LA FORMA DE GOBIERNO SEMI PRESIDENCIAL: ¿UNA SOLUCIÓN ALTERNATIVA PARA LOS PAÍSES DE AMÉRICA LATINA?* di Ida Nicotra (Catedrática de Derecho Constitucional Universidad de Catania) 8 de enero 2014 Sumario: 1. La democracia presidencial, el prototipo estadounidense. 2. El modelo semi presidencial en Francia. 3. La forma de gobierno en los países de América Latina: las disfunciones del presidencialismo. 4. Las virtudes de los modelos “impuros” de derivación presidencial y parlamentaria. 5. Posibles alternativas al sistema presidencial en los países de América Latina. 1. La democracia presidencial, el prototipo estadounidense La forma de gobierno que se adoptó en los países de América Latina tiene su origen en el sistema presidencial de Estados Unidos de América y se caracteriza por la aplicación contundente del principio de la separación de poderes. Efectivamente y, a diferencia de lo que ocurre en las formas de gobierno parlamentario, en los Estados Unidos, el Poder Legislativo y el Ejecutivo no están unidos por una relación de confianza. La figura más emblemática del modelo presidencial es el Jefe del Estado, órgano monocrático que representa de forma directa al cuerpo electoral; esta figura ostenta el poder ejecutivo y dirige las actividades del Gabinete por él nombrado. Los requisitos que hay que reunir para * Il presente lavoro è stato presentato in occasione del X! Congreso Iberoamericano de Derecho Constitutial “Jorge Carpizo” tenutosi il 17, 18 y 19 de Setiembre de 2013, a Tucuman, Argentina. federalismi.it n. 1/2014 poder presentar la candidatura a la Presidencia se recogen en el artículo II de la Constitución estadounidense, según la cual es necesario ser ciudadanos estadounidenses, haber cumplido treinta y cinco años y estar empadronado en los Estados Unidos desde hace más de 14 años. El mecanismo de elección - sólo formalmente indirecto – en realidad se basa en una inmediata y sustancial investidura popular como Presidente. En cada Estado miembro los ciudadanos eligen a los electores presidenciales, los cuales se reúnen posteriormente en el Electoral College (Colegio Electoral), con el fin de votar al Presidente y al Vicepresidente (elecciones de segundo grado). Los ciudadanos ya conocen la orientación de los llamados grandes electores, pues expresan su preferencia por uno u otro candidato a la Casa Blanca. Por lo tanto, el Presidente cuenta con el reconocimiento directo de los ciudadanos, lo cual justifica la centralidad de su cargo. La Constitución estadounidense no enumera de forma puntual las competencias, tal y como ocurre con el poder legislativo (artículo I, sección 8), lo que deja al Presidente un amplio margen de maniobra a la hora de ejercer sus funciones. El Presidente, de conformidad con el artículo II, sección 2, «es el Jefe de las Fuerzas Armadas Federales, puede escoger y reclutar las tropas, conceder indultos y suspender las penas tratándose de delitos contra los Estados Unidos. Cuenta con poderes diplomáticos en virtud de los cuales puede celebrar tratados y nombrar a los embajadores en el extranjero (bajo el consejo y consentimiento del Senado, con tal de que den su anuencia dos tercios de los senadores presentes)». El mandato del Presidente dura cuatro años y se puede renovar sólo una vez. En el pasado, no estaba previsto ningún límite en el número de los mandatos. Sin embargo, las cuatro elecciones sucesivas de F.D. Roosevelt como Presidente, determinaron la aprobación en 1947 de la XXII Enmienda, que traduce en una disposición constitucional precisa la práctica mencionada. Durante el llamado Election Day, no se eligen solo al Presidente, al Vicepresidente, a los diputados y senadores del Congreso, sino también a toda una serie de importantes cargos de la administración estatal y local, entre los que cabe mencionar a los Gobernadores de los Estados1. 1 Aparte de motivaciones puramente económicas, en razón de las cuales ornagizar las elecciones en un único día permite ahorrar cuantiosas sumas de dinero público, existen otras razones relacionadas con la historia de Estados Unidos. Una ley federal de 1792 permitía a cada Estado fijar las elecciones en el mes de noviembe, cuando la cosecha (momento muy importante en una sociedad predominantemente agraria como la estadounidense de aquella época) se había llevado a cabo y las tempestades invernales ya no aquejaban al territorio. De este modo, sin embargo, las elecciones resultaban parcialmente falseadas, ya que los Estados indicaban días diferentes y la presencia del telégrafo permitía que se comunicaran los resultados electorales. Este fenómeno influía en las actuaciones de los países en los cuales las elecciones todavía no habían tenido lugar. En 1845, el Congreso optó por una fecha única y se escogió el martes después del primer lunes de noviembre (esto es, un día entre el 2 y el www.federalismi.it 2 El Gabinete, compuesto por los Secretarios de Departamento, es nombrado y disuelto por el Presidente. Este órgano coadyuva al Jefe del Ejecutivo en el desempeño de sus funciones. Se discute de su naturaleza jurídica y la orientación prevaleciente considera que no se puede asimilar totalmente al órgano de Gobierno, típico de las formas parlamentarias. Además, el Gabinete está integrado por destacadas personalidades de la administración central, es decir, el Secretario de Estado, el Jefe del Departamento de Estado y el titular de Asuntos Exteriores. El Presidente tiene la garantía de su mandato y, según la XXI Enmienda, en caso de destitución por impeachment (más detalles a continuación), muerte, dimisión o impedimento, no se celebran elecciones sino que el Vicepresidente debe reemplazar al Presidente hasta el final de su mandato. Esta hipótesis se materializó ocho veces por causas de muerte, una por dimisión (en 1974 el Presidente Nixon dimitió a causa del escándalo Watergate). Esto también ocurre porque el Vicepresidente es elegido junto con el Presidente y, al igual que éste, goza de la legitimación popular directa. El papel vicario en los Estados Unidos es tan importante que, en el supuesto de que el cargo quedara vacío por cualquier razón, el Presidente debería proceder rápidamente a su nombramiento. Cabe señalar que el Congreso no puede retirar la confianza al Presidente, pues éste cuenta con “all legislative Powers” (todos los Poderes legislativos) (artículo I, sección 1, Constitución). Por otra parte, el Jefe de la Casa Blanca no tiene ningún poder a la hora de disolver anticipadamente al Congreso. El Congreso está compuesto por dos Cámaras: el Senado, integrado por dos representates de cada Estado miembro y se renueva un tercio de los senadores cada dos años. La Cámara de Representantes, formada sobre una base nacional, de manera proporcional a la población de cada Estado, se renueva íntegramente cada dos años. El bicameralismo se fundamenta, por lo tanto, en dos principios diferentes: en el Senado todos los Estados están representados de forma igualitaria, mientras que en la Cámara cada Estado tiene una representación proporcional a su peso demográfico. Por ejemplo, el Estado de Nueva York, tal y como todos los demás Estados, cuenta con dos senadores, pero está representado por 29 diputados, California por 53 y Alaska sólo por 1. El Speaker es el presidente de la Cámara de Representantes y es elegido por los miembros de la Asamblea, mientras que el Vicepresidente de Estados Unidos es el presidente del Senado y su voto no cuenta (con la excepción de los casos en que se producen empates). Se contempla también la posibilidad de elegir a un Presidente Pro Tempore (por tradición es el senador más antiguo del partido que posee la mayoría en el Senado), al faltar el Vicepresidente. Además de 8 del mes), con el fin de no interferir con el Sabbat, día sagrado de la semana judía y con el día del mercado que tenía lugar los miércoles. www.federalismi.it 3 ostentar el poder legislativo, el Congreso puede establecer y recaudar contribuciones, impuestos, derechos y consumos; pagar las deudas; proveer a la defensa común y al bienestar general de los Estados Unidos; aprobar el presupuesto anual; reglamentar el comercio con las naciones extranjeras, declarar la guerra; fomentar el progreso de las artes y de las ciencias y proteger el derecho de autor. Finalmente, el Congreso puede «expedir todas las leyes que sean necesarias y convenientes para llevar a efecto los poderes anteriores y todos los demás que esta Constitución confiere al gobierno de los Estados Unidos o cualquiera de sus departamentos o funcionarios» (artículo I, sección 8, apartado 18, Constitución). Se trata de la denominada implied powers clause, a través de la cual el Congreso amplió su poder legislativo a lo largo de los siglos, a veces en detrimento de los Legisladores federales. En particular, al ostentar el poder legislativo en materia económica y financiera, con frecuencia el Congreso orientó la política del Presidente, aprobando actos normativos que a veces concedían las medidas de gasto y otras veces las bloqueaban. La única ocasión en la que el Poder Legislativo y el Ejecutivo interactúan oficialmente es a finales de enero, cuando el Presidente comparece ante el Congreso reunido en sesión conjunta para pronunciar el «discurso sobre el Estado de la Unión». En todos los demás casos, el sistema se fundamenta en los denominados checks and balances (controles y contrapesos), lo que apunta a evitar la concentración del poder en las manos de un único órgano. La fórmula estadounidense tuvo que abordar algunos mecanismos de enlace, puesto que es posible que en el Congreso haya una mayoría diferente de la del Presidente, lo cual puede dar pie a contrastes profundos (gobierno dividido). El sistema presidencial estadounidense, basándose en la absoluta separación entre el Presidente y el Congreso, más que otros sistemas puede estar sujeto a situaciones de parálisis2. Es opinión compartida que el modelo presidencial vigente en Estados Unidos no garantiza en absoluto un gobierno eficaz. Es más, se trataría de la “organización estructural peor posible”, así que podríamos decir que “el sistema estadounidense funciona <<a pesar de>> su Constitución y no <<gracias a>> ella3. En efecto, los factores que posibilitan el funcionamiento del ordenamiento estadounidense se manifiestan en la flexibilidad ideológica, en la presencia de formaciones partidistas no disciplinadas y, por lo tanto, “ligeras” y, en una 2 A este respecto y a modo de ilustración, consúltese Sartori, G. “Né presidenzialismo, né parlamentarismo”, en Il fallimento del presidenzialismo, Juan J. Linz y Arturo Valenzuela (eds.), Bologna, Il Mulino, 1995, (en especial pág. 186). 3 Cita textual de Sartori, G. “Né presidenzialismo, né parlamentarismo”, cit. 187. www.federalismi.it 4 política muy centrada en cuestiones domésticas. Tanto es así, que la capacidad de mediación del Presidente puede garantizarle, cada vez, la mayoría en el Congreso. Entre los instrumentos de control, destaca ante todo el poder de impeachment con el que cuenta el Congreso y por el que puede destituir al Presidente y al Vicepresidente de su cargo por «traición, corrupción, u otros graves delitos» (artículo II, sección 4). El juicio final le corresponde exclusivamente al Senado, presidido por el Presidente de la Corte Suprema. Así mismo, el Senado aprueba los nombramientos presidenciales de algunos altos cargos (por ejemplo, los Secretarios de Departamento, los colaboradores de confianza del Presidente), los jueces de la Corte Suprema y los embajadores (el denominado poder de advice and consent, artículo II, sección 2, apartado 2). Además, puede convocar a los funcionarios de la administración con miras a ejercer un control sobre la política del Presidente (hearings). El Jefe del Estado, en cambio, tiene el poder de veto suspensivo sobre las leyes. Sin embargo, el Congreso puede limitar este poder volviendo a aprobar el texto con la mayoría de los dos tercios. La forma presidencial, por consiguiente, se basa en un dualismo paritario entre el Jefe del Estado y el Congreso. Los acontecimientos políticos y los eventos internacionales de las últimas décadas acabaron por influir en el funcionamiento concreto del sistema político e institucional de Estados Unidos. El siglo XX se caracterizó por la consolidación del papel del Presidente, en virtud también de los mecanismos de personalización del liderazgo. 2. El modelo semi presidencial en Francia La forma de gobierno semi presidencial, por el contrario, se llevó a la práctica con el objetivo de racionalizar los mecanismos típicos del gobierno parlamentario. Ciertamente, en esta fórmula se puede identificar una relación de confianza. Sin embargo, con el fin de dar mayor estabilidad al gobierno y evitar que su permanencia en el cargo dependa exclusivamente de una mayoría parlamentaria, se valorizó la figura del Jefe del Estado: éste tiene que desempeñar un papel político decisivo. El poder ejecutivo corresponde al Jefe del Estado y al Gobierno, según una estructura marcadamente dualista, en el sentido de que la cumbre del ejecutivo se reparte entre el Presidente y el Primer Ministro. No obstante, la organización del modelo semi presidencial gira en torno al papel del Presidente, cuya legitimación política está vinculada directamente a la voluntad de los electores. En la V República francesa se puede hallar el arquetipo de la forma de gobierno semi presidencial, cuyas raíces se remontan a los sistemas dualistas del Estado liberal del siglo XIX. En estos sistemas el Rey detenía el poder ejecutivo, pero una parte de este poder se www.federalismi.it 5 atribuía al Primer ministro y a los ministros, responsables ante el soberano por el que eran nombrados y ante la Cámara electiva que podía retirar su confianza. La distribución actual del poder en Francia se caracteriza por un Jefe del Estado (el Presidente) elegido por sufragio universal y directo por el cuerpo electoral. Él está llamado a gobernar el país en condiciones de independencia respecto del Parlamento. El Jefe del Estado cuenta con la colaboración del Gobierno, presidido por el primer ministro, y tiene que obtener la confianza parlamentaria. Tal y como ocurría en la monarquía de Luis Felipe de Orleans, el poder ejecutivo está repartido entre el Presidente y el Gobierno, de acuerdo con una estructura diárquica, en la que los acontecimientos políticos juegan un papel esencial a la hora de desplazar el eje decisional. En primer lugar, considero oportuno reflexionar sobre el hecho de que en la versión originaria de la Constitución francesa de 1958, se esboza una forma de gobierno parlamentario caracterizada por un preciso orden monístico. En este marco reglamentario, las relaciones entre el Primer Ministro y el Presidente de la República se definen de forma clara y armónica. Efectivamente, los artículos contenidos en el Título III dedicado al Gobierno, afirman que «el Primer Ministro dirige la acción del Gobierno» (artículo 21). El artículo 20 atribuye al Gobierno el poder de determinar y dirigir la política nacional. En línea con los principios fundamentales del parlamentarismo, el Gobierno responde ante el Parlamento de su actuación política. La aprobación de una moción de desconfianza por parte de la Asamblea Nacional supone para el Primer Ministro la obligación de dimitir (artículo 50). El primer ministro se perfila, pues, como el auténtico detentor del poder ejecutivo, el eje del sistema político-institucional. Al hilo de lo anterior, poco antes de las elecciones parlamentarias de 1978, el Presidente Giscard D’Estaing reconoció que si los partidos de la opisición hubiesen ganado las elecciones, él habría nombrado a un Primer Ministro grato a la nueva mayoría parlamentaria, con el que habría cohabitado y acordado la implementación del programa político. El Presidente de la República que, según aquella Constitución no es elegido directamente por el pueblo, desempeña un papel de árbitro, pues tiene que garantizar el funcionamiento regular de los poderes públicos y la continuidad del Estado. Él es el garante del correcto cumplimiento de la constitución y goza de poderes propios, como la disolución de la Asamblea Nacional, la convocación de referendos, el poder de enviar mensajes a las Cámaras. Y precisamente en función de su papel de guardián de la independencia nacional, de la integridad territorial y de los tratados internacionales, sólo en casos excepcionales de amenaza www.federalismi.it 6 a estas situaciones, está llamado a ejercer poderes extra ordinem (artículos 5 y 16, Constitución). El punto de inflexión del sistema se produjo en 1962, pues con la introducción de la elección por sufragio universal, se reconoció al Presidente de la República una legitimación popular directa que implicaba una transformación radical de la forma de gobierno en el sentido dualista. Las dos figuras más emblemáticas del Estado, en efecto, obtienen su legitimación a partir de la elección popular (el Presidente con carácter inmediato y el Primer Ministro de forma mediada). De ahí el surgimiento, para utilizar las palabras de J. Gicquel, de un «régimen singular, inédito en el que el eclecticismo está en competición con la ambigüedad». Asistimos a etapas alternas de dualismo potencial y dualismo real. La Constitución y la praxis difieren profundamente y ésta última se impone. La separación entre constitución escrita y praxis adoptada por los protagonistas de la política francesa constituye otro elemento que permitió matizar de forma peculiar la relación entre el Presidente de la República y el Primer Ministro. Sólo reflexionar sobre el hecho de que la Constitución francesa no prevé expresamente ningún poder por parte del Elíseo para revocar al Primer Ministro. El artículo 8, de hecho, otorga al Presidente la única prerrogativa de nombrar al Primer Ministro y de poner fin a su mandato en caso de dimisión del Gobierno. Sin embargo, se afianzó la convención según la cual el Presidente destituye al Primer Ministro y procede al nombramiento de un nuevo Primer Ministro, para no desautorizarse a sí mismo ante una derrota electoral, por poner un ejemplo. Chirac sacrificó a Raffarin como consecuencia del resultado negativo en el referéndum sobre la ratificación del nuevo Tratado europeo. Por otra parte, incluso durante la Presidencia De Gaulle, asistimos a una acentuación de la figura presidencial a expensas del Primer Ministro, que asume el papel de un comandante secundario, destinado a ser dejado de lado cuando la situación política así lo requiera. Y así, en 1962, el General reemplazó a Debré por Georges Pompidou, absolutamente fiel al Presidente. De todas maneras, hace falta plantearse si la cohabitación representa a todas luces un desarrollo normal de la forma de gobierno francesa. Después de todo, sólo por períodos cortos, el sistema político francés tuvo que afrontar la cohabitación (1986-1988, 1993-1995, 1997-2002). Las valoraciones de las etapas diárquicas no son unívocas, pues algunos consideran que se trató de ciclos políticos caracterizados por una fuerte conflictividad entre dos líderes pertenecientes a partidos políticos opuestos, lo que perjudicó la funcionalidad del sistema. También puede haberse tratado de una guerra permanente entre el Presidente y el www.federalismi.it 7 Primer Ministro, sobre todo cuando ambos son candidatos para las elecciones presidenciales siguientes (F. Laffaille). Otra opinión considera que la diarquía entre los órganos de gobierno del Estado dio lugar a una gestión colaborativa del poder (en particular, en el último período de cohabitación entre el Presidente Chirac y el Primer Ministro Jospin). Esto contrasta con la opinión de cuantos, por el contrario, hacen hincapié en los beneficios de un sistema versátil y flexible, que se presta mejor que otros a una interpretación de los cambios de las estructuras político-partidistas que fueron determinadas, en diferentes períodos históricos, por el voto popular. Una cosa parece incontrovertible: a raíz de un amplio debate sobre la necesidad de superar la V República y el nacimiento de una VI République, Francia aprobó al principio de esta década, dos reformas constitucionales importantes que están encaminadas a eliminar o al menos reducir significativamente los casos de cohabitación. Las innovaciones de los años 2000 y 2001 tuvieron el efecto de matizar el fenómeno de la cohabitación. De acuerdo con una parte de la doctrina francesa, la ley constitucional del 2 de octubre de 2000, al ordenar la reducción del mandato presidencial de siete a cinco años, produjo un empobrecimiento sustancial de la figura del Primer Ministro. De hecho, la coincidencia de las elecciones presidenciales y legislativas estableció un fuerte vínculo entre el Presidente y la mayoría parlamentaria, arrojando sombra sobre el papel del Primer Ministro. En efecto, la acentuación definitiva del papel del Presidente fue facilitada por la ley orgánica de 16 de mayo de 2001, que dio lugar a la inversión del calendario electoral. En concreto, las elecciones presidenciales tienen lugar algunos meses antes de las legislativas, con la intención declarada de producir en estas últimas un efecto de arrastre y de conjurar la hipótesis de la cohabitación. De esta manera, se pretende favorecer la formación de gobiernos de legislatura liderados por el Presidente. Según algunos, estas reformas contribuyeron a la creación de un sistema híper presidencial o incluso una forma de "cesarismo democrático". En las últimas elecciones, el candidato socialista Hollande fue elegido con el 51,67% de los votos, derrotando a Nicolas Sarkozy. En las elecciones legislativas que tuvieron lugar poco después de las presidenciales, el Partido Socialista consiguió más votos que la Unión pour Mouvement Populaire y, por lo tanto, se evitó la hipótesis de la cohabitación. El Presidente de la República nombró al Primer Ministro, Jean-Marc Ayrault, personalidad destacada del Partido Socialista, también considerado como un excelente mediador en las relaciones con Alemania. El sistema que se redefinió con las reformas de los años 2000-2001, según algunos críticos se vería privado de los controles capaces de equilibrar el fortalecimiento del papel del Presidente. No sólo eso. El punto de mayor preocupación sería determinado por la falta de www.federalismi.it 8 correlación entre la distribución del poder político y la responsabilidad. En particular, la ausencia de formas apropiadas de responsabilidad válidas con respecto al Presidente de la República es un aspecto importante del sistema institucional francés. En particular, con la Ley Constitucional 2007-239 se estableció (artículo 68) que durante la duración del mandato, el Presidente de la República no esté sujeto a condiciones de procedibilidad así como la posibilidad de ser destituido sólo en el caso de no haber cumplido con «sus deberes incompatibles con el ejercicio del mandato» (que sustituyó el delito de “alta traición"). La institución de la irresponsabilidad presidencial caracteriza a la forma de gobierno parlamentario y se justifica por el hecho de que la persona que tiene la función de orientación política es el Primer Ministro y su Gobierno. Es probable que, en un contexto diferente, en el que el Jefe del Estado adquiere importantes funciones de orientación política, este mecanismo merezca una revisión. Con la intención específica de modernizar y reequilibrar las instituciones de la V República francesa, se puso en marcha en Francia un proceso de reforma orientado a innovar algunos aspectos de la Constitución de 1958. En particular, con el establecimiento del Comité Balladur se sentaron las bases para la elaboración de una ley constitucional dirigida a modificar los procedimientos para el ejercicio del poder ejecutivo y a ampliar las competencias del Parlamento. Para limitar el análisis al perfil de las relaciones entre el Presidente de la República y el Primer Ministro, la Ley Constitucional n° 2008-724 modifica el artículo 6 de la Constitución y establece que nadie puede cubrir el cargo de Presidente de la República durante más de dos mandatos consecutivos. Hay que valorar la reforma positivamente, porque favorece la sustitución de la dirección política y evita cristalizaciones de poder, aunque se señaló que termina acabando con el supuesto papel de rassembleur del Presidente de la República. Ello lo convierte - aunque sea simbólicamente - en el verdadero líder del ejecutivo. También es significativa la revisión del artículo 18, que permite al Presidente de la República intervenir ante el Parlamento reunido en sesión conjunta. Sin embargo, no es posible votar sobre el discurso del Presidente. Incluso esta nueva prerrogativa, que supera la prohibición del presidente francés para acceder a las Cámaras, parece reforzar su posición, por lo que es aún más similar a la del jefe de la Casa Blanca que comparece ante el Congreso para pronunciar el discurso sobre el Estado de la Unión. Todo esto en detrimento del Primer Ministro, cuyo papel constitucional sufre un redimensionamiento adicional. www.federalismi.it 9 El informe de la Comisión Balladur destacó, asimismo, la necesidad de proponer modificaciones para alinear el texto constitucional a la praxis, otorgando al Presidente de la República la facultad de "definir la política de la Nación" y por lo tanto ya no se trata de determinar, sino sólo de “dirigir” la política nacional. Con estas revisiones, se adecuaría la Constitución al funcionamiento de la forma de gobierno francesa que reserva al Presidente la tarea de determinar la orientación política y relega al Primer Ministro en una posición de marginalidad. Por otra parte, durante la presidencia de Sarkozy, prevaleció la idea de que si se hubiera actuado en continuidad con el planteamiento jurídico preexistente, la modificación de la redacción actual presentaría más inconvenientes que ventajas. Por consiguiente, se confirmó, al menos formalmente, el planteamiento dualista del poder ejecutivo en lo que atañe a la repartición de las competencias entre el Presidente y el Primer Ministro. 3. La forma de gobierno en los países de América Latina: las disfunciones del presidencialismo Entre las ventajas que se atribuyen a las formas de gobierno de tipo presidencial, encontramos las relacionadas con la eficiencia y la gobernabilidad. En particular, se cree que en las formas de gobierno centradas en la figura del Presidente, el Jefe del Ejecutivo – sin una mayoría preconstituida – construye a partir de cada propuesta específica una mayoría transversal dispuesta a apoyarlo. Y, de hecho, un elemento que caracteriza al presidencialismo es el principio de la doble legitimación, lo que significa que tanto la Asamblea Legislativa como el Presidente son elegidos por el pueblo y ambos exigen una legitimación democrática. La consecuencia de ello apunta a una propensión a la cooperación entre el Presidente y las Cámaras. La "doble vía" de la legitimación y por lo tanto, las dos elecciones separadas logran conciliar la eficiencia y la representatividad del sistema de gobierno. Además, existiría una clara identificabilidad-responsabilidad del jefe del Ejecutivo y de su programa político. El hecho de que el Presidente y el Parlamento sean elegidos por un período de tiempo preestablecido y que la duración del poder legislativo sea independiente del Ejecutivo y viceversa, aboga por una labor de mediación para encontrar convergencias útiles para la aplicación del programa político, evitando así el trauma del final prematuro de la legislatura. El modelo de tipo presidencial logra aglutinar el principio de la independencia del poder legislativo con el de la responsabilidad-identificabilidad del ejecutivo. Por otra parte, esta hipótesis se puede desmentir o confirmar. En cuanto al primer caso, tanto la experiencia de Estados Unidos como la de los países de América Latina demuestran que los presidentes encontraron numerosos obstáculos a la hora de llevar a cabo sus agendas. “Ellos www.federalismi.it 10 ostentaron en gran medida el poder de poner en marcha y promover las políticas, pero se enfrentaron a dificultades a la hora de obtener el apoyo para realizarlas"4. En particular, en los sistemas jurídicos de América Latina, se produjo la necesidad de superar la forma de gobierno presidencial. El aspecto más crítico es la falta de acuerdo político entre los poderes legislativo y ejecutivo, cada uno de los cuales tiene su propia legitimación popular. Lo anterior fue la causa principal de bloques y tensiones institucionales que llevaron a una situación de inmovilismo5. Cabe precisar desde ya, que la fórmula del “presidencialismo” representa una generalización, casi una exageración, dado que los Estados latinoamericanos plantean formas de gobierno, incluso muy diferentes entre sí6. Por lo tanto, las diferentes experiencias de gobierno en América Latina no son atribuibles a una sola categoría. Sin embargo, “los críticos del presidencialismo siguen defendiendo la tesis de que la inestabilidad política y la situación económica precaria proceden de problemas comunes a todos los países de América Latina”7. En las páginas de Duverger ya surge con claridad la diferencia entre el régimen presidencial clásico vigente en Estados Unidos y las experiencias institucionales de los países latinoamericanos donde se produjo un debilitamiento de los poderes del Parlamento y un crecimiento hipertrófico de los poderes del Jefe del Ejecutivo. El punto crítico más evidente tiene que ver con la falta casi total de un mecanismo de equilibrio de los poderes, a saber, un rasgo típico del modelo estadounidense. Uno de los aspectos que hasta fechas recientes fue cumún a los mencionados modelos, habida cuenta de sus respectivas especificidades y de las realidades jurídicas de América Central y del Sur, reside en el fenómeno de la excesiva concentración de poder8 en las manos del Presidente de la República, que se sitúa tanto por encima del poder legislativo como del poder judicial. Se tiende a compartir la idea de que la causa del mal funcionamiento del presidencialismo reside en determinados factores: en particular, la injerencia de las fuerzas armadas en la vida política, la condición de estancamiento económico, la agudización de los conflictos sociales. 4 Cfr. Scott Mainwaring, en «Presidentialism in Latin America», en Latin America Research Review, 25, 1990, n. 1, 162 5 A este respecto, remitimos al lector a las consideraciones de E. Pablo Jiménez, El presidencialismo en el sistema constitucional argentino, sin atenuaciones provenientes del sistema parlamentario, y con escasos controles Republicanos operativos, comunicación presentada en ocasión del Congreso del Instituto Iberoamericano de derecho constitucional sobre Presidencialismos y Parlamentarismos en los países latinoamericanos, Parma, Ravenna, Bologna, 5-8 de marzo de 2013. 6 Consúltese a este respecto, L. Mezzetti, Le democrazie incerte, Transizioni costituzionali e consolidamento della democrazia in Europa orientale, Africa, America Latina, Asia, Torino, Giappichelli, 2000, 331 ss. 7 L. Mezzetti, op. cit., 338. 8 E. Rozo Acuna, Tendenze del diritto pubblico in America Latina (spunti comparatistici), in … www.federalismi.it 11 En América Latina, la organización militar tuvo una influencia importante en el sistema político e hizo posible la aparición del "Director Supremo", es decir, los dictadores militares que desempeñaban una amplia gama de funciones. En Brasil, por ejemplo, la larga dictadura militar duró desde 1964 hasta 1989, año en que se volvió a establecer la elección directa del Presidente de la República. El autoritarismo tiene raíces profundas en la cultura prehispánica, en la influencia del Islam, en la jacobina y, también, en las teorías marxistas9. Desde principios de la emancipación del colonialismo, los países latinoamericanos dieron prioridad a la seguridad y al orden público, relegando a un papel secundario las garantías a favor de los derechos fundamentales de la persona. Probablemente el defecto principal de estos ordenamientos radica precisamente en la ambigüedad que dio lugar a formas de gobierno presidenciales. La ilusión de que la reproducción, en aquellos territorios del sistema federal y presidencial10 adoptado en los Estados Unidos, fuera el instrumento para lograr los objetivos de bienestar económico y social de la democracia angloamericana11. 4. Las virtudes de los modelos “impuros” de derivación presidencial y parlamentaria Una reforma de los ordenamientos de América Latina desde una perspectiva parlamentaria del modelo de gobierno, según Sartori se debería evitar, ya que su hipotética introducción supondría escasos beneficios en términos de eficiencia y de gobernabilidad. El destacado politólogo – sobre la base de la experiencia que Francia acumuló durante la III y IV República y en Italia desde 1948 – subraya la mediocridad de la acción gubernamental que deriva de la adopción de un "parlamentarismo puro". En efecto, la idea que se basa en la correspondencia entre la "estabilidad de la democracia" y "la estabilidad del gobierno" acentúa defectos difíciles de superar, a no ser que se reflexione sobre el hecho de que un gobierno duradero no siempre desarrolla una acción política eficaz. 9 Sobre este punto, L. Mezzetti, op. cit., 439. Es suficiente con reflexionar sobre las condiciones de pobreza extrema de gran parte de la población de América Latina. Brasil, el país más grande y más complejo de América del Sur, que desde 1989 adoptó un sistema presidencial, se caracteriza por un grave desequilibrio en la distribución de la riqueza, por el fracaso a la hora de lograr una reforma adecuada de los latifundios y de una política social inadecuada. Incluso durante y en los años posteriores a la Presidencia de Lula, que apostó por la intervención del Estado en materia de salud y educación, el país experimentó una dramática "guerra de clases", lo que figura en las estadísticas que ponen de relieve la relación entre los asesinatos perpetrados y el porcentaje de niños desnutridos. A este respecto, véase L. Rubio, “Il Brasile alla prova delle elezioni presidenziali. La sinistra e le sue chance di governo”, en il Quadrante 2002, 102 ss. 11 A. Filippi, “I paradossi e le sfide istituzionali del presidenzialismo latinoamericano”, en Italianieuropei, n. 5/2006, 4. 10 www.federalismi.it 12 En los países que adoptan el sistema parlamentario, la formación de gobiernos que, por fuerza mayor, son de coalición “prolongan su supervivencia sin hacer casi nada”12. Por lo tanto, la longevidad de los Ejecutivos no es sólo una virtud en sí misma, si no va acompañada de una capacidad de toma de decisiones, sino más bien la falta de acción que, en un marco parlamentario muy fragmentado, se limita a garantizar al gobierno una vida relativamente larga. La cuestión no es de poca monta, ya que del buen funcionamiento de la forma de gobierno depende el mantenimiento de la forma de Estado, a saber, la consecución de los objetivos fundamentales que el ordenamiento pretende llevar a cabo, a partir de las garantías otorgadas a los derechos y a las libertades fundamentales de la persona. Al hilo de ello, según la enseñanza autorizada de Leopoldo Elia, "prescindir de una forma de gobierno eficaz, apoyándose en la sustitución de ciertas fuerzas de la sociedad civil, puede resultar sumamente peligroso en el largo plazo". Dichos inconvenientes, primero de todos la escasa capacidad decisional de los Gobiernos, se podrían superar mediante correcciones a la fórmula parlamentaria que posibiliten una racionalización de la soberanía de los Parlamentos, como ocurre en el sistema alemán de Cancillería y en el británico, basado en el Westminster. En la Europa continental se afianzó la tendencia a la racionalización del parlamentarismo, o sea, la traducción de los mecanismos de funcionamiento del sistema en normas constitucionales. Alemania prefirió racionalizar su forma de gobierno de manera contundente, a la luz de la traumática experiencia de la Constitución de Weimar de 1919. A causa de la debilidad de las instituciones, esta Constitución no había logrado evitar la afirmación del régimen nazi. La versión alemana de la forma de gobierno parlamentaria se caracteriza por dar un relieve especial al jefe del Gobierno, es decir, al Canciller13. La falta de un debate parlamentario en torno a la orientación política, a la formación de gobierno y a los miembros de la mayoría supone una significativa personalización del poder. El Bundestag, de hecho, confirma una elección que el cuerpo electoral efectúa indirectamente, ya que la propuesta del Presidente refleja el entendimiento alcanzado por los partidos mayoritariamente representados en la Cámara política. La institución que caracteriza a la 12 G. Sartori, Né presidenzialismo, né parlamentarismo, cit., 192. El Canciller es elegido por mayoría absoluta por los miembros del Bundestag, es decir, la Cámara política, sin debate, a propuesta del Presidente federal. Si la persona que el Presidente “sugiere” no es elegida, la Cámara puede identificar otro Canciller, mediante la mayoría de sus componentes y en los catorce días siguientes. En caso de resultado negativo, se procede a una nueva elección y la persona que consigue el mayor número de votos, se hace con el cargo. Si el candidato consigue la mayoría absoluta, el Presidente federal tiene la obligación de nombrarlo en un plazo de siete días a partir de la fecha de la elección. Por el contrario, si la mayoría es relativa, puede escoger si nombrarlo o bien disolver la Cámara (artículo 53). 13 www.federalismi.it 13 forma parlamentaria alemana es la desconfianza constructiva14, mediante la cual se pretende redimensionar el poder político de las formaciones minoritarias pertenecientes a la coalición de gobierno. De conformidad con el artículo 67 de la Ley fundamental alemana, la Cámara política «puede expresar la confianza al Canciller federal solo si elige por mayoría de sus miembros a un sucesor y si pide al Presidente federal que destituya al Canciller federal. El Presidente federal debe cumplir con esta petición y nombrar al electo». Con este instrumento se pretende evitar las denominadas crisis a oscuras, o sea, aquellas crisis donde no está prevista ninguna solución, donde no se ha identificado al nuevo Ejecutivo ni a la persona que lo liderará. Además de evitar peligrosos vacíos de poder, los partidos se ven así obligados a encontrar un acuerdo aún antes de que se retire la confianza al Gobierno15. En el panorama de las democracias occidentales, Gran Bretaña presenta «la más alta concentración de poder de gobierno que se pueda imaginar en un estado democrático»16 en las manos del Primer Ministro y del Gobierno. En el parlamentarismo mayoritario donde prevalece el papel del Gobierno, asistimos a la valorización del Ejecutivo que cuenta con una fuerte estabilidad. El Primer Ministro, líder de la fuerza que obtuvo la mayoría en las elecciones, cuenta con una doble investidura: la del partido que lo individualiza como su propio secretario (consciente de que en caso de victoria electoral, asumirá el cargo de Primer Ministro) y la del electorado que, al votar al partido de referencia, lo elige como Primer Ministro aunque sea indirectamente. En el caso de que se quebrara la relación de confianza entre el líder y su partido, se conferirá el cargo de Primer Ministro al nuevo secretario. El Gobierno y el Primer Ministro gozan del apoyo de la mayoría parlamentaria y, por lo general, lo mantienen a lo largo de todo el mandato (Gobierno de legislatura)17. 14 España también adoptó una forma de gobierno racionalizada, después de cuarenta años de régimen franquista. La Carta constitucional española prevé la moción de desconfianza constructiva, por lo que es posible retirar la confianza al Primer Ministro solo si se indica un nuevo Jefe del Ejecutivo. Tanto en España como en Alemania, el Jefe de Gobierno juega un papel decisivo: nombra y destituye a los ministros, puede cuestionar la confianza y pedir al Jefe de Estado que disuelva las Cámaras. 15 La desconfianza constructiva se puso en marcha solo en un caso, en 1982, cuando fue elegido por primera vez Helmut Kohl como Canciller. Se ratificó así el paso de una coalición de socialdemócratas-liberales a una integrada por cristiano-demócratas-liberales. Aun así, después de casi dos meses Kohl provocó una moción de confianza precisamente con el fin de ser derrotado (de hecho, animó a algunos de sus parlamentarios a que salieran de la Cámara, para quedar en minoría), pedir la disolución del Bundestag y proceder inmediatamente a las elecciones. Su objetivo era el de obtener la investidura por parte del electorado, ya que la consideraba necesaria para seguir adelante con su mandato. Efectivamente, del sistema político y de las modalidades de elección procede la legitimación directa del Canciller por parte del cuerpo electoral que, en el momento de expresar su preferencia por un candidato en el Parlamento, elige indirectamente al Jefe del Ejecutivo. 16 A. Barbera, C. Fusaro, Corso di Diritto pubblico, Bologna, Il Mulino, 2004, 182. 17 Al líder de la oposición se le reconoce expresamente un estatus (en Inglaterra, Ministers of the Crown Act de 1937), o sea, un conjunto de derechos y deberes entre los que destaca la erogación de un salario anual de dos mil libras esterlinas, amén de los emolumentos previstos en su calidad de miembro del Parlamento, el desarrollo de las Prime Minister’s Questions, es decir, seis interpelaciones adicionales que el Jefe de la oposición dirige (generalmente los miércoles por la tarde) al Primer Ministro, mientras que el líder del tercer partido tiene www.federalismi.it 14 Como demuestran la experiencia alemana y la del Reino Unido, el funcionamiento de formas de gobierno parlamentarias racionalizadas depende en buena medida de un sistema que se fundamenta en partidos políticos cohesionados y bien estructurados. Gran Bretaña, por ejemplo, se rige por una fórmula sustancialmente bipartita, en la que la contienda electoral se produce principalmente entre conservadores y laboristas. Sin embargo, según parece, no se puede ignorar la presencia del partido Liberal Demócrata con motivo de las elecciones políticas de 2010 que, de todas maneras, no parecen haber alterado la fisonomía políticoinstitucional de ese ordenamiento. 5. Posibles alternativas al sistema presidencial en los países de América Latina. Los Estados latinoamericanos, por el contrario, se caracterizan tradicionalmente por partidos débiles y no disciplinados. Así, en el supuesto de que se optara por el parlamentarismo, se correría el riesgo de poner en marcha un sistema de tipo asambleísta, “en sus aspectos peores”18. Efectivamente, en los Estados latinoamericanos, caracterizados por una fuerte fragmentación dentro de los partidos políticos, la adopción del sistema parlamentario muy probablemente acabaría por provocar una parálisis de la acción de gobierno, determinada por el enorme poder de presión y de chantaje de las numerosas componentes parlamentarias 19. La condición necesaria para llevar a la práctica la transición democrática reside precisamente en el fortalecimiento de partidos bien estructurados. Las ventajas del semi presidencialismo derivan del hecho de que el sistema, para dar lo mejor de sí, necesita contar con partidos sólidos, que garanticen en el Parlamento una mayoría a favor del Primer Ministro. En caso contrario, el Presidente de la República, aunque sea elegido de forma directa, tendrá que identificar a una figura que si bien pertenece a la oposición, resulte grata a las Cámaras. Por lo anterior, en el sistema de derivación francesa los protagonistas del marco institucional son los partidos organizados que controlan al Parlamento. Es muy improbable que se pueda conseguir el voto de los electores en la carrera a la Presidencia de la República, si el candidato no es también el líder de un partido político con una organización sólida y con un claro perfil ideológico. Parece difícil que en un marco jurídico de tipo semi presidencial puedan destacar derecho solo a dos interpelaciones. Éste es el jefe del Shadow Cabinet (el Gabinete sombra), que reúne a los miembros más carismáticos del partido de minoría, destinados a asumir cargos ministeriales en el caso de que se produzca una alternancia en las elecciones siguientes. 18 G. Sartori, op. cit., 197. 19 Se expresan posturas muy críticas en Il fallimento del presidenzialismo, J. Linz y Arturo Valenzuela (eds.), Bologna, Il Mulino 1995. www.federalismi.it 15 candidatos20 de origen populista y antiestablishment que cuentan con el apoyo de formaciones partidistas sumamente frágiles. Además, es opinión bastante difundida que las “virtudes” del presidencialismo proceden de sistemas – por así decirlo – casi semi presidenciales que no se fundamentan en una clara división de poderes, sino en el principio de la repartición de las funciones. Ello llevaría a descartar la concentración del poder ejecutivo en las manos de una sola persona, y “obligaría” al Presidente a dialogar con el Primer Ministro, el cual, en el caso de mayorías divididas, es expresión de un partido diferente. Los desarrollos más recientes del constitucionalismo latinoamericano apuntan hacia la redistribución de poderes entre el legislativo y el ejecutivo, confiando a los Parlamentos importantes funciones de control sobre el ejecutivo e intensificando los procedimientos dirigidos a examinar la responsabilidad penal y política del Gabinete21. El objetivo declarado que aglutina las distintas propuestas de revisión constitucional es el de definir una serie de mecanismos idóneos para la creación de un sistema válido de “pesos y contrapesos”. En este marco, la Constitución de Uruguay atribuye a las Cámaras el poder de adoptar una moción de censura individual hacia un único Ministro o una moción global hacia todo el Ejecutivo. La moción supone la obligación de dimitir excepto en el caso de que la aprobación se produzca por mayoría inferior a los dos tercios de los integrantes del Congreso. Del mismo modo, con la revisión constitucional de 1994, Bolivia introdujo la institución del voto de censura del Congreso contra los integrantes del Gabinete, que prevé la facultad por parte del Presidente de la República de acogerla o rechazarla. La Constitución de Brasil – que tras el referéndum de 1993 sobre la forma de gobierno decidió mantener el sistema republicano presidencial – prevé que el Congreso Federal pueda proceder a la suspensión de actos del ejecutivo que excedan los límites de la potestad reglamentaria o de la delegación legislativa. Se contemplan asimismo instituciones para hacer valer la responsabilidad de los Ministros. Además, los nombramientos que competen al Presidente de la República tienen que ser autorizados por un voto favorable del Senado. La orientación que prevalece entre los estudiosos de cultura iberoamericana aboga por una revisión del sistema en clave semi presidencial, un sistema que no se basa en el principio de la separación rigurosa de poderes, sino en una articulación de competencias. En este marco, el 20 Como ocurrió, por ejemplo, en Brasil con Collor de Mello y en el Perú con Fujimori. Véase al respecto a A. Lujambio, “Regime presidenziale, democrazia maggioritaria e i problemi della transizione democratica in Messico”, en Presidenzialismo e sistema politico, cit., 100 ss. 21 Sobre este punto, remitimos a las reconstrucciones puntuales de los sistemas constitucionales de los Países Iberoamericanos llevadas a cabo por L. Mezzetti, Le democrazie incerte, cit., www.federalismi.it 16 Primer Ministro tiene una relación de confianza con el Parlamento, se mantiene la elección directa del Presidente de la República, legitimado directamente por los ciudadanos y éste tiene el poder de disolver las Cámaras. De cara a los cambios de la forma de gobierno, la lógica “inclusiva” contemplada en el modelo de la “cohabitación” creado por el General De Gaulle, podría brindar buenos resultados, a través de la gestión del poder entre las dos cabezas del águila, por utilizar la conocida expresión de Duverger. La posición intermedia entre dos modelos de gobierno marcadamente alternativos – acudiendo a los planteamientos de Sartori – hace posible una mayor eficiencia del sistema, mientras que en el caso del doble origen de la legitimación democrática del poder legislativo y ejecutivo, está previsto que el Parlamento pueda negar su confianza al Primer Ministro. De este modo, se le insta a que dimita y es reemplazado por una persona grata (o por lo menos que no resulte “non grata”) y el Presidente de la República puede disolver anticipadamente las Cámaras. Naturalmente, este régimen dualista podría funcionar sólo si la mayoría parlamentaria, expresada por el Pimer Ministro y la oposición y, representada por el Presidente de la República - consiguen encontrar puntos en común para gobernar juntos. Esto se podría llevar a cabo haciendo coincidir la fecha de las elecciones legislativas y presidenciales, para que ambas votaciones se condicionen de manera recíproca, tal y como ocurre en los sistemas donde predomina la figura del Primer Ministro: en este caso, con una única papeleta se elige al Primer Ministro y a los candidatos en el Parlamento. Tan sólo una última puntualización: la connotación que el sistema de la V República adquirió en sus cincuenta y cuatro años de andadura, es el fruto no sólo del carisma y de la legitimación histórica de Charles de Gaulle, sino también del sistema político y de la clase dirigente francesa que posibilitaron la afirmación positiva de la forma de gobierno establecida en la Constitución, a pesar de las numerosas incoherencias que la caracterizan. De aquí el interrogante acerca del efectivo funcionamiento del modelo con respecto a la situación de los países de América Latina y conscientes de que el resultado de la forma de gobierno reside en la realización de un modelo ideal que atienda a las peculiaridades sociales y políticas de un determinado contexto jurídico22. 22 Sobre este punto, L.Mezzetti, Elezione del Presidente della Repubblica e sistema politico, in La Quinta Repubblica francese: un modello per l'Italia, Working paper della Fondazione Farefuturo, 2008, 23. www.federalismi.it 17