Código Penal y los delitos relacionados con la droga, edición a cargo de Jiang
Zhujun. Editorial Xi’yuan, 1998, págs. 26-27.
2 Kali Beiker, Análisis económico del comportamiento humano. Editorial Shanghai
Sanlian, 1995, pág. 56.
3 Deng Zhenglai, Estado y sociedad: un estudio de la sociedad civil en China. Chengdu:
editorial popular Sichuan, 1997.
4 Cao Feng, La quinta pleamar: problemas penales en la China contemporánea, Beijing:
editorial China Hoy, 1997, pág. 91.
1
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menores, 1996, pág. 4.
Nota biográfica
Christian Geffray es antropólogo, director de investigaciones en el
Institut de Recherche pour le Développement y miembro del Centre
d’Études Africaines de l’École des Hautes Études en París. Estudia,
desde 1995, las repercusiones sociales, económicas y políticas del tráfico
de cocaína en la Amazonia brasileña y participa, desde 1997, en la
coordinación
científica
del
proyecto
MOST-UNESCO
“Transformaciones económicas y sociales relacionadas con el tráfico
internacional de drogas”. Falleció repentinamente el 9 de marzo de
2001.
Introducción: Tráfico de drogas y Estado
Christian Geffray
Ya se sabe cuál es el papel que desempeñan hoy en día el Brasil, México e incluso China,
mencionados en las siguientes contribuciones, en el flujo internacional de la droga (cocaína en
Brasil y México, heroína en China) así como -en el caso de México- en la producción de
cannabis. Se trata de países muy extensos, económicamente diversificados, y a diferencia de
países productores como Perú, Bolivia, Colombia, Pakistán, Afganistán o Birmania, el comercio
de la droga ocupa una posición macroeconómica relativamente marginal. Sin embargo, los
efectos de estas actividades ilegales en el ámbito de la política no son proporcionales a su
incidencia en el de la economía nacional, y pueden llegar a ser comparativamente mucho más
notables en el primer caso. Algunos procesos han mostrado hasta qué punto están
comprometidas algunas autoridades de alto nivel de la administración de estos países en el
tráfico de drogas y se ha hablado mucho de ellos en la prensa internacional durante los últimos
diez años; se encontrarán referencias a algunos de ellos en el artículo de Luis Astorga sobre
México, en el de Guilhem Fabre sobre China o en el que he dedicado yo mismo al Brasil. ¿Pero,
qué representan exactamente estos episodios espectaculares en lo tocante a la situación de las
administraciones e instancias electivas, ejecutivas y judiciales de los Estados afectados? Más allá
de los escándalos que, como tales, pueden afectar a todo Estado en cualquier momento de su
historia, los autores han intentado en estos artículos comprender la naturaleza de las relaciones
existentes entre las instituciones estatales y el narcotráfico, o más generalmente, como en el caso
de China, con las actividades criminales, puesto que el tráfico de drogas no es más que una de las
múltiples facetas de éstas.
La gravedad de los casos de esta índole en gran número de países, y en todos los continentes, ha
llevado a algunos investigadores o comentaristas a hablar de un proceso de “criminalización del
Estado” en curso, expresión elíptica y sugestiva que designa el carácter ilegal de las actividades
de determinados representantes del Estado, actividades que pueden cobrar en efecto un cariz
inquietante al volverse sistemáticas. En todo caso, y sea cual fuere la índole de las relaciones
entre los criminales y los representantes del Estado, entre los que están fuera de la ley y los que
la representan, estos vínculos entrañan siempre una forma de corrupción, y es precisamente
sobre este género de delincuencia estatal -la corrupción- sobre lo que deseamos llamar la
atención en este número. Los textos presentados muestran que la forma de corrupción que
impera en un país depende estrechamente de la naturaleza del Estado, y de la relación de fuerzas
existente entre las instituciones estatales y las redes de traficantes. Desde este punto de vista, la
situación mexicana, con una administración que ha permanecido durante largo tiempo bajo la
tutela de facto de un partido único, puede resultar más semejante a la situación china que a la del
Brasil o de Colombia, por ejemplo.
Los traficantes autónomos
Recordemos, aun cuando la cosa pueda parecer evidente, que el problema que se plantea a todos
los traficantes es el de escapar a la justicia ocultándose o, cuando la importancia o naturaleza de
sus actividades son tales que el secreto ya no es posible, ganándose la voluntad de los
representantes del Estado encargados de hacer aplicar la ley. Pueden ponerse entonces en
práctica diversos procedimientos de neutralización de la ley, cuyo resultado es que determinados
funcionarios renuncian a actuar contra los traficantes en el desempeño de sus funciones, pero sin
dejar de ocupar sus cargos, ya que su dimisión de nada serviría. Es precisamente esta abstención
de los funcionarios sin que abandonen su puesto lo que se pretende obtener con la transacción
corruptora; entraña una traición de los ideales del Estado al cual los funcionarios corruptos se
habían en principio comprometido a servir y confiere de inmediato a estas prácticas una
dimensión moral que no podemos ignorar en nuestro análisis si queremos comprenderlas y
evaluar sus efectos. Por lo demás, los criminales tienen ante la institución estatal en su conjunto
la misma actitud que con respecto a cada uno de los funcionarios a los que corrompen
individualmente: es decir, procuran que el Estado renuncie a luchar contra ellos sin dejar de
ejercer sus demás funciones (la política propiamente dicha no les interesa mucho).
El procedimiento normal, cuando los traficantes quieren corromper a alguien, consiste en invitar
a los representantes del Estado a que traicionen sus compromisos prometiéndoles un bien, un
servicio o riquezas especialmente deseables y providenciales, antes de recurrir de ser menester a
la amenaza de una terrible desgracia, que puede ser la muerte del funcionario o de su familia.
Durante nuestras investigaciones, todos hemos encontrado a policías, magistrados o periodistas
víctimas de estas tentativas de neutralización, y hemos tenido acceso a documentos parecidos al
que reproducimos a continuación1) :
“¡Querido colega! Henrique. Fiel. Esperábamos que respetarías nuestros acuerdos. ¡Tú
sabes de qué se trata! ¿No? Bien sabes Henrique, lo que se te olvidó hacer. Nosotros no
olvidamos. Tú habías prometido informarnos de todas las investigaciones sobre nosotros.
Por suerte para nosotros tú tienes un precio -muy bajo-, tú no vales ni un paquete de
cigarrillos. ¿Te acuerdas que nos has ayudado en ciertas situaciones difíciles, en las que
nosotros hemos ganado millones y tú apenas una miseria? Henrique es tan tonto que ni se
había dado cuenta de que era un instrumento. Se ha vendido por: paquetes de cigarrillos unas cervecitas - whisky y algunos litros de gasolina. Para nosotros, no eres nada [...]
porque gracias a ti la vida de tus colegas pende de un hilo. Todo esto va a costarte muy
caro, tus días están contados porque no has respetado los acuerdos”.
Sabido es que, tanto en el Brasil como en la mayoría de los países relacionados con el tráfico de
drogas, el poder financiero de los traficantes es grande, y los ingresos de los funcionarios son
mediocres. Es pues fácil entender la capacidad de seducción corruptora que pueden desplegar los
delincuentes en todos los niveles de la jerarquía administrativa, antes de recurrir a la amenaza de
muerte, así como la fragilidad de los sectores estatales así amenazados. Los recursos financieros
de los traficantes les permiten también intervenir en la fase inicial de formación de los
organigramas estatales en numerosos países de América Latina, así como en la India, Tailandia,
etc., mediante contribuciones al financiamiento de las campañas electorales. Logran ganarse así
el silencio y los favores de ciertos representantes elegidos, e incluso pueden lograr que éstos
ignoren, con la mayor buena fe, el origen criminal de los fondos que los comprometen, si actúan
con suficiente discreción... Y cuando por fin disponen de una clientela suficientemente poderosa,
algunos traficantes no se limitan a ganarse la voluntad de los representantes elegidos, sino que
pueden proponerse conquistar cargos electivos en el Estado para ocuparlos ellos mismos. Esta
última operación difiere de los procedimientos corrientes de neutralización del Estado
(corrupción, financiamiento de campañas electorales) ya que los criminales se convierten
entonces, en persona y con cargo, en los servidores del Estado cuya ley violan, disponiendo de
autoridad legal en determinados sectores de la administración. Es éste uno de los aspectos
inquietantes de la criminalización contemporánea de las actividades de los representantes del
Estado, y es sabido que es algo que ha ocurrido en Colombia, por ejemplo, desde los años 70.
Uno de los artículos (ver C. Geffray, infra) se refiere al caso menos conocido del Estado
federado de Rondônia, en el Brasil, donde se ha visto a traficantes que se hicieron elegir alcaldes,
diputados del Estado, diputados federales o senadores, y uno de ellos hubiera llegado a ser
gobernador del Estado en 1990 de no haber sido asesinado unos días antes de la segunda vuelta
de las elecciones.
Los traficantes bajo tutela
Pero existen otras modalidades de “criminalización del Estado”: lo que ocurre en Colombia o, en
un grado mucho menor, en el Brasil, en la India o en Tailandia, etc., donde la iniciativa de la
corrupción viene del exterior del Estado, difiere de lo que pasa, en función del mismo tráfico de
drogas, en México o en China, por ejemplo. Desde hace muchos años, Luis Astorga se ocupa
precisamente de corregir una imagen difundida por la prensa, la opinión y las personalidades
públicas mexicanas, según la cual el tráfico se ha desarrollado de modo independiente del Estado
y lo ha corrompido progresivamente desde el exterior. “La creación de un partido de Estado en
1929, el monopolio del poder político, y el control militar del territorio nacional, hicieron
prácticamente imposible el desarrollo autónomo de grupos importantes de traficantes de drogas
ilícitas. Por más espontáneo que haya sido el surgimiento de alguno de ellos, en un momento
determinado se encontraban con una estructura de poder mucho más fuerte que los obligaba a
ceder una parte importante de sus ganancias.” (Véase, infra, el artículo de L. Astorga). Dicho sea
de otro modo, durante decenas de años ha habido representantes del Estado mexicano lo
suficientemente poderosos y seguros de sí mismos como para dirigirse a los traficantes y
ponerles a salvo de la justicia si éstos consentían en otorgarles una parte de sus beneficios
ilegales.
Alba Zaluar (véase infra) muestra cómo comportamientos de extorsión pública a la mexicana
pueden encontrarse sin embargo en el Brasil en el plano de la venta al por menor, ya que en Río
de Janeiro, por ejemplo, los policías extorsionan a los consumidores, especialmente a “los más
pobres, que carecen de los medios para “cerrar un trato” (barganha). De ahí que los
consumidores prefieran hacerse cómplices de la extorsión y sostengan que es mejor pagar (dar
uma grana), que exponerse a las consecuencias judiciales. Hay quienes desconfían de los
policías, a quienes califican de “bandidos uniformados”, arriesgándose así a los abusos de la
fuerza. Ponen de relieve la figura del policía “matón” (quebrador) que detiene, golpea y, llegado
el caso, mata”. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en México, estas prácticas no parecen
referirse a los traficantes al por mayor intermediarios (durante nuestras investigaciones en el
Brasil, descubrimos un caso: el de un oficial de la Policía Militar del Mato Grosso que exigía
200.000 dólares para no poner trabas a una importante entrega de cocaína, pero éste no pudo
lograr sus propósitos ya que fue ametrallado en compañía de su familia por los traficantes en
Rondônopolis, en septiembre de 1995).
En México, pues, al contrario de lo que ocurre en el Brasil, son los funcionarios o los
representantes elegidos del “partido del Estado” (de facto, partido único) quienes durante mucho
tiempo tomaron la iniciativa de la transacción corruptora e impusieron, en cierto modo, el precio
de su propia renuncia a actuar, en el desempeño de sus funciones, contra los delincuentes
mexicanos. Sólo durante el último decenio, con el fin del monopolio político del Partido
Revolucionario Institucional sobre el gobierno de los Estados federados (y a nivel federal desde
julio del año 2000), lograron los grupos de traficantes conquistar su autonomía con respecto al
Estado, que representan ahora los miembros del partido de oposición. En los Estados federados
en los que esta mutación política e institucional ha tenido consecuencias, el fenómeno parece
haber coincidido con un rápido aumento de las prácticas de regulación violenta del mercado
ilegal y de sus relaciones con el Estado (asesinatos, ajustes de cuentas, intimidaciones, ejecución
de amenazas comparables, por ejemplo, a lo que ha ocurrido durante mucho tiempo en Colombia
a nivel nacional). Fácil es ver la diferencia entre el Estado fuerte mexicano y la situación
“democrática” colombiana o brasileña, en la que los traficantes han disfrutado siempre de una
amplia autonomía con respecto a un Estado que trataban de corromper desde el exterior, y cómo
esta diferencia heredada de la Historia pudiera desaparecer en el futuro como resultado de la
democratización del espacio político mexicano. La diferencia proviene no tanto de la intensidad
del tráfico, de la amplitud de la población traficante o del volumen de las riquezas ilegales en
circulación dentro de la economía nacional (netamente más importante en Colombia o en México
que en el Brasil), como de la configuración de la relación de fuerzas histórica entre las
instituciones estatales y los traficantes.
Hay que añadir, a este respecto, que así como el Partido Revolucionario Institucional ha
dominado de facto el destino del Estado mexicano durante más de 70 años, en China también
existe una administración poderosa y perennizada bajo la tutela de un partido único que ha
ejercido su soberanía sobre el Estado de jure desde 1949 hasta nuestros días. Asimismo, al igual
que en México, la liberalización y la descentralización reciente de la economía china parecen
haber favorecido la formación de redes internas dentro del aparato del Estado que abusan de su
poder para controlar y extraer beneficios de los ingresos de actividades criminales. Verdad es
que la administración comunista china ha desempeñado desde 1949 funciones públicas muy
distintas de las de su homólogo nacionalista mexicano, y Guilhem Fabre (véase infra) muestra
cómo “en su nuevo papel empresarial, las autoridades locales, las autoridades centrales que
poseen algún monopolio, o incluso determinadas instituciones centrales como el ejército, la
policía armada, la seguridad pública y el sistema judicial, tienden a maximizar los beneficios de
las actividades económicas sujetas a su tutela limitando todas las formas de competencia”. No
obstante, al igual que en México, la puesta en marcha de esta política favorece a la formación de
redes administrativas coercitivas (fiscales, aduaneras, policiales, militares etc.) que se dedican a
aprovechar sus prerrogativas públicas para obtener beneficios, de modo que “esas redes
funcionan simultáneamente como agentes reguladores, vigías y cazadores de rentas, y su
dominio se extiende también al ámbito de la economía ilícita y criminal”. La gravedad de los
hechos ha acabado por provocar una viva reacción del poder central y durante el verano de 1998
se prohibieron “todas las actividades económicas de las fuerzas armadas, la policía armada y del
sistema judicial”. El arresto y la condena del Viceministro de la Seguridad Pública encargado de
la seguridad de las fronteras ha mostrado también cómo algunas de las más altas autoridades del
Estado estaban comprometidas en actividades criminales. Verdad es que el tráfico de drogas no
constituye más que una de las múltiples facetas de la economía ilegal china, junto al juego, la
prostitución, el tráfico de mano de obra, el contrabando y la imitación fraudulenta, cuyo
desarrollo global, en sus relaciones con la descentralización y la liberalización de la economía,
estudia el autor más adelante2).
Dos procedimientos de corrupción y de criminalización
La relación de fuerzas entre el Estado y los que se hallan al margen de la ley en la transacción
corruptora difiere, pues, de un país al otro. En el Brasil, parece favorecer a los traficantes
corruptores de los representantes de un Estado poco poderoso, mientras que en México o en
China, llevan más bien la ventaja los representantes corruptos de Estados netamente más
peligrosos para los delincuentes. En ambos casos, el que domina en la relación de fuerzas es el
que impone el precio de la neutralización de la ley. Se observa entonces cómo el movimiento de
criminalización de la actividad de los representantes del Estado sigue dos trayectorias opuestas:
en el Brasil, los traficantes están en condiciones de apoyarse sobre su poder financiero y su
audiencia social para apoderarse legalmente de cargos dentro del Estado (como ha ocurrido en
Colombia, en Tailandia o en la India); por el contrario, en México o en China son más bien los
funcionarios o los representantes elegidos quienes abusan de su autoridad legal para poner bajo
tutela las actividades criminales, con el fin de compartir los beneficios con los malhechores, o
para intervenir en ella directamente y con menos riesgos, bajo la cobertura de su función (es lo
que ocurrió no hace mucho tiempo, en las más altas esferas, bajo los gobiernos militares de
Bolivia, de Pakistán o de Perú, etc.).
Por lo demás, nada tiene de sorprendente el fenómeno, ya que en última instancia es la autoridad
misma del Estado lo que los corruptos negocian y comercializan en la transacción corruptora, y
esta autoridad es incontestablemente más temible en China o en México (o bajo cualquier
régimen dictatorial) que en el Brasil, en Tailandia o en Colombia. Lo que ocurre en China, donde
los delincuentes, cuenta Guilhem Fabre, se procuran uniformes de policías (en venta libre) para
poder abusar de la función policial, no es cosa corriente en el Brasil, ya que la usurpación del
mismo cargo no ofrece las mismas ventajas... Nada tiene tampoco de asombroso el que las
instituciones más expuestas a la corrupción sean, en todas las situaciones estudiadas, las
administraciones en quienes recae en principio la misión de hacer respetar la ley y que disponen
de los medios para hacerlo: la policía, la justicia y eventualmente el ejército. Por ejemplo, la
articulación corruptora entre el gran tráfico y el Estado mexicano parece haber estado localizada
durante mucho tiempo en el nivel de la Dirección Federal de la Seguridad (DFS) y de la
Procuradoría General de la República (PGR), que Luis Astorga presenta como los lugares
estratégicos de la “mediación” entre el poder político y los traficantes entre 1947 y 1985.
Evidentemente, los miembros de estas administraciones clave mexicanas estaban mejor situados
para imponer a los traficantes el precio de sus renuncias que un rector universitario o un director
de hospital... En la otra situación, los policías y los magistrados del Brasil, Colombia o la India
constituyen igualmente el primer objetivo de los traficantes corruptores (los rectores les dejan
indiferentes)... Desde este punto de vista, se comprende que a una parte de la opinión pública
mexicana o brasileña le repugne la idea de confiar a sus ejércitos nacionales, conocidos por su
integridad, la misión de luchar contra el tráfico, ya que teme que se exponga así a estas
instituciones a la seducción subversiva de las riquezas de los traficantes que deberían combatir.
Ex-presidente de Filipinas, Joseph Estrada inspecciona detenidamente una carga record de "hielo"
(metamfetamina hidroclorida) el 6 de noviembre 1999.
AFP
Conclusión: el problema del clientelismo
De los estudios que se publican a continuación se desprende pues que convendría distinguir entre
dos formas de corrupción que corresponden, esquemáticamente, a dos trayectorias opuestas de
“criminalización del Estado”, según la fuerza de la autoridad que los funcionarios o los
representantes electos se abstienen de ejercer -renuncia que constituye el objeto mismo de la
transacción corruptora. Con independencia de esta oposición, por fuerza simplificadora, puede
verse que existe un punto común en todos estos estudios, en lo que concierne a la legitimidad
política de los Estados afectados por el tráfico de drogas. En efecto, el dinero de la droga no va
simplemente a engrosar los fondos privados de los individuos (en tal caso, el problema de la
relación entre los que actúan al margen de la ley y el Estado se reduciría a una simple cuestión
policial), sino que su puesta en circulación modifica también la percepción pública de la
autoridad legítima en la vida social de las poblaciones interesadas.
El dinero de la droga enriquece a los traficantes y a ciertos representantes del Estado mexicano,
pero puede servir igualmente para sacar de apuros a la tesorería del gobernador de un Estado
federado mexicano y contribuir así a consolidar la legitimidad legal de la que dispone este
hombre público en dicho Estado, y favorecer su reelección. El dinero de la droga enriquece a los
traficantes brasileños, pero puede igualmente beneficiar a los pequeños productores de café a
quienes los traficantes compran las cosechas muy por encima de los precios del mercado: el
dinero no es simplemente blanqueado, sino que puede conferir al criminal una legitimidad
suficiente, aunque fuera de la ley, como para permitirle ganar las elecciones federales, que
consagran su legitimidad clientelista a través del reconocimiento suplementario de la ley,
poniendo al mismo tiempo bajo su tutela personal a las administraciones encargadas, en
principio, de reprimir sus propias actividades. El dinero de la droga dedicado a la corrupción de
los funcionarios les puede ser otorgado sin que éstos vean en la transacción un procedimiento
deshonesto de compra de su renuncia, de tal modo que lo interpreten más bien como un favor,
lográndose así su conversión al ideal clientelista encarnado por el traficante a quien deben el
favor: como si las promesas del que quebranta la ley resultaran más convincentes, y su autoridad
finalmente más legítima, que las del Estado al que en principio deben servir. Por último, las
riquezas ilegales pueden permitir a ciertos miembros de la administración china preservar la
legitimidad de su jerarquía interna, así como la legitimidad de la subordinación de las
poblaciones a su autoridad burocrática.
Los efectos sociales de la puesta en circulación del dinero de la droga y, en términos más
generales, de las rentas de origen criminal, no son pues simplemente económicos. Son
eminentemente políticos, en la medida en que la devolución o la inversión de estas riquezas
alimentan una forma de legitimidad específica, cuyo principio es totalmente independiente tanto
del derecho como de toda disposición institucional: la legitimidad clientelista, capaz de
confirmar, subvertir o provocar la desintegración de toda institución (y que como tal sigue
constituyendo un desafío para las ciencias sociales). En todas partes, la puesta en circulación de
la riqueza ilegal es susceptible de crear o sustentar polos de legitimidad “a-legales”, indiferentes
al orden legal, sea cual fuere la orientación de éste (democracia o partido único). En todos los
casos, estas legitimidades clientelistas afectan la legitimidad del Estado que subvierten. El
debilitamiento, cuando no la desintegración del prestigio del Estado, puede coincidir con el
fortalecimiento de estas polaridades clientelistas subterráneas, indiferentes tanto al interés como
a la legalidad públicas, y que están únicamente guiadas por interés privado de los traficantes, por
sus estrategias de neutralización y de instrumentalización de las instituciones legales. Hay que
observar al respecto que el triunfo actual de la ideología del librecambio y la correspondiente
descalificación de la imagen del Estado (única institución histórica capacitada para promover en
principio el bien público frente a la expresión de los intereses privados) no contribuyen a frenar
el apetito y las ambiciones de los traficantes.
Traducido del francés
Notas
1)
Este mensaje fue dirigido por los traficantes a un agente de la Policía Civil llamado
Henrique y se encontró en 1991 dentro de una gaveta del comisariado de Cacoal, durante
una pesquisa realizada por la Policía Federal (Dossier Abdiel Rabelo, 1991, archivos de la
Superintendencia Regional de la Policía Federal, Porto Velho, Rondônia). A continuación
se reproduce en su tipografía original, con las faltas de ortografía:
CARO COLEGA! Henrique/FIEL/ESPERAVAMOS QUE VOCE FOSSE AO NOSSOS
TRATOS. Sabe o que é! Não? sabe sim henrrique, você é que esqueceu. Nós não. Você
prometeu nos informar sobre qualquer investigação ao nosso repeito. a nossa maior sorte é
que você tem um preço =MUITO BAIXO= não chega a valer uma bagana de
2)
cigarro./Lembra quando você nos ajudou a sair de alguma situação dificeis? Onde
ganhamos milhões e você CENTAVOS? Henrrique é tão otário que nem percebeu que
estava sendo USADO. Se vendeu pour: maços de cigarro - cervejinhas - uísque et litrinhos
de gazolina./Tu és vagabundo para NÓS, [...] porque coloca a vida dos seus colegas por um
fio de cabelo/TUDO ISSO VAI CUSTAR MUITO CARO PARA VOCÊ OS SEUS DIAS
ESTÃO CONTADOS PORQUE NÃO CUMPRIU O TRATO (VIDA JAZ)”.
El autor analiza la situación específica del tráfico de drogas en la economía ilegal global
china en Les prospérités du crime (Capítulo 2), Editions de Aube, 1999, publicado con el
apoyo del programa UNESCO-MOST.
Nota biográfica
Luis Astorga. Sociólogo. Investigador del Instituto de Investigaciones
Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIS-UNAM).
Desde 1989 realiza investigaciones de sociología histórica y sociología
de la cultura relacionadas con el tráfico de drogas en México. En
prensa: “Organized Crime and the Organization of Crime”, en John
Bailey y Roy Godson (coordinadores), Organized Crime and Democratic
Governability: Mexico and the U.S-Mexican Borderlands, University of
Pittsburgh Press; y Editorial Grijalbo en español. E-mail:
[email protected]
Límites de la política antidrogas en México
Luis Astorga
Introducción
La intervención del estado mexicano en la lucha antidrogas ha pasado por varias etapas
caracterizadas principalmente por acciones en los campos jurídico y policiaco, conforme al
modelo de inspiración estadounidense instituido desde principios del siglo XX. Décadas de
acciones represivas y de adopción de leyes que han ampliado los ámbitos criminalizables
relacionados con el tráfico de drogas no han disminuido sensiblemente la producción, el tráfico,
y el uso de éstas, ni el surgimiento de nuevos traficantes.
El presente trabajo tiene como objetivo mostrar algunos de los límites que presenta dicho
modelo, en el cual se ha incluido una mayor participación de los militares en los últimos años,
cuando se ignora la historia particular de la relación entre tráfico de drogas y poder político en un
régimen de partido de estado. También, los límites de la autonomía del presidente electo el 2 de
julio de 2000 y de su equipo de gobierno, quienes no pertenecen al partido surgido de la
revolución mexicana, para definir el contenido y la orientación de la política antidrogas.
Tráfico de drogas y poder político
En 1914, Estados Unidos prohibe el opio. Las investigaciones realizadas por funcionarios
aduanales estadounidenses en 1916 mencionaban que la persona que controlaba el tráfico de opio
en Baja California era el propio gobernador, coronel Esteban Cantú (1916-1920), quien cobraba
una cierta cantidad por permitir el tráfico, además de otra suma mensual. Lo que decomisaba a
quienes no se atenían a las reglas, lo vendía con la intermediación de su cuñado y los hermanos
de éste1. En sentido estricto, Cantú no violaba ninguna ley mexicana al principio de la
prohibición en 1914, aunque el presidente Carranza prohibió el comercio del opio, y el propio
Cantú emitió una orden en el mismo sentido en 1917, la cual violaba frecuentemente. El
gobernador aprovechaba su posición de poder para realizar un negocio que le permitía, entre
otras cosas, pagar sueldos a sus tropas, comprar armas y sufragar los gastos de su gobierno. En
otras palabras, la prohibición había convertido el tráfico de opio en un negocio lo
suficientemente rentable como para que el propio gobernador decidiera controlarlo
personalmente.
La manera en que surgió el tráfico de drogas ilícitas en México, es decir como una actividad
económica posteriormente criminalizada y subordinada al poder político determinó también su
desarrollo, la impunidad de los protectores, o por lo menos de los mejor ubicados en la jerarquía
de poder, y las características de la violencia generada en ese campo. La creación de un partido
de estado en 1929, el monopolio del poder político, y el control militar del territorio nacional,
hicieron prácticamente imposible el desarrollo autónomo de grupos importantes de traficantes de
drogas ilícitas. Por más espontáneo que haya sido el surgimiento de alguno de ellos, en un
momento determinado se encontraban con una estructura de poder mucho más fuerte que los
obligaba a ceder una parte importante de sus ganancias.
Hay varias etapas en la relación entre poder político hegemónico y el campo del tráfico de
drogas en México que permiten observar cambios en los mecanismos de control, intermediación
y contención puestos en práctica a través del tiempo2. La primera etapa abarca desde la época de
las prohibiciones en los años diez y veinte (el cultivo y comercio de mariguana es prohibido en
1920, y el de la adormidera en 1926) hasta los inicios de la posguerra en 1947. Aunque los datos
disponibles y la documentación explorada hasta hoy no permiten un juicio acabado, es posible
observar la frecuencia de menciones a gobernadores de estados norteños en archivos
estadounidenses y mexicanos, y en notas periodísticas, donde es señalada su vinculación directa
con el tráfico de drogas ilícitas. Según sus inclinaciones éticas particulares, algunos
gobernadores habrían tenido injerencia en el negocio prohibido porque lo concebían como uno
más de los negocios posibles desde sus posiciones de poder. Las sanciones sólo podrían haber
provenido de conflictos de intereses dentro de la misma clase política dirigente. En pocas
ocasiones se hicieron del conocimiento público. Al existir una vigilancia personal de la principal
autoridad política estatal, los niveles de violencia se mantuvieron relativamente bajos.
La segunda etapa inicia en 1947, cuando el Departamento de Salubridad deja de estar a cargo de
la política antidrogas en el país y se le otorgan facultades a la Procuraduría General de la
República (PGR) para llevar a cabo esa tarea. Al mismo tiempo, se crea la Dirección Federal de
Seguridad (DFS), policía política del presidente Miguel Alemán y contraparte de la CIA para
vigilar a los grupos opositores, particularmente a los de orientación "comunista". La DFS
también tenía facultades para intervenir en la política antidrogas. El gobierno estadounidense, a
través del consejero militar de su embajada en México, se encargó de señalar el vínculo de los
fundadores de la DFS con el tráfico de drogas. Uno de ellos, el coronel Carlos Serrano, era
senador por el D.F. y muy cercano al propio presidente. En la balanza estadounidense la lucha
anticomunista pesó más que las preocupaciones por la moralidad de los funcionarios policiacos.
Con la creación de la DFS, se instituyó una mediación estructural entre la clase política
gobernante y los traficantes de drogas. Su labor sería doble: por un lado, aseguraba el cobro de
parte de las ganancias a cambio de protección; por el otro, servía de mecanismo de contención
de la violencia y de las eventuales tentaciones políticas de los traficantes. Durante varias décadas
los niveles de violencia se mantuvieron en una escala socialmente tolerable mientras sólo
alcanzaba a grupos antagónicos claramente identificados y ocurría en espacios definidos.
En las décadas de los sesenta y setenta confluyeron varios factores externos e internos que
empezaron a modificar sensiblemente la estructura del mercado internacional de las drogas y la
correlación de fuerzas entre los principales agentes sociales relacionados con el negocio y con su
combate legal. La mariguana tuvo un éxito formidable entre los consumidores estadounidenses,
quienes crearon una demanda creciente y permanente de esa planta. En los setenta y más
claramente desde los ochenta hasta la fecha la cocaína se agregó a las preferencias del mercado
de las drogas más insaciable de la historia. El gobierno estadounidense consideró que era
necesaria una "guerra" contra las drogas e intensificó la política prohibicionista que había venido
defendiendo desde principios de siglo, con un énfasis particular en los países productores y de
tránsito de drogas. Las presiones políticas sobre estos países se agudizaron y en lo inmediato
fueron empujados hacia una cooperación antidrogas más estrecha con los E.U., y hacia la
utilización cada vez mayor del ejército y de defoliantes químicos. La estrategia diplomática,
policiaca y militar de los E.U. provocó en un principio fuertes tensiones con el gobierno
mexicano y después dio lugar a una dependencia absoluta conocida en el lenguaje eufemístico de
la diplomacia como cooperación bilateral.
A mediados de los setenta se pone en marcha la "Operación Cóndor" en los principales estados
cultivadores de plantas ilícitas en el noroeste de México (Sinaloa, Chihuahua y Durango). En
Sinaloa y en el país dominaba la organización de traficantes que podía considerarse como la
"madre de todas las bandas" sinaloenses posteriores: la comandada por Miguel Angel Félix
Gallardo - quien había sido guardaespaldas de la familia del exgobernador de Sinaloa, Leopoldo
Sánchez Celis, y su protegido político -, la cual empezaba ya a traficar con cocaína proveniente
de Colombia. Los más perjudicados con esa operación militar no fueron las principales cabezas
del negocio, sino una gran cantidad de campesinos que fueron torturados, enviados a prisión o
desplazados de sus comunidades de origen. Además, la matriz original del negocio se trasladó a
Jalisco donde se subdividió posteriormente en otras sucursales tanto o más poderosas. No se
golpeó a los traficantes fuertes, sólo se les desplazó territorialmente hacia un centro industrial,
comercial y financiero mucho más importante que el de su lugar de origen. En otras palabras, el
cambio de morada les proporcionó una plataforma superior para la internacionalización de su
negocio.
Una versión de las autoridades antidrogas de Estados Unidos afirmaba que algunos comandantes
de la DFS habrían ayudado a reorganizar y asegurar la protección de las nuevas estructuras, las
cuales podrían haber seguido funcionando con éxito y sin mayores problemas de no haber
sucedido el hecho que terminó con el silencio cómplice de varias décadas del gobierno
estadounidense, a saber, el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena a manos de
traficantes y policías en 1985. Fue el principio del fin de la DFS, y por lo tanto de la mediación
estructural entre la élite política dirigente y el tráfico de drogas, de la tapadera y muro de
contención que había operado eficazmente durante cerca de cuatro décadas.
Si bien es cierto que los traficantes incrementaron el uso de la violencia en Sinaloa y Jalisco,
también es cierto que los altos niveles de la policía, el ejército y la política no fueron atacados.
Los traficantes no estaban poniendo en práctica una estrategia de destrucción del estado. El
problema era la crisis de los mecanismos de mediación y control, de instituciones a las que se les
habían otorgado poderes extraordinarios frecuentemente al margen de la ley para contener a las
fuerzas políticas opositoras y a los grupos criminales, a cambio de una libertad discrecional para
aprovechar los botines de guerra y los negocios turbios, y del respeto a los códigos de silencio
que aseguraban la reproducción del engranaje de la corrupción institucional. La DFS fue
desmantelada por el presidente De la Madrid. Se amputó un brazo, pero quedaron otros
miembros como la PJF, otra pieza clave de las estructuras de mediación, con una larga
experiencia en la organización del crimen, y cuya reputación no era mejor que la de la DFS. El
asunto Camarena fue el detonante, y las detenciones y asesinatos de comandantes policiacos se
multiplicaron desde entonces hasta convertirse hoy en día en parte de la normalidad criminal en
el país. A partir de 1985 empezó la tercera etapa, que abarca hasta nuestros días.
A fines de los ochenta, el PAN gana su primera gubernatura en Baja California, y en el sexenio
del presidente Salinas las áreas de inteligencia del estado se concentran en las oficinas de su
colaborador más cercano, José Córdoba Montoya. Además, surge el caso más claramente sexenal
de ascenso y caída de un grupo de traficantes en Tamaulipas que se coloca por encima del
oligopolio transexenal de traficantes sinaloenses, quienes regresarían posteriormente con mayor
fuerza. El operador clave en la recomposición de los grupos fuertes del tráfico de drogas en el
país, presente en la detención de Félix Gallardo y a cargo de la ejecución de Pablo Acosta en
Ojinaga, amigo y protector de García Abrego, fue el comandante tamaulipeco de la PJF
Guillermo González Calderoni, actualmente en el programa de testigos protegidos del gobierno
estadounidense. Cuando el gobierno mexicano quiso extraditarlo, amenazó con revelar secretos
relacionados con espionaje político a la oposición por órdenes de Raúl Salinas, hermano del
entonces presidente, y recordar otras cosas sensibles. La prensa estadounidense habló de nexos
entre el hermano mayor del presidente y García Abrego. La cuestión era saber si los traficantes
habían logrado un poder tal que hasta se permitían comprar al hermano del presidente, y por lo
tanto se aceptaba la tesis de la "penetración" de los traficantes en la estructura de poder, o si era
más bien que el clan político al que pertenecía Raúl había utilizado a esa y otras organizaciones
de traficantes para diversos fines, económicos y extraeconómicos, y por consiguiente se optaba
por la tesis de la subordinación de los traficantes al poder político, a pesar del mayor grado de
autonomía relativa que habían alcanzado por las disputas mortales en el seno de la propia élite
política gobernante.
No es fortuito que el incremento en los niveles de violencia relacionados con el tráfico de drogas
en los años noventa se haya observado en un primer momento en algunos estados donde la
oposición política se convirtió en gobierno, coincidentemente estados productores de plantas
ilegales, de tráfico y tránsito de drogas, así como de lavado de dinero, y mercados potenciales
para el consumo. Ejemplos: Baja California, Chihuahua, Jalisco, Nuevo León, y el D.F. El
mecanismo de intermediación y control puesto en práctica desde la posguerra suponía la
articulación dependiente de las policías locales respecto de las federales, con gobiernos estatales
y federal de un mismo partido. El desmantelamiento y debilitamiento de las corporaciones
mediadoras por presiones internacionales y su descomposición interna, y las pugnas dentro de la
élite política, disminuyeron pero no anularon la capacidad de influencia del gobierno federal para
contener el uso de la violencia en otras partes del territorio donde las autoridades locales trataban
de lidiar con los vicios de las corporaciones policiacas heredadas y transformarlas. El incremento
de la violencia en estados gobernados por la oposición fue capitalizado políticamente por el
partido de estado (Partido Revolucionario Institucional-PRI), como si el fenómeno tuviera más
que ver con la incapacidad política de la oposición que con los efectos en cascada que se dieron a
raíz del sacudimiento de las estructuras de poder que habían funcionado durante largo tiempo.
Por esta misma razón, los traficantes tuvieron mayor libertad de acción en el nivel local, pues un
gobernador de la oposición no tenía la misma fuerza ni era apoyado de la misma forma por la
federación que uno del mismo partido del presidente.
Lo que hoy aparece como novedad en los medios de comunicación es un fenómeno que a
principios del siglo era más fácilmente perceptible. Es decir, la relación entre poder político y
tráfico de drogas. Incluso hoy en día, la información y percepción sobre esta relación en zonas de
cultivo, tránsito, tráfico y consumo es diferente a la que se tiene en lugares más grandes o donde
el fenómeno es menos agudo. A lo largo del siglo, la creación de las mediaciones institucionales
contribuyó a ocultar la relación entre esos dos campos y a desviar la atención hacia las
corporaciones mediadoras. Para la élite política gobernante habría sido impensable darle
autonomía absoluta a dichas corporaciones en cualquier negocio rentable, y mucho menos
permitir que bandas de rancheros semianalfabetos concentraran las ganancias en su propio
beneficio sin dar nada a cambio. Hay que insistir sobre el control político, policiaco y militar del
país, sobre las características del estado mexicano posrevolucionario con dominio del Ejecutivo
sobre los demás poderes y la creación de un partido de estado, y sobre la investigación histórica
que documenta los casos de involucramiento en negocios prohibidos de miembros prominentes
de ese mismo partido, para entender que lo que se observa hoy en día es la estructura misma del
edificio, la cual quedó al descubierto gracias a los sacudimientos violentos, a la manera de un
sismo, que destruyeron los recubrimientos que la ocultaron durante tanto tiempo, pero que ya
estaba allí desde el principio.
El presidente ha perdido poder, el partido de estado también. El legislativo ha ganado autonomía,
no así el poder judicial. La oposición política ha ganado terreno, también las organizaciones
sociales independientes. Las corporaciones policiacas parecen irreformables y frecuentemente
actúan contra los ciudadanos en lugar de protegerlos. En los últimos años, la élite política del
partido de estado ha llegado al asesinato entre sus miembros para dirimir sus diferencias. En ese
contexto de transformaciones estructurales y de fin de régimen, la desarticulación del andamiaje
de control político construido después de la revolución ha provocado efectos en cascada en cada
uno de los escalones de la pirámide social. El viejo estado posrevolucionario y sus instituciones
se desmoronan. La subordinación histórica de los traficantes al poder político se ha debilitado,
pero no ha desaparecido. En el río revuelto, han ampliado sus márgenes de autonomía, pues se
han incrementado sus probabilidades de sacudirse la tutela. Esto explicaría por qué es más difícil
que antes el controlar el uso de la violencia entre los traficantes y la violencia que aplican al
resto de la sociedad. Sin historia y sin contexto, la violencia de los traficantes aparece
simplemente como locura personal o de grupo, y en parte lo es, o como la manifestación de la
ley que domina en determinada ciudad o región según la visión preocupada, pero no
necesariamente objetiva, de algunos medios de comunicación. De allí se pasa a atribuirles
poderes sobrenaturales e intenciones políticas. Mientras más impune el personaje o el grupo,
más crece la leyenda acerca de su poderío. Se presupone que es exclusivamente por mérito
propio. No se cuestiona que puede ser por la calidad de la protección recibida, es decir por el
poder político que representa quien lo(s) protege.
Un soldado mejicano amontona ladrillos de cocaína antes de ser quemados en Matamoros, frontera de
Estados Unidos., 29 de abril 1997.
Omar Torres/AFP
Seguridad y Justicia
El 2 de julio de 2000 los electores mexicanos decidieron poner fin mediante el voto al gobierno
del partido de estado más antiguo del planeta. Entre las primeras medidas propuestas por el
nuevo presidente y su equipo de transición en cuestiones de seguridad y justicia fueron
mencionadas las siguientes: no considerar el tráfico de drogas como un asunto de seguridad
nacional, sino pública; retirar al ejército de la lucha antidrogas; desaparecer la PGR y en su lugar
crear la Fiscalía General de la Nación y la Secretaría de Seguridad y Servicios a la Justicia; y
concentrar a las policías e instituciones de inteligencia en esta secretaría y quitarle el control a la
Secretaría de Gobernación de las corporaciones policíacas que dependen de ella3. El proyecto
tendrá que ser sometido al congreso, donde ninguno de los tres principales partidos tiene la
mayoría. Los profesionales de la seguridad nacional en el campo militar y de la burocracia de
expertos más identificados con los aparatos existentes y con el PRI, así como algunos
académicos nacionales y extranjeros, han considerado parcial o totalmente erróneo el
planteamiento del nuevo presidente, otros lo han considerado acertado.
Aunque el proyecto será sometido a la consideración de distintos grupos sociales relacionados
con asuntos de seguridad y justicia antes de enviarlo al congreso, según el equipo de transición,
hay que resaltar, por un lado, la ruptura discursiva con las tesis defendidas por el gobierno de
E.U. - a las que habría que agregar la oposición del nuevo presidente al mecanismo anual de
certificación unilateral - y los tres gobiernos anteriores al del presidente electo Vicente Fox; y,
por el otro, la intención de transformar y reorganizar las instituciones de seguridad, las cuales
han sido históricamente fieles al presidente, al partido de estado, y a sus propios grupos internos
de poder, pero no al país. Han mantenido una posición más partidista y mafiosa que institucional.
El proyecto tendrá seguramente ajustes, pues de entrada hay dos frentes fuertes y difíciles, el
nacional y el internacional, cuyas posiciones darán lugar a tensiones que pueden hacer ceder al
nuevo equipo que gobernará a partir del 1 de diciembre de 2000. Los retos son modificar
cualitativamente las instituciones de seguridad y justicia existentes, asegurar su autonomía
respecto del poder ejecutivo, asegurar la institucionalidad de su personal, evitar las fuerzas
centrífugas y la feudalización del poder, y lograr no sólo que el gobierno de E. U. respete la
soberanía de México para definir su propia visión acerca de la política antidrogas, sino que
apoye al gobierno electo democráticamente cuando grupos internos de la estructura de poder en
declive y desplazados del poder político intenten recuperar sus privilegios por medios ilegales.
Uno de los principales representantes del equipo de transición del presidente electo Vicente Fox
en asuntos de seguridad y justicia es el senador por Chihuahua Francisco Molina, quien fue
procurador de ese estado durante el gobierno de Francisco Barrio (PAN), y titular por menos de
un año del desaparecido Instituto Nacional para el Combate a las Drogas (INCD) en 1996.
Apenas un año antes, el presidente Zedillo había dado el visto bueno para que en ese estado se
iniciara un plan piloto con elementos militares que tomarían el lugar de los civiles en labores
antidrogas. El propio Molina fue sustituido por un general (Jesús Gutiérrez Rebollo, hoy en
prisión, acusado de proteger al traficante Amado Carrillo Fuentes) en la dirección del INCD, y
otros puestos clave de dirección y operativos en las instituciones con actividades antidrogas
también fueron cedidos a los militares. En 1997, el senador Molina declaró que había sido un
error del presidente Zedillo otorgarle un papel "protagónico" al ejército. Habló de los problemas
que había tenido con los militares en su paso por el INCD, particularmente del hermetismo de la
institución, su falta de disponibilidad para compartir información, la petición de los militares
para el control absoluto de la erradicación de cultivos, y del régimen jurídico de excepción de la
institución militar, entre otras cosas. En resumen, dijo: "el Ejército, en una acción de asalto,
acaparó la PGR, el INCD, el CENDRO, 23 de los 35 aeropuertos nacionales y todas las
delegaciones de la PGR en la frontera norte4". Tres años después, el balance del senador acerca
de la intervención del ejército era el siguiente: "Hoy existen unos 150 militares que han
defraudado la confianza de sus superiores al vincularse a organizaciones criminales5".
La posición manifestada por los representantes del equipo de transición del presidente electo,
Vicente Fox, acerca del retiro del ejército de la lucha antidrogas, cambió luego de una reunión
privada con Barry McCaffrey en la sede de la embajada de E.U. en México, en el viaje que el
"zar" antidrogas hizo al país la segunda semana de agosto de 2000 para asistir a una reunión del
Grupo de Contacto de Alto Nivel (GCAN), creado por los gobiernos de ambos países en 1996.
El día anterior, McCaffrey había declarado que los cambios sugeridos por Fox y su equipo en
justicia y seguridad llevarían entre 5 y 15 años para dar resultados concretos, según la
experiencia en E.U. Meses antes, el titular de la Policía Federal Preventiva (PFP), contralmirante
Wilfrido Robledo, había señalado que la presencia de los militares en esa institución no
terminaría en menos de 15 años6. El cambio de posición de los representantes del nuevo
presidente mostró en pocos días el límite de la política antidrogas del gobierno mexicano. El
proceso de militarización en ese terreno y en el de las principales instituciones de seguridad
parece que seguirá independientemente de algunos intentos por disminuir su papel protagónico.
El esquema es similar al que el gobierno de E.U. ha apoyado en otros países de América Latina.
Uno de los escenarios más probables que se presenta para los próximos años es la continuidad
del proceso unilateral de certificación - aunque recientemente un grupo influyente de
legisladores de E.U. ha propuesto para discusión en el Congreso la exclusión de México de la
lista negra, a manera de prueba7-, el impulso al Mecanismo de Evaluación Multilateral (MEM)
en el marco de la OEA, y la intensificación de la militarización de la lucha antidrogas, tres
campos donde la posición y el liderazgo de E.U. difícilmente serán cuestionados en la práctica, si
acaso simbólicamente en el foro del MEM. Si desde hace años la política antidrogas de E.U.
hacia el Hemisferio Occidental se ha inclinado por la militarización (Colombia es el caso
extremo), un escenario con George Bush Jr. y el exsecretario de la defensa Dick Cheney como
presidente y vicepresidente apuntan hacia un mayor impulso a las actividades militares de E.U.,
y por consiguiente a la "guerra" antidrogas. Una victoria de los demócratas parecería, en el mejor
de los casos, mantener la situación actual.
Conclusiones
El campo del tráfico de drogas en México nació subordinado al campo político y esa relación se
reforzó con el surgimiento de la estructura de poder posrevolucionaria. La relación histórica de
ese campo con el poder político hegemónico y las instituciones de seguridad y justicia emanadas
de éste, se ha modificado de manera acelerada en los últimos 15 años, en el sentido de una mayor
autonomía relativa de los traficantes respecto de una estructura de poder que pasó de ser
monopolizada por el partido de estado a una situación de pérdida paulatina de su hegemonía para
convertirse sólo en partido dominante y, recientemente, en partido desplazado de las principales
posiciones de poder. El 2 de julio de 2000, el partido de estado creado en 1929 perdió por
primera vez desde su fundación la presidencia de la república y la mayoría absoluta en el
Congreso. El nuevo escenario político crea las condiciones de posibilidad para transformar
cualitativamente las relaciones de poder anteriores, donde la simbiosis entre la legalidad y la
ilegalidad parecía haber adquirido carta de naturalización.
No es una casualidad que uno de los principales planteamientos del nuevo equipo gobernante,
surgido de la oposición, sea precisamente modificar las instituciones de seguridad y justicia. El
predominio del poder ejecutivo en el régimen de partido de estado evitó por un lado el equilibrio
de poderes, y por el otro articuló toda una gama de intereses de varios tipos en distintos campos
alrededor de él. En ese esquema, las instituciones de seguridad y justicia han jugado un papel de
mediaciones estructurales al servicio del ejecutivo. Cuando no se ha tenido la experiencia de la
alternancia en el poder, y con la historia de corrupción de los aparatos de seguridad, más que el
de las instituciones de justicia, surgen dudas acerca de la institucionalidad de aparatos que han
estado acostumbrados a la fidelidad a quien les asegure impunidad. De ahí la necesidad de
desestructurarlos, desmovilizarlos, reorganizarlos de otra manera para asegurar su participación
responsable, supervisada por el Congreso, en la gobernabilidad.
El equipo de gobierno que asumirá sus funciones plenas hasta diciembre de 2000 se enfrentará
sin duda a fuertes intereses. Algunas de sus primeras propuestas, como la de retirar al ejército de
la lucha antidrogas, fueron modificadas en el discurso a raíz de la oposición de E.U., en voz de
su representante antidrogas Barry Mc Caffrey. La tendencia hacia la militarización de los
aparatos de seguridad en México, al igual que en otros países de América Latina, parece interesar
más al gobierno de E.U. y a la burocracia de los aparatos de seguridad del actual gobierno
mexicano de filiación priísta, al que sólo le quedan unos meses en el poder, que al nuevo
presidente electo y a su equipo. Las tensiones del gobierno entrante con E.U. y con el ejército
mexicano acerca de este punto continuarán seguramente, pues lejos de disminuir el tráfico de
drogas con la intervención de los militares, las fuerzas armadas corren el riesgo de ver
incrementados los niveles de corrupción en sus filas, y en el peor de los casos de ser el espacio
de articulación de fuertes intereses relacionados con el tráfico de drogas, que se desplazarían del
campo de la vieja estructura política hacia las fuerzas armadas y a otros aparatos de seguridad
integrados especialmente por militares.
Notas
1. Véase: Astorga, Luis. En prensa. “Organized Crime and the Organization of Crime”, en John
Bailey y Roy Godson (coordinadores), Organized Crime and Democratic Governability: Mexico
and the U.S-Mexican Borderlands, University of Pittsburgh Press.
2. Véase: Astorga, Luis. 1996. El Siglo de las Drogas. Espasa-Calpe; Astorga, Luis.1999. “Drug
Trafficking in Mexico: a First General Assessment”, Discussion Paper No. 36, MOSTUNESCO.
3. Véase: Jorge Alejandro Medellín, "El narco es sólo un problema policiaco", El Universal, 25
de julio de 2000; Daniel Lizárraga, "Buscan unificar policía y limpiarla de corruptos", Reforma,
25 de julio de 2000; Pablo César Carrillo, "Detallan propuesta foxista en seguridad", Reforma,
31 de julio de 2000; Reuters, "Fox to Pull Mexican Military Out of Drug Fight", 31 de julio de
2000; The Associated Press, " Fox Wants To Overhaul Mexico's Cops", 31 de julio de 2000;
Mayra Nidia Aguirre, "Planea Fox un FBI y desmilitarizar policía", El Universal, 01 de agosto
de 2000; Jesús Aranda, " Fox, por desmilitarizar los cuerpos policiacos, dicen Reyes y Molina ",
La Jornada, 01 de agosto de 2000.
4. Véase: Alejandro Gutiérrez, "Francisco Molina, exdirector del INCD, diagnostica: el Estado
mexicano, contaminado por el narcotráfico; militares corruptos podrían controlar los cárteles",
Proceso, No. 1083, 3 de agosto de 1997.
5. Véase: Ricardo Ravelo, "El narcotráfico, invencible. En la PGR, los enemigos en casa",
Proceso, n° 1228, 14 de mayo de 2000. Sobre el ejército, el general de división retirado, Luis
Garfias Magaña, afiliado al Partido de la Revolución Democrática (PRD), escribe: " ¿Seguirán
las Fuerzas Armadas (tanto Ejército como Fuerza Aérea) desempeñando funciones ajenas a sus
misiones constitucionales en asuntos como el narcotráfico y la seguridad pública? (…) Hoy el
Ejército es una institución desprestigiada. Existe casi una docena de generales en la cárcel por
diversos delitos, especialmente por el narcotráfico, y otros más bajo sospecha pero que nunca
serán castigados, ya que los cubre la impunidad que da el poder" (Luis Garfias Magaña, "¿Qué
pasará con la Secretaría de la Defensa Nacional?", La Jornada, 23 de agosto de 2000).
6. Véase: Hugo Martínez Mcnaught, "Quedará lista la PFP en 15 años.- Robledo", Reforma, 19
de noviembre de 1999.
7. Véase: J.M. Nava, "Estados Unidos suspenderá un año la certificación", Excélsior, 12 de
septiembre de 2000.
Nota biográfica
Alba Zaluar es profesora titular de Antropología en el Instituto de
Medicina Social de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ),
donde actúa como coordinadora del NUPEVI (Núcleo de Investigaciones
sobre la Violencia).
Correo electrónico: [email protected]
Violencia, dinero fácil y justicia en el Brasil: 1980-19951
Alba Zaluar
Introducción
Los efectos de la pobreza y de la urbanización acelerada en el aumento espectacular de la
violencia registrado en los últimos años no se pueden comprender independientemente de un
análisis de los mecanismos institucionales, de las redes y de los movimientos más o menos
organizados de la delincuencia. Ésta concierne a todas las clases sociales, posee una
organización de tipo empresarial y no podría sobrevivir sin la corrupción de los organismos
estatales encargados de combatirla. De no haber corrupción no puede explicarse la facilidad con
la que llegan las armas y las drogas hasta las favelas y los barrios populares de Río de Janeiro, ni
cómo los bienes robados –automóviles, camiones, joyas y electrodomésticos usados en los
intercambios de droga ilegal– acceden tan fácilmente a su destino final, en Paraguay o Bolivia,
pasando por el interior del estado de São Paulo (Geffray, 1996). Además de la corrupción, las
políticas institucionales fundadas en la represión de los sectores pobres de la población no hacen
más que agravar la situación ya de por sí deplorable de éstos. La connivencia o la participación
de la policía y de personalidades políticas importantes en las redes de la delincuencia organizada
constituyen un componente fundamental para comprender el rompecabezas en que se ha
convertido la criminalidad en el Brasil, tras el súbito desarrollo que experimentó a partir de fines
de los años setenta (Zaluar 1985 y 1994; Lins 1997).
En las encuestas realizadas en las favelas de Río de Janeiro se recogieron numerosos testimonios
de corrupción policial. Los habitantes describen el comportamiento de la policía para con los
jóvenes integrantes de bandas de traficantes; incluso los consumidores de drogas en los barrios
de clase media deben negociar con la policía y desenrolar, vale decir, discutir arduamente para
evitar la acusación de flagrante delito y el encarcelamiento; no por ello quedan libres del riesgo
de extorsiones, pesadilla de los consumidores, particularmente los más pobres, que carecen de
los medios para “cerrar un trato” (barganha). De ahí que los consumidores prefieran hacerse
cómplices de la extorsión y sostengan que es mejor pagar (dar uma grana), que exponerse a las
consecuencias judiciales. Hay quienes desconfían de los policías, a quienes califican de
“bandidos uniformados”, arriesgándose así a los abusos de la fuerza. Ponen de relieve la figura
del policía “matón” (quebrador) que detiene, golpea y, llegado el caso, mata. Con todo, esas
mismas personas declaran tenerles más miedo a los traficantes del cerro (morro) que a los
policías, ya que con ellos al menos se puede negociar para que no procedan a la acusación de
flagrante delito y al arresto. La imagen de la policía está pues vinculada a la corrupción, la
extorsión y la violencia, aunque esta última sea mucho menos frecuente en la zona más pudiente
de nuestro estudio (Copacabana) que en los barrios más pobres. Los propios policías afirman que
“a los habitantes de esta zona no se los puede golpear”.
Los habitantes de las favelas presentan cada vez más frecuentemente denuncias de extorsiones y
de violencia policial, que son más numerosas en los barrios pobres. Desde el punto de vista de la
policía que patrulla los cerros, todos los habitantes son sospechosos y traficantes. Por lo general,
los jóvenes, que viven bajo la amenaza constante de la cárcel y de la extorsión, deben comprar su
libertad con sobornos que no suelen exceder de un real. Según los informes, la policía deja en
paz a los jóvenes, que viven en determinadas favelas o que las frecuentan, si operan
públicamente y en la calle. En el interior de las favelas, en cambio, los someten a malos tratos y
amenazan con llevarlos a otros cerros controlados por bandas de traficantes rivales. Exigen a los
jóvenes traficantes intermediarios (repassadores o aviôes) ya claramente identificados el pago de
hasta 15.000 reales para no ser trasladados a otro cerro donde corren el riesgo de ser ejecutados,
un procedimiento conocido como “vender cabeça”.
El papel de la policía, que consiste supuestamente en servir y proteger a los ciudadanos, es a
menudo cuestionado, por cuanto las violaciones de derechos civiles cometidos por la Policía
Militar son frecuentemente peores en las favelas que la tiranía de los traficantes que ejercen un
poder militar frente a esta función pública. En todas las entrevistas se mencionan casos de
intervención agresiva y de abusos de poder: violaciones de domicilio, malos tratos, flagrantes
delitos “orquestados” (con droga introducida por la propia policía), “ventas de cabeza” en los
cerros rivales, e incluso tiroteos en los que resultan heridos o muertos “inocentes” y
“trabajadores”.
Son muchos los habitantes de los barrios pobres que tendrían una historia que contar, pero que
guardan silencio por miedo a las represalias, para proteger su vida o la de los miembros de sus
familias. La frase que mejor sintetiza su situación es: “cuando lleguen los derechos civiles ya
estaremos muertos”. El temor de denunciar ya sea a la policía o a los traficantes, y hasta de
hablar del tema, es omnipresente. Por otra parte, pocas veces se ven o se mencionan las favelas y
los barrios pobres en los medios informativos, a menos que se trate de samba o de trabajos de
urbanización.
La presencia y a veces la interferencia del narcotráfico se observa fácilmente en los bailes funk,
particularmente los llamados bailes “de comunidad”, organizados en una favela con la
autorización de los traficantes que los financian. El empleo del nombre de una asociación de
habitantes locales permite oficializar el encuentro ante la Policía Militar, que concede el permiso.
El equipo de sonorización es contratado en principio por la asociación y los gastos suelen correr
por cuenta del jefe del punto de distribución de la droga (dono da boca de fumo) y, por
extensión, “jefe del cerro” (dono do morro). El clima es menos tenso en la medida en que todos
se reconocen como habitantes del mismo sitio, o de un sitio que está bajo el control de la
organización delictiva (comando) y reúne a varias bandas locales amigas, y es raro que haya
peleas. En cambio, los disc-jockeys son a veces objeto de presiones antagónicas que los ponen en
situaciones difíciles y en las que incluso puede peligrar su vida. La policía, por ejemplo, tiene
por costumbre intervenir durante el baile para exigir dinero al traficante, ordenándole al discjockey que pare la música. Al observar que la música se apaga, el traficante conmina al discjockey a volver a ponerla y, entre las dos órdenes contradictorias e ineludibles, este último sólo
puede esperar que la policía y el traficante se pongan de acuerdo sobre el pago del cohecho.
Durante el baile, la droga circula y se consume libre y abiertamente.
¿Cómo se explica el fracaso de la política represiva en el Brasil? Su origen se encuentra por una
parte en los procedimientos del sistema judicial2 cuyas carencias materiales son notorias: hay un
bajo número de magistrados por habitante o por juicio, y una reducida cantidad de tribunales en
cada ciudad. La ineficacia de los procedimientos contribuye a crear obstáculos que se pueden
salvar sobornando a un funcionario, lo que encarece las decisiones y dificulta el ejercicio de los
derechos constitucionales para los habitantes más pobres. Estos últimos suelen terminar
perdiendo los juicios, y convirtiéndose en las principales víctimas y denigradores más severos
del sistema. La precariedad del funcionamiento judicial da lugar también a reclamaciones
sistemáticas por parte de los abogados y de las partes litigantes, puesto que la prolongación del
proceso puede transformarse en una estrategia de la defensa.
Pero el mayor obstáculo al funcionamiento del aparato judicial es de otra índole. Su acción y la
de los defensores públicos se ven a menudo afectadas por la situación de discriminación en que
se encuentran los inculpados, marcados por su condición social y desprovistos de apoyo familiar,
o por la imprecisión de las leyes que reprimen los delitos vinculados a la droga. La invocación de
cualquiera de los dos artículos pertinentes del Código Penal suele depender, de hecho, de los
criterios adoptados por los representantes judiciales. La inculpación por consumo (Artículo 16) o
por tráfico (Artículo 12) está condicionada por la interpretación de la condición social del
acusado en el momento de su arresto en flagrante delito, o en el transcurso de las etapas
ulteriores del proceso en las que intervienen otros actores: jueces, abogados, fiscales, defensores
públicos. De esta manera, los prejuicios, las verdades tácitas que rigen el comportamiento
habitual en el seno de una comisaría, los conflictos personales y la predisposición moral de los
inculpados aparecen como elementos constitutivos de la actuación judicial y contribuyen a la
reconstrucción de lo que luego se presenta en el sumario como los “hechos”.
La Ley 6368, según la cual son considerados delitos el consumo y el tráfico de drogas, incluidas
la marihuana y la cocaína, ha conferido a la policía un poder considerable. Ella es la encargada
de presentar la prueba más contundente sobre la que reposa el proceso y que lleva a la condena
de los acusados3: la presencia de droga, necesariamente en poder del inculpado en el momento
del arresto en flagrante delito. Es ella la que entabla el proceso: la declaración de flagrante delito
y el registro en el Boletim de Ocorrência (informe de denuncia) conducen a una investigación
policial que podrá dar lugar a una inculpación y, más tarde, a un juicio. En esta etapa inicial del
proceso, la policía examina y organiza la declaración escrita de los hechos que servirán de base
para presentar o no una acusación por consumo o tráfico de drogas. En el Artículo 16, relativo al
consumo, se prescriben sentencias de seis meses a dos años de encarcelamiento (aunque la pena
puede ser conmutada por trabajos en la comunidad). En el Artículo 12, que concierne al tráfico,
se califica a éste de delito “ignominioso” punible con 3 a 15 años de prisión. La policía detiene
muchas veces a los simples usuarios o pequeños vendedores (aviões) para demostrar su eficacia
y borrar cualquier sospecha de corrupción. Pueden ser detenidos como traficantes jóvenes
mulatos, blancos o negros y mujeres de todas las edades por haber transportado algunos gramos
de marihuana o de cocaína, dado que la cantidad de droga no constituye un factor determinante:
hubo un caso donde se había considerado que los 1.860 kilos de estupefacientes encontrados
entraban en la categoría de “tenencia y consumo”, mientras que un par de gramos podían dar
lugar a una inculpación por “tráfico”.
Las entrevistas con policías, jueces o fiscales permite poner de relieve, en este sentido, cuán
naturales parecen las imágenes estereotipadas que se asocian a los traficantes: “se reconoce a un
traficante por la mirada”, o “se sabe inmediatamente quién es y quién no es traficante”. Otros
explican, más racionalmente, que la cantidad no siempre es un indicio significativo, por cuanto la
provisión de droga de un usuario o de un traficante puede ser reciente o estar casi agotada. Otros
elementos cobran entonces más importancia: el descubrimiento de listas de clientes o de armas
de fuego en el domicilio del detenido y, obviamente, las confesiones hechas ante un comisario y
repetidas luego en presencia de un juez4. El juez y los abogados se basan por consiguiente en los
hechos declarados por la policía a comienzos del proceso, a los cuales se añaden durante la
pesquisa el testimonio policial acerca de las circunstancias de la inculpación por flagrante delito,
y más tarde, durante el juicio, el testimonio del propio acusado, presentado frecuentemente como
una confesión de consumo personal de droga. El abogado procura entonces confirmar esta
confesión a través de un examen toxicológico (llevado a cabo en condiciones precarias) que
permite constatar una dependencia adictiva y absolver al acusado.
Los toxicómanos pobres y los pequeños traficantes son sometidos a una estrecha vigilancia, y
son por lo tanto más conocidos por la policía, con lo cual se perpetúa cierta cultura organizativa
en el Brasil; no pueden contar con su capacidad discursiva, ni con las técnicas y artificios de
procedimiento empleados por los mejores abogados, ni con el dinero necesario para “limar las
aristas” del dispositivo judicial. En la mayoría de los casos, la Justicia no hace más que legitimar
un aparato discriminatorio en virtud del cual los traficantes y consumidores más modestos son
condenados a la cárcel, mientras que los grandes traficantes de armas y de estupefacientes suelen
seguir en libertad.
En Campinas, el número de juicios con inculpación por consumo o tráfico aumentó
considerablemente en la década de los ochenta. El número de inculpados fue cuatro veces mayor
en 1991, lo cual da fe no sólo del incremento en el consumo sino también de un mayor
despliegue de actividad policial. Las inculpaciones por consumo siguen siendo más numerosas
que las inculpaciones por tráfico, y los juicios por consumo aumentaron bastante hacia fines de
los años ochenta. En Río de Janeiro, la influencia de las políticas institucionales en cuanto al
registro de datos resulta clara, puesto que el aumento espectacular en el número de juicios por
consumo de drogas ilegales no empezó a comprobarse sino a mediados de los años ochenta,
mientras que el número de juicios relacionados con el tráfico se mantuvo estable a lo largo de la
década. A fines de los ochenta, los hombres inculpados por consumo eran casi dos veces más
numerosos que los inculpados por tráfico, mientras que el número de mujeres inculpadas por
tráfico, mucho menos frecuentes en los tribunales hasta ese entonces, era dos veces mayor que a
principios de la década, con un aumento ligero (25%) de participación relativa a lo largo de la
década. La aparición de las mujeres en el medio narcotraficante se explica a la vez por una
disminución de la rentabilidad de la prostitución como consecuencia del miedo al sida, y por una
nueva táctica adoptada por los traficantes consistente en utilizar a las mujeres, menos
sospechosas, para el transporte de las drogas. En los sumarios estudiados, muchas de estas
mujeres eran madres solteras con hijos nacidos de padres diferentes que vendían drogas “por
necesidad” y no, como según ellas lo hacían los hombres, “por ambición”.
En Campinas, el número de inculpaciones también registró un aumento en el período estudiado.
En 1981, 41% de los inculpados por tráfico y 58% de los inculpados por consumo fueron
condenados a penas de prisión, estos últimos con condenas más leves; en 1991, estas cifras
alcanzaron respectivamente 85% y 62%. En Río de Janeiro, una ciudad más cosmopolita, la
evolución es idéntica: en 1981, fue condenado 46% de los inculpados por tráfico, y 16% de los
inculpados por consumo, mientras que en 1991 estos porcentajes ascendieron respectivamente a
62% y 37%. Las mujeres fueron tratadas generalmente con más clemencia por los tribunales a
causa de sus responsabilidades familiares. Cabe notar por último que 70% de los inculpados
ejercía actividades poco remuneradas (albañiles, obreros no calificados de la construcción civil,
empleados de transportes, chóferes, empleados domésticos, limpiadoras, manicuras, prostitutas),
aunque los jueces, fiscales y defensores interrogados afirman que tanto los consumidores como
los traficantes proceden de todas las clases sociales. El 48% de los inculpados eran negros o
mulatos, mientras que, en el censo de 1991, las personas pertenecientes a esta categoría no
representaban sino 39% de la población de la ciudad, lo que indica la importancia de la
apreciación subjetiva de las diferentes partes durante los procesos. La diferencia se vuelve aún
más significativa con delitos de mayor gravedad: 40% de los inculpados por tráfico eran blancos,
en comparación con 60% de negros y mulatos. Pero no todos los inculpados pobres eran
condenados al cabo del juicio; si trabajaban para un traficante poderoso, sus abogados orientaban
sus testimonios y negociaban con las otras partes participantes en el proceso.
A pesar de estos esfuerzos represivos, se registró en Campinas un aumento espectacular de
crímenes y delitos asociados normalmente al tráfico y al consumo de estupefacientes: los robos
se triplicaron en cuatro años y las agresiones a mano armada se incrementaron en 50%. Los
medios informativos empezaron a presentar la ciudad como un sitio peligroso, un centro urbano
donde, al igual que en las grandes aglomeraciones de Río de Janeiro y de São Paulo, morían
niños y adolescentes. El índice de homicidios creció vertiginosamente a fines de los ochenta y
durante la década de los noventa, alcanzando niveles equivalentes a los de Río de Janeiro, o sea
de unos 60 por 100.000 habitantes. Los esfuerzos represivos se vieron restringidos en Campinas
por la actitud de los inculpados: los consumidores, así como los pequeños vendedores y los
traficantes, se niegan a revelar los nombres de sus proveedores, por temor a las amenazas de
muerte que pesan sobre los delatores. Los pequeños vendedores que forman parte de una banda
organizada pueden beneficiar de los servicios de un abogado pagado por el proveedor de la
droga, a cambio de lo cual sólo dicen lo convenido con el abogado que se ocupa de su caso. Los
vendedores independientes no pueden acceder a los servicios de un abogado privado, pero son
víctimas de las mismas amenazas y guardan silencio; dependen de los escasos defensores
públicos que tienen una sobrecarga de trabajo, y son condenados más a menudo que los otros. La
audiencia es el momento clave del proceso, pero un simple retraso puede ocasionar la condena
del acusado sin consideración por sus predisposiciones morales, un factor que supuestamente
debería influir en la sentencia.
El proceso y la condena dependen naturalmente del artículo del Código Penal que se invoque.
Según el Artículo 16 (consumo), es posible pagar una fianza, y el acusado puede defenderse
libremente. El trámite puede ser largo, pero se preconiza en estos casos una confesión de
consumo a la cual recurren muchos detenidos como estrategia de defensa para recibir, en caso de
condena, penas más leves. En cambio, según el Artículo 12 (tráfico), el proceso es más breve,
con unos tres meses de detención preventiva legal sin pago de fianza, y las sentencias más
severas. Sin embargo, los fiscales alegan que el período de detención preventiva es insuficiente
para llevar a cabo pesquisas rigurosas (mediante la abrogación del secreto bancario y escuchas
telefónicas, que por otra parte no están reglamentadas), de manera que estos procesos se prestan
más a las manipulaciones: las pruebas materiales son escasas y puede resultar imposible
presentar un sumario válido ante el tribunal dentro del plazo previsto. El detenido puede mentir
en su defensa sin perjuicio para él, por lo cual las instrucciones que recibe por parte de su
abogado para orientar su testimonio resultan determinantes en el desarrollo del proceso.
Una fotografía del ex-juez brasileño Nicolau dos Santos Neto expuesta en el Aeropuerto Internacional de
Cumbica, Sao Paolo el 19 de agosto 2000. El juez fugitivo era buscado por un cargo de malversación en un
proyecto construcción pública.
Mauricio Lima/AFP
Por esta razón, según los jueces de Campinas, los inculpados son absueltos más fácilmente por
tráfico que por consumo. La confesión conduce a la condena del consumidor, mientras que la
negación sistemática del traficante, incluso en casos de flagrante delito con la incautación de
grandes cantidades de estupefacientes, permite especular con el beneficio de la duda. En esta
situación, tanto en Campinas como en Río de Janeiro los fiscales y magistrados deben confrontar
los testimonios del inculpado y del policía que llevó a cabo el arresto; la decisión se toma sobre
la base de pruebas materiales inexistentes o inconsistentes (agendas o dinero que pueden
pertenecer o haber pertenecido a terceros), armas, materiales para embalar la droga en pequeñas
dosis, o pruebas suministradas por los servicios técnicos de la policía (informes toxicológicos), y
cuando, ante la duda, tienen que confrontar el testimonio de un policía con el de un habitante de
las favelas, este último se encuentra sumamente desfavorecido. Basta con observar las cifras:
cuanto más presenta un acusado las características típicas de un joven traficante de la favela,
menos credibilidad tienen su testimonio o el de sus vecinos o colegas: la credibilidad de la
argumentación de la defensa y el peso de la confesión están distribuidos de manera desigual
entre la población. En otras palabras: al limitar el alcance de la pesquisa, la justicia traslada el
juicio, en última instancia, a un plano simbólico.
La confesión debería ser, en principio, la prueba máxima, ya que confirma la convicción moral
del juez y anuncia la reparación de la falta cometida. Pero no se puede decir que en el Brasil haya
una cultura “inquisitorial” homogénea (Kant de Lima 1989, 70-71). La concepción unitaria de
una cultura de organización judicial de esta índole no se verificó en el estudio realizado, que
reveló más nítidamente en la práctica de los jueces la existencia de tensiones y fragilidades que
de convicciones propias de una cultura bien integrada. Durante la pesquisa y el juicio, el
inculpado atraviesa diferentes etapas en las que se dibujan los contornos de su personalidad
moral, reconstruida luego por el abogado, con la ayuda de testigos, para probar la integridad de
su cliente. En Río de Janeiro, las ideas preconcebidas en torno a las favelas y la creencia de que
son focos de venta de drogas ilegales en la ciudad torna sumamente aleatoria la defensa de
individuos detenidos en posesión de cantidades ínfimas de droga e inculpados en virtud del
artículo 12. Pero tanto en Río como en Campinas, si el abogado logra convencer al juez de que
su cliente es trabajador, que posee educación y que es una persona honesta, el acusado tiene
posibilidades de ser absuelto. El argumento sólo resulta válido, según los jueces, si la prueba
material es dudosa, pero algunos admiten que el tipo y la cantidad de droga incautada en
flagrante delito son menos decisivos para la determinación de la sentencia que las características
del acusado. “Intento ante todo descubrir dónde vive el acusado y qué es lo que hace,” afirma un
magistrado de Río de Janeiro. Para otros, pesan más las circunstancias del arresto descritas por la
policía.
Pese a los esfuerzos desplegados por la defensa pública y por las organizaciones que ayudan
benévolamente a los más pobres para que los procesos sean menos desiguales, hay diferencias
profundas que, ante la justicia penal, separan a quienes disponen de medios para contratar a un
abogado y quienes deben encomendarse a un defensor público. En Río de Janeiro, las cifras de
1991 indican que en casos de delitos graves la condena, la absolución o el archivo del sumario
dependen del estatuto de la defensa. Entre los inculpados por tráfico, fue condenado 57% de los
asistidos por un abogado privado y 68% de los asistidos por un defensor público. La proporción
es más dispar aún cuando se trata de mulatos y negros, más frecuentemente inculpados y
defendidos por defensores públicos (los porcentajes de condena son de 55,56% con abogados
privados y 78,85% con defensores públicos). Con acusados blancos, en cambio, los porcentajes
de condena son de 60,47% para los casos defendidos por abogados privados y de 51,5% para los
casos asumidos por defensores públicos. Entre los inculpados por consumo, 29,5% de los
detenidos defendidos por abogados privados fueron condenados, frente a 41,86% de acusados
con defensores públicos. Estas cifras cobran otro significado si se tiene en cuenta el color de la
piel de los inculpados: fueron condenados 50% de los negros y mulatos asistidos por abogados
privados y 46% de los asistidos por defensores públicos, mientras que entre los blancos los
índices respectivos son de 31% y 37%. En materia de condenas por tráfico, el carácter privado o
público de la defensa desempeñó un papel más determinante aún: 57% de los inculpados con
abogados privados (106 casos) y 68% con defensores públicos (85 casos) fueron condenados,
con una proporción más acentuada para los inculpados negros y mulatos (55% y 79%
respectivamente) que para los acusados blancos (60% y 52%).
Las diferencias relacionadas con el estatuto de la defensa han de asociarse entonces a otros
criterios, tales como el sexo y el color de piel, que indican que las mujeres y los individuos de
raza blanca gozan más frecuentemente de la clemencia de los jueces. En el caso de negros y
mulatos, la discriminación es mayor cuando se trata de delitos catalogados de graves, y punibles
con sentencias más severas. Se comprueba en efecto que 65% de los inculpados por consumo
son clasificados como blancos y 35% como negros o mulatos, mientras que la proporción de los
inculpados por tráfico es, respectivamente, de 40% y 60%. Se deduce lógicamente que el número
de blancos condenados por consumo es mayor que el de negros y mulatos (56% y 44%
respectivamente), mientras que lo inverso ocurre en el caso del tráfico, donde los negros y
mulatos sobrepasan a los blancos en 26%.
En el funcionamiento de la justicia penal en el Brasil, que estaría constitucionalmente fundada en
el principio de igualdad, se encuentran, no obstante, modos substantivos de argumentación que
justifican los pedidos de justicia y de evaluación de ésta, donde se invocan en los pleitos
judiciales unas nociones de honor, confianza y reputación (bienes inmateriales, no comerciales y
no controlados por el Estado). Éstas se basan, a su vez, en la preparación previa (o sumario) que
el abogado privado lleva a cabo con su cliente, así como en las imágenes inmediatamente
asociadas a mujeres y hombres, a blancos y no blancos. El desfase existente entre los derechos
formales y los derechos reales, entre la letra de la ley y las prácticas judiciales, forma parte de un
debate extrajudicial, ajeno al funcionamiento del sistema de justicia. Se trata más bien de un
debate público sobre los criterios de distribución y de evaluación moral que se aplican a quienes
son juzgados en virtud de códigos escritos, formales y legales, supuestamente imparciales y
justos, pero cargados en realidad de discriminaciones implícitas.
Notas
1
El presente texto recoge, en una forma nueva, una parte de la argumentación desarrollada
en el artículo “Para não dizer que não falei de samba”, publicado en portugués en História da
Vida Privada no Brasil, vol. IV, Companhia das Letras, São Paulo, 1998.
2
El funcionamiento del sistema de justicia comprende las diferentes etapas iniciadas por la
denuncia de actos delictivos ante la administración judicial. Comienza con una declaración
escrita (Boletim de Ocorrência, lit. “Boletín de sucesos”) con la que se abre un sumario policial
y que puede dar lugar a una inculpación, la que a su vez condiciona la iniciación de un proceso
judicial. Este último puede conducir a un juicio o a un sobreseimiento, y en caso de juicio, a la
condena, a la absolución o al archivo del sumario.
3
Según los diversos actores del proceso penal registrado cuando se realizó el estudio entre
1991 y 1997. Este estudio se llevó a cabo en la municipalidad de Campinas (estado de São
Paulo), cuya población era de 907.955 habitantes en 1996 y donde había solamente cuatro
tribunales en lo penal, y en la municipalidad de Río de Janeiro, la segunda ciudad del Brasil, que
cuenta con 6 millones de habitantes y dispone de 38 tribunales. En los numerosos expedientes
examinados (1980-1991) que se mencionaban, entre otros datos, la edad, el sexo y la profesión
declarada por los inculpados. Más tarde se realizaron entrevistas con abogados, fiscales, jueces,
defensores públicos y presos. En Río de Janeiro no se pudieron consultar los archivos de nueve
tribunales, pero el estudio de 364 juicios vinculados a la droga durante el año 1991 permitió
incluir otros parámetros: color de piel, estatuto de la defensa, pruebas materiales establecidas en
el momento del flagrante delito.
4
Según el artículo 200 del Código Penal, la confesión durante el interrogatorio policial
“será divisible y retractable, y es tributaria de la convicción íntima del juez, fundada en el
examen de las pruebas en su conjunto”.
Referencias
GEFFRAY, Christian, 1996. Rapport d’activité no. 2 du projet: Effets sociaux, économiques et
politiques de la pénétration du narcotrafic en Amazonie Brésilienne. Brasilia:
ORSTOM/CNPq/Museu Goldi.
KANT DE LIMA, Roberto. 1989. “ A cultura jurídica e as prácticas policiais: a tradição
inquisitorial”. Revista Brasileira de Ciencias Sociais 10: 65-84.
LINS, Paulo. 1997. Cidade de Deus. São Paulo: Cia das Letras.
ZALUAR, Alba. 1985. A Máquian e a Revolta. 1ª ed., São Paulo: Editora Brasiliense.
ZALUAR, Alba. 1994. Condomínio do Diabo. Río de Janeiro: Editora da UFRJ.
Nota biográfica
Christian Geffray es antropólogo, director de investigaciones en el
Institut de Recherche pour le Développement y miembro del Centre
d’Études Africaines de l’École des Hautes Études en París. Estudia,
desde 1995, las repercusiones sociales, económicas y políticas del
tráfico de cocaína en la Amazonia brasileña y participa, desde 1997, en
la
coordinación
científica
del
proyecto
MOST-UNESCO
«Transformaciones económicas y sociales relacionadas con el tráfico
internacional de drogas».
Brasil: El tráfico de drogas en el Estado federado de Rondônia
Christian Geffray
Introducción
La información sobre el tráfico de drogas en el Brasil estuvo durante muchos años saturada, por
decirlo así, por la importancia concedida en la prensa nacional a la pequeña distribución urbana
al por menor, mientras que la cuestión de la organización brasileña del comercio al por mayor,
proveedor de los pequeños vendedores de las metrópolis, apenas se planteaba. El mutismo o la
inconsecuencia de los medios informativos y políticos sobre esta cuestión persistió desde el
inicio de las actividades del narcotráfico en el Brasil, en los años ochenta, hasta la creación de
una nueva Comisión Parlamentaria de investigación sobre el narcotráfico en 1998. Esta actitud
era bastante comprensible en Estados federados como Rondônia, donde periódicos importantes
podían estar controlados por traficantes locales y donde el comercio de la droga permitía vivir,
directa e indirectamente, a mucha gente. Resulta más difícil interpretarla a nivel federal, donde la
indiferencia de los medios de comunicación sólo fue quebrantada, de manera esporádica, por
algunos episodios judiciales escandalosos, desprovistos de eco periodístico y de consecuencias
políticas. Nuestras investigaciones sociológicas fueron las primeras que se realizaron sobre este
tema en la región fronteriza con Bolivia, más de quince años después de que comenzara el «ciclo
de la cocaína» en la Amazonia brasileña. Presentamos a continuación una breve síntesis de los
resultados obtenidos1.
La penetración del tráfico de drogas en el Estado de Rondônia
La selva frondosa de Rondônia estaba poblada, hasta los años sesenta, por grupos de amerindios
y caboclos establecidos en las márgenes de los ríos y cuyos patronos, comerciantes de caucho,
vivían en las poblaciones del Norte y del Este del Estado, a las cuales se accedía por vía fluvial o
aérea. Porto Velho, la capital, y Guajara Mirim fueron accesibles por vía terrestre en los años
setenta, gracias a la construcción de una carretera, la Br 364, a lo largo de la cual se establecieron
miles de colonos. La región se convirtió entonces en escenario de una colonización de
asentamiento clásico, con su séquito de rivalidades y conflictos territoriales, y ofreció
oportunidades excepcionales de promoción económica y social a los más habilidosos, los más
atrevidos o los menos escrupulosos que fueron a probar fortuna a la «frontera». A partir de los
años ochenta, los ingresos del tráfico de cocaína empezaron a desempeñar un papel determinante
en la evolución de la sociedad regional.
Los brasileños empezaron a participar seriamente en el tráfico internacional a finales de los años
setenta y principios de los ochenta, después de que los traficantes bolivianos instalaran sus
laboratorios en Beni, el Estado de la Amazonia boliviana fronterizo con Rondônia, durante la
presidencia del General Banzer (véase el mapa)2. Naturalmente, los bolivianos se dirigieron
entonces a sus vecinos brasileños para el aprovisionamiento en productos químicos (éter,
acetona, queroseno etc.), indispensables para la fabricación del clorhidrato de cocaína en sus
laboratorios. Todos los narcotraficantes «históricos» de esta región de Brasil iniciaron sus
actividades, en esa época, con la exportación ilegal de esas sustancias químicas a Bolivia, donde
eran remunerados con cocaína que volvían a exportar por su propia cuenta. El norte de la
Amazonia brasileña (y el Mato Grosso del Sur, fronterizo con Paraguay, por el que transitaba
parte de la producción de cocaína boliviana) se convirtieron así en zonas de paso para los
traficantes brasileños y bolivianos, junto a los colombianos que procuraban diversificar sus rutas.
El consumo local y nacional era todavía insignificante en esa época. La cocaína que circulaba en
Rondônia se destinaba esencialmente a la exportación y los efectos del tráfico eran limitados y se
concentraban en las regiones fronterizas, es decir en Guajara-Mirim y Costa Marques, en Porto
Velho, la capital, y a lo largo de las márgenes de los ríos-frontera Guaporé, Mamoré y Madera,
poco a poco abandonadas por las poblaciones ribereñas. Algunos recolectores de caucho fueron
abandonados por sus patronos, que se dedicaron al tráfico, otros recibieron regalos de los
traficantes, que compraban su silencio y su complicidad, muchos abandonaron el río y fueron a
probar fortuna en la ciudad o, a su vez, en el tráfico.
Entre los brasileños que introdujeron el tráfico de drogas en la región y abrieron el camino a las
generaciones siguientes sobresalen en particular dos figuras: Nereu Machado de Lima, en
Guajara Mirim (juzgado y condenado), y M. B., en Porto Velho (juzgado y absuelto). El primero,
nacido en una familia de emigrantes pobres, logró ponerse en unos años al frente de una
importante clientela populista en Guajara Mirim; pero su éxito, tan ostentoso como frágil, chocó
con las estrategias discretas y ocultas, pero bastante más eficaces y duraderas, de los traficantes
que eran descendientes de la vieja oligarquía de comerciantes del lugar. Su pequeño «imperio»
local llenó las páginas de los periódicos regionales y federales, pero se desmembró cuando
murió, en 1986, mientras que M. B., en Porto Velho, tuvo una posteridad criminal mucho más
marcada en el Estado. Este traficante, piloto y propietario de una compañía de taxis aéreos en
Porto Velho, poseía una flotilla aérea y tenía relaciones comerciales de un extremo a otro de la
cadena comercial clandestina: desde los proveedores de productos químicos de São Paulo
(infiltrados en la compañía Shell o en Rhôdia-Rhône Poulenc) hasta los productores bolivianos
de San Ramón, Magdalena, Riberalta, Trinidad y Santa Ana (entre ellos Roberto Suárez), o
colombianos de Leticia y Medellín (entre ellos Pablo Emilio Escobar), quienes le proporcionaban
la cocaína, que luego exportaba por cuenta propia a los Estados Unidos a través de Venezuela y
del Caribe.
A diferencia de Machado de Lima, M. B. mantenía excelentes relaciones con numerosos notables
de la administración pública del Estado o del municipio de Porto Velho: su principal socio en el
tráfico era piloto del Gobernador; un diputado federal (Isaac Newton, juzgado y condenado) le
ayudaba en la prospección del mercado de productos precursores en São Paulo y del mercado de
consumidores en Europa, en la inversión de sus fondos, la organización del tránsito de su droga
por América Central, etc. Sus relaciones con miembros de las elites eran tan excelentes que,
cuando fue procesado en 1985 (tras la Operaçào Excentric, una operación de la Policía Federal),
los diputados de la Asamblea del Estado firmaron un pronunciamento en el que denunciaron
públicamente los actos de violencia cometidos contra él por la policía y respondieron
colectivamente de la honradez del traficante. En 1987 fue absuelto y extendió todavía más sus
actividades, hasta que murió, dos años después. En resumidas cuentas, contribuyó más que nadie
a trivializar el narcotráfico en Rondônia, inauguró las rutas y redes de contactos clandestinos,
nacionales e internacionales, que la generación siguiente aprovecharía y diversificaría, pero se
mantuvo siempre al margen de las rivalidades entre clientelas políticas y nunca aspiró
personalmente a un cargo electivo en el Estado. Sus herederos en el oficio no tuvieron todos el
mismo decoro.
En efecto, algunos grandes traficantes se lanzaron a la conquista de cargos públicos a finales de
los años ochenta, y esta nueva estrategia coincidió con una brusca transformación de la
naturaleza del comercio de la cocaína en la región y en todo el territorio del Brasil. Hacia
mediados de la década se observaron tres procesos simultáneos: a) la fiebre del oro que llevó a
los buscadores al río Madera; b) la emergencia de una salida comercial para la pasta base y el
clorhidrato de cocaína en Brasil, es decir la formación del mercado nacional; c) la
desmonetización del acceso a la cocaína de los productores bolivianos.
La actividad de lavado del oro en los ríos Mamoré y Madera comenzó a principios de los años
ochenta, adquirió proporciones de «fiebre del oro» a mediados de la década y alcanzó su apogeo
hacia 1990. Se hablaba entonces de la presencia de 6.000 barcazas de extracción de oro a lo largo
de unos 400 km de río, entre Vila Murteira, cerca de Guajara Mirim, y Porto Velho (véase el
mapa). Hasta 1991, o sea durante seis años, diez a veinte mil personas vivieron y trabajaron en la
margen brasileña del río fronterizo, fuera del alcance de las autoridades y frente a los laboratorios
de elaboración de la cocaína situados en la margen boliviana del río, en la que trabajaban
centenares de productores y vendedores de cocaína. Entre los buscadores de oro (garimpeiros)
había miles de consumidores asiduos u ocasionales (casi todos los que trabajaban sumergiéndose
en el cauce de los ríos eran fumadores de pasta base) y algunos trabajaban tan sólo a unos
kilómetros de los suburbios de Porto Velho. La comunidad de garimpeiros constituyó pues un
foco de expansión del consumo de pasta base de cocaína en todo el Estado de Rondônia, y
algunos desempeñaron un papel decisivo en la creación de las primeras redes de abastecimiento
de las poblaciones urbanas de la región. Algunos, entre los más pobres, ejercieron de simples
«mulas» (trajinantes), o se instalaron en la ciudad como pequeños distribuidores; otros se
dedicaron al oficio de taxistas, sobre todo en Porto Velho, donde formaron una pequeña
población de trajinantes-intermediarios que acogía y orientaba a los compradores locales o a los
traficantes que llegaban del Sur en busca de cocaína (en venta al por mayor o intermediaria); y
otros cedieron a la tentación de exportar de contrabando su producción de oro y trocarla
directamente por cocaína, que luego procuraron revender lo más lejos posible, al mejor precio,
hasta en las metrópolis del sureste.
Entre el mercado local incipiente, pero limitado a las ciudades del Estado de Rondônia, y el
mercado internacional, inaccesible aún para la mayoría de los ex buscadores de oro (o los
colonos de la región venidos a menos), surgió entonces un tercer mercado: el mercado nacional.
La figura del traficante urbano se impuso a mediados de la década, tanto en los barrios de Porto
Velho como en Río de Janeiro, y una población nueva de pequeños y medianos traficantes
procedentes de esas regiones fronterizas contribuyó a crear, a partir de ese período, una multitud
de pequeñas redes que distribuían la cocaína a lo largo y lo ancho del país y abastecían el
mercado nacional en ciernes. Los buscadores o ex buscadores de oro no fueron la causa de la
creación de ese mercado, pero estaban particularmente bien situados para introducirse en él y
contribuyeron a su expansión acelerando la creación y la diversificación de las redes de
abastecimiento del consumo local y nacional.
Los proveedores bolivianos vieron surgir pues, junto a sus poderosos clientes brasileños
«históricos», una multitud de compradores de cocaína independientes, prueba del desarrollo del
mercado brasileño. Los bolivianos supieron adaptarse rápidamente a la nueva situación: dejaron
de exigir que se les pagara en dólares norteamericanos (cuya adquisición podía resultar difícil a
los compradores modestos) y aceptaron ceder su droga a cambio de todo tipo de bienes, con tal
de poder venderlos a buen precio en el mercado boliviano. Este gran trueque comenzó
probablemente con el oro de los buscadores de pepitas del río Madera, pero en esa época se
hablaba ya del desfalco de toneladas de café o de arroz que traficantes de las ciudades de la Br
364 trocaban por cocaína en Bolivia; incluso toneladas de casiterita procedentes del garimpo de
Bom Futuro, cerca de Ariquemes, fueron exportadas de contrabando y trocadas en parte por
cocaína (el mineral iba escondido en flotadores de barcazas fluviales transportadas en camiones y
pasaba a Bolivia por Vila Murteira, cerca de Guajara Mirim). Estas actividades pusieron fin a la
edad de oro de las ciudades fronterizas, Costa Marques y Guajara Mirim: los comerciantestraficantes bolivianos de San Ramón, por ejemplo, que hasta entonces se abastecían de arroz,
fríjoles o café en estas ciudades brasileñas, en las que pagaban con narcodólares, empezaron a
trocar directamente su cocaína por las cosechas que les ofrecían comerciantes o funcionarios
traficantes de ciudades del interior como Vilhena, Pimenta Bueno, Cacoal, Ji Paraná, etc. Los
rebaños de ganado, que hasta esa época se utilizaban para transportar cocaína (en tampones
higiénicos introducidos en los animales) entre Costa Marques y Ji Paraná, comenzaron a circular
en dirección contraria, es decir de Brasil hacia Bolivia, donde las reses eran trocadas por
clorhidrato de cocaína.
Los traficantes bolivianos aceptaban naturalmente ceder su droga a cambio de bienes robados, y
las actividades de algunos traficantes brasileños tomaron entonces un cariz más violento. Los
proveedores más modestos cambiaban su cocaína o su pasta base en la frontera por bienes de
escaso valor robados en Brasil, como simples bombonas de gas, bicicletas, ropa o
electrodomésticos; otros se llevaban a cambio el ganado robado, la maquinaria agrícola o las
joyas. En Ji Paraná había ladrones que secuestraban aviones, los llevaban a Bolivia y los
abandonaban allí a cambio de 80 kg de cocaína (a veces los pilotos de los aviones eran
asesinados después de la operación,). Pero el gran trueque tuvo fundamentalmente por objeto los
vehículos automóviles, a los cuales podía tener acceso todo tipo de candidato a traficante. Los
robos de coches y camiones (entre 1 kg y 8 kg de cocaína por un coche, según el modelo y la
existencia o no de papeles en regla, y hasta 70 kg de cocaína por un tractor con semirremolque)
empezaron a multiplicarse en la carretera federal Br 364 y en todas las ciudades del Estado de
Rondônia. Probaban fortuna ladrones ocasionales, y además de las bandas organizadas, los
propietarios trocaban a veces sus propios vehículos y declaraban al seguro que habían sido
robados, mientras que los grandes traficantes comanditaban grupos, a veces violentos, que
robaban para ellos. Se plantearon serios problemas de seguridad en las carreteras de los Estados
de Rondônia y Mato Grosso, por las que casi nadie circulaba ya de noche, mientras que los
traficantes bolivianos se convertían en encubridores: la propiedad del mayor proveedor de San
Ramón, por ejemplo, parecía un inmenso aparcamiento con todos los coches robados en Brasil y
adquiridos a cambio de su droga allí almacenados.
Con este cambio de las condiciones de acceso a la cocaína boliviana aumentó considerablemente
el número de traficantes, se diversificó su origen y, lógicamente, se estimuló el robo y la
formación de bandas de ladrones y redes de encubridores en toda la Unión Federal, puesto que
los coches y camiones robados en el Estado de Pará, en el de Nordeste, en Río de Janeiro o en
São Paulo podían ser transportados hasta Bolivia para el trueque. El robo planificado, el
encubrimiento, la disimulación, el maquillaje y el traslado de los vehículos destinados a la
exportación fueron actividades tan frecuentes en las ciudades de la Br 364, que uno de los
objetivos estratégicos de los traficantes a finales de los años ochenta fue controlar Ciretran
(organismo municipal encargado de la matriculación de los vehículos): los coches y camiones
debidamente documentados podían ser revendidos más fácilmente y a mejor precio por los
bolivianos, que ofrecían a cambio mayor cantidad de cocaína.
Por regla general, parte de los ingresos de los traficantes del Estado de Rondônia era invertida en
el sector inmobiliario, gastada en bienes diversos de consumo personal o reinyectada en la
economía local mediante transacciones destinadas a blanquear el dinero. Los traficantes
importantes, por ejemplo, compraban a menudo una o varias barcazas fluviales y no se
preocupaban en absoluto de su explotación: compraban la producción de los propietarios de
barcazas vecinas, a precios más altos que los de los compradores acreditados, y declaraban ese
oro como el fruto de su propia extracción. Otros creaban por escrito una empresa forestal,
compraban la madera de los « picapau » (madereros que explotan clandestinamente las maderas
preciosas de las zonas indígenas o los parques nacionales), y la declaraban como el producto de
sus talas, etc. Las subastas de ganado eran asimismo sitios privilegiados para el blanqueo de los
ingresos de traficantes que poseían una fazenda de ganado, los cuales, con la complicidad de
tasadores sobornados, compraban rebaños ficticios (nadie iba a contar las reses en las fazendas;
este tipo de operación se realizó en las ferias de ganado de todas las ciudades de la Br 364).
Repercusiones sociales, económicas y políticas. El caso J. R.
En 1991, en pleno período de marasmo económico nacional y cuando el hundimiento comercial
de las ciudades fronterizas, Costa Marques y Guajara Mirim, se había consumado ya, en ciertas
ciudades del interior como Ariquemes, Jaru, Ji Paraná, Cacoal, Pimenta Bueno, Rolim de Moura,
Vilhena etc. (véase el mapa), la actividad económica era cada día más intensa. El centro de
gravedad del tráfico de drogas en el Estado se había desplazado, entre 1985 y 1990, de la frontera
boliviana a las ciudades pioneras de la Br 364. Las vías de comunicación terrestre y fluvial entre
Guajara y Porto Velho no eran ya el eje principal del narcotráfico en el Estado, y los herederos de
la oligarquía amazónica tradicional, probablemente mayoritarios en el mercado de la cocaína diez
años antes, tenían que contemporizar ahora con los nuevos colonos que se agolpaban en torno a
los proveedores bolivianos. Estos advenedizos tuvieron que protegerse también contra la
represión y, por regla general también, neutralizaron a los funcionarios mediante la corrupción y
a los representantes políticos mediante la contribución a sus campañas electorales (cuyos costes
encarecían). Acólitos de los traficantes empezaron a ser elegidos alcaldes, o diputados del Estado
o federales, y en algunos casos fueron los traficantes mismos quienes consiguieron ganar los
sufragios para asumir personalmente altos cargos públicos. La carrera de J. R., un traficante
importante de São Joào elegido diputado federal en esa época3, ilustra este procedimiento radical
de neutralización del Estado mediante la conquista y la ocupación de sus cargos electivos, y
merece que nos detengamos a describirla.
Nacido en una familia de emigrantes pobres del Estado de Paraná, J. R. comenzó su carrera
ocupando un puesto de funcionario en el Instituto Nacional de Reforma Agraria. Abusó de sus
funciones desde comienzos de los años ochenta, para realizar estafas en la compra del café o
desfalcar cosechas y exportarlas a Bolivia de contrabando. Inició sus actividades de traficante,
como muchos otros, comprando productos precursores en São Paulo y revendiéndolos a los
laboratorios bolivianos. Contó enseguida con varios aviones y con una pista clandestina en una
de sus haciendas aisladas en la selva, en la que recibía y despachaba las sustancias químicas o la
droga. No tardó en comprar una barcaza fluvial para extraer oro del río Madera y varios
camiones para su empresa de transportes. Era dueño de varios hoteles en São Joào, de
apartamentos en el Sur del país y de varias empresas ficticias. A finales de los años ochenta
administraba la concesión regional de una importante marca de cerveza y era frecuentemente la
comidilla de los ecos de sociedad de la región en su calidad de presidente del Country Club, lo
cual no le impedía, por otro lado, comanditar una banda de ladrones de vehículos que pirateaba
las carreteras y ciudades vecinas de São Joào, etc. Fue elegido en 1990 y asumió honorablemente
sus funciones de diputado federal en el Congreso de Brasilia, según dicen, hasta que su hermano
fue detenido en São Paulo con 540 kilos de cocaína en su poder.
Aparte de estas actividades, comunes a numerosos traficantes, una parte de los ingresos de J. R.
derivados del narcotráfico fue invertida de forma más original en el mercado regional del café.
Compró cosechas a precios más altos que los que ofrecía generalmente la competencia y las
revendió en los demás Estados a un precio inferior al normal. De esa manera, le fue fácil
conquistar el mercado en unos años: aunque algunos comerciantes independientes todavía se
quejaban de su competencia desleal en 1991, otros ya habían sido arruinados o comprados por el
traficante, por miembros de su familia o por testaferros. Los negociantes de café de las demás
ciudades de la Br 364 (Ji Paraná, Jaru, etc.) que no pudieron ceñirse a los precios disparatados del
traficante se vieron obligados a revenderle su café, a él directamente o a alguno de sus
apoderados oficiosos. Así pues, directa o indirectamente, J. R. fue comprando en Rondônia
cantidades de café cada vez mayores y acabó imponiéndose como intermediario entre los
productores y los negociantes locales, por un lado, y el mercado nacional, por el otro. El proceso
fue irresistible: su familia, que tan sólo poseía un modesto almacén de café en 1983, dirigía la
empresa más importante de São Joào en 1991 (cuando el hermano fue detenido en São Paulo).
Cuatro años después, la ciudad era el municipio que compraba y exportaba más café en todo el
Estado de Rondônia, a pesar de que no era el que más producía. Las elites de São Joào rindieron
homenaje al «principal comprador de la ciudad principal compradora de café del Estado», y J. R.
fue nombrado Ciudadano de Honor de la ciudad (1995).
El éxito del cultivo del café desconcertaba a los expertos locales, porque la productividad era
baja en el minifundio del frente pionero amazónico y la recogida y el transporte de las cosechas a
lo largo de miles de kilómetros de caminos de tierra mal cuidados generaban gastos
considerables. Se producía además el mismo café «robusta» en Espirito Santo, a proximidad
inmediata de los puertos de exportación del Atlántico y en grandes plantaciones, en las cuales la
productividad del trabajo era muy superior y el costo de la recogida y del transporte de las
cosechas mínimo. Por último, según los responsables del organismo público encargado de
compensar posibles malos pagos de las cosechas de pequeños agricultores (Conab), los pequeños
colonos del Estado de Rondônia se consideraban bien pagados por el café y el Estado jamás
había tenido que intervenir para sostener los precios. Los responsables políticos y los
funcionarios o técnicos locales del Banco Mundial evocaban a veces el «milagro del café» de
Rondônia y parecían ignorar que esa producción gozaba del maná distribuido por el traficante,
cuyos ingresos derivados del narcotráfico intervenían en la compra y la reventa de las cosechas a
modo de subvención oculta.
La conducta de J. R. perjudicaba los intereses de la competencia, que corría peligro de
desaparecer o de perder su independencia, y creaba tensiones en el seno mismo de las elites
comerciantes. Puede que fuera ese el motivo que obligó al traficante a participar plenamente en la
competición de las clientelas políticas, locales y estatales, en donde se expresaban esas tensiones
comerciales, a fin de anticipar y neutralizar posibles reacciones políticas o judiciales
(preocupación que no tenían los traficantes comunes, por muy poderosos que fueran, como
M. B., cuyo dinero estaba invertido en otra parte y no afectaba a la competencia local). En
cualquier caso, la empresa política de J. R. fue tanto más fácil de llevar a cabo cuanto que la
distribución de su maná oculto en el mercado del café le proporcionaba una base social amplia y
fiel, fácil de movilizar ante una perspectiva electoral: “J. R. tiene un apoyo muy fuerte de los
colonos”, se decía entonces. En efecto, gracias al café, se había convertido en el bienhechor de
miles de personas que protegía de facto de la rapacidad de sus rivales legales. Consolidó
definitivamente su feudo electoral recurriendo a los artificios habituales del populismo: se
aseguró el triunfo cuando empezó a hacer circular todos los años, en Navidad y en Pascua,
camiones cargados de juguetes, de huevos de chocolate, o de regalos y golosinas que eran
distribuidos a los niños pobres, a regalar la bebida en las fiestas de beneficencia, etc.
Pero la elección de este traficante para un puesto en la diputación federal no fue un caso aislado:
formaba parte de una empresa más amplia y audaz, dirigida por un senador, también traficante,
que aspiraba a ser elegido Gobernador del Estado en Porto Velho. Agrupados en torno a él, los
traficantes y sus acólitos alcaldes o diputados, contaban, como J. R., con una base social y
electoral concentrada en la parte sureste del Estado, en el cuadrilátero situado entre Costa
Marques, Pimenteiras, Vilhena y Cacoal. Se trata de la región más apartada de la capital, al
margen de las redes tradicionales de redistribución del Estado clientelista, centradas en la parte
noroeste. En esta región subsisten varias decenas de miles de pequeños colonos, dispersados lejos
de las ciudades de la Br 364, mal comunicados por carreteras poco transitables e instalados en los
linderos de fazendas y bosques donde a veces están escondidas pistas de aviación clandestinas.
Es también una región en la que los ingresos de la cocaína, invertidos o distribuidos por los
traficantes, contribuían de manera significativa a la actividad económica (lo acabamos de ver con
el café) y producían efectos de legitimación social tanto más marcados que el Estado estaba lejos
o ausente. En cierto modo, esta empresa de conquista del poder estatal fue la expresión, en el
campo político, del desplazamiento del centro de gravedad del narcotráfico, que se trasladó de la
frontera noroeste a las ciudades pioneras del interior y del sureste.
El senador que dirigía esa empresa había sido elegido en 1986. Pertenecía en esa época al partido
del gobernador en funciones, al que impuso uno de sus comparsas para el puesto de Secretario de
Estado encargado de los Asuntos de Interior y de Justicia (el senador también hizo gestiones en el
Ministerio de Justicia Federal, en Brasilia, para neutralizar -«desactivar»- a la Policía Federal, lo
que no logró). Pero ambicionaba ocupar el puesto de gobernador él mismo y cultivaba su
legitimidad populista a nivel del Estado por medio de una fundación que, en nombre suyo,
prestaba servicios de atención sanitaria primaria o de odontología, distribuía medicamentos, etc.
Para lanzarse a conquistar el palacio del gobernador creó un partido nuevo en el que agrupó a sus
allegados: además de J. R., otros cuatro diputados y otro senador. Obtuvo tantos votos en la
primera vuelta que nadie dudaba de su elección para el puesto de gobernador, pero fue asesinado
antes de la segunda vuelta (el 12 de octubre de 1990), y los proyectos de conquista del poder por
los traficantes del sureste se suspendieron por unos años.
Pero los adversarios políticos de la víctima, que ocuparon su puesto en el palacio del gobernador,
tenían en sus filas a notables no menos comprometidos que J. R. en el tráfico o con otros
traficantes. El nuevo gobernador inspiraba confianza, además, a los traficantes instalados desde
hacía tiempo en la capital pero que nunca habían proyectado presentarse personalmente a
ninguna elección, contrariamente a los forajidos intempestivos llegados del sureste. Lo que se
denominó en esa época, en el Congreso de Brasilia, el «lobby (bancada) de narcotraficantes de
Rondônia» era un grupo de forajidos elegidos diputados o senadores que podían estar implicados,
en su Estado federado de origen, en estrategias de clientelismo violentamente opuestas. Y estos
conflictos no eran la prolongación brasileña de la competencia colombiana entre Cali y Medellín,
como tenían tendencia a pensarlo entonces los periodistas de la prensa brasileña de mayor
difusión: «Existen ciudades enteras, en Rondônia, que están controladas por los traficantes de
Cali y otras por los de Medellín»4. Estas rivalidades eran la expresión de estrategias distintas de
dos poblaciones de traficantes que perseguían un objetivo idéntico: la neutralización y la
instrumentalización del Estado. Los unos, bien introducidos en la alta administración del Estado
de Porto Velho, deseaban preservar su nombre y mantener su clientela sometida discretamente a
su influencia; los otros, nuevos ricos de las regiones recientemente colonizadas y marginales,
proyectaban conquistar la capital creando con su propio nombre una clientela política a escala del
Estado.
Conclusión
Los datos de que dispone el público brasileño sobre los fenómenos que acabamos de evocar, en
Rondônia inclusive, parecen las piezas dispersas de un rompecabezas: quienes los tienen no
pueden captar inmediatamente su coherencia. La historia del «milagro» del café es algo que hoy
siguen ignorando las autoridades federales, e incluso los funcionarios o los representantes
políticos locales, que quizás no quieren saberla y ni siquiera saben, sobre todo, que no quieren
saberla: en muchos casos, no se les está engañando. Conviene, no obstante, matizar al presentar
la situación: la inmensa mayoría de los empresarios de Rondônia no son traficantes,
naturalmente, aunque, en algunos sectores de la vida económica, su trabajo esté vinculado a la
existencia y la intervención de los traficantes en sus mercados. La mayoría de los hombres
públicos elegidos tampoco son traficantes ni testaferros de estos últimos, aunque ningún hombre
público pueda abrigar esperanzas de ser elegido en Rondônia contra los intereses y sin el
consentimiento tácito de los forajidos: la condición mínima impuesta por éstos es que el aspirante
a un cargo dé garantías implícitas de su voluntad de no movilizar a los poderes públicos contra
sus negocios. Por último, todos los traficantes no frecuentan los círculos de la elite: detrás de las
redes de los forajidos notorios que acabamos de evocar existen, en todas las ciudades del Estado,
redes independientes cuyos miembros se desinteresan de la vida pública con tal que se les deje
traficar en paz, y otros cuya actividad no tiene repercusiones en la vida económica y social local
porque invierten sus riquezas en otra parte. Finalmente, la autocensura consciente o inconsciente
a que están colectivamente sujetas las poblaciones del Estado de Rondônia, aun estando muy
apartadas del círculo de traficantes y de sus acólitos, no la imponen solamente las ventajas
accesorias que ofrece a una parte de ellas la existencia de la actividad ilegal. La ruptura de la
«connivencia» por la trasgresión de la censura –o sea, la denuncia pública de los hechos– puede
exponer a la amenaza de muerte, lo que significa que el mutismo y la ignorancia del público son,
en última instancia, el resultado de una lógica abierta o interiorizada del terror. Esperamos sin
embargo haber demostrado que no se puede comprender la historia ni la dinámica de la sociedad,
la economía y la política contemporáneas de estas regiones si no se toma en consideración la
existencia del comercio ilegal de cocaína. Diríase que en el Brasil se empieza a medir la
importancia del fenómeno.
Traducido del francés
1
2
3
4
Notas
La investigación se inició en 1995, en el marco de un convenio IRD-CNPq del Museu P. E.
Goeldi de Belém, y fue apoyada a partir de 1997 por el programa MOST-UNESCO.
Investigamos en octubre-noviembre de 1995 en el Estado de Mato Grosso, y entre abril y
agosto de 1996 y en julio de 1997 en el Estado de Rondônia.
En el mapa aparecen las regiones fronterizas de Bolivia en que están instalados los
laboratorios de elaboración de la cocaína. Algunos tienen mucha movilidad: montados en la
selva, cerca de un río, con motivo de un pedido, son desmontados dos días después, una vez
obtenida la cantidad deseada de clorhidrato. Desde mediados de los años noventa se observa
un aumento en el territorio de Brasil del número de laboratorios pertenecientes a traficantes
brasileños que importan pasta base de cocaína.
El mandato de J. R. fue anulado ulteriormente por razones ajenas a su actividad en el tráfico,
por la que jamás fue juzgado. Es, todavía hoy, un notable importante de su municipio, que
aquí denominamos «São Joào».
«Existem cidades inteiras, em Rondônia, que sào controladas pelos trafiquantes de Cali e
outras pelos de Medellin», Veja, 31 de julio de 1991, pág. 31.
Nota biográfica
Roberto Araújo es etnólogo, investigador en el Museo Goeldi en el
Brasil, donde coordina el Departamento de Ciencias Humanas. Se
dedica a la sociología de los frentes pioneros de la Amazonia brasileña,
y ha publicado varios textos, y en particular uno sobre “Fundación de un
lugar y formas de dominación en un frente pionero” en L’oppression
parternaliste au Brésil [La opresión paternalista en el Brasil] (1996).
Desde 1998, se dedica al estudio del comercio de la cocaína en la
Amazonia occidental en el marco del proyecto MOST de la UNESCO
sobre las drogas.
Tráfico de drogas, economías ilícitas y sociedad en la Amazonia
occidental
Roberto Araújo
Introducción
Desde las fuentes del río Javari en el noroeste hasta las orillas del Abuna en el sureste, el Estado
de Acre (cuya capital es Rio Branco) está situado en el extremo occidental del Brasil, entre
Bolivia y el Perú. Como consecuencia de un éxodo rural cada vez más acentuado desde los años
setenta, la población se ha ido concentrando en los centros urbanos situados a lo largo de esas
carreteras, y de modo masivo en las regiones meridionales del Estado, cerca de Rio Branco. Los
efectos del desarrollo urbano causado por el éxodo rural pueden observarse en todas partes1;
pueden distinguirse, sin embargo, por lo menos dos grandes configuraciones regionales dentro
del Estado: por un lado, un conjunto meridional densamente poblado y mejor integrado en los
recientes intercambios por carretera con la economía nacional, como en el valle del Acre; por
otro lado, un conjunto septentrional con menos densidad demográfica y, debido a su relativo
aislamiento, más dependiente de los antiguos circuitos fluviales de transporte del caucho.
Esos flujos demográficos, formados sobre todo por antiguos seringueiros, están relacionados con
la disminución de la extracción del caucho y, de forma más general, con el retroceso del sector
primario, que no se ha visto compensado por ningún dinamismo industrial. Al mismo tiempo, a
partir de los años ochenta, el sector terciario conoció una prosperidad que difícilmente puede
atribuirse a su solo crecimiento relativo. Si bien numerosos patrones han sido incapaces de
mantener sus dependencias en la selva y sus negocios en la ciudad, otros, sin embargo, han
demostrado una extraordinaria capacidad de inversión. Gracias a la diversificación de sus
actividades, han acabado por poseer importantes grupos de empresas que les permiten controlar
los principales circuitos de abastecimiento de mercancías. Un comerciante se ha convertido así,
en poco más de diez años, en el verdadero dueño de una ciudad de unos 20.000 habitantes a
orillas del río Tarauaca. Posee un servicio de taxis aéreos (tres aviones), una empresa de
distribución de bebidas, una compañía de transporte fluvial (barcos, chatos), una planta de
torrefacción de café, una red de gasolineras, ganaderías, y los principales depósitos de mercancía
de la ciudad. Además, es dueño de un bar y acaba de adquirir nuevas parcelas urbanas para
lanzarse mejor en la restauración.
Como en el Estado vecino de Rondônia, en Acre las actividades mercantiles se beneficiaron de
los ingresos aportados por el comercio de la cocaína. En primer lugar, en las ciudades situadas
cerca de Bolivia como Brasiléia y Plácido de Castro, que fueron las primeras en disfrutar de la
generosidad de los bolivianos dispuestos a dilapidar las ganancias obtenidas del otro lado de la
frontera gracias a la exportación ilegal. Sin embargo, muchos empresarios brasileños fueron aún
más lejos, y se comprometieron directamente en las operaciones ilícitas.
El contrabando de algunos precursores no constituyó aquí, como en Rondônia, la etapa inicial de
esta implicación progresiva de los comerciantes locales en las actividades ilegales. Las
dificultades para vender la mercancía, habida cuenta del aislamiento territorial, explican
probablemente la ausencia de laboratorios en Acre. Pero esas mismas dificultades hacen que el
Estado sea una zona privilegiada para el tránsito de pasta base procedente del Perú hacia los
laboratorios colombianos (cuatro años antes, el Perú era todavía el mayor productor de pasta
base, pero nunca destacó en la producción de clorhidrato de cocaína). Desde el comienzo de los
años ochenta, en los pequeños aeropuertos poco controlados por las autoridades, los empleados
de gasolineras recibían de su patrón la orden de aprovisionar, sin hacer demasiadas preguntas,
esos vuelos cuyos pasajeros pagaban en efectivo, en dólares, para llenar el tanque. Las pistas
privadas de las antiguas haciendas de producción de caucho no tardaron en convertirse, con la
complicidad de los propietarios, en otros tantos relevos para los trayectos clandestinos. Al final
del decenio, el comercio de la cocaína atraía incluso a personas que disponían de fondos
(profesiones liberales, altos funcionarios, etc.) y que, sin estar directamente involucradas, se
asociaban para financiar eventuales operaciones ilegales organizadas por algún conocido.
Así, bajo formas muy diversas según el grado de implicación de los inversores y el origen del
capital invertido, en Acre los beneficios de la cocaína se convirtieron en una nueva fuente de
ingresos, en el contexto de la crisis de la economía del caucho. El desarrollo de la economía
ilícita parece coincidir con los movimientos demográficos globales, pues en la actualidad los
efectos del tráfico (acumulación de capital, ingresos destinados al consumo o a la inversión
local) se manifiestan sobre todo en los centros urbanos donde se concentran las poblaciones
venidas de las zonas fronterizas.
Sin embargo, en Acre no encontramos esas dinámicas de la colonización reciente que, en
Rondônia o en la Amazonia oriental, han llevado globalmente, en una primera fase, al
fortalecimiento de las pequeñas explotaciones agrícolas y de las actividades productivas
vinculadas al sector primario. En efecto, la compra de las cosechas cafeteras en Rondônia ha
podido ser parcialmente financiada por ingresos ilícitos (blanqueo), constituyendo así un
mecanismo de redistribución social de los beneficios resultantes del comercio de la cocaína,
como lo muestra C. Geffray en este mismo volumen. Ese tipo de redistribución no tiene la
misma importancia en el territorio de Acre, en particular en las regiones meridionales del Estado,
donde gran parte de la población considera que la participación directa en el pequeño tráfico
urbano es la única forma de mejorar sus condiciones de vida. A medida que aumenta el consumo
local de pasta base de cocaína (la “mela”, que se fuma con tabaco), los enfrentamientos entre
traficantes para conquistar y conservar los puntos de venta se traducen en un aumento
excepcional del número de homicidios en la capital.
Mercado local de la cocaína y violencia de los grupos parapoliciales
La fama de asesino puede constituir en algunos casos una condición favorable al establecimiento
de un traficante callejero, pues demuestra que el sujeto es capaz de controlar un territorio frente a
sus rivales y es garantía de su fiabilidad como depositario de la mercancía que se ha de vender.
Pero ese control nunca es el simple resultado de un conflicto entre pequeños traficantes para
repartirse el mercado. El papel de las instituciones policiales en la distribución urbana de la
droga es precisamente un aspecto sobresaliente de las implicaciones sociales y políticas del
comercio de la cocaína en el Estado.
La acción de los “grupos de exterminación con uniforme”2 es en este caso sintomática. Se
traduce en repetidos asesinatos, atribuidos a la policía, en el mundo de los pequeños maleantes
de los suburbios de Rio Branco. En 1987, un periódico de la capital mencionó la eliminación de
cuatro hampones, que sólo se conocían por su apodo y que desde el día anterior, se habían
“agregado a la lista de individuos ejecutados por la policía o asesinados por orden de algunos
de sus agentes. La serie de bandidos asesinados o desaparecidos parece probar que existe un
“escuadrón de la muerte” constituido en el seno de las comisarías de la capital, con el apoyo
implícito o incluso manifiesto de varios policías. Nuestras fuentes en la policía hablan de una
“lista negra” en la que figura el nombre de los criminales que han de ser ejecutados, como
fulano y fulano, etc., con más de 30 posibles víctimas de los grupos de exterminación (sic). (…)
A pesar de los mentís enfáticos del Secretario de Seguridad y del Comisario General, el número
creciente de torturas denunciadas así como de ejecuciones sumarias muestra que, entre
bastidores, hay negociaciones en la policía para extirpar el mal de raíz” (A Gazeta do Acre,
29/11/1987).
Los ejecutores no tratan realmente de esconderse, ni buscan el anonimato. Su estrategia no
consiste en eliminar delincuentes esforzándose por ocultar la existencia de su “grupo de
exterminación” en el seno de la policía. Al contrario, hasta hace poco hacían alarde de sus
prácticas y gozaban de la protección de individuos con altos cargos en el aparato judicial y
policíaco. El personaje clave de los “grupos de exterminación” en Acre es Hildebrando Pascoal,
que durante mucho tiempo fue comandante de la Policía Militar, antes de ser diputado, primero
en la Asamblea del Estado Federado y luego en el Congreso Nacional (Federal). Procedente de
una familia modesta pero bien arraigada en el valle del Acre, hizo carrera como la mayoría de
sus hermanos en las corporaciones policiales. Conocido por su carácter violento, ha tenido
problemas con la justicia desde 1983, cuando estuvo a punto de ser inculpado por asesinato. En
una sentencia que pronunció en octubre de ese mismo año, y aunque renunciara a condenar a H.
Pascoal “hasta que aparecieran nuevas pruebas”, el juez quiso señalar las circunstancias
particularmente difíciles de la investigación policial: “El sumario tropezó con enormes
dificultades a la hora de llevar a cabo las investigaciones policiales, ya sea por falta de
recursos, ya sea debido a la influencia considerable que la familia de los acusados posee en la
sociedad local. (…) Se hizo todo lo posible para que no pudiéramos descubrir la verdad. Se
presentaron testigos que no tenían ningún conocimiento de los hechos, y que mentían sin
vergüenza en sus declaraciones pues habían recibido órdenes para ocultar la verdad. Otros
optaron por el silencio por temor a represalias”.
Esta “gran influencia social” de los acusados se debe a redes familiares profundamente
arraigadas en el aparato policial. Puede observarse, en los distintos juicios, cómo los notables se
hacen mutuamente “favores”, como cuando un Secretario de Seguridad se desplaza
personalmente para pedir la rendición de H. Pascoal durante una visita privada a la familia del
sospechoso, sin preocuparse por las consecuencias políticas de su acto. Dichos favores
demuestran que en la esfera de la seguridad pública y la justicia existen relaciones clientelistas
que garantizan la impunidad de algunos individuos.
“Todos ellos – declaró un testigo- estudiaron en la misma escuela. Se conocen desde niños (…)
Un día, el juez va a visitar a tal oficial de la Policía Militar para denunciar un robo en su casa.
Como por casualidad, al día siguiente se encuentra al ladrón muerto y los objetos son devueltos
(al propietario). Así funciona la cosa”.
Los policías prestan igualmente otros servicios como intimidar a deudores, a las autoridades o a
los notables; de ahí que éstos finjan no enterarse de los “excesos” de su milicia personal. En ese
contexto, en que el aparato represivo está sometido en buena medida al interés de particulares, la
articulación entre la criminalidad urbana, la venta de drogas y la violencia policial se convierte
en una constante en la vida de Rio Branco.
Un ex empleado de H. Pascoal atestiguó en junio de 1999, ante una Comisión Parlamentaria
sobre el Narcotráfico, haber oído al diputado ordenar que se ejecutara a un traficante callejero
que había invadido el territorio de uno de sus protegidos. Y también: “(Según el testigo) varias
personas involucradas en el narcotráfico frecuentaban la casa de Hildebrando. Dos traficantes,
confidentes del diputado, utilizaban una moto que le pertenecía para hacer el inventario de los
puntos de venta. (…) El cabo Paulino y el sargento Alex se apoderaban de la droga de los
traficantes que invadían las zonas controladas por Hildebrando, quien (según el testigo)
revendía la droga y utilizaba el dinero así obtenido para financiar las campañas políticas de su
familia” (O Estado de São Paolo, 30 de junio de 1999).
Secundado en el hampa por malhechores y confidentes, el grupo de policías organizado en torno
a H. Pascoal acabó por controlar el mercado de la cocaína en la ciudad. El diputado disfruta
también de una influencia manifiesta sobre el mundo carcelario: basta una palabra suya para que
las autoridades carcelarias acepten la liberación anticipada de un detenido o para cambiar el
régimen de su condena. Presume de la indulgencia de su cuñada, fiscal del Ministerio Público,
respecto de algunos expedientes judiciales comprometedores para él. En sus redes cuentan con
varios comisarios de la Policía Civil que se encargan de confiscar la droga de la competencia y
dan largas a las investigaciones sobre los asesinatos cometidos por el grupo. Eso les permite
apoderarse (parcial o íntegramente, y con la más absoluta impunidad) de las rentas de actividades
ilícitas e imponer las condiciones para ejercer esas actividades que les parezcan más
convenientes.
La prosperidad financiera de la familia est patente: se dice de H. Pascoal que siempre se lleva los
mejores lotes en las subastas de ganado. Su riqueza le permite financiar sus aspiraciones
políticas. En el propio seno de la corporación policial, presta dinero con usura y deduce
directamente los intereses de la hoja de paga de los policías. Utiliza esos créditos como medio de
presión para obtener el apoyo político de sus subordinados. Se le acusa también de haber
repartido dinero entre los numerosos electores que van a ver a los candidatos en periodo electoral
–unos con una receta médica, otros con tres meses de facturas impagadas– con la esperanza de
restablecer el equilibrio de un presupuesto doméstico miserable. Se dice que, en su segunda
elección, se instalaron puntos de distribución gratuita de sobres de pasta base de cocaína para los
drogadictos de la ciudad, con el fin de ganarse sus votos.
Todo esto no basta para explicar las aplastantes victorias electorales de H. Pascoal, el diputado
elegido con más votos de la Asamblea del Estado Federado y del Congreso Nacional (Federal).
Su éxito no ha de atribuirse únicamente a la repartición electoralista de ingresos procedentes de
actividades ilícitas; han de buscarse más bien los motivos en su legitimidad en la sociedad local.
El mismo Pascoal nunca dudó de la legitimidad de sus prácticas, establecidas haciendo caso
omiso de la Ley. Cuando el Presidente del Tribunal de Justicia lo acusó de ser responsable de los
asesinatos cometidos por los grupos de exterminación, se presentó como una víctima de
individuos que intentaban perjudicarlo debido a su papel de protector de la gente honrada contra
los malhechores.
Más de un año después de haber sido arrestado, junto con decenas de sus cómplices, una buena
parte de la opinión pública en Rio Branco parece darle la razón. Desde luego, los asesinatos de
delincuentes disminuyeron en la capital tras la destitución de los “exterminadores”, pero los
robos y atracos aumentaron notablemente. Este nuevo incremento de los delitos contra los bienes
no sólo concierne a clases medias o pequeños comerciantes asustados por la nueva impunidad de
los delincuentes. Afecta también, y sobre todo, a la gente humilde que se ve obligada, por
ejemplo, a pagar un “peaje” (“pedagios”) en algunas esquinas. Se oye decir por todas partes que
“eso nunca ocurría en la época de Hildebrando”.
Redes ilícitas y control social en el norte de Acre
Cuando la prensa asocia el tráfico de drogas y la crueldad de los “grupos de exterminación”, se
oculta así un hecho crucial que es preciso recordar. La violencia no se manifiesta en el norte de
Acre, donde las inversiones de fondos ilegales y los mecanismos de redistribución de los
ingresos ilícitos son relativamente más importantes. En efecto, las ciudades medias de entre
20.000 y 50.000 habitantes de los valles del Juruá y del Tarauacá siguen siendo el feudo de
antiguos patronos seringalistas que supieron sacar provecho de nuevas oportunidades de
enriquecimiento. Muchos de los grandes comerciantes actuales explotaban haciendas de caucho
en los años ochenta. Cualesquiera que fuesen las circunstancias de sus primeros contactos con
los exportadores de cocaína, cabe constatar la importancia de los antiguos senderos de la selva
para el transporte de la droga. Gracias a los ribereños, a quienes se recluta como guías o
encubridores temporarios de la mercancía, se toman regularmente algunos senderos que
conducen del Perú a Cruzeiro do Sul por el Paraná dos Mouras o a través de los macizos
fronterizos, hacia las fuentes del Javari.
El contrabando de pequeñas cantidades de pasta base de cocaína hacia Cruzeiro do Sul es
favorecido por redes establecidas sobre la base de parentescos, compadrazgo o contactos previos
con pequeños proveedores comerciales en las ciudades. Se trata a veces de trabajadores o
campesinos peruanos que cruzan la frontera para vender algunos cientos de gramos recibidos,
por lo visto, a manera de salario o remuneración. Están hospedados por un ribereño, mientras su
mercancía se halla escondida en los alrededores, el tiempo necesario para que el patrón local
pueda trabar la transacción con un comprador en la ciudad.
Asimismo, el reclutamiento de las poblaciones regionales (guías, lancheros, indígenas empleados
para construir pistas de aterrizaje, etc.) puede proporcionar un apoyo logístico para operaciones
de mayor envergadura, con caravanas de porteadores escoltados por guardias armados, que
transportan la droga a pie en una parte del trayecto, antes de expedirla por barco y por avión,
dado el caso, hacia los laboratorios colombianos. Vigilantes a sueldo de los traficantes informan
a éstos sobre los desplazamientos de la Policía Federal encargada del control de las fronteras.
Un agente de la Policía Federal de Brasil lee la biblia en un barco patrullero en el Río Javari, que fluye a lo
largo de la frontera entre Brasil, Colombia y Perú.
Antonio Scorza/AFP
En tal contexto, los grandes patronos disponen de ventajas considerables. Puesto que
tradicionalmente se encargaban de organizar el despacho de la producción de hevea y los flujos
de mercancías por vía fluvial, no sólo poseen los medios de transporte (barcas chatas, etc.), sino
que también controlan las relaciones comerciales o incluso personales que, a mayor escala,
pueden resultar útiles para organizar transportes ilícitos. Sin embargo, los circuitos de la cocaína
no se superponen a las redes de comercialización del caucho, pues entre tanto se han producido
otros cambios, que han llevado a la diversificación de esos intercambios, así como sus agentes.
Los circuitos de la gasolina y de la madera, por ejemplo, son particularmente representativos de
las mutaciones que se han producido, ya que en el mercado esos productos alcanzan valores más
elevados que el caucho. Cuando se explotan ilegalmente (malversación de fondos de
subvenciones para el transporte de gasolina, con ventas clandestinas en el lugar de la compra;
extracción de madera en zonas protegidas, etc.), el interés de dichos productos como fuente de
ingresos aumenta aún más. En este caso, en estos circuitos pueden aprovecharse distintos
métodos (como la corrupción de funcionarios, la selección del personal y de los procedimientos,
etc.) empleados también en el comercio de la droga.
Desde ese punto de vista, los vínculos entre determinados circuitos estratégicos (variables según
las regiones) y el tráfico de droga, distan de ser casuales. El ejemplo más flagrante en Cruzeiro
do Sul es indudablemente el de Orly Cantarelli, ex alcalde de la ciudad e íntimo amigo del
senador Olavo Pires antes de que ese importante traficante de Rondônia fuera asesinado. Los
primeros problemas de Cantarelli con la justicia datan de mediados de los años ochenta, época en
que fue acusado de tratar a los trabajadores prácticamente como a esclavos en sus haciendas del
Alto Juruá, y de explotar ilegalmente la madera de reservas indígenas. Diez años más tarde,
cuando Cantarelli ocupó el puesto de gobernador del Estado Federado, su secretario personal
denunció la utilización de su empresa de transporte fluvial para transportar cocaína en bidones de
gasolina. Cantarelli, en su calidad de gobernador, había comprado a Estados Unidos un Boeing
727-200, que fue introducido ilegalmente en el Brasil con un cargamento de material electrónico
no declarado y a través de una empresa que servía de tapadera en Río de Janeiro, con lo que
aumentaron las sospechas en cuanto a la índole de sus relaciones con algunos personajes del
entorno de una piloto y traficante notoria arrestada en 1994 por el tráfico de 7,2 toneladas de
cocaína en el Estado de Tocantins. Finalmente, el gobernador fue la comidilla de la prensa
regional por las malversaciones de fondos públicos y el nepotismo que caracterizaban su gestión.
Las empresas familiares de los Cantarelli eran por aquel entonces increíblemente prósperas.
Obtenían contratos muy importantes para transportar el diesel necesario para el funcionamiento
de los generadores de las principales ciudades del Purus y del Tarauacá o para construir
carreteras.
Como se estima que esos contratos ascienden a millones de dólares, el problema que aquí se
plantea es el de la posibilidad para los traficantes de acceder a los fondos estatales y de disponer
de ellos como les conviene. De lo que se trata aquí ya no es de una simple corrupción de
funcionarios, ni tampoco, como en el caso de H. Pascoal, de hacer pagar a algunos traficantes o
ladrones un tributo por su impunidad, castigando al mismo tiempo a los recalcitrantes, sino de
hacer que a la mina que representan los ingresos ilegales puedan añadirse las malversaciones3.
Los grandes traficantes son ante todo hombres de negocios y sus empresas ofrecen trabajo a
cientos de empleados. La buena marcha de sus negocios entraña la creación de empleos
indirectos y mantiene a un gran número de subcontratistas, en la construcción, la hostelería y la
restauración. Pueden favorecer asimismo el reclutamiento de los funcionarios, ya que ocupan
puestos en la administración. En esas ciudades aisladas, pero menos afectadas por las presiones
demográficas que la capital, parece reinar una relativa paz social. El control que se ejerce sobre
las poblaciones permite prescindir de una represión violenta y continua sobre una población
cuyas formas de dependencia son aquí distintas. En general, los habitantes que se abastecen en
los almacenes de los patronos -de quienes, por lo demás, depende su remuneración-, constituyen
una clientela política cautiva, compartida por un puñado de personajes influyentes.
En este caso, se recurre muy escasamente al asesinato. De vez en cuando, las rivalidades entre
patronos pueden revestir la apariencia anodina de una competencia en torno a una licitación,
como un rico comerciante que se propuso transportar el diesel de los generadores públicos, pero
fue excluido del negocio por la empresa de los Cantarelli. El mismo comerciante dio su apoyo a
un candidato de la oposición de izquierdas al gobierno del Estado, que finalmente ganó las
elecciones. Su objetivo no era aumentar sus propias posibilidades de victoria en futuras
licitaciones en las que no hubiera trampa (aunque en ese caso no cabía poner en tela de juicio la
honradez del candidato). Lo que deseaba era más bien una victoria de la oposición que
permitiera debilitar aún más a su rival Cantarelli, ya que éste, acusado de diversos delitos,
empezaba ya en aquella época a verse acosado, con lo cual podría reforzar sus propias redes de
colaboradores y extender su influencia a puestos clave de la administración4.
Aquí no se trata de “negocios sucios” al margen de una esfera política establecida para
administrar los asuntos públicos. Al contrario, los enfrentamientos y las alianzas que tienen una
significación política pasan por las instituciones pero se traban con arreglo a la lógica de
reorganizaciones clientelistas en los circuitos ilícitos. La acción de los grupos parapoliciales
constituye una faceta de las economías ilícitas en la Amazonia occidental más espectacular que
la dominación que ejercen los grandes patronos, pero no es más que un indicio de un frágil
compromiso social que, cuando se destruye, da inmediatamente paso a otras formas violentas e
ilegales de control social.
Notas
1
2
Según las estimaciones del IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas) (1996) el
número de habitantes asciende a 483.593 habitantes, de los cuales 47,3% residen en el
municipio de Rio Branco. En el segundo municipio más importante, Cruzeiro do Sul, está
concentrado el 11,7% de la población de Acre (56.705 hab.); vienen después Tarauacá, con
el 4,8% (23.715 hab.) y Sena Madureira, con el 4,8% (23.330 hab.).
A finales de los años sesenta, el régimen militar tomó el control de los efectivos de la policía
de los Estados. La dictadura militar los movilizó contra algunas organizaciones radicales de
izquierda, en una represión que no tardó en convertir a todo oponente político en víctima
potencial. Comandos especiales, que recurrían a la tortura, mataban a los presos con la más
absoluta impunidad. Esos hechos, que fueron objeto de muchas denuncias y que han sido
analizados en diversos estudios sobre los regímenes dictatoriales en el Brasil y América
Latina, tuvieron graves consecuencias que ya eran visibles en el momento de la “transición
democrática”, pero cuya amplitud apenas se está descubriendo ahora. En efecto, algunos
sectores de la policía militar, cuando su función de lucha contra la oposición ya no tuvo
3
4
razón de ser, entablaron inmediatamente una “guerra contra el crimen”, recurriendo a los
mismos métodos extralegales que estimaban indispensables para el cumplimiento de su
misión.
La participación de H. Pascoal en el narcotráfico no se limita a la extorsión. Sus haciendas
sirven para cargar y descargar droga. El nombre de su hermano apareció en una
investigación de la Policía Federal en 1996. Se señaló que de Sete Bandeira Pascoal había
viajado a Colombia en compañía de importantes traficantes peruanos. Los pilotos que
trabajaban para esos individuos utilizaban de vez en cuando una pista de aterrizaje que
pertenecía a Sete Pascoal. H. Pascoal, que proporcionaba ayuda logística y servía de
tapadera para operaciones ilícitas, pudo sin duda encargarse del abastecimiento local en
algunas ocasiones. La CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación) del Narcotráfico
demostró también su colaboración con redes criminales interestatales, al igual que otros
conocidos personajes de la región Nordeste, entre los cuales un hermano de P.C. Farias, el
tesorero del ex presidente Collor de Melo en el Estado de Alagoas. Sea como fuere,
H. Pascoal no parece ser un traficante de envergadura nacional e internacional.
Al parecer, eso le fue útil, pues en una época en que muchos personajes políticos y hombres
de negocios del Estado fueron acusados de enriquecimiento ilícito ante una Comisión
Parlamentaria encargada de investigar a nivel federal sobre el narcotráfico, el nombre de H.
Pascoal fue borrado del informe de la Comisión. Hasta en los medios de la oposición se
atribuye esta omisión al hecho de que brindó su apoyo al actual gobernador.
Nota biográfica
Sinólogo y socioeconomista, Guilhem Fabre es profesor en la Facultad
de Asuntos Internacionales de la Universidad del Havre (Francia) e
investigador asociado en el Centro China de la Ecole des Hautes Etudes
en Sciences Sociales de París (EHESS, 54 Bd Raspail, 75006 Paris [email protected]). Participa, como Coordinador Científico para
Asia, en el Programa MOST/Drogas y es autor de Les prospérités du
crime: trafic de stupéfiants, blanchiment et crises financières dans
l’après guerre froide (1999) que también se publicará en inglés y en
chino en 2001.
Estado, corrupción y criminalización en China
Guilhem Fabre
La estructura del Estado chino ha cambiado profundamente durante los dos últimos decenios de
reformas y de descentralización de la economía que explican la expansión del país. Se observa
simultáneamente una generalización de la corrupción y un deslizamiento progresivo hacia
nuevas formas de criminalización de la economía. La economía criminal se diferencia de la
corrupción en que se basa obligatoriamente en la existencia de redes y en el empleo o la amenaza
de empleo de la violencia cuando la corrupción resulta ineficaz.
En las sociedades históricas, ningún Estado o poder puede sobrevivir ejerciendo el monopolio de
la violencia y de la extracción fiscal sin tener la convicción o la pretensión de encarnar un ideal
de bien público1. La corrupción es precisamente la negación de ese ideal, puesto que da lugar a
una crisis de legitimidad y a una crisis moral a las que se debe hacer frente imperativamente si no
se quiere perder el poder, vale decir, el monopolio de la violencia. Pero en un régimen
monopolístico como el de China, el poder se encuentra forzosamente ante un dilema bastante
bien ilustrado por un chiste que se cuenta en Pekín: se trata de combatir la corrupción para salvar
al país, o de no combatirla para salvar al partido. Por una parte la corrupción debería ser
preservada como elemento de estabilización del aparato del partido-Estado mediante la búsqueda
de rentas, pero, por otra parte, debe ser combatida como factor de desestabilización de la
legitimidad política del mismo, que además pone en peligro la supervivencia del régimen. Dicho
de otro modo, pese a la retórica política actual, la lucha contra la corrupción sólo puede ser
limitada y ejemplar, so pena de suicidio colectivo2.
La interpretación funcionalista de la corrupción
Jean-Louis Rocca3 reconoce el carácter sistémico de la corrupción en China, pero subraya su
carácter funcional, que permite superar un mercado fraccionado y redistribuir los beneficios
paralelos a escala local, en las unidades de trabajo, o mediante las redes tradicionales de
relaciones: «Para las autoridades, la corrupción es el precio que hay que pagar para lograr que se
respete su poder y mantener relaciones neotradicionales». Según él, los ejecutivos necesitan
redistribuir la totalidad o parte de los beneficios de la corrupción para salir al paso de posibles
denuncias de sus subordinados o de su clientela. La lucha misma contra la corrupción se
considera como un instrumento que las autoridades centrales utilizan para tratar de canalizar el
descontento popular que despierta la corrupción y eliminar así a ciertos rivales políticos (como
ocurrió con Chen Xitong, ex alcalde de Pekín y miembro del Buró Político, condenado por el
desfalco de aproximadamente dos mil millones de dólares estadounidenses). Una verdadera
lucha contra la corrupción pondría en peligro el crecimiento económico, basado, según él, en la
informalidad, en «la superposición de lo público y lo privado, lo político y lo económico, lo legal
y lo ilegal, lo legítimo y lo ilegítimo».
La corrupción es, según este enfoque, un modo de regulación del proceso de transición; se
supone que el poder instrumentaliza la corrupción “corrompiendo” desde el que más arriba hasta
el que más abajo está en la escala en la esfera económica de la utilidad, pero también la lucha
contra la corrupción para ajustar cuentas entre facciones dirigentes. Si bien este punto de vista,
funcionalista y culturalista a la vez, resulta útil para comprender la tolerancia pública ante la
corrupción, se debe combinar con las dimensiones económicas de esta última para entender la
dinámica del fenómeno. Entre la corrupción «blanca», ligada a la economía informal y
universalmente aceptada, y la corrupción «negra», basada en el tráfico de influencias (quanqian
jiaoyi) y universalmente condenada4, existe efectivamente una zona de corrupción «gris» que
consiste en el canje indirecto de poder por dinero, y favorece la economía especulativa con la
participación activa de la economía privada de los hogares que carecen de poder político (el
mercado bursátil es el principal vehículo de este fenómeno y la corrección de las cotizaciones
podría revelar bruscamente quiénes son los eternos ganadores en ese gran juego). Existe
indudablemente cierto grado de corrupción, indispensable para justificar los procedimientos
informales e ilegales, pero no hay que olvidar que los beneficios de la corrupción coinciden con
la pirámide jerárquica, que están muy concentrados, como lo demuestra la forma en que también
se concentra el ahorro privado, mientras que sus costos están diluidos en toda la sociedad. Si nos
atenemos a la esfera de la utilidad, queda claro que la opinión pública no reacciona mientras la
disolución de los costos parece leve en comparación con los beneficios del crecimiento
económico5. Se considera, por consiguiente, que la corrupción es el precio inevitable del
dinamismo económico durante el período de transición, pero cabe prever fuertes reacciones si los
costos llegan a superar los beneficios.
La interpretación culturalista de la corrupción
El análisis funcionalista de la corrupción se combina a menudo con interpretaciones culturalistas
que tienden a confinar a China en la dimensión local, y a considerar que constituye el nivel más
concreto de la realidad. Aunque el proceso de transición va acompañado de una reestructuración
de las formas de dominación tradicionales en las distintas unidades de trabajo y a escala local,
mediante las redes de relaciones y del clientelismo, la tradición china no se puede reducir a esa
dimensión, de lo contrario, entre otras cosas, no habría partido-Estado. En China, como en otros
países, el monopolio de la violencia y de la extracción fiscal se basa en la convicción colectiva o
la pretensión de encarnar un ideal de bien público, que, en la tradición confucianista,
personificaba el administrador honrado o el emperador virtuoso, representantes del interés
público (gong) en contraposición con los intereses privados (si). La tradición china, como todas
las grandes tradiciones, es conflictiva, oficial y no y más exactamente, tratándose del tema que
nos interesa, local y central. Este carácter conflictivo es lo que le ha permitido sobrevivir a lo
largo de los siglos, evitar las trampas de la centralización anquilosante o del desmembramiento
localista.
La lucha contra la corrupción constituye pues un reto simbólico esencial en cuanto a la
legitimidad y, por ese motivo, el poder no puede dejar de actuar. Ahora bien, en China, cualquier
acción contra la corrupción pone en peligro una serie de intereses particulares creados por la
descentralización en nombre de los intereses superiores del Estado. Para comprender este punto
de vista hay que entender la descentralización en un sentido amplio, como una delegación del
poder económico no sólo en autoridades territoriales (provincias, prefecturas, municipios,
distritos), sino también en monopolios sectoriales (corporaciones de importación-exportación,
por ejemplo) y en instituciones centrales como el ejército, la policía armada y el sistema judicial.
Según el análisis de Jacques Andrieu, que da numerosos ejemplos del proceso de corrupción y de
criminalización, la extensión del fenómeno radica en la formación de una economía
comunitarista en los planos local, sectorial e institucional. En la medida en que las identidades y
la pertenencia a grupos son los únicos criterios por los que se rigen las relaciones sociales (las
redes familiares, religiosas, regionalistas o clientelistas marcan la divisoria entre la esfera social
de la cercanía y la esfera anónima y abstracta de la ciudadanía), el «bien público» se presenta
como un objeto impersonal y abstracto, apto sólo «para que se lo apodere todo el mundo, puesto
que no está atribuido a ninguna persona, individual o moral, discernible». Nuevos códigos de
cercanía y de reciprocidad anulan la distinción entre esfera pública y privada en que se basa el
Estado moderno y contribuyen a su decadencia. China reanuda de este modo sus lazos con su
historia imperial, en la que el problema del Estado «no era extender su soberanía a los
individuos, sino someter comunidades orgánicamente vinculadas a su poder y hacerlas convivir
en China, una entidad que hasta hace poco menos de un siglo no era nacional.» En otras
palabras, el problema de la oligarquía comunista no sería construir un verdadero Estado
moderno, sino mantener su capacidad de regulación del proceso de corrupción y criminalización
dirigido por comunidades descentralizadas mientras éste siga siendo económicamente positivo,
evitando los escollos de un laxismo excesivo con los depredadores o los de una rigidez
burocrática que mataría la gallina de los huevos de oro.
Este análisis tiene la ventaja de aclarar la racionalidad de la corrupción y de la criminalización a
nivel descentralizado y de introducir la dinámica de su regulación (y no necesariamente su
instrumentalización) a nivel central. Al hacer hincapié en la fuerza de la solidaridad entre los
miembros de la familia, el clan, la localidad o los compañeros de las unidades de trabajo, sin
asociarla empero a la redistribución automática de la mayoría de los beneficios paralelos, lo que
seguramente no corresponda a la realidad, permite comprender la legitimidad de la corrupción e
incluso de la criminalización en el plano local, puesto que la solidaridad derivada de la cercanía
se impone más que el concepto abstracto de «ciudadanía», que, además, se percibe muy
concretamente como una sujeción.
Estado, dinámica económica y regulación de las actividades ilícitas
Ahora bien, este modelo es bastante estático por lo que se refiere al poder central. Presenta a la
oligarquía comunista como un conjunto monolítico, incapaz de adaptarse a situaciones nuevas, y
sólo admite cierta flexibilidad a escala local. En realidad, la situación es mucho más conflictiva y
abierta. Por una parte, el proceso de apropiación, e incluso de saqueo, de los activos públicos da
lugar a una competición feroz entre instituciones y cazadores de rentas, mientras que el problema
de la corrupción puede ser instrumentalizado, como se observa en Rusia, a un nivel sin
precedentes en las rivalidades políticas entre distintas facciones dirigentes. Por otra parte, el
aparato de Estado central no puede estar totalmente corrompido y criminalizado, de lo contrario
su legitimidad sería cuestionada abiertamente por poderes locales asociados al crimen
organizado. Es lo que ocurrió en 1992, en el distrito de Pingyuan, situado al sureste del Yunnan,
que estaba ocupado y controlado por productores y traficantes de drogas y de armas falsificadas,
la mayoría de ellos de origen musulmán. Dos mil soldados de la policía armada invadieron y
pacificaron el distrito, en el cual se obtuvo la rendición del “padrino” local y se incautaron 896
kg de heroína, así como gran cantidad de armas6.
Quemando pipas de opio en Shanghai, alrededor de 1926.
Denniston & Sullivan/Roger Viollet
Para comprender cómo se estructuran las nuevas formas de «legitimidad criminal» es preciso
volver al tema de la relación entre el poder central y los poderes locales, decisiva en la historia
mundial de la formación de las mafias. Como lo demuestra el ejemplo de Italia del Sur, el poder
central delega oficiosamente parte de su soberanía en elites tradicionales y clientelistas que, de
común acuerdo con las autoridades oficiales, asumen funciones de arbitraje y velan por el
respeto de la ley y del orden al tiempo que dirigen todas las actividades criminales7. A menudo
este modelo resulta pertinente para sociedades democráticas como la del Brasil, con el tráfico de
cocaína en la cuenca amazónica8, pero puede adquirir dimensiones sistémicas en algunos países
del Sudeste de Asia en curso de democratización. Carl A. Trocki ha mostrado que la política
local en Birmania, Tailandia y Filipinas está o ha estado dominada por individuos violentos,
homicidas o asesinos a sueldo, «gángsters bastante particulares… implicados en la droga, la
prostitución, el juego y la extorsión.9» La situación de China parece ser bastante diferente de la
de estos países, donde los criminales tienen posibilidades de acceder al poder, pero bastante
similar, en cambio, a la situación inversa, en la que el poder, y especialmente el poder de
coerción, da acceso a las ganancias derivadas del crimen.
Con la reconversión ideológica de la burocracia hacia el nacionalismo, y la de índole económica,
por medio de la apropiación y valorización de los activos públicos, la descentralización no ha
suprimido los monopolios, más bien multiplicado sus efectos. En su nuevo papel empresarial, las
autoridades locales, las autoridades centrales que poseen algún monopolio, o incluso
determinadas instituciones centrales como el ejército, la policía armada, la seguridad pública y el
sistema judicial, tienden a maximizar los beneficios de las actividades económicas sujetas a su
tutela limitando todas las formas de competencia10. Ahora bien, esta reducción voluntaria de la
competencia supone que existan redes administrativas coercitivas (fiscales, arancelarias,
policiales, entre otras), deseosas de sacar provecho de esta política. Esas redes funcionan
simultáneamente como agentes reguladores, vigías y cazadores de rentas, y su dominio se
extiende también al ámbito de la economía ilícita y criminal.
Este esquema puede aplicarse por consiguiente a la economía ilícita y criminal utilizando el
modelo de clasificación de los beneficios subterráneos que figura en la célebre publicación de He
Qinglian11. Las principales fuentes de beneficios criminales son el contrabando, la emigración
clandestina (toudu), el tráfico de estupefacientes, la prostitución (maï ying), el tráfico de seres
humanos (goumaï renkou), el juego y la falsificación, incluida la de moneda y documentos. A la
trilogía tradicional de beneficios criminales - prostitución, juego y narcotráfico- que también
existe en otros países, como el Japón y Tailandia, China añade el contrabando, el tráfico de seres
humanos y la falsificación. Aunque por definición esas ganancias resultan difíciles de evaluar, no
hay duda de que la economía criminal se desarrolló y alcanzó un nivel sin precedentes en los
años 90, hasta el punto de representar una parte no desdeñable de la economía sumergida.
La seguridad pública china estima que el volumen de negocios del tráfico nacional de
estupefacientes asciende a 30 mil millones de yuan (3,6 mil millones de dólares
estadounidenses)12; seguramente el tráfico internacional debe producir beneficios del mismo
orden. A juzgar por las incautaciones cada vez mayores, que representan a veces 600 kg de
heroína o 4,3 toneladas de marihuana13, este último opera a escala industrial y está en manos de
redes del crimen organizado. Últimamente, el 80% de los casos importantes de tráfico de
estupefacientes ha estado vinculado al crimen organizado (hei shehui)14. Lo mismo ocurre con la
prostitución: en 1996, la policía china detuvo a 420.000 prostitutas y clientes de éstas, o sea una
décima parte del número total, según una estimación de la policía15, que está bien informada al
respecto, puesto que, en 1994, en la provincia del Guangdong los órganos de la seguridad, de la
policía armada y todas sus unidades subalternas recibieron orden de «dejar de dirigir o de
participar en los beneficios de los lugares de ocio, comprendidas las saunas, las salas de masaje y
las peluquerías»16. La inspección general del Ministerio de Seguridad tomó las mismas
disposiciones en el plano nacional para acabar con la proliferación de «clubes de ocio y casinos
prósperos gracias a sus relaciones con la policía local», que amparaban a antiguos presos y
comprometían así la campaña contra la criminalidad17.
Este clima general es propicio para la «colusión entre gendarmes y gángsters», «policías y
ladrones» (como se observa en México, donde algunos grandes traficantes han podido rodearse
de policías que les sirven de guardaespaldas). En China, donde se pueden adquirir libremente
pertrechos y uniformes de policía, personifican esta colusión los «falsos policías», de los que a
menudo se habla en los medios de comunicación y que se dedican a chantajear a los ciudadanos
de a pie. Encuestas realizadas por la seguridad pública de Dalian revelaron que uno de cada tres
policías uniformado era un falso policía. Esta confusión entre verdaderos y falsos policías puede
incluso arrojar graves sospechas sobre casos de homicidios colectivos, como el que fue
perpetrado 1993 en el lago Qiandao, un lugar turístico del Zhejiang en el que veinticuatro turistas
taiwaneses y ocho tripulantes fueron desvalijados, asesinados y quemados. La justicia china
condenó a tres malhechores que supuestamente habían obrado por su cuenta, pero los servicios
secretos taiwaneses sostuvieron que el grupo había sido atacado con lanzallamas por una unidad
descontrolada del Ejército Popular de Liberación 18.
Tal vez esta situación se deba a los efectos nocivos de la descentralización de la gestión del
orden público, en virtud de la cual los municipios y las regiones autónomas bajo tutela directa
del gobierno central sufragan entre un 70 y un 85% de los gastos de financiación de la seguridad
pública y de las milicias armadas locales, por no hablar del problema del reclutamiento19. La
seguridad pública de Guangdong descubrió que un 20% de sus nuevos integrantes había estado
implicado en conflictos entre bandas rivales, casos de robo y actos de vandalismo y que una
mayoría de jóvenes desempleados se había sumado a sus filas sin someterse a los exámenes de
admisión habituales20. De ahí que el gobierno decidiera, a partir de 1997, «poner orden en las
fuerzas de orden» para reducir la inseguridad y mejorar la reputación de la policía. Esta política
condujo incluso a la dimisión del Ministro de Seguridad Pública, Tao Siju. Pero no por ello se
han revertido las tendencias, frecuentemente denunciadas por la prensa. Según el Diario del Sur,
por ejemplo, «ciertas casas de citas en las que se obliga a mujeres a prostituirse están a dos pasos
de los cuarteles de la policía. Aquí, un mercado de medicamentos falsificados, en el que se vende
sin licencia, está instalado frente a la Oficina local de la administración de Industria y Comercio.
Allí, una fábrica de cigarrillos falsificados, dotada de material moderno, está afincada
precisamente al lado de la sede del gobierno local. Las actividades de contrabando y reventa de
mercancías introducidas ilegalmente se llevan a cabo en pleno día, delante de los locales que, en
principio, representan a la ley. Los ejemplos de este tipo son moneda corriente21.»
Como explica sin rodeos el Director de la Seguridad Pública de Shanghai: «hay demasiados
asuntos criminales embarazosos. Y si se indaga seriamente se corren demasiados «riesgos».22»
Los riesgos en cuestión no son para tomárselos a broma, a juzgar por la petición de los fiscales
provinciales, que expresaron unánimemente el deseo de que las personas encargadas por el
Tribunal Supremo de la lucha contra la corrupción y los miembros de las unidades subordinadas
a las autoridades judiciales se equipara con chalecos antibalas23. Llegamos de esta manera al
meollo de la relación entre corrupción y criminalización. La economía criminal presta diversos
servicios ilegales a particulares, corrompe para obtener la impunidad y asentar su legitimidad,
pero necesita la violencia o la amenaza de violencia para eliminar la competencia en los
mercados ilícitos o para neutralizar la amenaza de castigo. La corrupción o la redistribución de
los beneficios criminales, la «promesa de un bien», según la formulación de Christian Geffray,
alterna con la violencia o «la amenaza de un mal» como instrumento indispensable de su
desarrollo y de su «legitimidad» local.
Ahora bien, cuando la estructura de los beneficios criminales está estrictamente regulada por los
representantes del Estado a todos los niveles y éstos tienen el monopolio de la violencia, ya no es
indispensable recurrir a la violencia para instaurar un monopolio territorial de los mercados
criminales, como se ha visto en la esfera legal, y el grado de criminalización puede incluso
aumentar en un contexto general de pacificación de las relaciones sociales... siempre que no se
ponga en entredicho la estabilidad económica. En el caso de China, la trilogía tradicional de
beneficios criminales –tráfico de drogas, juego e industria del sexo en su sentido amplio– no
altera el equilibrio general; no se puede decir lo mismo del contrabando y la falsificación. Los
servicios aduaneros estiman que sus pérdidas anuales debidas al contrabando ascienden a 15 mil
millones de dólares estadounidenses, vale decir, más de una décima parte de las importaciones
chinas24. Según un informe más reciente de la Comisión Central de Disciplina del Buró Político,
entre 1991 y 1998 se registraron 4.200 casos de contrabando, los cuales representaron 130 mil
millones de dólares estadounidenses, importe que coincide con la estimación que precede. Al
parecer, las misiones diplomáticas y comerciales de China en el extranjero fueron responsables
de 1.300 casos, evaluados en 60 mil millones de dólares estadounidenses. El contrabando no se
limita a los coches, sino que también comercia con productos del petróleo, productos químicos y
eléctricos, equipamientos y acero. En cinco años, de 1994 a 1998, el Ministerio de Asuntos
Exteriores debió importar, sin pagar derechos de aduana, 75.300 vehículos, por un valor de 19
mil millones de renminbi (2,3 mil millones de dólares estadounidenses). Los principales centros
de contrabando son Beihai, en Guangxi, Shantu y Zhanjiang, en Guangdong, Qingdao, en
Shandong, y Xiamen, en Fujian25.
Estos datos dan cuenta de los casos detectados, no así de las tendencias sumadas. Como señala el
economista indio Nirmal K. Chandra basándose en los datos del FMI, se observa una
considerable disparidad entre las cifras de China y de Hong Kong relativas a sus intercambios
respectivos. En efecto, las estadísticas sobre las exportaciones facilitadas por Hong Kong
superan en 440 mil millones de dólares estadounidenses las del continente. La diferencia puede
llegar a ser de 85 mil millones por año entre 1994 y 1997. Durante esos años, las exportaciones
de Hong Kong son siete veces superiores a las importaciones de China. Como esa diferencia no
se puede atribuir a importaciones muy reducidas relacionadas con el comercio de montaje, o a
una subfacturación de las importaciones y de las exportaciones de las empresas extranjeras en
China, cabe deducir que se debe al contrabando en gran escala de Hong Kong para evitar
impuestos, ya que las divisas necesarias son proporcionadas por exportaciones que no se
registran en Pekín y que sí figuran en las estadísticas de Hong Kong.»26.
Las actividades de contrabando están asociadas por consiguiente a las operaciones de las
empresas extranjeras en China. Pero, según Ting Gong27, aparte de ellas, la descentralización,
que ha “autonomizado” a las empresas locales incitándolas a reducir sus costos y a aumentar sus
beneficios, ha llevado a veces a compañías con dificultades al contrabando de bienes de consumo
o de producción. Como China estimula sus exportaciones concediendo reducciones de impuestos
y los certificados de reducción dan a los exportadores la posibilidad de importar sin pagar
derechos de aduana, la falsificación de estos documentos se ha convertido en algo habitual, tanto
que en las regiones costeras posiblemente la practique la cuarta parte de los exportadores. La
industrialización del contrabando ha ido creando así los famosos «canales grises» de
distribución, que distorsionan la competencia en beneficio propio. En China es muy difícil para
los operadores locales o extranjeros ignorar estos canales y mantenerse al margen sabiendo que
la competencia paga sólo un 5% de derechos de aduana y que ellos tienen que pagar un 30 %28.
Antes de la crisis asiática, estos canales, que se financiaban mediante la subfacturación de las
exportaciones, reinvertían la evasión fugas de capitales en China como «falsas inversiones
extranjeras» para tener derecho a las exenciones fiscales y arancelarias reservadas a las
sociedades mixtas. Desde 1997 los canales grises se utilizan cada vez más para el contrabando de
mercancías procedentes del Asia Sudoriental, Corea y el Japón, cuya competitividad se vio
estimulada por la devaluación de las monedas locales. Según fuentes oficiales chinas, en 1997 se
introdujeron en el país de contrabando más de 100.000 coches y motos, o sea aproximadamente
una cuarta parte de las ventas de las sociedades mixtas extranjeras del sector del automóvil. La
extensión del contrabando ha afectado a sectores enteros de la economía, como el de la industria
automotriz, cuyos precios han disminuido en un 20%, el de la industria electrónica y el de la
industria del petróleo. El contrabando ha exacerbado las tendencias deflacionistas debidas a la
reducción de la demanda y a las desigualdades crecientes, y ha creado una ventaja competitiva
para las empresas extranjeras que utilizaban los canales grises.
Las repercusiones macroeconómicas de las redes de contrabando, derivadas de la utilización de
nuevas oportunidades en un contexto de impunidad duradera, nos permite comprender que en el
verano de 1998 se hayan prohibido todas las actividades económicas de las fuerzas armadas, la
policía armada y el sistema judicial. Siguieron a esta decisión la detención del Viceministro de
Seguridad Pública encargado de la seguridad de las fronteras, Li Jizhou, y la creación de un
cuerpo especial de 6.000 miembros destinado a luchar contra el contrabando y directamente
dependiente del gobierno central29. La extensión del contrabando y la campaña a que ha dado
lugar, de la cual son objeto dirigentes al más alto nivel, es, al fin y al cabo, la mejor ilustración
de los vínculos que existen entre la descentralización, la corrupción y la criminalización.
Conclusión
Las interpretaciones funcionalista y culturalista son indudablemente útiles para comprender el
arraigo y la aceptación de estos fenómenos. Sin embargo, ambas dejan de lado sus dimensiones
políticas y éticas que también forman parte de la tradición y la cultura chinas. Estas dimensiones
pueden ser la causa del proceso actual de recentralización, que consiste fundamentalmente en
proscribir la delegación de determinados poderes económicos en aparatos centrales como el
ejército, la seguridad pública, los servicios aduaneros y el sistema judicial. La nueva ofensiva
contra la corrupción y la criminalización difiere de las anteriores en que supone una
recentralización, una afirmación de la soberanía del Estado central sobre entidades clave que
supuestamente representan su autoridad coordinadamente con el aparato del partido-Estado.
Aunque el sistema estatal que existe actualmente en China no brinda a criminales (traficantes,
proxenetas o contrabandistas) la posibilidad de asumir altos cargos públicos, como en el Brasil,
Tailandia o la India30, sí brinda a los representantes del Estado oportunidades de controlar y de
sacar provecho de las actividades criminales, como en México31. No ha de sorprendernos, por lo
tanto, que la actual campaña contra la corrupción y el crimen organizado pueda remontar hasta el
nivel más alto, lo cual no significa que se vaya a llevar plenamente a cabo, por las razones de
estabilidad y de supervivencia que se han señalado. Sea cual sea el resultado de este combate de
dudosa eficacia, el tema de la corrupción y de la criminalización seguirá siendo un elemento
fundamental de la sociedad y del debate político chinos. Y también lo seguiría siendo en el caso
de una transición política que condujera a la instauración de un régimen democrático y
presidencial, como en Taiwán o en México, donde estos problemas persistentes están en el centro
mismo del debate político.
Traducido del francés
Notas
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
Véase Christian Geffray, « Etats, richesses et criminels », IRD, abril de 2000,
comunicación presentada en el Seminario UNESCO/Most, París.
Se encontrará una presentación interesante de este punto de vista en He Wei, Wang
Wanzhu, « Zhuanxin qi xun zujing fubaï de lilun shuping » (Presentación de las teorías de
la corrupción y de la búsqueda de rentas en período de transición), Zhongguo shehui kexue
jikan (Chinese social sciences quarterly), 1999, xiaji hao, N° 26, pág. 149.
Véase « La corruption en Chine, une production du politique », Mondes en développement,
París, 1998, Tomo 26 ; « Corruption and its shadow : an anthropological view of
corruption in China », China Quarterly, 1992, págs. 403-416 ; « La corruption et la
communauté. Contre une analyse culturaliste de l’économie chinoise », Revue TiersMonde, t.XXXVII, N° 147, julio-septiembre de 1996.
Se encontrará una fiel descripción de los distintos métodos de comercialización del poder
en Yang Jisheng, « Quanqian jiaoyizhe zenmo yang hua gong wei si », (Cómo transforman
el interés público en intereses privados quienes cambian poder por dinero), Jingji
cankaobao (Références économiques), Pekín, 15/04/1997, pág. 1.
Véase Yves Mény, in La corruption internationale, Colloque du Nouvel Observateur,
París, Ed. Maisonneuve et Larose, 1999, pág. 73.
Véase Guilhem Fabre, Les prospérités du crime : trafic de stupéfiants, blanchiment et
crises financières dans l’après-guerre froide, UNESCO/Ed. de l’Aube, La Tour d’Aigues,
1999, pág. 46.
Véase Pino Arlacchi : Mafia et Compagnie : l’éthique mafiosa et l’esprit du capitalisme,
Presses universitaires de Grenoble, 1986.
Véanse informes de misión de Christian Geffray, (IRD), UNESCO/Most/Drogues, 1998.
Véase Carl A. Trocki, Gangsters, Democracy and the State in South East Asia, Cornell
University, Ithaca, Nueva York, 1998, pág. 10.
El ejemplo más elocuente del mercado burocrático y fragmentado que esta dinámica crea
en la esfera lícita es la competición entre las marcas Volkswagen Santana, que fabrica sus
vehículos en Shanghai, y Citroën Fukang, que los fabrica en Wuhan. Mientras que en un
mercado abierto y nacional competirían con los precios, la calidad y el servicio posventa,
en China el factor determinante lo constituyen los impuestos: en Shanghai por los
vehículos que hayan sido fabricados fuera del municipio se debe pagar una tasa de 80.000
yuan (más de 9.000 dólares estadounidenses), en cambio, los residentes de la provincia de
Hubei a los que se les haya ocurrido la mala idea de comprar un vehículo de la marca
Santana deben pagar varios impuestos, ya suprimidos por las autoridades centrales, y
abonar una contribución de 70.000 yuan (más de 8.000 dólares estadounidenses) a un
«fondo destinado a resolver los problemas de las empresas con dificultades1[1]».
Véase Xiandaïhua de xianjin : dengdaï Zhongguo de jingji shehui wenti (Las trampas de la
modernización: problemas socioeconómicos de la China actual), Pekín, Jingri Zhongguo
chubanshe, 1998, Capítulo 10, págs. 320-350.
Véase Renmin gong’an bao, 24/05/1997, en China news analysis, 15/09/1997.
Véase Guilhem Fabre, op.cit., pág. 43 ; Xinhua, 16/09/1998 en SWB/BBC/Asia Pacific,
18/09/98 ; China Daily, 18/01/1999, pág. 1.
Véase Di wu ci gaofeng : dengdaï Zhongguo de fanzui wenti (La quinta ola: el problema de
la criminalidad en China), Beijing, Jingri Zhongguo chuban she, 1997, pág. 35.
15
16
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18
19
20
21
22
23
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26
27
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29
30
31
Véase Xinhua, 15/09/1999.
Véase Da gong bao, 26/07/1994 in SWB/BBC/Asia Pacific, 29/07/1994.
Véase China Daily, 18/10/1994.
Véase Far Eastern Economic Review, 9/06/1994, pág. 23.
Véase la directiva del Buró Político sobre «la reorganización, el desarrollo y el refuerzo de
la Seguridad Pública y la milicia armada», Zhengming, Hongkong, marzo de 1995, págs.
18-19.
Véase Zhengming, 1/01/1994, págs. 26-27, en SWB/BBC/Asia Pacific, 2/02/1994.
Véase Nanfang ribao, 15/11/1998 en SWB/BBC/Asia Pacific, 18/11/1998.
Véase Renmin gong’an banyue kan, 25/01/1999 pág. 1, en SWB/BBC/Asia Pacific,
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Véase Zhongguo xinwen she, 23/02/96 en SWB/BBC/Asia Pacific, 28/02/1996.
Véase « Guanyu chengzhen jumin geren shouru chaju de fenxi he jianyi », (Análisis y
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Véase Zhengming, Hong Kong, enero de 2000, págs. 15-16.
Véase Nirmal K. Chandra, « FDI and the domestic economy : neoliberalism in China »,
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with continuity », Communist and post-communist economies, Vol 30, 1997, N° 3, págs.
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Véase Far Eastern Economic Review, 5/12/1996, pág. 63.
Véase Guilhem Fabre, « China in the East Asian crisis », The Economic and Political
Weekly, Nueva Delhi, 6/11/1999.
Véase N.K Singh, The politics of crime and corruption : a former Central Bureau of
Investigation official speaks, New Delhi, Harpers Collins India, 1999, 286 págs.
Véase Jean Rivelois, Drogue et pouvoirs : du Mexique aux paradis, París, L’Harmattan,
1999.
Nota biográfica
Molly Charles is subdirectora del Centro Nacional de Investigaciones sobre la
Adicción (NARC), sito en el hospital de Bhardawadi, Mumbai, India. Dirección
de correo electrónico: [email protected]. Investiga en particular la
delincuencia organizada, los costos socioeconómicos del cultivo y el comercio
de drogas y las políticas al respecto. Es la autora principal del libro Drug
Culture in India - A Street Ethnographic Study of Heroin Addiction in Bombay
(1999). Gabriel Britto es director del NARC. Dirección de correo electrónico:
[email protected]. Ha publicado en los campos de la acción social, la
movilización política, la política sanitaria y el uso indebido de drogas.
El contexto sociocultural del cosumo de drogas y sus efectos en la política
sobre las drogas
Molly Charles y Gabriel Britto
Introducción
Las relaciones con las sustancias que alteran las facultades mentales son variadas y han evolucionado a lo
largo de los siglos. Las variaciones de actitud respecto de unas mismas drogas entre las diferentes culturas
y dentro de cada una de ellas corresponden al papel desempeñado por factores distintos de la estructura
química de la sustancia. En la experiencia del consumo de drogas intervienen significados, contextos y
relaciones sociales (Curra, 2000). La realidad de las drogas, su consumo y su uso indebido está
conformada por el entorno sociocultural.
Los intentos de elaborar normas uniformes sobre el consumo de drogas se iniciaron con la Convención
Internacional del Opio, adoptada en La Haya en 1912, a la que se fueron añadiendo elementos que la
complementaban a lo largo de los años, codificados en la Convención Única sobre Estupefacientes de
1961. Esta convención amplió los mecanismos de represión al cultivo de las plantas, materia prima de los
estupefacientes (PNUFID, 1992). Varios países, como la India, tuvieron que criminalizar tradiciones que
se remontaban a varios siglos y aceptar la definición homogénea de drogadicción y una manera, asimismo
única, de abordarla. A consecuencia de lo anterior, el consumo, sea cual fuere su modalidad (fumar,
mascar, beber), de opio, hojas de coca, cannabis o sus derivados está prohibido salvo con fines médicos y
científicos, excepción que incluso se ha suprimido en la práctica para quienes practican sistemas
tradicionales de medicina.
La decisión de acceder a actuar de esta manera, adoptada bajo presión del Banco Mundial y del FMI,
transformó el consumo de drogas en muchas partes de la India, donde existía una tradición más que
milenaria de consumo controlado de cannabis y productos opiáceos. Al aplicarse la Ley sobre
Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas (NDPS) de 1985, estas modalidades tradicionales de consumo
pasaron automáticamente a ser delitos.
El presente artículo estudia las asociaciones históricas con plantas psicoactivas en la India, las
modificaciones de la legislación sobre consumo de drogas, el papel de la delincuencia organizada y las
pautas en evolución del consumo de drogas en determinadas zonas circunscritas del país.
La diversidad cultural y las formas tradicionales de consumo de drogas
La India es un caleidoscopio de culturas cuya asombrosa diversidad se refleja en la existencia en ella de
18 idiomas regionales y 1.652 idiomas maternos, junto con el entremezclamiento de los descendientes de
grupos étnicos enormemente diferentes. Los indios practican casi todas las principales religiones del
mundo: hinduismo, budismo, yainismo, sijismo, judaísmo, zoroastrismo, cristianismo e islam, además del
animismo y el totemismo. Incluso dentro del hinduismo hay miles de dioses y diosas, pues la adoración
de una deidad familiar se transmite de generación en generación (Malayala Manaroma, 1998).
Estas diversas culturas fomentaron el empleo de sustancias que alteran las facultades mentales con fines
médicos, religiosos y sociales o funcionales, todavía vigentes en distintos Estados del país, junto con el
consumo moderno de drogas de síntesis y derivadas en muchas ciudades.
La aplicación medicinal
Los sistemas tradicionales de medicina como las escuelas ayurveda, siddha, unani y tibbi emplean opio y
cannabis en los medicamentos que usan para tratar enfermedades de los seres humanos y los animales.
Los habitantes de la India poseen un vasto repertorio de remedios caseros, medicina tribual y practicas
terapeúticas populares, que también comprende el empleo de sustancias que alteran las facultades
mentales.
Está documentado el empleo de la Cannabis sativa en los tratamientos del tétano, la rabia, el delirium
tremens, las convulsiones infantiles, el asma, los partos difíciles, el insomnio, el cólera, la histeria, el
reumatismo, la disentería, la diarrea, la tos, problemas digestivos y numerosas enfermedades más (Herer,
1991, Chopra, 1990). En la Farmacopea India de 1954 figuran dos preparados de cannabis – un extracto
líquido y una tintura.
El opio también ocupa un lugar propio en los sistemas tradicionales de medicina, aunque su empleo varía
según las distintas escuelas (en la actualidad, la escuela tibbi lo usa más en sus medicamentos que la
escuela ayurveda). En la escuela tibbi, se utiliza como analgésico, contra el catarro, para la tos, el asma,
los ataques de hipo, para tratar el delirio maníaco y la inflamación del cerebro, la diarrea, la disentería, la
parálisis facial, la epilepsia y enfermedades nerviosas similares. Los médicos de la escuela tibbi
consideran que el opio es un estimulante temporal del cerebro que produce una sensación de placer, vigor
físico y un sentimiento de calidez. Se utilizó además como afrodisíaco y productor de esperma. En la
escuela ayurveda, se emplea como analgésico y para tratar la diarrea y la disentería, pero únicamente en
determinadas fases de esas enfermedades. Como remedio casero, se usa para distintos tipos de
inflamaciones, hemorragias, erisipelas, etc. Se tomaba opio líquido para combatir las conjuntivitis, el
dolor de oídos, el dolor de muelas, para la diabetes, para disminuir la sensibilidad en las fases avanzadas
de la viruela y para evitar la recidiva del paludismo. En caso de problemas dentales, por ejemplo, caries
grave, se introducía una bolita de opio en la cavidad.
Aunque la medicina occidental ha sustituido en general a la tradicional en las ciudades, muchas de las
zonas rurales dependen aún en gran medida de los sistemas tradicionales de medicina, la medicina tribual
y los remedios caseros. Los métodos occidentales son demasiado costosos para la mayoría de los indios y
los doctores alópatas prefieren ejercer en las ciudades. Según un estudio reciente de dos distritos de la
India occidental, los médicos tradicionales combaten con opio y cannabis distintas enfermedades de seres
humanos y animales (Britto, et al., 2000).
Una disonancia de hecho y de derecho
La Convención Única permite claramente utilizar con fines médicos las sustancias a que se refiere. En
muchos países, esta disposición de la Convención se aplica también para proporcionar metadona,
buprenorfina u otros sustitutos a drogadictos. Las autoridades indias, para ajustarse a lo dispuesto en la
Convención, promulgaron la Ley sobre Narcóticos y Sustancias Psicotrópicas de 1985 ya mencionada.
Esta Ley y su reglamento de aplicación establecen claramente la licitud de la utilización de opio y
cannabis para tratar enfermedades de los seres humanos o de los animales. Existen formularios oficiales
para solicitar el correspondiente permiso, por el que hay que abonar una tasa cuya cuantía difiere según
los Estados de la Unión. Los médicos tradicionales, los ganaderos y quienes poseen animales domésticos
pueden obtener, pues, opio o ganya, pero deben inscribirse en un registro especial, cumplimentar el
formulario para obtener permiso y un cupo semanal o mensual (para más detalles, véase Britto et al.,
2000). Ahora bien,, no se ha establecido un mecanismo de distribución de esos psicotrópicos a los más de
250.000 médicos tradicionales de aldea existentes, lo cual les obliga a adquirirlos en el mercado negro,
con el consiguiente riesgo de que disminuya la eficacia de la medicación a causa de las adulteraciones.
Sri Lanka ha implantado un método sistemático de distribución de opio con fines medicinales a médicos
tradicionales (vedaralas) por conducto de los hospitales de distrito, que mantienen registros de los
médicos de ese tipo que ejercen en cada distrito. Llevó años crear ese sistema -para lo cual hubo que
celebrar debates en el Parlamento y designar comisiones que estudiasen su viabilidad, conveniencia y
necesidad. Pues bien, el año 2000 la “comunidad internacional de donantes” obligó a Sri Lanka a poner
fin a esa práctica, en aplicación de una decision debida, como otras tantas similares, en el mejor de los
casos, al desconocimiento de nuestras culturas y del espíritu de la Convención y, en el peor, a la
arrogancia de Occidente y a la influencia de las empresas farmaceúticas vehiculada por los organismos de
las Naciones Unidas.
Esta situación tiene consecuencias gravísimas para el patrimonio cultural de civilizaciones tan antiguas
como las de China y el subcontinente indio, que representan a casi la mitad de la humanidad. El Gobierno
de la India, asociado al de China y otros países que poseen unos ricos sistemas tradicionales de medicina,
debe insistir en que, en el caso de civilizaciones antiguas como las nuestras, la utilización ‘con fines
medicinales’ del opio y de la cannabis abarca su empleo en el ejercicio de la medicina tradicional. La
cultura no es sólo la cultura occidental, ni la alopatía es la única medicina que existe.
El consumo con fines religiosos
La religión desempeña un papel primordial en la vision del universo y la comprensión de la existencia que
una persona tiene. En el contexto indio, la presencia de multitud de diferentes creencias religiosas y de
quienes no poseen fe alguna hace que la situación sea mucho más compleja que en los países en que
predomina una religión. Así sucede en lo tocante al consumo de sustancias psicotrópicas: cuando está
determinado, o al menos influido grandemente, por un marco general religioso, se ejerce un control de la
cantidad de droga que se consume y de las ocasiones en que se hace y su finalidad.
Las primeras noticias que tenemos del empleo del soma como sustancia psicotrópica se remontan a la
cultura védica aportada a la India por los arios. En el Sama Veda, uno de los himnos del Rg Veda (las
Sagradas Escrituras del hinduismo), compuesto entre 1500 y 1000 a.C., hay una referencia al licor del
soma. Es posible que la asociación de carácter religioso existente en la India y Nepal entre la utilización
del soma y el Señor Shiva (un dios hindú) haya evolucionado al mezclarse la civilización del valle del
Indo (a partir del año 3000 a.C.) con elementos arios que lo invadieron en torno al 2000 a.C. (Husain,
1992). En algunos de los sellos de ese período que se han encontrado aparece representado un dios que se
semeja al Señor Shiva. Los arios adoraban fenómenos naturales y expresaban su devoción prendiendo
hogueras en sus hogares, entonando himnos a sus dioses y ofreciendo a modo de sacrificio arroz, leche,
soma o animales. Tenían por sagrado al soma porque pensaban que, gracias al sentimiento de júbilo que
su licor provocaba, se alcanzaba la beatitud espiritual. No todos los estudiosos de la cuestión están de
acuerdo en que el soma fuese cannabis; según algunos, podría tratarse de Sarcotemma, emparentado con
el algodoncillo americano, de Peganum harmala, Amantia muscaria, Stropharia cubensis, o bien de una
enredadora sin hojas del genus Periploca.
Aunque no todos los especialistas coinciden en que el soma fuese cannabis (véase McKeena, 1993), lo
importante es que hoy día en la India se considera el consumo de cannabis sinónimo del consumo de
soma por el Señor Shiva, de manera que el consumo de ganya, bhang y charas está asociado a
ceremonias religiosas y sociales entre los hindúes. En la fiesta de Shivratri, se vierte bhang sobre
Shivlinga, en señal de la presencia de la realidad transcendental invisible de Shiva. La gente celebra esa
festividad para manifestar su contento, ya que se cree que Shiva contrajo matrimonio ese día. Otros
festivales en los que se consume cannabis son los de Janmashtami y Holi (el festival de los colores). En el
festival de Holi, hombres y mujeres beben una mixtura a base de hojas de cannabis, leche y frutas secas
(Fisher, 1975). Acertadamente, los legisladores indios no han prohibido el consumo de bhang.
Para facilitar la meditación, consumen cannabis los yoguis (personas que han renunciado a cualesquiera
fines mundanos en busca de lo transcendental), sadhus (sacerdotes hindúes) y faquires (adeptos
musulmanes itinerantes). Para éstos, de los que puede haber más de medio millón en la India, la cannabis
es un instrumento para relacionarse con los campos ocultos de la conciencia; se afirma que les ayuda a
hacer frente a temperaturas extremadas, superar el hambre y la sed y aumentar su concentración. Ningún
policía indio en su sano juicio se atrevería a detenerlos por haber quebrantado la ley.
El consumo de carácter social y funcional
Se ha consumido opio por mor de determinadas funciones sociales en diferentes comunidades de la India.
Durante el período mogol, los emperadores ingerían ocasionalmente una bebida hecha con cápsulas de
adormidera. La bebida denominada charburga se componía de una mezcla de cáñamo, opio, vino y
kuknar. En la region de Saurashtra, se consume opio en una forma líquida denominada kasumba, que se
prepara majando opio y mezclándolo con agua; otra modalidad se obtiene mezclando opio sin elaborar
con ingredientes como azafrán, nuez moscada y azúcar y fabricando luego pequeñas tabletas de esa
mixtura (Chopra, 1990, Masihi et al., 1998).
Los rajputs consumen opio con ocasión de las bodas, para refrendar un trato comercial importante, para
facilitar la catarsis a raíz del fallecimiento de un pariente cercano, buscando la longevidad (por lo
extremado del clima de la región) y para aumentar el placer sexual. El anfitrión ofrece a su invitado unas
gotas de opio en la palma de la mano ahuecada en señal de respeto. Se da opio a los camellos antes de un
largo viaje, para que resistan el sol del desierto. En Penyab y Haryana se proporciona opio a los jornaleros
agrícolas en la época de la cosecha. En Cachemira, la gente se sienta en círculo al atardecer para hablar de
los asuntos de la aldea y los asistentes se pasan una pipa de opio de la que todos fuman.
En muchas partes de la India se ha utilizado opio como sedante con los niños; se mezcla con caramelos y
se les da para que estén tranquilos mientras su madre trabaja fuera del hogar (Andrew, 1926, y Chopra,
1990).
En toda la India se fuma corrientemente marijuana y hachís, que son el alcohol de los pobres. Con hojas
tiernas de cannabis, leche y frutas secas se hace una bebida llamada zandai que se consume en verano,
cuando la temperatura sube muchísimo, como refresco y para evitar la deshidratación, en regiones del
centro, el este y el noroeste del país. También se consume cannabis en forma de pasteles, platos dulces y
tentempiés.
Importa señalar que la función de la Organización Mundial de la Salud (OMS) consiste en aportar
pruebas científicas a sus Estados Miembros sobre cuestiones relativas a la sanidad pública, a fin de que
puedan sopesar los pros y contras de las posibles opciones basándose en datos fidedignos. Como los
tratados de las Naciones Unidas obligan a todos los países a perpetuidad y rara vez se contempla la
conveniencia de abrogar alguno de ellos, la OMS tiene una grave responsibilidad. Ahora bien, cuando
participó en las deliberaciones conducentes a la Convención Única, la OMS no aportó el menor
fundamento científico para incluir la cannabis en la lista de sustancias que debían ser prohibidas,
sencillamente porque no existía ninguno. Investigar los efectos del tetrahidrocannabinol en el cerebro del
ratón no es lo mismo que estudiar la cannabis, pues una hoja, una semilla, una goma de mascar o una raíz
de la planta de cannabis tienen millones de elementos de los que el THC es sólo uno1.
La India, a la que, como a otros países, se le dió un plazo de 25 años para eliminar el consumo cultural,
religioso, social y funcional del opio y la cannabis, no hizo nada. No se efectuó ninguna encuesta para
averiguar la índole y la amplitud del problema; tampoco se realizó ningún estudio de las consecuencias de
la firma de la Convención en nuestros regímenes político, cultural, económico y sanitario, ni se evaluaron
objetivamente los daños provocados por la cannabis comparándolos con los del alcohol o el tabaco. No
tiene ningún sentido firmar un tratado en tales condiciones.
Los macrocambios y sus efectos en el consumo de drogas
La necesidad de Gran Bretaña de equilibrar su comercio con China le llevó a cultivar adormideras a gran
escala en algunas provincias de la India británica. Además, desencadenó dos Guerras del Opio con China.
Aquélla fue la primera vez que en la India se intentaba obtener beneficios económicos gracias al control
del cultivo, el comercio y las ventas al exterior de opio. Durante los combates por la libertad y
posteriormente, los partidarios de Gandhi estuvieron en contra de todos los tipos de sustancias que alteran
las facultades mentales y organizaron vigorosas campañas contra el consumo de bebidas alcohólicas, a
consecuencia de las cuales se instauró la prohibición en muchos Estados, algunos de los cuales la
mantienen todavía en la actualidad. La prohibición de consumir alcohol provocó un aumento del
contrabando, que se convirtió en una lucrativa actividad económica.
Los cambios políticos dentro y fuera del país
Por hallarse entre la Media Luna y el Triángulo de Oro, la India se convirtió en una importante ruta del
comercio de drogas a partir más o menos de 1980. La revolución islámica del Irán de 1979, el estallido de
la guerra en Afganistán ese mismo año y el restablecimiento del gobierno militar en Pakistán bajo el
mando del general Zia perturbaron las redes tradicionales de contrabando de heroína entre Asia y
Occidente y las desviaron por la India (Britto, 1987). Además, la confusión política existente en Sri Lanka
hizo de este país una ruta más desde la India a los mercados mundiales. El malestar politico reinante en
Penyab, Cachemira y la India nororiental, con la consiguiente represión ejercida por las fuerzas armadas,
ha suscitado un clima de anarquía en el que florece el comercio de armas y heroína. A todo esto se añade
el que las autoridades indias no han ejecutado los adecuados programas de desarrollo en Cachemira y la
region del Noroeste, muchos de cuyos habitantes se sienten aislados y olvidados por los poderes centrales,
lo que hace que en esas partes del país apenas se respeten los edictos del Gobierno de la Unión.
En todas esas zonas fronterizas, algunas comunidades viven a ambos lados de la frontera, tienen lazos de
consanguineidad y una pluricentenaria tradición de comercio. El Observatoire Geopolitique des Drogues
(OGD) cita el caso de los guyyars de Cachemira (OGD, 1997) y de la Cachemira ocupada por Pakistán;
los kukis viven a ambos lados de la frontera entre la India y Myanmar; los tamiles, en Sri Lanka y en la
India; los penyabíes, en Pakistán y en la India.
1
THC es la denominación genérica de la sustancia química tetrahidrocannabinol (delta-9tetrahidrocannabinol). Es alucinógeno y el principio activo de la cannabis. Se encuentra también en la
resina del cáñamo común. Se produjo sintéticamente por primera vez en1966.
Fabrica de opio en la India, alrededor de 1900.
Roger Viollet
La Ley sobre Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas y el cambio de las pautas de consumo
Antes de que se promulgase la NDPS en 1985, tres leyes regulaban el consumo de drogas: la
Ley del Opio de 1857, la Ley del Opio de 1878 y la Ley sobre Drogas Peligrosas de 1930. Se
consideró que no eran suficientemente punitivas (Barowalia, 1992).
Al entrar en vigor la NDPS, aumentó la conveniencia de comerciar con heroína para los traficantes de
cannabis y opio, que en muchas ciudades descubrieron que el acoso de la policía no variaba, tanto si
vendían cannabis como opio o ‘azúcar morena’ (heroína sin elaborar), siendo así que el margen de
beneficio era muy superior en el caso del azúcar morena, que además podían utilizar para corromper a
funcionarios. Algunos traficantes decidieron, pues, que era mucho más práctico y lucrativo vender azúcar
morena y, para crear un mercado para esa sustancia, dieron a sus clientes habituales la nueva droga so
pretexto de que es similar a la cannabis y al opio, en ocasiones gratuitamente al principio. Otros
acostumbraron a sus clientes al nuevo producto mezclando cannabis con azúcar morena en el chillum
(instrumento parecido a una pipa), sin advertirles. Otros, por último, se negaron, en cambio, a comerciar
con azúcar morena porque, decían, mataba e iría contra sus principios venderla, y todavía hoy se
encuentran vendedores que no comercian jamás con la sustancia, por mucho dinero que se les ofrezca
(Charles et al., 1999). Otra consecuencia de la NDPS fue un aumento radical del precio de los productos
tradicionales.
En lugares como Rayastán, el opio líquido está siendo sustituido rápidamente por azúcar morena, han
proliferado los comercios que venden bebidas alcohólicas y brotan por doquier destilerías ilegales. Como
la religión sij prohibe fumar, en Penyab la gente solía mascar opio o beber alcohol. Gracias a la
prohibición del opio, ha aumentado espectacularmente la adicción a sustancias farmaceúticas,
comprendida la inyección de buprenorfina. Estudiantes penyabíes han llevado este tipo nuevo de adicción
a pueblos de distritos remotos (por ejemplo, al distrito de Bidar, en Karnataka, India meridional), adonde
acuden a cursar estudios.
Aunque las leyes disponen el encarcelamiento de los traficantes, hay una gran distancia de lo que en ellas
se prevé a lo que sucede en la realidad. Los traficantes que son atrapados disponen de recursos suficientes
para aprovechar al máximo las lagunas de la legislación y conseguir que se archiven sus causas por
motivos de procedimiento. Se sanciona, en cambio, con largas condenas de prisión a los drogadictos y
pequeños revendedores, por lo que éstos han adoptado varias estrategias de supervivencia, por ejemplo,
que sean mujeres quienes se ocupen de la reventa y emplear a adolescentes y familiares jóvenes para
empaquetar y entregar la droga, o bien que los consumidores comprueben la pureza de la sustancia en
lugar del revendedor.
El ajuste estructural y sus vínculos con el hampa
Los programas de ajuste estructural aplicados en la India han aumentado las privaciones y la diferencia
entre quienes tienen algún bien y quienes no poseen nada. La India figura en el puesto 135 entre 174
países en el Índice de Desarrollo Humano, con el 32% de su población rural y el 21% de su población
urbana por debajo del umbral de la pobreza. Aproximadamente el 70% de sus 960,2 millones de
habitantes carece de servicios de saneamiento elementales; la atención primaria de salud está fuera del
alcance de 135 millones y el agua potable sigue siendo un “sueño” para 171 millones (para más detalles,
véase Haq, 1997). Los programas de ajuste estructural están agravando rápidamente esta situación.
Los planes de ajuste structural pueden tener consecuencias negativas en la población activa, sumamente
vulnerable en la India. El 8,5% de los aproximadamente 317 millones de personas que la componen
pertenece al sector estructurado de la economía, es decir que disfruta de seguridad en el empleo y está
protegido por sindicatos, y el 91.5% al sector no estructurado. Pero hoy día ni siquiera los trabajadores
del sector estructurado pueden estar seguros de que conservarán las prestaciones sociales de que han
gozado hasta los cambios aplicados recientemente. En general, los trabajadores del sector no estructurado
trabajan por cuenta propia o como jornaleros eventuales en empresas de muy distinto tipo. Las nuevas
políticas, consistentes en privatizar sectores reservados anteriormente al Estado y en disminuir el control
público de las inversiones y en abrogar varias leyes laborales, refuerzan los poderes de los empresarios,
debilitan la capacidad de negociación de los trabajadores y llevan a una propagación del sector no
estructurado, como puede verse en todos los sectores de la economía, lo mismo en la manufactura que en
la construcción, el comercio, los transportes, el almacenamiento y las comunicaciones y los demás
servicios (Davala, 1996).
Esta lúgubre situación ha provocado más desempleo y subempleo y una baja generalizada de los salarios,
lo que ha convertido en marginados a muchos habitantes pobres de las ciudades, algunos de los cuales
han recurrido a las drogas y la pequeña delincuencia, y en general a otros modos de vida, para hacer
frente a los cambios. Además, algunos jóvenes sin trabajo se han pasado a las filas de la delincuencia
organizada en calidad de matones, cobradores de deudas y sicarios. La prensa ha publicado reportajes
sobre sicarios de Mumbai que tienen menos de 24 años de edad y que hasta entonces no habían cometido
delitos.
Otro aspecto de la liberalización ha sido la supresión de los elevados aranceles aduaneros que gravaban
casi todos los artículos importados. Se han eliminado las estrictas restriccciones de las importaciones y
los elevados derechos de aduana. Las redes de delincuentes especializadas en el contrabando de oro,
plata, artículos electrónicos, etc. han tenido que buscar otras actividades para mantenerse y trafican ahora
con drogas y armas (entre otras cosas), que producen grandes beneficios.
El impacto de las nuevas formas de consumo de drogas
Las normas sociales controlaban el consumo de drogas mucho más eficazmente que la legislación actual,
que se ha limitado a estigmatizar a los toxicómanos, convirtiendo en delito el consumo cultural y
tratándolo casi de la misma forma que al consumo de drogas de síntesis o derivadas. A consecuencia de
todo ello, junto a las nuevas formas de drogas, han aparecido modalidades no culturales de consumo: los
consumidores ocultan su hábito hasta que la toxicomanía ha arruinado totalmente sus vidas, lo cual
complica el proceso de rehabilitación, pues ya no se trata únicamente de renunciar a la sustancia química,
sino también de hacer frente al estigma social de ser drogadictos, reorientar la personalidad, la actividad
laboral y las pautas cotidianas, además de hacer frente a la justicia si se ha intervenido en actividades
delictivas.
Al convertir en delito el consumo de drogas, los toxicómanos tienen que obtenerlas clandestinamente, lo
que fomenta modalidades perniciosas de consumo. Concretamente, habida cuenta de la difusión del VIH,
el empleo de jeringuillas se ha vuelto peligroso y ha habido que instaurar programas de contención de
daños, consistentes en distribuir instrumental esterilizado o drogas de sustitución. En el contexto indio,
importa ante todo que este proceso de contención tenga por objetivo evitar el paso de drogas clásicas,
como la cannabis o el opio, al azúcar morena y los fármacos. Al considerar todas las modalidades de
consumo de drogas como un solo y único fenómeno, la ley ha impulsado indirectamente a los
toxicómanos a pasar a formas más duras de drogas y modalidades más perniciosas de consumo. El paso a
los fármacos ya sigue determinadas pautas: desde el momento en que llega al mercado un nuevo
producto, puede transcurrir un decenio o dos hasta que la OMS lo incluya en la lista de sustancias
prohibidas, como pasó con la metacualona (pastillas de mandrax) y la buprenorfina. Cuando se prohíbe el
medicamento, la empresa fabricante puede retirarlo del mercado legal y otros lo venderán en el mercado
semioficial y negro, obteniendo gigantescos beneficios. Al cabo de casi 20 años de prohibición, se pasa
mandrax de contrabando desde Mumbai y Guyarat a varios países africanos en cantidades enormes; casi
todos los decomisos de esta droga lo son de toneladas.
Conclusiones
En la India ha habido durante siglos una asociación cultural con las drogas que alteran las facultades
mentales, situación que modificaron a partir de 1980 la nueva legislación sobre consumo de drogas, los
cambios de política acaecidos dentro y fuera del país y la vinculación con el narcotráfico de
organizaciones de delicuentes que ya estaban bien arraigadas. La situación actual es fruto de la
interacción entre la asociación cultural, la delincuencia organizada, la penalización de todas las formas de
consumo de drogas y la creación de nuevas redes de tráfico de drogas. Los cambios estructurales han
complicado aún más la situación al aumentar la diferencia entre los vencedores y los perdedores en el
terreno económico. Las políticas en materia de drogas tienen que ir más allá de la penalización y abordar
los problemas del desarrollo, la privación económica y la realidad social de la región. La aplicación de
una legislación que convierte abruptamente en delito el consumo de drogas sin tener en cuenta las
prácticas religiosas y culturales preexistentes no hará más que perturbar el equilibrio al que se ha llegado
a lo largo del tiempo y hacer surgir una forma “laica” de consumo de drogas, es decir, sin normas
culturales que lo controlen. En este artículo se propugnan, pues, unas políticas que tengan en cuenta los
fenómenos culturales y ls características de cada sustancia, que respeten todos los aspectos de la cultura,
especialmente los sistemas tradicionales de medicina.
Traducido del inglés
Referencias
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PNUFID. 1992. United Nations and Drug Abuse Control. Canadá: Departamento de Información Pública
de las Naciones Unidas.
Nota biográfica
Maurice Engueleguele es profesor e investigador de ciencias políticas en
el Centro Universitario de Investigaciones Administrativas y Políticas de
Picardía (UMR 6054 del CNRS) y del Instituto de Relaciones
Internacionales del Camerún. Estudia principalmente la oferta de bienes
simbólicos alternativos en los regímenes políticos en “transición” de los
países de África Central. Correo electrónico: [email protected]
La opinión pública y los sondeos en el Camerún
M. Engueleguele
La reflexión acerca de “la opinión pública” camerunesa deja entrever una paradoja sobre la que
ya se ha hecho hincapié (Engueleguele 2000): la existencia de un contraste entre la aparición y la
frecuencia de la noción en el discurso de quienes intervienen en el debate público, así como la
proliferación de “sondeos” y “encuestas” en el Camerún1, y la no objetivación del instrumento
que, a pesar de los esfuerzos de los neosondeadores, no ha logrado imponerse como una realidad
que consideren natural quienes actúan en la política y que lo sea para los ámbitos y en las
competiciones políticas del país. En efecto, puede parecer a primera vista que estos “sondeos” y
“encuestas”, gracias a la frecuencia de su publicación y a su amplio uso por la prensa –sobre
todo la privada- para ilustrar comentarios relacionados con los temas objeto del debate público,
han logrado monopolizar la noción “de opinión pública” camerunesa. Triunfo tropical, en cierta
modo, de P. Converse (1987) y G. Gallup (1937, 1953) para quienes “la opinión pública” no es
más que lo que miden los sondeos. Ahora bien, analizándola más a fondo, semejante
constatación suscita graves reservas: sigue en pie la hipoteca que impone la inexistencia de una
definición convencional de la noción (Gunn, 1989; Meyer, 1991; Blondiaux, 1997); es además
sorprendente observar que los propios neosondeadores cameruneses son relativamente incapaces
de definir con precisión qué entienden por “opinión pública” camerunesa y la asimilación de su
figura por varios de ellos a “un sentimiento necesariamente mayoritario”2 ilustra perfectamente
esta incómoda situación en que hizo hincapié, en otros contextos, en su momento H. Blumer
(1948) y ha recalcado más recientemente C. Conaghan (1995).
Parece pues, llegado el momento de enunciar una segunda paradoja: afirmar que los “sondeos” y
“encuestas” que tan de moda están en el Camerún desde hace varios años no aprehenden ni
miden “la opinión pública” camerunesa y tienen un efecto marginal casi nulo en las categorías
ordinarias del juicio político en este país, a pesar de lo cual no carecen de interés, ya que
permiten aprender mucho acerca del debate público desde el principio de la “transición”
(O’Donnel, Schmitter y Whitehead, 1986; Dobry, 2000)3 de los años noventa. Más aún, podemos
formular la hipótesis de que las enseñanzas que cabe extraer de estos “sondeos” no habrían
salido a la luz de manera tan palmaria de no haberse realizado aquéllos.
Antes de analizar con más profundidad esta nueva paradoja, convendrá, por afán de vigilancia
epistemológica, hacer dos precisiones para aclarar de qué se trata, superar las falsas evidencias
del sentido común y centrar la reflexión.
Para empezar, a la pregunta de cuál es la definición previa de “sondeo” político o “encuesta de
opinión” en el Camerún, responderemos, para abreviar, que en el término genérico los
neosondeadores y quienes participan en el debate público camerunés agrupan “encuestas” muy
diferentes, que tienen muy pocas cosas en común, salvo referirse todas, o casi todas, a
“muestras” supuestamente representativas de la población; que consisten en hacer preguntas,
cuya naturaleza abierta o cerrada preocupa muy poco a estos neosondeadores; que las realizan (o,
más exactamente, amañan) neófitos; las publica la prensa y a menudo tienen por finalidad
conseguir repercusiones políticas que, por último, son asimiladas por sus productores a un
instrumento de democracia directa4. Por lo anterior, está claro que, en esta fase de su
expatriación en el Camerún, el instrumento resulta problemático en casi todos sus aspectos. Estas
características comunes, a las que se añade la novedad de su difusión, autorizan, en un primer
momento al menos, a tratar de pensar estos “sondeos” políticos y “encuestas de opinión” de
manera global. Por lo demás, aunque quisiéramos distinguir, conforme a una perspectiva
deliberadamente constructivista, los “sondeos preelectorales” de las demás “encuestas de
opinión”, “sondeos-lectores” y “sondeos sobre la situación” que han tenido lugar en el Camerún,
¿qué valor científico podríamos atribuirles a ellos y a semejante distinción?
A continuación, sucede que si las críticas de los “sondeos” y “encuestas de opinión” que
proliferan (Engueleguele, 2000) obtienen un eco a audiencia tan débil entre los neosondadores y
la prensa camerunesa, que es su principal consumidora, es porque lo que, en los planos simbólico
y económico, pone en juego la verdadera competición comercial y política que está instaurada
entre los actores políticos que recurren a ellos, las pequeñas empresas de sondeo y los medios de
comunicación que los encargan y cuyos periodistas los comentan en sus editoriales y artículos,
tienden a privar de interés, para unos y otros, el discurso científico, con sus restricciones, sus
precauciones y su rechazo del sensacionalismo, propiedades éstas que lo sitúan en las antípodas de
la lógica simplificadora que en gran medida cubre el terreno en este ámbito, tanto en esos medios
como en las propias competiciones políticas.
Una vez hechas estas puntualizaciones, describiremos brevemente la genealogía de la noción de
“opinión pública” camerunesa antes de facilitar algunas pistas sobre las enseñanzas de los
“sondeos” y las “encuestas de opinión”, que se multiplican en el Camerún.
La genealogía de la noción de “opinión pública” camerunesa
Es conveniente identificar las reglas de formación de los enunciados en el debate público, es
decir, aislar lo que M. Foucault (1969) llama las condiciones de aparición del discurso, su ley
elemental de formación, con el fin de leer y percibir su lógica subyacente, su “idioma” oculto y
situarla en su “ideosistema” (Bon, 1991). Abordando de esta forma la estructura de “la opinión
pública” camerunesa se pude inscribir los discursos que la vehiculan en ámbitos políticos y
semánticos específicos. Una rápida reconstitución genealógica de la evolución del vocablo en el
discurso de quienes han intervenido en la vida pública camerunesa desde el periodo de la ruptura
colonial permite, en efecto, mostrar cómo, aparecida en una perspectiva pragmática, esta noción
vaga ha sido siempre lo que aquéllos han querido ver en ella.
De la ruptura colonial a la monopolización de los mercados políticos
La “opinión pública” camerunesa apenas era, en el momento de la descolonización, otra cosa que
la opinión sobre cuestiones de importancia nacional para quienes, pertenecientes al círculo
restringido de las elites se consideraban competentes para hacerlo, intervenían en política que,
conforme a la lógica específica de esa actividad, aspiraban a dar un carácter colectivo a su
opinión individual sobre lo que estaba en juego y pretendían hablar en nombre de la opinión
general. Decir, como A. M. Mbida, en su discurso de toma de posesión como Primer Ministro
pronunciado ante la Asamblea Legislativa5, como su sucesor A. Ahidjo, en su discurso ante la
Asamblea General de las Naciones Unidas el 25 de febrero de 19596, o incluso como S. Kame7,
que la “opinión pública camerunesa piensa que ...” era una forma de decir “yo pienso como el
pueblo” o, lo que viene a ser lo mismo, “el pueblo piensa como yo”, o incluso “nosotros
pensamos como el pueblo” o “el pueblo piensa como nosotros”. La plasmación de la empresa de
monopolización de los mercados políticos cameruneses mediante la institución de un partido
único (la Unión Nacional Camerunesa creada en 1966), la reducción de cualquier “disidencia”
(mediante la eliminación o el retiro voluntario de sus principales adversarios) y la unificación del
país (1972) constituyeron las manifestaciones más destacadas de un proceso de acumulación de
los trofeos políticos por el Presidente A. Ahidjo. Los contenidos asociados a la noción se
remitirán entonces, sin por ello excluir lo anterior, a la opinión del “príncipe” y a la producida
por las instituciones públicas (Engueleguele, 2000).
En estas figuras, la “opinión pública” camerunesa no es de ninguna manera la de “todo el pueblo
camerunés” (si es que semejante expresión puede tener un sentido que no sea el metonímico, que
los ámbitos políticos han construido históricamente). La noción circunscribe en realidad un
campo de luchas restringido: el de una minoría políticamente activa cuyos miembros, o más bien
algunos de ellos, pueden pretender expresar, más allá de sus intereses individuales, lo que
estiman que es el interés general, el de aquellos que, retomando las palabras de Herman C. Beyle
(1935), hacen “(...) profesión de la sumisión pasiva, de la protesta activa o del consentimiento
manipulado de las masas de individuos” o que pueden, al menos institucionalmente, creerse
facultados para hablar en nombre de “pueblo”, o de tal o cual de sus fracciones. Dicho de otra
forma, la “opinión pública” camerunesa no era más que el producto incierto de las luchas
simbólicas, pero con repercusiones en la realidad, en que se enfrentaban, en diferentes palenques,
diferentes categorías de portavoces facultados o que se sentían facultados para decir lo que
aquélla pensaba, deseaba, exigía, sentía, ...
La “transición” de los años noventa
La relativa liberalización de la actividad política, a partir de principios de la década de los
noventa, hará surgir una nueva acepción de la noción de “opinión pública” camerunesa: la de un
pueblo invitado al espectáculo del poder y árbitro de las competiciones políticas, que los
dirigentes seguirán convocando para legitimar sus pretensiones encontradas y con respecto al
cual hacen alarde de estrategias de seducción interesadas aunque sus veredictos se tengan poco o
nada en cuenta. La invocación de la “opinión pública” camerunesa en los enfrentamientos en
torno a las cuestiones políticas participa de una estrategia enderezada a construir la mirada de un
público bajo cuyos imperativos el poder (o “el régimen BIYA”) debe deliberar y actuar. La
“opinión pública” constituye una unidad representable que los participantes en el debate público
y sus comentaristas invocan en apoyo de sus argumentos y acciones. La convocatoria del público
en estos enfrentamientos donde puede tener el estatuto de tercero-árbitro es un medio para iniciar
la controversia sobre las cuestiones en juego ampliándolo a quienes hasta entonces estaban
excluidos de las luchas y para conseguir apoyos del exterior del palenque político. La “opinión
pública” camerunesa está, en efecto, erigida en un poderoso operador narrativo, al servicio de la
diferenciación y de la justificación pública de ofertas de bienes simbólicos alternativos a los del
poder, pero también se plantea como un actante colectivo que impone (o que al menos tendría
que hacerlo) a los actores (instituidos o no) del debate público que procedan de manera
imperativa en un sentido determinado.
Partidarios del Presidente Paul Biya se reúnen en un mitin el 10 de octubre 1992.
François Rojon/AFP
Ahora bien, debemos observar una asimilación del “público” a la “masa” en estas acepciones
sucesivas y, a menudo, entremezcladas de la noción, pues, hay una serie semántica continua
detrás de las palabras de Moussa Yaya, A. Ahidjo y Agustin Kontchou Kouomegni cuando
declaran respectivamente:
- “las masas (deben estar instruidas) sobre lo que es importante para ellas y sobre los
objetivos del partido [la Unión Camerunesa]” (Extraído de la Conferencia de
explicación sobre la estrategia de información de la Unión Camerunesa y la creación de
un periódico del partido, Ngaundéré, 5 de julio de 1959, pág. 35.
- “La Unión Nacional Camerunesa y sus órganos anejos tienen por tarea inmediata y
permanente ocuparse de la educación cívica de las masas, de infundir en la opinión
nacional, en el pueblo, el sentido de la disciplina, de las responsabilidades y de los
sacrificios (...) en aras de un rápido progreso económico y social” (Discurso de clausura
del segundo Congreso ordinario de la Unión Nacional Camerunesa, Duala, 15 de
febrero de 1975. Este texto recoge, prácticamente en los mismos términos, la tesis Nº
15 de la Carta de la Unión Nacional Camerunesa.)
- “(...) la opinión nacional; si no se educa, corre peligro de ser engañada” (comunicado
de prensa del Ministro de Comunicación acerca del informe crítico del National
Democratic Institute for International Affairs a raíz de la elección presidencial del 11
de octubre de 1992).
Los locutores utilizan los dos conceptos indistintamente en el discurso, basándose en una
asociación de los significantes del segundo al primero, tanto más fácil cuanto que, detrás de la
utilización del vocablo “opinión pública”, no se trata ni de la cuestión del procedimiento, ni la del
número, y mucho menos de la de la autonomía, o no, del proceso de formación de la opinión, ya
que la competencia se reserva a uno solo o a unos pocos. Ninguna aclaración de la noción a partir
de una oposición entre ambos conceptos será por lo tanto posible. Había emprendido esta
tentativa, en otro contexto, la sociología estadounidense de la inmediata posguerra, articulada en
torno a la distinción entre las sociedades de públicos y las sociedades de masas (Wright Mills,
1967; Price, 1992) o entre los conceptos de “público” y de “masa”, realidades que distingue
igualmente de “la muchedumbre” H. Blumer (1955), para quien el término “público” debía
utilizarse para designar a un grupo de personas que: 1) están enfrentadas a un problema, 2) no se
ponen de acuerdo en la manera de resolver este problema y, 3) entablan una discusión sobre
dicho problema. La “masa”, en cambio, está constituida por individuos anónimos, que carecen de
interacciones recíprocas, y está escasamente organizada.
En paralelo a estos repertorios, se construirá una figura suplementaria de la “opinión pública”
camerunesa recurriendo a registros de justificación de la portavocía vinculados a la fase
intermedia de autonomización de los ámbitos políticos en el Camerún: la tribu, las religiones,
grupos esotéricos y sectas ... La “opinión pública” camerunesa se concibe en tal caso como fruto
de la acción de entidades multiformes, algunas de las cuales son antiguas, pero cuyo número se
multiplica enormemente al principio de la década de los noventa a favor de la aprobación de una
legislación relativa a las identidades tradicionales y culturales (asociaciones tradicionales como
“essingan”, “laakam”, “ngond’a sawa”, “mpoo”, “nguon”, “medumba”, “kupe”; rosacruz,
masonería...), cuya característica común es el interponerse en el juego político poniendo en
entredicho los esquemas clásicos de la representación y la lógica cuya acción es la siguiente: los
individuos no están representados políticamente como tales, conforme a una base igualitaria y de
partido, sino como miembros de una u otra de esas entidades o incluso de varias
simultáneamente. El individuo no es la unidad de base en política sino el “grupo” definido como
una suma de individuos relacionados por un origen tribal, un idioma, unas creencias esotéricas o
por una causa común, o unidos por intereses similares dentro de una unidad articulada. En
consecuencia, se trata de una forma complementaria de expresión de opiniones “(...) que no
puede ignorar la opinión pública camerunesa cuando esclarece el debate durante las elecciones,
ya que es ante todo la suma de estas opiniones”. Por otra lado, se convertirá en el blanco de
diversas estrategias de afiliación desplegadas por diferentes promotores de causas y grupos de
interés, en el marco de objetivos específicos (Engueleguele, 2000).
La irrupción de los “sondeos” en el juego político y la aspiración de los neosondeadores
cameruneses a aprehender y medir, gracias a sus “encuestas”, lo que es realmente la “opinión
pública” camerunesa no han resuelto en lo esencial la serie de enigmas que plantean su
definición y su estatuto; incluso han provocado un doble fracaso, aunque el replanteamiento
correlativo de los contenidos asociados a la noción sea indiscutible y políticamente irrecusable
ya que se supone que es conforme a la lógica democrática (directa): para saber lo que piensa el
“pueblo”, ¿no bastaba con preguntárselo directamente, en vez de pasar por las especulaciones
interesadas de los que pretenden hablar en su nombre? Sin duda en esto estriba el principio
activo de la seducción provocada por el instrumento entre algunas categorías de la población
camerunesa, principalmente dominadas: llevado a cabo estas suertes de pequeños referéndum que
pretenden aprehender y medir, de forma precisa y “garantizada científicamente”, “la opinión
pública” camerunesa, es decir, para B. Baongla, “la voluntad popular”, y haciendo “votar”
continuamente a “muestras” que se supone son un reflejo del “verdadero” electorado, “(...) no el que
figura en las listas amañadas, los neosonderadores cameruneses contribuían en efecto a liberar a la
iniciativa política individual de los obstáculos puestos por los poderes públicos y participaban
simultáneamente en las “movilizaciones multisectoriales” (Dobry, 1986, reedición 1992) cuyo
objetivo era derrocar el antiguo orden monolítico. Estos dos objetivos están lejos de haber sido
totalmente alcanzados dado que la “transición” camerunesa no abocó a una ruptura revolucionaria
de tipo jacobino, sino a un compromiso decisivo entre quienes dominan la nueva orientación del
juego político, gracias al cual sus posiciones respectivas se han mantenido e incluso se han
consolidado.
Además de este primer fracaso, los neosondeadores cameruneses han provocado otro, sin la
menor conciencia de lo que hacían: han permitido que los actores instituidos de los ámbitos
políticos cameruneses siguieran siendo en parte “los amos del juego”, al etiquetar de “opiniones”
las simples respuestas obtenidas a las preguntas de opinión que formulaban a los encuestados,
cuya representatividad era discutible, y al calificar de “opinión pública” camerunesa a la
distribución mayoritaria de esas respuestas de significados ambiguos e inciertos, dejando de esta
forma a esos actores un amplio margen de interpretación y por lo tanto de intervención. Así, se
entiende que un ex ministro, después de haber interrogado a su vez al entrevistador sobre “el
valor real de los sondeos en el Camerún”, haya podido observar que “(...) se trata de una fantasía
necesaria del juego democrático (de cuya), existencia en su país los cameruneses deben
congratularse sin prestarles por esto (...) demasiada atención”9. La actitud de los neosondeadores
cameruneses era, de hecho, desde este último punto de vista, homóloga a la habitual de la lógica
de la “democracia camerunesa avanzada y sosegada”, cuando suma algunas papeletas de voto,
utilizadas por un número restringido de ciudadanos, con significados múltiples, y deduce de ellas
la voluntad electoral de todo el pueblo camerunés.
En resumen, a quien busque una constante en las diferentes figuras de referencia de la “opinión
pública” camerunesa le resultaría difícil hallarla, salvo que llegue a la conclusión de que es en la
ambivalencia o en el polimorfismo donde debería buscarse la verdad de la noción; otros tantos
nudos problemáticos que la vuelven particularmente inestable o equívoca (Durham Peters, 1995;
Blondiaux, 1977). En este contexto, puede parecer curiosísimo hablar de enseñanzas deducibles
de los “sondeos” y “encuestas de opinión” en el Camerún.
Las enseñanzas de los “sondeos” de la “opinión pública” camerunesa
La recopilación exhaustiva de las características fundamentales de la “opinión pública”
conformada por los sondeos en el Camerún permite llegar a la conclusión de que el instrumento
emplea una acepción de esta noción que no corresponde en realidad a ninguna de las que han
podido prevalecer antes de su irrupción y, al mismo tiempo, que no permite establecer una en
torno a la cual se podría llegar a un consenso, aunque sólo fuese entre quienes intervienen en el
debate público. Simplemente cabe decir que “realiza” la “opinión pública” camerunesa, es decir,
que conduce a la existencia como realidad concreta lo que existía tan sólo en las mentes, y que la
desrealiza, sustituyendo construcciones rivales de solidez variable (la opinión de las elites, del
“príncipe”, de las instituciones públicas, de los portavoces y representantes...) por una entidad o
forma social artificial (por provocada, trabajada, simplificada...), pero al final casi elocuente.
Ahora bien, si descentramos algo la mirada y nos preguntamos por las enseñanzas, la perspectiva
resulta menos negativa: los “sondeos” y las “encuestas de opinión” que se multiplican en el
Camerún son muy elocuentes en el sentido de que enseñan mucho sobre el debate público en este
país desde el principio de la década de los noventa. Las cuatro lecciones que se exponen a
continuación lo muestran, parece ser, de forma bastante clara.
Una tentativa de inversión de la lógica clásica del régimen representativo
Los “sondeos” y “las encuestas” intentan definir una postura completamente nueva de
intervención de la “opinión pública” camerunesa en el debate público como comentario
permanente lo que está principalmente en juego, cuyo autor anónimo sería un colectivo
supuestamente en permanente renovación e interrogado constantemente mediante cuestionarios.
Se solicita además la opinión de ese colectivo en calidad de experto, capaz de juzgar la evolución
de los hechos y de apreciarlos:
“- ¿Qué piensa usted de la justicia popular?
- ¿Quién cree usted que será el Presidente del SDF al término de la Convención?”
(“Sondeo” efectuado por Isaha’a Boh el 26 de octubre de 1999 y que obtuvo 1.006
respuestas en la página de Internet http://www.boh.org.)
“- ¿Cree usted que el Gobierno debe dejar en libertad a las personas detenidas (en el
marco de la campaña de lucha contra la corrupción)?
- Según usted, ¿qué se debe hacer ante esta situación (el hecho que Transparency
International haya clasificado de nuevo al Camerún como el país más corrompido del
planeta)?” (“Sondeo sobre la campaña anticorrupción” publicado en la versión
electrónica de Le Messager con fecha 10 de enero de 2000.)
“- ¿Cree usted que, el hecho de que el Excmo. Sr. Paul Biya haya suprimido los derechos
de matrícula y enseñanza va a mejorar la situación de las escuelas del Camerún?”
(“Sondeo” efectuado por Le Patriote y publicado en página de Internet
http://www.gcnet.cm el 20 de enero de 2000.)10
Se le pide que formule un pronóstico y se solicita su diagnóstico. Pero así como sólo se
consultaría a verdaderos expertos en sus ámbitos de competencia respectivos, nada se opone a
que esta “opinión pública” se pueda pronunciar sobre cuestiones tan diversas como la justicia, el
debate democrático interno de los partidos políticos, el buen gobierno, la situación de las
escuelas o de la juventud. Todo transcurre como si estos “sondeos” y “encuestas” intentaran
imponer la ficción de la igualdad de los puntos de vista políticos en el debate público (Hall,
Critcher, Jefferson, Clark, Roberts, 1994, 1ª ed. 1998) e implantar en el Camerún la figura del
ciudadano “omnicompetente y soberano”, cuyo carácter mítico W. Lippman (1922, 1925) había
denunciado en una obra famosa relativa a otro entorno. De esta manera, el instrumento tiende a
efectuar una inversión con respecto a la lógica clásica del régimen representativo, que reserva a
los representantes la especialización en el campo de lo político: en este caso, se supone que los
representantes y los representados (a decir verdad, los encuestados) poseen iguales luces sobre la
situación política, económica, social y de seguridad. Ahora bien, este saber especializado que así
se enarbola es un engaño: desde luego, el Presidente de la República no consultará a la “opinión
pública” camerunesa si de verdad quiere saber si debe prolongar o no la campaña anticorrupción,
si debe privatizar o no la SNEC (Compañía Nacional de las Aguas) o cómo debe luchar contra la
delincuencia. Antes bien, solicitará otras explicaciones, a otros “especialistas”.
Sin embargo, el diagnóstico formulado es “elocuente” sobre todo en la medida en que permite
poner de manifiesto las diferencias de distribución de opinión de los encuestados, que se supone
que son representativos de unas mismas categorías sociales y que han sido entrevistados a
intervalos cercanos sobre cuestiones idénticas. Los resultados del “sondeo” realizado por Le
Patriote publicado en versión electrónica del periódico, perteneciente a los círculos allegados al
poder, el 20 de enero de 2000, en el cual “la juventud pleibiscita al Presidente Biya”, y los de “la
encuesta” llevada a cabo por el Comité Nacional de Acción Cívica el 31 de marzo de 2000, en la
que se llega a la conclusión que “la juventud sanciona al Sr. Biya” explican perfectamente esta
situación. Para entender esta contradicción, no sólo hay que analizar las condiciones de
producción de ambos sondeos, en particular, la constitución de las muestras representativas, la
índole de las preguntas de los encuestadores y los usos anticipados de los resultados de estos
“sondeos” por sus productores (C. Conaghan, 1995), sino que también hay que tener presente
que “la juventud” es una baza de los combates entre quienes intervienen en el debate público
camerunés. El hecho de que cada uno de esos participantes esté o se sienta autorizado a hablar en
nombre de esta categoría social, mediante comentarios de “sondeos” interpuestos, puede
constituir en sí una fuerza, una baza utilizable en las luchas internas de los diferentes campos que
lo estructuran. Mas es sin lugar a dudas en los campos políticos donde el uso de “la juventud” es
directamente más rentable ya que permite a quienes pueden, fundándose en “sondeos”,
reivindicar una forma de proximidad a esta categoría social, mayoritaria en número y por lo
general dominada, de la población camerunesa, dárselas de titulares de una especie de derecho
preferente sobre ella y, por ende, de una misión exclusiva en defensa de los intereses y apostar
por el futuro; es también lo que permite que estos fariseos de la causa de la “juventud” asuman o
reinvindiquen todo lo que les separa de sus rivales respecto de aquélla, al mismo tiempo que de
ocultar -ante todo a sí mismos- la distancia insuperable que la separa de cualquier acceso a la
función de portavoz.
La revelación de los bastidores de la actividad política
Los “sondeos” y las “encuestas de opinión” contribuyen de forma considerable, a menudo
independientemente de la voluntad de quienes los encargan, las llevan a cabo y los comentan, a
informar sobre las entretelas y los bastidores de la labor y del juego políticos dentro de las
empresas partidistas camerunesas, con sus inevitables manipulaciones, sus conflictos de
ambiciones personales, sus luchas entre jefes y sus cálculos, debilitando al mismo tiempo la
visión pública que los dirigentes públicos desean ofrecer de sí mismos y que conciben (y
proponen) de “la política”, que es, sobre todo, un enfrentamiento de pretensiones individuales
rivales. Se puede encontrar una ilustración de lo dicho en la coincidencia entre la publicación por
la prensa privada y SDF-Echo de varios “sondeos” y “encuestas” sobre distintos temas
(aprobación de la estrategia de boicoteo de las elecciones mientras que no se cree una comisión
electoral independiente, aprobación de la candidatura de J. Fru Ndi a las elecciones
presidenciales, programa económico y social...) encargados por el Frente Democrático Social y
la expulsión o la suspensión de miembros, a menudo emblemáticos, de este partido
(Engueleguele, 2000).
Semejante descentramiento de la mirada pública hacia esta dimensión de la actividad política en
el Camerún probablemente no deje de tener repercusiones en la representación que algunas
categorías sociales, principalmente dominadas, tienden en la actualidad a hacerse del debate
público en este país desde el principio de la “transición”, y sobre todo del divorcio entre un
amplia franja de “público”, en particular los jóvenes urbanos, a la que movilizaban estas
cuestiones (la alternancia, la lucha contra la pobreza, la lucha contra la corrupción, la mejora de
las condiciones de la enseñanza, la lucha contra el paro, la mejora del sistema de sanidad...) y las
empresas políticas de la oposición. Participa en el reforzamiento, en estas categorías sociales, de
una visión cínica y desencantada, al tiempo que fomenta una representación de la política como
arte cuyo objetivo es “engañar al pueblo” y cuya finalidad es principalmente “alimenticia”12.
En este contexto, se plantean los problemas de los determinantes y las retribuciones del
compromiso político (Gaxie, 1993) lógicamente, en un proceso de aprendizaje de las reglas del
juego democrático, y conviene apartarse enérgicamente de las tesis de los politicólogos
mediáticos nacionales y de los “veteranos” del culturalismo que los abordan desde la perspectiva
de una “crisis de la democracia camerunesa” ¿Existe realmente? ¿No conserva de “la democracia
consensual” (Lijphart, 1987) más que la etiqueta? ¿No se presta más bien a un análisis a partir de
los conceptos de “democracia no liberal” o de “democracia virtual” (Quantin, 2000)? La
“crisis...” que se menciona, ¿no es una construcción de la realidad que los agentes sociales y
políticos interesados pretenden y prevén instrumentalizar en el marco de estrategias específicas?
Dejemos ahora, provisoriamente, para más tarde, las respuestas].
Plantear la cuestión de los determinantes del compromiso equivale a preguntarse acerca del “por
qué” de la acción política en el Camerún, y postula la existencia de razones independientes de la
voluntad de quienes actúan. Los determinantes corresponden al conjunto de las predisposiciones
que llevan a que un individuo se comprometa, y éste no los mencionará más que raramente, pues
no es siempre consciente de su existencia o preferirá justificar sus actos por motivos que le sean
más favorables:
-“Intervengo porque creo en ello y porque tengo experiencia en responsabilidades de alto nivel”
(Maigari Bello Bouba, Presidente de la Unión Nacional para la Democracia y el Progreso, ex
Primer Ministro (1982-1983) y actual Ministro de Estado, entrevista aparecida en Jeune Afrique,
N° 1637, 21-27 de mayo de 1992).
- “Me pongo al servicio de los dejados de lado de ayer y de hoy” (Daissala Dakole, coordinador
nacional del Movimiento para la Defensa de la República, ex Director General de una sociedad
estatal, estuvo siete años en la cárcel a raíz del intento fallido de golpe de Estado de 1984, fue
puesto en libertad tras una amnistía en 1991, ex Ministro de Estado, diputado, entrevista
publicada en Dikalo N° 10, 20 de febrero de 1992).
- “Me sacrifico para que el poder vuelva al pueblo” (Fru Ndi John, Presidente del Frente
Democrático Social, librero, ex miembro del partido en el poder, el RDPC, principal adversario
político del Presidente Paul Biya, citado por SDF-Echo, N° 4, 25 de febrero de 1992).
- “Actúo en favor del cambio pero en paz civil; estoy a favor de una oposición responsable”
(Adamou Ndam Njoya, Presidente de la Unión Democrática Camerunesa, primo hermano del
sultán de Foumban, ex Viceministro de Relaciones Exteriores y después Ministro de Educación
Nacional durante el régimen de Ahidjo, diputado y alcalde de Foumban, citado por Cameroon
Tribune, 22 de octubre de 1991).
A esta altura, debemos, pues, ir más allá de la mera producción de discurso para intentar, a través
de las palabras pronunciadas, descubrir lo que lleva a actuar, lo que conduce a militar,
independientemente de las justificaciones aducidas en la eventual descripción de un trayecto, y
aunque estos determinantes se puedan detectar en general en los relatos primeros (herencia
familiar, origen social, trayectoria escolar o profesional, encuentros de juventud, experiencia
anterior de la gestión de la cosa pública), quedan los contextos en los que se interviene:
contextos profesionales, políticos, económicos y sociales; contextos caracterizados por una
“incertidumbre estructural” (Dobry, 1986, reedición de 1992). Así pues, más allá de la sinceridad
de estas justificaciones de la acción por los valores o la ética, existen otras razones que llevan a
un individuo a participar en el debate público camerunés y a una actividad militante, más
difíciles de confesar o de demostrar. Estos motivos, más ocultos debido a que son menos
prestigiosos o, simplemente, menos obvios, pueden intervenir en gran medida en la justificación
del empeño político y plantean la problemática de sus retribuciones. Se puede aplicar útilmente a
la situación camerunesa la tipología establecida por Ph. Braud (1995), que distingue tres tipos de
retribuciones: materiales o materializables (acceso a empleos y posiciones de poder, facilidades,
redes de contactos, viajes al extranjero); relacionadas con las plusvalías de poder previsibles (el
ascenso social o el mantenimiento dentro de las categorías sociales dominantes, honores,
prestigio) y las situadas en el nivel psicoafectivo (las relaciones cordiales, el placer de la intriga,
la cercanía a los “personajes”, la búsqueda de la autoestima). Sea cual fuere la hipótesis que
adoptemos, es posible dar cuenta de las retribuciones analizando las declaraciones hechas acerca
de la veracidad de su compromiso por los propios agentes, que pueden reconocer o tener
conciencia del interés directo que los llevan a actuar, o bien analizando las descripciones que
hacen algunos de otras personas comprometidas y sus supuestas motivaciones.
En otro plano, esta segunda lección permite aplicar a las empresas políticas camerunesas -y al
SDF en el caso de las “encuestas” anteriormente mencionadas- la teoría de Schumpeter sobre “el
mando competitivo de la actividad gubernamental” (Schumpeter, 1972), según la cual cada
lugarteniente es, para el jefe de gobierno o del partido, sin que exista una equivalencia
automática entre ambas esferas, un rival en potencia, cada ministro, o responsable, sigue una
línea intermedia entre la fidelidad absoluta a su jefe regida por la necesidad de tener plenamente
en cuenta los intereses colectivos de la empresa, y la actitud consistente en “enarbolar su propio
estandarte” (Schumpeter, 1972) para promover sus intereses (de expresión o de carrera)
individuales. El jefe de gobierno o del partido debe a su vez reaccionar combinando, de forma
abierta u oculta, parra uso interno o externo, las amenazas y las concesiones, las sanciones y las
recompensas, los reproches y los beneficios para reafirmar la superioridad de los intereses
colectivos del gobierno o del partido y de su propia posición de autoridad en tanto en cuanto
expresa y garantiza esos intereses colectivos. Además, esta lección muestra que, en el Camerún,
los productos políticos que ofrecen los partidos políticos, en especial los de la oposición, en los
distintos mercados (temáticas, problemáticas, argumentaciones o argucias), el conjunto
infinitamente variado y renovado de los matices más sutiles, como la propia definición de lo que
se debate, tienden gradualmente a convertirse como “en otros lugares” (Gaxie, 1993) en primer
lugar (lo que no quiere decir exclusivamente, sino en primer lugar y antes que nada) en la
expresión objetiva de luchas endógenas a esas empresas políticas, a sus filiales y subfiliales
(asociaciones de apoyo o partidistas que repercuten su acción), antes de ser fruto de luchas
rivales entre sí por esos mercados. En ello encuentra una vía de alimentación positiva la cuestión
del pluralismo de expresión en el interior de los partidos políticos cameruneses.
La inflexión de la relación entre los periodistas y los políticos
Los “sondeos” y las “encuestas de opinión” tienden a introducir una nueva posición intermedia,
situada en el intersticio de los ámbitos político, periodístico y científico, en el debate público
camerunés, creada y ocupada por los periodistas y que les autoriza a participar en el debate
público despojándose de los estigmas que les atribuyen los agentes políticos instituidos que les
acusan, entre otros males y a pesar de haber solicitado su apoyo en los momentos difíciles de la
“transición”, de ejercicio ilegal de la política cuando hablar de política en lugares consagrados
(la radio, la televisión) sobre temas consagrados (la crisis, el buen gobierno, la seguridad) sin
tener las calificaciones necesarias, es decir, sin hacerlo en nombre de una fuerza establecida en
los mercados políticos y, circunstancia atenuante, sin que haya representantes debidamente
autorizados. Las fronteras que separan estos diferentes ámbitos quedan con ello diluidas en gran
medida.
Sea como fuere, en esta participación en el debate público de los periodistas, en especial los de la
prensa privada, ya que están, al menos formalmente, por mantenerse la penalización de los
delitos de prensa, exentos de toda atadura tutelar con el poder dado que no forman parte del
sector público de los medios de comunicación, se distinguen dos formas principales. Por una
parte, la jerarquización de los acontecimientos (Meyer, 1991), perfectamente admitida, cuando
no reivindicada, por estos periodistas: a pesar de que existen algunos que deben abstenerse de
mencionar so pena de sanciones (a menudo coercitivas) o de descrédito (mayor...) ante sus
lectores, potenciales o comprobados, y ante quienes los apoyan, explícita o implícitamente, hay
otros que pueden o que se esfuerzan por erigir a la categoría de “revelaciones exclusivas” de las
que no pueden hacer caso omiso los diferentes agentes, en particular los instituidos aunque
pretendan lo contrario, del debate público. Además de desempeñar así un papel activo en la
gradación de la importancia de lo que más interesa sobresalientes de la actualidad camerunesa,
estos periodistas contribuyen por otra parte, y quizás aún más, a su percepción (Meyer, 1991). El
comentario de las comunicaciones de las cifras de la opinión expresada en los sondeos, por
imperfecta que sea, o las editoriales que las recogen y que se refieren a las principales cuestiones
del debate público (corrupción, escolaridad, inseguridad, sanidad) participan, en efecto, en la
elaboración de las categorías de recepción a través de las cuales percibirán sus lectores estas
cuestiones importantes y, en cadena, probablemente un “público” más amplio. Mediante el
encargo, la realización y el comentario de un “sondeo” para saber “¿quién será el Presidente al
término de la Convención del SDF?”, la prensa escrita y sus periodistas contribuyen a imponer la
idea de que habrá una competición para acceder a esa posición de poder dentro del partido, que
concluirá con la clara identificación de un vencedor y de un vencido. Las fórmulas consagradas
“habrá partido...” y “ha habido un partido...”, abundantemente empleadas por estos comentaristas
en sus escritos forman parte del mismo proceso, que puede analizarse como pequeña
contribución mediante eufemismos al apaciguamiento de las competiciones políticas en los
ámbitos políticos cameruneses.
La evitación de los imperativos inherentes a los ámbitos de producción y de difusión de la
información
Los “sondeos” y las “encuestas de opinión” forman un “producto” particularmente adaptado a
los imperativos técnicos y económicos que afectan cada vez más a la producción y a la difusión
de la información por la prensa privada en el Camerún. A diferencia de las encuestas rápidas
efectuadas en la calle, permiten a esa prensa aunar la rapidez con los signos exteriores de la
ciencia (Bourdieu, 1987; Meyer, 1991): la presentación numérica parece objetiva y neutral,
cualidades que en la actualidad se solicitan cada vez más en la prensa escrita camerunesa. Por
otro lado, le permiten fabricar “acontecimientos” o exclusivas casi a discreción (“El 60% de los
cameruneses está en contra de la creación del Observatorio Nacional de las Elecciones y desea
que se constituya una Comisión Electoral Independiente.”, “Un sondeo exclusivo nos revela que
Paul Biya aún cuenta con el apoyo de la juventud”), y por esto tienen una flexibilidad
perfectamente adaptada a los imperativos de la actualidad y de la competencia.
La economía general de estas lecciones puede encontrarse en diferentes elementos. Como
informadores y, sobre todo, agentes realmente económicos, los periódicos de la prensa privada
deben recoger hechos gastando lo menos posible. Los “sondeos” y las “encuestas de opinión” les
brindan, desde este punto de vista, una herramienta relativamente poco costosa que les permite
alimentar las secciones políticas e intentar suscitar el interés de un número de lectores mayor que
el de los habituales a los que, de todas maneras, debe conservar. Además, los periodistas de estos
soportes aportan una contribución decisiva a la elaboración de las informaciones: ordenan y
explican. Los más avezados (Njawé, Mana, Mvié, Monga, Eyoum’a Ntoh, Azébazé, Sipa, Rim,
Batongué, Kamguia cuyo recorrido iniciático se inició, por lo general, en Le Messager) pergeñan
comentarios más ambiciosos en los que intentan precisar su comprensión y el alcance de los
acontecimientos esforzándose al mismo tiempo en hacer prevalecer sus puntos de vista en los
debates atinentes. La “proximidad” y la “familiaridad” (Gaxie, 1993) entre los “grandes”
editorialistas de la prensa privada y los políticos cameruneses es, por este mero hecho, mucho
más importante de lo que unos y otros gustan de reconocer. Por último, el recurrir a la opinión
obtenida mediante sondeos, erigida a menudo en “tribunal” (Habermas, 1978) -sin pretender en
absoluto remitir a la acepción de Habermas de dicho concepto- ofrece a estos comentaristas la
oportunidad de distanciarse de los políticos: al introducir, gracias a ella, en sus escritos una
retórica de la buena fe que nutre la “verdad” de las “cifras”, pueden diferenciar sus posiciones
más militantes de las tomas de posición propiamente políticas, cuyas conclusiones, empero,
comparten. Permanentemente enfrentados al déficit de legitimidad ante interlocutores que les
niegan cualquier representatividad y que no se privan de rebatir sus opiniones, recurren a la
“opinión pública”, que durante mucho tiempo se ha confundido con lo que las elites, el
“príncipe” y las instituciones públicas así denominaban, y que se da por supuesto que coincide
en la actualidad con su interpretación las estadísticas de los “sondeos” que encargan y publican.
De esta forma, pueden vengarse simbólicamente de los agentes políticos (de todas las
orientaciones), a los que satisfacen sobre todo invocando en sus escritos críticos el argumento de
la defensa de la “verdadera democracia”.
A partir de estas diferentes lecciones, podemos afirmar que limitarse a denunciar el carácter
artificial de la “opinión” obtenida mediante sondeos en el Camerún lleva a que se dejen de lado
muchos aspectos, en la medida en que lo que el instrumento hace va precisamente mucho más
allá de lo que abarca y de lo que mide. De hecho, son las cuestiones del orden y de la dinámica
política en el Camerún las que se plantean a través de la irrupción de esta “opinión” de los
sondeados, y aún está por desbrozar este amplio campo de investigación.
Traducido del francés
Notas
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Aunque nuestra investigación cubre el periodo poscolonial, conviene observar que los
primeros “sondeos” realizados en el Camerún se remontan, como en la mayoría de los países
del África de habla francesa, al periodo colonial. Los ámbitos predilectos de estos “sondeos”,
los cuales se especifican en un folleto del Ministerio de la Francia de Ultramar, Connaissance
africaine et sondage, 3ª edición, 1957, son sobre todo los censos y los empadronamientos, ya
sean demográficos (el tamaño y la estructura de la población, su distribución por sexos y
espacial, el hábitat y la justificación de las migraciones, etc.), o bien económicos
(conocimiento de los recursos naturales y las infraestructuras existentes, necesidad de la
recaudación de impuestos y otras cargas financieras, censo de las explotaciones agrícolas,
etc.). Además de estos usos con fines, en resumidas cuentas políticos, la técnica del “sondeo”
aportará una contribución considerable a la etnología, esa “ciencia de los pueblos no
occidentales”, al conocimiento de sus características culturales, sus costumbres, sus funciones
económicas de producción y sus transformaciones culturales, poniendo de esta manera a
disposición de los gestores del sistema colonial valiosas informaciones. (Véase sobre estos
aspectos en particular, Stoetzel, 1953 y Hoffmann, 1963.)
Baongla (B), Director de una organización no gubernamental camerunesa que efectúa
“sondeos”, citado en el “Informe especial sobre los sondeos de opinión en el Camerún”, de
Mutations, Nº 1019, 12 al 18 de noviembre de 1996; una opinión similar, en
Médiamétricam, agosto de 2000, pág. 5.
El concepto de “transición” figura entre comillas a lo largo de este documento haciendo
referencia a la distinción que establecen O’Donnel, Schmitter, Whitehead (1986) y Dobry
(2000), si bien en otro contexto pero que se puede aplicar en buena medida al orden
camerunés, en este proceso entre “liberalización” y “democratización”.
Se pueden citar como ideales-típicos los “sondeos de opinión” del semanario Challenge
Hebdo en los momentos críticos de la transición; el “sondeo sobre la campaña
anticorrupción” que llevó a cabo el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Economía y
Sondeos (CRETES) publicado en la versión electrónica de Le Messager el 10 de enero de
2000; el “sondeo” efectuado con ocasión de la conferencia-debate del 31 de marzo de
2000 por el Comité Nacional de Acción Cívica, cuyo objetivo consistía en “conocer la
opinión de la juventud sobre el Jefe de Estado, Sr. Paul Biya”, reproducido en la versión
electrónica de Le Messager con fecha de 17 de mayo de 2000. Mientras que el primero
utiliza torpemente el método ya limitado de la “votación de tanteo” (straw votes), el
segundo, la muestra supuestamente representativa de “la sociedad camerunesa actual” está
formada por “200 personas” residentes ya sea en Duala o en Yaundé y se invita a los
encuestados a “que justifiquen su respuesta”, incluso cuando las preguntas son cerradas o
de elección múltiple (Engueleguele, 2000). El último mencionado aplica un sucedáneo de
“método del muestreo al azar” (random sampling), utilizando por Anders Kiaer por
primera vez en 1895 en otro contexto, que ofrece la posibilidad de sustituir
impecablemente el todo por la parte, a condición de que se respete el azar en el
procedimiento de elección de la muestra (sobre este método, la crítica de sus límites y su
superación gracias al “método representativo” véase en particular Seng, 1951; Kruskal y
Mosteller, 1980; Meyer, 1991; Desrosières, 1993).
Véase el texto de este discurso en Archives de l’Assemblée Legislative du Cameroun,
ref.5/57, 12 de mayo de 1957, págs. 1-3.
Véase el texto de este discurso en Documentos Oficiales de la Asamblea General de las
Naciones Unidas, A/C.4/SR 849, pág. 571, 25 de febrero de 1959.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
Kame, Samuel, responsable de la formación de los directivos del partido, “¿La Unión
Camerunesa debe ser un partido de masas o un partido de elites? La movilización de las
masas; los adversarios políticos”, Union Camerounnaise, primer cursillo de formación de
responsables políticos de la Unión Camerunesa, Yaundé, 1º al 6 de agosto de 1961.
La observación la hizo un oficial superior camerunés, ex responsable de uno de estos
grupos. Fuente: entrevista con esta persona.
Sali, Dairou, entonces Ministro de la Administración Pública y de la Reforma
Administrativa, respondiendo al “periodista e investigador” Essomba Paul, del Démocrate,
22 de octubre de 1999.
Conviene subrayar que esta “medida espectacular a favor de la juventud” no se debe a las
reflexiones arbitrarias de un locutor libre que no tiene más determinismos que su propia
determinación, sino que se integra en la parte relativa a la enseñanza del conjunto de
exigencias del Banco Mundial que condicionan la admisión de Camerún en la Iniciativa
para la Reducción de la Deuda de los Países Pobres Muy Endeudados. El “sondeo” llevado
a cabo por Le Patriote, publicación cercana a la coalición gubernamental, y más
concretamente al Presidente de la República, participa por lo tanto de un intento de
captación simbólica de los beneficios que se obtienen al anunciar una medida, cuyo origen
exterior se oculta por los que están en el poder; señal quizás de una evolución de cómo
perciben el instrumento quienes intervienen en el debate público...
Sipa, Jean-Baptiste, “¿Cuál es el trayecto? De las reivindicaciones violentas de los años
noventa a la democracia sosegada”, en la versión electrónica de Le Messager, 4 de marzo
de 2000.
Njawé, Pius, “¡Al debate!”, en la versión electrónica de Le Messager, del 24 de enero de
2000; Ebonda, Ambroise, “Camerún: de la oposición al gobierno. La trampa del
entrismo”, Le Messager, 7 de noviembre de 1998.
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Nota biográfica
K.P. Padmanabhan es en la actualidad consultor independiente sobre
actividades de microfinanciación. Dirección postal electrónica:
[email protected]. En el curso de una trayectoria profesional
de más de 30 años, ha sido banquero, asesor sobre finanzas rurales de
varios gobiernos, consultor en microfinanciación de organismos y
organizaciones de las Naciones Unidas (FIDA, FAO, CDAP, etc.) para
proyectos ejecutados en Asia y Africa y professor del Instituto de
Estudios del Desarrollo de Sussex, Gran Bretaña. Entre las obras que ha
publicado destacan Rural Financial Intermediation, Rural Credit y
Development Challenges. Es miembro del Consejo Internacional de la A
V Foundation y director fundador del Institute of Financial
Intermediation.
La pobreza, los microcréditos y Mahatma Gandhi: lecciones para los
donantes
K.P. Padmanabhan
La pobreza del Tercer mundo y la intervención de los donantes
El problema moral, político y económico más acuciante de nuestra época es la pobreza que reina
en los países en desarrollo. El Dr. James D.Wolfensohn, Presidente del Banco Mundial lo
expresó en las siguientes y sucintas palabras “Mas al inicio de un nuevo siglo, la pobreza sigue
siendo un problema mundial de dimensiones gigantescas. De los 6.000 millones de habitantes del
planeta, 2.800 viven con menos de 2 dólares al día y 1.200 con menos de 1 dólar asimismo por
día”. (Banco Mundial, 2000). La distribución del progreso económico general alcanzado durante
el siglo XX ha sido extraordinariamente dispar y amoral y ha creado más perdedores que
ganadores. La renta media de los 20 países más ricos es 37 veces la de los 20 más pobres diferencia que se ha duplicado en los 40 años últimos. Las disparidades en el interior de los
países también son igualmente inquietantes, o incluso más aún. Bill Clinton, en el discurso que
pronunció en la Universidad de Warwick el 14 de diciembre de 2000, propugnó con vehemencia
una “tercera vía”, a fin de que la mundialización tenga un “rostro humano”.
Las intenciones de los donantes han sido benévolas. El Libro Blanco del Desarrollo Internacional
publicado por el Gobierno británico (Gobierno del Reino Unido, 1997) fija metas concretas a los
donantes. El 23% de los 5.700 millones de seres humanos (cifras de 1995), es decir, 1.300,
constituían los pobres: quienes viven con menos de 1 dólar al día en poder adquisitivo de 1985
(previo ajuste a los precios actuales). El objetivo es disminuir este porcentaje al 12% de los
7.300 millones de habitantes que tendrá nuestro planeta en 2015, es decir, una reducción de
1.300 a 900 millones en 15 años. La Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social (Copenhague,
1995) y la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (Roma, 1996) suscribieron esas metas. En el
Libro Blanco se exponen dos elementos esenciales para que las actividades de los donantes
arrojen fruto:
a. Un conjunto claro de políticas y principios convenidos internacionalmente que
promuevan el desarrollo duradero y fomenten la conservación del medio natural, y
b. la voluntad política de abordar los problemas en los países más pobres y más ricos.
Pues bien, en ambos terrenos se han producido fallos y ha habido fracasos. Los donantes no han
conseguido traducir la retórica y las buenas intenciones en medidas prácticas, a pesar de que se
ha prestado una ayuda masiva a los países en desarrollo. Sólo en 1997, los flujos de deuda a
largo plazo por concepto de asistencia official para el desarrollo a esas naciones ascendieron a
44.200 millones de dólares estadounidenses, el 40% aproximadamente de ellos préstamos de
instituciones multilaterales y el 4% de donantes bilaterales. (Banco Mundial, 1998a). Esa
asistencia se llevó a cabo fundamentalmente de dos maneras: promoviendo políticas
macroeconómicas y respaldando proyectos concretos relativos a actividades de sustento,
infraestructura social, infraestructura material, etc. El principal problema fue que a menudo las
políticas y los proyectos marcharon en direcciones diferentes al faltar la necesaria coordinación
entre los donantes.
Por qué han fracasado los donantes. Al tiempo que los gobiernos de los países en desarrollo,
incitados a ello por los donantes, iban tras la mundialización, la liberalización y las
privatizaciones, los avances de la disminucion de la pobreza se detenían o incluso se caminaba
hacia atrás, pues, por ejemplo, el número de pobres de Indonesia aumentó de 22,5 millones a
comienzos de 1996 a cerca de 50 millones a finales de 1998 (FIDA, 1999). En la India, un
decenio o más de mundialización, liberalización y privatizaciones apenas influyó ni en la
generación de puestos de trabajo ni en la reducción de la pobreza: sólo aproximadamente el 8%
de la población activa, formada por unos 400 millones de personas, trabaja en el sector
estructurado de la economía; el resto desempeña mayoritariamente trabajos de escasa
calificación y mal pagados del sector no estructurado. El emergente sector de la tecnología de la
información únicamente proporcionó unos 500.000 empleos no esquilmadores del medio natural.
El Dr. John Langmore, funcionario de las Naciones Unidas ha observado, a propósito de esta
situación: “se informó de que los establecimeintos bancarios de Wall Street habían reservado
13.000 millones de dólares para sus primas de fin de año, lo que quiere decir que los
intermediarios de Wall Street percibieron ese día más de diez veces la renta diaria de la quinta
parte más pobre de la humanidad”. Cinco años después de la declaración de Copenhague, se han
hecho realidad muchos de los peligros, en particular los relativos a las desigualdades sociales,
que entonces se profetizaron. Aunque la mundialización acaso haya mejorado las vidas de unas
cuantas personas, los beneficios de la nueva economía han pasado de largo ante la mayoría de los
habitantes del mundo.
Las críticas según las cuales esa asistencia no ha dado los resultados previstos no se limitaron a
las Fuentes que hemos mencionado. Entre una cuarta parte y un tercio de los proyectos
financiados por el Banco Mundial en los últimos años han sido menos que satisfactorios (Banco
Mundial, 1998b). Un Comité designado por el Congreso de los EE.UU., presidido por el profesor
Allan Meltzer, recomendó racionalizar y reorientar el Banco Mundial y el FMI tras haber
concluido que:
a. Existen capitales privados a disposición de los mayores países en desarrollo,
b. el índice de éxitos de los proyectos del Banco es bajísimo, y
c. se produce una considerable duplicación entre las actividades del Banco y las de los
Bancos Regionales de Desarrollo.
Las principales recomendaciones del Comité consisten en que:
a. El Banco no preste a los países cuya renta per cápita supere los 4000 dólares y sólo
conceda préstamos limitados a aquellos cuya renta sea superior a 2500 dólares, y
b. El Banco preste únicamente para bienes de interés general como el tratamiento de
enfermos de SIDA, programas relativos al medio natural planetario, etc., y que lo haga
directamente a los proveedores de servicios, en lugar de a los Estados.
La razón fundamental del fracaso de los donantes es la incompatibilidad existente entre los dos
aspectos de su acción que hemos mencionado, la macropolítica impulsada por la mundialización,
la liberalización y las privatizaciones y los objetivos de los distintos proyectos, contradicción que
se manfiesta plenamente en el sector de los microcréditos: de un lado, los donantes promovieron
proyectos basados en la concesión de microcréditos para ayudar a los pobres a poner en pie o
hacer funcionar microempresas; por otro, la mundialización, la liberalización y las
privatizaciones fomentadas por aquéllos hicieron inviables esas mismas microempresas. Hubo
que subvencionar en gran medida y durante largos períodos a las instituciones de
microfinanciación para mantenerlas a flote. En otros sectores también surgieron esas
contradicciones, que acaso se puedan resolver volviendo a las ideas de Gandhi sobre el
desarrolllo económico y adaptándolas, según expondremos más adelante.
Los microcréditos sacan a la luz las contradicciones. Prestar y tomar a préstamo pequeñas
cantidades de dinero ha sido durante mucho tiempo una actividad perfectamente normal que a
finales de los años ochenta fue bautizada con el nombre nuevo de “microcréditos”, al poco
tiempo de lo cual este proceso de prestar y tomar a préstamo pequeñas cantidades de dinero, al
que recurrían los pobres para convertirse en empresarios de primera generación y basado en sus
ingresos potenciales en lugar de en garantías, pasó a ser una de las actividades de desarrollo
internacional más cotizadas. Se ha calculado que las instituciones oficiales solo han atendido
hasta ahora a 10 de los cerca de 500 millones de empresarios pobres (es decir, las personas que
puedan contraer préstamos y dirigir microempresas) que hay en el mundo. Para que en el año
2005 el 10% de ellos tenga acceso a financiación institucional y el 30% en el 2025, la cartera de
micropréstamos de las instituciones de microfinanciación, cuyo valor asciende en la actualidad a
unos 2.500 millones de dólares, debería aumentar a unos 12.500 millones en 2005 y a unos
90.000 millones en 2025 y atender a aproximadamente 180 millones de clientes. (Women’s
World Banking, 1995). Si a cada uno de esos clients les correspondiesen 1000 dólares (depósitos
y préstamos), el valor del sector de la microfinanciación superaría los 500.000 millones de
dólares. Dos entidades cúspide, el CGAP (Grupo Consultivo de Ayuda a la Población más
Pobre), dependiente del Banco Mundial, y la Microcredit Summit Campaign, una ONG
internacional, han encabezado el movimiento en los cinco años últimos. Junto con cerca de 20
donantes se han fijado por objetivo que el año 2005 se preste asistencia a 100 millones de
familias: 1359 participantes en la reunion en la cumbre sobre los microcréditos celebrada en
Washington en febrero de 1997 firmaron una declaración en la que se comprometieron a atender
a 100 millones de las familias más pobres del mundo, especialmente a las mujeres de esas
familias, concediéndoles créditos para empleos autónomos y prestándoles otros servicios
financieros y comerciales en el año mencionado. La reunion de Washington puso el acento, al
igual que el CGAP, en el empleo autónomo mediante microempresas.
La Microcredit Summit Campaign ha desplegado grandes esfuerzos de propaganda y diffusion a
través de centenares de redes internacionales y nacionales: ante los gobiernos, las instituciones
de microfinanciación, los bancos, las ONG, etc. Según sus cálculos recientes, se ha atendido a
13.800.000 clientes (de los cuales, 10.300.000 son mujeres) prestándoles unos 10.000 millones
de dólares (a los que hay que sumar 20.000 millones de ahorros). Más del 75% de esta actividad
comercial ha estado a cargo de ocho de las cerca de 1.100 instituciones de microfinanciación que
existen (siete de Asia, una de América Latina y ninguna de la India ni de China) (Banco
Mundial, 1996b). Mientras que algunas instituciones de microfinanciación tienen más de dos
millones de clientes, otras no llegaron a mil. La exactitud de las cifras que hemos citado
depende, evidentemente, de la calidad de los informes de esas ocho instituciones gigantes, en los
que no queda claro cuántos pobres podrían salir de la penuria, ni tampoco el total de la
financiación concedida por los donantes en forma de donaciones, préstamos en condiciones
favorables, consultores expatriados, etc. Lo más probable es que, sobre todo en África, se haya
dejado de lado a las personas que merecían ser ayudadas y más pobres, pero que se encontraban
al margen de esas megainstituciones.
El inspirador de esta evolución es un hombre modesto de Bangladesh, el profesor Mohammad
Yunus, que en los años setenta ideó y propugnó incansablemente la noción innovadora de un
Banco de los pobres, por los pobres y para los pobres denominado Banco Grameen, que hoy día
actúa en 40.000 aldeas, casi la mitad de ellas en Bangladesh. La cartera del Banco Grameen está
formada por micropréstamos de una cuantía media de 160 dólares, concedidos a más de
2.370.000 pobres (el 95% de ellos, mujeres), aproximadamente el 18% de los clientes de las
instituciones de microfinanciación en el mundo. El esquema del Banco Grameen está siendo
reproducido en 58 países por más de 220 instituciones, en la mayoría de los casos con respaldo
de donantes. Quienes critican al Banco Grameen no se oponen frontalmente a esta concepción de
un banco “a la inversa”, pero se quejan de que semejante “banco con corazón pero sin cabeza”,
como dicen, es enormemente costoso y de que no tardaría en quedarse sin vapor si los donantes
no se encargasen de renovarlo.
La ley de bronce del rendimiento. Sea como fuere que definamos las actividades bancarias o
cualesquiera que sean las bases en que se funden, a menos que quien contrae el préstamo consiga
obtener un rendimiento superior a la tasa del préstamo, tanto el prestamista como el prestatario
no tardarán en tener problemas financieros. Esta ley de bronce de la “compatibilidad entre el
rendimiento obtenido por el prestatario y la tasa del préstamo” es implacable y, si va a decir
verdad, se está convirtiendo en un problema insoluble en el terreno de los microcréditos conform
se van difundiendo la mundialización, la liberalización y las privatizaciones, que hacen que las
microempresas sean cada día menos viables y llevan a quienes trabajan en ellas pasen a no poder
más que subsistir o a quedar desempleados. Desde los años noventa, en la India han cerrado sus
puertas más de un millón de microempresas y sobreviven a duras penas dos millones más, esto es
casi el 13% de los 24 millones de microempresas existentes en el país, donde este tipo de
empresas constituyen el 97% de las unidades empresariales. Aunque puede que estas cifras no
sean totalmente exactas, muestran la tendencia en curso en la India y en otros países pobres. Un
elemento primordial del programa de reforma económica de la India ideado por Gandhi, el jadi,
una prenda de vestir de hilo de algodón tejido a mano con un artefacto tradicional llamado
charka, es un ejemplo claro: ni siquiera las subvenciones masivas del Gobierno han logrado
mantener un mercado para el jadi, que prácticamente ha desaparecido. A continuación resultaron
inviables los telares manuales; muchos artesanos tejedores de varios lugares del país, endeudados
e incapaces de mantenerse a flote, se suicidaron, antes que afrontar a sus acreedores. Tras los
telares manuales, les ha llegado el turno a los eléctricos. El diario Times of India informó el 5 de
enero de 2001 de lo siguiente: “En los seis meses últimos, se han suicidado los propietarios de
seis unidades de tejeduría eléctrica de la ciudad de Solapur movidos por el temor a la quiebra, ha
afirmado Srinivas Chatale, presidente de la Asociación de propietarios de telares eléctricos del
Distrito. Varios propietarios de telares eléctricos de la ciudad habían tenido que contraer
préstamos para mantener su actividad empresarial, pero, ante la caída de la demanda de
productos textiles y la crisis fiscal general del sector, a buen número de ellos les resultaba diffícil
devolverlos. El Gobierno del Estado debería acudir en rescate de la industria para evitar hechos
trágicos como los sucedidos, dijo.” Las microempresas de otros muchos países pobres
sencillamente no pueden competir con la tecnología moderna y la producción de masa. Richard
J. Barnet and John Cavanagh han descrito muy acertadamente la situación que está surgiendo en
el mundo: “El excedente de seres humanos dotados, preparados, subvalorados y no deseados es
el talon de Aquiles del sistema mundial que está apareciendo. El problema es clarísimo: hay un
número asombrosamente grande y cada día mayor de personas que no son necesarias ni buscadas
para producir mercancías, ni para prestar los servicios que pueden permitirse los consumidores
del mundo. La acumulación de presiones de la competencia mundial a fin de que se reduzcan los
costos amenaza a la inmensa mayoría de los ocho mil millones de seres humanos que se espera
que vivan en el planeta hacia el primer cuarto del próximo siglo con la perspectiva de que no
serán ni productores ni consumidores. El sistema económico mundial valora más la producción
eficiente de mercancías que la dignidad de los seres humanos” (Barnet y Cavanagh, 1995).
¿Son los microcréditos una varita mágica? Aparece entonces un salvador, los microcréditos.
Una historia típica de microcrédito que ha dado buenos resultados: Rayamma contrajo un
préstamo de 7.000 rupias (196 dólares) para adquirir una vaca lechera. Al cabo de 10 meses, lo
había liquidado y liberado a sus hijas del trabajo en servidumbre. Ahora Rayamma posee la vaca
y una ternera y gana más de 1.200 rupias (34 dólares) al mes. Con sus ahorros, compró 0,2
hectáreas de tierras y ha solicitado otro préstamo para cultivar cacahuetes en regimen de regadío.
Su hija mayor está aprendiendo corte y confección y las menores van a la escuela. Todos estos
hechos verdaderamente milagrosos no habrían sucedido si no se hubiese adherido a un grupo de
autoayuda local, ni sin el préstamo que le concedió la Fundación Bridge, una ONG de
Karnataka, India, que otorga microcréditos (Countdown, 2005).
Si analizamos la situación más de cerca, veremos que no siempre es así, ni mucho menos. El
principal problema de los casi 500 millones de ganaderos pobres de la India no es que no puedan
obtener financiación, sino otras muchas cosas: la inexistencia y la mala calidad de los animales
lecheros y del forraje, el elevado costo de los piensos compuestos, los deficientes servicios de
veterinaria y la escasez de vínculos con el mercado. (Banco Mundial, 1996a). El informe del
Banco Mundial, aunque elogia la actividad de las 65.000 cooperativas lecheras existentes (con
nueve millones de miembros), que se esfuerzan en resolver algunos de estos problemas, apenas
hace mención a la financiación como cuestión de importancia.
¿Pasar de indigentes a microempresarios? Para tomar dinero a préstamo, arriesgarlo en una
actividad concreta, obtener beneficios y devolverlo en un plazo determinado hace falta tener
actitudes y poseer conocimientos que a menudo faltan a quienes son indigentes, que se
encuentran en esa situación ante todo por carecer de esas capacidades. No es realista el supuesto
de muchos donantes de que un préstamo puede acabar con esas deficiencias, sobre todo en el
caso de las mujeres que subsisten en el sector no estructurado de la economía, a las que aterra
endeudarse para realizar actividades fuera del hogar. Varios estudios recientes han mostrado que
los microcréditos no llegan a estos pobres, en contra de lo que se afirma; sólo cabe esperar que
así sea en el futuro. “El cálculo meticuloso del impacto económico de los programas o
instituciones de microfinanciación tropieza con multiples dificultades metodológicas, y las
conclusions de los estudios son a menudo contradictorias. Ello no obstante, se dispone
gradualmente de más hechos comprobados y, por ejemplo, según un examen efectuado
recientemente de 13 instituciones de microfinanciación, los hogares que se encuentran en el
umbral de la pobreza o por encima de él y que contraen préstamos experimentan un impacto
mayor que los que están por debajo de ese umbral, lo cual indica que, aunque eficaces, esas
instituciones no están forzosamente bien orientadas a los hogares más pobres” (Banco Mundial,
2000).
Gandhi y Nehru en 1946
Roger Viollet
Pasar de subsistir a ser empresarios es un proceso lento y difícil. “La actividad empresarial,
comprendido el trabajo por cuenta propia, es rigurosa y exigente. Hay quien es capaz de salir
adelante como empresario autoempleado, pero la mayoría de las personas carece de ese talento.
Cuando hay varias posibilidades, son pocos los que optan por el empleo por cuenta propia. En
las economías industrializadas, menos del 5% de los desempleados escogen la asistencia al
trabajo por cuenta propia, que es fácil de obtener, y a pesar de los procedimientos de selección y
control, cada día más perfeccionados, del 30 al 60% de los que lo hacen fracasan al cabo de
pocos años. En los países en desarrollo, en los que hay gran cantidad de desempleados y menos
posibilidades, el porcentaje de los trabajadores por cuenta propia es mucho más elevado, pero los
porcentajes de fracasos son similares. Aún queda mucho por aprender acerca de la capacidad y el
potencial del trabajo por cuenta propia” (OIT, 1996).
Los costos de transacción de la entidad crediticia: los hechos son tozudos. En un estudio de la
USAID sobre 12 instituciones de microfinanciación de tres continentes se llegó a la conclusion
de que los costos de personal eran el elemento determinante de su viabilidad. Según el informe,
sólo dos factores explicaban las diferencias observadas: los niveles de las retribuciones del
personal de los programas y su relación con el PIB del país, estando asociados los salarios
menores a programas más viables financieramente, y la tasa real efectiva de los intereses, es
decir, habida cuenta de la inflación (USAID, 1995). La banca, la gestión del dinero y la
contabilidad son tareas técnicas y confiarlas a empleados no calificados provoca inevitablemente
problemas. No han funcioando los intentos de reducir costos alentados por algunas instituciones
de microfinanciación a instancias de los donantes, por ejemplo, la subcontrataciónn de
operaciones de microfinanciación a ONG más pequeñas por grandes ONG, el empleo de agentes
comisionistas, la contratación de empleados de banca por salarios bajísimos (algunas ONG lo
hicieron por salarios mensuales de 10 a 20 dólares), etc. La mayoría de los bancos rurales
regionales, promovidos en la India a modo de mecanismo de prestación de servicios financieros
de bajo costo, no tardaron en resultar inviables: una sentencia de los tribunales acogió la
demanda de sus empleados de paridad con el personal de los bancos comerciales, cuyas
remuneraciones son elevadas (Padmanabhan, 1987).
Para reducir los costos de los préstamos, los donantes promovieron grupos (denominados grupo
de autoayuda) formados por 5 a 30 miembros, lo cual dio lugar a otros problemas. El fomento de
esos grupos y su sostenimiento resulta muy caro y tiene que haber ONG capaces de hacerlo.
Atraídas por la generosidad de los donantes, surgieron ONG espureas, a menudo con patrocinio
politico: hasta 30 de 185 ONG examinadas recientemente por el Gobierno de la India tuvieron
que ser puestas en una lista negra. Los grupos de autoayuda son entidades no inscritas que nadie
regula. A pesar de que son un 33% más baratos para quien concede los préstamos y un 80% para
quien los suscribe, los bancos son renuentes a emplearlos como canal. (DFID, 1998).
La devolución de los préstamos: ahí está el problema. Está desapareciendo la euforia de
conceder préstamos a grupos solidarios que suscitó el éxito inicial del grupo de pares de Gran
Bretaña, como instrumento para evitar el impago de los préstamos. La publicación “Análisis del
contrato de crédito con responsabilidad compartida” examina de manera crítica cómo se aplica la
responsabilidad compartida en los Grupos de Aval de Créditos del Banco Grameen, llegando a la
conclusion de que la “fuerza determinante” es en realidad la presión de los funcionarios
encargados de los préstamos, no la de los pares entre los miembros del grupo (DFID, 1998).
Tampoco es seguro que las instituciones de microfinanciación lleven un registro fidedigno de los
atrasos en la devolución de los créditos que han concedido y es probable que minimicen sus
créditos fallidos. Muchos donantes no supervisan de cerca los atrasos en la devolución de los
préstamos de las instituciones que ellos financian. Los intentos de cuantificar las devoluciones
de créditos de los proyectos que cuentan con asistencia de donantes tropiezan a menudo con
graves problemas de cómputo. La contabilidad no se lleva puntual ni claramente; los informes
financieros aparecen edulcorados; los préstamos impagados se pasan al ejercicio siguiente para
ocultar la relidad, etc. La contabilidad de los atrasos plantea múltiples problemas metodológicos
incluso en tres de las instituciones de microfinanciación más reputadas, el Banco Grameen de
Bangladesh, el Programa Aga Khan de Apoyo al Campo del Pakistán y el Proyecto de
Desarrollo Agrícola de Lilongwe, en Malawi (Von Pischke et al, 1998).
Dinero de los donantes a fondo perdido: Un indicador de que las instituciones de
microfinanciación no dejan de depender de los donantes es el elevado Índice de Dependencia de
las Subvenciones (IDS) de muchas de ellas. Si una institución de microfinanciación presta con
un interés del 10% y su IDS es 100%, tendría que aumentar al 20% los intereses que carga para
no necesitar subvenciones. Por ejemplo, el Proyecto CARE de Fomento de Pequeñas Empresas
en la Zona Periurbana de Lusaka, una institución de microfinanciación de Zambia, tiene un IDS
de 1146% (Banco Mundial, 1998c). ¡Tendría que hacer pasar su tasa de interés del 40% a
aproximadamente el 440% para ser sostenible sin apoyo de donantes! En un sitio del Banco
Mundial en la Red consagrado a las instituciones de microfinanciación norteafricanas se dice
que, a pesar del prolongado respaldo de donantes, solo diez de 60 instituciones de
microfinanciación están próximas a la sostenibilidad financiera. En la evaluación comparativa
efectuada por el Organismo Alemán de Desarrollo Internacional de 84 fondos crediticios a los
que presta apoyo, se llegaba a la conclusion de que únicamente cinco de ellos favorecían el
desarrollo del sistema financiero (GTZ, enero de 1997). “En otro estudio se halló que la mayoría
de los programas de microfinanciación examinados seguían necesitando subvenciones
financieras para ser viables. Cada vez se evalúa más los resultados de estas instituciones
atendiendo a dos criterios fundamentales: su capacidad de llegar a una clientela determinada y su
dependencia de las subvenciones. Aunque estos criterios no bastan para evaluar plenamente el
impacto económico de las instituciones de microfinanciación, ponen de manifiesto el costo social
al que estas entidades han alcanzado sus objetivos. Estos resultados por lo que hace a llegar a sus
destinatarios y el predominio de la dependencia de las subvenciones muestran la tarea que deben
abordar los programas de microfinanciación: seguir avanzando hacia la viabilidad financiera al
tiempo que aumentan sus contactos con la clientela a la que buscan servir” (Banco Mundial,
2000).
El profesor Dale Adams y el Dr. J. D.Von Pischke sostienen que muchos de los préstamos que se
conceden a microempresas no serán devueltos, que la mayoría de estos programas serán
probablemente transitorios y que a muchas de las personas a quienes van dirigidos los créditos
no les ayudarán materialmente a largo plazo unos programas que agravan su endeudamiento, ya
que, en la mayoría de los casos, su problema más agobiante no es la falta de préstamos oficiales.
Advierten de que prestar servicios financieros a los pobres es caro y de que establecer
instituciones financieras duraderas que lo hagan exige paciencia y ojo clínico para calcular los
costos y los riesgos (Adams y Von Pischke, 1992).
El desarrollo económico incluyente: las ideas de Gandhi
Mahatma Gandhi (Mahatma significa gran alma y fue Rabindranath Tagore, amigo de Gandhi y
premio Nobel de literatura, el primero en llamarlo así) nunca empleó la jerga del desarrollismo
hoy en boga, a base de palabras como “oportunidad”, “habilitación”, “seguridad”, “derechos”,
“red de seguridad”, “alcance”, “impulsado por la demanda”, “autoseleccionado”, etc., mas una
cita suya famosa lo dice todo: “A un pueblo que tiene hambre y carece de trabajo, la única
forma aceptable en que Dios puede atreverse a aparecérsele es el trabajo y la promesa de comida
en forma de un salario. Los millones de hambrientos piden comida que estimule la poesía. No se
les puede dar. Tienen que ganársela. Y solo la pueden ganar con el sudor de su frente” 1.
Anthony Copley ha resumido acertadamente el pensamiento de Gandhi: “Gandhi puso el acento
en los medios en lugar de en los fines, en problemas concretos en vez de en una vision de la
nueva sociedad que requiriera transformarlo todo. Pero la visión del Ram Rajha (Reino de Dios)
estaba ahí. Vale la pena remitirse a una descripción de cómo concebía la futura sociedad,
aparecida en su revista Harijan el 22 de julio de 1946: ‘La vida no será una pirámide cuya punta
sostenga la base, sino un círculo oceánico cuyo centro sera el individuo dispuesto en todo
momento a perecer por la aldea, la cual estará dispuesta a sacrificarse por el círculo de aldeas,
hasta que por ultimo el conjunto se convierta en una vida formada por individuos, jamás
agresivos en su arrogancia, sino siempre humildes, que compartirán la majestad del círculo
oceánico del que son unidades integrantes. Así pues, la circunferencia exterior no ejercerá el
poder para aplastar al círculo interno, sino que transmitirá fuerza a todos los que estén dentro de
ella y de ahí procederá su propio vigor’”(Copley, 1987).
Gandhi conocía a fondo los problemas, aspiraciones, puntos fuertes y flacos de los pobres.
También conocía las motivaciones, la codicia, el empuje y las capacidades de los ricos. Al
respecto, es interesante leer el consejo que dio al hijo de un rico industrial que había prometido
cederle todos sus bienes:
“Habla poco; escucha a todos, pero haz sólo el bien; aprovecha cada minuto; vive como los
pobres; no te enorgullezcas de tu riqueza; lleva cuenta de todo lo que gastes; estudia con
concentración; haz ejercicio regularmente; ten una granja lechera; reza dos veces al día y
recuerda que la fuerza del corazón es un millón de veces más preciosa que la agudeza del
intelecto.”
“’La felicidad’”, explicó Gandhi a Margaret Bourke-White, fotorreportera de Life Magazine,
“no llegó con los objetos -ni siquiera con los objetos del siglo XX-, pero puede surgir del
trabajo y del orgullo por lo que uno hace’, y a continuación le explicó la técnica del hilado”
(Attenborough, 1982).
Los elementos fundamentales de las ideas de Gandhi. Lord Irwin, anglicano de hondas creencias
religiosas y Virrey británico de la India en 1926, describió del modo siguiente a Gandhi: “un
adversario sumamente desconcertante, generoso, irracional y escurridizo, tan difícil de atrapar a
propósito de una cuestión de lógica como una mariposa en los llanos de su nativa Gujarat”.
(Copley, 1987). Pues bien, a partir de las posiciones aparentemente contradictorias y complejas
de Gandhi, podríamos aislar las siguientes líneas maestras:
a. el bien más valioso de los pobres es su trabajo semiespecializado y no especializado, que
no se puede almacenar ni convertir fácilmente en activos financieros o materiales;
b. el mecanismo adecuado para aprovechar este bien y transformarlo en poder aquisitivo de
millones de pobres es el empleo en puestos de trabajo que utilizan tecnología sencilla;
c. los ricos, si se abstienen de consumir ostentosamente, acumulan capital. Deberían
desplegar ese capital como fideicomisarios de los pobres, en empresas en las que los
pobres trabajen como asalariados;
d. como una excesiva centralización de la producción provocaría ‘anomia’ -un estado de
anormalidad en la sociedad y en los individuos-, debe evitarse. Puede que con esto
Gandhi estuviera reproduciendo las ideas del sociólogo francés Emile Durkheim
(Durkheim, 1893), quien había subrayado la importancia de las normas y los valores
sociales compartidos para mantener la cohesion y la solidaridad en la sociedad. La falta
de control social del comportamiento de los individuos es el principal problema de la
sociedad moderna. A su juicio, la persecución de los intereses privados sin atender a los
intereses del conjunto de la sociedad podia causar la ruptura social;
e. el Estado debe proteger a los pobres improductivos que no pueden ser empleados por
cuenta propia ni obtener un trabajo asalariado, mediante las pertinentes redes de
seguridad financiadas por filántropos;
f. el cultivo de una actitud espiritual atemperará la excesiva codicia y el ansia de poseer
bienes;
g. debemos respetar la naturaleza y oponernos a la tentación de atender necesidades
inmediatas a expensas del bien a largo plazo.
Gandhi comprendió las varias virtudes de la sencillez y su consiguiente capital social.
Abstenerse del “consumo ostentoso” y promover una “vida sencilla” tienen un efecto
considerable de ejemplo. Gandhi puso el acento en la pobreza relativa. Sabía que los pobres
evaluaban su pobreza no sólo en relación con sus necesidades, sino también con la riqueza que
veían en torno a ellos. Gandhi no estaba en contra de la tecnología por sí misma, pero advertía de
que, una vez que se le había permitido entrar en el hogar, esa “criada” podia convertirse en
“ama” y tiraniizar a los dueños anteriores. Es interesante observar que en los años setenta Philip
Slater expresó identica preocupación: “Hablamos de la tecnología como de la criada del hombre,
pero quien manda ahora en el hogar es esa criada, demasiado poderosa para poder despedirla y
de la que todos dependen sin poder evitarlo. Andamos de puntillas tratando de adivinar de qué
talante se habrá levantado hoy” (Slater, 1970). Gandhi también habría desaprobado la definición
de pobreza conforme a una “talla única” aplicada a todo el país, y mucho más aún la norma de
un dollar al día que para todo el mundo propugnan en la actualidad los donantes.
Ha llegado la hora de Gandhi. A muchas personas, incluso colaboradores íntimos suyos, las
ideas de Gandhi les parecían utópicas e imposibles de llevar a la práctica. La evolución de la
realidad, en particular el hecho de que el “capitalismo tecnomundial” haya sido incapaz de crear
una sociedad justa, parece darle la razón ahora más que nunca. Hay sociedades pobres en que se
dan elevadas tasas de crecimiento económico prolongadas sin que sus beneficios se difundan
entre la mayoría de la población. Sorprendentemente, incluso en los Estados Unidos, nueve años
de crecimiento económico sin precedentes no han disminuido marcadamente el porcentaje de
pobres (quienes tienen unos ingresos anuales inferiores a 16.660 dólares para una familia de
cuatro personas), que fue del 15,1 en 1993 y de 12,7 en 1998. (The Economist, 20 de mayo de
2000). Mucha gente está poniendo ahora en tela de juicio las definiciones complicadas de la
pobreza (por ejemplo, la basada en el poder adquisitivo que es preciso tener para determinado
nivel de consumo de calorías) y la idea de que se puede cruzar de una vez por todas la línea de la
pobreza igual que se hace con un río. Mucho más importante ha sido, en cambio, la propuesta de
Gandhi de dotar de poder adquisitivo a los pobres y llegar a las aldeas. Hoy día, en la India,
mientras que las autoridades luchan por encontrar almacenes en los que guardar cerca de 40
millones de toneladas de reservas de alimentos acumuladas, millones de pobres pasan hambre.
De modo similar, el Gobierno del país descubrió que, de sus 589.000 aldeas (en las que vive el
80% de los pobres), sólo 274.000 (cada una de ellas, con un promedio de 1.500 habitantes), es
decir, el 47%, estaban conectadas por carreteras practicables en todas las estaciones del año; en
cuanto a las aldeas de 1.000 habitantes, el porcentaje es aún menor, 37%. ¡Ojalá hubiesen
escuchado a Gandhi! La política gandhiana consistía en recalcar la importancia del jadi y volver
las espaldas en apariencia al capitalismo industrial. La suya fue una adhesion tardía a los
intereses de los tejedores despojados de sus bienes que habían regresado a las aldeas en busca de
empleo en la economía rural. ‘‘El jadi se convirtió en la obsesion predominante del movimiento
constructivo de Gandhi en los años veinte. Al exhortar a todos a reconocer el valor redentor del
trabajo manual, orientaba a los campesinos hacia una manera de ganar unos cuantos annas más,
sobre todo en las épocas en que no se trabajaban los campos o cuando había hambre generalizada
-por así decirlo, dando una respuesta a la extremada pobreza reinante en el campo. También era
una forma de proporcionar tejido de algodón a los tejedores manuales y de crear empleo para
artesanos de las aldeas” (Copley, 1987). En resumen, en palabras de Richard Falk, Gandhi
propugnaba una “nueva mundialización desde abajo”.
De hecho, Gandhi previó con exactitud los agujeros negros y las contradicciones del capitalismo
industrial. Lester C. Thurow, catedrático de Economía, ha expresado así los mismos temores: “El
capitalismo sólo postula una meta, el interés de cada cual en aumentar todo lo posible su propio
consumo. Ahora bien, la codicia del individuo no es, sencillamente, una meta que pueda
mantener unida a una sociedad a largo plazo. Los capitalistas únicamente maximizan las cosas
que les proporcionan beneficio-consumo y ocio. El peligro no estriba en que el capitalismo
estalle como le sucedió al comunismo. El peligro es el estancamiento, no el colapso” (Thurow,
1996). Gandhi no era economista, sino abogado; pertenecía a la comunidad bania (casta de
comerciantes) y era lo bastante sagaz como para comprender que, bajo el colonialismo, a los
productores se les estafaba de dos maneras, primero como productores y luego como
consumidores, para satisfacer la codicia de los amos coloniales.
Nelson Mandela, en el número dedicado por la revista Time al milennio, escribió: “Estamos
obligados a replantear las razones de la mundialización y a considerar la alternativa formulada
por Gandhi, al vernos en economías sin puestos de trabajo y en sociedades en las que las masas
mueren de hambre y las minorías consumen. Gandhi pretendió liberar al individuo de su
alienación provocada por las máquinas y restaurar la moral en el proceso de producción”. En la
conferencia internacional sobre los valores humanos celebrada en Amsterdam el 28 de
noviembre de 2000, las personalidades enviadas por el Banco Mundial, el ACNUR, etc.
subscribieron un llamamiento a guiarse por ellos al abordar los problemas políticos, económicos
y sociales. Alfredo Sfeir-Younis, Vicepresidente del Banco Mundial, afirmó que los valores
humanos constitutían el único instrumento a disposición de las instituciones internacionales para
cambiar el mundo y mejorarlo. Otras ideas de Gandhi están ganando asimismo aceptación. Una
encuesta reciente de Time/CNN mostró que el 79% de los estadounidenses deseaban llevar una
vida menos complicada. Este deseo de “desposesión” está difundiéndose igualmente en otros
países industrializados. En la reciente Cumbre Mundial de dirigentes religiosos convocada por
las Naciones Unidas, las propuestas de muchos participantes eran de raíz gandhiana. El Pacto
Mundial de las Naciones Unidas, la reciente iniciativa de dirigentes mundiales de empresas,
sindicatos y la sociedad civil en apoyo de los valores universales y de una actividad comercial
responsable es otra manera de adoptar las ideas de Gandhi.
La aplicación por los donantes de las ideas gandhianas. A continuación expondremos posibles
maneras en que los donantes pueden plasmar el pensamiento de Gandhi para ayudar a los pobres:
a. hacer más hincapié en dotar a los pobres de poder adquisitivo; el empleo asalariado o por
cuenta propia es sólo un medio para alcanzar ese fin;
b. promover tecnologías, empresas y mercados apropriados, que pueden aprovechar el
trabajo poco especializado o semiespecializado de los pobres: durante mucho tiempo aún,
esa actividad laboral sera su principal bien;
c. poner el acento en la mejora gradual de la capacidad professional mediante la instrucción
técnica, sobre todo de las mujeres pobres;
d. hacer que los ricos participen en los proyectos de reducción de la pobreza, recalcando que
los pobres constituyen un “futuro mercado” para sus productos;
e. crear una red de seguridad adecuada, respaldada por los filántropos ricos de los países
receptores, para ayudar a los pobres improductivos que no pueden hallar un empleo
asalariado ni trabajar por cuenta propia;
f. prestar más atención a los aspectos ecológicos de los proyectos a los que se preste
asistencia;
g. promover la instrucción religiosa, moral y ética para reforzar los nuevos valores del
‘consumo no ostentoso’, la vida sencilla, la tolerancia, la compasión y la hermandad en
las comunidades local, nacional e internacional;
h. sincronizar las políticas macroeconómicas con estos objetivos del “crecimiento de rostro
humano”.
En el contexto específico de los microcréditos, los donantes podrían dirigir sus actividades hacia
la creación de empleo asalariado para los más pobres. De ese modo, en lugar de gastar todos sus
recursos en tratar de microfinanciar a 100 millones de personas para que se empleen por cuenta
propia (lo cual es evidente que no ayuda a los más pobres) y de subvencionar durante largos
períodos a instituciones de microfinanciación, los donantes podrían apoyar cada vez a más
microempresas viables en las que los indigentes, sobre todo las mujeres, pudieran percibir un
salario. Si se pudiese promover diez millones de microempresas viables al año durante, digamos,
los cinco años próximos, se ayudaría a 400 millones de indigentes. Por término medio, cada una
de ellas puede dar empleo asalariado a cuatro personas, fundamentalmente mujeres que apenas
subsisten y cada una de las cuales tiene por lo menos dos personas a su cargo. Así pues, dotar de
poder adquisitivo a los más pobres de todos, conforme a las ideas de Gandhi, debería ser el
objetivo primordial de la política de los donantes.
Conclusiones
En el mundo están teniendo lugar una revolución financiera y una polarización sin precedentes.
Los ingresos de GM y Ford fueron superiores al PIB conjunto de todos los países subsaharianos:
las 51 economías mayores del mundo no son países sino empresas. El activo de las 400 empresas
de la lista Forbes ha aumentado en un 20% este año hasta 1.200 billones de dólares; en el 2015,
los bienes de este club exclusivo muy bien podrían ser mayores que la riqueza conjunta de la
mitad económicamente inferior de la humanidad. Jan Timbergen formuló la hipótesis de que una
disparidad de rentas de 1 a 15 entre los más pobres y los más ricos era el máximo que una
sociedad civilizada podía tolerar (Padmanabhan, 1992). En 1650, el Dr. John Lightfoot,
vicecanciller de la Universidad de Cambridge, determinó fundándose, en “los hechos
demostrados”, que Dios creó a Adán y Eva a las 9 de la mañana del 23 de octubre del 4004 antes
de Cristo. Cuando surgen nuevos hechos, hay que revisar las viejas conclusiones y poner en
entredicho los viejos supuestos. Ya es hora de que los donantes reflexionen acerca de sus
políticas, programas y proyectos que pretenden ayudar a los pobres. No se trata de si hay que
cambiar o no, sino de cómo cambiar, y el pensamiento de Gandhi muestra realmente un camino,
por el que es menester adentrarse.
Traducido del inglés
Nota
1. Hemos tomado esta cita de Young India (1921), una publicación dirigida por Gandhi, del
prólogo del libro (Padmanabhan, 1986), redactado por el Honorable Señor C. Subramaniam,
ya fallecido, que fue Ministro de Hacienda de la India y estrecho colaborador de Gandhi
durante muchos años.
Referencias
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vu”, World Development, Vol.20, No.10: 1463-1470.
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ATTENBOROUGH Richard, 1982. In Search of Gandhi, (Motion Picture), B.I Publications,
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