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por Osvaldo Canelo. Técnico de Campo.
Trabajador de PAMI provincia de Córdoba
por Analía Sampaoli. Licenciada en Trabajo
Social. Trabajadora de PAMI provincia de Córdoba
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La vejez es una etapa de la vida con potencias
latentes. Pensar desde esa perspectiva permite
superar las desigualdades, situaciones de
aislamiento y vulneración de derechos para
alcanzar la equidad y autonomía de las personas
mayores en la toma de decisiones sobre sus
propios procesos de salud.
El camino de
autonomía de las
comunidades
N
o es fácil escribir desde el lugar de la gente
cuando lo que se pretende es que la gente
hable a través de nuestras palabras.
Sus historias de vida trascienden los conceptos, pero a la vez los
enriquecen, si hemos logrado una dialéctica en el andar y nuestras experiencias se han encontrado; si hemos podido deconstruirlas y hemos crecido, y nuestra visión de la realidad se ha
hecho más clara: si hemos podido decidir con autonomía…
Autonomía parece ser un verbo que debiera conjugarse en comunidad. Pero ¿cómo es que la comunidad inicia ese camino?
Como trabajadores del Departamento de Prestaciones Sociales
de PAMI, que hace más de veinte años iniciamos un proceso de
“mirada hacia la comunidad” con una perspectiva sociosanitaria, nos propusimos el desafío de encontrarnos con los mayores
en los lugares donde transcurría su vida, donde iban conformando sus espacios para organizarse con el objetivo de trabajar sus
propios procesos de salud/enfermedad.
Las perspectivas de ellos y también las nuestras han ido mutando a lo largo de los años: es así como en un principio la mirada
del “viejo-viejo” estaba puesta en su devenir de persona mayor
fragilizada, brindado “prestaciones de apoyo asistenciales”, pero
ensayando espacios de participación y reconocimiento desde
los centros de jubilados, como lugares de expresión de una experiencia de vida que se transmite.
La mirada sociosanitaria en el marco del derecho vino un tiempo después, cuando en el proceso de trabajo detectamos, por un
lado, que los tiempos de los mayores no eran los mismos que los
de PAMI, que las frecuencias de llegada de las respuestas (aun
asistenciales) eran poco equitativas, oportunas y eficaces en los
centros urbanos, y escasas o nulas mientras más nos alejábamos
de las ciudades y –por otro lado– que la perspectiva de derecho
no estaba presente en dichas no-respuestas.
Orientar el quehacer desde este enfoque significó reconocer a
los mayores como titulares de derechos, lo que implicaba promover –a través de sus organizaciones– su capacidad para reivindicarlos y subrayar la obligación del Estado para cumplirlos.
Implicaba analizar las desigualdades y trabajarlas a partir de la
formulación de proyectos que garantizaran sus derechos, desde
una perspectiva de equidad y autonomía para tomar decisiones
comprometidas sobre sus propios procesos de salud. Implicaba
la consideración de la vejez como una etapa todavía potencial
de la vida.
En síntesis, significó un desafío, pues lo que proponíamos era un
cambio de lógica institucional en dos sentidos:
▶ Inicialmente, fuimos logrando identificar y visibilizar las situaciones de vulneración de derechos, por ende la falta de autonomía que guiaba las acciones de muchos de los centros de jubilados que funcionaban como receptores de subsidios, confundiendo su rol social y generando a su vez dependencia entre quienes
concurrían a los mismos. Pero a su vez, reconocer que los mayores habían logrado formas de organizarse en comunidad.
▶ Por otro lado, los tiempos de PAMI, que generalmente (como
antes se mencionara) “no coinciden con los de las comunidades
con las que trabaja”, afianzaron nuestro rol de anticipar y poner
en evidencia a aquellas cuyos derechos eran vulnerados. No
pretendíamos sustituir, sino anticipar todo lo que debiera ser un
rol institucional al descubrir los problemas, las necesidades. Se
trataba de prever y acelerar, a la vez de brindarle una característica participativa a nuestro quehacer. No significaba contraponernos, sino por el contrario: documentar el vacío institucional
era recuperar el derecho de las poblaciones marginalizadas por
distintas razones y resignificar el rol de la salud en manos de la
comunidad.
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Considerar a la vejez
como una etapa de la
vida aún con potencias
latentes nos permitió
establecer una relación
donde los mayores
son sujetos activos de
derecho. Ubicados en ese
lugar –por ejemplo–, el
bolsón alimentario del
Programa Probienestar se
trabaja desde el derecho
a la alimentación
y se acompaña
de un proceso de
vigilancia alimentaria
participativa.
Los caminos no son lineales
Considerar a la vejez como una etapa de la vida aún con potencias latentes nos permitió establecer una relación donde los
mayores son sujetos activos de derecho. Ubicados en ese lugar,
por ejemplo, el bolsón alimentario del Programa Probienestar
se trabaja desde el derecho a la alimentación y se acompaña de
un proceso de vigilancia alimentaria participativa. Ellos pueden
expresarse sobre la calidad de los productos que conforman el
bolsón, superando aquello de: “bueno, es lo que nos dan…”. Pueden manifestar su disconformidad o aceptación y estar informados acerca de los productos a consumir y por qué. Otro ejemplo
es que los talleres de alfabetización son llevados adelante desde
la perspectiva del derecho a la educación (que le fue negado al
afiliado durante su edad escolar).
Potenciar el lado saludable, sin obviar la necesidad de reparación, permite que los diferentes talleres socio-preventivos formen parte de un proceso de construcción colectiva del derecho
a la salud. En ellos los jubilados actúan conjuntamente con los
talleristas, participando y haciendo propuestas en el desenvolvimiento de las actividades: de esta manera vuelven a poner en
juego sus saberes, experiencia y emociones. En todos los casos
el afiliado deja de ser un “beneficiario” pasivo de servicios para
pasar a una relación de interacción con la institución y con sus
pares.
Son variados y extensos los testimonios documentados de
cambios positivos entre las comunidades con las que trabajamos: todos, sin excepción, hablan de sustanciales mejoras en su
Fuimos logrando identificar y visibilizar
las situaciones de vulneración de derechos,
por ende la falta de autonomía que guiaba
las acciones de muchos de los centros
de jubilados que funcionaban como
receptores de subsidios, confundiendo
su rol social y generando a su vez
dependencia entre quienes concurrían a
los mismos.
calidad de vida: disminución en el consumo de medicamentos,
mayor sociabilidad, mejoras en el estado físico, otra mirada de
la vida en general. Pero por sobre todo, valoran la solidaridad, el
encuentro y la posibilidad que este brinda para buscar respuestas colectivas a ciertas condiciones que afectan la salud comunitaria. Manifiestan preocupación por quienes no participan…
“Venir al taller me hace bien, ya no estoy tan sola”, dice Palmira
(72 años, de barrio Comercial), y agrega: “En gimnasia también
cantamos, y viera usted, no canto tan mal”. “En el taller de la
memoria –expresa Ofelia (69 años, de Santa Isabel)– recordamos cosas que nos hacen reír, y eso también es salud”. “Antes
tomaba muchos remedios, no salía de mi casa. Desde que vengo
a bailar tango, tomo dos nomás, y me siento bien”, remarca don
Tito (71 años, Deán Funes).
Por su lado, las organizaciones de jubilados van adquiriendo
herramientas concretas para resolver sus propios conflictos y
desarrollar proyectos; logran enfrentar situaciones donde visualizan derechos vulnerados, descubren ciertos modos de enfrentar y resolver la enfermedad con una perspectiva solidaria. Se
descubren organizados en una comunidad que paulatinamente
los va incluyendo…
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Si la montaña no viene…
…Mahoma va a la montaña. Otro cambio fue necesario para
establecer una situación de derecho y de salud para los jubilados
que habitan las zonas rurales donde la normativa institucional
suele transformarse en un obstáculo…
A modo de ejemplo, andando Tulumba adentro, entre Santa
Cruz y Los Socavones, por un camino estrecho de tierra yendo
para La Cañada, nos encontramos de golpe con un cañadón y
allá abajo se ve la vivienda del “Polo” Herrera, que el viejo habita
con su esposa, doña Isabel. El “Polo”, de 83 años, fue peón rural y
guitarrero “de los buenos”, es jubilado de PAMI y donde vive no
hay luz, ni caminos en condiciones transitables, ni transporte
público y hasta hace poco ni agua. Para colmo tiene artrosis,
“y muy avanzada”, por lo que ya se le dificulta andar a caballo.
Al pasar por el lugar Juana Osés, del Centro de Jubilados de Tulumba, expresa: “Y mirá, al Polo se le hace muy difícil sacar una
fotocopia como le exigen en el PAMI, y ya ni va al médico porque
no puede ir hasta Deán Funes, no tiene con qué”. Siguiendo el
mismo camino, más adelante nos encontramos con otros jubilados pertenecientes a la Obra Social, doña Clarita Aguirre, doña
Cleta Segovia…
Un relevamiento realizado en otros parajes rurales visibilizó
a los jubilados que los habitaban con nombre y apellido. Era
preciso llegar a esos lugares, donde la distancia y el aislamiento
juegan un papel preponderante. La pregunta era: ¿cómo saltear
ese obstáculo? La respuesta: cambiando la lógica de acceso.
Esos jubilados no podían llegar hasta la institución, entonces era
PAMI quien debía llegar a ellos, para lo cual se propuso la puesta
en marcha de un móvil sanitario que permitiese llevar la atención y los servicios a esas personas.
Actualmente ese móvil está funcionando. Se ha iniciado un proceso que ha puesto a la institución de cara a una realidad cuyas
características exigían un abordaje diferente al que normalmente desarrolla.
Como trabajadores de la Obra Social nos propusimos un salto
cualitativo en nuestra tarea tras el objetivo de la construcción de
derechos: potenciar las posibilidades de salud de los afiliados y
visibilizar situaciones de aislamiento y vulneración de derechos
para superarlas. Para esa tarea tuvimos que hacer otro cambio:
dejar la lógica de lo posible y asumir la lógica de lo necesario…
Proponíamos la aventura de ir abriendo ventanas, lo que nos
fue posible en un contexto político que nos brindó esa posibilidad, e imprimió un compromiso colectivo de hacer de la salud
un proyecto en permanente construcción, a la vez producto y
parte de la vida de los mayores y las organizaciones con las que
decidimos trabajar. Un proyecto común que decidió mostrar las
desigualdades e iniciar procesos transformadores cimentados
en el derecho a la vida.
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