Lecciones de la integración europea La revista Mensaje publicó, en junio recién pasado, un número especial subir el problema de la Integración Latinoamericana. En diversos artículos de este número se habló también de la experiencia de la unificación europea. Nos damos cuenta cabal de que lo situación de América Latina es fundamentalmente diversa de la europea. En Europa había factores favorables a la unificación que no existen en este continente, como también los hay en la América ibérica que no e\ist¡an ni existen en til viejo continente. \"o se [rata, por tanto, de presentar simplemente a Europa como el modelo para América Latina, y las razones que exigen la integración pueden ser muy diferentes en uno y otro caso. Pensamos sin embargo, con la mayoría de !os que se ocupan del problema, que la experiencia europea está llena de enseñanzas para cualquier intento de unificación. Nuestro objetivo, en las páginas siguientes, es .subrayar las que nos parecen las más sugestivas, v especialmente la importancia del principo de supranacionaíidad, como también la urgencia de un vasto movimiento, popular y político, para la integración. ¿Federalismo o Confederalismo? Quien conoce la evolución y la historia de la unificación europea, sabe que desde el principie el problema se planteó allí bajo la forma de una oposición entre los defensores de la "internacionalidad" y los de ia "supranacionalidad". La confederación es una asociación de Estados soberanos que conservan su plena autonomía y en la cual las decisiones se toman generalmente por unani646 midad: la Federación, por el contrario, es una unión más estrecha, en que los Estados Federados delegan una parte de su soberanía a una autoridad central, para asunlos bien definidos y precisados en el convenio que da origen a la federación. Se sabe también que hasta hoy día la oposición entre los partidarios de las dos formas de unión no ha terminado, ni aún entre los miembros del Mercado Común. La "Europa de las Patrias" de un famoso general corresponde, evidentemente, a la idea de la confederación, mientras los defensores de una verdadera integración (que son la mayoría) son los "federalistas", Lo que se sabe menos, quizás, es que los partidarios de la fórmula federalista estuvieron un tiempo muy cerca de imponerse totalmente, y que, por otra parte, los organismos acluales del Mercado Común Europeo tienen todos, cual más cual menos, elementos federalistas y, po¡ consiguiente, de supranacionalidad. F.n esto consiste, quizás, el secreto do su iWito. Por eso nos parece que vale la pena analizar toda la historia de la integración europea en esa perspectiva. Dentro de! movimiento europeo los federalistas lian sido durante largo tiempo una minoría. Sin embargo, desde el primer congreso, el de La Haya i. Í94S>. que no tenia ningún carácter oficial, ellos se mostraron lo.s mas activos, y se puede decir que tanto el ante-proyecto dol "Consejo de Europa" (elahorado en e¡ congreso no-oficial de La Haya y adoptado después de ciertos cambios) como, posteriormente, el de la C.E.CA. (Comunidad del Carbón y del Acero), salieron de su seno. No es de extrañar entonces que, dentro del Consejo de Europa, los auténticos federalistas supieron hacer aceptar, por lo menos por seis naciones, el proyecto de la C.E.C.A., que hasta hoy día représenla todavía el único ejen> pío de autoridad real e integralmente supranacio nal. El hecho que sólo seis naciones lo hayan acoplado y firmado no se debe a ninguna exclusión "nacionalista" ni de los federalistas ni de los seis mismos, sitio a la voluntad "soberana" di; las otras naciones y al ludiu que citas se dejaron convencer por los argumentos de los delegados ingleses, los cuales no habían superado bastante, en aquel entonces, sus sentimientos nacionalistas .. . Pero que la C.E.C.A. tenga carácter supranacional, sobre eso no hay la más mínima dudo para quien conoce el datado. De hecho, la "Alia Autoridad" prevista en el tratado \ que, a partir de enero de I96A, va a ser represeniada por la "Comisión Única" de Bru selas, loma sus decisiones en plena autonomía y, en principio por lo menos, las impone a los gobiernos nacionales, aunque sen en el campo muy limitado del mercada del carbón y del acero. Es evidente que ki Alta Autoridad cumple con su obligación de consultar primero a los g<ihiern<js y que no impone sus ordenes de manera dictatorial. Pero el hecho que el tratado prevé el recurso de los gobiernos al Tribunal de la Comunidad, en caso de disconformidad con las decisiones de la Atta Autoridad, es olía confirmación del carácter supranaciutial de ia Comunidad. El Halado de la C.E.C.A. entró en vigencia en enero do 1952 e inmediatamente se notó que fue un éxito. Esta constatación fortaleció la tesis de los partidarios de la supranacionalidad, y asi nació, bajo la influencia del peligro de guerra do la era sialiniana, el proyecto de la Comunidad Europea de Defensa < C.E.D.}. Dicho provecto acentuó la aplicación del principio de sllpranacionalidad y lo extendió a una verdadera comunidad política, con Parlamento Común, elegido por votación directa y que tendría atribuciones más amplias y con autoridad ejecutiva común también, la que habría de tener diversas atribuciones de poder supranacional. Pero desgraciadamente el proyecto, ya ratificado por 5 úc las ft naciones, fue descartado por la oposición de la nación que, a través de Robcr! Schuman, lo había propuesto: Francia. El responsable principal de este fracaso fue el entonces primer ministro francés, Pierre Mendcs-France, que había declarado la guerra a una pretendida "Europa Vaticana", porque en las seis naciones había gracias a la voluntad de los pueblos (y no del Vaticano) una mayoría demócrata-cristiana. Puede ser, sin embargo, que el fracaso de la C.E.D. haya sido inevitable, porque los pueblos no estaban todavía preparados para una unión política supranaciona!. El 1955, un año después del fracaso de la C.E.D., se inició la t-laburación del proyecta de la C.E.E. (Comunidad Económica Europea, o sea, Mercado Común generalizado). Una vez terminado, el proyecto de la C.E.E. fue ratificado en un tiempo record, enlre el verano y el otoño del 1957, para entrar en vigencia el H de enero de 1958. En cnanto a la supranacionalidad. el tratado de la C.E.E. es, evidentemente, un retroceso respecto al de la C.E.C.A. y, mucho más, al de la C.E.D. No hay más una "Alta Autoridad", que pueda dar sus "órdenes", sinD sólo una "Comisión"' ejecutiva, que tiene como misión realizar las decisiones del Consejo de Ministros (nacionales). ¿Vicluiia total de lo "internacional" sobre lo "supra- nacional"? Asi parece a primera vista para Quien no conoce ni el texto integral del tratado ni la práctica del tiabaju de la Comisión de Bruselas. Dijimos que una de las características del tratado internacional es la exigencia de unanimidad y el derecho de veto de los miembros. De hecho, en algunos asuntos esenciales el tratado prevé dicho derecho, y la unanimidad. El caso más conocido es el de la admisión de un nuevo estado-miembro (art. 2.V7 del iraladu). Se sabe que Francia, en virtud de esta disposición, opuso su veto al ingreso de Inglaterra al Mercado Común. Pero lo que se ignora generalmente es que el tratado prevé explícitamente muchos casos en que se exige solo una mayoría cualificada I de los dos tercios de los v o tos, que en ciertos casos puede representar sólo la mitad de los miembros), o aún la sola mayoría de los miembros de la Comunidad (art. 148). En virtud de la última disposición, los tres "chicos" de la Comunidad (los del Benelu.O podrían imponer, con la inuda de uno de los glandes, una decisión ;i los dos otros grandes renitentes. Se ve, por consiguiente, que el tratado de la C.E.E. no es simplemente un convenio internacional, en el cual se aplica de manera rigurosa el principio del nacionalismo. Se trata más hicn d t una especie de transacción entre los dos principios opuestos. \XÍ que es indicado en el mismo tratado se ve confinnado por la práctica. De hecho, aunque la Comisión de Bruselas sea, teóricamente, un simple órgano ejecutivo del Consejo de Ministros (el cual ts la autoridad suprema), en la práctica esta Comisión está imponiendo muchas veces sus puntos de vista. El mismo texto del tratado da la base para eso, cuando estipula, por ejemplo, que una proposición de la Comisión puede ser enmendada sólo pur una decisión unánime del Consejo 647 de Ministros. Por otra parte, no hay que olvidar que !a Comisión dispone, para las diversa», y complejas materias que iun de Ja competencia de la Comunidad, de cielitos de expertos, de manera que inevitablemente sus conocimientos y, por ende, su competencia sun generalmente mayores que tos de los ministras. Todo eso, turnando en cuenta, además, el espíritu "supranacionai" que rige en Bruselas, constituye un fortalecimiento del principio de supranacionalidad dentro de la C.E.E. Sin despreciar d \-alor de la mera colaboración internacional, se puede decir, por lo lanío, que el éxiío "milagroso" del Mercado Común Europeo se debe, en gran parte, ni elemento de supranacioiuilidad que U> inspira. Ya sabemos, por otra parle, Que la C.E.C.A., que ha sido todo un éxito, es una organización integralmente supranacionai. Más aún: es permitido pensar que muchas dificultades del Mercado Común serían resueltas más fácilmente, si el principio de supranacionalidad estuviese aplicado más radicalmente en el tratado de la C.E.E. De todo esto podemos, al parecer, sacar la siguiente conclusión: no hay verdadera integración económica, sin organismo y autoridad supranacionales. Pero un organismo supranacionai, aún de urden meramente económico, représenla un cierto poder pedílico (en cuanto a políliea económica). Con lo que llegamos a lo otra conclusión importante: no hay verdadera integración económica sin un cierto grado de integración política. Ahora bien: la integración política una i w incoada liende a extenderse y ;t generalizarse, porque ella es, además, un Iin en si. Es lo que se consUilu también, a pesar de la.s apariencias, dentro del Mercado Común Europeo. ]M integración política se busca por razones económicas, pero fuera de éstas últimas, hav motivos puramente políticos que impulsan dicha integración, hasta llegar a una unificación lutal. lanto política como económica. Conclusiones para la integración latinoamericana El ejemplo europeo señala, por consiguiente. —sobre todo si se comparan las realizaciones del Mercado Común con d exilo reducido de la Zona de Libre Comercio británica— que la lunnnla SLipranacional es la más adecuada, en lo económico como en lo político, para realizar uniones verdaderas y poderosas. Si aplicamos estas consideraciones a nuestro continente, llegamos a la conclusión que habría que crear —en diversas etapas, se entiende— un Mercado Común Latinoamericano, con carácter supranacfonal; y, en lo político, una auténtica federación de los Estados latinoamericanos. Esta conclusión encierra un programa inmenso J una larea, cuya dificultad seria vanó subestimar. Sin embargo, se sabe que los mas destacados economistas afirman no soto que el Mercado Común del continente es una necesidad económica, sino una tarea urgente, como lo manifestaron cuatro economistas de renombre en su carta-respuesta al Presidente Frei. No es necesario extendernos más sobre ese aspecto, porque en el mismo número citado de Mensaje, las voces más autorizadas explicaron con toda claridad las múltiples razones que tiene América Latina para realizar este programa. 648 Felizmente, por otra parte, no hav necesidad de unu especie de "guerra económica continental". Las naciones desarrolladas dL- Europa y de América del Norte parecen darse cuenta del problema y eslar dispuestas a examinarlo en conjunto con las de nuestro continente. El éxito de la gira del Presidente Frei por Europa lo manifiesta, por lo menos en lo que concierne a Europa. En cuanto a las autoridades del Mercado Común Europeo, una prueba de sus buenas disposiciones es el hecho que líi CECA, acaba de abril- en Santiago de Chile una oficina "de enlace", cuya misión no es sólo de información, sino también de contactos con los medios económicos y políticos del continente, para discutir lodos los problemas pendienlos entre los dos continentes y, quizás, para orientar los esiuerzos del desarrollo y de la integración económica latinoamericana. Es de suponer que la "Comisión Única" de Bínaselas. c¡ue probablemente va a dirigir las tres comunidades a partir de enero de 1966. va a seguir en el mismo sentido. Este hecho, sumado a otros que se sitúan en la misma linea, como ¡os acuerdos a los cuales llegó el Presidente Frei en su gira europea, muestra que los responsables de la economía europea están dispuestos a abrir un diálogo franco y fructífero con nuestro continente. Para terminar, dos palabras sobre nuestros vecinos del Norte. En los EE.UU. de Norte-América dicha actitud no está quizas, todavía generalizada. No se puede negar, sin embargo, que hay un cambio en la mentalidad norteamericana frente a nuestro continente, en comparación con el pasado. La misma Alianza para el Progreso lo atestigua, a pesar de todos sus defectos. Hav también políticos, quizás todavía aislados, que propician abiertamente la integración latinoamericana. Así el Senador Jacob J. Javils hizo recientemente una importante declaración a este respecto1. Después de haber enumerado muchos problemas económicos que aún están sin solución en América Latina, el Senador norteamericano afirmó: "Se está haciendo cada día más evidente que la mejor Ibrma de lograr la solución de, los problemas económicos del continente latinoamericano será dentro del marco de un genuinu Mercado Común Latinoamericano, en el cual los productos, las personas y el capital puedan moverse LUII mayor libertad." Después de haber señalado otras ventajas de ese Mercado Común, el senador Javits prosigue, hablando del papel que en eso podrían ¡ligar las naciones más desarrolladas: "El proceso de la creación de un M. C. Latinoamericano puede recibir un gran impulso de las naciones ¡ndusrrialmente más adelantadas del munció . . . Tengo la firme convicción de que, siguiendo la declaración del GATT de mavo de 1963, los EE.UU. podrían ahora hacer un llamado a las naciones industrializadas del GATT para que otorguen tratamiento preferente a ciertas exportaciones americanas". Nos parece que estas declaraciones de un senador de EE.UU. son importantísimas y alentadoras para los esfuerzos que se hacen en nuestro continente. Eduardo Kinncn, Pbro. i Vea: "El Mercuriu" del 29.4.65.