La Nación Política 6 24/12/1998 De estreno: tras dos décadas de obras La Cancillería tiene una nueva casa Está situada en la esquina de Esmeralda y Arenales; costó más de 70 millones de pesos; la habilitó el presidente Menem. "Estamos tan felices", repite una y otra vez el canciller Guido Di Tella, mientras muestra una sonrisa amplia, que no logran torcer ni siquiera las múltiples incomodidades que provoca a sus colaboradores la mudanza que, por estos días, encaran los funcionarios de la Cancillería. Es que en el nuevo año, los diplomáticos comenzarán a trabajar en cómodas dependencias invadidas todavía de aromas a pintura fresca y tapizados intactos, dentro de un edificio de 42.000 metros cuadrados que costó más de 70 millones de pesos. "Una paquetería", sintetiza Di Tella, quien avanzará en la política exterior argentina, durante el último año de su gestión, desde un gran escritorio ubicado en el centro de un despacho extendido sobre decenas de metros cuadrados, valuados en más de 1650 dólares cada uno. Podría decirse que el canciller tendrá, en 1999, una posición millonaria. La felicidad que confiesa el ministro tiene sus causas fundamentales en dos hechos recientes: la firma del acuerdo por los hielos continentales con Chile y el levantamiento del embargo de armas por parte de Gran Bretaña. "El único hecho negativo de todo lo que ocurrió durante la última semana es que estoy muy agrandado", admite Di Tella, con un tono entre cínico e irónico, que habitualmente tiñe sus palabras. Por si fuera poco, en las últimas horas el diplomático estrenó nuevo despacho: en el piso 13 de la flamante sede de la Cancillería, situada en la esquina de Arenales y Esmeralda. Allí, actualmente se mezclan pinturas de Xul Solar, Juan Del Prete, Lucio Fontana, Sara Grillo y De la Vega con muebles recién desembalados y canastos de mimbre atestados de papeles. Mientras tanto, los empleados de logística se preparan para trasladar hasta allí un cuadro de Antonio Berni, "Juanito tocando la flauta". Ese fue el paisaje que encontraron, el miércoles 16, el presidente de Chile, Eduardo Frei, y su canciller, José Miguel Insulza, cuando llegaron a Buenos Aires para sellar la solución al último diferendo limítrofe bilateral. Un escenario que desencajó entre tanta diplomacia, pero que no alteró el acuerdo. "La cosa salió fantásticamente", estima Di Tella, quien para formalizar el anuncio eligió la semana última, en cambio, la sala principal del Palacio San Martín, frente a la nueva sede del Ministerio de Relaciones Exteriores. Casualmente, el palacio también está poblado de andamios y grandes cajas con esmaltes y brochas, ya que está en refacción y restauración desde 1995. Una vez concluidas las tareas de restauración, el edificio será abierto sólo para eventos especiales y actividades culturales. La vista del despacho principal del nuevo edificio de la Cancillería es privilegiada: un amplísimo panorama de la zona de Retiro, enmarcada entre el cielo y el río. En el medio, se erige la Torre a los Ingleses. No se ve, en cambio, la Villa 31. Inauguración oficial Con decenas de grandes banderas celestes y blancas, el presidente Carlos Menem encabezó ayer a la mañana la inauguración oficial de la nueva sede, a la que asistieron ministros y legisladores, además de embajadores y otros funcionarios. "Hemos dado un gran paso al inaugurar este edificio, que se compadece con todos los hechos positivos que se han dado en el campo internacional a partir de quienes tienen la responsabilidad de conducir este Ministerio de Relaciones Exteriores", dijo el jefe del Estado, en su discurso de inauguración. Una ceremonia que pareció suntuosa, a juzgar por los atuendos de muchas de las señoras presentes allí. El acto estuvo a tono con la fisonomía del edificio. "Es una sede inteligente", insistió el Presidente, y la comparó con quienes desempeñarán tareas en su interior. "Son todos iguales al edificio", bromeó el primer mandatario. En la ceremonia hubo de todo: izamiento de la bandera argentina, entonación del Himno Nacional, palabras del Presidente y del canciller, bendición religiosa, descubrimiento de una placa conmemorativa y cortes de cintas. Todo, en menos de una hora. "Gustos setentistas" La sede está dividida en tres sectores, tiene una superficie de 42.000 metros cuadrados cubiertos sobre un terreno de 2600 metros cuadrados, una altura de 16 pisos y su entrada principal está situada en Esmeralda 1212. Comenzó a construirse el 30 de mayo de 1983, pese a que la licitación de las obras fue realizada en 1972. "En el período comprendido desde el inicio de los trabajos hasta fines de 1989, las obras se desarrollaron dificultosamente, dadas las escasas partidas presupuestarias", dijo un vocero de la Cancillería mediante un comunicado oficial. "El costo de construcción, con instalaciones de distinto tipo, fue de 1670 pesos el metro cuadrado, con un costo total, considerando las distintas monedas y tipos de cambio durante el paso del tiempo, de 70 millones de pesos", agregó. Con una fachada terminada en termopaneles dobles, el edificio alberga algunas excentricidades. Por ejemplo, jardines naturales, emplazados entre paredes y vidrios espejados detrás del despacho del canciller, con una decoración que parece inspirada en la moda de los años 70. Largas mesas de mármol beige combinan con esculturas de madera y telas rústicas, colgadas a metros de grandes floreros con calas erguidas en agua, al costado de sillones cuadrados iluminados por spots direccionados. Prevalecen las gamas del color naranja y el estilo kitsch. Un disco de Roberto Carlos sonaría bien allí, mientras, quizá, Marta Minujín y Federico Klem estarían alegres repitiendo ¡ cheers! , en un brindis sobre la alfombra persa. Las múltiples obras de arte que se muestran en la ostentosa sede inspiraron a algunos funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores a publicar un libro: "Arte en la Cancillería argentina. Algunas obras de su colección". "La construcción y la decoración son de hace 20 años, porque fue en ese tiempo cuando se presentó el proyecto", explicó a La Nación la arquitecta María Eugenia Erramuspe. Los adjudicatarios de las obras fueron los estudios Aizenstat-Rajlin y DoderoLevingston. "DiTella está muy a gusto, porque tiene muy buenos recuerdos de aquellos años y son conocidas sus preferencias setentistas, vanguardistas", destacaron, a coro, algunos de sus colaboradores más cercanos. Más allá de la inauguración formal del edificio de la nueva sede de la Cancillería, el lugar aún está semiocupado. Ocurre que pese a que ya se mudaron allí quienes ocupan los principales despachos, resta que emprendan la tarea los responsables de las áreas de informática y algunos secretarios que decidieron aguardar hasta después de la llegada de los Reyes Magos. Andrea Centeno Agenda Pocas horas después de la ceremonia oficial de inauguración de la nueva sede de la Cancillería, el canciller Guido Di Tella estrenó su despacho. Lo hizo con su primera actividad agendada para ayer: una entrevista con La Nación. "El lugar es hermoso y grandísimo, pero estoy arrepentido de haber anunciado la mudanza. Ahora, todos quieren visitarme sólo para conocerlo", bromeó. Veinte años de espera Tras veinte años de espera, la diplomacia tiene un nuevo lugar donde desplegar sus políticas externas. Aunque se mudó a un edificio de 16 pisos, el canciller Guido Di Tella prefiere seguir ocupando el 13º, tal como lo hacía en la sede anterior, de Rojas y Reconquista. Parece que no lo asustan los números con mala fama, aunque le incomodan las compañías. Tiene estrictamente prohibido que sus asistentes o visitas deambulen por las adyacencias de su despacho. Sólo permite la presencia constante de una asistente y de uno de sus dos secretarios privados, que se reemplazan por turnos diariamente. Un piso más arriba de Di Tella se instaló el vicecanciller, Andrés Cisneros. El hombre parece un poco más sociable, pues no ha puesto peros a las visitas que, curiosas, se agolpan para conocer el lugar. De la Quinta del Retiro a la sede de la diplomacia Por Susana Pereyra Iraola Especial para La Nación Fue Quinta del Retiro durante el último siglo, en una zona de descampado no muy alejada de la costa. El coronel de artillería Sebastián Pizarro adquirió el terreno, en 1777, por 710 pesos. Poco después lo compró Mariano Joaquín Maza por más del doble. La heredera de aquel propietario, Juana Maza de Elordy, se lo vendió, en 1839, a Simón Pereyra, comerciante con tienda frente a la Catedral y primo hermano de la mujer de Rosas. Así le escribió en octubre de ese año a su cuñado José Gerónimo Yraola, pionero poblador de campos bonaerenses y poco después exiliado por incorporarse a los Libres del Sur: "Me he comprado la quinta de don Manuel Elordy que está situada en el mismo Retiro, concluyendo la plaza de ese nombre, una casa de altos que hace esquina, como para entrar a la calle que va para el Socorro. "Aunque la quinta está despoblada de árboles, tiene una hermosa casa baja. Me cuesta setenta mil pesos, cuyo precio es muy bajo y estoy muy contento. Así es que, de golpe, te ofrezco otra cueva donde meterte." Leonardo Pereyra tenía dieciséis años cuando murió su padre. Iniciador de una vasta obra de forestación y de mestización, que dio impulso decisivo a la ganadería, sólo en los últimos años de su vida (falleció en 1899) se resolvió a cambiar su casa de patio y aljibe de la calle Victoria (Hipólito Yrigoyen) por la que había hecho construir en la Quinta del Retiro. La casa de altos fue reemplazada por la que proyectó el arquitecto Ernesto Bunge, fundador y primer presidente de la Sociedad Central de Arquitectos. Evocación Entre 1886 y 1890 fue construida una casa "al estilo de Florencia,/ decorada con pilastras/ y falso corte de piedra", según la evocó Enrique Ibarguren en 1972, que identificó esa esquina, y el entorno de la plaza San Martín, durante décadas. La habitaron su mujer, Antonia Yraola, sus hijas María Luisa, María Antonia, Sara, Laura y sus hijos Rafael, Leonardo y Martín. Cuando María Antonia se casó con el abogado venezolano Rafael Herrera Vegas, en 1893, se construyó una casa para su familia sobre el sector del jardín que miraba a Juncal. Al nacer Carmen, la primera hija del matrimonio, fue plantado el plátano que hoy permanece airoso y protector, después de más de un siglo, junto al nuevo edificio de la Cancillería. Tres generaciones A tono con la época, se importó el mobiliario, que confería a su interior un carácter italianizante entre severo y acogedor. Altísimos sillones fraileros a lo largo de los anchos pasillos que rodeaban los patios entre ambas plantas; vitrales con temas mitológicos en el vestíbulo; paredes recubiertas de madera en el comedor. En la planta baja había salas de piano y de billar, biblioteca, escritorio, "sala de cuadros", improvisados estudios y laboratorios bajo las escaleras. Convivían allí tres generaciones, un familión. Además de Sara y Laura, Leonardo y su mujer, María Teresa Lamarca, casados en 1896, quienes criaron allí a sus once hijos, de los cuales diez eran varones. La Quinta del Retiro comenzó a ser llamada Esmeralda. Tenía dos entradas. Una puerta por esa calle, junto a la que se veían varias plaquetas de bronce: "La correspondiente al padre / ha perdido ya sus letras; / las de Carlos y Rafael, doctos en jurisprudencia; / la de Emilio, el ingeniero, / la de Luis, clínica ciencia / y la de Fernando el diestro / en arquitrabes y ménsulas". La otra entrada, por Arenales, conducía al zaguán y la cochera (que antes fue caballeriza), "el colegio" (que dirigía un jesuita vasco y después fue estudio de universitarios), las viviendas de los que trabajaban en la casa, todos provenientes de Galicia y que reiteraban en ella las costumbres de su tierra. Al fondo, el jardín "diseñado a la europea, con gomeros y laureles, / con plátanos y palmeras / que se extendían por Juncal / hasta la exótica pérgola, / romántico bichadero / de las moradas linderas". También hubo, hasta la crisis del 30, una cancha de paleta, y hasta petisos. En el primer piso se mantenía la "sala colorada", con retratos y muebles provenientes de la calle Victoria, de estilo colonial y colorido federal, para cuando "se anunciaban / visitantes de etiqueta,/ como ser algún prelado / o las parientes chilenas..." Una "sala dorada", francesa y con espejos, permanecía generalmente en penumbras y enfundada en la planta baja, reservada para casamientos y ocasiones formales: "No pensó el decorador / en la insólita modestia / que era signo de esa casa / pese a su gran opulencia". Lugar para la memoria Lugar para la memoria, la idiosincrasia primera, el claustro, la hospitalidad, la fiesta, el duelo, la casa vivió y sufrió a la par de sus moradores. Leonardo Pereyra Iraola murió en 1943. En la casa quedaron tres de sus hijos con su madre, María Teresa, y las familias de dos de ellos. El jardín se había reducido, y el número de personas a la mesa también, aunque allí nunca se perdió un peculiar estilo de intimidad compartida. Uno de sus nietos menores, también Leonardo, ha trabajado como ingeniero en los últimos tramos de construcción del edificio proyectado por los arquitectos Natan Aizenstat, Carlos Rajlin, Carlos Dodero y Mónica Levingston. Cambiaron los tiempos, y la propiedad fue vendida en 1968, la casa desmantelada y demolida unos años después. "Esmeralda doce doce / larga fachada morena, edificada en dos plantas / techadas con azotea". Inolvidable para los que la conocieron, su recuerdo, persistente como la raíz del plátano, se arraiga en la memoria del corazón.