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La villa de Aibonito.
CAPITULO XVIII
SIGUE EL AVANCE DEL GENERAL WILSON
DE COAMO AL ASOMANTE.- EL ARMISTICIO
ESDE que se inició el avance de la división Wilson por la carretera que
conduce de Ponce a San Juan, atravesando toda la Isla, de Sur a
Norte, el Alto Mando español había resuelto cerrar el paso a los
invasores en un punto del interior en el cual no pudiesen ser auxiliados
por sus fuerzas navales.
La posición elegida dista dos millas y media de Aibonito; está
situada a 700 metros sobre el nivel del mar y ocupa el centro de la
gran meseta (19 kilómetros cuadrados) que allí forma la cordillera,
espina dorsal de la Isla. Esta gran planicie, sobre la cual se asienta
dicho pueblo de Aibonito al Este y que desciende al Oeste hacia Coamo, sigue al Norte
en elevados cerros hasta encontrar la población de Barros, y por el Nordeste llega a los
campos de la Cidra.
Dichas lomas, llamadas de Asomante, y las cuales dominan algunas millas de la
carretera central, fueron entonces y serán siempre formidable barrera contra un invasor
que avance de Sur a Norte, siempre que sean defendidas con fuerzas bastantes para
cubrir los caminos de flanqueo que puedan facilitar un movimiento envolvente.
Fuerzas defensoras.- El Estado Mayor que eligió esta espléndida y extensa
posición (aunque encerrada entre una red de caminos flanqueadores), llevó a ella, para
toda defensa, las fuerzas siguientes: dos compañías del batallón Cazadores de Patria y
su guerrilla montada; otra compañía del mismo Cuerpo, que, desde Adjuntas, y por
veredas casi impracticables, llegó a Aibonito; dos compañías y la guerrilla montada del 6º
Provisional, al mando del teniente coronel de dicho Cuerpo, Castillo, y de los
comandantes Ancas y Nouvilas; las compañías de este Cuerpo estaban al mando de los
capitanes Lara y Laserna. El capitán Carlos Aguado era el ayudante, y la Sección de
Orden Público que se había retirado de Ponce estaba a cargo del de igual empleo José
Adsuar Boneta.
Lomas del Asomante, vistas desde la carretera central.
Con los Guardias civiles y algunos policías se organizó una compañía provisional;
y otra, agrupando los voluntarios del 9º batallón, quienes, al mando de su teniente
coronel Dimas de Ramery y del comandante Enrique Montes de Oca no habían
abandonado sus banderas después de aquella retirada.
La defensa de artillería de tan formidables posiciones consistió solamente en dos
piezas Plasencia, de montaña, de ocho centímetros, al mando del capitán del Cuerpo
Ricardo Hernáiz, que tenía a sus órdenes al segundo teniente, Belmonte, de la Escala de
Reserva.
Total: según Justificante de Revista que tengo en mi poder, 1.280 infantes, 70
caballos y dos cañones con 40 disparos por pieza (incluyendo los cuatro botes de
metralla reglamentarios).
Las posiciones ocupadas fueron dos: una, la más inmediata al pueblo de Aibonito,
Cerro de San Gervasio, y la segunda, Cerro Colón, y ambas sobre el Asomante. En la
primera había algunas casas de campesinos que utilizaron como alojamiento los jefes y
oficiales.
Aunque las posiciones mencionadas habían sido escogidas por el Estado Mayor,
después de minuciosos reconocimientos, muy poco se hizo para aumentar su valor
defensivo; en las alturas de ambos cerros, y a media ladera, se excavaron algunas
zanjas, donde se guareció la infantería; y en lo más alto del Asomante, y sobre una loma
desde donde se divisan hacia abajo algunos kilómetros de la carretera, los artilleros del
capitán Hernáiz construyeron una ligera batería de campaña, a la que mas tarde se le
adicionaron fosos para resguardar los sirvientes.
Las obras semipermanentes que debieron y tuvieron tiempo sobrado de construir
los ingenieros y sus auxiliares brillaron por su ausencia.
Las municiones para la infantería eran escasas; no hubo asomo de tiendas de
campaña ni barracones para cubrirse de las frecuentes lluvias no había ambulancias,
médicos, cocinas ni servicio sanitario de clase alguna; el agua se conservaba en barricas
Carretera central, vista desde lo alto del Asomante. Arriba y a media ladera estaban las trincheras españolas.
, al sol, y el pan o galletas, enviados desde San Juan, eran duros y agrios por la mala
calidad de las harinas. Todos los defensores, por más de quince días, vivaquearon en
las trincheras, a la intemperie, sin abrigos, sin traveses, sin alambradas ni otras defensas
que no fueran el fuego o las bayonetas de sus fusiles. Los ranchos, servidos con poca
regularidad, eran deficientes; casi siempre de arroz, alubias y bacalao; carne, pocas
veces y nunca muy abundante.
Y ahora sepa el lector, quien seguramente condenará tan punible desidia, que la
carretera de San Juan al pueblo de Aibonito, por Caguas y Cayey, estaba expedita; que
Cañón de montaña, sistema Plasencia.
un convoy de carros, saliendo de San Juan muy de madrugada, podía llegar la misma
tarde al pueblo mencionado; que el centenar de coches que podía reunirse en Río
Piedras, Caguas y la Carolina, con abundantes caballos en las postas de relevo de la
Muda, Caguas, Cayey y Matón, sólo hubieran tardado ocho o nueve horas en recorrer
aquel trayecto. En San Juan había de todo, y solamente escaseaban los jefes previsores
y el buen deseo en el Estado Mayor.
Como dato que avalora la historia de esta campaña, debo consignar que, días
antes de la evacuación, el 1º de septiembre de 1898 se remataron en San Juan, en los
almacenes de la Administración Militar y en pública subasta, a cualquier precio, las
siguientes provisiones: 11.270 kilos de arroz valenciano, 24.912 de bacalao de Escocia,
2.133 de tocino, 56.660 de harina castellana, 10.301 de galletas, 10.570 de café, 2.584
de azúcar, y 1.240 litros de aguardiente español. No fue éste el solo remate de
provisiones que se hiciera a última hora, a pesar que desde que se firmó el armisticio y
cesaron las hostilidades en 13 de agosto, no se utilizó en los ranchos de las tropas otras
vituallas que las almacenadas en la Marina a cargo del Comisario regio.
Todas las fuerzas del Asomante, alguna de las cuales permanecieron acantonadas
en Aibonito, estaban, como ya he dicho en el capítulo anterior, al mando del teniente
coronel de Estado Mayor, Francisco Larrea. Este jefe, después de su regreso a España,
Casilla núm. 10 de peón caminero, cerca de la cual emplazó sus cañones el capitán Potts.
publicó varios trabajos acerca de la guerra hispanoamericana, en la revista Estudios
Militares, con el seudónimo Efeele, y de los cuales tomamos los siguientes párrafos:
Cuando al término del viaje, cayendo ya el día, y unida a la influencia de la hora la
preocupación natural por las insuperables dificultades de la misión que se me había
confiado, iba pensativo y recostado en el fondo del coche, que empezaba a subir la larga
cuesta de ascenso a la meseta de Aibonito, llamó mi atención un grupo de hombres y
Kilómetro 90 de la carretera
central, donde emplazó un cañón el
teniente O´Hern.
animales que, junto a la carretera, descansaba en el
valle de Matón. Los hombres eran artilleros e infantes,
unos y otros en corto número, y parecían muy
fatigados; habiendo alcanzado ya antes y hecho subir
al coche algunos de ellos, despeados, que se habían
rezagado. Serían los animales hasta una quincena,
todo lo más, entre mulos y caballos, encontrándose al
lado de ellos dos pequeños cañones de montaña; y
todo aquel mezquino conjunto formaba...... la artillería
y su escolta, de la columna destinada a hacer frente al
núcleo principal del ejército americano. Impresionado
por tal espectáculo, que materializaba la inopia de
España, la imagen de ésta, inerme a los pies de un
poderoso enemigo, surgió ante mi vista con la
persistencia de visión real fuertemente grabada en la
retina, y continué mi camino, aún más abstraído y
preocupado el ánimo que antes. Mas no era el temor
lo que así lo embargaba, hecho ya de antemano en
aras de la Patria y del deber el sacrificio de todo
interés personal, sino el dolor de la impotencia y el
convencimiento de la ineficacia de aquél y otros
sacrificios semejantes, avivado el sentimiento por la
impresión material que acababa de recibir.
Avanza la brigada Ernst.- El 9 de agosto, por la tarde, el general Wilson movió su
campamento divisionario al Norte del río Coamo, y toda la brigada Ernst acampó en
tiendas a lo largo del valle, lanzando avanzadas y escuchas cinco millas al frente. Los
días 10 y 11 transcurrieron en reconocimientos que se llevaron a cabo bajo la dirección
del teniente coronel Biddle, del Cuerpo de ingenieros, quien levantó un croquis muy
detallado. Al entregar su informe y planos aconsejó al general Wilson que simulara un
ataque frontal, casi exclusivamente con artillería, mientras que el verdadero sería de
flanqueo, yendo las fuerzas hacia Barranquitas por un camino de herradura, y bajando
desde esta población con rumbo a Aibonito, llegando así a retaguardia de las posiciones
del Asomante.
Wilson convino en este plan, ordenando que el día 13, antes de la salida del sol,
toda la brigada emprendiese la marcha hacia Barranquitas; y una vez allí, dejaba al
general Ernst en libertad de bajar a Aibonito, vía Honduras; a Cayey por Comerío, o bien
a Cidra, descendiendo luego a las Cruces sobre la carretera central; un batallón
quedaría de reserva para guardar y defender el campamento.
El día 12 a las diez treinta de la mañana, salieron con rumbo a Aíbonito, por la
carretera central, la siguiente fuerza: batería ligera F del 3º de artillería, capitán R. D.
Potts, y como escolta una compañía del tercer regimiento de infantería de Wisconsin; la
primera sección de la batería Potts era mandada por el teniente J. P. Hains, y la segunda
por el de igual empleo Bass; el primero con tres piezas de nueve centímetros, y el
segundo con dos de igual calibre; la sexta pieza a cargo del teniente Edwards P. O'Hern,
y toda la fuerza de artillería bajo la inspección del comandante J. M. Lancaster, del 4º
regimiento de artillería regular.
Cinco millas anduvieron, hasta que a la una de la tarde avistaron las posiciones
españolas, siendo recibidos con algunas granadas de los Plasencias, antes de que
tuvieran oportunidad de desenganchar el ganado. El capitán, Potts ordenó a sus
tenientes que se situaran en batería, el primero algo más allá de la casilla número 10 de
peón caminero, y el segundo más avanzado, y ambos al lado derecho del camino. El
Posiciones defensivas del "Asomante", sobre la carretera central de Puerto Rico.
Trinchera española llamada "La Palma".
teniente O'Hern, siguiendo las instrucciones del comandante Lancaster, emplazó su
cañón 100 yardas a vanguardia y a la derecha, junto a la
piedra que marca el kilómetro 90; el ganado quedó a cubierto
en una ceja del terreno. Toda la batería Potts rompió el
fuego, dirigiéndolo hacia la altura del Asomante, con el
propósito de silenciar las dos pequeñas piezas del capitán
Hernáiz.
El comandante Lancaster, a cuyo alrededor llovían los
balines de shrapnel, llamó en auxilio otra pieza de la batería
Potts, y fue con ella el teniente Hains, que la emplazó al pie
de la señal del kilómetro 89, hectómetro 9; por este tiempo
uno de los Plasencias sufrió un percance en el anillo
obturador, y como la otra pieza se hubiese recalentado
mucho, el capitán Hernáiz suspendió el fuego, lo que indujo a
creer al comandante Lancaster que había tenido éxito en
silenciar la artillería enemiga. Poco tiempo después los
defensores del Asomante reanudaron con mayor brío su fuego
de cañón, acompañado ahora con descargas cerradas de
Paraje donde emplazó un
cañón el teniente Hains.
Máuser que hicieron insostenible las posiciones ocupadas por los artilleros americanos;
y como además se observase que alguna infantería emboscada en la falda de las lomas
se movía entre unos platanales, amagando un ataque, temiendo perder sus cañones, el
comandante Lancaster ordenó la retirada. El teniente Hains urgía el enganche de las
parejas, cuando una bala Máuser lo hirió gravemente, siendo retirado a cubierto por el
sargento John Long, quien lo llevó en brazos, después, hasta la ambulancia; las otras
cuatro piezas del capitán Potts engancharon los caballos, y a galope tendido buscaron
refugio en un recodo del camino. Al caer herido el teniente Hains, su compañero O'Hern
se hizo cargo de ambos cañones; y, en este momento, una granada reventó entre los
caballos, matando a uno, hiriendo a otro y privando de la vida al cabo Oscar Swanson,
de infantería, que, con otros de su Arma, había acudido en auxilio de los artilleros. Al
frente de este grupo de infantes marchaba el capitán E. T. Lee, del tercero de Wisconsin,
cuando un proyectil de Máuser le atravesó el brazo derecho; al mismo tiempo otros
proyectiles, también de Máuser, hicieron blanco. Los dos cañones lograron unirse al
resto de su batería, permaneciendo a cubierto toda la tarde.
Batería de campaña construida por el capitán Hernáiz en lo alto del Asomante.
(Estado actual en el año 1922.)
Además de los ya mencionados, resultaron heridos el soldado Frederick Yought,
tan grave, que murió luego; el cabo August Yank, con un balazo en el brazo derecho;
George J. Bunce, herido en la cabeza; y en la pierna izquierda el soldado Sizces. Total
de bajas: dos oficiales heridos, dos de tropa muertos y tres, también de tropa, heridos;
total, siete.
Aunque alrededor de la batería y trincheras que ocupaban las fuerzas españolas
cayeron gran cantidad de proyectiles, un solo artillero resultó levemente herido. Dentro
de la misma tocó una granada, que no hizo explosión por haber escupido la espoleta.
Fue tan vivo el fuego de la batería Potts, que ésta, aquella tarde, consumió todas
sus municiones.
Como ya en el campamento de Wilson era pública la noticia de haberse firmado en
Wáshington, este mismo día 12, el armisticio, por la noche el teniente coronel Bliss, del
Estado Mayor del general Wilson, bajo bandera de parlamento, subió hacia el Asomante,
siendo recibido a media ladera por el comandante Nouvilas y dos oficiales más, a
quienes manifestó que, para evitar la efusión de sangre, proponía una suspensión de
hostilidades, intimando al mismo tiempo la rendición de la plaza.
El comandante Nouvilas le contestó que su petición sería trasladada al capitán
general, conviniendo en que por la mañana volvería por la respuesta el mismo
parlamentario; al amanecer del siguiente día se presentó el citado teniente coronel Bliss,
a quien se entregó un telegrama del general Macías
negándose a toda rendición y parlamento por no tener
instrucciones algunas del Gobierno de España. Este
mismo parlamentario, en la página 232 de su report
oficial, dice:
«Fue rehusada, cortésmente, la rendición; aunque
por los términos del telegrama yo sospeché que el general
Macías estaba bien enterado del progreso de las
negociaciones de paz.»
A pesar de la negativa anterior, las fuerzas
americanas no reanudaron el combate en toda la mañana
del día 13. El general Wilson tenía, desde el 12 por la
noche, un telegrama del general Miles transmitiendo otro
del presidente Mac Kinley para que se suspendiesen
todas las operaciones de guerra en progreso. Los
Capitán de artillería Ricardo
Hernáiz, hoy coronel
artilleros del comandante Lancaster y la escolta
regresaron a su campamento, y una parte de los defensores del Asomante, al pueblo de Aibonito, quedando en el Peñón los restantes. En
los límites de ambos campos se plantaron piquetes con banderas blancas. Había
terminado el combate del Asomante, que muchos escritores americanos han llamado,
batalla, sin duda porque jugaron en él las tres armas, ya que unas parejas de la Guardia
civil fueron vistas por las lomas, practicando servicios de avanzada.
Entrada al camino que flanquea las posiciones del Asomante,
y que debía seguir la brigada Ernst.
En cuanto al movimiento de flanqueo que debía ser ejecutado por la brigada Ernst,
se suspendió a punto en que toda la fuerza se ponía en marcha.
He recorrido más de una vez el camino de rodeo que debía seguir la brigada Ernst,
en su operación envolvente, y por lo que vi, y por las noticias que pude adquirir, abrigo la
certeza de que las fuerzas españolas se hubiesen visto en grave aprieto en la tarde del
día 13 de agosto, si la firma del Protocolo se dilata algunas horas más.
No puedo resistir a la tentación de traer a estas páginas una carta íntima escrita en
las trincheras del Asomante por el capitán Hernáiz, con fecha 14 de agosto de 1898; esta
carta llegó a San Cristóbal la noche del mismo, día, casi de madrugada, y la conservo
entre mis papeles como recuerdo de un valiente oficial, que se ganó por su arrojo, sin
lugar a duda, la Cruz Laureada de San Fernando, por haber combatido durante mucho
tiempo, con sólo dos míseros cañones de montaña, contra seis piezas de posición, de
tiro rápido, valerosamente servidas por artilleros del Ejército Regular de los Estados
Unidos. El comandante Lancaster y el capitán Potts, en sus partes oficiales, afirman la
autenticidad de mi relato y señalan la eficacia de los cañones españoles bajo cuyo fuego
se retiraron después de haber consumido toda su dotación de municiones.
Poco después de este combate tuve ocasión de hablar con uno de los oficiales
americanos que en él tomaron parte, y quien mostró gran sorpresa al saber que la
batería española estaba artillada únicamente con dos piezas de montaña, y que durante
todo el cañoneo sólo tuvo un artillero levemente herido y sus piezas resultaron sin la
menor avería.
La carta.- He aquí los párrafos más salientes de la carta que escribió, desde las
trincheras del Asomante, el capitán de Artillería, Ricardo Hernáiz ( 1 ) :
...............................................................
Cuando llegué a Aibonito alojé como pude la tropa y el ganado, pues la mayor parte de los
habitantes habían huido, dejando sus casas cerradas. En este pueblo estaba, el día 9 de
agosto, cuando unos minutos antes del rancho (9 de la mañana) ,oí el toque de generala y
poco después recibí la orden de cargar las piezas y seguir a las posiciones del Asomante, que,
como ustedes saben, distan dos o tres kilómetros de aquella población; una vez allí situé la
sección en la cúspide de un monte que domina perfectamente la carretera que conduce a
Coamo; a derecha e izquierda se habían construido algunas trincheras, modelo carlista ( 2 ),
ocupadas por fuerzas de infantería, al mando del comandante Nouvilas. Un poco adelante, y
más abajo de la posición que yo ocupo, hay otras trincheras que defiende una compañía de
Voluntarios, la única que siguió a las fuerzas del batallón Patria, después de la capitulación de
Ponce. Desde luego, aquel día, 9 de agosto, tanto la tropa como yo, nos quedamos en ayunas,
pues salimos antes de que el rancho estuviese listo; solamente por la tarde pudimos comer
algunas mazorcas de maíz, en un sembrado cercano, y donde entraron los artilleros,
dejándolo, a su salida, como ustedes podrán suponer. Estas mazorcas las comimos después de
asarlas, y por cierto que nos supieron muy bien.
( 1 ).- Hoy coronel de la Escala de Reserva.- N. del A.
( 2 ).- Esta clase de trincheras se diferencian principalmente de las comunes en que la tierra extraída de las
zanjas, en vez de apilarla en forma de parapeto, es transportada a otro sitio para hacerlas invisibles al
enemigo.- N. del A.
Al siguiente día dispuse de algún tiempo para proporcionarme algunas ollas y montar
la cocina en un cobertizo provisional que hice construir 100 metros detrás de la posición. El
primer rancho, que recuerdo fue muy abundante para desquitarnos del ayuno del día
anterior, resulto excelente; matamos una ternera que andaba por el campo y la
descuartizamos, diciéndole a su dueño (un mulato que la pastoreaba) que pasase la cuenta
para abonársela, lo que tuvo lugar al día siguiente.
Volviendo ahora a los sucesos del día 9, les diré que tan pronto subí a esta posición
monté el anteojo de batería, quedando a la expectativa, toda vez que oíamos, perfectamente,
ruido de cañonazos hacia Coamo. De pronto pude observar que por la carretera y hacia
nosotros venía un grupo de 50 jinetes a galope tendido; como esta fuerza usara sombreros
color gris y muy parecidos a los de nuestra Guardia civil, dudé al principio si serían amigos o
adversarios. Para salir de dudas,. Avisé al comandante Nouvilas indicándole me diera su
opinión. Poco después, y ambos de acuerdo en que los que se aproximaban eran americanos,
recibí orden de hacer fuego; apunté cuidadosamente disparándoles hasta nueve granadas
ordinarias, y, cuando ya había formado la horquilla, los jinetes, juzgando que tenían
suficiente con la experiencia, volvieron grupas, desapareciendo a todo correr; aquel día no se
hizo un solo disparo más.
Por la tarde, ya cerca de la noche, llegó Larrea, y al enterarse de lo ocurrido pareció
desaprobarlo, a lo que le manifesté que yo había recibido órdenes del comandante Nouvilas
para detener aquella fuerza enemiga que venía hacia nosotros. Me contestó que «estaba bien,
pero que él lo lamentaba porque habíamos dado a conocer al enemigo el paraje que
ocupábamos y además la presencia de artillería»; quedó así la cosa y no se habló más de ello.
En todo el día, y parte de la noche, no cesaron de llegar soldados dispersos, procedentes
de Coamo, que, por todos los caminos y veredas de la montaña, habían buscado su salvación;
entre ellos venía el alférez abanderado del Patria, de apellido Villot, quien me dio un abrazo,
diciendo que gracias a mí no era, en aquellos momentos, prisionero de los americanos, pues la
caballería, a la cual mis, cañonazos puso en fuga, trataba de capturarlo a él y a 10 ó 12
músicos y soldados que le acompañaban.
Los días 10 y 11 los pasamos bastante bien. Con el anteojo observábamos al enemigo,
más acá de Coamo, reparando con troncos de árboles el puente que habían volado nuestras
fuerzas a su retirada. Alguna parte de los Cazadores, resguardados en las trincheras
sostuvieron durante el día 11 continuo tiroteo con las avanzadas americanas, que, ocultas en
las cunetas de la carretera, nos hostilizaban con fuego individual, fuego que más tarde arreció
tanto, que tuve necesidad de desmontar el anteojo de la batería, porque llovían las balas que
era un contento.
Pensé entonces en proporcionar á, mi gente alguna protección para resguardarla del
fuego enemigo. Primeramente ordené que todo el ganado de la sección fuese llevado hacia
atrás, donde el terreno descendía, y allí quedó oculto por una maleza, después utilicé algunos
sirvientes con palas y picos para construir una pequeña batería que ocultase los cañones (poca
cosa, pues bien saben ustedes que estas piezas tienen escasa altura, y además el terreno era
tan resistente, que las zanjas no pudieron alcanzar ni un metro de profundidad), y todo esto
hubo que hacerlo de noche; pues en dos o tres tentativas de día, los de abajo nos saludaban
con fuego graneado, y hubiera sido una tontería tener bajas sin necesidad.
Anteayer acababa de almorzar con Nouvilas en un rancho situado a cien metros de mis
piezas, cuando vino el sargento, a toda carrera anunciando la presencia de fuerza enemiga (yo
había montado el servicio de vigilancia con el anteojo a cargo del segundo teniente, el
sargento y el carpintero). Acudimos Nouvilas y yo, y al mirar por dicho anteojo tuvimos la
sorpresa (sorpresa esperada) de ver abajo, en la carretera y cerca de una casilla de peón
caminero, nada menos que una batería de seis piezas, formada en columna y con los sirvientes
aun montados.
Como Larrea estaba en Aibonito, convencí a Nouvilas de que yo debía anticiparme al
enemigo, cañoneándole antes de que tomase posiciones; dio su consentimiento, con gran
satisfacción de mis artilleros, y rompí el fuego con granada ordinaria, acortando el alza
paulatinamente (el primer disparo fue a 3.500 metros). En el acto, la batería enemiga avanzó
al trote largo, y después de recorrer algún trecho, se echó fuera de la carretera y desenganchó
las parejas, y, ocultándolas entre la arboleda y barrancos inmediatos, rompió el fuego.
Mis primeros disparos no pude apreciarlos bien; pero puedo asegurarles que no
habían hecho mas qué desenganchar el ganado, y aun no habían roto el fuego, cuando una
granada de mis Plasencias cayó junto a la primera pieza de su izquierda (derecha mía), y allí
hizo explosión; vi cómo los sirvientes de las otras corrieron a ésta, por lo que estoy seguro de
haberles hecho bajas.
Después siguió el cañoneo, relativamente lento, por temor a quedarme sin rnuniciones.
A la media hora de combate ocurrió una avería en la segunda pieza que me obligó a retirarla
a cubierto para proceder a su reparación; en esto tardamos tres cuartos de hora solamente,
pues tenía en las cajas piezas de repuesto. Continué disparando con granada de metralla, no
teniendo ya ordinarias, y con alza a 2.000 metros.
Aibonito: Hospital Militar.
Nuestros infantes, que, ocultos en las trincheras, presenciaban el duelo de las dos
artillerías, aplaudían frenéticamente cada vez que algún proyectil caía cerca de los cañones
americanos. Entonces advertí a Nouvilas, con quien yo tenía gran confianza, que hiciera
fuego de Máuser, toda vez que este fusil alcanzaba sobradamente el paraje que ocupaban los
enemigos, juzgando que algunas descargas cerradas serían mejor recibidas por mis artilleros
que los amables aplausos de sus Cazadores.
Aunque dicho jefe apreciaba que la distancia era mayor, hizo la prueba, y, seguidamente, empezó el fuego por descargas de secciones; fuego que, unido al de mis piezas, puso
al enemigo en fuga; hubo carreras, y durante algunos minutos todos los cañones estuvieron
abandonados; volvieron por ellos, y a brazos se los llevaron, hasta ocultarlos en un recodo de
la carretera.
El fuego había durado mucho tiempo, y terminó a la caída de la tarde, cuando vimos
una bandera blanca, al parecer de la Cruz Roja. Algunos minutos más tarde, la batería
americana, ya enganchados los tiros, se retiró hacia Coamo. Yo creo que el fuego de Máuser,
el cual fue bien dirigido, debió también hacerles bastante daño. Todo quedó en calma, y anteanoche subió hasta cerca de nuestras posiciones un parlamentario con bandera blanca, quien
por humanidad, y toda vez que se tenían noticias de haberse
firmado la paz, pedía la rendición de la plaza, o, cuando menos,
la suspensión de hostilidades. Larrea le contestó que nosotros
carecíamos de órdenes y que su petición sería transmitida por
telégrafo al capitán general, y que al siguiente día (ayer) le
entregaríamos la respuesta.
Capitán de infantería
Ayer mañana, y casi de madrugada, se presentó de
nuevo el parlamentario acompañado de un negrito, el cual
hacía las veces de intérprete; Larrea le entregó la contestación, la cual fue poco grata para ellos, pues el telegrama del
capitán general decía poco más o menos lo que sigue:
«El Gobierno de España no me ha comunicado noticia alguna
acerca de la suspensión de hostilidades, y, por tanto, no está en
mi mano el evitar la efusión de sangre. Pero si quieran evitarla,
podrán hacerlo no moviéndose de sus posiciones.»
D. Pedro Lara.
Además ordenaba al teniente coronel Larrea que rehusara admitir más parlamentarios,
advirtiéndoles que si volvían serían mal recibidos.
Olvidaba decirles que cuando cesó el fuego,
anteayer por la tarde, pasé revista de municiones y vi,
con gran dolor, que solamente me quedaban ocho botes
de metralla como única reserva. Entonces puse un
telegrama al teniente coronel Aznar, y gracias a las
órdenes de éste y a la actividad de Rivero, quien, al
enterarse de mis apuros (según me dijeron los cocheros),
fue al parque y cargó dos coches, que requisó a la fuerza,
con cajas de proyectiles y saquetes, y metiendo un
artillero en cada vehículo, los despachó para ésta con
órdenes de cambiar parejas en todos los relevos, y con
severas amenazas a los conductores, si no apresuraban su
Cañón Plasencia de 8 cms. de
montaña.
marcha, pude recibir anoche a tiempo las municiones. Cuatro caballos de los que arrastraban
los coches reventaron por el camino.
Como las granadas que llegaron venían sin cargar, el teniente y yo nos pasamos toda la
noche preparándolas. Ayer mañana, si el fuego se hubiera reanudado, estábamos listos para
contestarlo.
Seguiré mi relato, que servirá para sacar a ustedes de esa monotonía en que viven.
Ayer tarde fui comisionado para ir al campamento americano a llevar un pliego que
habíamos recibido del general Macías para el generalísimo Miles, jefe de las fuerzas enemigas.
Protesté porque no me daban intérprete, pues aunque entiendo algo el inglés, no era lo
suficiente para hacer un papel airoso ante el general enemigo; pero no tuve más remedio que
montar en mi caballo, y con una escolta de ocho guerrilleros, también montados (los cuales
parecían más bien ocho bandidos, por lo sucios, mal trajeados y sin cuellos), salí del
Asomante, portando una gran bandera fabricada con un palo, al que amarré un pedazo de
tela blanca.
No quiero cansarles refiriéndoles los sudores que pasé por causa de dicha banderita,
que pesaba más de lo regular. Llegué al campamento de Coamo, donde me detuvo un
sargento que estaba al frente de 25 o 30 soldados armados de fusiles y con bayonetas caladas;
éstos y yo hablábamos a un tiempo sin entendernos, cuando se me ocurrió interrogarles en
francés; por fin, me entendieron, y escoltados por ellos, como si fuésemos prisioneros,
seguimos adelante hasta tropezar con un oficial de artillería, quien aunque muy malamente,
hablaba algo de español, lo suficiente para entendernos. Allí me hicieron dejar la escolta
(después me dijeron los soldados que durante mi ausencia fueron muy obsequiados, y que
además les regalaron latas de carne y otras cosas) y llegué, por fin, a la tienda del general
Wilson (creo se llama así), a quien hice entrega del pliego que llevaba; este general me dijo
que Miles estaba en Ponce.
En estos momentos apareció un oficial, el cual traía un pliego para Wilson; fue abierto
en mi presencia, y después de leerlo me dieron la respuesta a la comunicación del general
Macías.
Mientras todo esto ocurría y se hacían las traducciones de los pliegos, fui obsequiado
con café y tabacos, que no acepté. Entonces pude hacer la observación, por cierto muy triste
para mí, de que mientras ellos tenían sus buenas tiendas de campaña y no carecían de nada,
mis artilleros y yo dormíamos al raso y sobre el santo suelo. Por la madrugada regresé al
Asomante y se envió al general Macías el documento que yo llevaba, y que debía ser la orden
de suspensión de hostilidades, pues desde entonces, hasta ahora, no ha habido la menor
operación de guerra.
Ya esta mañana han llegado hasta nuestras avanzadas partidas sueltas de ocho y diez
soldados americanos, sin armas, quienes han obsequiado copiosamente a nuestras tropas a
cambio de botones de sus uniformes y otras tonterías, de las que parecen muy ávidos.
Nada más por ahora, y lo que guardo en cartera y que no me atrevo fiar al papel, se lo
contaré a ustedes, al oído, tan pronto regrese, pues, al parecer, esto se acabó.
Debo añadir que durante el combate no tuve otras bajas que un artillero herido,
levemente, el cual fue curado por un practicante de las fuerzas de infantería, porque,
¡asómbrense!, en el Asomante no teníamos un solo médico. Tanto el material como el personal
se portaron muy bien .....................................
Cuando las fuerzas defensoras del Asomante regresaron a San Juan, hablé
largamente con algunos jefes y oficiales de los que allí estuvieron; todos me ponderaron
la conducta excepcionalmente valerosa del capitán Hernáiz. También hicieron grandes
elogios del capitán Pedro Lara. Se contaba de éste que durante el combate del día 12
se mantuvo de pie sobre las trincheras que ocupaba su compañía, observando al
enemigo con los gemelos de campaña, mientras enarbolaba un gran bastón con el cual
daba las señales de fuego.
-Muchachos -decía-: cuando yo suba el palo apunten bien, llénense el ojo de
carne, y cuando lo baje... ¡fuego!
En Aibonito se había establecido, poco después del desembarco por Guánica, un
depósito central de municiones y víveres a cargo de algunos soldados enfermos y
convalecientes. Tal depósito no prestó servicio alguno porque nunca tuvo ni víveres ni
municiones. El Hospital Militar y otro fundado por la Cruz Roja prestaron excelentes
servicios.
Cerca del pueblo, en una altura, la sección de ingenieros telegrafistas operaba una
estación heliográfica que fue muy útil.
Informes oficiales.- El coronel Camó únicamente dio a la Prensa los siguientes
comunicados:
Aibonito, 13 agosto.
El ejército invasor se limitó ayer a cañonear las posiciones atrincheradas, donde están
situadas las avanzadas de Aibonito. Por nuestra parte sólo tenemos que lamentar un artillero
levemente herido.- El Coronel jefe de Estado Mayor, Juan CAMÓ.
14 de agosto, Aibonito.
Por este pueblo no ha ocurrido novedad, estando nuestras tropas en las mismas
posiciones atrincheradas que antes ocupaban. En las líneas avanzadas de las tropas
beligerantes se han colocado hoy banderas blancas en señal de suspensión de hostilidades,
acordada por ambos Gobiernos, y puesto en cumplimento por los respectivos generales de
ambos ejércitos.- El Coronel jefe de Estado Mayor, Juan CAMÓ
El generalísimo Miles envió el siguiente cable
Ponce, agosto 13, 1898.
Secretario de la Guerra, Wáshington, D. C.
General Wilson reporta que el comandante Lancaster, con la batería Potts, a la una
treinta del día 12, silenció, rápidamente, a la artillería enemiga del Asomante, cerca de
Aibonito, haciéndole abandonar sus posiciones y baterías ( 3 ) ; por nuestra parte no hubo
fuego de infantería. El teniente John P. Hains, tercero de artillería, herido de Máuser, no
grave; un proyectil de los cañones enemigos estalló sobre uno de nuestros pelotones, matando
al cabo Swanson e hiriendo al cabo Jenhs, compañía L, tercero de Wisconsin, en el cuello y
brazo; soldado de Vought, de la misma compañía, gravemente herido en el abdomen; soldado
Bunce, de igual compañía, herido en la frente, leve.- MILES.
Carta del capitán R. D. Potts, hoy brigadier general:
Mc Lake Park, Md.
Agosto 3, 1921.
Capitán Angel Rivero,
San Juan, P. Rico.
Mi querido capitán: Su carta de 12 de julio último está en mi poder.
Efectivamente, yo era capitán de la batería F. del 3º de Artillería que sostuvo el
combate del 12 de agosto, 1898, con las fuerzas españolas atrincheradas en el Asomante,
Aibonito.
Cuando regrese a Wáshington tendré el gusto de enviarle mi retrato.
( 3 ).- El general Wilson, desfigurando los hechos en su report, hizo que el generalísimo Miles telegrafiase
su falsedad. En el duelo de artillería del 12 de agosto, la sección de montaña Hernáiz batió y venció a la
batería Potts.- N. del A.
A la izquierda: Fusil Rémington, modelo americano; usado por los Voluntarios de Puerto Rico. A la derecha:
Fusil Springfield; usado por las tropas norteamericanas que invadieron la Isla de Puerto Rico. Museo de
Artillería, Madrid, números 5.104 y 4.452 del Catálogo.
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