Vivencias de un soldado en El Aaiún

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Vivencias de un soldado en El Aaiún
Escrito por Irene Gómez
Miércoles, 08 de Diciembre de 2010
Fuente: La Opinión de Zamora - El Correo de Zamora
Vicente Bueno evoca los diecisiete meses que pasó en la provincia española, entre
1955 y 1956.
Alistado en el Tabor de Tiradores de Ifni, fue testigo de revueltas de los nativos contra el
dominio extranjero.
Salió de casa el día de San José, «era el santo de mi padre», recuerda con exquisita memoria.
A Vicente Bueno el sorteo de la mili le llevó hasta El Aaiún, por aquellos años capital del
Sáhara español, hacia donde partió en la primavera de 1955 para alistarse en el Tercer Tabor
de Tiradores de Ifni. Una milicia cargada de experiencias y recuerdos, ahora reavivados con la
revuelta del pueblo saharaui en el mismo territorio donde este zamorano de Manganeses de la
Lampreana realizó el por aquel tiempo obligatorio servicio militar en la que fuera provincia
española.
«La verdad es que en la mili yo lo pasé bien. Estábamos muy tranquilos y como éramos pocos
(los llegados de España) nos trataban bien los jefes, no te reñían», confiesa Vicente. Peor fue
el agitado viaje en el «Vicente Puchol», el navío en el que embarcaron los soldados desde
Cádiz camino del África Occidental. «Allí vino la hecatombe. Tú veras, once días metidos en un
cacharro de esos».
Y no porque la travesía al otro continente fuera tan larga. En realidad no se alargaba más de
cuatro días y cuatro noches; lo peor llegó cuando, preparados para desembarcar en las
lanchas -«porque aquello era playa abierta, no había muelles ni nada»- y a escasas millas de la
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costa, el barco quedó anclado tras desatarse un temporal que les metió el susto en el cuerpo.
«Eran olas tan grandes y tan profundas que no podíamos bajar a las lanchas porque las daba
la vuelta. Y allí estuvimos siete días hasta que aquello amainó».
Tan intensa fue la experiencia que el soldado Bueno reparte los recuerdos entre la atribulada
travesía y los quince meses que se tiró a las puertas del desierto viviendo en carne propia
alguna escaramuza, protagonizada por los nacionalistas marroquíes.
¿Qué hacían en el barco?. «Pues estar echado, no podías hacer otra cosa». Eso sí en un suelo
duro, nada placentero y alimentándose por la mañana con un café «que era agua de castañas»
para llenar más tarde el estómago a base de garbanzos cocidos con agua salada «y acaso una
miaja de hueso». Gracias al petate que llevaron de casa. «El chorizo del pueblo nos dio la vida,
cuando salíamos del barco ya no teníamos nada».
La llegada a tierra era otra historia. Todo un mundo se abría para el casi centenar de soldados
destinados en el territorio por entonces español, tres de ellos zamoranos que por primera vez
pisaban las dunas del desierto. A Vicente, rubio y de tez clara, aquel sol le jugó una mala
pasada; en un ocasión sufrió tal acaloramiento que las ampollas llamaron la atención de los
mandos. «Cuando me vio el capitán me dijo "chico vete al botiquín y cúrate eso". ¡Y las
piernas!. Las tenía coloradas, coloradas». Nada que ver con la recia campiña castellana desde
donde había partido el soldado con 22 años en un tren «largo largo lleno de militares» camino
de Cádiz.
El Aaiún era otra cosa. Un campamento dominado por militares nativos -había mil y pico frente
a 86 españoles- con los que mantenían una cordial relación. «La convivencia con ellos era
buena, no se metían con nadie», recuerda sobre el ambiente en el Tabor (batallón), muchos
eran sargentos o tenientes que habían luchado en la Guerra Civil. «Es que allí un soldado
podía tener a lo mejor veinte reenganches. Así que se tiraban años y años». Y solían hacer las
guardias, excepto en la fiesta del Cordero y el Ramadán, tan sagradas para los musulmanes
que obligaban a tomar el relevo a los soldados llegados de la península.
A Vicente le valieron diecisiete meses -desde marzo de 1955 hasta agosto de 1956- para
atesorar un imborrable recuerdo de El Aaiún, cuya Plaza de España concentraba la actividad
social y comercial del pueblo en el gran zoco con puestos, jaimas y tiendas, también bares
donde «en lugar de vino te daban te o chocolate». El alcohol se reservaba al bar del cuartel
donde todavía se recuerda la cerveza «La Tropical» con la que saciaban la sed por poco
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dinero. «Las había de litro y cogíamos una botella para cuatro o cinco, te sentabas en el bar y
como en el Tabor había granja te daban un huevo, el panecillo y con la botella por 1,50
merendabas». Era un ambiente de camaradería. Para lo bueno y también para los aprietos.
Como cuando llegaban las tormentas del desierto, el temible siroco, una espesa nube de polvo
rojo del Sáhara que obligaba a «cerrar puertas y ventanas; se metía la arena por todos los
sitios y cubría todo el suelo».
Adversidades al margen, los milicianos llevaban una vida bastante tranquila. Por la mañana
instrucción y por la tarde un rato de clase. Hasta que un día la cosa se revolvió. Empezaron a
proliferar los incidentes nacionalistas. «Se conoce que ya andaban con lo de la
independencia». Marruecos quería el Sáhara occidental español y los soldados llegados de la
península ibérica tuvieron que emplearse en aplacar escaramuzas que les pusieron en más de
un aprieto. «Me acuerdo una mañana en una marcha viniendo de misa que nos acorralaron
mujeres y niños gritando "españoles cabrones marcharos esto ser nuestro", se logró sostener
la cosa porque los jefes tenían paciencia y los controlaban».
En el año 1955 los soldados fueron testigos del descontento de la población. «Lo que ha
pasado lo sabíamos porque el nativo que no estaba en la mili o no era policía se moría de
hambre. Si nosotros no hacíamos una mala faena porque nos arrestaban, ellos no la hacían
porque les incendiaban. Algunos iban al bidón de las sobras por la noche a pillar lo que
podían».
Con la misma lucidez, Vicente Bueno recuerda la encendida reacción de la población cuando
fue ascendido a capitán general de Canarias el entonces teniente general Mohamed Ben
Mizzian, el único musulmán que alcanzó tal grado en el Ejército español. El ascenso debió
subir la moral de los nativos a los que se oía gritar «Franco y Mizzian ser iguales».
Aquellas insurrecciones obligaron el servicio de los soldados en El Aaiún. «Nos dieron en sacar
para unos sitios y para otros. A Tan Tan, a Cabo Juby, a Villa Cisneros. Eran los mismos
policías moros los que se levantaban». Vicente Bueno formó parte del contingente de catorce
soldados y un sargento al mando destinados a un destacamento de Tan Tan para neutralizar
una de esas refriegas. «Estuvimos 72 horas con las cartucheras puestas y el teniente nos
decía "no os durmáis muchachos" o "si veis que bajan los policías, no les dejéis llegar aquí"».
Había que ponerse a la defensiva. «Me acuerdo que había un camión viejo y lo enfocábamos
hacia la puerta por la noche para que si venían a atacar nos sirviera de parapeto. Al final
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aquello ya estaba muy revuelto».
Empezó a llegar tropa a Tan Tan; hasta «metieron una Bandera de la Legión en nuestro
cuartel» y también llegaron los paracaidistas de Alcantarilla (Madrid). Al igual que era toda una
audacia desembarcar en aquellas playas montaraces, no menos aventurero resultaba aterrizar
sobre improvisadas pistas a orillas del océano Atlántico; «se encendía un montón de paja y por
el humo se guiaban», relata Vicente Bueno con suma clarividencia.
La revuelta contra el dominio extranjero había prendido pero otros tomarían el relevo. En
agosto de 1956 el ya licenciado soldado Bueno volvió a casa después de 17 meses en el
Sáhara occidental.
Vicente Bueno guarda con mimo la envidiable colección de fotografías que inmortalizan el
servicio militar en El Aaiún. No son muchos los soldados de aquella época que puede presumir
de un archivo gráfico tan detallado. El privilegio tiene una explicación: un compañero veterano
de Zamora aficionado a la fotografía dejó constancia de una experiencia sobre la que Vicente
prefiere hablar de puertas para adentro. Algo reticente al principio en contar sus «batallas de la
mili» a la prensa, ya metido en harina el hombre se muestra encantado de bosquejar una
vivencia inolvidable que ha refrescado con las revueltas del pueblo saharaui en los
campamentos de El Aaiún. En el rosario de recuerdos aparecen paisanos allí destinados como
un voluntario veterano de San Martín de Valderaduey, ya fallecido. O algún compañero de
Aliste; «de San Vitero o por ahí». Nada es igual 54 años después
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