Computación Proyecto Final

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SECRETARÍA DE
EDUCACIÓN
GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGO
SECRETARÍA DE EDUCACIÓN
ESCUELA NORMAL URBANA
PROFR. “CARLOS A CARRILLO”
SANTA MARÍA DEL ORO, EL ORO, DGO.
LICENCIATURA EN EDUCACIÓN
PREESCOLAR
Computación
Proyecto Final
Nombre del maestro:
Lic. Cruz Jorge Fernández
Alumna:
Ana Lluvia González Meraz
Grupo: 1° “B”
Santa María del Oro, El Oro, Durango. Enero 2011
Cuentos
&
Fabulas
Indicé
Cuentos
La Bobina Maravillosa
El patito Feo
Los tres cerditos
Hansel y Gretel (La casita de chocolate)
Blanca nieves y los siete enanitos
La leona
El niño pequeño
Rapunzel
El traje nuevo del emperador
El conejito ingenioso.
La rosa y la cucha.
El burrito descontento
El ciervo engreído
Fabulas
La zorra y el leñador
El león y el toro
El perro y el cocinero.
Prometer lo imposible
La cabra y el asno
El mono y el delfín
Los ladrones y el gallo
La pulga y el buey
Hermano y hermana
El pescador flautista
El joven en el rio
La avispa y la serpiente.
Cuentos
La Bobina Maravillosa
Erase un principito que
no quería estudiar.
Cierta noche, después
de haber recibido una
buena regañina por su
pereza, suspiro
tristemente, diciendo:
¡Ay! ¿Cuándo seré
mayor para hacer lo que
me apetezca?
Y he aquí que, a la
mañana siguiente,
descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil
voz:
Trátame con cuidado, príncipe.
Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo
se irá soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el
don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas
desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.
El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido
en un apuesto príncipe. Tiro un poco más y se vio llevando la corona de su
padre. ¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió:
Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?
En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su
lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió
soltando mas hilo para saber cómo serian sus hijos de mayores.
De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de
escasos cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba
en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente,
intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Entonces la débil
vocecilla que ya conocía, hablo así:
Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días
perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por
la vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu
castigo.
El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin
hacer nada de provecho.
Fin
El patito feo
Como cada verano, a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus
amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los
más guapos de todos. Llegó el día en que los patitos comenzaron a abrir los
huevos poco a poco y todos se congregaron ante el nido para verles por
primera vez. Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos, cada uno
acompañado por los gritos de alborozo de la Señora Pata y de sus amigas. Tan
contentas estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el
más grande de los siete, aún no se había abierto. Todos concentraron su
atención en el huevo que permanecía intacto, incluso los patitos recién
nacidos, esperando ver algún signo de movimiento. Al poco, el huevo
comenzó a romperse y de él salió un sonriente pato, más grande que sus
hermanos, pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros
seis... La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito tan
feísimo y le apartó con el ala mientras prestaba atención a los otros seis. El
patito se quedó tristísimo porque se empezó a dar cuenta de que allí no le
querían... Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al contrario, empeoraba,
pues crecía muy rápido y era flacucho y desgarbado, además de bastante torpe
el pobrecito. Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reían
constantemente de él llamándole feo y torpe. El patito decidió que debía
buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a
pesar de su desastroso aspecto y una mañana muy temprano, antes de que se
levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado. Así llegó a otra granja,
donde una vieja le recogió y el patito feo creyó que había encontrado un sitio
donde por fin le querrían y cuidarían, pero se equivocó también, porque la
vieja era mala y sólo quería que el pobre patito le
sirviera de primer plato. También se fue de aquí
corriendo. Llegó el invierno y el patito feo casi se
muere de hambre pues tuvo que buscar comida
entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de
cazadores que pretendían dispararle. Al fin llegó la
primavera y el patito pasó por un estanque donde
encontró las aves más bellas que jamás había visto
hasta entonces. Eran elegantes, gráciles y se
movían con tanta distinción que se sintió
totalmente acomplejado porque él era muy torpe.
De todas formas, como no tenía nada que perder se
acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse también.
Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le
respondieron:
- ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!
A lo que el patito respondió:
-¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír
por eso...
- Mira tú reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y verás cómo no te mentimos.
El patito se introdujo incrédulo en el agua transparente y lo que vio le dejó
maravillado. ¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso
cisne!. Aquel patito feo y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante
de todos cuantos había en el estanque.
Así fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para siempre.
Fin
Los tres cerditos
Había una vez tres cerditos que eran hermanos, y se fueron por el mundo a
buscar fortuna. A los tres cerditos les gustaba la música y cada uno de ellos
tocaba un instrumento. El más pequeño tocaba la flauta, el mediano el violín y
el mayor tocaba el piano...
A los otros dos les pareció una buena idea, y se pusieran manos a la obra, cada
uno construyendo su casita.
- La mía será de paja - dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede
sujetar con facilidad. Terminaré muy pronto y podré ir a jugar.
El hermano mediano decidió que su casa sería de madera:
- Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores, - explicó a sus
hermanos, - Construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me
iré también a jugar.
El mayor decidió construir su casa con ladrillos.
- Aunque me cueste mucho esfuerzo, será muy fuerte y
resistente, y dentro estaré a salvo del lobo. Le pondré una
chimenea para asar las bellotas y hacer caldo de
zanahorias.
Cuando las tres casitas estuvieron terminadas, los cerditos
cantaban y bailaban en la puerta, felices por haber acabado con el problema.
De detrás de un árbol grande surgió el lobo, rugiendo de hambre y gritando:
- Cerditos, ¡os voy a comer!
Cada uno se escondió en su casa, pensando que estaban a salvo, pero el Lobo
Feroz se encaminó a la casita de paja del hermano pequeño y en la puerta
aulló:
- ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!
Y sopló con todas sus fuerzas: sopló y sopló y la casita de paja se vino abajo.
El cerdito pequeño corrió lo más rápido que pudo y entró en la casa de madera
del hermano mediano.
De nuevo el Lobo, más enfurecido que antes al sentirse engañado, se colocó
delante de la puerta y comenzó a soplar y soplar gruñendo:
- ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!
La madera crujió, y las paredes cayeron y los dos cerditos corrieron a
refugiarse en la casa de ladrillo del mayor. El lobo estaba realmente enfadado
y hambriento, y ahora deseaba comerse a los Tres Cerditos más que nunca, y
frente a la puerta bramó:
- ¡Soplaré y soplaré y la puerta derribaré! Y se puso a soplar tan fuerte como
el viento de invierno
Sopló y sopló, pero la casita de ladrillos era muy resistente y no conseguía su
propósito. Decidió trepar por la pared y entrar por la chimenea. Se deslizó
hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor estaba hirviendo
sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío salió huyendo hacia el lago
Los cerditos no le volvieron a ver. El mayor de ellos regañó a los otros dos por
haber sido tan perezosos y poner en peligro sus propias vidas.
Fin
Hansel y Gretel (La casita de
chocolate)
Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos
hijos; el niño se llamaba Hänsel, y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer, y
en una época de carestía que sufrió el país, llegó un momento en que el
hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día. Estaba el leñador una
noche en la cama, cavilando y revolviéndose, sin que las preocupaciones le
dejaran pegar el ojo; finalmente, dijo, suspirando, a su mujer:
- ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a los pobres pequeños, puesto
que nada nos queda?
- Se me ocurre una cosa -respondió ella-. Mañana, de madrugada, nos
llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque. Les encenderemos un
fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los
dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no
sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de
ellos.
- ¡Por Dios, mujer! -replicó el hombre-. Eso no lo hago
yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis
hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por
las fieras.
- ¡No seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre
los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó
de importunarle hasta que el hombre accedió
-. Pero me dan mucha lástima -decía.
Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron
lo que su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágrimas,
dijo a Hänsel:
- ¡Ahora sí que estamos perdidos!
- No llores, Gretel -la consoló el niño-, y no te aflijas, que yo me las arreglaré
para salir del paso.
Y cuando los viejos estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y
salió a la calle por la puerta trasera. Brillaba una luna esplendoroso y los
blancos guijarros que estaban en el suelo
delante de la casa, relucían como plata pura.
Hänsel los fue recogiendo hasta que no le
cupieron más en los bolsillos. De vuelta a su
cuarto, dijo a Gretel:
- Nada temas, hermanita, y duerme tranquila:
Dios no nos abandonará -y se acostó de
nuevo.
A las primeras luces del día, antes aún de que
saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños:
- ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-.
Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahí tenéis esto para
mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más. Gretel se puso el
pan debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los bolsillos llenos de piedras,
y emprendieron los cuatro el camino del bosque. Al cabo de un ratito de andar,
Hänsel se detenía de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la casa.
Dijo el padre:
- Hänsel, no te quedes rezagado mirando atrás, ¡atención y piernas vivas!
- Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está diciendo adiós respondió el niño.
Y replicó la mujer:
- Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea.
Pero lo que estaba haciendo Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando
blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino. Cuando
estuvieron en medio del bosque, dijo el padre:
- Recoged ahora leña, pequeños, os encenderé un fuego para que no tengáis
frío.
Hänsel y Gretel reunieron un buen montón de leña menuda. Prepararon una
hoguera, y cuando ya ardió con viva llama, dijo la mujer:
- Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y descansad, mientras nosotros
nos vamos por el bosque a cortar leña. Cuando hayamos terminado,
vendremos a recogeros.
Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y al mediodía, cada uno se
comió su pedacito de pan. Y como oían el ruido de los hachazos, creían que su
padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que él
había atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el tronco. Al
cabo de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se
quedaron profundamente dormidos.
Despertaron, cuando ya era noche cerrada. Gretel se echó a llorar, diciendo:
- ¿Cómo saldremos del bosque?
Pero Hänsel la consoló:
- Espera un poquitín a que brille la luna, que ya encontraremos el camino.
Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño, cogiendo de la mano a su
hermanita, guiose por las guijas, que, brillando como plata batida, le indicaron
la ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba.
Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos, exclamó:
- ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en el bosque?
¡Creíamos que no queríais volver!
El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la
conciencia por haberlos abandonado. Algún tiempo después hubo otra época
de miseria en el país, y los niños oyeron una noche cómo la madrastra, estando
en la cama, decía a su marido:
- Otra vez se ha terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y
sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los niños. Los llevaremos más
adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no
hay salvación para nosotros.
Al padre le dolía mucho abandonar a los niños, y pensaba: «Mejor harías
partiendo con tus hijos el último bocado». Pero la mujer no quiso escuchar sus
razones, y lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez,
también ha de ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para negarse.
Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron la conversación. Cuando los
viejos se hubieron dormido, levantóse Hänsel con intención de salir a
proveerse de guijarros, como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, pues la
mujer había cerrado la puerta. Dijo, no obstante, a su hermanita, para
consolarla:
- No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios Nuestro Señor nos ayudará.
A la madrugada siguiente se presentó la mujer a sacarlos de la cama y les dio
su pedacito de pan, más pequeño aún que la vez anterior. Camino del bosque,
Hänsel iba desmigajando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en
trecho, dejaba caer miguitas en el suelo.
- Hänsel, ¿por qué te paras a mirar atrás? -preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te
entretengas!
- Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós.
- ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que
brilla en la chimenea.
Pero Hänsel fue sembrando de migas todo el camino. La madrastra condujo a
los niños aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca había estado.
Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo:
- Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad una siestecita. Nosotros
vamos por leña; al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a
recogemos.
A mediodía, Gretel partió su pan con Hänsel, ya que él había esparcido el suyo
por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a
buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche oscura. Hänsel
consoló a Gretel diciéndole:
- Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas
de pan que yo he esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta.
Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una
sola miga; se las habían comido los mil pajarillos que volaban por el bosque.
Dijo Hänsel a Gretel:
- Ya daremos con el camino -pero no lo encontraron.
Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente, desde la madrugada hasta el
atardecer, sin lograr salir del bosque; sufrían además de hambre, pues no
habían comido más que unos pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y
como se sentían tan cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos,
echáronse al pie de un árbol y se quedaron dormidos.
Y amaneció el día tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha,
pero cada vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en
su ayuda, estaban condenados a morir de hambre.
Pero he aquí que hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo, blanco como la
nieve, posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que se
detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió
el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó;
y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho,
y las ventanas eran de puro azúcar.
- ¡Mira qué bien! -exclamó Hänsel-, aquí podremos sacar el vientre de mal
año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana,
verás cuán dulce es.
Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía,
mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz
suave que procedía del interior: «¿Será acaso la ratita la que roe mi casita?»
Pero los niños respondieron: «Es el viento, es el viento que sopla violento». Y
siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado
sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y
se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos.
Abrióse entonces la puerta bruscamente, y salió una mujer viejísima, que se
apoyaba en una muleta. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo
que tenían en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo:
- Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os
haré ningún daño.
Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde había servida una
apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después
los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en
ellas, creyéndose en el cielo. La vieja aparentaba ser muy buena y amable,
pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para
cazarlos, y había construido la casita de pan con el único objeto de atraerlos.
Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo comía; esto era
para ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas
de vista; pero, en
cambio, su olfato es
muy fino, como el de
los animales, por lo que
desde muy lejos
ventean la presencia de
las personas. Cuando
sintió que se acercaban
Hänsel y Gretel, dijo
para sus adentros, con
una risotada maligna:
«¡Míos son; éstos no se
me escapan!».
Levantóse muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al verlos
descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y
coloreadas, murmuró entre dientes: «¡Serán un buen bocado!». Y, agarrando a
Hänsel con su mano seca, llevólo a un pequeño establo y lo encerró detrás de
una reja. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil.
Dirigióse entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola
rudamente y gritándole:
- Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano;
lo tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien cebado, me lo
comeré.
Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los
mandatos de la bruja. Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas
exquisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las
mañanas bajaba la vieja al establo y decía:
- Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo.
Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista
muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse
de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel
continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo:
- Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu
hermano, mañana me lo comeré.
¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y cómo le
corrían las lágrimas por las mejillas! «¡Dios mío, ayúdanos! -rogaba-. ¡Ojalá
nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos muerto
juntos!».
- ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte.
Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender
fuego.
- Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado
la masa -.
Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían
grandes llamas.
- Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja.
Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su
interior, asarla y comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y
dijo:
- No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo haré para entrar?
- ¡Habráse visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la
abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y
metió la cabeza en la boca del horno.
Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la
puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la
bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada
hechicera hubo de morir quemada miserablemente. Corrió Gretel al establo
donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta, exclamando: ¡Hänsel,
estamos salvados; ya está muerta la bruja! Saltó el niño afuera, como un
pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se
arrojaron al cuello uno del otro, y qué de abrazos y besos!
Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos
los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas.
- ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de ellas los
bolsillos.
Y dijo Gretel:
- También yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de
pedrería.
- Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -.
A unas dos horas de andar llegaron a un gran río.
- No podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela.
- Ni tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí nada un pato
blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río -.
Y gritó: «Patito, buen patito mío Hänsel y Gretel han llegado al río. No hay
ningún puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?».
Acercóse el patito, y el niño se subió en él, invitando a su hermana a hacer lo
mismo.
- No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve
uno tras otro.
Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla opuesta y
hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más
familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron
entonces a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su
padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día
en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había
muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas
saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos.
Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado.
Fin
Blanca nieves y los siete
enanitos
Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura
sentada cerca de una venta-na con marco de ébano negro. Los copos de nieve
caían del cielo como plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo con su aguja
y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo
sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo.
-¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nie-ve, tan roja como la sangre y
tan negra como la madera de ébano!
Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada
como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano.
Por todo eso fue
llamada
Blancanieves. Y al
na-cer la niña, la
reina murió.
Un año más tarde el
rey tomó otra
esposa. Era una
mujer bella pero
orgullosa y
arrogante, y no podía soportar que
nadie la superara en
belleza. Tenía un
espejo maravilloso
y cuando se ponía
frente a él,
mirándose le
preguntaba:
¡Espejito, espejito
de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondía:
La Reina es la más hermosa de esta región.
Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad.
Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete
años era tan bella co-mo la clara luz del día y aún más linda que la reina.
Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
el espejo respondió:
La Reina es la hermosa de este lugar,
pero la linda Blancanieves lo es mucho más.
Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir
de ese momento, cuando veía a Blancanieves el corazón le daba un vuelco en
el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envidia y su orgullo
crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba
reposo, ni de día ni de noche.
Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:
-Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparez-ca más ante mis ojos. La
matarás y me traerás sus pulmones y su hígado como prueba.
El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de
Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó:
-¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré
nunca más.
Como era tan linda el cazador tuvo piedad y di-jo:
-¡Corre, pues, mi pobre niña!
Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no
tener que matarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón. Un
cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y
los llevó a la reina como prueba de que había cumplido su misión. El cocinero los cocinó con sal y la mala mujer los comió cre-yendo comer los pulmones
y el hígado de Blancanieves.
Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques,
abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árbo-les la
asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió
sobre guijarros filosos y a través de las zarzas. Los animales salvajes se cruzaban con ella pero no le hacían ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde;
entonces vio una casita a la que entró para descansar. En la cabañita todo era
pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había una mesita
pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos
pequeños. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete
camitas cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha
hambre y mucha sed, Blancanieves co-mió trozos de legumbres y de pan de
cada platito y bebió una gota de vino de cada vasito. Luego se sin-tió muy
cansada y se quiso acostar en una de las ca-mas. Pero ninguna era de su
medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que fi-nalmente la
séptima le vino bien. Se acostó, se en-comendó a Dios y se durmió.
Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que
excavaban y extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete faro-litos y
vieron que alguien había venido, pues las co-sas no estaban en el orden en que
las habían dejado. El primero dijo:
-¿Quién se sentó en mi sillita?
El segundo:
-¿Quién comió en mi platito?
El tercero:
-¿Quién comió de mi pan?
El cuarto:
-¿Quién comió de mis legumbres?
El quinto.
-¿Quién pinchó con mi tenedor?
El sexto:
-¿Quién cortó con mi cuchillo?
El séptimo:
-¿Quién bebió en mi vaso?
Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una pequeña arruga en su cama
y dijo:
-¿Quién anduvo en mi lecho?
Los otros acudieron y exclamaron:
-¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mi-rando en el suyo, el séptimo
descubrió a Blancanie-ves, acostada y dormida. Llamó a los otros, que se
precipitaron con exclamaciones de asombro. Enton-ces fueron a buscar sus
siete farolitos para alumbrar a Blancanieves.
-¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta ni-ña!
Y sintieron una alegría tan grande que no la des-pertaron y la dejaron
proseguir su sueño. El séptimo enano se acostó una hora con cada uno de sus
com-pañeros y así pasó la noche.
Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los siete enanos tuvo miedo.
Pero ellos se mostraron amables y le preguntaron.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Blancanieves -respondió ella.
-¿Como llegaste hasta nuestra casa?
Entonces ella les contó que su madrastra había querido matarla pero el cazador
había tenido piedad de ella permitiéndole correr durante todo el día hasta
encontrar la casita.
Los enanos le dijeron:
-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar,
ha-cer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes
todo en orden y bien limpio puedes quedarte
con nosotros; no te faltará nada.
-Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo
co-razón. Y se quedó con ellos.
Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas los enanos partían hacia las montañas,
donde buscaban los minerales y el oro, y
regresaban por la noche. Para ese entonces la
comida estaba lista.
Durante todo el día la niña permanecía sola; los buenos enanos la previnieron:
-¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a
nadie!
La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado
de Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las
mujeres. Se puso ante el espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondió.
Pero, pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
La Reina es la más hermosa de este lugar
La reina quedó aterrorizada pues sabía que el es-pejo no mentía nunca. Se dio
cuenta de que el caza-dor la había engañado y de que Blancanieves vivía.
Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no
fuera la más bella de la re-gión la envidia no le daría tregua ni reposo. Cuando
finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió como una vieja buhonera y
quedó totalmente irre-conocible.
Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos,
golpeó a la puerta y gritó:
-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
Blancanieves miró por la ventana y dijo:
-Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?
-Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores.
La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó:
-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.
Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta.
-¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la
arreglo como se debe.
Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de ella para que le
arreglara el lazo. Pero rápi-damente la vieja lo oprimió tan fuerte que
Blancanieves perdió el aliento y cayó como muerta.
-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella. Y se fue.
Poco después, a la noche, los siete enanos regre-saron a la casa y se asustaron
mucho al ver a Blanca-nieves en el suelo, inmóvil. La levantaron y
descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y Blancanieves comenzó a
respirar y a reanimarse po-co a poco.
Cuando los enanos supieron lo que había pasado dijeron:
-La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. ¡Ten mucho cuidado y
no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca!
Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta
región?
Entonces, como la vez anterior, respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar,
Pero pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
Cuando oyó estas palabras toda la sangre le aflu-yó al corazón. El terror la
invadió, pues era claro que Blancanieves había recobrado la vida.
-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará perecer.
Y con la ayuda de sortilegios, en los que era ex-perta, fabricó un peine
envenenado. Luego se disfra-zó tomando el aspecto
de otra vieja. Así vestida atravesó las siete
montañas y llegó a la casa de los siete enanos.
Golpeó a la puerta y gritó:
-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
Blancanieves miró desde adentro y dijo:
-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.
-Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el
peine envenenado y levantándolo en el aire.
Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió
la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo so-bre la
compra la vieja le dilo:
-Ahora te voy a peinar como corresponde.
La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal,
dejó hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el peine en los cabellos el
veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin conocimiento.
-¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora sí que acabé contigo!
Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron
a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la
madrastra. Examinaron a la niña y encontraron el peine envenenado. Apenas
lo retiraron, Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces le advirtieron una vez más que debería cui-darse y no abrir la puerta a
nadie.
En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Y el espejito, respondió nuevamente:
La Reina es la más hermosa de este lugar.
Pero pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se estremeció y tembló de cólera.
-Es necesario que Blancanieves muera -exclamó-aunque me cueste la vida a
mí misma.
Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie podía
entrar y fabricó una manzana envenenada. Exteriormente parecía buena,
blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la veía; pero apenas se
comía un trocito sobrevenía la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se
pintó la cara, se disfrazó de campesina y atravesó las siete montañas hasta
llegar a la casa de los siete enanos.
Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ven-tana y dijo:
-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido.
-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te
voy a dar una.
-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.
-¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mi-ra, corto la manzana en dos
partes; tú comerás la parte roja y yo la blanca.
La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja
contenía veneno. La be-lla manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la
campesina comer no pudo resistir más, estiró la ma-no y tomó la mitad
envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cayó muerta.
Entonces la vieja la examinó con mirada horri-ble, rió muy fuerte y dijo.
-Blanca como la nieve, roja como la sangre, ne-gra como el ébano. ¡Esta vez
los enanos no podrán reanimarte!
Vuelta a su casa interrogó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejo finalmente respondió.
La Reina es la más hermosa de esta región.
Entonces su corazón envidioso encontró repo-so, si es que los corazones
envidiosos pueden en-contrar alguna vez reposo.
A la noche, al volver a la casa, los enanitos en-contraron a Blancanieves
tendida en el suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta.
La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le
peinaron los cabellos, la lava-ron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió
de nada: la querida niña estaba muerta y siguió están-dolo.
La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres días
lloraron. Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas.
Los enanos se dijeron:
-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hi-cieron un ataúd de vidrio para
que se la pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron adentro e
inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey.
Luego expusieron el ataúd en la montaña. Uno de ellos permanecería siempre
a su lado para cuidarla. Los animales también vinieron a llorarla: primero un
mochuelo, luego un cuervo y más tarde una palomita.
Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd sin descomponerse; al
contrario, parecía dor-mir, ya que siempre estaba blanca como la nieve, roja
como la sangre y sus cabellos eran negros como el ébano.
Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de
los enanos a pasar la noche. En la montaña vio el ataúd con la hermosa
Blancanieves en su interior y leyó lo que estaba es-crito en letras de oro.
Entonces dijo a los enanos:
-Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran a
cambio.
-No lo daríamos por todo el oro del mundo respondieron los enanos.
-En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo
pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La
hon-raré, la estimaré como a lo que más quiero
en el mundo.
Al oírlo hablar de este modo los enanos
tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd. El
príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus
servidores, pero su-cedió que éstos tropezaron
contra un arbusto y co-mo consecuencia del sacudón el trozo de manzana
envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido
hacia afuera. Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió,
resucitada.
-¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó.
-Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de ale-gría.
Le contó lo que había pasado y le dijo:
-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmi-go al castillo de mi padre;
serás mi mujer.
Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él y se preparó la boda
con gran pompa y mag-nificencia.
También fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves.
Después de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
El espejo respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho
más.
Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no
supo qué hacer. Al principio no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no
encontró reposo hasta no ver a la joven reina.
Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el
descubrimiento la de-jaron clavada al piso sin poder moverse.
Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los
colocaron delante de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos
zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.
Fin
La Leona
Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban
silenciosamente.
La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sintió el olor y advirtió en
seguida el peligro.
Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante ella, dispuestos a
herirla.
A la vista de aquellas armas, la leona, aterrada, quiso escapar. Y de repente
pensó que sus hijitos quedarían entonces a merced de los cazadores. Decidida
a todo por defenderlos, bajó la mirada para no ver las amenazadoras puntas de
aquellos hierros y, dando un salto desesperado, se lanzó sobre ellos,
poniéndolos en fuga.
Su extraordinario coraje la salvó a ella y salvó a sus pequeñuelos. Porque nada
hay imposible cuando el amor guía las acciones.
Fin
El niño pequeño
Había una vez, un niñ@ pequeñ@ que comenzó a ir a la escuela. Era bastante
pequeñ@ y la escuela muy grande. Cuando descubrió que podía entrar en su
aula desde la puerta que daba al exterior, estuvo feliz y la escuela no le pareció
tan grande. Una mañana, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@-.
Le gustaba dibujar y podía hacer de todo: vacas, trenes, pollos, tigres, leones,
barcos. Sacó entonces su caja de lápices y empezó a dibujar, pero la maestr@
dijo:
- ¡Esperen, aún no es tiempo de empezar! Aún no he dicho lo que vamos a
dibujar. Hoy vamos a dibujar flores.
- ¡Qué bien! -pensó el niñ@.
Le gustaba hacer flores y empezó a dibujar flores muy bellas con sus lápices
violetas, naranjas y azules. Pero la maestr@ dijo:
- ¡Yo les enseñaré cómo, esperen un momento! - y, tomando una tiza, pintó
una flor roja con un tallo verde. Ahora -dijo- pueden comenzar.
El niñ@ miró la flor que había hecho la maestr@ y la comparó con las que él
había pintado. Le gustaban más las suyas, pero no lo dijo. Volteó la hoja y
dibujó una flor roja con un tallo verde, tal como la maestr@ lo indicara.
Otro día, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a modelar con plastilina.
- ¡Qué bien! -pensó el niñ@.
Le gustaba la plastilina y podía hacer muchas
cosas con ella: víboras, hombres de nieve,
ratones, carros, camiones; y empezó a estirar y a
amasar su bola de plastilina. Pero la maestr@
dijo:
- ¡Esperen, aún no es tiempo de comenzar! Ahora
-dijo- vamos a hacer un plato.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@-.
Le gustaba modelar platos y comenzó a hacerlos de todas formas y tamaños.
Entonces la maestr@ dijo:
- ¡Esperen, yo les enseñaré cómo! - y les mostró cómo hacer un plato hondo-.
Ahora ya pueden empezar.
El niño miró el plato que había modelado la maestr@ y luego los que él había
modelado. Le gustaban más los suyos, pero no lo dijo. Sólo modeló otra vez la
plastilina e hizo un plato hondo, como la maestr@ indicara.
Muy pronto, el pequeñ@ aprendió a esperar que le dijeran qué y cómo debía
trabajar, y a hacer cosas iguales a la maestr@. No volvió a hacer nada él sólo.
Pasó el tiempo y, sucedió que, el niñ@ y su familia se mudaron a otra ciudad,
donde el pequeñ@ tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era más grande y no
había puertas al exterior a su aula. El primer día de clase, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@, y esperó a que la maestr@ dijera lo que había
que hacer; pero ella no dijo nada. Sólo caminaba por el aula, mirando lo que
hacían los niñ@s. Cuando llegó a su lado, le dijo:
- ¿No quieres hacer un dibujo?
- Sí -contestó el pequeñ@-, pero, ¿qué hay que hacer?
- Puedes hacer lo que tú quieras - dijo la maestr@.
- ¿Con cualquier color?
- ¡Con cualquier color - respondió la maestr@-. Si tod@s hicieran el mismo
dibujo y usaran los mismos colores, ¡cómo sabría yo lo que hizo cada cual!
El niñ@ no contestó nada y, bajando la cabeza, dibujó una flor roja con un
tallo verde".
Fin
RAPUNZEL
Había una vez una pareja que hacía mucho tiempo deseaba tener un bebé. Un
día, la mujer sintió que su deseo ¡por fin! se iba a realizar. Su casa tenía una
pequeña ventana en la parte de atrás, desde donde se podía ver un jardín lleno
de flores hermosas y de toda clase de plantas. Estaba rodeado por una muralla
alta y nadie se atrevía a entrar porque allí vivía una bruja.
Un día, mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol cargadito de
espléndidas manzanas que se veían tan frescas que ansiaba comerlas. Su deseo
crecía día a día y como pensaba que nunca podría comerlas, comenzó a
debilitarse, a perder peso y se puso enferma. Su marido, preocupado, decidió
realizar los deseos de la mujer. En la oscuridad de la noche el hombre cruzó la
muralla y entró en el jardín de la bruja. Rápidamente cogió algunas de
aquellas manzanas tan rojas y corrió a entregárselas a su esposa.
Inmediatamente la mujer empezó a comerlas y a ponerse buena. Pero su deseo
aumentó, y para mantenerla satisfecha, su marido decidió volver al huerto para
recoger mas manzanas. Pero cuando saltó la pared, se encontró cara a cara con
la bruja. "¿Eres tu el ladrón de mis manzanas?" dijo la bruja furiosa.
Temblando de miedo, el hombre explicó a la bruja que tubo que hacerlo para
salvar la vida a su esposa.
Entonces la bruja dijo, "Si es verdad lo que me has dicho, permitiré que
recojas cuantas manzanas quieras, pero a cambio me tienes que dar el hijo que
tu esposa va a tener. Yo seré su madre." El hombre estaba
tan aterrorizado que aceptó. Cuando su esposa dio a luz
una pequeña niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. Era
hermosa y se llamaba Rapunzel. Cuando cumplió doce
años, la bruja la encerró en una torre en medio de un
cerrado bosque. La torre no tenía escaleras ni puertas, sólo
una pequeña ventana en lo alto. Cada vez que la bruja
quería subir a lo alto de la torre, se paraba bajo la ventana
y gritaba: "¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza!
Rapunzel tenía un abundante cabello largo, dorado como el sol. Siempre que
escuchaba el llamado de la bruja se soltaba el cabello, lo ataba en trenzas y lo
dejaba caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza y se subía hasta la
ventana.
Un día un príncipe, que cabalgaba por el bosque, pasó por la torre y escuchó
una canción tan gloriosa que se acercó para escuchar. Quien cantaba era
Rapunzel. Atraído por tan melodiosa voz, el príncipe buscó entrar en la torre
pero todo fue en vano. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo
al corazón, que lo hizo regresar al bosque todos los días para escucharla. Uno
de esos días, vio a la bruja acercarse a los pies de la torre. El príncipe se
escondió detrás de un árbol para observar y la escuchó decir: "!Rapunzel!
¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!" Rapunzel dejó caer su larga trenza y la bruja
trepó hasta la ventana. Así, el principe supo como podría subir a la torre.
Al día siguiente al oscurecer, fue a la torre y llamó: "¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!,
"¡lanza tu trenza!" El cabello de Rapunzel cayó de inmediato y el príncipe
subió. Al principio Rapunzel se asustó, pero el príncipe le dijo gentilmente
que la había escuchado cantar y que su dulce melodía le había robado el
corazón. Entonces Rapunzel olvidó su temor. El príncipe le preguntó si le
gustaría ser su esposa a lo cual accedió de inmediato y sin pensarlo mucho
porque estaba enamorada del príncipe y porque estaba deseosa de salir del
dominio de esa mala bruja que la tenía presa en aquel tenebroso castillo.
El príncipe la venía a visitar todas las noches y la bruja, que venía sólo durante
el día, no sabía nada. Hasta que un día, cuando la bruja bajaba por la trenza
oyó a Rapunzel decir que ella pesaba mas que el príncipe. La bruja reaccionó
gritando: "Así que ¿has estado engañándome?" Furiosa, la bruja decidió cortar
todo el cabello de Rapunzel, abandonándola en un lugar lejano para que
viviera en soledad.
Al volver a la torre, la bruja se escondió detrás de un árbol hasta que vio llegar
al príncipe y llamar a Rapunzel. Entonces enfurecida, la bruja salió del
escondite y le dijo: "Has perdido a Rapunzel para siempre. Jamás volverás a
verla". Por lo que el príncipe se quedó desolado. Además, la bruja le aplicó un
hechizo dejando ciego al príncipe. Incapacitado de volver a su castillo, el
príncipe acabó viviendo durante muchos años en el bosque hasta que un día
por casualidad llegó al solitario lugar donde vivía Rapunzel. Al escuchar la
melodiosa voz, se dirigió hacia ella. Cuando estaba cerca, Rapunzel lo
reconoció. Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso triste cuando se dio
cuenta de su ceguera. Lo abrazó tiernamente y lloró. Sus lágrimas cayeron
sobre los ojos del príncipe ciego y de inmediato los ojos de él se llenaron de
luz y pudo volver a ver como antes. Entonces, felices por estar en reunido con
su amor, los dos se casaron y vivieron muy felices.
Fin
El traje nuevo del emperador
Hace muchos años vivía un Emperador que gastaba todas sus rentas en lucir
siempre trajes nuevos. Tenía un traje para cada hora de día. La ciudad en que
vivía el Emperador era muy movida y alegre. Todos los días llegaban
tejedores de todas las partes del mundo para tejer los trajes más maravillosos
para el Emperador.
Un día se presentaron dos bandidos que se hacían pasar por tejedores,
asegurando tejer las telas más hermosas, con colores y dibujos originales. El
Emperador quedó fascinado e inmediatamente entregó a los dos bandidos un
buen adelanto en metálico para que se pusieran manos a la obra cuanto antes.
Los ladrones montaron un telar y simularon que trabajaban. Y mientras tanto,
se suministraban de las sedas más finas y del oro de mejor calidad.
Pero el Emperador, ansioso por ver las telas, envió el viejo y digno ministro a
la sala ocupada por los dos supuestos tejedores. Al entrar en el cuarto, el
ministro se llevó un buen susto “¡Dios nos ampare! ¡Pero si no veo nada!”.
Pero no soltó palabra. Los dos bandidos le rogaron que se acercase y le
preguntaron si no encontraba magníficos los colores y los dibujos. Le
señalaban el telar vacío y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados,
sin ver nada. Pero los bandidos insistían: “¿No dices nada del tejido? El
hombre, asustado, acabó por decir que le parecía todo muy bonito, maravilloso
y que diría al Emperador que le había gustado todo. Y así lo
hizo.
Los estafadores pidieron más dinero, más oro, y así lo
hicieron. Poco después el Emperador envió otro ministro
para inspeccionar el trabajo de los dos bandidos. Y le ocurrió
lo mismo que al primero. Pero salió igual de convencido de
que había algo, de que el trabajo era formidable. El
Emperador quiso ver la maravilla con sus propios ojos.
Seguido por su comitiva, se encaminó a la casa de los
estafadores. Al entrar no vio nada. Los bandidos le preguntaron sobre el
admirable trabajo y el Emperador pensó: “¡Como! Yo no veo nada. Eso es
terrible. ¿Seré tonto o acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso”. Con
miedo de perder su cargo, el emperador dijo: - Oh, sí, es muy bonita. Me gusta
mucho. La apruebo. Todos de su séquito le miraban y remiraban. Y no
entendían al Emperador que no se cansaba de lanzar elogios a los trajes y a las
telas. Y se propuso a estrenar los vestidos en la próxima procesión.
El Emperador condecoró a cada uno de los bribones y los nombró tejedores
imperiales. Sin ver nada, el Emperador probó los trajes, delante del espejo.
Los probó y los reprobó, sin ver nada de nada. Y todos exclamaban: “¡Qué
bien le sienta! ¡Es un traje precioso!”. Fuera, la procesión lo esperaba. Y el
Emperador salió y desfiló por las calles del pueblo sin llevar ningún traje.
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser
tenido por incapaz o por estúpido, hasta que exclamó de pronto un niño: ¡Pero si no lleva nada! - ¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! Dijo
su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el
pequeño. - ¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada! ¡Pero si no lleva nada! – gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues sospechaba que el pueblo tenía razón;
mas pensó: “Hay que aguantar hasta el fin”. Y siguió más altivo que antes; y
los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
FIN
El conejito ingenioso
Periquín tenía su linda casita junto al camino. Periquín era un
conejito de blanco peluche, a quien le gustaba salir a tomar el
sol junto al pozo que había muy cerca de su casita. Solía
sentarse sobre el brocal del pozo y allí estiraba las orejitas, lleno
de satisfacción. Qué bien se vivía en aquel rinconcito, donde
nadie venía a perturbar la paz que disfrutaba Periquín! Pero
un día apareció el Lobo ladrón, que venía derecho al pozo.
Nuestro conejito se puso a temblar. Luego, se le ocurrió echar a
correr y encerrarse en la casita antes de que llegara el enemigo:
pero no tenía tiempo! Era necesario inventar algún ardid para
engañar al ladrón, pues, de lo contrario, lo pasaría
mal. Periquín sabía que el Lobo, si no encontraba
dinero que quitar a sus víctimas, castigaba a éstas
dándoles una gran paliza. Ya para entonces
llegaba a su lado el Lobo ladrón y le apuntaba con
su espantable trabuco, ordenándole: - Ponga las
manos arriba señor conejo, y suelte ahora mismo la
bolsa, si no quiere que le sople en las costillas con un bastón de nudos. Ay, qué disgusto tengo, querido Lobo! -se lamentó Periquín, haciendo
como que no había oído las amenazas del ladrón- Ay, mi jarrón de
plata...! - De plata...? Qué dices? -inquirió el Lobo.
Sí amigo Lobo, de plata. Un
jarrón de plata maciza, que lo menos que vale es un dineral. Me lo dejó en
herencia mi abuela, y ya ves! Con mi jarrón era rico; pero ahora soy más
pobre que las ratas. Se me ha caído al pozo y no puedo recuperarlo! Ay,
infeliz de mí! -suspiraba el conejillo. - Estás seguro de que es de plata? De
plata maciza? -preguntó, lleno de codicia, el ladrón - Como que pesaba
veinte kilos! afirmó Periquín-. Veinte kilos de plata que están en el fondo
del pozo y del que ya no lo podré sacar. - Pues mi querido amigo -exclamó
alegremente el Lobo, que había tomado ya una decisión-, ese hermoso
jarrón de plata va a ser para mí. El Lobo, además de ser
ladrón, era muy tonto y empezó a despojarse sus vestidos
para estar más libre de movimientos. La ropa, los
zapatos, el terrible trabuco, todo quedó depositado sobre
el brocal del pozo. - Voy a buscar el jarrón- le dijo al
conejito. Y metiéndose muy decidido en el cubo que, atado con una
cuerda, servía para sacar agua del pozo, se dejó caer por el
agujero. Poco después llegaba hasta el agua, y una voz subió
hasta Periquín: - Conejito, ya he llegado! Vamos a ver dónde está
ese tesoro. Te acuerdas hacia qué lado se ha caído? - Mira por la
derecha -respondió Periquín, conteniendo la risa. - Ya estoy mirando pero
no veo nada por aquí ... - Mira entonces por la izquierda -dijo
el conejo, asomando por la boca del pozo y riendo a más y
mejor. Miro y remiro, pero no le encuentro... De que te ríes? preguntó amoscado el Lobo. - Me río de ti, ladrón tonto, y de
lo difícil que te va a ser salir de ahí. Éste será el castigo de tu
codicia y maldad, ya que has de saber que no hay ningún
jarrón de plata, ni siquiera de hojalata. Querías robarme; pero el robado
vas a ser tú, porque me llevo tu ropa y el trabuco con el que atemorizabas
a todos. Viniste por lana, pero has resultado trasquilado. Y, de esta
suerte, el conejito ingenioso dejó castigado al Lobo ladrón, por su codicia
y maldad.
FIN
La rosa y la cucha
abía una vez, un perro que era muy rico. No le faltaba
nada. Tenía una gran cucha especialmente diseñada por los mejores
arquitectos de la zona. Siempre vestía con chalecos y corbatas, comía
los mejores manjares, hasta tenía una heladera y una cocina donde
guardaba los mejores huesos traídos por sus dueños de Europa. Era
muy soberbio, y le molestaba que los niños se le acerquen a su
cucha. Siempre caminaba erguido por los alrededores con el hocico
parado y sacando pecho, mirando de reojo a los demás perros.
Enfrente vivía un perrito en una cucha muy
humilde, y todas la mañana, con su gran
regadera de plástico, regaba una rosa
verde que creció junto a su puerta.
Tanke, así se llamaba el perrito, era
muy bueno con los niños y todos lo querían mucho en el
barrio. Era alegre, juguetón y siempre estaba contento.
Al perro millonario de enfrente, que se hacia llamar Mister Perro, no
le gustaba que todos los niños siempre estén jugando con Tanke.
Mister Perro entonces decidió que quería una rosa igual a la de
Tanke.
Llamó a sus amigotes y les ofreció mucho dinero a
quien lograra traerle una rosa igual que la de Tanque.
Los amigotes de Mister Perro estuvieron buscando por
varios días, pero no encontraron nada.
Entonces Mister Perro mandó a fabricar una rosa verde de plástico
muy linda, pero los niños seguían sin acercarse a su cucha, y furioso
Mister Perro se comió su rosa de plástico.
Así decidió ponerse un antifaz y por la noche, con
una tijera cortó la rosa de Tanque y la plantó cerca
de su cucha.
Por la mañana, Tanque al no ver su rosa verde se
puso triste, y cruzó en frente a preguntarle a Mister
Perro si había visto quien se llevó su rosa. Grande
fue su sorpresa al ver que Mister Perro estaba regando una rosa
verde parecida a la de él.
Tanke volvió triste a su cucha. Pero a los pocos días la rosa se
marchitó y otra rosa verde creció junto a su cucha. Nuevamente los
niños jugaban alrededor de la cucha de Tanke.
Mister Perro miraba y no comprendía que fue lo que
falló. Se puso a llorar y al verlo, Tanque se le acercó y le
dijo: “la rosa verde crecerá junto a tu
cucha solo si eres un perro bueno,
juguetón y alegre”. “Ahora entiendo”, dijo Mister
Perro, “de ahora en adelante seré un perro bueno. No
me llamaré más Mister Perro, usaré mi verdadero
nombre que es Moky, y seré bueno, siempre bueno...”.
Y a los pocos días sé lo veía a Moky regando su linda
rosa verde.
FIN
El burrito descontento
Erase que se era un día de invierno muy crudo. En el campo nevaba
copiosamente, y dentro de una casa de labor, en su establo, había un
Burrito que miraba a través del cristal de la ventana. Junto a él tenía el
pesebre cubierto de paja seca. - Paja seca! - se decía el Burrito,
despreciándola. Vaya una cosa que me pone mi amo! Ay, cuándo se
acabará el invierno y llegará la primavera, para poder comer hierba
fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en prado y junto al
camino! Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue
llegando la primavera, y con la ansiada estación creció
hermosa hierba verde en gran abundancia. El Burrito se puso
muy contento; pero, sin embargo, le duró muy poco tiempo
esta alegría. El campesino segó la hierba y luego la cargó a
lomos del Burrito y la llevó a casa. Y luego volvió y la cargó
nuevamente. Y otra vez. Y otra. De manera que al Burrito ya no le
agradaba la primavera, a pesar de lo alegre que era y
de su hierva verde. Ay, cuándo llegará el verano, para
no tener que cargar tanta hierba del prado! Vino el
verano; mas no por hacer mucho calor mejoró la suerte
del animal. Porque su amo le sacaba al campo y le
cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus huertos.
El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que trabajar
bajo los ardores del Sol. - Ay, qué ganas tengo de que llegue el otoño! Así
dejaré de cargar haces de paja, y tampoco tendré que
llevar sacos de trigo al molino para que allí hagan
harina. Así se lamentaba el descontento, y ésta era la
única esperanza que le quedaba, porque ni en primavera
ni en verano había mejorado su situación.
Pasó el
tiempo... Llegó el otoño. Pero, qué ocurrió? El criado sacaba del establo al
Burrito cada día y le ponía la albarda. - Arre, arre! En la huerta nos
están esperando muchos cestos de fruta para llevar a la bodega. El
Burrito iba y venía de casa a la huerta y de la huerta a la casa, y en tanto
que caminaba en silencio, reflexionaba que no había mejorado su
condición con el cambio de estaciones. El Burrito se veía
cargado con manzanas, con patatas, con mil suministros
para la casa. Aquella tarde le habían cargado con un gran
acopio de leña, y el animal, caminando hacia la casa, iba
razonando a su manera: - Si nada me gustó la primavera,
menos aún me agrado el verano, y el otoño tampoco me
parece cosa buena, Oh, que ganas tengo de que llegue el
invierno! Ya sé que entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto
afán deseaba. Pero, al menos, podré descasar cuanto me apetezca.
Bienvenido sea el invierno! Tendré en el pesebre solamente
paja seca, pero la comeré con el mayor contento. Y cuando
por fin, llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz. Vivía
descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las
anteriores penalidades, comía con buena gana la paja que le ponían en el
pesebre. Ya no tenía las ambiciones que entristecieron su vida anterior.
Ahora contemplaba desde su caliente establo el caer de los copos de nieve,
y al Burrito descontento (que ya no lo era) se le ocurrió este pensamiento,
que todos nosotros debemos recordar siempre, y así iremos caminando
satisfechos por los senderos de la vida: Contentarnos con nuestra suerte
es el secreto de la felicidad.
FIN
El siervo engreído
Erase una vez... un ciervo muy engreído. Cuando se detuvo para
beber en un arroyuelo, se contemplaba en el espejo de sus aguas.
"¡Qué hermoso soy!", se decía, ¡No hay nadie en el bosque con
unos cuernos tan bellos!" Como todos los ciervos, tenía las
piernas largas y ligeras, pero él solía decir que preferiría
romperse una pierna antes de privarse de un solo vástago de su
magnífica cornamenta. ¡Pobre ciervo, cuán equivocado estaba!
Un día, mientras pastaba tranquilamente unos brotes tiernos,
escuchó un disparo en la lejanía y ladridos pe perros...! ¡Sus
enemigos! Sintió temor al saber que los perros son enemigos acérrimos de
los ciervos, y difícilmente podría escapar de su persecución si habían
olfateado ya su olor. ¡Tenía que escapar de inmediato y aprisa! De
repente, sus cuernos se engancharon en una de las ramas más bajas.
Intentó soltarse sacudiendo la cabeza, pero sus cuernos fueron
aprisionados firmemente en la rama. Los perros estaban ahora muy
cerca. Antes de que llegara su fin, el ciervo aún tuvo tiempo de pensar:
"¡Que error cometí al pensar que mis cuernos eran lo más hermoso de mi
físico, cuando en realidad lo más preciado era mis piernas que me
hubiesen salvado, no mi cornamenta que me traicionó"
FIN
Fabulas
La zorra y el leñador
Una zorra estaba siendo perseguida por unos cazadores cuando llegó al sitio
de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre le aconsejó que
ingresara a su cabaña.
Casi de inmediato llegaron los cazadores, y le preguntaron al leñador si había
visto a la zorra.
El leñador, con la voz les dijo que no, pero con su mano disimuladamente
señalaba la cabaña donde se había escondido.
Los cazadores no comprendieron la señas de la mano y se confiaron
únicamente en lo dicho con la palabra.
La zorra al verlos marcharse, salió sin decir nada.
Le reprochó el leñador por qué a pesar de haberla salvado, no le daba las
gracias, a lo que la zorra respondió:
--Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.
No niegues con tus actos, lo que pregonas con tus palabras.
El león y el toro
Pensando el león como capturar un toro muy corpulento, decidió utilizar la
astucia. Le dijo al toro que había sacrificado un carnero y que lo invitaba a
compartirlo. Su plan era atacarlo cuando se hubiera echado junto a la mesa.
LLegó al sitio el toro, pero viendo sólo grandes fuentes y asadores, y ni asomo
de carnero, se largó sin decir una palabra.
Le reclamó el león que por qué se marchaba así, pues nada le había hecho.
-- Sí que hay motivo -- respondió el toro --, pues todos los preparativos que
has hecho no son para el cuerpo de un carnero, sino para el de un toro.
Observa y analiza siempre con cuidado tú alrededor, y así estarás mejor
protegido de los peligros.
El perro y el cocinero
Preparó un hombre una cena en honor de uno de sus amigos y de sus
familiares. Y su perro invitó también a otro perro amigo.
-- Ven a cenar a mi casa conmigo -- le dijo.
Y llegó el perro invitado lleno de alegría. Se detuvo a contemplar el gran
festín, diciéndose a sí mismo:
-- ¡ Que suerte tan inesperada ! Tendré comida para hartarme y no pasaré
hambre por varios días.
Estando en estos pensamientos, meneaba el rabo como gran viejo amigo de
confianza. Pero al verlo el cocinero moviéndose alegremente de allá para acá,
lo cogió de las patas y sin pensarlo más, lo arrojó por la ventana. El perro se
volvió lanzando grandes alaridos, y encontrándose en el camino con otros
perros, estos le preguntaron:
-- ¿ Cuánto has comido en la fiesta, amigo ?
-- De tanto beber, -- contestó -- tanto me he enbriagado, que ya ni siquiera sé
por donde he salido.
No te confíes de la generosidad que otros prodigan con lo que no les
pertenece.
Prometer lo imposible
Un hombre pobre se hallaba gravemente enfermo. Viendo que no podrían los
médicos salvarle, se dirigió a los dioses, prometiendo ofrendarles una
hecatombe y consagrarles múltiples exvotos si lograba restablecerse.
Le oyó su mujer, que lo acompañaba a su lado, y le preguntó:
-¿Y de dónde sacarás tanto dinero para cubrir todo eso?
-¿Y crees tú que los dioses me lo van a reclamar si me restableciera?-repuso el
enfermo.
Nunca hagas promesas que de antemano ya sabes que será imposible
cumplirlas.
La cabra y el asno
Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo.
La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor
alimentado, y le dijo:
-- Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento inacabable. Finge un
ataque y déjate caer en un foso para que te den unas vacaciones.
Tomó el asno el consejo, y dejándose caer se lastimó todo el cuerpo. Viéndolo
el amo, llamó al veterinario y le pidió un remedio para el pobre. Prescribió el
curandero que necesitaba una infusión con el pulmón de una cabra, pues era
muy efectivo para devolver el vigor. Para ello entonces degollaron a la cabra y
así curar al asno.
En todo plan de maldad, la víctima principal siempre es su propio creador.
El mono y el delfín
Un marinero, comprometido en un viaje largo, llevó con él a un mono para
divertirlo mientras estaba a bordo. Cuando estaban cerca de la costa de Grecia,
una violenta tempestad se levantó y el barco fue arruinado, y el marinero, su
mono, y todo el equipo fue obligado a nadar para salvar sus vidas.
Un delfín vio al mono competir con las olas, y suponiendo que él era un
hombre (a quien siempre se dice que el delfín le ofrece amistad), vino y se
colocó bajo él, llevándole en su espalda a la seguridad de la orilla.
Cuando el delfín llegó con su carga a la vista de la tierra no lejos de Atenas, le
preguntó al mono si él era un Ateniense. Éste contestó que sí lo era, y que era
descendiente de una de las familias más nobles en aquella ciudad. El delfín
entonces preguntó si él conocía el Pireo (el famoso puerto de Atenas).
Pensando que se refería a un hombre, el mono contestó que lo conocía muy
bien y que él era un amigo íntimo. El delfín, indignado por estas falsedades,
dio media vuelta y retornó al mono al alta mar.
Las propias mentiras del fanfarrón son las que se encargan de hundirlo.
Los ladrones y el gallo
Entraron unos ladrones en una casa y sólo encontraron un gallo; se
apoderaron de él y se marcharon. A punto de ser inmolado por los ladrones,
rogoles el gallo que le perdonaran alegando que era útil a los hombres,
despertándolos por la noche para ir a sus trabajos.
-Mayor razón para matarte, exclamaron los ladrones-, puesto que despertando
a los hombres nos impides robar.
Nada hay que aterrorize más a los malvados que todo aquello que es útil para
los honrados.
La pulga y el buey
Una pulga preguntaba a un buey:
--¿Qué sucede contigo, que siendo tan enorme y fuerte, te rindes a los
maltratos de los hombres y eres su esclavo día a día, mientras yo, siendo una
criatura tan pequeña, despiadadamente me alimento de su carne y bebo su
sangre en cualquier momento?-El buey contestó:
--No deseo ser desagradecido, ya que yo soy amado y bien cuidado con
cariño por los hombres, ellos a menudo me acarician frotando mi cabeza y
hombros.---¡Qué malo sería eso para mí!-- dijo la pulga; --esa caricia que te gusta, si
me la dieran a mí, traería mi destrucción inevitable.-Lo que puede ser bueno para unos, puede ser malo para otros.
Hermano y hermana
Un padre tenía un hijo y una hija, el hijo de muy buena apariencia, y ella de
una fealdad extraordinaria. Mientras ellos jugaban un día como niños, por
casualidad se miraron juntos en un espejo que estaba colocado en la silla de su
madre. El muchacho se congratuló de su buen parecer; pero la muchacha se
puso enojada, y no podía aguantar las auto-alabanzas de su hermano,
interpretando todo que él decía como cosas en contra de ella. (¿y cómo podría
hacerlo de otra manera?) Ella corrió a donde su padre pidiendo que castigara
a su hermano, y rencorosamente lo acusó de que como muchacho, hacía uso
de una cualidad que pertenece sólo a muchachas. El padre los abrazó a ambos,
y el otorgando sus besos y afecto imparcialmente a cada uno, dijo,
--Deseo que ambos se examinen ante el espejo cada día: tú, mi hijo, no debes
estropear tu belleza con una mala conducta; y tú, mi hija, puedes compensar tu
carencia de belleza con tus grandes virtudes.-Siempre debemos respetar las cualidades y defectos ajenos, y no maltratar al
prójimo presumiendo de nuestras ventajas.
El pescador flautista
Un pescador que también tocaba hábilmente la flauta, cogió juntas sus flautas
y sus redes para ir al mar; y sentado en una roca saliente, púsose a tocar la
flauta, esperando que los peces, atraídos por sus dulces sones, saltarían del
agua para ir hacia él. Mas, cansado al cabo de su esfuerzo en vano, dejó la
flauta a su lado, lanzó la red al agua y cogió buen número de peces. Viéndoles
brincar en la orilla después de sacarlos de la red, exclamó el pescador flautista:
-¡Malditos animales: cuando tocaba la flauta no teníais ganas de bailar, y
ahora que no lo hago parece que os dan cuerda!
Muchas veces no actuamos de acuerdo a las circunstancias que nos rodean,
sino desatiempados o desubicados. Procuremos siempre estar bien situados.
El joven en el rio
Un muchacho que se bañaba en un río estaba en peligro de ahogarse. Pidió
ayuda a un viajero que pasaba por allí, pero en vez de darle una mano de
ayuda, el hombre estuvo parado indiferentemente, y reprendió al muchacho
por su imprudencia.
--¡Ay, señor!-- gritó el joven, --por favor, ayúdeme ahora y repréndame
después.
Dar consejos sin dar la ayuda, de nada vale.
La avispa y la serpiente
Una avispa se asentó sobre la cabeza de una serpiente y, golpeándola
incesantemente con sus picaduras, la hirió de muerte.
La serpiente, estando en el gran tormento y no sabiendo como librarse de su
enemiga, vio venir un carro pesadamente cargado de madera, y fue
deliberadamente a colocar su cabeza bajo las ruedas, diciendo:
-Al menos mi enemiga y yo falleceremos juntos.El suicidio, cuando se usa para dañar a otros, es solamente un demente
consuelo de los que se reconocen a sí mismos como cobardes y derrotados.
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