La comunidad gitana en la obra novelística de Miguel Delibes “Pero no sé si porque eran otros tiempos o porque las ideas de uno van cambiando con los años, hoy no veo bien que un hombre se tire a los pies de otro para sacarle brillo a sus zapatos. Don Tadeo, en cambio, se deja querer y cuanto más le soben los pinreles, mejor”. - Diario de un jubilado. 1995- Daniel el Mochuelo, Roque el Moñigo y Germán el Tiñoso protagonistas de El camino, van descubriendo la vida en el mundo rural castellano de los años 40 del siglo pasado. En este ambiente infantil cargado de ingenuidad y frescura, con un estilo fluido y verdadero al evocar vivencias, posiblemente personales, Miguel Delibes inserta una imagen de la vida nómada de las familias gitanas que recorren los campos y pueblos de Castilla. Daniel el Mochuelo apenas recuerda la guerra civil, sólo tiene una vaga idea del zumbido de los aviones, de cuando la aviación sobrevolaba el valle y “el pueblo entero corría refugiarse en el bosque”. Roque el Moñigo, además de una redonda cicatriz en la pierna, mantiene el recuerdo de como por aquellos días de la guerra, su hermana Sara huía a los bosques llevándolo de la mano. Él no sentía temor a los aviones ni a las bombas, pero “corría porque veía correr a todos y porque le divertía pasar el tiempo tontamente, todos reunidos en el bosque, acampados allí, con el ganado y los enseres, como una cuadrilla de gitanos”. Los seres queridos, el ganado, los utensilios más necesarios para vivir están allí, en el bosque, acampados para defenderse de un enemigo exterior y extraño. El grupo transmite fortaleza; el campo, seguridad y recursos ante la adversidad; y todo el conjunto ofrece hasta diversión. Es una imagen que además de recoger el continuo interés de Delibes por la vida al aire libre, refleja, al mismo tiempo, una idea bucólica y romántica de la vida nómada de grupos gitanos que, a pesar de las medidas seculares de sedentarización, perviven en la España de mediados del siglo XX. Segundo Fernández Morate Familias gitanas nómadas junto a un alto porcentaje que tienen domicilio fijo, pero con gran movilidad a causa de sus actividades laborales, recorren las ciudades y pueblos de Castilla; ofrecen productos de cestería, buhonería, quincalla; trabajan el metal con habilidad; reparan aperos de labranza y colocan herraduras a las bestias; son lañadores o componedores de platos; imploran la caridad y, en ocasiones, ofrecen un espectáculo, como recoge en sus novelas Armando Palacio Valdés: “Había allí bastante gente y entre ellos unos gitanos o húngaros que traían varios monos, un oso y un perro amaestrado”. Miguel Delibes destaca la llegada al pueblo de los húngaros, como un acontecimiento importante que rompe la monotonía al ofrecer un espectáculo muy atractivo: “Daniel, el Mochuelo, se alegró íntimamente de haber hecho reír a su padre, que en los últimos años andaba siempre con cara de vinagre y no se reía ni cuando los húngaros representaban comedias y hacían títeres en la plaza”. Espectáculo que también fascina e impacienta al Nini, protagonista de Las ratas, y “a los rapaces del pueblo cuando, al iniciarse el otoño, aparecían los húngaros con los títeres en la plaza y llegada la hora gritaban a coro: “¡Que son las cuatro, que se alce el trapo!”. La mayoría de las familias gitanas de Castilla desempeñan diversas ocupaciones relacionadas con una economía agrícola y ganadera, siendo la de mayor prestigio y posición económica la de tratante en ganado. En las ferias, los hombres gitanos ejercitan la compra, venta, cambio y corretaje de caballerías y practican una veterinaria popular, al conocer multitud de remedios para restablecer las fuerzas de una caballería o curar las que están matadas o enfermas. Desde la rememoración de la infancia, Pedro y su amigo Alfredo, protagonistas de la novela, melancólica e intimista, La sombra del ciprés es alargada, refieren la presencia de numerosos gitanos en la feria de ganado de Ávila: “Los viernes de todas las semanas alterábamos nuestro programa usual con motivo del mercado de ganado que se celebraba fuera de la muralla, en su ángulo noroeste. La animación de tales días en la ciudad se nos contagiaba a todos. Gustábamos de acudir allí a saborear las mil incidencias a que el acontecimiento daba lugar... Aquí y allá se alzaba la voz de algún quincallero voceando sus bagatelas. Entremezclados con la muchedumbre, multitud de lisiados pregonaban sus muñones o sus desperfectos físicos, como si se tratase de una mercancía, para llamar a la caridad a los asistentes. Los gitanos, muy abundantes, hacían gala de su habilidad logrando mantener tiesa sobre sus cuatro patas a la res en tanto cerraban el trato con sus compradores...” 2 Segundo Fernández Morate Pervive la idea de literatos del siglo XVI y XVII, como Vicente Espinel, López de Úbeda o Miguel de Cervantes, que consideran a los hombres gitanos como poseedores de grandes conocimientos para cuidar las bestias y para falsearlas, además de hacer siempre las ventas de caballerías con embuste y engaño. Sin embargo, cabe señalar que Cervantes comprende que “esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa” y la novela de Delibes también se enmarca en una época de postguerra, de hambre y miseria. La permanente acusación de que todos los gitanos son unos ladrones, uniendo a la obra delibeana con el inicio de La Gitanilla, golpea, de nuevo, en Diario de un cazador. Lorenzo, protagonista del diario, escribe: “La noche pasada me limpiaron el sillín de la burra (la bicicleta)”. Culpa de ello a unos vecinos payos, con los cuales llega a tener un altercado, voces y hasta recibe empujones; el sillín no aparece, pero Lorenzo, alejándose, reflexiona: “Esto le pasa a uno por tratar con gitanos. Nada más”. La comunidad gitana tiene hasta mediados de siglo un espacio social y económico en el mundo rural, al ser útiles en labores agrícolas, tratar en ganado, esquilar, poner herraduras a las caballerías y realizar, muchas veces, simultánea o sucesivamente varias actividades. Grupos gitanos recorren pueblos y ciudades, pero la gran mayoría de las familias tiene un domicilio de referencia, está asentada en pueblos y ciudades. Pueblos de la provincia de Palencia como Torquemada, Astudillo, Baltanás, Herrera de Pisuerga, Saldaña o Paredes de Nava cuentan entre sus vecinos a personas de etnia gitana; en la capital un grupo considerable habita en el barrio de La Puebla y en el barrio del Cristo varias familias ocupan cuevas, dedicándose a la recogida de trapos y chatarra y a la elaboración de cestas con mimbres. En Las ratas, ambientada en un pequeño pueblo, se señala la presencia de cuatro familias viviendo en cuevas, entre ellas la de Sagrario la Gitana. Las autoridades gubernativas no ven con buenos ojos la existencia de las cuevas, pues da mala imagen del anhelado desarrollo económico, por lo que presionan al alcalde para que las haga desaparecer; pero: “Volar las otras tres cuevas fue asunto sencillo. La Iluminada y el Román murieron el mismo día y el Abundio abandonó el pueblo sin dejar señas (era la cueva de los abuelos del Nini). La Sagrario, la Gitana, y el Mamés, el Mudo, se consideraron afortunados al poder cambiar su cueva por una de las casitas de la Era Vieja, con tres piezas soleadas, que rentaba veinte duros al mes. Pero para el tío Ratero cuatrocientos reales seguían siendo una fortuna”. Por tanto, el tío Ratero, padre del Nini, 3 Segundo Fernández Morate es el único que permanece en la cueva a pesar de las coacciones para que habitase la casa facilitada por el Ayuntamiento. La incorporación de la maquinaria a la agricultura y al transporte, a partir de los años 50 en España, produce una gran transformación económica y social que afecta plenamente a la minoría gitana; además de provocar la casi desaparición de las ferias de ganado, hace que las habilidades y oficios de los gitanos ya no sean necesarios, y lentamente desaparece una sociedad rural, en cierto modo tolerante, en la que los gitanos cumplían un papel útil dentro del sistema productivo. El número de personas necesarias para trabajar en el campo disminuye, lo que origina un éxodo rural; surgen nuevos barrios en las zonas periféricas de las ciudades, y las familias gitanas se asientan en sus suburbios con amplio índice de chabolismo y marginalidad. Los procesos de industrialización y urbanización provocan un gran cambio en el colectivo gitano. El impacto del desarrollo industrial convierte en obsoletos los trabajos tradicionales ejercidos por las familias gitanas; las cuales, alejadas de los centros educativos y no preparadas para las nuevas profesiones, sufren una degradación en sus ocupaciones y oficios. Miguel Delibes, saliendo al encuentro de la realidad sobre la que escribe, testimonia el modo de vivir y la mentalidad de las gentes en este momento en que el progreso todo lo transmuta. En El disputado voto del señor Cayo, el novelista anota la presencia de gitanos viviendo en las chabolas de una gran ciudad y con ironía y sano humor observa como son convertidos en objeto de captación de votos en el ambiente preelectoral de las primeras elecciones democráticas de junio de 1977: “Van los del Pecé a las chabolas de Almedina y preguntan por el jefe de los gitanos... uno del Pecé empieza con la de siempre, que el partido va a redimirles, que el Pecé es el Partido de los marginados... y que la solución es que se afilien todos al Partido”. El jefe de los gitanos, que no le había quitado ojo “a la hoz y el martillo de la bandera”, afirma que: “Con esto de la democracia él no puede tomar una determinación sin consultar a la tribu”, emplazándoles para el día siguiente. A la mañana siguiente, les comunica que: “Todos estamos de acuerdo en afiliarnos al Partido, pero con una condición... que quitéis la herramienta de la bandera”. Con este chiste, que inmediatamente se apresura a calificar de chorrada, Delibes, además de denunciar la situación de marginalidad, recoge, sobre todo, la perspectiva 4 Segundo Fernández Morate dominante que desde la sociedad mayoritaria se proyecta sobre los gitanos: vagos, machistas, salvajes. Miguel Delibes no describe la realidad desde el interior de la comunidad gitana, sino que recoge la visión que mucha gente de las ciudades y pueblos tiene sobre la minoría gitana. El jefe de los gitanos, no tiene nada que ver con lo que el pueblo gitano entiende por hombre de respeto o la necesidad de considerar la opinión de los ancianos; el término tribu tiene claramente un sentido despectivo y, sobre todo, se resalta la vagancia de los gitanos, haciéndoles culpables de su situación. Aflora en plenitud un punto de vista cargado de desconocimiento, prejuicios y recelo y se marca la gran distancia entre el mundo urbano e industrial y el mundo extraño y exótico en que se considera está establecido el colectivo gitano. Hombres y mujeres gitanas que, por otro lado, son reconocidos en su aspecto estético. En El hereje, obra cumbre, ambientada en el Valladolid del siglo XVI, hay una referencia a “la belleza gitana de la Agustina, de Cañizares”; alta valoración que también aparece en Las ratas, en este caso dirigida a un joven “atezado y musculoso, con bruscos y ágiles ademanes de gitano”. Miguel Delibes, elegido miembro de número de la Real Academia Española en 1973, en sus novelas hace gala de una expresión elegante, sobria y precisa; introduce el habla propia del mundo rural, muchos de cuyos términos y expresiones recupera para la literatura, y también utiliza con cierta frecuencia palabras provenientes del caló, las cuales forman parte del acervo común. Lorenzo, protagonista de los “tres diarios”, dueño de un lenguaje vivo y lleno de giros populares, emplea un vocabulario cargado de términos procedentes del caló; en Diario de un cazador, en diversas ocasiones, usa la expresión “me da lacha”, que habitualmente pronuncian niños y niñas gitanos para manifestar que sienten vergüenza; en Diario de un emigrante emplea “achantar la mui”, menda, pinrel, canguelo; y en Diario de un jubilado, además de pinreles y mui, se vale de achares y andóbal. En Aún es de día, Las ratas, El príncipe destronado, Las guerras de nuestros antepasados y Los santos inocentes aparecen con frecuencia: chaval, chavala, chavea, andoba, gilipollas, diñó, gachó, jarana, achares... Don Pedro le pregunta a la Régula: “¿No iría... no iría doña Purita dentro del coche, tumbada, pongo por caso, en el asiento posterior, cubierta con un abrigo u otra prenda cualquiera?, (...) y se me ha largado a Madrid para darme achares”. 5 Segundo Fernández Morate El caló ha enriquecido la lengua española, está presente en el Diccionario de la Real Academia Española y forma parte de la literatura clásica y actual, como se observa en la obra del escritor castellano o, por poner otro ejemplo, en Tiempo de silencio. En ésta, Luis Martín Santos pone en boca de personajes que habitan las chabolas de los suburbios de Madrid, a principios de los años sesenta, múltiples vocablos de origen caló: Menda, pañí, acáis, chamullando, camelar, camelo, napies, naja, chavala, currelo, canguelo, chingar, chorizo (ladrón)... Términos incluidos en otra gran obra contemporánea como El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, y a los que se unen: chavea, chungo, chalao, chaladura, gachó... La obra novelística de Delibes tiene un gran reconocimiento como muestran los numerosos e importantes premios con que ha sido galardonada: Premio Eugenio Nadal en 1947 por La sombra del ciprés es alargada, Premio de la Crítica en 1963 por Las ratas, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1982, Premio Nacional de las Letras Españolas en 1991 y Premio Cervantes en 1993. En 2006 el grupo de comunicación Vocento, que edita El Norte de Castilla, otorga a Miguel Delibes el Premio a los Valores Humanos, reconociéndole “su defensa de la libertad, ejercida a través del periodismo, así como su sensibilidad personal hacia los más desfavorecidos y su amor a la naturaleza”. El escritor goza de una gran consideración entre los críticos y, sobre todo, entre el público lector, por lo que ocupa un lugar destacado en la literatura española contemporánea. La infancia, la naturaleza, la muerte y la profunda humanidad, al tratar con generosa comprensión a los seres humildes y desvalidos, son constantes en la narrativa de Miguel Delibes, el cual plasma con magistral manejo del idioma una realidad concreta, en la que sobresale el abandono y la precariedad de las pequeñas ciudades, de los pueblos y del campo de Castilla. En estas circunstancias, Miguel Delibes no olvida a la minoría gitana, la cual sufre con mayor intensidad los procesos de transformación que se dan en la sociedad castellana, al tiempo que observa la separación que existe entre las gentes que conforman la sociedad mayoritaria y las familias gitanas; las cuales, en muchos casos, han dejado de tener un espacio en el sistema social y productivo para pasar a engrosar los núcleos marginales de las ciudades con el consiguiente aumento del desconocimiento, de los prejuicios y del recelo. 6 Segundo Fernández Morate BIBLIOGRAFÍA 1. Ayuso C. A. (2000) Palencia en la Literatura. Diputación Provincial de Palencia. 2. Cervantes, M. (1991) Novelas ejemplares Tomos I y II. Madrid. Cátedra. 3. Delibes, M. (2003) La sombra del ciprés es alargada(1948), Aún es de día (1949), El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955), La mortaja y cuatro novelas cortas (1957), Diario de un emigrante (1958), La hoja roja (1959), Las ratas (1962), Cinco horas con Mario (1966). Parábola del náufrago (1969), El príncipe destronado (1973), Las guerras de nuestros antepasados (1975), El disputado voto del Señor Cayo (1978), Los Santos Inocentes (1981), Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), El tesoro (1985), Madera de héroe (1987), Señora de rojo sobre fondo gris (1991), Diario de un jubilado (1995) y El hereje (1998). Barcelona. Destino. 4. Diccionario de la Lengua Española. Real Academia de la Lengua (2001). Madrid. Espasa Calpe. 5. Espinel, V. (1980) Vida del escudero Marcos de Obregón Tomos I y II. Madrid. Clásicos Castalia. 6. 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