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¿ES AMBIGUA NUESTRA CONSTITUCIÓN?
Diario de Burgos septiembre 2007
El PP y el PSOE están manteniendo una batalla sin cuartel por la renovación del
Tribunal Constitucional, y yo me pregunto ¿qué Tribunal es éste del que ya
podemos saber las respuestas con sólo conocer los nombres de sus miembros?, o
también ¿qué Constitución es ésta, la nuestra, que permite a su Tribunal actuar de
esta manera?, y finalmente ¿por qué es tan ambigua o tan arbitraria nuestra
Constitución?. Yo me pregunto esto porque tengo formación y pasión
matemáticas, y me cuesta trabajo aceptar que nuestra Carta Magna sea tan
arbitraria o tan ambigua como para admitir una solución u otra en función de los
vientos que soplen en cada momento. Sinceramente no lo creo y no lo acepto,
porque lo que creo de verdad es que nuestra Constitución no es tan ambigua,
sino más bien la utilización que se hace de ella. Los juristas que interpretan sus
normas hacen siempre gala de autoridad y conocimiento, diciendo que sus
planteamientos son los correctos. Que los planteamientos matemáticos no sirven
porque son cuadrados. Que no se puede reducir todo a que dos y dos sean
cuatro, que hay que hacer una interpretación inteligente de la Ley …. Muy bien,
de acuerdo con ello. Los matemáticos también entendemos estos razonamientos,
pero tomamos precauciones cuando se nos dice que hay que hacer una
interpretación inteligente de la Ley, porque tememos que lo que se pretenda sea
sencillamente esquivar la Ley.
Los planteamientos matemáticos no tienen por qué ser incompatibles con otros
planteamientos de la vida. Los matemáticos sabemos interpretar cuando nos
enfrentamos a un problema si la solución obtenida es única, existen otras o no
hay ninguna, y también sabemos apreciar si ese problema tiene infinitas
soluciones (los puntos de una recta). Pero cuando hemos obtenido nuestras
soluciones ya no admitimos ninguna otra, pretendiendo que se pueda obtener
otra opción fuera de ellas, porque sabemos que sólo existen las soluciones
obtenidas. No admitimos, por tanto, ninguna cuadratura del círculo ni ninguna
otra infinitud que se salga del orden de infinitud obtenido. Es decir, que si la
solución está en los puntos de una recta (que son infinitos) admitimos sólo los
puntos de esa recta, no los de todo el espacio. Para nosotros no vale todo. Vale
sólo lo que vale. Esto viene a cuento con lo del Estatut, cuando se dice que no se
puede enclaustrar en una solución cuadrada. Evidentemente que no, pero la
solución no puede ser tan libre como para no respetar ninguna regla, y si esta
regla es la Constitución (o los puntos de una recta) pues sea esta Constitución la
que rija hasta que nos dotemos de otra nueva si vemos que ésta no nos sirve.
Y en cuanto al dos y dos son cuatro, los matemáticos también podríamos, igual
que los juristas, comulgar con ruedas de molino y decir que eso puede ser verdad
o no, porque si adoptamos el sistema binario y no el decimal al que nos han
acostumbrado, entonces la suma ya no sería 4 sino que sería 100.
ENCUESTA
He leído una encuesta de una revista que pedía contestar en cien palabras a lo
siguiente: ¿Cree que España es plural? ¿Se siente cómodo en esta España de
hoy? Mi contestación: La primera pregunta es una obviedad. Claro que España
es plural, como también lo es el resto del mundo. Podríamos recordar el refrán
popular que dice: “Nadie es como otro. Ni mejor ni peor; es otro. Y si dos
coinciden es por algún mal entendido”. Pero no nos podemos quedar ahí, porque
la pregunta entraña otros matices aparte de la obviedad, a saber: ¿hay en
España alguna singularidad que no tenga cabida dentro de la pluralidad de
todos?, porque si esto es así habrá que dar salida a esa singularidad para que se
disgregue del resto (o de lo que quede del resto) y vivir su propia andadura; y si
no es así, habrá que dar solución a esa singularidad en términos que sean
compatibles con las otras singularidades, porque las otras singularidades son
también plurales. Ese es el tremendo problema que tenemos que resolver entre
todos. La segunda pregunta queda contestada con ésta.
Miguel Bronchalo de la Vega
LA GUERRA DE LÍBANO
Diario de Burgos, Balance y Perspectiva
El año 2003 expresé claramente mi rechazo a la guerra de Irak, pero más claramente aún dije que no me refería a aquella guerra, sino a la que pudiera venir
detrás, porque ya de antemano daba por perdida para toda la humanidad
aquella guerra. En estos momentos de 2006 vuelvo a expresar el mismo rechazo a
la guerra de Líbano, pero tampoco me refiero expresamente a esta guerra particular (iniciada pero no acabada), sino a la que pueda venir detrás.
Lo dije en 2003 y vuelvo a decirlo ahora que el origen de esta y de aquella guerra
había que retrotraerlo 15 años hacia atrás, exactamente al día de Nochevieja de
1991, en que desapareció la URSS y con ello el orden bipolar mundial basado en
el miedo mutuo de las superpotencias, y que aquel miedo que tanto nos consternó en el pasado (porque en verdad configuró una de las etapas más horrorosas
de nuestra última historia), tuvo una componente positiva (¡) que nos permitió vivir
con la conciencia de que inexorablemente tendríamos que respetar el orden,
aunque fuera un orden basado en el terror. Quiero decir que aquel pavoroso orden aborrecido por todos pasó a la historia como no podía ser de otra manera,
pero que nos trajo como contrapartida una nueva situación en la que no iban a
existir superpotencias hegemónicas y se iba a resolver todo en un nuevo foro democrático internacional, que es el que tenemos ahora. Lo que pasa es que el
nuevo foro internacional no está totalmente configurado, y, de momento, es sólo
un desorden multipolar global.
Empezaron por reunirse en San Petersburgo los ocho países-organismos más poderosos del planeta para resolver la crisis, y decidieron todos al unísono que había
que terminar con el conflicto. ¿Se necesitaba algo más? ¿Se podía pedir algo
más? No, no hacía falta nada más, sólo había que cumplir lo que se había decidido, pero, claro, cada uno interpretaba lo que se había decidido de una manera diferente. Cada uno tenía, y tiene, un bando favorito y un bando culpable. Los
que estamos en estas latitudes admitimos como único culpable a los EEUU, pero
yo me pregunto: ¿Y los demás países? ¿Qué hacen los demás países? ¿Están sólo
de comparsa y admiten todo lo que diga EEUU? ¿Tienen miedo a los EEUU? ¿Tienen algún otro interés particular inconfesable? Pues si esto es así, y tiene todos los
indicios de ser así, son ellos tan culpables como los EEUU, porque no están allí para
ser la comparsa de nadie ni para defender ningún interés particular, sino para resolver esta dificilísima crisis en la que todos son igual de amigos que de enemigos,
y todos tienen que cumplir y hacer cumplir las normas que se decidan (y lo mismo
que se decida y se aplique en este caso particular deberá decidirse y aplicarse a
los demás similares, como, por ejemplo al de Irán, porque con el Líbano no se
acaban todos los conflictos).
Dije en 2003 y lo vuelvo a repetir ahora que el pacifismo no existe y referí un par
de sentencias que vendrían muy a propósito para ser recordadas ahora. Una era
de Ives Montand que decía que “los pacifistas son como ovejas que creen que el
lobo es vegetariano”. La otra era de Jerzy Lec y decía que “el que busca el cielo
en la tierra se ha dormido en clase de geografía”. Decía entonces que el pacifismo era una utopía que sólo se podría entender si fuéramos capaces de imponernos nosotros mismos el orden, pero que eso no puede ser así porque sólo somos
capaces de respetarlo cuando nos lo imponen otros, sean éstos los horrendos bipolarismos basados en el terror, hayan sido los dictadores nacional-socialistas, los
comunistas ó los nacional-católicos. Pues bien, este es nuestro problema: que
ahora tenemos todas las libertades pero no somos capaces de administrarlas, y
ahí no cabe echar la culpa a nadie, porque nosotros mismos, cada cual en nuestra medida entendemos la paz y la libertad en un sentido muy parecido al de los
países decisorios. Cada cual tiene un amigo y un enemigo particular. Cada cual
entiende el orden en función de su propio sectarismo ó de su propia utopía. Pocos se basan en la objetividad que reclama el orden de todos.
Esta es la situación que quería yo denunciar, porque nos encontramos en un conflicto que, con ser muy grave, no será nada comparado con el que pueda venir
detrás si no cambiamos el paso y nos ponemos a resolverlo de verdad, con grandeza de miras y sin ninguna concesión a la demagogia. Termino esta elucubración mental que embarga mi pensamiento, dejando a la imaginación del lector
la predicción de los acontecimientos que puedan venir a partir de ahora, porque
yo me siento incapaz de vaticinar ningún resultado. Lo termino trayendo a la memoria aquella premonitoria sentencia de Ortega de La rebelión de las Masas, que
decía: “No creo en la absoluta determinación de la historia. Al contrario, pienso
que toda vida, y por tanto la histórica, se compone de puros instantes, cada uno
de los cuales está relativamente indeterminado con respecto al anterior, de suerte que en él la realidad vacila y no sabe bien si decidirse por una u otra entre varias posibilidades (...) No hay ninguna razón para negar la realidad del progreso,
pero es preciso corregir la noción que cree seguro este progreso. Más congruente
con los hechos es pensar que no hay ningún progreso seguro, ninguna evolución,
sin la amenaza de involución y retroceso”. (Ortega pensaba esto en 1937, pero yo
creo que el peligro de involución sigue siendo hoy día tan amenazante como entonces por muy consolidadas que creamos nuestras democracias, y que tendremos que ser muy precavidos para saberlo detectar con suficiente antelación y
muy honrados con nosotros mismos para aceptar que nuestras libertades sólo se
podrán mantener si somos capaces de imponernos las autolimitaciones necesarias para preservar el orden).
Miguel Bronchalo de la Vega es autor del libro
No entre aquí nadie sin saber Geometría
EL PROBLEMA DE LOS NACIONALISMOS
Para entender con algún rigor el problema de los nacionalismos es imprescindible
echar una ojeada a nuestra historia pasada más reciente, porque el fenómeno
nacionalista actual, que ahora nos parece tan singular, no es nuevo en absoluto:
se ha repetido ya dos veces en nuestra historia próxima pasada, no siendo lo que
ahora tenemos más que una versión actualizada de aquel problema que se
produjo y no se resolvió en las ocasiones anteriores. Me refiero, naturalmente, a los
experimentos de nuestras dos Repúblicas, pero para no alargar el comentario y
situarme más cerca de la actualidad, me voy a referir sólo a la Segunda
República, porque con ella estamos más familiarizados.
Me voy a referir a las Memorias de Azaña expresando la decepción que le
produjeron los vascos y los catalanes cuando una vez conseguidos sus Estatutos
de Autonomía se desentendieron totalmente de la causa de España. Releo en su
Diario que el 29 de julio de 1937 (es importante contrastar las fechas), Negrín (jefe
del Gobierno) se queja a Azaña (Presidente de la República) de que Companys
(Presidente de la Generalidad) no quiere ir a Valencia a entrevistarse con el Gobierno porque quiere que el Gobierno vaya a Barcelona a tratar los temas de la
Generalidad. Le informa también que Aguirre (Presidente del Gobierno Vasco)
odia pronunciar la palabra España, y le manifiesta que él mismo, que no se siente
españolista ni patriotero, se indigna tanto ante esas cosas que preferiría tratar con
Franco antes que con los nacionalistas, porque éstos, dice, son inaguantables.
Sigue Azaña con sus apuntes, y le dice a Prieto el 15 de septiembre que el hachazo más profundo que ha recibido en su intimidad ha sido al comprobar la falta de
solidaridad de los nacionalistas. Luego, al día siguiente, 16, hace otra anotación
en su diario apuntando que el Gobierno vasco ha preferido instalarse en Bayona
antes que quedarse en España. El 19 de septiembre Pi i Suñer (alcalde de Barce-
lona) visita a Azaña para disculparse por unos rumores que circulan sobre que la
Generalidad está preparando un pacto de paz separada con los rebeldes, y le
pide a Azaña que por tal motivo no suspenda el Estatuto de Autonomía, como ya
ocurrió en 1934 por otra actuación similar de la Generalidad, estando en el Gobierno Lerroux y suspendiéndose la autonomía catalana entre octubre de 1934 y
febrero de 1936, durante cuyo periodo estuvo encarcelado Companys. En esta
ocasión, Azaña le tranquiliza diciendo que eso no va a ocurrir ahora. Sigue
hablando Pi para ponderar la fidelidad de Companys, pero Azaña le contesta
diciendo que Companys ha sido infiel en toda su actuación, desde usurparle los
derechos constitucionales que le corresponden como Presidente de la República
hasta crear la Consejería Catalana de Defensa para separarse del Gobierno de
la nación. Y le suelta, para terminar, una espantosa sentencia, advirtiéndole que
esos desencuentros sólo se podrían remediar de una manera: “perdiendo la guerra, para que luego los que sobrevivan tengan ocasión de saborear el fruto de sus
torpezas, de sus locuras, de sus cálculos egoístas y de su deslealtad”... Luego Azaña en otro lugar recrimina a los vascos por haberse entregado al enemigo sin
ofrecer resistencia, diciendo que las tropas rebeldes entraron en Bilbao en columnas de desfile, no en orden de combate...
He querido traer aquí estos apuntes para recordar algunos de los parecidos entre
las situaciones pasadas y las presentes, pero también para que valoremos, por si
se nos olvida, la tremenda situación de privilegio que tenemos nosotros ahora para resolver nuestros problemas actuales, porque en las ocasiones anteriores fueron
los militares los que se encargaron de devolvernos el “orden preestablecido” (el
Alzamiento Nacional en la Segunda República y el caballo de Pavía en la Primera), pero en el momento actual, una vez instalados en la democracia y liberados
de las ataduras militares que nos atenazaron en el pasado, no tenemos que tener
miedo a que ningún dictador nos vuelva a imponer su “orden”. Ahora somos nosotros los que administramos nuestro propio orden. Sólo tenemos una circunstancia en contra: que ahora nosotros, dueños de nuestro destino, tenemos que intentar acertar, porque si nos equivocamos, ya no podremos culpar a nadie. Nosotros
seremos los únicos responsables de nuestras actuaciones: hemos llegado a la mayoría de edad.
Decimos que los nacionalismos nos enriquecen ¿quién puede dudarlo? Nadie. No
lo duda nadie porque es una obviedad, lo mismo que cuando decimos que los
nacionalismos se basan en hechos diferenciales: otra obviedad. Pero de ahí a
asumir que los únicos diferentes son los nacionalistas va un abismo, porque todos
los demás ciudadanos somos también diferentes y no por ello tenemos que
configurarnos como naciones independientes. Este es nuestro problema: el de
lograr un punto de encuentro que nos sirva para que podamos convivir todos con
nuestros hechos diferenciales y con nuestros hechos comunes; con nuestras
grandezas y nuestras miserias ¿Qué para eso tenemos que cambiar la
Constitución? Pues cambiémosla, pero con grandeza de miras. Atacando los
problemas de frente y sin subterfugios. Actuando como estadistas y no como
oportunistas. Olvidándonos de todas las etiquetas preconcebidas de
“progresistas” ó de ”constitucionalistas” Los políticos tienen ahora una tarea
apasionante entre sus manos, pero a la vez una tarea muy comprometida,
porque, eliminado el problema de los golpes de Estado tienen ellos en sus manos
toda la responsabilidad de la gestión. Ahora no pueden fallar porque si fallan les
echaremos las culpas a ellos de sus errores. Ahora van a tener un tribunal muy
duro que les juzgue porque ahora no serán los dictadores los que les juzguen:
ahora seremos los ciudadanos los que les daremos el aprobado ó el suspenso
cuando nos presenten la solución a referéndum.
Miguel Bronchalo de la Vega es autor del libro
No entre aquí nadie sin saber Geometría
EL PROBLEMA DE LOS NACIONALISMOS (y 2)
Hace aproximadamente un año escribí un artículo sobre los nacionalismos españoles, refiriéndome, principalmente, a los paralelismos que se estaban produciendo entre los nacionalistas actuales y los de la Segunda República. Me referí entonces a la Segunda República como hito más cercano en la historia de los paralelismos, pero, evidentemente, me quedé muy corto, porque las reivindicaciones
históricas de los tiempos actuales vuelven a rememorar las de los tiempos pasados, y será preciso recurrir de nuevo a la historia para intentar explicar los fenómenos que quedaron entonces sin explicación. Será preciso retroceder un paso
más en el tiempo, y retornar hasta la Primera República, porque con la Segunda
no quedó totalmente claro el problema de los desencuentros nacionalistas. Recordemos lo que ocurría en la Primera República.
La Primera República la inauguró el Presidente Figueras, que permaneció 4 meses
en el cargo, tras los cuales, sintiéndose incapaz de resolver el problema federalista, huyó al extranjero sin dar explicaciones a nadie. La conducta de Figueras fue,
desde luego, reprobable, y no se podrá justificar bajo ningún concepto, pero nos
da pié a pensar que la situación que le movió a ello tuvo que ser realmente grave. Yo me inclino a pensar que aquella Cámara tuvo que ser una jaula de grillos,
porque hay incluso crónicas en las que se atribuye a Figueras una frase reveladora. Dicen que dijo antes de abandonar las Cortes: “Señorías: he de hablar francamente. Estoy hasta los cojones de todos nosotros”, y, claro, si esto era así, si estaba hasta los cojones incluso de sí mismo, puede entenderse que la situación era
grave de verdad, y que, por tanto, tuvo razones para desertar.
Le siguió Pi y Margall que estuvo en el cargo menos tiempo aún que Figueras, sólo
1 mes y 7 días, y, claro, con tan poco tiempo no pudo tampoco resolver nada
concreto sobre la cuestión fundamental que afectaba a la república, porque
antes de que se llegara a votar sobre el sí o el no de la república federal, o sobre
el número o las condiciones de los estados federales, ya se adelantaron algunos
por su cuenta y se proclamaron cantones independientes. Fue el caso de
Málaga, de Cádiz y de Sevilla. Pero no tuvieron mucha repercusión, porque su
propia desorganización los hizo pronto fracasar. Surgió, sin embargo, un cantón
poderoso, el de Cartagena, que dio mucho que hablar porque los cantonales se
apoderaron de la escuadra fondeada allí y desde aquella posición se
constituyeron en enemigos del gobierno. Luego, por si esto fuera poco, se
iniciaron también otros levantamientos militares: en Sagunto, los soldados dieron
muerte al coronel Martínez Llagostera; en Alcoy otros incontrolados dieron muerte
al alcalde republicano, Albores. Total, que otro caos como el de Figueras, y otro
presidente que dimite: el presidente Pi presentó la dimisión el 18 de julio de 1873,
cuando sólo llevaba un mes en el cargo.
Entra el siguiente, Salmerón, que a pesar de su buena intención no puede hacer
nada tampoco, porque el problema de Cartagena se estaba complicando de
verdad. Cartagena, una vez declarada independiente, necesita recaudar
fondos, y para ello emplea todos los medios a su alcance, incluyendo la piratería:
la fragata Victoria saquea Torrevieja; el general Contreras con la Victoria y la
Almansa bombardea Almería y sigue ruta hacia Málaga; entretanto Gálvez y
Pernau inician otra expedición, esta vez por tierra, hacia Orihuela, que, indefensa,
se entrega, recaudando los cantonales un cuantioso botín.
Se produce una leve recuperación del gobierno. El general Pavía recupera
Sevilla, Cádiz y Granada, y el general Martínez Campos recupera Valencia. Se
logra también reducir a los cantonalistas en Salamanca y en Béjar. A todo esto,
continuaba aún en el cargo el presidente Salmerón que entendía que la única
solución al conflicto sólo podía venir del lado de las armas, pero tampoco de este
modo lo pudo conseguir, porque para mantener la disciplina militar le presentaron
a la firma la resolución de algunas penas de muerte, y siendo esto contrario a sus
principios, dimitió el 7 de septiembre de 1873. Tiempo en el cargo: 2 meses menos
9 días.
Entra Castelar, el último presidente. Cartagena, dice el marqués de Lozoya, era
ya decididamente un nido de piratas. Las guerras siguen. El brigadier Carreras
bombardea Alicante con las naves Numancia y Méndez Núñez. Después saquea
Valencia. Copioso botín. Este es el panorama que encuentra Castelar a su
llegada: guerras cantonales en pleno apogeo, resurgimiento del carlismo, y caldo
de cultivo preparado para iniciar otro resurgimiento, el del partido alfonsino.
Demasiados resurgimientos. La República se hace ingobernable. Peligro.
Se vuelven a vislumbrar los militares. Vuelve a salir el nombre del general Pavía,
que entiende que la democracia tiene que ser compatible con el orden y
propone a Castelar la supresión de las Cortes, pero Castelar se opone y tiene
lugar una sesión histórica el 2 de enero de 1874, que terminó a las 5 de la mañana
con una votación en la que sale elegido el federalista Eduardo Palanca.
Entonces, dice Lozoya, que Pavía, capitán general de Madrid, envía a dos de sus
ayudantes para que obliguen a Castelar (Presidente de la Cámara) a desalojar el
edificio, y que Salmerón (presidente entonces del Ejecutivo) rogó a Castelar que
sometiera aquella sublevación militar. Dice luego que Castelar se negó y que
trató sólo de defenderse a sí mismo, indicando que él no era culpable. Eran las 6
de la mañana del 3 de enero de 1874. Los soldados invadían los pasillos. Sonaban
tiros en el aire. Otros dicen que entraron los caballos en las Cortes. Fue el fin de la
República. Castelar había durado como presidente 4 meses escasos. La
República en su totalidad, 11 meses escasos.
Pues bien, esta es la síntesis de la breve Primera República que quería yo traer a la
memoria, que luego se repitió con nueva variante en la menos breve Segunda
República, y que en el momento actual está volviendo a aparecer con ciertos
atisbos de similitud. Menos mal que sólo son atisbos de similitud y no similitud
completa. Menos mal, también, que ahora no tenemos caballos de Pavía ni otros
dictadores dispuestos a devolvernos el “orden”. Pero menos bien, por otra parte,
porque ahora corremos el riesgo de repetir algunos errores del pasado y ya no
tenemos a nadie a quien echarle la culpa. Ahora seremos nosotros los únicos
responsables de nuestros errores.
UN NUEVO ORDEN MUNDIAL
Diario de Burgos 13-4-03
A raíz de los acontecimientos de Irak se están perfilando en el mundo dos polos
de confrontación dialéctica que ya en este momento se manifiestan absolutamente irreconciliables. Existe en primer lugar una postura belicista que justifica su
actuación en base a mil argumentos legales, económicos ó incluso morales, y
otra postura pacifista que justifica su actuación con otros argumentos también
irrenunciables de carácter legal, económico ó moral. Ambas posturas, está claro,
son incompatibles, pero merecerá la pena intentar deshacer la incompatibilidad
por algún lado, porque a este asunto hay que darle soluciones y no se resolverá
nada enrocándose cada cual en su postura inamovible. Yo voy a intentar analizar
el problema con toda la objetividad que me sea posible, pretendiendo aportar
algunas ideas fuera del marco simplista del guerra sí ó el guerra no. Quiero hacerlo así, porque no me resigno a adoptar ninguna postura al dictado de ninguna
corriente, y quiero pensar que si al final mi postura coincide con la de alguna corriente la postura resultante será la mía y no la de la corriente. Adelantando entonces de antemano el horror y el asco que me provocan la guerra, voy a plantear, ó a plantearme a mí mismo algunas consideraciones de otro tipo, porque si
nos quedamos sólo con el guerra sí ó el guerra no, no saldremos nunca de las discusiones bizantinas ni de las generalidades vacías.
En primer lugar está el hecho de que el rechazo ó el apoyo a la guerra no se produce entre los bloques antagonistas tradicionales de la izquierda y la derecha de
siempre, sino que éste se produce en varias direcciones cruzadas: un país de izquierda apoya a EEUU y otro de izquierda se opone; un país de derecha apoya a
EEUU y otro de derecha se opone, a la vez que el antiguo bloque comunista de
Europa adopta la postura de la derecha tradicional. En segundo lugar está la
controversia democracia-dictadura: una democracia ataca a una dictadura y
las otras democracias se oponen a ello. Este es otro hecho que trastoca todo lo
conocido hasta ahora, porque en la segunda guerra mundial (nuestro referente
más cercano), el proceso se produjo en un sentido muy diferente: en aquella
ocasión las democracias se unieron para derrocar a las dictaduras (aunque luego
aquello no se resolvió definitivamente porque sobrevivió otra dictadura y tuvieron
que transcurrir cuarenta y seis años más para que desapareciera aquella situación). En tercer lugar está el hecho de que la Iglesia Católica está adoptando
otra postura que tampoco coincide exactamente con su postura tradicional. En
cuarto lugar están los intereses materiales del petróleo (intereses cruzados en varias direcciones). En quinto lugar está el interés del invasor por mantener el predominio hegemónico según un nuevo orden mundial diseñado por él (pongamos
especial atención a este punto). En sexto lugar,...
Está claro que hay muchos más intereses cruzados de los que a primera vista saltan a la luz. Convengamos, entonces, en que todos los intereses cruzados nos están dejando descolocados a los ciudadanos, pues aunque todos (ó casi todos)
estemos de acuerdo en descalificar la invasión no todos analizamos el problema
bajo el mismo enfoque ni todos sabemos ó podemos dar una solución al problema a partir del punto en que lo tenemos aparcado.
El origen inmediato de este conflicto se podría situar en el 11-S, pero este origen es
sólo una referencia próxima, porque ya antes del 11-S se vaticinaba que el desorden mundial estaba servido: había terrorismo, había conflictos armados, había
dictaduras horrendas, fundamentalismos religiosos, injusticias, corrupciones, abrumadoras desigualdades en el reparto de la riqueza... Podremos decir, entonces,
que el 11-S nos dio un aviso de que había que hacer algo, pero no fue tampoco
el 11-S el origen de todo esto. El origen de todo esto fue el 31-12-91, porque en
aquel momento desapareció la URSS y con ella el equilibrio de los bloques, y con
ello el triunfo definitivo de las democracias sobre las dictaduras. Ese es el momento que yo quiero considerar como punto de partida, porque una vez desaparecidas las dictaduras cabía esperar (¿habría alguna mente que lo creyera?) que el
nuevo orden mundial se restablecería por sí solo de modo pacífico, pero resultó
que aquello no salió así (¡vaya contrariedad!), y entonces hemos llegado al momento actual en el que aquel orden esperado se ha convertido en un nuevo
desorden que ha vuelto a enfrentar a los unos contra los otros, antiguos amigos
contra antiguos amigos, democracias contra democracias. ¿Es que pensábamos
que una vez alcanzada la democracia ya teníamos resueltos todos los problemas? ¿Es que creíamos que la democracia era la panacea? Pues no, la democracia no es la panacea. La democracia es sencillamente el mejor sistema conocido para resolver los problemas, pero recordémoslo bien: es sólo el mejor sistema
conocido, lo que no es poco, pero los problemas no se resuelven quedándonos
sentados esperando que la democracia nos los resuelva. Los problemas los tenemos que resolver nosotros. Aquí hay un problema de fondo que todo el mundo
entiende, pero que no todo el mundo valora de la misma manera. Aquí hay un
país que invade a otro para imponer un nuevo orden y otros países que quieren
también encontrar un nuevo orden pero no saben cómo resolverlo. Aquí hay un
clamor de desconfianza en la calle que sabe que el mundo está en desorden pero no acepta tampoco el orden que le quieren imponer. Es decir que todos de
acuerdo en que hay desorden pero, a la vez, todos en desacuerdo para proponer el nuevo orden. Sólo sabemos que no nos gusta lo que estamos viendo y para
manifestar nuestro desacuerdo preferimos que se dejen las cosas como están y
decimos lo obvio: no a la guerra. Ya vendrá el tiempo a solucionar el problema.
Lo que no sabemos es que el tiempo por sí solo no nos lo va a solucionar. Este
desajuste lo tenemos que solucionar nosotros: todos nosotros, los de izquierda y los
de derecha, los creyentes y los ateos, y los integristas y los demócratas. No vale
adoptar la postura del falso pacifismo, porque el pacifismo no existe. El mundo es
beligerante desde que se hizo mundo y hay que entenderlo así y aceptarlo así
con todas sus consecuencias. La postura pacifista, sin más, no es nada, es sólo un
deseo utópico que no conduce a ninguna parte. Vendría a cuento recordar la
frase de Ives Montand que decía que “los pacifistas son como ovejas que creen
que el lobo es vegetariano”, ó también aquella otra de Jerzy Lec: “El que busca
el cielo en la tierra se ha dormido en clase de geografía”.
Naturalmente que no queremos la guerra, ¿cómo íbamos a querer la guerra? La
guerra la quiere sólo el invasor, con un pequeño polo de acompañamiento, porque con ella impone el nuevo orden mundial que a él le conviene. Pero los que
no queremos la guerra, si sólo decimos eso, nos estamos quedando muy cortos,
porque la guerra es consecuencia del desorden mundial que venimos arrastrando, y sólo se podrá evitar (la próxima, porque la actual, no, que ya está en marcha) cuando hayamos definido el nuevo orden mundial que sustituya al antiguo
de los bloques.
Volviendo entonces a la guerra, decimos como postura de entrada que hay que
descalificar al invasor y lo descalificamos. Aquí nos ponemos todos de acuerdo y
actuamos todos contra uno. De acuerdo con eso. Ya está la descalificación, pero
luego ¿qué? Pues luego llega el siguiente paso, ese en el que nos tenemos que
poner todos de acuerdo para diseñar el orden internacional que todos entendemos necesario pero que nadie sabe como iniciarlo. Ya hemos entrado en el siguiente paso: ya hemos pasado del todos contra uno al todos contra todos, pero
hemos de reconocer que hasta ahora sólo hemos realizado lo fácil. Lo difícil es
ponernos todos de acuerdo para diseñar el nuevo orden. Los españoles sabemos
esto muy bien porque en la dictadura pasada teníamos a uno solo a quien echarle la culpa (porque en realidad era el culpable, no desvirtuemos las cosas), pero
ahora que estamos en democracia las culpas de los desatinos son ya de todos.
No podemos ir por el mundo descalificando todo lo que encontramos por delante
como si nosotros fuéramos ajenos a todo este asunto, porque nosotros somos
también parte de la situación, no somos los portadores de la verdad eterna. En
nuestra mano está culpar al gobierno por su actuación y castigarle luego en las
urnas (si llega el caso), pero también está en nuestra mano recordar a la oposición que cuando acceda al gobierno (si llega el caso) abandone la postura simplista de la guerra sí ó el guerra no, porque la guerra sí, sin más, es descalificable
de entrada por cuanto abunda en el argumento del agresor; pero la guerra no,
sin más, loable porque se opone al invasor, abunda en la idea de dejar las cosas
como están, sin profundizar en el nuevo orden mundial que es preciso diseñar para impedir, precisamente, otras futuras invasiones.
Los del guerra sí, sin más, no tienen que explicar nada. Lo han dicho muy claro:
ellos entienden que esta guerra es el origen del nuevo orden mundial. Pero los del
guerra no, sin más, tienen que empezar a mostrar su alternativa. Tienen que explicar cuál es su idea del nuevo orden mundial: lo tienen que explicar porque el
mundo está clamando por ese nuevo orden que rechaza el del invasor, pero que
a la vez sabe que el actual ya no sirve.
Los del guerra sí, sin más, son culpables de la invasión, ya lo sabemos, y no adelantaremos nada manteniéndonos en una postura de denuncia permanente. Pero los del guerra no, sin más, son culpables de ingenuidad por no haber previsto
esta situación con más antelación. Les corresponderá, por tanto, ahora, dar un
paso más, y proponer su idea del nuevo orden, empezando por definir si pretenden iniciarlo incluyendo al invasor, con su polo, ó excluyendo al invasor, con su
polo.
Miguel Bronchalo de la Vega es autor del libro
No entre aquí nadie sin saber Geometría
Diario de Burgos 13-12-07
El partido socialista ha abierto el melón nacionalista-territorial, que aunque
parecía dormido, estaba sólo en hibernación en espera de encontrar una
ocasión oportuna. ¿Ha hecho bien el partido socialista? ¿Ha hecho mal?
¿Debería haberlo consensuado con la oposición? El partido popular, por su parte,
se ha opuesto sistemáticamente a esta iniciativa del gobierno ¿Ha hecho mal el
partido popular? ¿Ha hecho bien? ¿Debería haber planteado otra solución
alternativa? ¡Quién lo sabe! ¡Quien sabe lo que podría haber ocurrido de haber
actuado ambos de diferente manera!, pero lo cierto es que se ha abierto un
melón que ninguno de ellos ha sabido explicar. Pero es que además el asunto se
ha complicado tanto que ni siquiera el Tribunal Constitucional tiene una
explicación que ofrecer. Sea como sea, el melón está abierto, el paciente está en
la mesa de operaciones con las tripas al aire, y hay que encontrar una solución
que sólo podrá ser en alguno de los términos siguientes: a) federalismo simétrico;
b) federalismo asimétrico; c) autodeterminación y/o secesión en su caso, y d)
cerrar el melón, dejar las cosas como están y esperar a mejor ocasión para
resolver el problema. Y ahora, estando aquí, podríamos preguntarnos: ¿serán
capaces ambos partidos de encontrar una solución que les satisfaga a ellos, y a
la vez a los nacionalistas y a la vez al resto de los partidos? Parece ser que no, que
el asunto se les ha complicado tanto que sólo lo podrán resolver si cambian la
Constitución. Pónganse, entonces, de acuerdo, al menos en esto, y ofrézcannos a
los ciudadanos otra Constitución que pueda resolver lo que ellos no saben/no
pueden resolver.
Miguel Bronchalo de la Vega
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