Shakespeare, el drama

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MSJ TEATRO
Shakespeare,
Eduardo Guerrero del Río
Doctor en Literatura,
Universidad Complutense de Madrid
En una época en que
la belleza de la palabra
dramática ha sido
reemplazada por un lenguaje
de dudoso gusto, desechable,
siempre es gratificante que
alguna obra del dramaturgo y
poeta inglés esté en nuestra
cartelera.
E
l reinado de Isabel I Tudor, hija
de Enrique VIII y Ana Bolena,
tuvo una duración de cuarenta
y cinco años (1558-1603). Durante
estos, la prosperidad económica en
Inglaterra fue general, avalada por la
consolidación de la soberanía atlántica
de este país. En palabras de José Manuel González, en El teatro de William
Shakespeare hoy1, “Inglaterra, como tal
nación moderna, se consolida y acrecienta en su poder, siendo el inicio de
su hegemonía industrial y comercial”.
Este esplendor también se manifestó en
el auge de la literatura y, en especial, del
teatro. Nuevamente González: “Fueron
los acontecimientos históricos y el
ambiente literario existente durante
el reinado de Isabel I de Inglaterra los
que posibilitaron y provocaron la aparición de un teatro tan grandioso como
irrepetible”. En este marco resalta la
insigne figura de William Shakespeare
como máximo exponente del llamado
teatro isabelino, el cual debe su nombre
al hecho de haberse desarrollado en el
período mencionado; incluso, tiene su
prolongación durante el reinado de su
sucesor, Jacobo I Estuardo.
Son varios los rasgos más sobresalientes del teatro isabelino. En primer lugar,
este se produce en un momento en que
llega a su declinación el drama medieval
en reemplazo de un drama renacentista
(el renacimiento inglés es mucho más
tardío que el italiano y el español).
Asimismo, era un teatro popular dirigido a un público heterogéneo que veía
representarse en el escenario sus propios
problemas y hechos cotidianos. Sus
dramaturgos no respetaban las clásicas
unidades aristotélicas, se caracterizaba
por propiciar en la obra una alternancia
de situaciones trágicas con situaciones
cómicas (además, de poesía y prosa) y en
él era mal visto que las mujeres participaran como actrices, es decir, los papeles
femeninos eran entregados a chicos y a
jóvenes. En este período de esplendor,
aparte de Shakespeare, son dignos de
mencionar los nombres de Christopher
Marlowe y Ben Jonson.
VIDA Y OBRA
Muchos rasgos biográficos de William
Shakespeare permanecen ignorados; muchos otros forman parte de la leyenda.
Nació en Stratford-upon-Avon (96 millas
al noroeste de Londres) en 1564. En 1582
contrajo matrimonio con Anne Hathaway,
con quien tuvo tres hijos. Al poco tiempo,
dejando a su familia en la ciudad natal, se
trasladó a Londres, movido por necesidad
de dinero y el deseo de entrar en contacto
con la actividad teatral. Se desempeñó
como actor, para posteriormente dedicarse
a la escritura; formó parte de la compañía
real de lord Chambelán, vinculación que
duró hasta su retiro de la vida teatral.
En 1592, la Compañía de lord Strange
estrena su drama histórico Enrique VI. A
partir de esa fecha, Shakespeare no solo
conquistará aplausos y admiración, sino
también muchos celos y envidias. Jacobo
I protegió la compañía y ella fue la única
con autorización para actuar en palacio.
Hacia 1614, abandonó Londres y regresó
a Stratford, donde falleció el 23 de abril
González, José Manuel: El teatro de William Shakespeare hoy. Montesinos, Barcelona, 1993.
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el dramaturgo por excelencia
de 1616. Sobre el sepulcro, unos versos,
supuestamente del mismo Shakespeare:
“Buen amigo, por Jesús, abstente/ de
cavar el polvo aquí encerrado./ Bendito
sea el hombre que respete estas piedras/ y
maldito el que remueva mis huesos”.
Shakespeare no solo incursionó en el
ámbito dramático. También fue atraído
por lo lírico, dejando tres obras que dan
testimonio de ello: Venus y Adonis (1593),
La violación de Lucrecia (1594) y Los Sonetos (1592-1597).
Por otra parte, las obras teatrales
escritas por el dramaturgo inglés llegan
a treinta y siete, ante las cuales se puede
establecer una triple división. Un primer
grupo está constituido por crónicas históricas que llevan nombres de reyes y que
abarcan desde fines del siglo XIV hasta
los últimos años del siglo XV, configurando la historia de la lucha por la corona
inglesa. Son dramas de destronamientos:
los reyes pugnan por consolidar el trono,
siendo finalmente, mediante la muerte,
sustituidos por otros. En cierto sentido,
se está cuestionando aquí la idea del
poder real. Algunas de ellas son Enrique
VI (tres partes), Enrique IV (dos partes)
y Enrique VIII.
En segundo lugar, podemos mencionar las comedias. En ellas, Shakespeare
da muestra de una prodigiosa imaginación, de un humor sin igual, de una
concepción poética de la realidad y de
una crítica aguda y punzante. Destacamos La fierecilla domada, El mercader de
Venecia, Sueño de una noche de verano
y La tempestad. Esta última representa,
para Shakespeare, “un testamento poético, un adiós al teatro, una biografía
filosófica y artística”.
Pero, indudablemente, su genio
creador brilla al máximo en sus tragedias.
Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, El rey
Lear y Macbeth son títulos que resuenan
constantemente en las carteleras de todo
el mundo y, también, en los últimos
años, en Santiago.
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ACERCAMIENTO A LA
TRAGEDIA DE LOS CELOS
A poco más de cuatrocientos años
del estreno de las cinco tragedias más
significativas de la pluma de Shakespeare,
y ante la pregunta: “¿Es Shakespeare nuestro contemporáneo?”, vale la pena tener
en cuenta las siguientes palabras de José
Manuel González: “El teatro de William
Shakespeare es de siempre, porque también es de hoy. Y es, precisamente, desde
nuestro ahora de donde se nos impone
la apremiante tarea de interpretarlo y de
actualizarlo si es que, en verdad, queremos
llegar a descubrir a Shakespeare con toda
su novedad y frescura”. Sin duda, no solo
ha pasado el tiempo (para bien o para
mal), con los consecuentes cambios de
mentalidades y de maneras de entender
la vida, sino que, además, la concepción
artística es diferente y, por lo mismo,
hablar de tragedia en esta época posee
connotaciones muy distintas a las de antaño. Pero, más allá de esto y de la duración
de los espectáculos (en el original eran de
cuatro a cinco horas), lo que importa es el
carácter clásico del texto, es decir, la plena
vigencia de sus temáticas y motivos, lo que
las hace —por sí solas— obras atractivas
en la actualidad. A su vez, en función de
lo que se ha llamado la teatralidad —es
decir, los lenguajes de la puesta en escena— también es importante constatar
cómo unas tragedias con tantos siglos de
historia se nos transforman en objetos
artísticos de validez contemporánea.
Las anteriores reflexiones nacen a
partir del último estreno de Otelo en
nuestro país (el anterior fue realizado hace
cinco años por el teatro de la Universidad
Católica, en adaptación y traducción del
escritor nacional Jaime Collyer). Ahora,
en versión de Pablo Álvarez, se nos presenta con el título de Othelo. Sobre todo
a nivel lingüístico, se propone un mayor
acercamiento al hablar del espectador de
nuestros días (hay guiños del lenguaje,
Un clásico inserto en este
siglo XXI: esta propuesta
es legítima y posibilita el
encuentro del público con
una historia tanto de ayer
como de hoy.
Es importante constatar
cómo unas tragedias con
tantos siglos de historia
se nos transforman en
objetos artísticos de validez
contemporánea.
inclusión de refranes, un cierto coloquialismo), sin detrimento —eso sí— de la
historia original, que acontece tanto en
Venecia como en Chipre. Son los mismos
espacios, los mismos personajes, las mismas pasiones. Es decir, un clásico inserto
en este siglo XXI. A nuestro entender,
esta propuesta es legítima y, aun más, posibilita el encuentro del público con una
historia tanto de ayer como de hoy.
En lo específico, junto a su preocupación por quitarle “grandiosidad”
al lenguaje, esta propuesta escénica se
sustenta en tres elementos fundamentales: las actuaciones, el vestuario y la
escenografía.
Respecto a lo primero, resaltan sobre
el resto los trabajos de Francisco Melo,
como Yago, y el de Marcial Tagle, como
Otelo, antagonista y protagonista, respectivamente. Melo seduce con su cinismo,
su sonrisa mefistofélica, su gestualidad.
Tagle va dejando en evidencia, progresivamente, la transformación de su personaje.
Evoluciona desde su seguridad como militar triunfante con reconocimiento público hasta la condición de un ser que lo
pierde todo (también a sí mismo) por los
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enfermizos celos. A su vez, dentro de los
lenguajes de la teatralidad, los personajes
aparecen con vestuarios actuales, con un
predominio de los tonos oscuros.
También la escenografía se constituye en un aporte, con la presencia de
objetos funcionales y de paneles que van
cambiando de colores, sobre todo con la
presencia del color rojo, como indicador
de las pasiones de los protagonistas.
En una época en que la belleza de
la palabra dramática ha sido reemplazada por un lenguaje de dudoso gusto,
por un lenguaje desechable, siempre es
gratificante que alguna obra de William
Shakespeare esté en nuestra cartelera.
Mal que mal, es uno de los dramaturgos
más trascendentes de todos los tiempos,
tan actual hoy como en su época. Por lo
mismo, este montaje dirigido por Felipe
Castro —a nuestro entender y a diferencia
de la opinión de ciertos puristas del teatro— viene a constituirse en una legítima
lectura de esta tragedia de Shakespeare,
que nos permite reflexionar sobre temas
tan eternos a través de los siglos. MSJ
TRAGEDIA Y MUERTE
Otelo se representó en la corte el 1º de noviembre de 1604. Al respecto, en el libro
Guía de las obras dramáticas de Shakespeare2, se nos señala que “Shakespeare sacó la
trama de un relato italiano, estilizó la acción, otorgó a Otelo complejidad y nobleza
de carácter (dos cualidades de las que carece en el relato original) e hizo de todo el
drama un estudio sobre la sospecha, la desconfianza y los celos”. En lo específico, por
el hecho de no haber sido nombrado como su lugarteniente, Yago planea vengarse
de Otelo, el rey moro. Así, desde el principio hasta el final, seremos testigos de las
múltiples intrigas de este personaje, formuladas con el objeto de lograr sus propósitos
(“obsesión monomaníaca por destruir a Otelo”, como alude Fernando Debesa). Al
final, todo se desenmascara con la consiguiente tragedia y muerte. No por casualidad,
a Yago se le considera como el “archimalvado del teatro jacobita”. Lo anterior lleva
consigo, además, otros motivos literarios recurrentes, tales como el odio, la traición,
el honor, los celos, las pasiones, el racismo y la muerte.
No cabe duda de que el personaje de Yago se transforma en el eje sobre el cual
se construyen las situaciones dramáticas. Es el antagonista por excelencia. Al decir
de Harold Bloom, en Shakespeare. La invención de lo humano3, “Yago es una de las
figuras más deslumbrantes de Shakespeare. El carisma negativo es un extraño don;
Yago lo representa de manera excepcional”. De esta forma, poco a poco, a instancias
de Yago, Otelo va dudando de la fidelidad de Desdémona, su joven esposa: “de los
celos no hay regreso, Yago. Nada logra detener los dispositivos de la duda una vez que
se han puesto en marcha”. La cizaña encubierta en un lenguaje viperino. Hasta que
ocurre lo inevitable: Otelo mata a Desdémona y, luego, al saber que todo era una farsa
inventada por Yago, se da muerte. Un desenlace trágico y, a su vez, romántico, en su
acepción de ir hacia un más allá, hacia un encuentro del ser amado en otra vida.
FICHA TÉCNICA
Othelo, de William Shakespeare, en versión de Pablo Álvarez. Sala Finis Terrae, Pedro de Valdivia 1509. / Dirección: Felipe Castro.
/ Elenco: Marcial Tagle, Paz Bascuñán, Francisco Melo, Francisca Imboden, Pepe Herrera, Benjamín Berger, Patricio Contreras,
Francisco Ossa, Valentina Fernández, José Tomás Guzmán y Sebastián Plaza. / Funciones: Desde el sábado 21 de marzo al sábado
30 de mayo, de jueves a sábado. / Horario: Jueves, viernes y sábado 21:00 hrs. / Valores entradas: Jueves, $3.000 todo espectador;
viernes y sábado, $7.000 adultos, $4.000 estudiantes y tercera edad. / Reservas: 4207288
Mac Leish, Kenneth, y Unwin, Stephen: Guía de las obras dramáticas de Shakespeare. Editorial Alba, Barcelona, 2000.
Bloom, Harold: Shakespeare, la invención de lo humano. Anagrama, Barcelona, 2002.
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