VIVIR LA FE PARA HALLAR LA PAZ

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VIVIR LA FE PARA HALLAR LA PAZ
El hombre que deposita su fe en Dios debe ser una persona llena de paz y que a su vez
la transmite a los demás y a la naturaleza misma, como lo explica muy bien el Papa
Juan XXIII en su encíclica “Pacem Interris”
La paz en la tierra es algo que toda la humanidad quiere alcanzar, pero es indiscutible
que no se puede establecer si no se respeta el orden de Dios. Todos los avances
científicos demuestran que en nosotros impera algo maravilloso, pero todo esto es
debido a Dios que nos creó a su imagen y semejanza y nos dio inteligencia y libertad
como el mismo salmista declara con esta sentencia: Has hecho al hombre poco menor
que los ángeles, le has coronado de gloria y de honor.
El orden en la humanidad, sin embargo, es sorprendente como este orden maravilloso
provoca el desorden entre los individuos, como si sus relaciones solo se rigieran por la
fuerza. Se suele llegar al error de que las relaciones entre los individuos se regulan con
las mismas leyes que rigen las fuerzas y elementos irracionales del universo. Son estas
leyes las que enseñan al hombre cómo deben regular las relaciones en la convivencia,
cómo deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades públicas,
cómo deben relacionarse los estados y cómo deben coordinarse los individuos y
estados y la comunidad mundial de los pueblos.
Sin embargo, las leyes que gobiernan la conducta humana se aplican tan
inexorablemente como la ley de la gravedad. La obediencia a esas leyes nos empuja
hacia la armonía, la desobediencia nos empuja hacia la desarmonía. Puesto que
muchas de esas leyes ya son comúnmente creídas, puedes comenzar poniendo en
práctica todas las cosas buenas en que ya crees. Ninguna vida puede ser armoniosa a
menos que creencia y práctica estén en armonía. Hablando concretamente de la fe
cristiana, en la fe encontramos la paz, como lo podemos encontrar tantas veces en la
Sagrada Escritura.
La paz no constituye una opción en la vida cristiana, antes bien es una señal de que el
Espíritu Santo reside en el alma del creyente sometido a Cristo. David decía, “Busca la
paz, y síguela” (Salmos 34.14). Es, pues, algo que el creyente ha de hacer. Es el fruto
de obrar el bien. “Engaño hay en el corazón de los que piensan el mal; pero alegría en
el de los que piensan el bien” (Proverbios 12.20).
Isaías llama al Mesías de Dios (Jesucristo) “Príncipe de paz” (Isaías 9.6). Si eres un
cristiano, y tu Señor es un hombre de paz, ¿cómo eres tú un problemático?
El apóstol Pablo dice que la paz es un producto del Espíritu Santo (Gálatas 5.22). Al ser
bautizado, el hombre recibe el don del Espíritu Santo (Hechos 2.38).
La paz tiene por consecuencia que el ser humano sea apacible, tranquilo, reflexivo.
Luego dice Pablo, “A todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea
a ellos, y al Israel de Dios” (Gálatas 6.16). Hay que vivir conforme a las reglas de Dios
que nos ha enseñado el Espíritu en el evangelio. De otra manera es muy difícil que se
dé un cambio en la personalidad y las actitudes del ser humano.
“Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos
a otros” (Gálatas 5.15). Ahora es tiempo que vivamos según la esperanza de Jesús en
su evangelio. Una vida en Cristo no cae del cielo. Hemos de vivir conforme con la
voluntad revelada de Cristo, el evangelio.
Es posible que el cristiano entristezca al Espíritu Santo por sus malas obras, obras de
contiendas que quitan la paz entre los hermanos (Efesios 4.30-32). Estos tres
versículos son sumamente importantes.
Santiago dice que “el fruto de justicia se siembra en la paz para aquellos que hacen
la paz” (Santiago 3.18).
Sin obrar la paz no hay paz. El evangelio de Cristo es algo práctico, según el cual
hemos de vivir como creyentes- en Cristo. Cuando nos dejamos llevar por el desenfreno
de las pasiones humanas, esto es causa de guerras y pleitos. El combate y la lucha en
las congregaciones locales son una señal de carnalidad, de desobediencia, de
arrogancia, de injusticia frente a Cristo (Santiago 4.1 -4).
El mal lenguaje, el chisme, la división, el sembrar roces e inquietudes, no nos dejan vivir
nuestra ni mucho menos vivir en paz; por eso es necesario apartar de nosotros todo lo
que atente contra nuestra fe y nuestra paz “Quítense de vosotros toda amargura, enojo,
ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Efesios 4.30-32). Y Pablo dice, “Y la paz de
Dios gobierne en vuestros corazones” (Colosenses 3.15).
No es posible tener paz entre los hombres, si no hay primero paz con Dios. Tal vez
viene por obedecer el evangelio de Cristo cuando somos renovados en nuestro hombre
interior por el Espíritu Santo que a su vez obra en nosotros por la palabra de Dios.
Seamos hombres de paz. Los cristianos deben ser pacificadores (Mateo 5.9). Hemos
de seguir la paz con todos si queremos ver a Dios (Hebreos 12.14). Sigue la paz, dice
Pablo a Timoteo (2 Timoteo 2.22). El evangelio produce paz (Romanos 10.15). Tened
paz (Marcos 9.50). “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con
todos los hombres” (Romanos 12.18).
Debemos tratar de estar en paz aún con las personas difíciles de carácter. “Vivid en
paz” (2 Corintios 13.11).
Dios espera de los cristianos que sean hombres de paz, gentiles, que sepan dominar
sus sentimientos (Filipenses 4.5-7). Hay que tener, pues, un punto de vista correcto de
las cosas. Cristo nos dejó su paz, no la paz del mundo (Juan 14.27). En Cristo hemos
de tener paz, aunque en el mundo haya aflicción. Nuestros problemas no nos dan el
derecho de renegar de las cosas del Señor.
En él sí hay paz, paz de la mente que se pronuncia en actitudes honestas y de paz.
“Tened paz entre vosotros”, y algo más. Pablo nos dice aquí una serie de cosas que
hemos de cumplir (1 Tesalonicenses 5.12-18).
Ahora reflexionemos:
¿Cuánta paz del Hijo de Dios reside en tu corazón?
¿Qué valor tiene el evangelio en tu vivir?
¿De qué manera puedo contribuir para que haya paz en nuestra comunidad Local?
No olvidemos que “Donde hay fe hay amor, donde hay amor hay paz, donde
hay paz está Dios y donde está Dios no falta nada.”
Confiemos siempre en nuestro Adorado
.
y en nuestra Madre y Reina de la
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