Vivir, Errar, Caer: Stephen Y El Final De La Adolescencia

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"Vivir, Errar, Caer: Stephen Y El Final De La Adolescencia"
(*) Coloquio De Verano. Escuela Freudiana De Buenos Aires. 2012.
Santiago Deus
“Sentía un vago presentimiento de aquella cita que había estado buscando, y a pesar de la
horrible realidad interpuesta entre su esperanza de entonces y lo presente, preveía aquel
sagrado encuentro que en otro tiempo había imaginado y en el cual habían de desprenderse
de él la debilidad, la timidez y la inexperiencia”
El texto corresponde al libro: Retrato del Artista Adolescente, de James Joyce. Sigue el relato:
“Tales momentos pasaban pronto, y las devoradoras llamas de la lujuria brotaban de nuevo.
Los versos se borraban de sus labios y los gritos inarticulados y las palabras bestiales, nunca
pronunciadas, brotaban ahora de su cerebro tratando de buscar salida. Su sangre estaba
alborotada. Erraba arriba y abajo por calles oscuras y fangosas, escudriñando en la sombra
de las callejuelas y de las puertas, escuchando ávidamente cualquier sonido. Gemía como
una bestia fracasada en su rapiña. Necesitaba pecar con otro ser de su misma naturaleza,
forzar a otro ser a pecar con él, regocijarse con una mujer en el pecado.”
“Había estado errando por un laberinto de calles estrechas y sucias. De las malolientes
callejuelas venían tumultos de voces roncas y de disputas, y lentas tonadas de cantores
borrachos. Cruzaban de casa a casa muchachas y mujeres vestidas con trajes largos y
chillones, perfumadas y despaciosas. Un temblor se apoderó de él y sus ojos se nublaron. Y
ante su confusa vista, las llamas amarillas del gas se elevaban contra un cielo cubierto de
nieblas, ardiendo como ante un altar. En los umbrales de las puertas y en los vestíbulos
iluminados había grupos misteriosos dispuestos como para un rito. Era otro mundo distinto: se
había despertado de una soñolencia de centurias.
Estaba aun en mitad del arroyo sintiendo que el corazón le clamaba tumultuosamente en el
pecho. Una mujer joven, vestida con un largo traje color rosa, le puso la mano en el brazo
para detenerle y le dijo: Buenas noches rico…”
Se aprecia en estos párrafos de notable belleza y precisión cómo ingresa el púber en su
dramática y esencial hora: la hora del deseo, la hora del encuentro con el partenaire y todas
las errancias que se producen. El protagonista es Stephen Dedalus, Stephen Hero, como nos
recuerda Lacan, precisándonos además el lazo que lo une al joven James Joyce. En el texto
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citado se precisa descarnadamente las instancias cruciales de la pubertad: la debilidad del
púber, el deseo que brota, la necesidad del acto y en ese sentido la cita con otro ser, en
nuestro lenguaje, el partenaire. Aquello de la realidad interponiéndose a las esperanzas de
otra época deja al púber en ese errar en su búsqueda torpe de acceder con su deseo al otro,
ese errar que implica fallar (y reintentar por cierto) y que también implica vagabundear
(chantear decía un analizante) de aquí para allá en el sentido del poder ubicarse.
Descarnadamente, en el caso de Stephen, a propósito de todas las consideraciones que
Lacan hace de Joyce y su anudamiento por el lado del sinthome. De hecho en la ya célebre
paliza que recibiera Stephen de sus compañeros, la pérdida de cólera es testimonio de esta
descarnadura. En el mismo texto de Joyce se observa esta liviandad del cuerpo: “se iba
desvaneciendo (la cólera) en seguida como una cáscara o una piel que se desprendiera con
toda suavidad de su propio cuerpo” El perder demasiado rápido la cólera es de hacernos
sospechar, tanto como cuando un analizante perdona demasiado rápido a algún Otro del que
nos habla en el análisis.
Pero volviendo a esa debilidad de la que habla Joyce por boca de Stephen, ¿de qué debilidad
se trata en el caso de la pubertad? No se trata de ninguna debilidad de la genética del
organismo ni de la química hormonal, sino de la debilidad del parletre en su primera
confrontación con lo que Lacan teorizara del No hay relación sexual, en el sentido de que no
hay relación natural entre los sexos, no hay adecuación espontánea o instintiva, por lo tanto
cada cual tiene que ver cómo se las arregla para acceder sexual y genitalmente con el otro.
Precisamente hay algo que arreglar en torno a esta debilidad y allí viene en su auxilio la
lógica del fantasma: “El fantasma es un arreglo significante que acopla el objeto a, al sujeto”,
dice Lacan de entrada en el seminario14. También en el mismo seminario arriba a una
definición del fantasma cuando dice que éste suple la carencia del deseo en la entrada del
acto sexual.
Por cierto, a Stephen parece fallarle un poco la muleta del fantasma y su deambular entre
enceguecido y poseído por el arrebato pulsional parecen testimoniarlo. Es decir que por un
lado tenemos la vacilación fálica propia y estructural en torno a la pubertad, y por otro lado la
vacilación o debilidad del soporte fantasmático que la neurosis usualmente dispone para
consolidar el nudo de su estructura borromea.
Veamos como Stephen no es el único en esta materia pendiente…
Dante tenía 13 años y venía a sesión con su bicicleta. Lo atendía en un centro de salud barrial
y eso era todo una cuestión para lo institucional. Ubiqué que la bici tenía que entrar con él y
de hecho todo el tema de ese tramo del análisis giraba en torno a su bici: lo que le agregaba,
le sacaba, la potenciaba, la cambiaba, etc. Modificaciones permanentes que no lograban darle
una consistencia duradera, “mucho arreglo para poco kilometraje”, le dije al cabo de varios
meses. En la escuela decían que él tenía add y los padres decían, en la misma línea, que no
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estaba nunca en casa, nunca quieto, siempre en la casa de unos vecinos, que además tenían
un taller mecánico donde él pasaba horas… Les dije que ellos tenían el problema de no saber
cómo alojarlo, cómo permitirle a Dante quedarse un poco en casa para después poder
despegar y en ese sentido había algo expulsivo en ellos.
Años después vuelve a verme, el tema eran los autos y un supuesto ataque de pánico
sucedido a continuación de haber adquirido su primer 0km. Su estructura zozobraba al no
poder alojar semejante acto. Frente a un padre que siempre había rajado y una madre en
posición mendigante, su logro deviene superyoicamente castigo y asimismo el auto deviene
objeto positivizado imposible de servirse de él: “no me puedo desplazar, no puedo estar solo”
son las primeras expresiones de discurso sobre el supuesto ataque de pánico. El que ahora
sufriría el ataque era el 0km: subirlo, bajarlo, potenciarlo, tunearlo, etc. Suplencias fallidas,
suplencias en lo real de una potencia fálica fracasando en lo simbólico.
Los arreglos no arreglaban el punto que se encontraba tambaleante, entonces, nuevamente:
mucho arreglo para poco kilometraje…
Cuando falta la falta hay angustia, y ¿cuando falla el soporte? Distintos destinos pueden
aguardarle al sujeto, Dante por ejemplo, evita la angustia y por ese camino evita (y se pierde
de) consolidar la estructura con algún arreglo que le permita articular el goce. Estar
“acelerado” era la expresión maníaca de un goce desanudado y desabonado que padecía
como costo de su evitación (de no otra cosa que la castración). El camino del análisis lo
conduce precisamente allí donde él evita, atravesar esa instancia de falta único camino para
orientar su deseo. El análisis tendrá que operar sobre ese punto de falla (todavía no falta) para
que el sujeto forje una respuesta que le proporcione, entre otras cosas, una consistencia en lo
imaginario que la evitación y el acelere no consiguen. La falta de consistencia se verificaba en
esa debilidad e inseguridad permanente que experimentaba en su impotencia para estar solo,
para trasladarse (por ejemplo al análisis) para sostenerse en cualquier escena. El analizante
busca suplir algo de la falla y algo de su debilidad con la potencia de los fierros, con la
potencia del acelere lo que le proporciona un goce adrenalínico que en el mismo acto le
socava aun más su debilidad e inconsistencia imaginaria, y como si esto fuera poco, además
lo deja permanentemente en una situación de riesgo de vida, en sus palabras: “estos autos
(potenciados) terminan o rotos o chocados…” Pretender, desde el análisis, interpretar de
entrada este goce, y por esta vía desbaratarlo, conduce a la impotencia del analista ya que
esa formación todavía no deviene síntoma. Es preciso un trabajo de tejido sobre el discurso y
en transferencia, para ir recortando ese goce y tallando en esa intersección Real Simbólico.
Y Stephen, cómo se las arregla?
Luego de su pecado (no otro que su debut sexual con una prostituta) lo espera un descenso
vertiginoso por los infiernos de la culpa a lo que le sigue una larga estadía en el purgatorio de
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las oraciones, las confesiones, las penitencias y rezos. Para, por fin, encontrar alguna salida.
El director del colegio Jesuita al que acudía le dirige el siguiente diálogo: “¿Has sentido
alguna vez vocación? Quiero decir si has sentido dentro de ti mismo, en tu alma, el deseo de
entrar en nuestra Orden. Piénsalo. En un colegio como este hay siempre un muchacho, o dos
o tres a los cuales Dios llama a la vida religiosa. Y tú Stephen has sido un alumno de este tipo.
Quizás eres el muchacho de este colegio al cual Dios se propone llamar para sí. Recibir este
llamamiento, continuó el director, es el mayor honor que el Omnipotente puede otorgar a un
alma”
Es después de recibir este llamamiento que Stephen pasa del sombrío purgatorio en el que se
encontraba a otra instancia, es recién allí que algo puede empezar a definir y a revelar
(alienación, separación mediante). En su discurso: “Durante toda su infancia había estado
haciendo fantasías acerca de aquello que solía considerar como su destino pero al sonar la
hora de obedecer el llamamiento, se había desviado, siguiendo un instinto que le impulsaba
hacia delante. Ya había pasado el tiempo, y nunca habían de ungir su cuerpo los óleos de la
ordenación. Había rehusado. ¿Por qué?”
Llamamiento primero, Rehusamiento después y el final del Young Man se acercaba con la
revelación de un deseo y un nombre propio. Entonces dice: “Un día avellonado por las nubes
del mar. La frase, el día y la escena se armonizaban en un acorde único. Palabras. ¿Era a
causa de los colores que le sugerían? Los fue dejando brillar y desvanecerse, matiz a matiz:
oro del naciente, verdes arreboles de pomares y avellanales, azul de ondas saladas, orla gris
de vellones celestes. No. No era a causa de los colores: era por el equilibrio y contrabalanceo
del período mismo. ¿Era que amaba el rítmico alzarse y caer de las palabras más que sus
asociaciones de significado y de color? ¿O era que, siendo tan débil su vista como tímida su
imaginación, sacaba menos placer del refractarse del brillante mundo sensible a través de un
lenguaje policromado y rico en sugerencias, que de la contemplación de un mundo interno de
emociones individuales perfectamente reflejado en el espejo de un período de prosa lúcida y
alada?”
Ya en plena revelación dice Stephen: “¿Era una profecía del destino para el que había
nacido, y que había estado siguiendo a través de las nieblas de su infancia y de su
adolescencia, un símbolo del artista que forja en su taller con el barro inerte de la tierra un ser
nuevo, alado, impalpable, imperecedero?
Su alma se acababa de levantar de la tumba de su adolescencia, apartando de sí sus
vestiduras mortuorias. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Encarnaría altivamente en la libertad y el poder de su alma,
como el gran artífice cuyo nombre llevaba, un ser vivo, nuevo y alado, impalpable,
imperecedero.”
Stephen, entonces, forja su salida gracias a esta secuencia que va desde el llamado que
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recibe del Otro (en clara señal de alojamiento), pasando por el rehusamiento para, finalmente,
arribar a una afirmación: El artista. El artista es, en Joyce, el Ego que como cuarto repara su
nudo. No se trata tan solo de su ego, sino también de su talento, su savoir faire de artesano
para tejer con el tesoro de los significantes y contornear el objeto. En el decir de Lacan en el
seminario El Sinthome (clase del 10 del 2 del76): “¿No hay, diría, como una compensación de
esta dimisión paterna, de esta verwerfung de hecho, en el hecho de que Joyce se haya
sentido imperiosamente llamado y que sea el resorte propio por el cual en él el nombre propio,
es eso lo que él valoriza a expensas del nombre del padre?”
El capítulo del libro del retrato del artista, concluye con un Stephen exaltado por esta
revelación(al borde de la superación maníaca francamente) revelación del nombre propio,
seguido de lo cual sus ojos se posan en una muchacha a quien se le dirige con un deseo
ahora sí, orientado. Se encuentra mejor posicionado no solo en relación con lo que quiere
para sí, sino también en relación con lo que no quiere para su futuro.
La salida de la adolescencia, que un análisis puede propiciar, requiere de esta ubicación y
este pase, paso que conlleva una afirmación que le permite al sujeto agujerear algo de lo real
para enhebrar junto a lo simbólico la hebra de su deseo.
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