En busca de la justicia perdida

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Artículo de Opinión
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Reflexiones y opiniones
de un ciudadano, futuro médico
que intenta asumir a conciencia su rol
respecto de la equidad, la justicia, la moral y la ética.
En busca de la justicia perdida
Flavio Florencio Sánchez
Licenciado en Periodismo, Diplomado en Periodismo en Salud y Divulgación Científica
Estudiante de Medicina
[email protected]
Inmanencia 2015;4(2):33-35
Hablar de justicia y equidad exige más que un análisis
semántico. Se trata de problemas reales y complejos, enraizados en el seno mismo de la sociedad y donde actúan
como causas y consecuencias un sinfín de situaciones
que ponen a prueba las bases jurídicas, morales y humanas del mundo y del tiempo en el que vivimos.
La justicia, conmutativa cuando trata de igualdad y distributiva cuando asigna proporciones, está supeditada a
quienes se encargan de administrarla, de ejercerla o de
otorgarla. Por tanto, la justicia no es una virtud ni es un
atributo infalible, sino una cuestión humana, por tanto
falible, imperfecta y con frecuencia injusta y desigual.
El darwinismo social
El naturalista británico Charles Darwin planteó en El origen de las especies la teoría de la supervivencia del más
apto. Estimó que las especies vivían en competencia
con pares y predadores, en lucha continua por la supervivencia y el aprovechamiento de los recursos naturales. El darwinismo planteó desde lo biológico la lógica
de la desigualdad natural de los seres vivos en relación
con su medio, así como la posibilidad (o imposibilidad)
de adaptarse para superar o aminorar las desigualdades y lograr sobrevivir. La teoría de Darwin generó un
gran revuelo en su tiempo. Décadas después se aplicó
el mismo modelo al análisis de las relaciones entre los
individuos y sus medios. Surgió el darwinismo social,
como corriente según la cual, los hombres viven en
una sociedad desigual donde la lucha por los recursos
establece la lógica del más apto, del más fuerte o del
que puede adaptarse mejor para superar debilidades o
limitaciones y así lograr acceder a los recursos escasos o
deseados e incluso a mantener la propia vida.
Las leyes y normas sociales funcionan como ecualizadores: brindan equidad y garantizan a todos similares posibilidades y acceso a los recursos. La vida, bien puede
entenderse como un recurso, el más preciado de ellos.
Respecto del acceso a la salud, la lógica del darwinismo
social no pierde su aplicación. La enfermedad y la muerte son los máximos igualadores sociales, pues
no hacen distinciones ni aceptan excepciones al afectar
por igual a todos los individuos con independencia de
condición social, etnia o credo. Este hecho no se puede
obviar, pero cuestiones como la pobreza, la marginación social, el déficit educativo, la distribución desigual
de derechos, la falta de acceso a centros de salud o de
cobertura médica, actúan como factores de riesgo o
escudos protectores que traccionan y desequilibran la
balanza a favor de unos y en contra de otros.
La pobreza es el desnivelador social por antonomasia.
En nuestras sociedades, ser pobre es más que un factor
de riesgo o una cualidad estigmatizante, es una desventaja que impide el acceso a los recursos existentes
y atenta contra la equidad. La indigencia, la carencia de
vivienda digna, la privación de red de agua potable y
de cloacas, de calefacción para el frío o la alimentación
insuficiente para las necesidades, hace más vulnerable
social y físicamente al sujeto que padece la situación en
relación con quien no tiene tales inconvenientes por
pertenecer a una clase social más acomodada. El desafío de la salud, siempre es más complejo cuando de
pobres se trata.
En este sentido la ley (real y aplicada) es el verdadero
ecualizador de la sociedad. Su finalidad es homogeneizar y borrar las distinciones entre clases económicas y
brindar los mismos derechos y la misma atención a todos por igual. Aunque las personas son por naturaleza
diferentes entre sí, debe entenderse esta diferencia de
categoría como cualidad de individualidad propia de
cada persona y no como excusa para la marginación y la
discriminación. La ley es el instrumento que contempla
la igualdad humana a pesar de las diferencias entre uno
y otro ser humano a quienes iguala su dignidad.
En una sociedad donde impera la lógica del más fuerte
y la supervivencia del más apto, la ley establece la protección de los ciudadanos.
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Jean Jacques Rousseau, pensador suizo aseguró que
“Entre el fuerte y el débil, la libertad oprime. Sólo la ley
libera”. En otras palabras, las leyes liberan, la falta de
ley esclaviza. La ley salva vidas, la ausencia de la ley las
quita.
Justicia legal vs. justicia moral
Justicia es dar a cada uno lo suyo. La justicia actúa bajo
la lógica de la retribución, de la causa y el efecto. Históricamente se habla de justicia para referirse a un castigo
o a un premio, a un merecimiento o una recompensa.
La equidad, en cambio se refiere a la condición que
brinda, que concede a todas las personas sin excepción
los mismos derechos y obligaciones.
Si la justicia tratara sólo de retribución, del quid pro quo,
sería difícil establecer los parámetros de justicia correctos para devolver, para dar a cada uno lo que le corresponde y los parámetros necesarios para que la justicia
pudiera ganar su calificativo de justicia moral y no sólo
de justicia legal
Un ejemplo representativo de este caso lo tenemos
ofrece la obra de William Shakespeare, El mercader
de Venecia. Relata la demanda que efectúa el usurero
Shylock a Antonio, a quien efectúa un préstamo, y que
exige, según contrato convenido, que en caso de no devolver el monto estipulado, le pague con “una libra de
carne del lugar más cercano a su corazón”.
Si bien la ley, a través de sus efectores democráticos,
es la encargada de sentar las bases de una justicia legal
desde un aspecto normativo, ¿cómo y quién establece que esa justicia sea también moral? No toda ley es
justa, no todo lo justo es ley. Ya lo decía Montesquieu:
“Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser
ley porque es justa”.
No puede haber ni hay justicia moral ni legal en una sociedad donde algunos gozan de todo y otros no poseen
nada. La historia ofrece una variedad de luchas por el
control de los recursos (naturales, humanos, monetarios).
La desigualdad y la inequidad están instaladas en el
mundo desde el principio de los tiempos. La historia
ofrece ejemplos frecuentes de la dinámica entre dominadores y sometidos. Marx afirmaba que la historia se
basaba en luchas de clases. En la actualidad, la competencia por los recursos está vigente y la búsqueda de la
distribución justa y equitativa sigue como desafío constante y con muchas deudas por resolver.
La observación de la distribución de la riqueza demuestra que muchos países pequeños son los que poseen
el capital para la explotación de los recursos y que los
países, dueños naturales de recursos, terminan explotados y pierden gran parte de sus beneficios. Estas
cuestiones ejemplifican de manera obvia el principio
darwinista biológico devenido en el darwinismo social
de nuestros días.
La igualdad como derecho, la justicia como fin
Desde el punto de vista del derecho ciudadano, la Cons-
titución Nacional Argentina (CNA)1 establece el principio de igualdad entre los hombres como patrimonio de
todos los habitantes nativos y lo hace extensivo “para
todos los hombres del mundo que quieran habitar en el
suelo argentino”:
En el artículo 16, sostiene que “La Nación Argentina no
admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no
hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles
en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La
igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas.
El artículo 75, inciso 22 de la CNA declara que nuestro
país adscribe a otros tratados que amplían, garantizan
y establecen derechos, garantías y obligaciones civiles
y legales. Entre ellos destaca especialmente la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) 2que
establece en su artículo primero: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y,
dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Este es un potente indicador respecto de la necesidad
de licuar toda diferencia entre individuos por motivos
políticos, de credo, ideológicos, sexuales o de cualquier
otra naturaleza. Esto no es un dato menor, pues si analizamos la historia encontraremos con facilidad grandes
injusticias cometidas a lo largo de los tiempos atribuibles a las desigualdades generadas por los hombres y
las sociedades.
La salud como derecho
Hablar de la salud como derecho requiere abordar la
cuestión desde varias ópticas. La DUDH establece en
su artículo 25: Toda persona tiene derecho a un nivel
de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación,
el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los
seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez,
viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de
subsistencia por circunstancias independientes de su
voluntad 3
En síntesis, tanto la salud en si misma, como el acceso
de los ciudadanos a ella o la cobertura en caso de perderla, no son simples eventualidades inherentes a los
individuos, se tratan de derechos elevados a la categoría de ley, de los cuales son los ciudadanos los beneficiarios y es el Estado el garante de su cumplimiento.
Esta función del Estado como administrador, regulador y protector de la salud social se ve afianzado por
el artículo 28 del mismo documento que establece lo
siguiente:
Toda persona tiene derecho a que se establezca un
orden social e internacional en el que los derechos y
libertades proclamados en esta Declaración se hagan
plenamente efectivos.
Si bien dicho artículo es general y no trata específica-
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mente el tema de la salud, se entiende que la búsqueda
de un orden social que garantice la correcta ejecución
de los derechos antes expuestos, tiene como finalidad
los dos más grandes derechos reconocidos al hombre:
el derecho a la vida y el derecho a la vida digna, ambos
dos, imposibles si la salud no los acompaña.
La paradoja argentina
Nuestro país es uno de los territorios más grandes y con
mayores recursos del mundo, sin embargo su población
se ve muchas veces poco beneficiada por ello. A pesar
de su vasta extensión, las comunidades argentinas se
encuentran distribuidas en grandes ciudades que albergan a miles de individuos, y en dónde se concentran
gran cantidad de recursos humanos y sociales, quedando el resto de la población asentadas en pequeñas comunidades de pueblos o ciudades más pequeñas.
El acceso a los recursos sanitarios, educativos, laborales
y de otros rubros no escapa a esta realidad. La provincia
de Buenos Aires, especialmente la Capital Federal y sus
inmediaciones, constituyen el epicentro de la concentración de fuentes de trabajo, educación y salud. Son
miles los individuos que tienen que trasladarse de sus
pequeñas comunidades hacia las grandes urbes para
poder acceder a un trabajo, a una determinada formación académica o a un centro de salud para diagnostico
o tratamiento de alguna patología.
Trabajo, educación y salud son tres pilares fundamentales en el progreso de toda sociedad. Es impensado
lograr cualquier avance social en materia de justicia,
equidad e igualdad en un país donde existan centenares de personas con acceso restringido a estos derechos
fundamentales.
Un poco de realidad
La Argentina es un país donde las necesidades están a la
orden del día, y en donde estas también revelan la profunda desigualdad que existe entre zonas geográficas,
clases sociales e individuos particulares.
Si bien en nuestro país el acceso a la salud es un derecho de carácter público, esto no basta para que el derecho a la salud (entendido como realidad factible y no
como teoría jurídica), sea suficiente para que todos los
habitantes gocen plenamente de un total acceso a él.
La salud no es solamente una cuestión limitada a sí misma, sino que la problemática está atravesada por diversos factores de índole social, geográfica, de infraestructura, económica y cultural.
Los hospitales públicos proveen (o deberían proveer)
la atención necesaria para la atención de los individuos
de una población. Pero, ¿es esto suficiente para que un
individuo acceda a esa atención de salud que el hospital
público provee?
Una familia de la puna jujeña que debe llevar a su criatura para realizar un tratamiento de alta complejidad
en el Hospital Garrahan, ¿contará con los recursos para
solventar los gastos de viaje y estadía? Una persona
que sufre un accidente en la vía pública y la ambulancia
tarde más de una hora en llegar a brindarle la atención
inicial, ¿puede decirse que goza plenamente del cumplimiento de sus derechos? Un individuo que sufre una
patología pero no cuenta con el acceso a un determinado equipo o estudio para su correcto diagnóstico y
tratamiento, ¿puede decirse que goza de su derecho a
la salud? Una persona que solicita un día en su trabajo
para acudir a una consulta, pero los médicos del hospital se encuentran realizando un paro por un reclamo
o una medida gremial, ¿no ve vulnerado su derecho?
Retrasar un diagnóstico por falta de equipamiento, postergar un tratamiento por falta de insumos o personal,
o un centro asistencial en un estado edilicio deplorable,
¿no es una violación de los derechos correspondientes
a los ciudadanos?
Desde luego que ni la medicina ni la salud deben depender de los equipos ni de de la tecnología, y mucho
menos de la política, pero nadie debe morir ni alargar
su dolencia por la falta de ellos. Al hablar de salud no
sólo debe contemplarse los derechos de los pacientes
o de los potenciales usuarios del sistema sanitario, también deben contemplarse los derechos y las necesidades del personal de salud de cada institución.
Conclusiones
Hablar de justicia y equidad en la distribución de los recursos sanitarios demanda la toma de conciencia sobre
los costos que la injusticia y la desigualdad generan en
nuestra sociedad. De nada sirve hablar de leyes, estadísticas o caer en divagaciones filosóficas e idealistas si
no reconocemos que la injusticia y la inequidad se traducen en la pérdida de vidas humanas.
La salud es un derecho, la vida también. Derechos de
esta magnitud no pueden ser negociables, no pueden
ser ignorados y no deberían tener que ser reclamados.
Un derecho inherente al ser humano debería ser otorgado por ser lo que un humano merece y necesita. Algo
funciona muy mal en la sociedad cuando un individuo
tiene que salir a pedir por aquello que le corresponde.
La salud como derecho y no sólo como servicio, debe
ser administrada y financiada por un estado eficiente.
Las luchas políticas y las carencias sistémicas que de
ellas resulten no deben tener como víctimas ni rehenes
al personal de salud o a los pacientes.
En conclusión, el problema de la justicia y la equidad no
son ni la justicia ni la equidad en si mismas, ni siquiera
es justo hablar de una cuestión política, sino que se trata de un problema de carácter humano. El desafío real
es lograr en la sociedad una mayor conciencia social,
más empatía, más bondad, más amor. No necesitamos
más derechos, necesitamos más corazón y más humanidad; debemos luchar y trabajar por alcanzar estas cosas, y entonces la justicia y la equidad vendrán solas.
BIBLIOGRAFÍA
1. http://bibliotecadigital.csjn.gov.ar/Constitucion-de-la-Nacion-Argentina-Publicacion-del-Bicent.pdf
2. http://www.un.org/es/documents/udhr/
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