Perseverantes in caritate

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FERNANDO MILLÁN ROMERAL ocarm
Letter
from the Prior General
to the Carmelite Family
on the Spanish Carmelite martyrs
of the 20 th century
Fernando Millán Romeral was elected prior
general of the Carmelite Order in 2007. He
studied in Spain – his native country –,
Rome and Ireland. He is a graduate in philosophy with a post-graduate qualification
in theology and a doctorate in Dogmatic
Theology He has taught theology at the
Comillas Pontifical University of Madrid.
EDIZIONI CARMELITANE – Curia Generalizia dei Carmelitani
via Giovanni Lanza, 138 – 00184 Roma
Perseverantes
in caritate
Perseverantes in caritate
Carta
del Prior General
FERNANDO MILLÁN ROMERAL
a toda la Familia Carmelita
con motivo de la beatificación
de los martires carmelitas españoles
del siglo XX
2 de febrero de 2008
Presentación de Jesús en el Templo
Published by
EDIZIONI CARMELITANE
for the
CARMELITE GENERAL CURIA, ROME
Via Giovanni Lanza, 138
00184 ROMA
Italy
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Per uso interno - Edizione fuori commercio
Introducción
E
L PASADO DÍA 28 DE OCTUBRE, EN ROMA, FUERON BEATIFICADOS
498 mártires del siglo XX en España, entre los que se
contaban dieciséis carmelitas de la Provincia de Cataluña (de los
conventos de Olot, Tárrega y Tarrasa) y una monja de clausura del
convento de Vic (Barcelona)1. Se trata de los beatos Angel M.ª Prat
Hostench, Eliseo M.ª Maneus Besalduch, Anastasio M.ª Dorca
Coromina, Eduardo M.ª Serrano Buj, Pedro M.ª Ferrer Marín,
Andrés Corsino M.ª Solé Rovira, Miguel M.ª Soler Sala, Juan M.ª
Puigmitjà Rubio, Pedro Tomás M.ª Prat Colldecarrera, Eliseo M.ª
Fontdecava Quiroga, José M.ª Escoto Ruiz, Elías M.ª Garre Egea,
Ludovico M.ª Ayet Canós, Ángel M.ª Presta Batlle, Fernando M.ª
Llovera Puigsech, Eufrosino M.ª Raga Nadal y la Beata Sor María
del Patrocinio de San José Badía Flaquer.
A esta lista habría que añadir otros dieciséis carmelitas descalzos
de Toledo, catorce de Barcelona y uno de Oviedo, cuatro carmelitas
misioneras de Barcelona y una carmelita de la caridad (Vedruna),
también de Barcelona 2.
Es para nosotros, como carmelitas, un motivo de gozo y de
gratitud a la Iglesia Universal por el reconocimiento del martirio
(testimonio supremo de la fe) de estos hermanos nuestros.
Constituye también una llamada a toda la Orden y a la gran familia
carmelitana a seguir confirmando nuestra fe con humildad, con
valentía y con autenticidad. Por ello, quiero compartir con vosotros
una breve reflexión acerca de lo que supone el ejemplo de estos
diecisiete carmelitas.
3
I. Martirio y Carmelo del siglo XX
E
PAPA JUAN PABLO II, EN SU CARTA APOSTÓLICA TERTIO
Millennio Adveniente, de 1994, señalaba que “la Iglesia ha vuelto
a ser Iglesia de los mártires” (n.º 37). En cierto modo, esta frase del
Santo Padre, la podemos aplicar también a nuestra Orden y a la
gran familia del Carmelo, ya que han sido muchos los ejemplos
heroicos de carmelitas que, en el siglo XX, entregaron
generosamente la vida por confesar su fe. Cómo no recordar la
figura egregia del Beato Tito Brandsma, profesor de la Universidad
Católica de Nimega (de la que llegaría a ser Rector en 1932),
periodista, educador, el cual supo defender la postura oficial de la
Iglesia holandesa, en materia de educación y medios de
comunicación, frente a las medidas racistas del nacionalsocialismo.
Fiel hasta el final en sus convicciones, y siempre lleno de
esperanza, hasta en los momentos más duros del cautiverio en
diversas cárceles y campos de concentración, entregó su vida, el 26
de julio de 1942, en Dachau.
Memorable resulta, igualmente, la figura del Beato Hilario
Januszewski, detenido siendo prior de Cracovia (se presentó
voluntariamente en canje por el P. Knoba, fraile carmelita enfermo
y de edad avanzada, que iba a ser arrestado por predicar en polaco).
Tras varios años de cautiverio, se ofreció para cuidar a los enfermos
de tifus en el campo de concentración, cuando ya se veía próximo el
fin de la II Guerra Mundial. Murió el 26 de marzo de 1945, un mes
antes de la liberación como verdadero mártir de la caridad en el
infierno de Dachau.
Merece ser destacado, del mismo modo, el sencillo pero
sobrecogedor testimonio del Beato Isidoro Bakanja, primer beato laico
africano, que murió en 1909, salvajemente golpeado, por negarse a
quitar el escapulario que había recibido el día de su bautismo.
A este grupo de testigos, reconocidos ya oficialmente por la
Iglesia, esperamos poder ver incorporados los nombres de los
demás carmelitas que murieron en la persecución religiosa, desatada
en España, en tiempos de la Guerra Civil (1936-1939). Se trata de
tres grupos más, correspondientes a las Provincias de Castilla,
L
4
Bética y Arago-valentina. A estos habría que unir también dos
monjas de clausura del Monasterio de la Encarnación de Valencia
(Sor Trinidad Martínez Gil y Sor María Josefa Ricart Casabant).
Cada grupo se encuentra en diversas fases del correspondiente
proceso de beatificación, que se lleva a cabo junto a varias diócesis
de España y junto a otros grupos de religiosos de diferentes
regiones. Juntos componen, indudablemente, una verdadera
sinfonía de fidelidad al Señor y al Evangelio, a la Iglesia y a la
Orden. Revelan la dimensión martirial inherente a la fe, así como la
dimensión martirial del Carmelo que, ya desde sus orígenes, en la
Tierra Santa, siempre buscó la entrega fiel de la vida al Señor, y, en
no pocas ocasiones, la rubricó con la sangre del martirio3.
II. El martirio, bautismo de sangre
E
N PRIMER LUGAR, CONVIENE DESTACAR QUE EL TESTIMONIO DE
los mártires apunta a lo central de la fe, a lo esencial, al corazón
mismo del Evangelio. En la Iglesia primitiva sucedía que, en
ocasiones, una comunidad cristiana era perseguida y morían no
solamente los fieles cristianos ya bautizados que se negaban a
apostatar, a renegar de su fe, sino también los catecúmenos que se
preparaban para el bautismo a través de un largo y exigente proceso
catecumenal, jalonado de exorcismos (en los que se plasmaba, de
forma simbólica y ritual, el cambio de padrinazgo: del dominio del
mal, al del Señor) y de escrutinios (en los que se discernía la
autenticidad de la conversión del candidato). En esos casos, los
cristianos se preguntaban qué ocurría con aquellos catecúmenos,
pues, por una parte, morían sin el bautismo, que es la incorporación
a Cristo y a la Iglesia, el camino para la salvación, pero, por otra,
habían muerto, precisamente, por dar testimonio de Cristo y de su fe.
La respuesta de los Padres fue clara: habían recibido el bautismo de
sangre. Se habían incorporado a Cristo de otro modo. El martirio
considerado una forma de bautismo y, para algunos Padres de la
Iglesia, era incluso más valioso que el bautismo sacramental, porque
conformaba de manera más directa, más visible, más cercana, a
Cristo mismo, por la entrega de la propia existencia.
5
Por lo tanto, si el bautismo apunta al misterio central de nuestra
fe (la salvación en Cristo muerto y resucitado al que nos
incorporamos), el martirio debe apuntar en la misma dirección. Si
el bautismo nos conforma a Cristo en su proceso pascual (con Él
morimos al hombre viejo y renacemos al hombre nuevo), el
martirio, entonces, muestra de forma expresiva, total y real esa
“cristificación”. Por consiguiente, para nosotros, el testimonio de
los mártires debe ser un acicate para profundizar en el misterio de
la fe, en el Evangelio, en la Buena Noticia de la salvación. De igual
manera, debe ser semilla de todo lo que el Evangelio significa:
amor, perdón, reconciliación, servicio, etc. Hacia estos valores
apunta el testimonio de nuestros mártires y hacia ellos nos deben
animar a caminar.
Conviene recordar que “martirio” significa “testimonio”. Los
mártires no son suicidas, ni masoquistas, ni políticos, ni fanáticos,
sino creyentes que, en un momento determinado, confesaron su fe.
Nosotros, del mismo modo, somos interpelados, por su ejemplo, a
dar testimonio. Probablemente, no tendremos que hacerlo en
situaciones tan dramáticas como aquellas, pero sí en medio de la
vida de cada día. Con sencillez, con humildad, con el lenguaje de las
obras, con un gran respeto por otras formas de pensar y por otras
creencias, su ejemplo nos urge a nosotros proclamar la fe, siendo
mártires-testigos de la verdad que da sentido a nuestra vida.
III. Martirio, perdón y alegría
Q
UISIERA DESTACAR DOS RASGOS QUE CONSIDERO ESENCIALES
– y especialmente ejemplares para nuestra realidad actual
– del testimonio de nuestros mártires. El primero es el perdón.
Una característica común a todos los beatificados es que, de un
modo u otro, mostraron su abierta disposición a perdonar a sus
verdugos. No se encuentra en ellos ningún tipo de odio, de
resentimiento, de agresividad verbal o física hacia los que les
iban a quitar la vida.
En un mundo tan castigado por la violencia y el odio, su ejemplo
resulta, sin duda, relevante, provocador y, ciertamente, valiosísimo.
6
No es necesario insistir en la larga lista de males y violencias que
se ciernen por doquier: violencias que, a veces, a fuerza de ser
repetidas por los medios de comunicación, nos pasan casi
desapercibidas. Nosotros, carmelitas ya del siglo XXI, no podemos
convertirnos en cómplices activos o pasivos de la violencia, del
rencor, de la opresión, de lo que destruye a nuestro mundo.
Ya nuestra Regla, siguiendo la inspiración del libro de los
Hechos de los Apóstoles, nos ofrece un modelo de comunidad
reconciliada en el Señor y, por ello, una comunidad que se convierte
en signo y en testimonio de reconciliación. La comunidad carmelita
es un signo profético en medio del mundo de que es posible superar
las barreras (ideológicas, raciales, generacionales) y de que es
posible vivir la comunión en Cristo Resucitado. Los mártires, a los
que recordamos y celebramos, supieron romper el último muro, el
que parece más infranqueable, el del odio, y supieron entregar
la vida perdonando a los que se la iban a arrebatar. Supieron
permanecer, en definitiva, perseverantes in caritate…
Me permito citar en este sentido el testimonio del P. Tirso de
Jesús María, carmelita descalzo de Toledo, que, en las horas previas
a su ejecución, escribió a sus familiares una carta en la que afirmaba:
“Sean todos muy buenos. Perdonen y bendigan y amen a todos, como yo les
amo y perdono y bendigo”4. Asimismo, el P. Fernando M.ª Llovera, del
convento de Olot, hizo pasar al Gobernador y a los que formaban
el pelotón de fusilamiento a la habitación de los detenidos para
escuchar de sus labios que no les tenían rencor y que les
perdonaban, lo que causó estupor en todos ellos.
El segundo rasgo que sorprende del testimonio de nuestros
mártires es que, muchos de ellos, vivieron ese trágico momento, así
como las terribles horas que precedieron al mismo, con una
impresionante serenidad e, incluso, alegría. Estos hermanos
nuestros, sin fanatismos de ninguna clase, conscientes de lo
dramático y terrible de los momentos que estaban viviendo, pero
con la calma propia de quien vive en la esperanza cristiana y en la
plena confianza en Dios, exhiben una altura de miras y una visión
trascendente de la vida que supone un maravilloso modelo para
nuestro tiempo, en el que somos tan esclavos de lo inmediato, de
nuestros pequeños y, a veces, mezquinos intereses, de lo que
7
produce, de lo rentable. En ellos se cumplió lo que nos dice el libro
del Apocalipsis: “…y no amaron tanto su vida que temieran la muerte”
(Ap 12, 11).
Sor María Patrocinio de San José, la carmelita mártir del
convento de Vic, solía repetir a las hermanas de comunidad, incluso
en los momentos más dramáticos, en los que se intuía el peligro que
las acechaba: “No hay que tener miedo. Pasará lo que el Señor quiera.
Estamos en sus manos…” 5
Esa confianza total en la voluntad de Dios, y una esperanza
irreducible, les llevó a mostrar su alegría hasta en los momentos más
dolorosos. Los mártires supieron no sólo entregar su vida con
serenidad y gozo, sino también animar a los compañeros de
presidio, a aquellos a los que les faltaban las fuerzas o caían en el
desánimo y en la desesperación. Juan Pablo II, en su Exhortación
Postsinodal, Ecclesia in Europa (n.º 13), proclamaba que “el martirio
es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza”.
Resulta estremecedora, en este sentido, la carta que manda uno
de nuestros mártires (el P. Fernando M.ª Llovera Puigsech, al que
hacíamos referencia anteriormente) en la víspera de su ejecución
en el Castillo de Montjuich, en Barcelona. Se trata de una carta
dirigida a su familia en la que nos ha dejado esta maravillosa
declaración:
Luis, Mercedes, Asunción, todos amadísimos hermanos:
Ahora mismo me acabo de enterar que mañana a primera hora iré al
cielo. Sí, hermanos: esta es la justicia humana. Dios N.S. me hará
mejor justicia, a la que me entrego de todo corazón. No sufráis por mí,
porque estoy animadísimo y nada temo. He pasado estos días
contentísimo junto con otros compañeros de desgracia, que para
nosotros es dicha.
Os envío una visita que os explicará mi buen estado de ánimo. Me
alegro que en estos momentos, como buen sacerdote, he llevado almas
al cielo. Ahora me confesaré y recibiré al Buen Jesús.
Rogaré por vosotros desde el cielo; hacedlo vosotros por mí desde la tierra.
Estoy contentísimo; siento en mí una gran fortaleza de ánimo. Si
me vierais no conoceríais que estoy condenado a muerte, para
resucitar a la Vida.
8
Recuerdos y abrazos a todos, hermanos, tías y sobrinos.
Adiós, hasta el cielo.
21 de noviembre de 1936
Mañana al cielo. ¡Qué felicidad!
Fernando Llovera.6
No olvidemos que el martirio de nuestros hermanos -en
definitiva, todo martirio- si bien es cierto que se dio en unas
circunstancias históricas concretas, no es menos cierto que
trasciende totalmente cualquier circunstancia histórica. La
ceremonia de beatificación fue ejemplar en este sentido. Fueron
años difíciles en la España y en la Europa de los años treinta:
tensiones de diversa índole, violencia indiscriminada, represión,
incultura, desempleo y pobreza (siempre un buen caldo de cultivo
para la violencia), radicalismos políticos de diverso signo. Una
combinación de elementos que culminó en la Guerra Civil española
y, posteriormente, en la II Guerra Mundial, ambas acompañadas
de todo un cortejo de muertes, desgracias, destrucción y miseria.
Nosotros celebramos que en ese contexto (sin duda complejo y
difícil7) estos carmelitas proclamaron su fe, entregando sus vidas
con amor y con valentía. Esta celebración no supone en absoluto
negar que hubiera otras muertes terribles e injustas en el mismo
contexto, y que otras personas (muchas de ellas de forma honesta
y noble) dieran su vida por unos ideales que consideraban justos,
fueran estos los que fueran.
Tanto la celebración eucarística del domingo 28 de octubre de
2007, presidida por el Cardenal Saraiva Martins (Prefecto de la
Congregación para las Causas de los Santos), como la
Eucaristía de acción de gracias por los nuevos beatos, celebrada
por el Cardenal Bertone (Secretario de Estado Vaticano) el
lunes 29 de octubre, estuvieron impregnadas en todo momento
de un espíritu de reconciliación, de perdón, de gozo, de paz,
lejos de todo maniqueísmo de buenos y malos, de cuestiones
políticas o de otras identificaciones peligrosas y, fácilmente,
manipulables8. El Cardenal Bertone insistió en su homilía en lo
siguiente:
9
Estos mártires no han sido propuestos al pueblo de Dios por su
implicación política, ni por luchar contra nadie, sino por ofrecer sus
vidas como testimonio de amor a Cristo y con la plena conciencia de
sentirse miembros de la Iglesia. Por eso, en el momento de la muerte,
todos coincidían en dirigirse a quienes les mataban con palabras de
perdón y de misericordia.
Ningún creyente, por tanto, debe sentirse alejado o excluido de
esta celebración, sea cual fuere su afinidad política; ningún creyente
debe tampoco utilizar esta celebración para defender unas ideas
políticas y, menos aún, para despreciar o atacar otras. Quien así
lo hiciere, no habrá entendido la significación última de lo que
celebramos, ni estará en sintonía con el espíritu de perdón y
reconciliación que estos mártires sembraron y regaron con su sangre.
Que sus virtudes e intercesión nos ayuden a crear un ambiente
político y social de respeto, de diálogo, de servicio desinteresado al
bienestar de la sociedad y, especialmente, de los más necesitados.
IV. Martirio y comunión
E
N LOS PRIMEROS CAPÍTULOS PROVINCIALES QUE HE PRESIDIDO
como Prior General de la Orden, he insistido mucho en el
espíritu de comunión que, por encima de diferencias de cualquier
índole (inevitables y, en cierto modo, positivas), debe prevalecer en
nuestras comunidades y provincias.
En la liturgia de la Iglesia, desde tiempo inmemorial, el altar en
el que se celebraba la Eucaristía se emplazaba sobre el sepulcro de
un mártir. En muchos casos, la basílica o iglesia que se construía
posteriormente recibía el nombre de ese mártir, como ocurre en el
caso de San Pedro o San Pablo, en Roma. Con ello, se manifestaba,
de forma muy expresiva, la profunda relación de los mártires con el
sacrificio de Cristo mismo. La muerte y resurrección de Cristo, el
Misterio de Salvación, nos incorpora y nos convierte en un pueblo,
en un cuerpo, en una comunión, en una asamblea santa. Comunión
y martirio aparecen así, profundamente entrelazados, a través del
sacrificio único de Cristo.
10
La sangre de los mártires no es solamente semilla de nuevos
cristianos, utilizando la célebre frase de Tertuliano (Apol. 50, 13: CCL
1, 171), sino también semilla de Iglesia y de comunidad. El Cardenal
Bertone insistió en este aspecto en su homilía de la misa de acción de
gracias cuando pedía que la confesión de los mártires sea una vigorosa
llamada a reavivar la fe y a intensificar la comunión eclesial.
En este sentido, y aunque todos pertenecían al entonces
Comisariado de Cataluña, los mártires recientemente beatificados
evidencian también la internacionalidad de la Orden, su carácter
misionero y su apertura a diversas culturas y ámbitos geográficos.
Reflejan, en definitiva, que la comunión que nace del misterio de
Cristo, al que ellos se han unido de forma tan íntima y especial por
el martirio, no tiene barreras, ni fronteras. Así, muchos de ellos
pertenecieron a la Provincia Arago-valentina y en ella se
formaron, antes de que se creara, en 1932, el Comisariado de
Cataluña; algunos dedicaron varios años de su vida a las nuevas
fundaciones de Puerto Rico, como el P. Ludovico M.ª Ayet Canós
(que trabajó incesantemente en la isla de Vieques y, luego, se
trasladó a Isla Margarita, en Venezuela) y el P. Fernando M.ª
Llovera Puigsech (que ejerció de párroco en Ciales). El P. Eliseo
M.ª Maneus Besalduch, vivió varios años en Brasil (en Recife y en
Goyana, en el Estado de Pernambuco) y Fr. J. M.ª Escoto Ruiz
era mejicano, si bien ingresó en el Carmelo en España, tras una
conversación con el P. Bartolomé F. M.ª Xiberta en nuestra Iglesia
de Traspontina, en Roma.
Todo ello nos habla de la internacionalidad del Carmelo, de la
verdadera comunión que no se reduce a lo ideológico, a lo nacional,
o a lo afín, sino que va más allá de las barreras y divisiones
humanas. Frente a los sembradores de discordias y divisiones -que
no faltan-, el testimonio de los mártires nos recuerda que la
comunión, la koinonía de la Iglesia primitiva, no es algo opcional en
la vida cristiana, sino que forma parte de su misma esencia. De aquí
que, lo que crea división -aún en nombre de un mayor compromiso,
de una mayor radicalidad de vida, de una mayor piedad o vida de
oración, o de los más altos ideales- no es verdaderamente cristiano,
no viene del Espíritu de Dios, no responde a la voluntad del Dios
de Jesucristo.
11
Conclusión
L
OS MÁRTIRES CONSTITUYEN EN LA IGLESIA UN TESTIMONIO Y
un verdadero signo profético para todos nosotros. Nos
animan con su carrera (cf. 2 Tm 4,6-8) y con su fidelidad al
Evangelio y a Cristo; nos interpelan y nos invitan a dar
testimonio, también nosotros, en nuestros contextos sociales; nos
recuerdan que sólo con el bien se puede vencer al mal y que no
podemos ser cómplices activos o pasivos de éste. Sor María del
Patrocinio de San José, poco antes de morir, defendiendo su
pureza, gritó en su lengua catalana: ¡Aixó, no! ¡Abans morir que fer
aixó! (¡Eso, no! ¡Antes morir que hacer eso!)9. Ojalá que también
nosotros, carmelitas ya del siglo XXI (tanto monjas, como
religiosos, religiosas o laicos), sepamos mantener esa pureza de
corazón (la puritas cordis, gran tesoro de nuestra tradición
espiritual) ante cualquier presencia del mal: la violencia en todas
sus formas, la injusticia, el egoísmo hedonista, los abusos de todo
tipo, la degradación del planeta, las desigualdades flagrantes, el
desprecio de la vida humana, etc.
Ilusionarnos con el bien, no desanimarnos en nuestra fe y en
nuestra vocación carmelita, ser fieles al Evangelio, convertirnos
en sembradores de comunión y de reconciliación, entregarnos
generosamente al anuncio de la Buena Noticia, profundizar en
nuestro carisma carmelita… Una vida así se erige como el mejor
homenaje que podemos rendir a nuestros mártires. Lejos de
polémicas estériles y de manipulaciones de cualquier género, sus
semblantes son una verdadera inyección de entusiasmo (vida
donada con generosidad y en libertad) para toda la familia
carmelita.
A partir de ahora, cada año, podremos celebrar la memoria del
Beato Angel M.ª Prat Hostench y compañeros mártires. Podemos
invocarles, solicitar su intercesión y recordar con compromiso
renovado su ejemplo de vida. Como dice el Evangelio Lucas, “sus
nombres están escritos en los cielos” (Lc 10,20). Que los beatos Angel,
Eliseo, Anastasio, Eduardo, Pedro, Andrés Corsino, Miguel, Juan,
Pedro Tomás, Eliseo, José, Elías, Ludovico, Ángel, Fernando,
12
Eufrosino y la Beata Sor María del Patrocinio de San José
intercedan por nosotros.
Y que María, Reina de los Mártires, Patrona y Hermana nuestra,
nos guíe y nos acompañe.
Prior General
13
1
2
3
Cf. Positio super martyrio Angeli Mariae Prat Hostench et XVI sociorum (Congregatio
de Causis Sanctorum, Romae). Para una biografía de divulgación, pueden
consultarse en español: R. M.ª LÓPEZ MELÚS, Dieron razón de su fe. Diecisiete
mártires del Carmelo de Cataluña (Amacar, Onda-Castellón 2007); y en inglés:
R. M.ª VALABEK, Profiles in holiness I (Edizioni Carmelitane, Rome 1996) 81-111.
Para la lista completa de los beatificados, su pertenencia religiosa, biografía, etc.,
cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Quiénes son y de dónde vienen. 498 mártires del
siglo XX en España [M. E. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, ed.] (Edice, Madrid 2007).
Para una síntesis de la presencia del martirio en la historia de la Orden, cf. I.
MARTÍNEZ CARRETERO, Los Carmelitas. Historia de la Orden del Carmen VI (Figuras
del Carmelo) (BAC, Madrid 1996) 279-404.
4
Cf. J. V. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, La dichosa ventura. 16 Carmelitas descalzos en Toledo
(BAC, Madrid 2007) 382-383.
6
Positio super martyrio, Summarium, 347-348 (§ 127). Cf. R. M.ª LÓPEZ MELÚS, Dieron
razón de su fe, 216.
5
7
8
14
Notas
9
Cf. R. M.ª LÓPEZ MELÚS, La azucena de Vic. Beata María del Patrocinio. Carmelita
mártir de la pureza (Amacar, Onda-Castellón 2007) 141, 144.
La visión más completa de dicha persecución puede encontrarse en: A. MONTERO
MORENO, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939 (BAC Madrid, 2000).
Ambas homilías pueden consultarse, entre otros lugares, en L’Osservatore Romano
(29-30 ottobre 2007) 6-7.
Positio super martirio, Summarium, 21 (§ 796).
Finito di stampare nel mese di marzo
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FERNANDO MILLÁN ROMERAL ocarm
Carta
del Prior General
a toda la Famiglia Carmelitana
con ocasion de la beatificación
de los martires carmelitas españoles
del siglo XX
Fernando Millán Romeral fue elegido Prior
General de la Orden de los Carmelitas en el
año 2007. Realizó sus estudios en España –
su país de origen –, Roma e Irlanda.
Diplomado en Filosofía y Licenciado en
Teología, se doctoró en Teología Dogmática.
Ha sido profesor en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid.
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