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La excavación de las Tumbas Reales de Sipán (1987-2000)
Walter Alva
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El Proyecto Arqueológico Sipán fue iniciado en abril del
año 1987 como un trabajo de rescate arqueológico
frente al inminente saqueo y destrucción de este monumento perteneciente a la Cultura Moche o Mochica, un
reino que floreció en la Costa Norte del Perú entre los
siglos I a VII, más de 10 siglos antes que los conocidos
Incas anexaran esta región a su vasto Imperio.
La expoliación de los yacimientos arqueológicos es una
tragedia que afecta permanentemente la herencia cultural del Perú. Los campesinos pobres son incentivados a
profanar las tumbas de sus antepasados para abastecer
el mercado de obras de arte creado por los coleccionistas de América y Europa.
El resultado inmediato de esta intervención fue la recuperación de la llamada “Tumba del Señor de Sipán”, el fabuloso entierro de un Gobernante Mochica estimado hoy
como uno de los grandes descubrimientos arqueológicos
del siglo XX que hizo conocido en el mundo el nombre de
Sipán. Los trabajos iniciales pasaron a convertirse en uno
de los proyectos arqueológicos nacionales de mayor continuidad cuyos resultados e impacto han marcado un hito
importante en los aspectos académicos, culturales, sociales
y turísticos. Entre 1987 y 2000 se investigaron las características arquitectónicas del Santuario y su proceso constructivo, lográndose recuperar un total de 13 tumbas de
diferentes épocas y jerarquías que han brindado un significativo aporte al conocimiento de la Cultura Mochica, su
desarrollo tecnológico, pensamiento religioso, estructura
social, técnicas constructivas y sistema de vida.
Estos entierros de la nobleza Mochica, estaban dispuestos en una plataforma funeraria reservada para la élite,
ubicada delante de dos colosales estructuras piramidales truncas que conforman el Santuario de Sipán, sin
duda uno de los más importantes centros religiosos y
de poder en su tiempo.
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Por la naturaleza de los descubrimientos y su trascendencia, el proyecto asumió también la responsabilidad
de la conservación y restauración de los tesoros culturales recuperados, desarrollando simultáneamente una
campaña internacional de lucha contra el saqueo y tráfico de bienes culturales para culminar finalmente en la
construcción del actual Museo Tumbas Reales de Sipán,
estimado entre los mejores de su género en América.
Las excavaciones
Después de una dramática intervención inicial para expulsar a los saqueadores, con pocos recursos y mucho
entusiasmo, nuestro equipo logró iniciar los trabajos
de campo. Después de retirar toneladas de escombros y
avanzar lentamente, las excavaciones sistemáticas lograron 4 meses más tarde localizar en el centro de la plataforma, la cámara funeraria intacta del Señor.
Nuestras excavaciones estuvieron circunscritas a la baja
plataforma escalonada que se anteponía por el Este a dos
grandes construcciones piramidales, de cerca de 30 metros
de altura que imponentemente emergen en el mar verde de
los campos de caña de azúcar. Esta plataforma fue construída mediante paneles modulares a modo de columnas
de adobe apoyadas unas sobre otras desde su base.
Después de algunos hallazgos preliminares entre los que
puede mencionarse un impresionante cetro de cobre
que escapó a la ambición de los profanadores, iniciamos
la excavación del nivel central y superior de la plataforma. Debajo de los escombros y algunas modestas
tumbas intrusivas de pueblos posteriores a los Moche,
encontramos los bloques arquitectónicos intactos entre
ellos se dibujó una pequeña sección llena de tierra con
vigas de madera desintegradas por el tiempo. Se trataba
de un pequeño cuarto de 1.30 x 2.80 metros, donde los
sedimentos de arena y tierra, penetrando por el techo
habían llenado el espacio originalmente vacío, 1137 piezas de cerámica conteniendo indicios de alimentos, 4 coronas de cobre, restos de sacrificios de llamas y el
esqueleto de un hombre formaban parte de este repositorio de ofrendas, dispuesto probablemente para honrar
a las divinidades o algún personaje de alto rango, cuya
tumba en ese momento sólo presuponíamos.
LA TUMBA DEL SEÑOR
Limpiando la sección Este de la plataforma, volvió a dibujarse en el suelo otro relleno cuadrangular delimitado por
adobes cortados que comenzamos a retirar con mucha
paciencia y expectativa, hasta toparnos con el esqueleto
muy deteriorado de un hombre joven, portando un escudo de cobre sobre el antebrazo y restos de un casco metálico en el cráneo, la típica y sobria indumentaria de un
soldado Moche, cuyos pies amputados simbolizaban la
obligación de permanecer para siempre en su puesto de
vigía. Este “guardián” de tumba fue el indicio definitivo
que nos encontrábamos excavando una cámara intacta.
Poco después, los bordes cortados de adobe nos llevaron
a definir un recinto cuadrado de 5 metros por lado. Cincuenta centímetros más abajo del guerrero aparecieron
nuevas señales, 17 maderos paralelos desintegrados por el
tiempo, que originalmente integraron el techo de una cámara sellada y rellenada progresivamente por los sedimentos. Al centro, nuestras brochas y espátulas,
expusieron unos sorprendentes haces o cintas de cobre
oxidado, formando nudos como si fueran simples ataduras de cuero. Sucesivamente desempolvamos 8 de estos ribetes metálicos que delimitaban un espacio de 2.20 por
1.25 metros. Fue en ese momento cuando comprendi-
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primera capa dejó a la vista dos pares de orejeras de oro
y turquesa colocadas a ambos lados del cráneo. Tres
lanzas agudas y discos de cobre descansaban en la parte
central donde volvió a relucir un lingote de oro sólido.
Los pies del Señor se encontraban calzados por sandalias de plata. Alrededor del fardo funerario originalmente envuelto en mantos de algodón (recamados de
finas placas de cobre dorado), se encontraban muchas
mos que nos encontrábamos frente al primer sarcófago
de madera conocido en la arqueología americana. Registrar el contenido de este ataúd significó un trabajo un verdadero trabajo de cirugía, pues sus componentes se
encontraban en capas comprimidas por las masas de sedimentos y el desplome final de los rellenos que cubrieron
la cámara. Bajo la tensa atmósfera que reinaba en el ambiente quedamos todos estupefactos cuando apareció el
perfecto y enérgico rostro de un personaje en miniatura,
de oro y vestido con una túnica de turquesa, los soplos de
aire retiraron el polvo de esta pequeña escultura que representaba a un guerrero Moche con una corona semilunar sobre la cabeza y un adorno movible en la nariz.
Minúsculas cabezas de búho colgaban del cuello sujetas
por hilos de oro y sonajeros de su cinturón. El derroche
de realismo llegaba a mostrar los tensos músculos de las
piernas, el brazo derecho sujetaba una maza de combate
y del antebrazo izquierdo habíase apenas desprendido el
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conchas de “spondylus” traídas desde el Golfo de Guayaquil (más de mil kilómetros al norte de Sipán) y muy
apreciadas en los ritos del antiguo Perú. Progresivamente se fueron develando otros tocados y vestimentas,
como estandartes cuadrados de tela con figuras humanas en cobre laminado representando a un personaje
con los brazos y puños en alto que volvió a aparecer al
centro de un hermoso relieve dorado sobre una lámina
diminuto escudo. Esta delicada efigie humana correspondía a la parte central de una orejera discoidal bordeada por pequeñas esferas de oro. A los lados de nuestro
personaje se encontraban dos guerreros de perfil trabajados en milimétricos mosaicos de turquesas y oro. A partir de este hallazgo, todos los restos cobraron un orden
sorprendente y la pequeña efigie resultó un premonitorio
anuncio, pues en las semanas posteriores fuimos constatando que realmente parecía representar al mismo personaje sepultado en el sarcófago, como parecen probarlo los
ornamentos, tocados y los esqueletos de 2 guerreros que
lo flanqueaban.
El arqueólogo Luis Chero, mi asistente inmediato y Susana Meneses convenimos en llamar al personaje que
estábamos despertando de su largo reposo: “El Señor
de Sipán”.
Con cada milímetro avanzado exponíamos sorprendentes tocados o emblemas reales. La total limpieza de la
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en forma de “V” a manera de brazos extendidos con las
palmas abiertas. Cubriendo los huesos de la cara estaban un par de ojos de oro, una nariz y un protector del
mismo metal para el mentón que debió cubrir hasta las
mejillas como una especie de yelmo. Dos livianas narigueras de oro se encontraban cerca del rostro y un plato
o casquete del mismo metal contenía los fragmentos
del cráneo, un tercer par de orejeras en oro y turquesas
representaban a un venado en actitud de correr.
Miles de pequeñas cuentas cilíndricas de concha roja,
blanca y anaranjada, formaron un total de 10 pectorales
dispuestos sucesivamente sobre el pecho, las piernas o
debajo del esqueleto. Varios tocados desintegrados formaban una especie de abanicos de plumas con mango
de cobre y cientos de cuentas de turquesas de apenas 2
mm. integraban los elegantes brazaletes del Señor.
Luego, sobre el pecho fueron apareciendo 2 filas de 20
frutos metálicos de maní. Sorprendentemente los 10
del costado derecho eran de oro y la otra mitad de plata.
Este primer indicio de una simbólica dualidad o bipartición resultó una importante constante entre los objetos rituales del entierro, así, un lingote de oro reposaba
sobre la mano izquierda, la derecha sujetaba también el
más importante símbolo de su poder y jerarquía terrena:
una especie de cetro y cuchillo coronado por una vistosa
cabeza de oro en forma de pirámide invertida con relieves, donde un hombre ricamente ataviado tomaba por el
cabello a un prisionero y dirigía con la otra mano la
punta de un mazo guerrero hacia el rostro. Esta dramática representación se refiere a la captura, suplicio y sacrificio de prisioneros por los guerreros Moche. En la
mano izquierda había también un cuchillo de plata con
la misma representación en escultura miniaturista.
Dieciséis discos convexos de oro descansaban directamente sobre el pecho donde una vez habían resplande-
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cido como soles en miniatura. A la altura de la garganta
encontramos también un collar de 71 esferas de oro en
degradé y sobre el pecho un cuchillo de oro a la derecha
y otro de plata a la izquierda. Representando la dualidad
y el equilibrio que volvían a estar presentes simbolizando
acaso el naciente y el poniente, el día y la noche, lo puro
y lo impuro, la vida y la muerte, el sol y la luna, lo positivo
y lo negativo, todo lo que siendo opuesto resulta también
complementario. Notablemente el Señor yacía también
son esta sugerente orientación como si el eje de su cuerpo
equilibrara las fuerzas representadas. Los huesos del
Señor se encontraban casi desintegrados y en astillas; fue
una difícil tarea recuperarlos mediante cuidadosas y dosificadas aplicaciones de resina acrílica que los endurecieron, permitiendo retirar la osamenta completa como
un fósil petrificado. Las miles de cuentas de los pectorales se adhirieron también en papetas de algodón con resina. Debajo del cuerpo apareció en todo su esplendor la
gran diadema semilunar de oro, una hoja de 62 centímetros de ancho y 42 de altura que sólo aparecía en la iconografía Moche portada por los personajes de la más alta
investidura que acaparan honores y ofrendas. Debajo de
un desintegrado camastro de madera fueron depositadas
2 sonajeras semicirculares de oro finamente repujadas
con la representación de una de las más importantes deidades de los Moche: “El Ai-Apaec” o “el decapitador”, un
ser sobrenatural portando en sus manos un cuchillo y
una cabeza humana.
Apenas unos centímetros al Norte estaba otro de los
más deslumbrantes ornamentos metálicos del Señor:
Un protector coxal de oro de 45 centímetros de altura
y 790 gramos de peso. Este objeto en forma de semilunar (una especie de faldellín o taparrabo metálico), remataba también en la figura de la misma e
impresionante deidad. Otro protector igual de cobre
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se encontraba también cerca. Muchos adornos más en
cobre, cobre dorado y plumas fueron finalmente retirados debajo del esqueleto del Señor quien debió morir
entre los 45 y 55 años.
Excavando alrededor de los cuatro costados del ataúd
vacío, volvía la ordenada disposición simbólica, a la cabeza y a los pies del sarcófago descubrimos los restos
de 2 mujeres jóvenes que aún no habían cumplido los
20 años cuando murieron, probablemente fueron las
esposas del Señor: Una de ellas llevaba una corona de
cobre y apuntaba con su cabeza al Oeste y la otra estaba
en posición exactamente opuesta. Cabeza con cabeza a
estas mujeres y flanqueando al Señor se encontraban
los esqueletos de 2 hombres que miraban hacia arriba.
Un escudo, tocados de cobre y un mazo de guerra señalaban a uno de ellos como un guerrero. El otro de la izquierda, estaba en posición invertida con un pectoral
de conchas, colgajos metálicos y junto a sus piernas el
esqueleto de un perro, ¿acaso el valioso sabueso del
Señor en sus cacerías rituales?. Una tercera mujer subyacía a la primera de la cabecera y un niño de 10 años se
encontró originalmente sentado en la esquina Sur
Oeste. Finalmente 2 llamas fueron los primeros sacrificios colocados en el recinto.
Por los tres lados se encontraron un total de 5 nichos u
hornacinas con 212 vasijas de cerámica y ofrendas de
comidas. Mayormente se trata de vasijas escultóricas
representando prisioneros o personajes sentados y algunos guerreros en una ordenada disposición que sugiere toda una escenografía ritual como simbólicos
acompañantes transferidos a la arcilla.
Terminado de excavar sistemáticamente este singular
hallazgo quedaba claro que en el orden, disposición y
contenido se encontraba inestimable información histórica para reconstruir al pueblo Moche, su organiza-
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ción, relaciones culturales, creencias religiosas y desarrollo tecnológico.
La tumba de este gran Señor podría conducirnos fielmente a su época. Este gobernante estaría a la altura de
cualquier soberano del viejo mundo, materiales exóticos obtenidos por intercambio desde miles de kilómetros estaban para honrarlo, como la turquesa traída de
Argentina o del Sur del Perú, lapislázuli de Chile, conchas del Ecuador, oro de la vertiente oriental andina o
cinabrio de las altas montañas.
Terminado el registro de esta suntuosa tumba no quedaba duda de habernos encontrado por fin con el entierro de un gobernante mochica. El arte de esta cultura
esencialmente figurativa y religiosa nos ha dejado un
bagaje de imágenes, temas o escenas clásicas y recurrentes donde figuran y actúan hombres o seres sobrenaturales. Una de las escenas más completas y representativas
muestra un sacrificio ritual donde un personaje ricamente ataviado recibe ofrendas, honores y deferencias
a su alta investidura. Antes de descubrir esta tumba los
arqueólogos y estudiosos del Arte Mochica, pensábamos que estas escenas se referían a temas míticos. Examinando comparativamente los variados ornamentos
o emblemas de rango y de mando recientemente descubiertos, constatamos que correspondían exactamente a
los representados con el personaje de toda escena importante, su existencia real quedaba así comprobada y
con ella se abría una importante clave para ordenar y
reconstruir la sociedad mochica.
LA TUMBA DEL SACERDOTE
Después de este espectacular hallazgo nuestro equipo
continuó excavando cuidadosamente la plataforma en
busca de nuevos datos sobre su construcción, uso y significado. Así, al extremo sureste se localizó otra tumba
intacta de formato semejante donde yacían los restos
de un personaje en su ataúd central con 5 acompañantes: 2 mujeres, 1 hombre, 1 niño (con un perro) y el
guardián de la tumba. El ajuar funerario si bien menos
rico y suntuoso, resultó valiosamente informativo para
reconocer su rol y funciones en vida. Sus juegos de ornamentos y emblemas permitían identificarlo como un
sacerdote que encarnaba en vida al mítico hombre-ave,
encargado de los rituales, ocupando el segundo lugar
en la jerarquía real del mundo Mochica.
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VIEJO SEÑOR
Al avanzar el registro de la sección Sur de la plataforma,
nuestras excavaciones descubrieron agrupaciones superficiales de ofrendas y restos de sacrificios: pequeños
conjuntos de vasijas de cerámica, cráneos y huesos de
llamas que probablemente debieron colocarse como
postrimeras ofrendas funerarias.
Después surgieron en la tierra restos desintegrados de
madera que sellaban pequeños recintos de adobe
donde descubrimos centenares de vasijas de cerámica,
huesos de llamas y pequeñas representaciones de ornamentos metálicos en cobre, todos ellos cuidadosamente
dispuestos en un orden simbólico.
Sorprendentemente en las proximidades se encontraban también partes de restos humanos probablemente
amputados, como brazos y pies, quizás resultantes de
sacrificios ofrendatorios.
Definir y registrar estos restos de ofrendas aprisionados
en una matriz de tierra endurecida por el tiempo, requiere de paciencia y cuidado, todo elemento o huella
debe ser meticulosamente dibujado y fotografiado, conforme se avanza en el retiro de sedimentos y escombros.
Continuando nuestra excavación, decidimos bajar en
una sección para explorar la arquitectura. Durante este
proceso, a casi 5 metros de profundidad de la superficie
actual, encontramos el piso de la más antigua construcción de la plataforma, cuando ésta se elevaba aproximadamente a sólo 6 metros del terreno natural. Un
sospechoso hundimiento en este sello arquitectónico
de barro nos indujo a profundizar, encontrándose inmediatamente algunas vasijas de cerámica que hasta ese
momento no parecían ser el preámbulo de un nuevo
descubrimiento importante. Sin embargo 80 centímetros más abajo, al limpiar los pinceles una capa de tierra
ligeramente oscura, brilló nuevamente al sol un hierá-
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tico rostro humano en oro, que decoraba al vientre de
una araña primorosamente trabajada en ese metal y a
su vez formaba parte de un collar de 10 piezas semejantes. Al examinar cada una de ellas podíamos maravillarnos de su extraordinaria belleza y técnica orfebre
lograda mediante el ensamblaje de seís partes diferentes, uso de filigrana y hasta cien puntos de soldadura.
Detrás de la imagen del hombre-araña se encontraba
un relieve helicoidal formado por tres serpientes erizadas con cabezas de aves. Una probable simbología del
viento y el agua en movimiento. Este impresionante collar había sido colocado como componente final sobre
la curvada superficie de un fardo funerario formado
por placas de cobre dorado y otros ornamentos que envolvían los restos óseos de otro jerarca Moche a quien
bautizamos con el nombre de “El Viejo Señor de Sipán”
en alusión a su mayor antigüedad, que bien podría estimarse como un antecesor en algunas generaciones del
anteriormente descubierto. Los ornamentos, tocados,
vestimentas y símbolos de una triple autoridad militar,
civil y religiosa descubiertos, demuestran igual jerarquía en la sociedad de su tiempo.
Al limpiarse la fosa funeraria rectangular de aproximadamente 3 x 2 metros, comprendimos que esta fue
abierta cuando la plataforma estaba construida en su
primera versión, igualmente nos dimos cuenta que esta
tumba si bien no tenía las dimensiones ni la compleja
disposición de la anteriormente excavada, sin embargo
pertenecía también a un personaje del más alto rango.
Estas diferencias podrían señalar importantes cambios
en los formalismos funerarios de ambas épocas dentro
de la misma cultura. El fardo funerario, originalmente
formado por varias mantas de algodón (ahora desintegradas) se encontraba el centro, hacia ambos lados estaban dispuestas 26 vasijas pintadas de blanco con
residuos de ofrendas alimenticias y decoradas con rostros de personajes “orantes”, cabezas de perro o búhos,
representaciones vinculadas a las creencias y rituales funerarios de la época. Aunque no parece existir un orden
escenográfico, la valoración religiosa resultaría homóloga a la del primer Señor descubierto, pues prevalecen
personajes y animales en condición de acompañantes
simbólicos.
Un conjunto de armas (lanzas, porras y escudos) y emblemas guerreros metálicos ritualmente doblados y chancados, reposaban a los pies como un simbólico tributo
que denotaba el rango militar del personaje, corroborado
también por el manojo de largas lanzas metálicas colocado al lado derecho del envoltorio funerario.
Un total de 13 capas sucesivas de ornamentos, tocados
y emblemas metálicos, fueron retiradas lenta y progresivamente a lo largo de 8 meses. Después de la primera
capa fueron surgiendo adornos de un tocado con barbiquejo, fragmentos de la efigie de una deidad rodeada
de cabezas de serpiente, máscaras de cobre, un propulsor de dardos y cascabeles esféricos. Poco después aparecían ante nuestros ojos partes fragmentadas del
cráneo y ligeramente más abajo la máscara funeraria de
cobre dorado de tamaño natural que carecía de una de
las pupilas blancas de concha, llevando alrededor del
cuello las misteriosas cabezas de búho que acompañan
a gran parte de las representaciones iconográficas procedentes de este mausoleo, ¿acaso la divinidad de la
noche y de la muerte?. A la altura del tórax se recuperaron un cetro cuchillo de oro rematado en una cápsula
que representa un fruto y otro de plata con un personaje rodeado de serpientes. Sobre el abultado nivel del
pecho reposaban tres juegos de piezas de cobre dorado
y plata, en pectorales que imitaban recortes de concha,
cabezas de serpientes y 8 impresionantes volutas diri-
gidas hacia la derecha e izquierda, representando los
tentáculos de un mítico pulpo. Conforme íbamos retirando estos adornos metálicos surgían piezas de tocados, la efigie de un guerrero, dos pinzas depilatorias de
plata y otro propulsor de dardos en madera tallada.
Otra compleja y enigmática figura, armada mediante
piezas de cobre dorado, es un hombre con cuerpo de
cangrejo, la divinidad del mar que aparece en la iconografía enfrentándose al dios Ai-Apaec. Una segunda
máscara de plata, ligeramente más pequeña, carecía
también de su ojo izquierdo de turquesa. Al costado
del fardo encontramos una cabeza metálica de zorro
que originalmente fue parte de un tocado de combate.
En el orden de la excavación, una nueva imagen de
cobre dorado correspondía a un personaje con los brazos levantados y los puños cerrados, enmarcado en un
cuadro y semejante a los estandartes del primer señor
descubierto. Luego aparecía otra figura similar en una
versión rodeada por un marco circular.
Retirando estas piezas, sorpresivamente descubrimos
la más espectacular de todas las imágenes: La representación de un impresionante dios, mezcla de felino y
hombre, armado con filudas garras en manos y pies; su
rostro de feroz aspecto se complementaba con dientes
fabricados de recortes de concha. Lleva en la frente el
relieve de una serpiente bicéfala con cabezas de pez, otra
con cabezas de ave y sobrepuesta a la cabeza una compleja diadema figurada como un animal mitológico,
mezcla de serpiente erizada y felino de dos cabezas con
las lenguas afuera, que en las ideas religiosas del antiguo Perú se vincula al arco iris o la gran serpiente celestial sobre el firmamento. Después de su restauración,
podemos conocer su original e impactante belleza.
Estas figuras metálicas desconocidas hasta hoy en el
arte Mochica, miden un promedio de 50 a 60 centíme-
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tros de altura y están formadas por varias partes de
cobre repujado y dorado dando la impresión de medias
esculturas de un solo frente. Originalmente estaban sujetas a tejidos de algodón a manera de estandartes, íconos o más propiamente imágenes de culto para las
ceremonias religiosas.
Continuando con la revelación de la tumba, al retirar
la máscara funeraria se encontraron hacia ambos lados
del cráneo 2 orejeras de oro en forma de relucientes discos de doble tapa con pequeñas lentejuelas circulares
colgantes, que debieron vibrar al movimiento cuando
el Señor las usaba en vida. Ligeramente más atrás estaban dos orejeras similares de plata. Un poco más abajo
fueron surgiendo 10 narigueras de diversas formas, diseños y técnicas. En varias de ellas se combinan armoniosamente el empleo de oro y plata. Sobre los huesos
del pecho se encontraban 2 suntuosos collares de oro
formados por 10 unidades cada uno. Los primeros representaban feroces rostros felínicos biconvexos de 64
mm. de diámetro con incrustaciones de concha roja en
los dientes. En la parte posterior de estas realistas fi-
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guras se encuentran relieves representando serpientes
con cabeza de ave, alternadas con volutas a manera de
helicoidales en movimiento de izquierda a derecha.
Como habíamos visto, esta extraña simbología apareció
también en el reverso del primer collar con hombres
araña. El otro collar estaba integrado por 10 cabezas
escultóricas de oro de 33 mm. de altura, representando
fielmente los rostros arrugados de un anciano que iban
surgiendo relucientes entre otros restos oxidados de
cobre o cuentas de pectorales de concha.
Junto a estos se encontraron también otros tres collares
formados por cabezas humanas de plata de diverso tamaño, uno llevaba feroces colmillos felínicos y los otros
dos juegos, de rostros más realistas, simbolizan en conjunto una posible transfiguración mítica.
La presencia equitativa de ornamentos semejantes,
tanto en oro como plata, la combinación de estos dos
metales en un solo objeto y representaciones simbólicas
en el anverso y reverso, forman parte del sentido de la
dualidad definida en la tumba del primer señor descubierto y omnipresente en la religión Moche. Muchos
de sus conceptos se aclaran magníficamente con los recientes descubrimientos de estas tumbas reales en
cuyos atuendos rituales y ofrendas se concentran el
nivel de desarrollo tecnológico y aspectos filosóficos de
esta antigua civilización.
Al continuar nuestra cuidadosa pero a su vez excitante
tarea de limpiar los ornamentos que reposaban sobre el
pecho real del “Viejo Señor de Sipán”, los pinceles y pinzas retiraron pequeñas piezas de concha, que cubrían
parcialmente uno de los más espectaculares hallazgos
de esta tumba, poco a poco desde los pies hasta la cabeza
fue surgiendo la pequeña escultura miniaturista de un
jefe guerrero, exquisitamente trabajada en oro y plata.
Quedamos absortos y maravillados cuando esta pieza
expuso toda su dimensión, medía apenas 119 mm. de
altura total, pero cada detalle había sido trabajado con
laboriosa prolijidad. La imagen del jefe guerrero apareció solemne, portando sus armas, porra en la mano derecha y escudo en la mano izquierda, una túnica de
pequeñas placas de turquesa le cubría el cuerpo, y llevaba sobre la cabeza una impresionante corona figurada
como un búho de oro con las alas sobre-dimensionadas
y abiertas, pequeños círculos colgantes completan la decoración y otros imitan las plumas del ave.
Los ojos hechos de turquesa tienen brillantes pupilas
de piedra negra perfectamente engastadas y en la parte
inferior del rostro se encuentra una nariguera movible
a manera de mostacho, debajo puede verse la boca del
enérgico personaje.
Considerando la creatividad y delicadeza con que fue
confeccionado este adorno nasal, no cabe la menor
duda que se trata de una verdadera obra maestra de los
orfebres Mochicas que bien podría ocupar el rango de
una de las joyas más hermosas y finas del Continente
Americano.
Sobre la parte correspondiente al vientre, se encontraban varios ornamentos de plata y cobre dorado, sorprendentemente aquí se distribuían también un total
de 10 sonajeras rituales de oro de forma semilunar y dos
caras en cuyo centro vuelve a aparecer la conocida deidad “Ai-Apaec” o “El Decapitador”. Estos sonajeros resultan más pequeños pero semejantes a los del primer
señor descubierto. Como contraparte metálica se encontraban también un juego de sonajeros exactamente
similares en plata. Cerca de la pelvis fue colocado un
protector coxal de oro de 290 mm. de altura y 300 gra-
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mos de peso, decorado con la misma divinidad y evidentemente semejante al de su sucesor. Junto a éste habían varios más pequeños y livianos de cobre dorado
con imágenes de iguanas y otros sencillos de plata.
Por razones de espacio y con el aparente fin de distribuir ordenadamente todos los ornamentos usados en
vida por el señor, a la altura de las piernas se colocaron
hasta 4 hermosos pectorales admirablemente trabajados en recortes de concha que formaban círculos perfectos. Uno correspondía a agudos triangulos de
caracol blanco con una esfera en la punta, otro terminaba en cabezas de pez-gato, un tercero combinaba dos
colores (blanco y morado) para formar volutas que simbolizan el agua. Finalmente el más elaborado y fastuoso estaba formado por 71 piezas de caracol con
armónicas incrustaciones de concha roja, formando las
imágenes en aparente movimiento del pez-gato vinculado al culto de la fertilidad.
Después de la limpieza inicial de los objetos más importantes que se encontraban sobre el esqueleto, regresamos
estos a sus posiciones originales para un registro fotográfico adicional, el espectáculo no podía ser más impresionante: un total de 54 piezas de oro integraban el contexto,
junto con algunas decenas de otros ornamentos de plata
y cobre-dorado. Sobre los huesos de la mano derecha reposaba el cetro-cuchillo de oro rematado en una cápsula
de aguda sonoridad al movimiento. Para completar la
dualidad había también otro cuchillo de plata y lingotes
sólidos de ambos metales distribuidos simbólicamente
en las manos y en la boca. Rodeando el antebrazo encontramos cientos de pequeñas cuentas cilíndricas de oro,
turquesa, lapislázuli y concha. Apenas medían 2 mm. de
diámetro cada una y constituían vistosos brazaletes que
luego de su paciente restauración mostraban en su armoniosa combinación la representación del pez-gato.
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Sólo en la esquina inferior del fardo se encontraron los
pocos restos desintegrados de bellos textiles de algodón
que habían sobrevivido a las sales y humedad del suelo.
Un total de 8 piezas fueron identificadas después de varias semanas de eliminar cuidadosamente con el uso de
una pequeña aspiradora la tierra acumulada entre estos
frágiles restos, algunos de los cuales cubrían un par de
sandalias metálicas.
Retirados todos los ornamentos teníamos ante nosotros la osamenta bastante bien conservada de un hombre que murió entre 45 a 55 años de edad, con una
estatura de de 1.59 metros. Debajo del cuerpo sólo se
encontraron estandartes metálicos con las imágenes
simbólicamente vueltas hacia abajo y restos aislados de
los fragmentos textiles que envolvían el fardo.
El piso de la tumba está totalmente teñido de cinabrio
(óxido de mercurio), un polvo de color rojo intenso empleado en las ceremonias religiosas de la época.
Explorando con cuidado los alrededores de la cámara, ligeramente hacia el sur se localizó el esqueleto de una
mujer joven (16 a 18 años) en posición decúbito ventral
con el cuerpo ligeramente apoyado sobre el brazo derecho y la cabeza hacia el Oeste. Recostada junto a ella se
encontraba el esqueleto de una llama con el cuello dramáticamente volteado, quizás por el efecto del corte para
su sacrificio. Las escenas de ritos funerarios plasmados
por los Moche en sus recipientes de cerámica muestran
seres mitológicos que conducen llamas al sacrificio.
Entre los ornamentos que se repetían y llamaron nuestra atención, están los estandartes metálicos representando al personaje central con los brazos en alto y
rodeado de placas con relieves de pequeños frutos parecidos al higo Europeo. Este fruto conocido entre estudiosos del arte Moche como “Ulluchu”, se le relaciona
con temas de la guerra y rituales de sacrificios. Mucho
se ha especulado sobre la identificación y tamaño de
este fruto mítico, sorprendentemente nuestras representaciones contenían detrás del metal, los frutos reales, hoy extinguido que despejarán las incógnitas de su
uso y especial significado entre los Moche.
Efectuando un breve balance comparativo, quedaba
bastante claro que este más antiguo “Viejo Señor de
Sipán”, por la similar riqueza y características de sus
símbolos de mando, tenía el mismo rango del primer
Señor descubierto. Una notoria variedad y mayor cantidad de imágenes religiosas frente a un menor despliegue de ofrendas, ausencia de sarcófago, pocas vasijas, y
una sola mujer acompañante, hablarían de cambios
asociados a la religión y quizás a una progresiva consolidación del poder. Este personaje concentraría el manejo del poder político y religioso que después se separó
con las funciones del sacerdote.
Evidentemente, nuestras investigaciones en este extraordinario Monumento Arqueológico no se circunscriben a
la localización y registro de tumbas, gran parte del tiempo
se dedicó al cuidadoso estudio del contexto arquitectónico que las contiene. Decenas de dibujos, planos y perfiles detallan cada elemento constructivo y sus
alteraciones. Confrontando los datos disponibles, Susana Meneses y Luis Chero, miembros de nuestro equipo,
lograron identificar hasta 6 fases sucesivas de construcción en la plataforma funeraria. Desde un simple y bajo
juego escalonado hasta el último modelo arquitectónico
de 3 niveles. Los Mochicas fueron agrandando horizontalmente los volúmenes y elevando los niveles del Santuario de acuerdo a las necesidades rituales y funerarias.
La tumba del “Viejo Señor de Sipán” se encuentra claramente asociada al primer nivel y las tumbas del Sacerdote y el primer señor descubierto, se vincularían a la
última etapa.
La definición de la secuencia arquitectónica, resultó sumamente importante para ubicar en orden cronológico
los contextos funerarios asociados.
OTRAS TUMBAS
Las investigaciones arqueológicas de Sipán, mantenidas
entre los años 1987-2000 permitieron registrar un total
de 13 tumbas de diversas épocas y jerarquías evidenciadas por su ubicación espacial (cronológico-arquitectónica) y por su contenido. Es decir que la plataforma
funeraria no sólo sirvió de sepultura al magnífico entierro de un soberano, sino a una serie de personajes
que formaban parte de la élite de su tiempo, algunos de
los cuales todavía esperan ser develados para explicarnos su compleja historia como es el caso de la tumba
14, recientemente descubierta.
Cada tumba contiene el cuerpo y los atuendos, ornamentos y bienes usados en vida. En base a cada contexto, hoy podemos conocer la compleja estructura
social y política del Mundo Mochica, en cuya cúspide se
encontraba el Señor seguido del Sacerdote, los jefes militares en un tercer nivel y luego guerreros o asistentes
religiosos, hasta hoy podemos hablar de 3 tumbas de
señores (1, 3 y la tumba saqueada), la tumba de un Sacerdote (2), tres tumbas de jefes militares (8, 9, 11), la
tumba de un guerrero (5), dos tumbas de dignatarios
(4 y 6), cuatro tumbas de la realeza (7, 10, 12, 13) y la
tumba de un Oficiante o Sacerdote guerrero (14). (Ver
distribución en el esquema de las fases constructivas).
En las tumbas de Sipán se encuentra por primera vez la
sorprendente correlación entre el discurso iconográfico
y los bienes de rango y mando usados en vida como signos de investidura y poder.
El contenido de la tumba del llamado “Señor de Sipán”
demuestra su autoridad absoluta. Sus ornamentos, em-
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Parte seconda
blemas y atuendos permitieron comprobar definitivamente la existencia real de estos personajes que regían la
sociedad de su tiempo, organizada en base a Señoríos a
manera de estados independientes para cada uno de los
valles que compartían usos, tecnología, religión, arte y costumbres comunes en el territorio de la cultura Mochica.
Los materiales encontrados en las tumbas reflejan también
una amplia red de relaciones de intercambio con productos
exóticos que podían provenir desde los apartados territorios actuales de las montañas andinas del Perú, ríos amazónicos, Ecuador, Bolivia y Chile para los casos del oro,
conchas de spondylus y piedras semipreciosas. De otro
lado las técnicas metalúrgicas como el dorado del cobre de-
muestran un sofisticado nivel de desarrollo. Los trabajos
orfebres son verdaderos compendios de arte y tecnología.
Las representaciones plasmadas en los ornamentos o
atuendos, forman parte de un sistema de símbolos referidos a los rituales, la esfera mitológica y la compleja
religión Mochica basada en el dualismo y complementariedad, un concepto de unidad en contraposiciones.
En una sociedad básicamente agraria, los dioses, semidioses y seres míticos demuestran una constante preocupación por la fertilidad y la vida.
El verdadero tesoro de las Tumbas Reales de Sipán es
la extraordinaria información histórica sobre un pueblo
que supo vencer el desierto para crear una alta cultura.
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