Violencia Intrafamiliar en Zacatecas Un enfoque de género

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Violencia Intrafamiliar en Zacatecas
Un enfoque de género
Flor de María Sánchez Morales
Maestría en Ciencias de la Salud con Especialidad en Salud Pública
Unidad Académica de Medicina Humana y C. S.
Universidad Autónoma de Zacatecas
E–mail: [email protected]
RESUMEN
Objetivo. Identificar frecuencia y características de violencia intrafamiliar (VI) en denuncias presentadas
en Agencias del Ministerio Público del Estado de Zacatecas (AMP) y realizar su análisis bajo el
enfoque de género. La evidencia de que el sexo femenino es más agredido, hace parecer la
VI
como
ejercida únicamente contra las mujeres por su pareja, lo que oculta su verdadera dinámica. Materiales y
métodos. Estudio transversal, descriptivo, retrospectivo, en una muestra representativa de
AMP
del
Estado Seleccionadas por muestreo aleatorio; en ellas se revisaron 5260 expedientes y registraron los
involucrados con
VI, 297
que corresponden a 5.6 por ciento del total. Resultados. La
VI
abarca las
relaciones familiares existentes, en edades desde un año a más de 70. Principales víctimas: menores
de edad, ambos sexos, por sus padres; casadas, dedicadas al hogar y de 15 a 24 años fueron el
principal foco de agresión por sus parejas; la violencia «física» y «emocional» se presenta más en
hombres, cuando se combinan afectan al doble de mujeres que de varones, lo que se repite con la
«emocional y sexual». En el rubro «otros familiares» destaca aquella que se desarrolla entre hermanos,
sobrinos y primos. Conclusiones. Las diferencias de sexo se explican por determinaciones de género y
edad para ambos grupos, donde las mujeres casadas, hijas e hijos menores de catorce años son los
más afectados.
Palabras clave: violencia intrafamiliar, género.
ABSTRACT
Objective: Identify features and frequency of domestic violence (VI) in agencies of the Public Ministry
of the State of Zacatecas (AMP) and perform its analysis under the gender approach. Evidence that
the female sex is more attacked, looks like VI as exercised only against women by his partner, which
hides his true dynamics. Materials and methods: Descriptive, retrospective, and crossover study in a
representative sample of
AMP
state selected random sampling; they 5260 records were reviewed and
selected the VI related, 297 to account for 5.6 per cent of the total. Results: The VI covers relationhips
of family existing, in age from one year to more than 70. Family main victims: minors, both sexes, by
his parents; married, dedicated to home, and aged 15 to 24 were the main focus of agresión by their
partners; violence «phisycal» and «emocional» separately occurs more in men, when it combine
affects twice of female than male, that is repeated with the «emocional and sexual». In the category
«other relatives» highlights one that develops between brothers, nephews and cousins. Conclusions:
Sex differentials are explained by determinations of gender and age for both groups, were the wives,
daughters and children under the age of fourteen years are the most affected.
Keywords: domestic violence, gender.
INTRODUCCIÓN
Los datos que se presentan forman parte de una investigación más amplia realizada en el Estado de
Zacatecas durante 1999–2002 con apoyo de CONACYT, denominada «Violencia Intrafamiliar hacia las
mujeres y la respuesta de los sectores legal y de salud en Zacatecas». Permiten realizar un análisis del
maltrato que se ejerce al interior de las familias, bajo perspectiva de género y obtener una visión
integral de su dinámica.
Existen varias definiciones de «violencia intrafamiliar»; en este estudio se consideraron todas las
formas de abuso que tienen lugar entre los miembros de una familia. Este último refiere a una
interacción enmarcada en un contexto de desequilibrio de poder e incluye conductas, que a través del
ejercicio de la fuerza, acción u omisión, ocasionan daño físico, psicológico, sexual, y de otro tipo,
para la consecución de un fin,1 dirigida a dominar, someter, controlar y agredir física, verbal,
piscoemocional o sexualmente a cualquiera de sus miembros, con parentesco consanguíneo o por
afinidad hasta la tercera generación, y sucede tanto dentro, como fuera del domicilio familiar.
Una permanente y creciente preocupación nacional e internacional sobre este tipo de conductas
refleja repercusiones no sólo en la víctima, también familiares, sociales, políticas y/o económicas, que
la convierten en asunto de interés público al que se pretende otorgar respuestas adecuadas. Existen
además costos llamados invisibles, que recaen sobre el sector salud y se reflejan en muertes,
incapacidades, años de vida saludables perdidos2 e incremento en demanda de atención médico–
legal.3 Representa un alto costo para el Estado y la sociedad porque constituye una barrera que limita,
a quien la sufre, de participar activa y plenamente en procesos de desarrollo social, político o
económico.
2
Estudios sobre el tema lo muestran como un fenómeno de grandes dimensiones, donde
cualquier integrante de la familia puede ser agente o víctima de una relación de abuso; sin embargo,
las estadísticas señalan que los maltratos a mujeres y niños son más comunes,4 seguidos de los
ancianos; los hombres son los principales agresores de las mujeres5 y estas últimas de sus hijos, o
entre hermanos, primos, sobrinos o nietos y demás familiares (véase tabla 1). Es notorio que el
hogar y su intimidad sean espacios donde ocurren abusos contra mujeres y niños, a diferencia de lo
que acontece a los hombres, quienes los sufren más en espacios públicos. El objetivo planteado:
identificar la frecuencia y características de la violencia intrafamiliar a través de las denuncias
presentadas en Agencias del Ministerio Público del Estado de Zacatecas y realizar su análisis bajo el
enfoque de género.
TABLA 1.
RELACIONES DE PARENTESCO.
P a dre
H e rm a na
E sp o s a o
co n cu b in a
P rim o
T í o /a
A b u e lo /a
C uñ ado
M a dre
S u e g ra/o
H i jo /a
H e rm a n o
E s p o so o
co n c u b in o
P rim a
s o b r in o / a
N ieto /a
C uñ ad a
H ijo /a
N u era/y ern o
Enfoque de género.
A partir de las acciones de distintos grupos sociales y feministas, se dirigió la atención hacia los actos
violentos cometidos dentro de la familia. Ellos lucharon por su desnaturalización, visibilidad y
reconocimiento como algo indeseable, pernicioso e ilegal. Como consecuencia surgieron acciones en
la mayoría de los espacios sociales, se ha hecho investigación para conocer su génesis y mecanismos
3
de reproducción, a través de crear instituciones en muchas partes del mundo e implementar políticas
públicas que permitan identificarla, denunciarla, castigarla y prevenirla. Dentro de sus logros pueden
mencionarse: reconocimiento a los derechos de mujeres y niños, emisión de normativas, programas y
disposiciones legales para su sanción. Su estudio puso en evidencia la estructura estratificada del seno
familiar que favorece la construcción de relaciones agresivas a su interior, ya que son conflictivas por
desigualdades de distinto tipo: edad, género, económicas, poder o autoridad.
Partir de un abordaje bajo el Enfoque de Género implica una connotación sociohistórica y cultural
en su análisis, que permite ver diferencias entre sexos y otorga una base teórico–conceptual para
explicarlas; asimismo, precisa particularidades en las condiciones sociales, demográficas o
económicas diferenciadas, que dan como resultado que mujeres y niñas sean relegadas a situaciones
discriminantes y subordinadas, hecho que se repite al seno de las instituciones sociales, en especial la
familia, pero también legales, de salud, educativas, etcétera. El género explica las diferencias sociales
con base en que las diferencias biológicas sexuales son naturalizadas en roles estereotipados que
deben cumplirse.
Como sustento a la perspectiva de género se encuentra la teoría de género inscrita en el paradigma
teórico–crítico–cultural del feminismo que censura la concepción androcéntrica de la humanidad,6
cultura patriarcal de la vida social que ha colocado al sexo femenino en franca desventaja ante el
control del poder, en la sociedad en general y la vida doméstica en particular. En ellas, el poder
conferido al hombre sobre la mujer es el eje que estructura los valores sostenidos históricamente por
la sociedad occidental.
Para garantizar su reproducción social, el patriarcado cuenta con una base material que organiza
la reproducción de la especie, sexualidad, crianza de hijos, comportamientos y normas, además un
conjunto de construcciones culturales ligadas al poder, control de la propiedad o recursos. Dicho
enfoque conduce a profundizar en el sistema de género y algunas de sus formas organizativas: poder,
autoridad y jerarquías, presentes en la familia.
El poder patriarcal tiene su fundamento en la división sexual del trabajo y se reproduce dentro de
la esfera doméstica al igual que la fuerza de trabajo; desde su seno las relaciones patriarcales se
proyectan a la vida productiva–reproductiva, donde reflejan discriminación–subvaloración femenina
en diferentes espacios sociales y/o laborales.7 Este poder es definido por Martha Moia como «un
orden social caracterizado por relaciones de dominación–opresión establecidas por unos hombres
sobre otros y sobre todas las mujeres y las criaturas».8 Consiste en la posibilidad de decidir en la vida
del otro; intervenir con hechos que obligan, limitan, prohíben o impiden la libertad; ejercer el
4
control, sometimiento, así como producir–reproducir situaciones de violencia, abuso de poder,
coerción y subordinación. Este último término implica una relación jerárquica y asimétrica, que
posibilita el ejercicio del poder mediante la aceptación pasiva o el uso de la violencia física y/o
psicológica en el dominado. Situación de sumisión, dependencia, subordinación que caracterizan la
vida de muchas zacatecanas, mexicanas y de otras sociedades. Esta condición de la mujer o de género es
considerada por Lagarde como:
Una creación histórica, cuyo contenido es el conjunto de circunstancias, cualidades y características
esenciales que definen a la mujer como ser social, cultural y genérico. Es histórica en tanto que es
diferente a natural, opuesta a la llamada «naturaleza femenina»,1 es decir, al conjunto de cualidades y
características atribuidas a las mujeres y también a los hombres, desde formas de comportamiento,
actitudes, capacidades intelectuales y físicas, hasta su lugar en las relaciones económicas y sociales; y para
las mujeres, la opresión que las somete, cuyo origen y dialéctica escapan a la historia y pertenecen, para la
mitad de la humanidad, a determinaciones biológicas congénitas ligadas al sexo.9
Condición de género integra el conjunto de características que tienen las mujeres a partir de su
situación genérica en determinadas circunstancias históricas, subordinación vinculada con la
transformación de las diferencias biológicas en factores de desigualdad social y discriminación;
elementos del proceso de construcción social de los géneros donde lo femenino es desvalorizado e
inferiorizado. Además de tener distintas cualidades, las de los hombres son más valoradas. Se hace un
culto de la masculinidad y sus atributos, reforzado por una serie de pactos sociales o patriarcales
donde se acepta que la mujer sea sujeto de agresión para mantenerla en su estatus biológico y social.10
Si se une la violencia a la condición de género, se observa que tras ellas existe una construcción
social que cumple la función de preservar el orden establecido a favor de los intereses dominantes. El
poder en la familia, escuela, cárcel, u hospital etcétera, si bien no constituye un simple reflejo del
estatal, es verdad que «para que el Estado funcione como funciona es necesario que existan, del
hombre a la mujer o del adulto al niño, relaciones de dominación bien específicas que tienen
configuración propia y relativa autonomía».11
Foucault en su libro Vigilar y castigar 12 señala cómo las sociedades occidentales han desarrollado
mecanismos para garantizar cierto tipo de control. Considera el poder como regulador de relaciones
sociales ejercido a través de la cultura, sistemas jurídicos e instituciones sociales, incluida la familia. El
Estado, a través del sistema punitivo, regula los vínculos sociales, vigilando y castigando cuando es
1
Entrecomillado de la autora.
5
necesario acciones de los individuos. Aparato que no es de su exclusividad, existen mecanismos de
reproducción en cualquier nivel de relaciones, en cada uno de ellos podemos encontrar figuras
encargadas de garantizar que la norma se cumpla y sancionar en su caso. El incumplimiento,
trasgresión, desviación, o diferencia, trae como consecuencia una pena. Al interior de la esfera
doméstica y familiar, la sociedad delega esta función en los varones.13
Por lo general, las interacciones de abuso se vinculan con un incremento de tensión en las
relaciones de poder establecidas; en el caso de la pareja, cada vez que uno de ellos no cumple las
expectativas del estereotipo de género, se generan condiciones para el inicio de intercambios
agresivos.14 Cuando éstos son más recurrentes y tensos, emerge la violencia, ante todo, si la relación
dominación–subordinación que el hombre ejerce sobre la mujer necesita ser reforzada, por lo que
defiende «su legítimo derecho de ponerla en su lugar». La definición cultural acerca de lo que debe
ser una mujer u hombre, junto con la concepción de la familia son elementos clave para analizar este
problema.15
MATERIALES Y METODOS
A través de un diseño transversal, descriptivo, y retrospectivo se analizaron los expedientes sobre
querellas presentadas en Agencias del Ministerio Público, de la Procuraduría General de Justicia del
Estado de Zacatecas, donde quedan registrados los hechos que se denuncian. Su revisión permitió
detectar casos de abuso dentro de las familias zacatecanas, aunque se esperaba encontrar pocos,
puesto que en esta clase de delitos el agresor y la víctima tratan de ocultarla. Por otro lado, la
violencia intrafamiliar como tal no estaba codificada dentro del sector legal. Estos casos se
identificaron bajo un concepto ampliado de familia que incluía relaciones de parentesco
consanguíneas y por afinidad, hasta la tercera generación.
Las demandas interpuestas durante 1999 a nivel estatal fueron obtenidas, a través de muestreo
bietápico: en la primera se seleccionaron de manera aleatoria, diez de los diecinueve distritos
judiciales que conforman el Poder Judicial. En la segunda, aleatoria y proporcional al número en cada
distrito, las Agencias del Ministerio Público, con un total de catorce. En cada una de ellas se
revisaron los expedientes y se registraron aquellos en los que era evidente un caso de violencia
intrafamiliar, sin considerar parentesco, edad o sexo de los involucrados, con la finalidad de tener una
perspectiva global y dinámica.
6
Otro elemento fue su conceptualización, ¿cuáles de los actos presentes en la demanda constituían
violencia intrafamiliar? Es conocido que no todas las situaciones que ahora se catalogan como tales,
eran consideradas por el sector legal, incluso por las propias víctimas del maltrato o sociedad en
general. Constituían hechos naturalizados que se veían como práctica «normal», sólo reconocidos
cuando los daños físicos llegaban a situaciones extremas o se producía la muerte, y no «existía» la
agresión emocional. Previo a la revisión de expedientes se construyeron una serie de indicadores
específicos para identificar los distintos tipos que podían encontrarse: 1) Violencia física; 2)
Emocional o psicológica; 3) Sexual; y 4) Otro tipo (económica, violencia cruzada, etcétera).
RESULTADOS
De un total de 5260 expedientes se identificaron 297 demandas con violencia intrafamiliar
equivalentes a 5.6 por ciento, un total de 574 ofendidos, de uno a cinco por expediente y un
promedio de 2.3 por denuncia, el 66 por ciento (379) mujeres y el 34 por ciento (195) varones. El
porcentaje de maltrato en los distintos miembros de la familia según sexo fue el siguiente: esposas e
hijas fueron ofendidas en la misma proporción con 34.3 por ciento, a diferencia de los hombres
donde los hijos menores ocuparon un 63.3 por ciento y los esposos 11.8 por ciento (véase tabla 2).
Puede decirse que la violencia ejercida sobre los varones está centrada en los menores de edad, y en
el sexo femenino en hijas y mujeres unidas en matrimonio, seguidas de las concubinas o que viven en
unión libre.
En el resto destacan las relaciones de abuso entre cuñadas o hermanas con 4.2 por ciento cada
una, e hijastras y sobrinas 3.4; del grupo masculino la que se genera entre hermanos, primos y/o
sobrinos. Las madres no sufren agresiones frecuentes por sus hijos, pues equivalen al 0.3 por ciento,
en cambio, los padres 2.1 por ciento. La gama de parentesco en los que padecen este tipo de violencia
es bastante amplio e incluye el consanguíneo y por afinidad.
7
TABLA 2
RELACIONES DE PARENTESCO Y SEXO DE LOS OFENDIDOS.
OFENDIDOS,
OFENDIDOS
MUJERES
FRECUENCIA
%
HOMBRES
FRECUENCIA
%
Madre
1
.3
Padre
4
2.1
Madrastra
1
.3
Padrastro
0
0.0
Tía
1
.3
Tío
2
1.0
Prima
4
1.1
Primo
6
3.1
Esposa
130
34.3
Esposo
23
11.8
Cuñada
16
4.2
Cuñado
3
1.5
Hermana
16
4.2
Hermano
10
5.1
Hija
130
34.3
Hijo
124
63.6
Sobrina
13
3.4
Sobrino
8
4.1
Concubina
38
10.0
Concubino
2
1.0
Suegra
4
1.1
Suegro
0
0.0
Exesposa
7
1.8
Exesposo
3
1.5
Nieta
2
.5
Nieto
3
1.5
Hijastra
13
3.4
Hijastro
5
2.6
Consuegra
1
.3
Consuegro
0
0.0
Nuera
2
.5
Yerno
0
0.0
Hermanastra
0
0.0
Hermanastro
2
1.0
Total
379
100.0
Total
195
100
Otro factor considerado fue la edad, las mujeres agredidas tuvieron desde menos de un año como
mínima a 71 máxima, un promedio de 21.3 y desviación estándar de 15.8. Los casos se concentraron
en el grupo de 15 a 24 años con un 23.2 por ciento, seguido por el de 25 a 34 con 19.3 por ciento. En
los varones un rango similar de uno a 70 años, media de 12.8 y desviación estándar de 15.7; ocho y
medio años menor que las mujeres en promedio. La figura 1 revela que la carga de la violencia se
distribuye de manera homogénea a lo largo de la vida de las mujeres, mientras que en los hombres se
inclina hacia los más jóvenes; en ambos existen casos entre los mayores de 65 años, pero en menor
cuantía.
8
FIGURA 1
VIOLENCIA INTRAFAMILIAR POR EDAD Y SEXO
100
90
80
70
Número
60
50
40
30
20
10
Grupos de edad
y+
65
64
55
–
54
45
–
44
–
35
24
–3
4
25
–
5
15
–
14
4
–
1
añ
o
1
<
Si
n
da
to
s
0
Mujeres
Hombres
Lo anterior se hace más evidente cuando separamos los casos en menores y mayores de catorce años
(véase figura 2), en los primeros la diferencia por sexo no es muy grande; a partir de este punto las
agresiones hacia las mujeres se incrementan y en los hombres bajan significativamente, hecho que
coincide con la llegada a la adolescencia e inicio de relaciones con el sexo opuesto, en que aparece
como dominante la violencia de pareja; mientras que llegar a esta edad para ellos significa cierta
independencia y autoafirmación de su masculinidad, que los hace más susceptibles de sufrir
agresiones fuera de casa.
9
FIGURA 2
OFENDIDOS MENORES Y MAYORES DE 14 AÑOS POR SEXO
250
223
200
126
150
119
Número de Casos
Mujeres
Hombres
100
50
30
50
26
0
< de 14 años
> de 14 años
Sin datos
Rangos de Edad
Fuente: expedientes de demanda
El estado civil coincide con la relación de parentesco, mujeres casadas o en unión libre denuncian
más ante las agencias del ministerio público por violencia intrafamiliar; si éstas se suman a los casos
de divorciadas se tiene el 46.2 por ciento (175), mientras que los esposos, concubinos y exmaridos
sólo llegan al 14.3 por ciento (28). La figura 3 muestra claramente los dos tipos más reconocidos, la
ejercida por la pareja contra las mujeres y los padres contra los menores de edad. A pesar de ser los
más representativos, no son los únicos.
FIGURA 3
OFENDIDOS SEGÚN ESTADO CIVIL Y SEXO
Estado civil
Sin datos
<14 años
Separada
Hombres
Mujeres
Unión Libre
Divorciada
Mujeres
Viuda
Casada
Soltera
0
20
40
60
80
100
120
140
160
Número
10
Resulta evidente que el sexo femenino ha disminuido, en parte, la enorme brecha en años de estudio
con respecto al masculino. De los datos se desprende que las mujeres que denuncian por este delito
tienen aún más analfabetismo; el rubro de primaria sin terminar predomina en los dos; las mujeres
sobresalen en el nivel de secundaria y preparación técnica; en los profesionales ambos están
presentes, pero los varones con un porcentaje ligeramente mayor de 3.6 contra 3.2 respectivamente;
sólo hubo una denunciante con posgrado. El bajo número de hombres se explica porque los casos
están acumulados entre los menores de edad (véase figura 4).
FIGURA 4
OFENDIDOS SEGÚN ESCOLARIDAD Y SEXO
Sin datos
Menores de 14 años
Escolaridad
Posgrado
Profesional
Preparatoria o técnica
Secundaria
Hombres
Primaria terminada
Mujeres
Primaria sin terminar
Sin estudios
0
10
20
30
40
50
60
70
80
90
100
Número
En la ocupación (véase figura 5) se encontró el panorama siguiente: las mujeres que se dedicaban a
las actividades del hogar y por lo mismo eran dependientes de su pareja, constituyeron cerca del 50
por ciento de las denunciantes de la muestra y las que estaban insertas en el proceso productivo se
ubicaron como empleadas o comerciantes; en el caso de los hombres un 16.9 por ciento lo ocuparon
los estudiantes; en adultos se registraron labores reconocidas como masculinas, tal es el caso del
agricultor, jornalero u obrero.
11
FIGURA 5
OFENDIDOS SEGÚN OCUPACIÓN Y SEXO.
Menores de edad y sin datos
Tipo de Ocupación
Obrero o jornalero
Trabajador por su cuenta
Profesional
Agricultor
Empleado
Comerciante
Estudiante
Hogar
0
20
40
60
80
100
Número de Casos
120
140
160
Frecuencia Hombres
Frecuencia Mujeres
Para identificar el tipo de violencia que se ejerce dentro de la familia, se tomó en cuenta la
clasificación más aceptada de física, emocional y sexual y se añadió el rubro de «otros» con el fin de
integrar los casos de abandono de familiares, agresiones cruzadas y daño económico. Es conocido
que los diferentes tipos señalados no se ejercen de manera aislada sino en combinación. En algunos
expedientes aparecieron de esa manera por lo que así se captaron. Se considera que los casos
omitidos se deben más a una falta de percepción y capacitación de los profesionales para
identificarlos y de las víctimas en reconocerlos y denunciarlos, que a su ausencia real.
Para las modalidades captadas en forma aislada, la violencia física contribuyó con pocos casos y
sin mucha diferencia entre sexos, 6.1 por ciento hombres, 4.5 mujeres; en la emocional que resultó la
más alta en este grupo, se incrementó hasta el 38.5 en los primeros y 26.6 en las segundas; y en la
sexual con un mínimo 0.5 por ciento varones 0.8 mujeres. Como ya se mencionó, las distintas formas
van en combinación, cuando la «emocional y física» aparecen juntas afectan casi al doble de mujeres
que hombres, lo que se repite en la unión de «emocional y sexual» con porcentajes de 5.8 y 1.0
respectivamente. En el ejercicio de la violencia «física y sexual» se registró sólo un caso femenino;
esta baja frecuencia indica que las agresiones sexuales dentro de la familia no se logran por el uso de
fuerza física, sino bajo amenazas y/o abuso psicológico o emocional de la víctima. (véase figura 6).
Sumados los valores, las mujeres reciben el doble de maltrato que los varones dentro de la familia.
12
FIGURA 6
TIPO DE VIOLENCIA POR SEXO
Otro tipo
Tipod de Violencia
Física y sexual
Emocional y Sexual
Física, emocional y sexual
Física y emocional
Sexual
Emocional
Fìsica
0
20
40
60
80
100
Núm ero de Casos
120
140
160
Frecuencia Hombres
Frecuencia Mujeres
DISCUSIÓN
Con base en los resultados obtenidos la violencia intrafamiliar afecta las relaciones de parentesco
existentes hasta la tercera generación; sus miembros son, en algún momento del ciclo de vida
familiar, sujetos potenciales de ser víctimas o victimarios de sus parientes; en el mismo sentido, cubre
el ciclo de vida de sus integrantes, desde el nacimiento (o antes), hasta el fin de la vida. El análisis por
sexo refleja lo ya expuesto por otros estudios: las mujeres son las principales víctimas de agresiones
dentro del hogar en diferentes contextos y situaciones,16,17 sobre todo, cuando sólo se comparan los
resultados por sexo; si se incluyen las variables de edad y parentesco las diferencias resultan
interesantes.
Es cierto que la humanidad se encuentra en el inicio de un nuevo siglo y se suponen superadas
las viejas ideas en que los menores eran vistos por la sociedad como sujetos incompletos e
inacabados, seres sin alma ni pensamiento, o como objetos propiedad de los padres, posibles de ser
comercializados y desechados. En las sociedades modernas lo anterior es sancionado. Dentro del
sistema patriarcal de la familia occidental moderna se encuentra establecido como forma de
reproducción social y norma moral que los hijos deben a sus padres, amor, respeto y obediencia
incondicional, con el criterio, no siempre correcto, de que actúan en su beneficio y quieren lo mejor
13
para ellos. Es también parte de esta cultura la obligación paterna y materna de cuidar, educar, vigilar y
socializar a sus descendientes como sujetos honorables de la sociedad, de tal manera que esta última
les otorga la autoridad necesaria para dirigirlos y corregirlos cuando lo estimen conveniente,18 lo que
se ha prestado a cometer abusos bajo el lema «es por su educación»; fue necesario que la misma
sociedad reconociera la necesidad de crear e integrar los derechos de los niños dentro de los
derechos humanos.19
Los resultados hablan por sí mismos, los padres son los agresores de sus hijos,20 quienes sufren
por sus propias características diversos factores de riesgo como edad, tamaño, inmadurez psicológica
o dependencia absoluta de sus progenitores o parientes adultos que fungen como tutores. Además,
como producto también de la sociedad y su cultura existe la desventaja de género que tiene su peso
desde el nacimiento, como ejemplo: el infanticidio que se realiza en algunas sociedades cuando nacen
mujercitas en lugar de niños. En este estudio se detectó que los varones pequeños son más agredidos
que las niñas con violencia física, en tanto que para éstas predomina la de tipo emocional; lo que
puede estar relacionado con la percepción o estereotipos de género que se moldean a partir de los
primeros años de vida,21 se concibe que los niños son más resistentes, tienen más fuerza y deben
mostrar mayor fortaleza para afianzar su masculinidad, en tanto que las pequeñas son más sumisas y
débiles, por lo que hay que tratarlas con más delicadeza; es posible que la madre agresora descargue
en sus hijos varones el disgusto acumulado con el padre o vea sus hijas como rivales ante el
compañero.
Las niñas casi con exclusividad, son víctimas de abuso sexual de parte de sus familiares, desde
simples tocamientos hasta violación consumada o equiparada, los agresores incluyen a cualquier
varón con parentesco consanguíneo o por afinidad, sobre todo cuñados, tíos o primos, sin faltar los
padres o abuelos. Se desconoce la frecuencia perpetrada por mujeres, Intebi22 señala que la cifra de
las abusadoras oscila entre el 5 y el 10 por ciento, por desgracia no se registra y menos se demanda.
La violencia sexual se presentó en combinación con la emocional ya que raras veces el agresor, un
miembro de la familia, emplea estrategias violentas, recurre casi siempre a la persuasión, engaño o
amenazas.23
Aunque el abuso sexual también afecta a los niños, su frecuencia no es comparable; en estos
casos suelen estar involucrados los primos o hermanos mayores, es factible también que este tipo de
violencia se encuentre aún más oculto que el de las niñas, por el mito de que los afectados pierden su
hombría y pueden volverse homosexuales. Ser víctima de agresión sexual aparenta ser más penoso
para los varones, en tanto que en ellas pareciera ser «natural y que para eso existen». Gagnon afirma
14
que «sin tener en cuenta la edad, es seis veces más probable que una mujer sea atacada física o
sexualmente por un varón de su propia familia o un amigo, que por un desconocido».24
Cuando el padre ejerce la violencia con base en su autoridad, fuerza y dependencia de los hijos
no sólo lo hace entre los menores; ese sentido de potestad y jerarquía perdura como una carga
durante toda la vida de las mujeres, ya que se encontraron mayores de edad que aún eran agredidas
por el padre. Mientras que el abuso a los hijos no persiste sino hasta la adolescencia, momento en
que disminuye, ya que la desigualdad de poder sustentada en la fuerza física se va perdiendo; en otros
casos estos jovencitos, insertos en algún trabajo, logran obtener cierta independencia económica de
sus padres, lo que decrece el riesgo. Las formas dominantes de la masculinidad contemporánea, en
las que se equipara el hecho de ser hombre con tener algún tipo de supremacía, le otorgan la
posibilidad de imponer el control sobre los demás, aunque también deba hacerlo sobre sí mismo y
sus emociones.25
La «violencia de pareja» se presentó con relación inversa al grado de estudio de las mujeres, a
menor escolaridad mayor número de denuncias; también ocurre en aquellas con estudios superiores
que no ejercen su profesión y se dedican al hogar, lo anterior se puede confirmar, porque en la
medida que se incrementa el empoderamiento26 y educación de las mujeres, disminuyen las agresiones
hacia ellas. Los roles estereotipados de cuidadoras para mujeres y proveedores para hombres, en gran
parte de la población se siguen cumpliendo, lo que mantiene a las esposas o concubinas como
dependientes económicas, confinadas al hogar donde no perciben salario. Dentro de esta cultura
también prevalece la idea «el que paga manda», que le confiere, al que cubre los gastos familiares,
autoridad de sancionar a sus dependientes como mejor le parezca si lo considera pertinente; por lo
mismo, no niegan que golpean a sus esposas o hijos, sólo ejercen un derecho que les otorga su
posición de «paterfamilias» y la «patria potestad».27
Esta situación adquiere su clímax en las mujeres de 25 a 34 años, etapa de la maternidad en
plenitud, de tener una pareja o estar casadas, estas últimas más agredidas que las primeras, quienes no
llegan a ser consideradas como «propiedad» del esposo. También se encontraron denuncias de abuso
sexual por la pareja, por lo general combinadas con violencia emocional o física, no así en los
varones. Éstos, por su parte, deben también cumplir con los roles impuestos, demostrar e imponer
autoridad dentro de la familia, muchas de las veces por medio de la fuerza, chantaje, amenazas o
cualquier otro medio; deben incluso, ser un ejemplo de subordinación y respeto hacia el padre, para
toda la familia.
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De los resultados se desprende que en la medida que pasan los años, el maltrato en la pareja
disminuye; bien sea porque se van haciendo viejos, los hijos crecen o ella ya no lo permite, los actos
agresivos del esposo declinan con el tiempo. En otros casos no desaparecen del todo y pueden llegar
a edad avanzada. Muchas de las situaciones anteriores ya no son aceptadas por las mujeres con
docilidad, lo que puede a su vez ser un detonante para la violencia, pues impide al varón cumplir con
lo que la sociedad y la cultura le demandan: «controlarla y ponerla en su lugar». Resultaron mínimos
los casos en que los hombres llegaron a denunciar el maltrato por parte de sus parejas y estaban
relacionados con el hecho de que les hubieran quitado los hijos o no les permitieran verlos y se
clasificaron como violencia emocional; de los que manifestaron ser víctimas de maltrato físico, los
expedientes carecían de datos que lo explicitaran; cinco de ellos declararon lesiones leves.
Dentro de la categoría «otros familiares», destacó la ejercida entre los hermanos, en su mayoría
varones de edad variable, relacionados con cuestiones de herencia o propiedad de algún bien
material. Las mujeres más agredidas fueron cuñadas, sobrinas o primas, casi siempre menores de
edad con abuso sexual por parte de cuñados, tíos o primos; en menor frecuencia suegras, nueras y
nietas. Puede decirse que las agresiones sexuales que los familiares ejercen contra las mujeres está
relacionada con las ideas estereotipadas de que «todo acto sexual en los hombres expresa una
necesidad natural del macho de conquistar a la mujer»28 y «la asociación estrecha entre sexualidad,
poder y violencia masculinos, como una necesidad biológica y por tanto inevitable».29 La baja
frecuencia con que se presentan las agresiones hacia las madres, puede estar relacionada con la
«imagen sagrada» de la maternidad en México o bien a que muchas de ellas no son capaces de
denunciar a sus hijos. En el resto de los varones los agredidos fueron sobrinos, primos y padres; en
los dos primeros, es posible que se deba más a una desigualdad de edad y/o autoridad que a
cuestiones de género, pues los agresores son casi siempre del mismo sexo; las agresiones que reciben
los padres en la edad adulta pueden tener como antecedente actitudes violentas en contra de los hijos
que ahora los maltratan, la pérdida de autoridad del “pater familia”, no contar con la fuerza física ni
el poder económico de antaño, incluso ser ahora dependientes de sus hijos.
CONCLUSIONES
A partir del análisis realizado, es concluyente que la violencia intrafamiliar involucra todos sus
integrantes; en su interior el foco de las agresiones son los menores de edad de ambos sexos por
parte de sus padres, y las casadas son víctimas de sus parejas, lo que puede explicarse, por el ejercicio
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de autoridad y poder que el hombre ostenta sobre las mujeres en el núcleo familiar y dentro del
matrimonio. Son el blanco por excelencia de los abusos sexuales de los varones, sobre la que se
ejercen todo tipo de coacciones para lograr sus fines. Las agresiones contra las mujeres son una carga
que la acompaña durante toda la vida; en sus primeros años es víctima de ambos padres o el resto de
sus familiares, situación que no cambia si llega a la adolescencia, pues se sustituye o se suma con los
actos violentos que ejerce su pareja, lo que perdura tanto como la relación o el matrimonio, fallece o
en el mejor de los casos disminuye en su ancianidad o desaparece con la muerte del compañero.
Al abordar el problema en varones, los menores de catorce años tienen como atacantes a sus
padres, como una forma de inculcar la hombría, deben resistir los castigos físicos, para desempeñar
los roles estereotipados de la masculinidad. En el momento de la adolescencia, dejan de ser víctimas
para convertirse en agresores, es en esta etapa donde inician las relaciones con el sexo opuesto, al
mismo tiempo que el ejercicio del poder sobre las mujeres, para volver a ser objeto de malos tratos
en las últimas etapas de su vida por los hijos, que para entonces, ostentan el poder y la autoridad.
Los elementos vertidos aquí presentan una visión de la violencia intrafamiliar en toda su
dinámica dentro de las familias zacatecanas, el género que subordina a los menores y mujeres a la
autoridad del varón y determina roles estereotipados para ambos, explica en gran parte la violencia
intrafamiliar, que adquiere características particulares según el ciclo de vida de la unidad familiar, tipo
de parentesco y edad de sus integrantes. Superar los hechos señalados implica la construcción de una
nueva identidad femenina y masculina, librarse de los roles determinados por el género, entendido
como una serie de conductas asignadas y prefabricadas, que condicionan el desempeño social de
ambos, entre las cuales se encuentra el ejercicio del poder y la violencia.
Deben de fomentarse campañas a favor de las denuncias del maltrato infantil y a las mujeres,
crear los ámbitos adecuados y desarrollar foros de discusión. Capacitar a los padres sobre evitar el
uso de la violencia, prodigar el cuidado que sus hijos merecen y la obligación de respetar sus
derechos y los de sus compañeras. Promover la reflexión sobre el ciclo de la violencia intrafamiliar
que señala: los padres que ahora abusan de sus niños, están formando los agresores del mañana, con
una alta posibilidad de ser las víctimas del futuro. En las mujeres violentadas fomentar el
empoderamiento de manera que las brechas de género vayan desapareciendo, hasta lograr la igualdad
e inculcar relaciones horizontales, amorosas, respetuosas y democráticas entre los miembros de las
familias zacatecanas.
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