Tema 0: Introducción a la Historia y la Historiografía

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Introducción a la Historia y la Historiografía
1. Concepto y método de la Historia
La Historia estudia los hechos del hombre en el pasado y en sociedad, sobre el espacio (explicando
causas, desarrollo y consecuencias), por lo que entra en el grupo de las Ciencias Humanas o Sociales.
Originalmente, el término (historiare) se aplicaba a la mera narración de hechos, pero hoy el concepto
histórico alude a una ciencia con su propio método (hipotético e inductivo-deductivo). Dicho método
histórico consta de varios pasos:
1) Recoger información de fuentes que se pueden dividir en primarias o secundarias / arqueológicas,
escritas, orales, gráficas e iconográficas.
2) Seleccionarla según su autenticidad y veracidad y según su interés e importancia.
3) Ordenarla en el tiempo (cronología) y el espacio (geografía).
4) Explicar los rasgos esenciales de una cultura (marco espacio-temporal, organización política,
estructura social, actividades económicas y manifestaciones culturales (= “reconstrucción”).
En este proceso de estudio, la Historia se ayuda de otras ciencias, tanto auxiliares (que aportan
herramientas que ayudan en los pasos iniciales, como Paleografía, Heráldica, Numismática…) como
colaboradoras (independientes, que ayudan a ordenar y explicar, como Economía, Derecho,
Sociología…).
La función de la Historia es analizar el pasado para comprender el presente y “proyectar” el futuro, y
para lograrlo, han de tenerse en cuenta los problemas más habituales del trabajo histórico:
• Caer en apriorismos, moralizaciones e instrumentalizaciones (al coincidir el sujeto y el objeto de
estudio, como en toda ciencia humana, es difícil a veces ser objetivo).
• Pretender usar la Historia para predecir (puede ayudar a entender el presente comprendiendo las
“leyes” y la evolución del pasado, no más).
• Caer en una Historia demasiado local, periodizada, especializada y cerrada (cuando debería ser
global, universal, continua y abierta a todos).
2. Grandes etapas de la Historia
Con fines puramente metodológicos, tradicionalmente (y como herencia de la escuela historiográfica
francesa) se divide la Historia occidental en cinco grandes etapas:
 La Prehistoria abarca desde la aparición del “hombre” (hace 1 millón de años) hasta la aparición
de la escritura y de las primeras civilizaciones urbanas en Próximo Oriente (3500 a.C.) e incluye
sucesivamente las sociedades de cazadores-recolectores del Paleolítico, las sociedades de
agricultores-ganaderos del Neolítico y las primeras experiencias con metales (cobre y bronce).
 La Edad Antigua abarca desde el final de la Prehistoria hasta la caída del último gran imperio
antiguo, Roma (476 d.C.) e incluye sucesivamente las civilizaciones fluviales orientales
(Mesopotamia, Egipto) y las civilizaciones clásicas mediterráneas (Grecia, Roma).
 La Edad Media abarca desde el final de la Edad Antigua hasta la caída del Imperio bizantino
(1453) o el descubrimiento de América (1492) y en ella conviven tres culturas: reinos bárbaros y
cristianos (Europa occidental), Imperio bizantino (Europa oriental) e Islam (surgido en Arabia,
siglo VII, y expandido por Asia y África).
 La Edad Moderna abarca desde el final de la Edad Media hasta la “era de las revoluciones”,
simbolizada por la francesa (1789), y los tres siglos que abarca vienen definidos por su corriente
cultural: Renacimiento (siglos XV-XVII), Barroco (siglos XVII-XVIII) y Neoclasicismo e
Ilustración (siglo XVIII).
 La Edad Contemporánea abarca desde el inicio de la “era de las revoluciones” hasta nuestros días
(¿edad post-contemporánea desde 2001?), y es una etapa más inmediata y abierta, marcada por la
aceleración de los hechos y la mundialización o globalización de sus efectos:
– Siglo XIX: asiste a las revoluciones liberal-nacionalista (+ imperialismo), burguesa (+
movimiento obrero), demográfica/agraria/industrial y científico-técnica (máquinas). Pasa
por varias fases como la Revolución francesa (1789-1799), la Era napoleónica (17991815), la Restauración y las oleadas revolucionarias liberales (1815-1848), la época del
Nacionalismo y las unificaciones (1848-1870) y la era de la Paz Armada y el
Imperialismo (1870-1914).
– Siglo XX: es la centuria de las guerras mundiales, las nuevas ideologías y potencias; de la
política de masas, la sociedad de consumo y el desequilibrado reparto de la riqueza; de la
revolución científica y del pensamiento. Pasa por varias etapas como la I Guerra Mundial
(1914-1918), el Periodo de entreguerras (1919-1939), la II Guerra Mundial (1939-1945),
la era de la Guerra Fría y la descolonización (1945-1991) y el Nuevo Orden Mundial
(desde 1991 y, especialmente, desde 2001).
3. La Historiografía
La Historiografía es la disciplina histórica que estudia la evolución del “arte” de escribir la Historia
(que cambia con el tiempo y con las ideologías de los autores). Hasta el siglo XIX pueden señalarse
varios precedentes: de la Antigüedad clásica datan las primeras narraciones y el paso “del mito al logos”
(Herodoto); en la Edad Media predomina una historia sagrada, lineal y teleológica cristiana (Orosio);
finalmente, en la Edad Moderna se incorporan novedades progresivas como la perspectiva humanista y
racionalista (Maquiavelo), las bases de selección científica (Mabillon) o la idea de “historia total” en
progreso (Voltaire).
En el siglo XIX, a la herencia ilustrada del XVIII se añaden las aportaciones del liberalismo (ascenso
del pueblo, Guizot) y del romanticismo (evolución del espíritu nacional, Fichte), opuesta a la visión
reaccionaria de los absolutistas. A fin de siglo, destacan dos tendencias opuestas: la visión burguesa (=
positivismo) defiende, desde una base jurídica e institucionalista, la autonomía del hecho histórico (Von
Ranke); la visión anti-burguesa (= marxismo) interpreta, desde una base socio-económica- los hechos
desde el materialismo histórico (Marx). Ya en el siglo XX, la visión burguesa tiene su continuidad en el
historicismo y el neopositivismo (imposibilidad de hacer leyes históricas) y la anti-burguesa en el debate
entre la renovación o el sostenimiento del dogma marxista, conciliadas por la historia científica
americana (sí se pueden formular leyes, pero “humanas”).
Sin embargo, también surgen corrientes más renovadoras desde mediados del siglo XX. La Escuela
de Annales plantea una historia global, con nuevos temas (mujer) y métodos, con predominio del enfoque
social (Febvre). Después, estructuralismo (estudio del “tiempo largo”, Braudel) y cuantitativismo
(explicación mediante modelos cliométricos) dan paso a la New Economic History (Fogel). Ya desde los
años ’80, los cambios históricos, la excesiva especialización y la acumulación de datos abre una crisis en
la historiografía tradicional que impulsa un cambio con enfoques novedosos como la historia narrativa
(Stone), la microhistoria (Ginzburg), la historia cultural y popular colectiva o la socio-estructural oculta.
4. Comentario de documentos históricos
Raíces históricas de la Península ibérica
1. Prehistoria, Protohistoria y Edad Antigua
La Prehistoria es una etapa que presenta rasgos peculiares (sin documentos escritos, sin datación
absoluta) y que se desarrolla en la era geológica cuaternaria (antropozoico), que se subdivide en
pleistoceno (era de las glaciaciones) y holoceno (era actual). Según la tecnología empleada, incluye
varias etapas:
a) Edad de Piedra - Paleolítico (1M-9000 aC): Asiste al proceso de hominización (posición
erecta, liberación manos, desarrollo cerebro) y al desarrollo del género Homo
[¿Australopitecus? (5M) H antecessor (0,8M)  H neanderthalensis (0,1M) y H sapiens
(40000 aC)]. El modo de vida se basa en una economía depredadora (caza, pesca, recolección)
y en el nomadismo (asentamientos, cuevas), lo que genera clanes y tribus. La tecnología es
sencilla (talla) y surgen las primeras expresiones artísticas (pintura rupestre franco-cantábrica,
naturalismo y “mágica”).
b) Edad de Piedra – Neolítico (5000–2500 aC): Tras un periodo de transición, el Mesolítico
(9000–5000 aC, con cambio climático, aumento de temperaturas y mayor presión
demográfica), se produce la “revolución neolítica”, con la que se pasa a una economía
productora (agricultura, domesticación) y al sedentarismo (poblados), con mayor complejidad
social, división del trabajo y tecnología compleja (pulimentado de piedra, cerámica, metal).
En arte se desarrolla la pintura en abrigos levantina (esquemática y con escenas) y la primera
arquitectura (megalitismo con dólmenes, cuevas de corredor...).
c) Edad de los Metales (2500–700 aC): Desarrollo progresivo de cobre (Calcolítico), bronce y
hierro, que se usan en armas, herramientas, joyas y dan lugar a culturas vinculadas a minas
(Los Millares, El Argar). También se desarrolla el megalitismo balear (navetas, talayots...).
Ya en el I milenio a.C., con los primeros escritos aislados, se entra en la Protohistoria, durante la
que conviven en la Península culturas indígenas como el Reino de Tartessos (750-400, al S/SE,
civilización rica y avanzada), pueblos invasores como las oleadas indoeuropeas (celtas desde 800, en
centro/O y con metales) y colonizadores mediterráneos en busca de minerales y comercio: fenicios
(desde 800, Gadir), griegos (desde 600, Rhode) y cartagineses (desde 500, al S/SE).
Con el inicio de la Historia escrita (Edad Antigua), la Península se divide en dos grandes áreas de
pueblos prerromanos (s.III aC). En la ibérica (E/SE), más desarrollada y con pueblos como ilergetes o
layetanos, había ciudades-estado, estratos sociales, comercio y moneda. En la celta (N/SO), menos
desarrollada y con pueblos como astures o cántabros, la organización era preestatal, de linajes, agraria y
de pillaje. Entre medias había una amplia zona de contacto y mixtificación (celtíberos), aparte de otros
pueblos de difícil clasificación (como los vascones).
Sobre esta base se desarrolló la conquista romana. Sus antecedentes se hallan en la guerras
púnicas: en la primera (desde 264 aC), por el dominio del Mediterráneo, la victoria romana lleva a la
ocupación cartaginesa de la Península (Cartago Nova); la segunda (desde 218 aC), nace para satisfacer
las ambiciones romanas y abre paso a la conquista en sí (218-19 aC), que tiene varias etapas: II Guerra
Púnica y control romano de área ibérica (218-197), consolidación de territorio y revueltas (197-154),
guerras celtíbero-lusitanas -Numancia, Viriato- por las minas (154-133), estabilización por problemas
internos de Roma (133-29) y guerras cántabro-astures con Augusto (29-19). En paralelo, se asistió a la
romanización o discontinua asimilación por los conquistados de la cultura romana (de SE a N) mediante
la fundación de urbes, el ejército (Legio), las colonias (Emérita Augusta) y la ciudadanía (universal 212
dC), por no citar el legado lingüístico-cultural (Séneca) y el arte práctico (obras públicas). La Hispania
romana presenta dos fases diferenciadas:
a) Alto Imperio (I aC-III dC): Administrativamente se produce la división de Augusto en
provincias senatoriales (Bética) e imperiales (Tarraconensis y Lusitania) y conventos o
distritos jurídicos. La economía es esclavista, urbana, comercial y colonial (trilogía,
metales…) y en la sociedad se distinguen hombres libres (ciudadanos -de órdenes o no- y no
ciudadanos), libertos y esclavos.
b) Bajo Imperio (III-V dC): La crisis del siglo III (por el fin de la expansión y la amenaza
bárbara, que traen anarquía militar y caos -ni comercio, ni esclavos) lleva a un modelo cerrado
de autosuficiencia rural, terratenientes-colonos y relaciones personales o de patrocinio.
Administrativamente, con Constantino y Diocleciano (IV), Hispania, pasa a ser una diócesis
de la prefectura de la Galia) y en cultura, la religión romana y las indígenas se ven relegadas
por la expansión del redentor cristianismo, legal desde 313 (Edicto de Milán, Constantino) y
oficial desde final de siglo (Teodosio).
EXTREMADURA (hasta la Romanización)
•
Prehistoria: Durante el Paleolítico, hordas de depredadores nómadas adaptados al frío (grutas y
abrigos) con restos en valles fluviales. Arte rupestre naturalista con manos, signos y animales
(Maltravieso). En el Neolítico, revolución agraria y poblados junto a ríos; pocos restos salvo
cerámica y piedra pulimentada. Asentamientos en cuevas en zonas ganaderas (La Charneca) o al
aire libre en agrarias (Los Barruecos), a veces fortificados (El Jardinero). En la Edad de los
Metales, asentamientos al aire libre con vasos campaniformes, núcleos de pastores y mineros con
necrópolis de cistas o cajas de piedra y luego dominio de la metalurgia, cerámica, escritura e
incineración, con influencia europea, oriental y tartésica (Cancho Roano y tesoro de Aliseda). En
arte, megalitismo (dólmenes de Valencia de Alcántara), estelas funerarias y pintura esquemática
de hombres y animales (Monfragüe).
•
Edad Antigua: Tras pueblos prerromanos con estructura tribal y actividades agro-ganaderas,
poblados fortificados y dominio del torno, la metalurgia y en algún caso la escritura (lusitanos y
vettones, célticos y turdetanos), desde el siglo III a.C., conquista romana (por acuerdos –
turdetanos- o tras resistencia –lusitanos) y proceso de romanización:
– Fundación de colonias con guarniciones como Mettellinum (Medellín), integración del
territorio en la provincia Ulterior y nuevas colonias con tierras para soldados licenciados
como Emérita Augusta (Mérida, 25 a.C.); otros núcleos, Norba (Cáceres) en Lusitania y Seria
Fama Iulia (Jerez) en Bética. Ciudades (con murallas, foro y ejes perpendiculares) con obras
públicas y de ingeniería: embalses (Proserpina), acueductos (Los Milagros), puentes (Mérida
o Alcántara) y calzadas (Vía de la Plata, eje N/S) + casas con patios, templos (Diana), lugares
de ocio (teatro de Mérida) o arcos (Cáparra).
– Vida diaria (actividad económica): ganadería y agricultura mediterránea con latifundios en
torno a villas campestres; minería (sobre todo en sierras) y canteras (granito, mármol;
artesanía (cerámica, vidrio, fundición y orfebrería, pintura mural y mosaico) que impulsa
comercio y moneda. La cultura romana desarrolla un arte práctico: arquitectura abovedada
(arcos), escultura y relieves realistas o idealizados, pintura mural decorativa al fresco y
mosaicos (Casa del Mitreo). La religión funde ritos autóctonos y orientales con culto romano
a antepasados y emperador, hasta la expansión del cristianismo.
2. La Edad Media: coexistencia de culturas
Formalmente, la Edad Media se abre con la Monarquía visigoda (476-711), que en muchos
sentidos es una continuación de la etapa romana (epigonismo visigodo). La propia presencia visigoda se
basa en la debilidad de Roma ante las invasiones germánicas de suevos (NO), vándalos y alanos (S)
desde el 409, que provoca la intervención de los visigodos (por foedus o pacto) y lleva la capital a
Toledo. Políticamente se basa en una monarquía electiva, con autonomía de nobles, ducados y condados.
Socio-económicamente prosigue la etapa de ruralización, latifundios y personalismo iniciada en el siglo
III. Tras ejecutar una triple uificación religiosa (Recaredo, 589), socio-jurídica (Recesvinto, 654) y
territorial (Leovigildo-Suintila, hasta 631), el poder creciente de la Iglesia y la nobleza y las rivalidades
dinásticas hundieron el reino en 711.
Ésa es la fecha que da inicio a la conquista y a la larga presencia musulmana en la Península (AlÁndalus, 711-1492). La conquista se verifica cuando ante la crisis de la monarquía visigoda y luchas
sucesorias (Agila/Roderico) se organiza la expedición de Tariq (bereberes y árabes), el desembarco de
Musa y el avance S/N con tolerancia hacia las “gentes del Libro” y ocupación tras rendición
incondicional o capitulación. En su evolución política, Al-Ándalus siguió varias fases:
a) Esplendor (VIII-X): Incluye el Emirato dependiente (714-756) del califato de Damasco -y las
primeras derrotas (Covadonga)-, el Emirato independiente (756-929) de Bagdad (abbasíes),
con un emir Omeya (Abd-al-Rahmán I) y el Califato de Córdoba (929-1031) desde Abd-alRahmán III, y sobre todo con Al-Hakam II y la dictadura de Al-Mansur.
b) Disgregación (X-XIII): Caído el Califato, surgen los Reinos de taifas (1031-1090)
fragmentados, débiles y obligados al pago de parias, hasta la unificación almorávide (10901145), solicitada pero breve por su integrismo y precursora de los segundos reinos taifas. Una
nueva unificación rigorista y norteafricana, la almohade (1145-1232), basada en la fuerza
militar, acabaría con la derrota ante la alianza cristiana (Navas de Tolosa, 1212), dando paso a
los terceros reinos taifas hasta 1248.
c) Repliegue (XIII-XV): Ante el avance cristiano, subsiste el Reino nazarí de Granada (12371492) desde Muhammad I (tras rebelión contra los almohades) con luchas internas y presión
castellana (parias y vasallaje a Castilla) hasta la guerra (1482-92).
La economía andalusí se basa en una revitalización urbana; la ciudad (medina) es centro de
consumo cosmopolita, impulsor de artesanía y comercio (zoco) y foco religioso (mezquita), en el marco
de una economía abierta y de base agraria con regadío y latifundismo de rentistas, artesanía de lujo
(textil) y comercio (dinar). La sociedad presenta una estructura “igualitaria” de base religiosa
(musulmanes o no) con diferencias étnicas y económicas (aristocracia, ciudadanos, colonos/campesinos
adscritos y esclavos): los musulmanes son la aristocracia terrateniente árabe (y siria), los bereberes
norteafricanos (pastores) y los muladíes (hispanos convertidos por igualdad, integración y exención); los
no musulmanes incluyen a las minorías toleradas a cambio de tributos, como judíos y mozárabes
(cristianos en zona musulmana, que se van convirtiendo o emigrando).
La cultura es de base religiosa (Islam = sumisión del creyente a Alá y a la doctrina revelada a
Mahoma, recogida en Corán, sharia y sunna y basada en cinco pilares, a los que se añadió luego la
difusión y yihad con un califa sucesor de Mahoma) pero cumplió el papel de transmitir a Occidente la
ciencia griega, persa e india (números) pese a avanzar según la etapas de rigorismo (unificaciones) o
tolerancia religiosa (Califato y taifas); el arte rehuye las imágenes de seres vivos, predominando la
abstracción y la arquitectura (Mezquita de Córdoba, Alambra de Granada).
En paralelo a Al-Ándalus, evolucionan los Reinos Cristianos en tres grandes etapas:
a) Alta Edad Media (VIII-X): Surgen los primeros núcleos de resistencia como Reino asturleonés (avanza hacia Duero), Reino de Pamplona (esplendor con Sancho III), Condado de
Aragón (unido a Pamplona) y Condados catalanes (autónomos tras el dominio inicial
carolingio). La economía, cerrada, agraria-ruralizada y de subsistencia, está estancada.
b) Plena Edad Media (XI-XIII): Se produce la decadencia de Pamplona (Navarra), la unión de la
coronas de Aragón (más Cataluña con Ramón Berenguer IV) y de Castilla (más León con
Fernando III) y la independencia de Portugal. En economía, se vive una reactivación urbanacomercial que se suma a la base agraria (Mesta) y a las ferias.
[En ambas etapas, la estructura política y socio-económica es la propia del
feudalismo (sobre todo en Cataluña), con base en el vasallaje (fidelidad por
protección) y el feudo (tierras cedidas), lo que da lugar a un régimen señorial
(derechos territoriales y jurisdiccionales del señor) en una sociedad estamental
tripartita, cerrada y de privilegios (pechos) con monarquía limitada y asistida
(Cortes desde XIII).]
c) Baja Edad Media (XIV-XV): Se multiplican los conflictos políticos (reyes / nobleza) y
sociales (señores+oligarcas / campesinos+pueblo) en Castilla (que inicia su expansión
atlántica), Aragón (pactismo y expansión mediterránea) y Navarra (con orientación filofrancesa). Además, se produce una crisis global agraria (malas cosechas = no subsistencias),
demográfica (peste negra, 1348) y social (presión señorial y rebeliones de campesinos –
payeses de remensa), choques urbanos y pogromos antisemitas.
Estos Reinos Cristianos van a desarrollar un proceso de reconquista (¿cruzada legitimista?) y
repoblación a lo largo de los siglos, basado en la ocupación militar de zonas musulmanas (VIII-XV)
sumada a la ocupación efectiva según los recursos demográficos. Sus etapas fueron:
a) Siglos VIII-X: Ocupación de la “tierra de nadie” despoblada en Duero y Pirineo; victoria en
Covadonga (722) y freno con el Califato  repoblación por presura o aprisio: ocupación de
despoblado por campesinos, nobles o Iglesia [= mediana/pequeña propiedad].
b) Siglos XI-XII: Expansión (taifas) con toma castellana de Toledo y, tras almorávides, control
de Tajo y Ebro; al final, pese a almohades, avances hasta Turia, Júcar y Guadiana (Órdenes
Militares castellanas y tratados con Aragón)  repoblación concejil: división en concejos con
representante real y Fuero o Carta Puebla [= propiedad mediana libre y bienes comunales].
c) Siglo XIII: Tras derrotas ante almohades, unión de reinos cristianos y Órdenes (Navas de
Tolosa) y rápido avance (salvo Granada): Algarve (Portugal), Baleares y Valencia (Aragón),
Extremadura, Andalucía y Murcia (Castilla)  repoblación de Órdenes Militares
(encomiendas de Alcántara, Santiago y Calatrava en Guadiana y S Aragón) y por
repartimientos (donadíos según rango en Guadalquivir y Levante) [= gran propiedad de
nobles, Órdenes e Iglesia].
Por último, culturalmente se asiste a un rico intercambio entre religiones (Toledo), a la evolución
de escuelas religiosas a estudios generales regios (Salamanca), al papel difusor del Camino Santiago y a
la evolución del arte cristiano (asturiano, románico y gótico) y de fusión (mozárabe y mudéjar).
EXTREMADURA (durante la Edad Media)
•
Edad Media: La crisis del Imperio trae a Lusitania a pueblos germánicos como los visigodos,
vinculados por pacto con los romanos y, desde el siglo V d.C. (inicio de la Edad Media),
dominadores peninsulares, con Mérida como núcleo político y religioso; en arte, dejaron iglesias
rurales (Sta.Lucía de Alcuéscar) o basílicas (Sta.Eulalia de Mérida), escultura y rica orfebrería.
– Islam: La presencia musulmana se inicia con la capitulación de Mérida ante Musa (713) y
perdura más de cinco siglos (hasta 1248). Tras la inestabilidad inicial, lucha de los emires
locales por mantenerse independientes de Córdoba (fundación de Badajoz, 875) ; desde el
siglo XI surgen las taifas extremeñas, destacando la de Badajoz, gobernada por la familia
aftasí (Banu-I-Aftás) y presionada por los cristianos (al N) y la gran taifa sevillana (al S).
Luego, la debilidad de las taifas y el empuje cristiano provocan la llegada de almorávides
primero y almohades después, pero el avance reconquistador cristiano será ya imparable. La
huella musulmana se ve en muchos restos arqueológicos y culturales (así, en topónimos
como Alcántara = “el puente”), sobre todo de arquitectura militar (alcazaba de Mérida,
Badajoz y Trujillo o murallas de Galisteo y Cáceres), civil y religiosa (aljibes de Mérida o
Cáceres y restos de mezquita y rawda o cementerio real en Badajoz).
– Reinos cristianos: La Extremadura castellano-leonesa (término derivado de “extremis Dorii”
= extremos del Duero o de “frontera”) asiste a un proceso de Reconquista largo (XI-XIII) y
discontinuo que sólo se acelera desde el XII (Coria 1142 – Montemolín, 1248). En paralelo,
repoblación para ocupar zonas y favorecer su defensa; tras los primeros ganaderos
trashumantes, se inician repoblaciones sistemáticas con leoneses, castellanos, gallegos y
portugueses, mientras la población musulmana se concentra al S (Hornachos, Llerena). Al
final, las tierras tenían una organización administrativa dependiente del propietario (realengo
de la Corona, encomiendas de Órdenes Militares -Alcántara, Santiago y Temple- y señoríos
nobles -Alba o Feria) El arte se desarrolla tarde y presenta peculiaridades: pervivencia de lo
musulmán, guerra y lenta repoblación, alejamiento de las principales rutas culturales y
control de los promotores (órdenes, nobles e Iglesia).
3. La Edad Moderna hasta el siglo XVIII: los Reyes Católicos y los Austrias
El gobierno de los Reyes Católicos (1474-1504/16) se fundamenta en la combinación de las ideas
de patrimonialismo medieval y de autoritarismo moderno con la unión dinástica de Isabel I de Castilla
(unida y autoritaria) y Fernando II de Aragón (diverso y pactista) tras la guerra de sucesión castellana
(contra Juana la Beltraneja y Portugal). Líneas de gobierno:
a) Política interior: Se procede a la pacificación del conflicto remensa (fin de “malos usos”) y de
los choques con la nobleza (menos poder por más prestigio y riqueza) y a controlar
instrumentos de poder como Santa Hermandad (orden), Órdenes (tierras), corregimientos
municipales y Cortes (subsidios). Se implanta una administración autoritaria con ejército,
consejos (real y autónomos) y Audiencias (¿señoríos y fueros?) y se completa la unificación
religiosa con la Inquisición (cristianos) y la expulsión de judíos (1492) y de mudéjares
granadinos (1501-02).
b) Política exterior: Se basa en alianzas matrimoniales (con Portugal, Inglaterra y el Imperio)
para aislar a Francia, en la unión peninsular tras la Guerra de Granada (1482-92) y la anexión
de Navarra a Castilla (1512-15), y en la expansión marítima por Mediterráneo (guerras en
Italia = Nápoles y plazas africanas = Melilla) y Atlántico (rutas a Asia, conquista de Canarias
desde 1475 y descubrimiento de América con Colón en 1492 tras Capitulaciones de Santa Fe
y viaje a Antillas, seguido del reparto O/E entre Castilla y Portugal -Tordesillas, 1494).
El siglo XVI corresponde a la época de la hegemonía imperial española, durante la cual gobiernan
los principales reyes de la casa de Austria (Habsburgo), los Austrias Mayores, con una monarquía
descentralizada (autonomía de reinos), gobierno central polisinodial (consejos de Estado, territoriales y
técnicos con secretarios), más virreinatos, audiencias territoriales de justicia y corregimientos
municipales.
a) Carlos I (1516-56) hereda Austria/Imperio, Países Bajos/Franco Condado, Aragón/Italia,
Castilla/Navarra/América y es nombrado emperador en 1519. En su gobierno ha de afrontar
conflictos internos iniciales (protestas por europeísmo y tributos que desencadenan las
Comunidades en Castilla y las Germanías en Valencia, 1519-21) y externos constantes (por la
defensa de la Cristiandad ante turcos y protestantes y de la hegemonía ante Francia). En esta
época se realizan la primera circunnavegación (Magallanes-Elcano) y conquistas de México
(Cortés) y Perú (Pizarro y Almagro).
b) Felipe II (1556-98) hereda todo excepto el Imperio y añade Portugal. En el interior, de
desarrolla una “Monarquía hispánica” absoluta/centralizada (Madrid, 1561), brazo de la
Contrarreforma católica, pese a los conflictos (príncipe Carlos, rebelión morisca en Alpujarras
y foral en Aragón). En el exterior, se mantienen las líneas de Carlos I (Francia, control del
Turco, exploración de Filipinas) y se abren otras nuevas (guerra en los Países Bajos y con
Inglaterra).
En economía, los ingresos (arrendamiento de impuestos indirectos –alcabala- o directos –
servicios-, ayudas de clero y caudal Indias) son inferiores a los gastos (de corte, burocracia y guerra),
provocando déficit y endeudamiento; la política económica se basa en el mercantilismo proteccionista
(metales) y en la explotación monopolística de América (Casa de Contratación), que provocan la
revolución de los precios y la dependencia productiva del exterior. La sociedad vive un aumento de
población, pero mantiene su base estamental y asiste al avance de la élite noble (grandes), al desarrollo
de los gremios, al mantenimiento de una mentalidad antiburguesa y “casticista” (limpieza de sangre) y a
la aparición de una sociedad multiétnica en América (blancos y criollos sobre indios y negros).
Culturalmente, en el siglo XVI se desarrolla el Humanismo racionalista (de origen italiano y flamenco)
y la imprenta; además, se inicia el Siglo de Oro con base en el catolicismo (Compañía de Jesús y
Concilio de Trento), transición del arte medieval al renacentista y desarrollo de disciplinas como
Geografía o Economía.
Por el contrario, el siglo XVII, el de los Austrias Menores, es el siglo del ocaso imperial y de la
crisis económica, en suma, el de la decadencia de la Monarquía Hispánica.
a) Felipe III (1598-1621): Se desarrolla la privanza o valimiento del Duque de Lerma y la
recuperación de poder noble, junto a la polémica expulsión de los moriscos (1609) por
rechazo cristiano y por temor a ataques. En el exterior, domina una política de “pacifismo”
por la muerte de Isabel I y la ruina (tregua con Holanda).
b) Felipe IV (1621-65): Destaca el valimiento del Conde-Duque de Olivares con sus ideas de
reputación y reformación que condujeron a proyectos fracasados ante las urgentes
necesidades (red nacional de erarios, unificación jurídico-institucional y Unión de Armas) y a
una crisis final con la caída de Olivares ante las rebeliones de 1640 (secesión temporal de
Cataluña y definitiva de Portugal). En el exterior, la Guerra de los Treinta Años (1618-48)
junto al Imperio y contra los protestantes y la Guerra con Francia sellan el inicio de la
decadencia española.
c) Carlos II (1665-1700): La regencia de Mariana de Austria y la inestabilidad por la
incapacidad del rey dan lugar a una sucesión de validos y ministros. En el exterior, se impone
la hegemonía francesa (Luis XIV) y se suceden las pérdidas territoriales (Flandes) hasta
estallar el problema sucesorio (sin heredero, hay dos candidatos externos, Carlos de
Austria/Habsburgo y el elegido Felipe de Anjou/Borbón).
Esta evolución política del XVII se une al agotamiento económico y social (crisis del siglo XVII)
debido al endeudamiento de la Hacienda Real por las guerras y la menor afluencia de metales
americanos, lo que lleva a 6 bancarrotas o suspensiones de pago, a la dependencia de prestamistas
extranjeros y a la búsqueda de más ingresos (alteraciones monetarias, “donativos” de privilegiados y
ventas de títulos), sin poder evitar el déficit y la recesión en los tres sectores (dependencia). En sociedad,
la población se reduce por las epidemias (peste) en oleadas, la expulsión de los moriscos y las
dificultades (= emigración) o guerra; mientras nobleza y clero aumentan por la venta de títulos (pero se
endeudan o carecen de vocación), la burguesía es escasa e inactiva, la población urbana crece por la
emigración y los campesinos endeudados pierden sus tierras (bandolerismo). Sólo desde 1680 se aprecian
indicios de recuperación con el aumento de población (más en costas que en interior) y la devaluación de
la moneda de vellón (estabilidad). Símbolo de esta época de decadencia son los arbitristas, personajes
muy diversos que elaboran informes para el rey con diferentes soluciones a los mismos problemas
(despoblación y agotamiento de Castilla, enriquecimiento de extranjeros y aumento de clero).
Finalmente, en cultura, el XVII es el siglo del Barroco, estilo dinámico y exagerado usado como medio
de control y propaganda por el poder sobre las masas, mediante mensajes directos a través de arte
(Velázquez) y teatro (Lope de Vega), prolongando el Siglo de Oro al menos hasta 1648.
EXTREMADURA (Siglos XVI-XVII, 1)
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La población estaba concentrada en pequeños núcleos y -como muestran recuentos
generales o censos, padrones o vecindarios municipales y registros parroquialesaumentó en el XVI, pero el XVII trajo un gran retroceso demográfico (acentuado
por la emigración). Destaca la aportación a la conquista de América, con nombres
como los de Ovando (encomienda), Núñez de Balboa (Pacífico), Cortés (México),
Pizarro (Perú), De Soto (Florida), Valdivia (Chile) u Orellana (Amazonas). Muchos
otros emigraron buscando honor o riqueza (aunque el flujo se ralentizó desde el
XVII), sobre todo hombres jóvenes y solteros de todos los estamentos, procedentes
de Cáceres, Trujillo y la Baja Extremadura; algunos consiguieron regresar con
fortunas que invirtieron en ricos palacios.
La sociedad era estamental desigual y estática. Entre los privilegiados (exentos de
impuestos), la nobleza controla tierras y poder, mientras el clero secular
(sacerdotes) y regular (monjes) presenta diferencias internas, aunque la Iglesia
controla diezmos (1/10 de la cosecha) y tierras. Entre la mayoría no privilegiada (y
pechera) hay campesinos, artesanado urbano agremiado y pequeños profesionales
burgueses. Al margen viven minorías étnico-religiosas (judeoconversos o
moriscos), socio-económicas (pobres) y jurídicas (esclavos africanos).
La economía era pobre. En agricultura domina el secano (cereal) y pequeñas
explotaciones de vid, olivo, frutales y huerta (con regadío) poco productivas
(barbecho); pese a la existencia de pósitos y tierras municipales, la tierra era
controlada por nobleza e Iglesia. En ganadería destacan las cabañas porcina
(dehesas) y ovina (trashumancia). La producción de manufacturas era escasa, casi
de subsistencia (solo en ciudades había talleres). El comercio se limita a zonas
concretas y productos agrarios (mercados y ferias locales).
EXTREMADURA (Siglos XVI-XVII, 2)
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En cuanto a su organización territorial, Extremadura seguía bajo la autoridad de
tres jurisdicciones: en los territorios de realengo el rey actuaba a través de
corregidores (principales ciudades), como Plasencia; los de señorío eran de la
nobleza (duque de Alba al N y duque de Feria al S) y la Iglesia (Guadalupe y
obispados de Plasencia, Coria-Cáceres y Badajoz); los de las órdenes militares
(Alcántara y Santiago) se dividían en encomiendas de tierras y vasallos. Por encima
estaba la monarquía castellano-aragonesa.
En el marco de la política castellana, Extremadura es peculiar: frontera alejada de
los centros de decisión y con diferentes tipos de jurisdicción, su marginalidad
genera el proceso de emigración (interior y hacia América). En el XVI, los grandes
acontecimientos castellanos (Comunidades) tienen poca repercusión, aunque en
1556-58), Extremadura y La Vera se convirtieron en centro político por el retiro de
Carlos V en Yuste. Desde el XVI, Extremadura vive una decadencia municipal por
la intervención real (corregidores), al aumento de poder de las oligarquías y la venta
de cargos y villas; además, en el XVII las guerras por la independencia de Portugal
repercuten en la región (pérdida de habitantes, enfrentamientos, no comercio).
En arte y cultura apenas hay focos de importancia (los artistas locales se formaban
fuera), en tanto que actúa una doble influencia externa, la andaluza (Sevilla) y la
castellana (Salamanca, Valladolid y Madrid). Los demandantes de obras de arte
fueron tanto la nobleza como la Iglesia, cuyos gustos oscilaron del Renacimiento
(Luis de Morales) al Barroco (Zurbarán), aunque no hay que olvidar a literatos
como El Brocense (humanista).
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1. COMENTARIO DE IMAGEN
Cueva de los caballos de La Valltorta, Albocácer (Castellón)
Clasificación. La imagen objeto de comentario (fuente iconográfica pues) es una pintura
realizada sobre la pared rocosa de una cueva prehistórica, que representa una escena de caza
con cierto grado de dinamismo y empleando una técnica esquemática (sobre todo en las figuras
humanas) y monocromática. Como en todo el arte de este período, su autor es anónimo, pero
cabe reseñar el fuerte sentido colectivo de su concepción y finalidad, al estar destinado al
conjunto de miembros de un grupo humano aún con fuertes vínculos interpersonales y al estar
ubicado en su propio hábitat. La obra está situada concretamente en la “Cueva de los Caballos”
de La Valltorta (Castellón), al este de la Península ibérica, y puede datarse cronológicamente en
el Neolítico (5.000-2.500 a.C.), dentro de la llamada escuela levantina de pintura prehistórica.
Análisis. En este fragmento de la decoración pictórica del mencionado abrigo se puede
observar, como queda dicho, una escena cinegética en la que un grupo de hombres organizados
y armados con arcos y flechas (a la izquierda) se apresta a cazar unos cérvidos (presentados
con mucho más detalle) que se dirigen hacia ellos quizá asustados por otro grupo no visible en
este plano. La pintura es monocroma (un solo color por figura) y está realizada con pigmentos
obtenidos de la naturaleza (carbón vegetal, minerales…) y grasa animal como aglutinante, y
representa un grado de complejidad compositiva superior al de la pintura rupestre francocantábrica de la etapa paleolítica, aunque con funciones similares: mágica (rituales propiciadores
de la caza), didáctica (enseñanza de técnicas)... Históricamente, la importancia del tema reside
en que, a pesar de que a lo largo del Neolítico el hombre comenzará a producir sus alimentos,
prueba que la caza siguió siendo una actividad esencial para la cohesión y la supervivencia de
los grupos humanos durante mucho tiempo (complementando a las nuevas actividades).
Comentario. A lo largo de la Prehistoria, primera fase evolutiva de la humanidad, los
modos de vida experimentaron fuertes cambios con el paso del tiempo, condicionados sobre
todo por las variaciones operadas en el clima y en el entorno. Los reducidos clanes y tribus de
cazadores-recolectores nómadas del Paleolítico, sometidos a duras condiciones de vida y a un
clima muy frío (glaciaciones y períodos interglaciales) verían fuertemente alterado su modo de
vida a raíz de los cambios climatológicos verificados en el Mesolítico hace unos 10.000 años,
marcados por un fuerte aumento de la temperatura, una progresiva retirada de los hielos y una
mayor disponibilidad de agua y a menudo de alimento. Estos cambios favorecieron el incremento
de tamaño de los grupos humanos, generando una presión demográfica que forzó la búsqueda
de nuevas alternativas económicas, produciéndose el lento paso de una economía depredadora
a otra productora (agricultura y domesticación) y de un modo de vida nómada a otro sedentario a
lo largo de siglos de experimentaciones durante los cuales (como prueba la imagen que
comentamos) el hombre siguió habitando en abrigos naturales en cuevas (como paso previo a
los poblados fijos) y practicando la caza como actividad esencial para sobrevivir, aunque
desarrollando cada vez más su organización y el utillaje empleado (arcos y flechas aquí). Debe
hacerse notar también otro signo de evolución del género humano a lo largo de la Prehistoria,
que acompaña a la propia evolución tecnológica que lleva de la talla a la pulimentación y
especialización de los útiles fabricados. Este signo evolutivo se plasma en la necesidad que el
hombre va a sentir desde hace unos 25.000 años de dejar en las paredes de los lugares en que
habita muestras gráficas (como ésta) de su modo de entender la vida, tanto con una finalidad
puramente práctica (mágica y/o didáctica) como estética y abstracta, dando lugar en definitiva al
arte como tal, primero en pintura (de la naturalista paleolítica de Altamira a esta esquemática
levantina de Valltorta) y escultura (recuérdense las rituales Venus) y posteriormente, una vez
culminado el proceso de sedentarización, en arquitectura (megalitismo o arte ciclópeo).
2. COMENTARIO DE TEXTO
La guerra de Augusto contra cántabros y astures, Floro
Clasificación. El presente texto, escrito originalmente por Tito Livio (historiador romano
contemporáneo del emperador Augusto y autor de “Ab urbe condita”) y compendiado y resumido
posteriormente por Floro (autor de la siguiente centuria) es una fuente escrita secundaria que
tiene una naturaleza historiográfica y un destinatario público indeterminado, pues pretende
analizar con rigor las campañas hispanas del emperador que supondrían la culminación de la
conquista romana de la Península a finales del siglo I a.C. No obstante, pese al enfoque objetivo
y analítico del texto, la proximidad del autor respecto a los hechos y personajes descritos puede
introducir algunos aspectos distorsionadores en su valoración (¿paz eterna?).
Análisis. En conjunto, el texto aborda el estudio de las campañas del emperador
Octavio Augusto (27 a.C.-14 d.C.) en el norte de la Península Ibérica y la valoración de sus
resultados finales, pudiéndose distinguir en él tres partes o ideas principales. El bloque inicial y
algunas líneas posteriores describen la situación de Hispania a finales del siglo I a.C. (casi
enteramente romanizada) y el carácter belicoso, expansionista y reacio a la dominación romana
de los pueblos asentados en el montañoso norte (en la provincia Citerior): cántabros y astures.
En paralelo a esta descripción, se exponen las campañas militares organizadas por el
recientemente nombrado emperador Augusto, imputando su éxito tanto a la estrategia militar
romana (sitio) como a las divisiones internas entre los nativos. Finalmente, el último apartado
resume las consecuencias del conflicto, insistiendo en la pacificación final de los territorios, en
las medidas de control implantadas por Augusto (desplazamiento al llano) y en sus efectos
económicos (explotación de los recursos naturales en beneficio de Roma).
Comentario. La conquista romana de la Península Ibérica fue un largo proceso de
doscientos años (218-19 a.C.) caracterizado por la sucesión de etapas de conflicto militar y fases
de relativa estabilización. Además, dicho proceso se enmarca inicialmente en el contexto de un
conflicto mayor por el control del Mediterráneo entre romanos y cartagineses (guerras púnicas).
El periodo al que hace referencia el texto comentado constituye la última fase de este largo
proceso y, concretamente, la tercera de las grandes campañas militares emprendidas por Roma
para dominar la Península. Antes de la intervención de Augusto, las legiones ya habían ocupado
y romanizado con facilidad el sur y el este de aquélla (de tradición ibera) como consecuencia de
su victoria en la segunda guerra púnica (218-197 a.C.) y, tras consolidar estos territorios y
sofocar las revueltas surgidas ante la presión fiscal romana, procedieron a dominar (esta vez con
más dificultades) los focos de resistencia del interior peninsular organizados por lusitanos y
celtíberos (154-133 a.C.). Desde este momento hasta el inicio de las campañas a que se refiere
el texto, los problemas internos de Roma impidieron emprender la conquista de los territorios del
norte y noroeste, hostiles a la romanización, durante más de un siglo. Sólo la proclamación
imperial de Octavio Augusto, protagonista de la narración de Tito Livio, y el inicio de un periodo
de estabilidad y expansión permitieron a Roma concluir la ocupación total de la Península tras
diez años de duros enfrentamientos con cántabros y astures (29-19 a.C.), cuyo valor guerrero y
sentido de la independencia tanto aprecia el historiador romano. Las consecuencias concretas
de esta última guerra se pueden apreciar en diferentes campos: en el político, toda Hispania
pasa a ser un territorio imperial dividido en una provincia de control senatorial (Bética) y dos
imperiales (Lusitania y Tarraconensis, con el norte recién ocupado); en el económico, el imperio
acrecentaba su nómina de trabajadores esclavos y se aseguraba la explotación de los recursos
minerales del noroeste; en el cultural, por último, se aceleraba el proceso de romanización con la
extensión de las formas de vida romanas y la creación de nuevas ciudades y colonias (tal y como
relata el texto e incluso a pesar de la persistencia de resistencias locales al norte).
3. COMENTARIO DE GRÁFICA / ESTADÍSTICA
Evolución de la composición del ejército romano
Clasificación. Nos encontramos en esta ocasión ante una gráfica de barras combinada
que, en cifras relativas (tantos por ciento), expone la evolución de la composición del ejército
romano (distinguiendo con colores a los soldados de origen italiano de los procedentes de las
diversas provincias) desde los inicios del Imperio con Octavio Augusto (siglo I a.C.) hasta su
crisis en el siglo III d.C. Dado que no se citan las fuentes a partir de las que se ha elaborado la
gráfica, cabe atribuir su autoría a los diversos redactores del libro de texto de “Historia de las
civilizaciones y del arte” del que ha sido extraída, por lo que básicamente tiene la misión de
ilustrar un texto científico adaptado para estudiantes (de ahí la sencillez de los datos).
Análisis. La gráfica muestra cuatro momentos sucesivos en la evolución del Imperio
romano, dejando constancia de la progresiva reducción del porcentaje de soldados procedentes
de la Península itálica como germen del Imperio romano (del 60% al 5%) y del gran incremento
de los procedentes de las diferentes provincias que fueron incorporándose a ese gran organismo
político que construyó Roma en torno al Mediterráneo (del 40% al 95%). Los cuatro cortes
temporales escogidos (y ordenados a partir de sus emperadores, salvo en el último caso) se
corresponden con los orígenes del Imperio de Augusto a Calígula (27 a.C.- 41 d.C.), su
consolidación de Claudio a Nerón (41 d.C.– 68 d.C.) y de Vespasiano a Trajano (79 d.C.– 117
d.C.) y su crisis en los siglos II y, sobre todo, III d.C. Se aprecia que la citada tendencia a la
provincialización del ejército se aceleró desde finales del siglo I d.C., como lo prueba el hecho de
que el propio emperador Trajano fuera de origen hispano. Esta evolución se debe a que la propia
expansión del Imperio demandaba cada vez más efectivos militares (ofensivos primero y
defensivos después) que Italia ya no podía -ni quería- proporcionar y a que el servicio en las
legiones era un buen modo de lograr la ciudadanía romana y otros privilegios socio-económicos.
Comentario. Tras superar la etapa de dominación etrusca que abarcó hasta finales del
siglo VI a.C., Roma se embarcó en una larga operación de conquista y colonización del mundo
conocido, empezando por la propia Península italiana a partir del Lacio y siguiendo por el
Mediterráneo (su Mare Nostrum) en época republicana, llegando por ejemplo hasta la Península
ibérica (desde entonces provincia de Hispania) a raíz de las guerras púnicas que les enfrentaron
con los cartagineses en la segunda mitad del siglo III a.C.. Ya en época imperial, desde Octavio
Augusto (27 a.C.), continuó esta labor expansiva y reorganizadora de los territorios, que se
prolongó hasta el mandato de Adriano, emperador de origen bético con el que culminó dicho
proceso y se aceleró el de integración de los territorios ocupados. Esta expansión permitió a
Roma disfrutar de recursos económicos y de mano de obra esclava abundante hasta los siglos
II-III d.C. y, a cambio, permitió la “romanización” de los diferentes territorios, esto es, su
asimilación a la cultura romana. Ese proceso de asimilación se vio favorecido por factores como
la creación de nuevas ciudades (sobre la base de asentamientos militares –caso de León- o
como colonias –caso de Mérida), la progresiva extensión de la ciudadanía romana (inicialmente
reservada a italianos, llevará hasta la “ciudadanía universal” concedida por Caracalla en 212
d.C.) y, como nos muestra esta gráfica, el papel del ejército, en el que convivían soldados de
ambas procedencias y que ofrecía una buena opción de mejora social (ciudadanía) y económica
(concesión de un lote de tierras al licenciarse como soldado emérito). En este largo camino,
Roma pasó de disponer de disciplinadas legiones reclutadas por conscripción obligatoria a tener
que realizar reformas militares para frenar la decadencia de un aparato militar (uso de esclavos y
criminales) que en el crítico siglo III d.C. acabaría convirtiéndose en árbitro político en un período
de anarquía (quitando y poniendo emperadores) y que, a partir de finales del IV empezaría a
tener serios problemas para contener la amenaza germánica del otro lado de la frontera.
4. COMENTARIO DE MAPA
Hispania a mediados del siglo VI (El reino visigodo)
Clasificación. El mapa histórico que a continuación procederemos a comentar está
extraído de un libro de texto de “Historia de España”, por lo que tiene el fin de complementar la
exposición teórica de los rasgos esenciales de la presencia visigoda en la Península ibérica entre
finales del siglo V e inicios del VIII d.C. Más concretamente, el mapa (analítico y estático) se
centra en la distribución –mediante códigos de color- de los territorios ocupados por visigodos,
suevos, bizantinos y otros pueblos a mediados del siglo VI; aunque también están representados
tanto el sur de Francia como el norte de África, en el primer caso sólo se hace constar la
presencia franca y en el segundo no aparece información alguna (ni geográfica ni histórica).
Análisis. El mapa de la Península a mediados del siglo VI nos muestra cuatro zonas
ocupadas por grupos políticos y culturales de origen diverso. Todo el centro y el este peninsular,
más las Baleares y una estrecha franja occidental orientada al Atlántico, corresponde a la zona
de asentamiento de los visigodos, pueblo bárbaro o germánico de origen centroeuropeo
instalado en el siglo V a raíz de un pacto con Roma y de la creciente presión de los francos. Los
suevos, instalados en el noroeste, también son un pueblo germánico llegado a comienzos del
siglo V (antes incluso que los visigodos), pero carente del soporte legal de un pacto con Roma, lo
que los convierte en un pueblo “invasor”. Una extensa franja meridional que va del Atlántico a
Levante asiste a la presencia del Imperio bizantino, heredero natural del antiguo Imperio romano
de Oriente que, desde el Mediterráneo oriental pretende seguir controlando algunas ricas zonas
del Imperio romano extinto a finales del siglo V. Finalmente, al norte, entre la Cordillera
cantábrica y los Pirineos, se asientan aún una serie de pueblos con un grado de desarrollo
político y económico inferior a los precedentes, pero reacios a cualquier intento de dominación
exterior, y que van desde los descendientes de culturas de origen celta (cántabros) hasta
pueblos de origen aún ignoto (vascones). Sobre esta base, entre la segunda mitad del siglo VI y
la primera del VII tendrá lugar el proceso de unificación territorial a cargo de los visigodos.
Comentario. La creciente debilidad del Imperio romano provocó que, desde comienzos
del siglo V, el anterior “goteo” de pueblos bárbaros o germánicos a través del limes o frontera se
convirtiera en una verdadera serie de oleadas invasoras como la protagonizada en 409 por
suevos, vándalos y alanos en la Península (para los dos últimos sólo como zona de paso hacia
otras demarcaciones, sobre todo en el norte de África). Este hecho forzó a Roma a firmar pactos
(foedus) con otros pueblos germánicos más romanizados (como los visigodos) por los que a
cambio de la defensa del territorio se autorizaba legalmente su instalación dentro del limes.
Inicialmente los visigodos instalaron su capital al sur de Francia (Toulouse), pero la presión de
los francos les forzó a cruzar los Pirineos y, desde Toledo, en el centro de la Meseta, dominar un
extenso territorio gracias a su superioridad militar (pese a ser pocos frente a los hispanoromanos). Basados en un modelo de monarquía electiva con amplia autonomía para la nobleza y
en un modelo socio-económico con relaciones personales de dependencia y fuertemente
ruralizado (latifundios), los visigodos llevaron a cabo entre mediados del siglo VI y mediados del
VII una triple unificación peninsular: religiosa (conversión de Recaredo al cristianismo, 589),
socio-jurídica (recopilación legal a cargo de Recesvinto, 654) y territorial (que es a la que se
relaciona con este mapa). Esta última se verificó entre los reinados de Leovigildo (que, entre 568
y 586, se enfrentó a los bizantinos, sometió a la aristocracia hispano-romana del sur y se
anexionó el reino suevo) y Suintila (que, entre 621 y 631, se enfrentó a los vascones y expulsó
definitivamente a los bizantinos), dando lugar así al primer “estado peninsular” que, sin embargo,
decaería en el siglo siguiente debido al gran poder de la Iglesia y de la nobleza y a las luchas
sucesorias, que acabarían provocando la invasión musulmana de 711 y el fin del reino visigodo.
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