La lógica del desarrollo - Red Eurolatinoamericana Celso Furtado

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La lógica del desarrollo
Ignacy Sachs*
El futuro historiador de las ciencias sociales estará en su derecho de extrañarse de
la frustrante simplicidad de las teorías del desarrollo puestas en circulación desde el día
siguiente de la segunda guerra mundial. En el fondo, deberíamos hablar más bien de la
teoría pues la lógica subyacente era la misma a ambos lados de la barricada. Un
economicismo estrecho hacía creer que, en el momento en que el crecimiento rápido
de las fuerzas de producción estuviera asegurado, se produciría un proceso completo
de desarrollo que se extendería más o menos espontáneamente a todos los ámbitos de
la actividad humana. De alguna forma, una condición sin duda necesaria1 para el
desarrollo se consideraba al mismo tiempo suficiente en nombre de una interpretación
de la historia basada en un materialismo mecanicista burdamente simplificado al que se
adherían tanto algunos marxistas ortodoxos como sus adversarios más opuestos, como
Rostow. Y para que se cumpliera esta condición suficiente y necesaria se
recomendaba a los países en desarrollo la repetición mimética de un modelo histórico.
Las opciones ideológicas no tenían más función que servir de base para elegir uno de
estos dos modelos: o bien el que proponía seguir el camino recorrido por los países
industrializados capitalistas desde la revolución industrial, o bien, el que proclamaba las
virtudes universales del modelo soviético.2 En el fondo, las dos escuelas de
pensamiento creían igualmente en un desarrollo lineal mecanicista y repetitivo de la
historia y reducían completamente el proceso histórico a una mecánica sociológica,
convirtiendo la mecánica de su elección en ley universal.
A ambos lados de la barricada, se afanaban en aplicar los modelos imitativos y se
rechazaba todo esfuerzo serio de comprensión y toda búsqueda creadora de
soluciones nuevas, lo que en el plano práctico sólo se podía traducir en fracasos más o
menos vergonzosos y confesados. Hacia 1955, se produjo una crisis que obligaba a
ambos a revisiones desgarradoras (pensemos en el XXº Congreso del partido
comunista soviético y en la emoción suscitada en Occidente por la Conferencia de
Bandoeng y, más tarde, y más tarde ora la emancipación de los países africanos). Ya
la expresión "tercer mundo", forjado en esta época, refleja en parte el desconcierto de
esa época pues, al ser voluntariamente ambiguo, es susceptible de ser interpretado en
dos planos diferentes: en el de la política internacional equivale al mundo no alineado;
mientras que en el plano ideológico esta expresión remite a la búsqueda de una tercera
vía entre el capitalismo y el socialismo. Ninguna de estas dos interpretaciones es
rigurosamente exacta, pero, en la medida en que ahora se pone el acento (a veces de
manera excesiva) en lo específico del tercer mundo o, más exactamente de los países
del tercer mundo, la investigación sobre el desarrollo puede revestir un carácter más
realista. Pronto hará veinte años que las ciencias sociales se esfuerzan en superar tres
tipos de limitaciones que se pueden definir como sigue: a) la tendencia a considerar a
Europa como punto exclusivo de referencia y a otorgar un valor absoluto a tal o cual
experiencia histórica vivida en Europa y al instrumental forjado para su estudio; b) una
noción demasiado estrecha del desarrollo, reducido primero al simple crecimiento
económico, noción que más tarde se ha ampliado a lo social y a lo cultural para llegar a
los conceptos de forma de vida y calidad de vida cuando no directamente a un proyecto
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de civilización; c) las barreras tradicionales entre los ámbitos, celosamente respetados,
de las diferentes disciplinas académicas; ahora lo interdisciplinario está a la orden del
día, si bien con mucha frecuencia es una postura más teórica que real.
¿Dónde nos encontramos ahora? Algunos pesimistas y descontentos se empeñan
en no ver más que fracasos y se niegan a admitir que la teoría del desarrollo haya
hecho el menor progreso a lo largo de los últimos veinte años. Nos gustaría oponerles
un punto de vista más moderado. En una obra reciente,3 hemos tratado de señalar las
etapas de la difícil emancipación de esta teoría, insistiendo en la aportación cada vez
más decisiva y a menudo desconocida, de los investigadores especialistas en el tercer
mundo. En la medida en que aborda el desarrollo como un proceso histórico, puede, en
su estado actual, aclarar las normas de acción, no proporcionando fórmulas ya hechas
-nunca existirá el "prêt à porter" en este ámbito- sino llevando a una cierta manera de
pensar y ayudando a hacer las preguntas pertinentes que no son en absoluto evidentes
y no se harían si no fuera por la aportación de la teoría.
En otras palabras, creemos en las virtudes heurísticas de la teoría del desarrollo,
pero no creemos que pueda conducir a una tecnología del desarrollo que se pueda
aplicar sin más. Esta tecnología debe ser creada para cada ocasión teniendo en cuenta
la realidad histórica del proceso social global.
Son dos condiciones muy difíciles de cumplir. ¿Cómo hacer para no perder de vista
todo lo que es particular en una experiencia vivida y para evitar caer en el empirismo
del estudio descriptivo del caso? ¿Y cómo abordar la descomposición de la totalidad
que no equivale a una yuxtaposición de los fenómenos o procesos sacados a la luz por
los diferentes análisis unidisciplinares?
El hecho de negar a la teoría del desarrollo una aplicabilidad inmediata no equivale a
subestimar la importancia del esfuerzo teórico. Por el contrario, es deseable que todos
los protagonistas del desarrollo recreen constantemente esta teoría, a partir sus
acciones y basándose en ellas y que la confronten con la práctica sin cesar para
enriquecerla. Lo que importa antes que nada es liberarse de la influencia de un
paradigma mecanicista tomado de las ciencias físicas y que se traduce sobre todo en
poner un interés excesivo en el volumen del ahorro y de la inversión. No es que
queramos negar la importancia del gran esfuerzo realizado en este terreno en los
países del tercer mundo, pero es igual de importante saber cómo se invertirá el ahorro,
quién lo invertirá, quiénes serán los beneficiarios y cómo; es decir, saber cuál será la
eficacia social del ahorro. Estas preguntas nos llevan mucho más lejos que las
consideraciones habituales sobre el índice de ahorro y los coeficientes de capital, con
ayuda de las cuales es posible construir unas ecuaciones someras relativas al
desarrollo. Éstas gozan de un gran favor entre las autoridades que deciden las grandes
orientaciones debido a su sencillez conceptual, pero sobre todo por la apariencia de
"objetividad" que confieren a las decisiones eminentemente políticas relativas al reparto
de las cargas y los beneficios del crecimiento. En el ámbito de la historia de las
ciencias, las analogías son a veces engañosas, pero pensemos en las dificultades que
tuvo que afrontar la biología en el siglo XVIII para liberarse de la influencia mecanicista
tal y como ha descrito François Jacob en su interesante obra.4
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A la luz de estas consideraciones, el esfuerzo realizado por Michel Kalecki para
integrar unos parámetros políticos en una teoría del crecimiento es de un valor
ejemplar, pero el gran economista polaco era el primero en reconocer que es imposible,
al menos por el momento, cifrar esos parámetros.5
¿Se podrá algún día? Personalmente, estamos tentados de responder que no. La
solución consiste más bien en institucionalizar el diálogo entre los gobernantes y los
gobernados en torno a las decisiones políticas explicitadas, mientras el paradigma
mecanicista, incluso ampliado, crezca en el sentido contrario ya señalado: el de la
creación de falsas apariencias de objetividad y de camuflaje del factor político. No
puede haber desarrollo a largo plazo sin una voluntad de desarrollo organizada en un
proyecto de civilización coherente, lo que supone revisar constantemente las
elecciones de los fines y los medios a la luz de los resultados obtenidos y de los
nuevos conocimientos. El proceso de desarrollo exige un procedimiento institucional
flexible en el que el debate sobre las alternativas ocupe un puesto esencial. Como
estábamos obnubilados por el paradigma mecanicista, hemos perdido el rumbo
insistiendo en la aportación posible de las técnicas de la planificación que tienen por
base la asignación óptima de recursos supuestamente conocidos para cumplir unos
objetivos fijados de antemano. Así queríamos eliminar, o por lo menos reducir al
máximo, la incertidumbre que pesa sobre el futuro. Pero decididamente, el precio
pagado es demasiado alto pues se deja a un lado a la imaginación social, después de
haber ayudado a formular un plan cuya misma coherencia se convierte en un obstáculo
para la innovación. La aceleración de la historia contemporánea y el ritmo del progreso
científico y técnico conducen por el contrario a otorgar a la preservación de las
opciones el rango de principio de planificación.6 Todos los que han trabajado en
planificación saben que un plan, una vez que ha sido establecido, tiene una vida difícil,
que necesita discusión sobre el terreno de lo posible y que, a la vez que seduce con el
señuelo de un futuro prometedor, implica de hecho, un cierto conservadurismo. A esta
antinomia se deben un buen número de fracasos prácticos.
Este tipo de reflexiones han conducido con demasiada frecuencia a condenar el
principio mismo de la planificación y a proclamar una vuelta pura y simple al modelo de
desarrollo espontáneo. Creemos que las críticas formuladas contra la planificación del
desarrollo en el plano de las realizaciones prácticas son, la mayoría de las veces,
exageradas.7 Más que abandonar la planificación y volver a las antiguas ilusiones de la
virtud de los mecanismos de mercado, y por aquí, al mito de la mano invisible, hay que
renovar esta planificación minuciosamente, teniendo cuidado a la vez de no caer en el
voluntarismo puro y simple de una cierta futurología que prácticamente no deja
intervenir al factor político, sin embargo esencial, y no ve que ciertos desarrollos
necesarios reducen considerablemente el campo de los posibles probables en relación
al conjunto de los posibles considerados fuera de la matriz de la historia.8 Como,
además, el pensamiento por variantes (en estos términos lapidarios definía Kalecki la
planificación) no se puede ejercer sensatamente más que en un número relativamente
restringido de alternativas, es forzoso pasar por la construcción de un número reducido
de guiones sobre el futuro y por su discusión con los interesados, es decir, por una
planificación basada en la participación. Un guión de referencia que extrapole las
tendencias en curso debe permitir descubrir los puntos críticos y las crisis que
amenazarían a la sociedad en caso de que ésta no encontrara la fuerza de modificar
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esas tendencias. Se podrían construir otros guiones partiendo de hipótesis alternativas
sobre la manera de desactivar esas crisis. El método de los guiones nos parece
interesante desde dos puntos de vista: hace trabajar a la imaginación del público y por
lo tanto se presta a una larga discusión; al mismo tiempo, evita el ceteris paribus, este
verdadero escollo de las ciencias sociales.
La manera de hacer operativo el enfoque del desarrollo así descrito conlleva ciertas
prioridades de investigación en ciencias sociales. Mencionaremos tres:
1. La primera ya se ha discutido de manera implícita. Se trata de la
institucionalización del proceso de planificación concebido como un mecanismo
de decisión basado en la participación (añadiríamos el término "democrática" si
el abuso que de él se hace no lo hubiera devaluado) y orientado al futuro.9
2. La segunda trata de la manera de insertar el factor político en el modelo
explicativo. Actualmente predominan dos tendencias igualmente dogmáticas.
Una no concede a lo político más que un papel accesorio sin integrarlo
verdaderamente en la explicación, sin atreverse a abordar las múltiples
interdependencias entre las variables consideradas explicativas y el juego
político, sin siquiera utilizar seriamente unos parámetros de comportamiento
político. La mayoría de las veces éstos no son mencionados más que por la
forma y se limitan a yuxtaponerlos al modelo explicativo.
Por el contrario, la otra tendencia sitúa de entrada todo el problema en una
opción ideológica y, después de haber tomado una, se queda ahí, satisfecha de
esta simplificación excesiva - la revolución o nada - falsamente radical e ingenua
pues supone que la cuestión revolucionaria es una condición suficiente para
asegurar el desarrollo y que por lo tanto, lo político domina todo el proceso. No
es preciso decir que esta última actitud no tiene nada que ver con el análisis
extremadamente sutil que hace Marx de las interdependencias entre la base y la
superestructura. Su única virtud consiste en recordar a cada momento que la
revolución forma parte del campo de los posibles probables (que muchos
investigadores de ciencias sociales parecen olvidar con demasiada frecuencia) y
que, en algunos casos, puede incluso revelarse como condición necesaria para
que el desarrollo pueda activarse.
¿En qué medida los hábitos de pensamiento sirven de pantalla en este ámbito
particularmente delicado? ¿Hasta dónde llega el condicionamiento social de las
ciencias sociales? Para estas preguntas hay que buscar respuestas mucho más
elaboradas que aquellas con las que se contentan los partidarios del
reduccionismo radical, y no olvidar que constituyen el núcleo mismo del debate y
que por consiguiente es pueril eludirlas o ver en ellas solamente un ejercicio de
epistemología sin mayor importancia.
1. La inserción del factor político en el modelo explicativo se acerca a un problema
más amplio ya aludido: ¿qué requisitos debe reunir un método interdisciplinar
que no se conforme con una mención a la forma seguida de una yuxtaposición
de análisis unidisciplinares que no puede conducir a nada?
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Para empezar, es importante preparar el terreno acostumbrando a los especialistas
de las diferentes disciplinas a hablarse unos a otros. En el momento actual las ciencias
sociales son una inmensa torre de Babel pues la multiplicidad de lenguajes y el
entusiasmo por la pseudo-creatividad verbal corren parejas con la intolerancia hacia la
jerigonza del prójimo.
Pero no conviene equivocarse y echarle todas las culpas a la comunicación. La
solución no consiste en buscar un esperanto de las ciencias sociales ni en formar
especialistas de lo interdisciplinario desprovistos de un conocimiento profundo de, al
menos, una disciplina. Sólo se puede acceder eficazmente a lo interdisciplinario
abriéndose al diálogo con las demás disciplinas, realizando al mismo tiempo un
esfuerzo de autoanálisis para comprender a la vez lo específico y las limitaciones del
ámbito de origen. Los análisis unidisciplinares dan forzosamente una imagen
deformada del hecho social global, lo que no es un mal en sí mismo siempre que uno
se dé cuenta de la naturaleza de la deformación. La práctica constante de la historia y
de la antropología, así como del sentido del tiempo y del espacio sociales así
adquiridos, permiten normalmente establecer puentes entre el modelo unidisciplinar y la
realidad social mucho más rica, y aprender a manejar como parámetros del modelo
unidisciplinar las variables estratégicas de otros modelos unidisciplinares. Ello debería
provocar un enriquecimiento progresivo de los modelos unidisciplinares y el ajuste
entre ellos.
¿Podemos esperar que un día desaparezca el ceteris paribus tan cómodo pero tan
esterilizante (es el economista el que habla)? Esto requiere un estudio profundo de las
formas concretas de la racionalidad económica en diferentes contextos
socioculturales.10 Ésta es una cuestión clave para la práctica del desarrollo. Creemos
que todo el postulado de la racionalidad es la base de la antropología filosófica en el
sentido de que es de esperar que los hombres escojan cada vez la solución que les
parezca mejor. Pero de esto no se deduce para nada que exista una racionalidad
económica suprahistórica y de alcance universal pues los criterios de evaluación de las
soluciones en presencia van a variar precisamente según el contexto sociocultural. ¿En
qué momento un campesino orientado hacia la autosubsistencia cambia su actitud
hacia el mercado? ¿Dónde está el umbral de este cambio? ¿Que juego de condiciones
nuevas y de variables tiene que intervenir para que se produzca?¿Qué repercusión
tienen las experiencias vividas, la actitud de los vecinos, la persuasión política? Tantas
preguntas a las cuales el economista no podrá responder si no se decide a abandonar
los modelos explicativos simplistas a los que está a acostumbrado y cuya rusticidad le
gusta enmascarar por medio de un abundante empleo de técnicas econométricas cada
vez más sofisticadas.
La práctica de lo interdisciplinar requiere una preparación distinta de los
especialistas en ciencias sociales. Nunca se insistirá demasiado en la necesidad de
una reforma profunda de la enseñanza. Como este tema rebasa el marco del presente
artículo, nos limitaremos a esbozar algunos temas de reflexión.
El especialista, aunque siga sujeto a una disciplina, debe tener de todas formas una
formación polivalente y adquirir el sentido del método globalizante, del vaivén entre la
realidad compleja y el modelo unidisciplinar. No hay que equivocarse: este método no
consiste en yuxtaponer los elementos escogidos por los diferentes especialistas. La
historia global no es la suma de las historias parciales; todo especialista del desarrollo
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debe tener un poco de historiador y prepararse a la prospectiva desprendiendo de la
materia histórica la lógica vivida del desarrollo, incluso jugando a la historia ficción. No
le invitamos a que se asome al pasado o a la experiencia contemporánea de otros
países para sacar los modelos imitativos. La historia se ofrece más bien a la reflexión
de los que deciden las grandes orientaciones y a la reflexión de los que buscan en las
ciencias sociales los antimodelos en relación a los cuales suele ser cómodo definirse.
La historia ayuda a percibir la diacronía del proceso mientras que la antropología
acostumbra a una visión sincrónica de las estructuras sociales, a la vez minuciosa y
globalizante. Por lo tanto, estas dos disciplinas deberían constituir el tronco común de
todos los programas de enseñanza de las ciencias sociales. Al mismo tiempo, hay que
iniciar muy pronto a los jóvenes investigadores en el arte de recrear y de hacer
progresar la teoría a partir de situaciones concretas. De ahí surgirá la oportunidad de
formar equipos interdisciplinarios de alumnos para investigar sobre el terreno la
solución de los problemas planteados por el desarrollo de un valle o una micro-región y
que adquieran así una formación práctica en ciencias sociales. La universidad debe
abrirse a la práctica cotidiana si quiere cumplir su función de formación de agentes
capaces de enriquecer la teoría del desarrollo. Así pues, una reforma radical de la
enseñanza aparece como un requisito previo para reforzar la contribución que las
ciencias sociales pueden hacer a la solución de los problemas con los que se tropiezan
los países del tercer mundo.
Traducido del francés
Notas
* En la fecha de preparación de este artículo para la ISSJ Vol.XXIV, No.1, 1972,
Ignacy Sachs era profesor en la École de hautes études en sciences sociales, París,
Francia.
1. Conviene insistir en este punto por las enojosas confusiones que suscita en la
actualidad el debate sobre el medioambiente. Para los países en desarrollo, la
búsqueda de una mejor calidad de vida sólo puede tener sentido en el marco de un
crecimiento rápido.
2. La crítica que hacemos aquí del marxismo se refiere a su versión ortodoxa erigida
en doctrina oficial en una determinada época y que constituye una perversión de la
concepción que el propio Marx tenía de la historia.
3. Ignacy SACHS, La découverte du tiers monde, París, 1971.
4. François JACOB, La logique du vivant, París, 1970.
5. Michel KALECKI, Théorie de la croissance en économie socialiste, París, 1970.
Ver también: Tendentes principales de la recrece das les sienes sociales te humanes,
1ª parte: Sienes sociales, cap. IV: "La siente économique", p. 340-426, La Haye, París,
Mouton, UNESCO, 1970.
6. Para este tema ver el informe de la Academia americana de ciencias, Technology:
processes of assessment and choice, Washington, 1969, así como la conceptualización
de la planificación flexible debida a R.L. ACKOFF, A concept of corporate planning,
Nueva York, 1970.
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Ignacy Sachs
7. Para una evaluación realista y sobria de la planificación en el tercer mundo, ver
los artículos de C. BOBROWSKI, "Dix ans de planification dans les pays sousdeveloppés" y C. FURTADO "Planification et réforme des structures en Amérique
latine", Archives européennes de sociologie, tomo XI, nº 1, 1970.
8. Georg PICHT tiene razón cuando dice: "El hecho más trágico de nuestro tiempo
es que, a fuerza de jugar de manera insensata con los "posibles" dejamos
completamente de lado lo que es indispensable" (Réflexions au Bord du Gouffre, p. 28,
París, 1970.
9. Ver H. OZBEKHAN, "Towards a general theory of planning", en: Enrich JANTSCH
(dir. publ. ), Perspectives of Planning, París, OCDE, 1969. Ver también: E.
MALINVAUD, "A planning approach to the public good problem" The Swedish Journal
of Economics, vol. 73, nº 1, 1971.
10. Ver a este respecto la importante obra de Maurice GODELIER: Rationalité et
Irrationalité en Économie, París, 1967.
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