el sentido del primero de mayo

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ESPAÑA
1920
•DIRECCIÓN Y A D M I N I S T R A C T Ó N :
CALLE DEL
TELÉFONO
MADRID, I . ° MAYO
5,233
= = = = =
UN
SEMESTRE, 7
= =
.
WWWT'
EL SENTIDO DEL PRIMERO DE MAYO
Por
Gabriel Alomar
borista o de clase de las reivindicaciones
obreras se elevó a sentido político, revisión
completa de la convivencia social.
L a guerra ha aportado a la fiesta de hoy
y a su significación nuevas virtudes. L a
evolución humana, habitualmente lenta y
trabajosa, dificultada por el egoísmo de los
sistemas que embrutecen al pueblo para que
no crezca, para que no recabe su originaria
soberanía, se acelera hasta volverse marcha frenética en los momentos de pasionalidad colectiva. Y esos impulsos de pasión
son dos: la guerra y la revolución; la primera intensifica los egoísmos nacionales; la
segunda exacerba las expansiones primarías
y humanas, adormecidas por la razón de
Estado.
Hoy, una vez más, la manifestación simbólica desfilará poi nuestras calles vibrantes de luz primaveral y energía resurrecta.
¿Qué esperanza podemos poner en ese desfile. Fiesta Floral de nuestra soñada y rejuvenecida ciudadanía? España, en su historia, a pesar de sus gestas aventureras y de
la veleidad dominadora de sus reyes, ha
sido una nación recelosa al sentido de solidaridad internacional y humana; a ese valor que quiso representar, por encima de las
independencias nacionales, la palabra Fraternidad, añadida al lema revolucionario
como coronación de los fines políticos.
Nuestras derechas se han caracterizado por
su tendencia xenófoba, heredera de los viejos recelos intolerantes. El hombre más
significativo y castizo de nuestra reacción,
Maura, rompió en 1909 toda armonía de la
nación con el tiempo y el espacio exterior,
en un doble impulso de indigenismo y anacronismo. Pocos días hace, cuando el Parlamento español, por primera vez, ejercía
de soberano ante una crisis, y daba al país
y al rey el consejo de los hombres representativos de sus fuerzas, el Sr. Dato, como
un espectro, como la momia perenne de las
generaciones insepultas, se levantaba a
protestar de las invocaciones del Sr. Bes-
PTAS. - UN AÑO, 1 4
PTAS.
EXTRANJERO, UN AÑO, 2 5 PTAS. •
SEMANARIO DE LA VIDA NACIONAL
p L Primero de Mayo, como valor simbólico, ha tenido su evolución natural. Su
s^rnien está en el sentido ideal de la Priraa^""a como resurrección. Es una forma nue^^ y popular de los viejos mitos y fiestas reSiosas que significaban la vuelta a la vida,
triunfo sobre !a muerte, la afirmación de
eternidad, la transmisión de la vida por el
^nuevo de la juventud, y representaban,
^ cuanto al año. lo que la aurora respecto
^^ Sucesión de días y noches, como resu^cción del dios solar vencido cotidiana^ite por el dios nocturno,
."ero toda Resurrección implica una pre^ Pasión. Ahí está todo el sentido de tra^^^la. Resucita Cristo, en idealidad simbó^1 como las antiguas tragedias resolvían
^ 'ina terminación triunfal el dolor y la lu^'^^ del protagonista.
^ t a m b e n en la tragedia social, cuyo
protagonista es el Pueblo, nuestra fiesta del
limero de Mayo significa la afirmación de
t^ en la victoria de mañana; la semilla
Pcimista que dé nuevas fuerzas a los braj ^ extenuados y llene de visión alentadora
l^°Jos ensombrecidos.
*^sta fiesta ha tenido dos valores sucesi^- fué^ en sus orígenes, algo como un re^nto anual de fuerzas, el desfile de las
sas proletarias en amenaza sorda, toda•
no muy concreta, con una angustiosa
srtidumbre, por no saber si aquel río hu^^ era hostil al cauce que lo contenía, o
^^ la fuerza fecundadora de las orillas
^''e besaba.
de>l ^^ sucediéronse los años. L a Fiesta
. J-rabajo adquirió fisonomía, trascendenCe , ^^' '^S'lor espiritual definido. Enton(j • "multitud protestataria fué mostrán^ 6 como el gran operario colectivo de las
cr't^^^ iiitegraciones: como la casta pros^ ?" 1^^ exigía su incorporación a la ciutot 1^^^.^ rehacer sobre un tipo de selección
lie y i^sta la vieja norma de las seleccioQ^ artificiosas y parciales. F u é el momen
t eii que gj antiguo sentido puramente la-
0%
PRECIOS DE S U S C R I C I O N : MADRID Y PROVINCIAS,
PRADO, 1T-APARTADO DE CORREOS NÚM. 1 3 9
==
'O
AÑO VI.-NÚM.
261
teiro a la conciencia internacional ante la
obstinación del régimen en negarse a toda
movilidad progresiva. Y la aclamación de
los incondicionales de una política vetusta
y falsa impidió que se oyeran nuestros gritos que recordaban el nombre de Angulema como remember fatal de apelaciones al
extranjero, dirigidas por los viejos regímenes contra las voluntades de la patria cuando esas voluntades tendieron hacia la libertad,..
Trabajadores españoles: cuando vuestras
columnas generosas atraviesen nuestras
calles como una promesa, no olvidéis que a
la misn i hora otras columnas hermanas
llenaráu de esperanza las calles que la guer r a profanó con el estrépito de los cortejos
que dejaron un rastro invisible de sangre y una estela de perniciosa ejemplaridad. Por encima de la xenofobia suscitada
por el hambre, por la derrota y por la victoria, igualmente desmoralizadoras, vosotros vais a rehacer el vínculo humano, que
eleva el hombre a la conciencia y le da el
sentido del amor inmaterial, del amor que
une a los pueblos más allá de los menguados límites de espacio, como el amor físico
triunfa del tiempo perpetuando la especie,
dándonos una forma de inmortalidad y un
contacto de infinito.
Y esa profunda aspiración de universalismo no ha de apagar aquella prollfica variedad de matices nacionales que constituye
la división universal del trabajo, como la
diversidad de las voces se funde en la total
armonía de los coros. Muy al contrario,
cuanto más intenso sea el espíritu de convivencia humana, más rico será el valor personal de cada variedad étnica, porque cada
una de ellas recibirá nuevos gérmenes para
aclimatarlos en su propio suelo interior y
nuevas ideas que concebir en la gestación
de sus entrañas; añadirá nuevas materni'
dades o enviará nuevas paternidades a las
las almas nacionales ajenas. Pues ¿qué
otra cosa significa la misma palabra internacionalidad, sino el lazo armónico de las
naciones en una conciencia orgánica de
su distribución y de su común sentido h u '
mano?
L a guerra ha sido una ruda labor de arado sobre la tierra entumecida por el cadu .
co sistematismo de la herencia burguesa.
Núm.
261.—4
ESPAÑA
(
Sobre el terruño torturado j revuelto, húmedo de sangre, abonado de cadáveres,
calcinado de huesos, mechado de proyectiles, roído de trincheras y minas bélicas.
verdadero humus, en fin, humus de humanidad, maduro para recibir en sus entrañas
de muerte la vida renovada, vosotros venís
a sembrar la futura y próvida cosecha.
por todos los establos de Augías públicos,
como en Rusia; echará algún rey como pasto a sus propios caballos; y siguiendo la tradición herculina, tan ligada a la raza ibera,
matará al Gerión de nuestra plutocracia
y cogerá en el jardín de nuestras Hespérides las manzanas de oro del capitalismo.
Hércules encarna lo más esencial de las
reivindicaciones obreras y también su espí'
ritu de universalidad. Con razón se ha dicho que Ulises es el héroe nacionalista, sol»
preocupado de sus islas, y Hércules, en
Por
cambio, el héroe que recorre todo el universo de la época, desde el Atlántico hasta el
Luis Araquistáin
Cáucaso. E s un internacionalista. No es
un esclavo de la naturaleza, de Ceres, como
a f«é ttn accidente la fijación del Prime- sentada la Humanidad más viril. Con el los dioses afeminados, que aconsejan la ro"
ro de Mayo para celebrar la Fiesta del propio mito de Ceres se vincula el de Trip- nuncia o la sumisión a ella, para salvar d
Trabajo. Mayo es la plenitud primaveral, tolemo, el héroe que recorre el mundo en- alma, sino un dominador suyo, como lo
y todos los pueblos han observado el culto señando a Ijs hombres a labrar la tierra — quiere ser el proletariado, más imbuido de
del renacer de la madre tierra, de Ceres y trabajo y universalidad —- sin haber podido paganismo que de cristianismo.
Proserpina, deidades de la paz humana y elevarse a rango de dios. Más grande,
A Hércules no le falta nunca la amistad
del trabajo fecundo. El proletariado uni- profundo y eterno es el mito de Hércules, de Minerva, la sabiduría, como a la clase
versal, al señalar para su fiesta el Primero cuyos trabajos y cuya psicología parecen obrera, que, a despecho de aparentes y pade Mayo, recoge el mito, tan viejo como el una estupenda poetización de las inquietu- sajeros extravíos, es siempre, en resumen,
hombre, sagrada reliquia de todas las civi- des y destinos de la clase obrera contempo- ponderación, prudencia, buen sentido. Hérlizaciones, de la adoración de la tierra, otra ránea.
cules es también amigo de Apolo, del senvez preñada con los frutos más sabrosos y
tido
lírico, de la belleza, ¿y no concuerda
Hércules empieza por no ser dios; sólo
embellecida con las galas más amables; mito héroe mortal. Al contrario que Cristo, que con esto el movimiento obrero actual, refude perenne resurrección.
desciende de Dios a hombre — un raso de gio de todo idealismo y de todo ensueño
Pero este mito, uno de los básicos, con el involución—, Hércules procura elevarse de humanista? Pero Hércules va unido, sobre
mito solar, de todas las religiones y mitolo- hombre a dios, y hay un momento, sentado todo, a Prometeo, la inteligencia práctica
gías, se bifurca y engendra o enlaza con al pie del Etna, a donde ha ido a buscar re- o, como diríamos hoy, el hombre técnico,
dos series de contrapuestas creaciones mí- poso a sus trabajos, en que exclama, con encadenado, como en el mito, por voluntad
ticas. En una dirección hallamos Osiris, humana grandeza: «Me parece que me vuel- de los dioses envidiosos y exactores, el héAdonis, Dionisio, dioses afeminados, de vo Dios». Así realiza el ideal de todo espí- roe a quien liberta para ser él, a su ve*»
sexo impreciso, gratos a la humanidad fe- ritu heroico, viril, el ideal del proletariado por virtud de su espíritu creador, más librCt
menina y victoriosos siempre en los pueblos moderno, que no es hacer de este mundo un como libertará el proletariado a los hoi»'
y períodos de decadencia. En esta catego- valle de lágrimas por haber venido a me- bres creadores para nutrirse luego plenaría habría que incluir al Cristo de mirar nos, de dios a hombre, sino evolucionar en mente con sus obras, hoy forzadas y caaterciopelado, facciones suavísimas y blon- sentido inverso, hasta que quede expresado nijas.
do cabello que han creado la leyenda y el en trabajos lo más numerosos y perfectos
El movimiento obrero contemporáneo DO
a r t e . El Cristo del escultor Epstein (1) posible el dios que todo hombre llera necesita de femeninas supersticiones orienserá, para la idea tradicional, todo lo irre- dentro.
tales de dioses que se hacen hombres par*
verente que se quiera; pero esa figura enérHércules es un vivo símbolo del trabaja- encadenar mejor al hombre, sino de mitos
gica, de mano grande y callosa y de mus- dor manual de nuestros días. Sus trabajos fecundos en que el hombre se va haciendo
culatura desarrollada por el trabajo físico, no se diferencian, sustancialmente, de los dios, como Hércules. El progreso, decía
es un intento de masculinización que sólo trabajos que ha emprendido en el mundo Wilde, es una realización de utopías; p C ' '
puede parecer mal a los adoradores de los entero la clase obrera, sencilla, justiciera y conviene añadir que una vez realizadas, <'
dioses ambiguos. El Cristo clásico pudo poderosa como Hércules. ¿No es singular mientras se realizan, la historia del hoiO"
satisfacer a los esclavos de Roma, poco que en las creaciones artísticas elaboradas bre necesita impregnarse de la divina sushombres aún para exigir como derecho en torno del obrero manual, éste haya sido tancia poética de los grandes y eterno^
lo que se les ofrecía en nombre de la mise- concebido —Meunier es un ejemplo— en ac- mitos. Toda poderosa realidad requiera
ricordia, la piedad y oti¡as virtudes femeni- titudes, tamaños y ademanes hercúleos? Sin fundamentos ideales para no volatilizarsenas; pero cometen un error de psicología darse cuenta quizás, el movimiento obrero P a r a unos, al socialismo le basta descans*
social los que hoy pretenden hacer del actual busca su expresión poética en el mito en un supuesto científico: para otros, en «
Cristo de la tradición el alma y guía del de Hércules. Tienen de común la fuerza, vago impulso ético; pero ya son muchos lo
proletariado moderno. Sólo un Cristo como tan enorme, que a veces destruye más de lo que, sin desdeñar esas bases y como coiU'
el de Epstein, varonil y arrogante, podría que se propone su voluntad. Se identifican plemento, buscan cimientos de poesía. I^''
cumplir con esa misión de pastor de muche- en su anhelo de paz, y para lograrla, el pro- hace falta un mito, y ninguno es tan hum
dumbres obreras.
letariado se dispone a aniquilar, a imitación no, viril y justo como el de Hércules. 1^
Pero no es menester masculinizar a nin- de Hércules, los monstruos internacionales, Fiesta del Trabajo, si contiene algún síC»
gún dios. Antes del Cristo, los viejos pue- vorazmente ávidos de la sangre y el oro de bolo, es el del culto a la tierra, eternaroeO''
blos de Oriente, sobre todo Grecia, habían los pueblos, los monarcas, los capitanes, los te fecunda y renovada, y a su poseedor y '
engendrado dioses y héroes en cuyas haza- ministros, los diplomáticos, los financieros, bertador, el poderoso héroe de los trabajo
ñas y sufrimientos se verá siempre repre- los periódicos. Coinciden en sus afanes de de paz, purificación, justicia y conquista
pureza, y también la clase obrera hará pa- las hespéridas manzanas áureas del capití''
sar algún río, de sangre si fuera preciso, lismo.
LA FIESTA DEL TRABAJO
Y EL MITO DE HERCUL:ES
N
(\)
Se publIcA en el número 259 de ESPARA..
^??-
ESPAÑA
GANAI?Á3 EL PAN
El Precepto del Padre Celestial, dictado a modo de castigo, tiene fiesta de Religión.
•í-a única fiesta de los nuevos tiempos, donde alumbra el sentido sagrado de las viejas
**^manidades. Un viento encendido de bíblicas intuiciones, estremece la conciencia de
'"s hombres de buena voluntad. El génesis levanta sus místicas auroras sobre el aterí'^0 Occidente.
¡Aleluya/
/Aleluya/
Los trabajadores del mundo celebran y confirman el sentido de la vida: —La Ley del
'^^fuerzo Humano—.
El latido religioso de los hombres vuelve a rodar en la teologal
'^'^verna con un eco de Eternidad.
Parten el pan los trabajadores del mundo.
Y tiene la armonía cordial de las amo^staciones evangélicas, el aliento rugiente del bíblico castigo.
La Humanidad,
en gosso de fiesta, está de rodillas ante el precepto del Padre Ce'ostial,
/Aleluya/
/Aleluya/
VALLE-INCLAN
PRIMERO
DE
MAVO
(Impresiones de ayer y de hoy)
Por
Eduardo Marquina
jJficuERDo, de niño, la impresión que me
. produjo por primera vez presenciar, en
''lesta del Trabajo, recién instituida, el
'^ de la manifestación obrera baio los baljv ®s de mi casa una mañana. Yo vivía en
^^lona, en barrio de almacenistas, co''ciantes y burgueses: entre ellos; en el
s^ndo piso de una vieja casa cuyos bajos
^lan entonces, y sirven todavía, de almade drogas. La manifestación se había
j ° "^'zado cerca de allí, en la llamada plaza
. _ ocio. Durante casi una hora desfilaron
e» ^ ^'^^'o por nuestra calle, angosta y larCol' °* trabajadores. Constituían una vasta
la k '^^' *'^^^ uniformada en el color azul de
'Usas que entonces llevaban. En mi osj^ ^Of^ciencia de observador incipiente yo
ij '^la otros términos de comparación para
j¡
^"® ' ° * desfiles militares y las procefor
^ "^^''^iosas. Unía al paso de gentes en
•^"ón por la calle el estrépito de las
«ran is del ejército, o la cadena de luz de
lo,
y '''Os, las imágenes, el olor a incienso.
tg^, ^^^' desfilar de gentes oscuras durante
Pas "^^^^ ^" ^^^^^ amalgama, sin marcar ei
«ob ' ^""^ alineaciones teatrales y en silencio,
Si¿ *°do en silencio, dándome una impregy . ® riaturalidad emocionante, casi antig ^8f se me quedó grabado en la memoVQ^^"^ ^'•azo imborrable... ¿A dónde iban?
que
Pri:f^cipaiesta era para mí la sensación que
Vi^."'^'*"^ente trascendía de la masa en moHQ '^***- la sensación de que «iba a algo».
V ^ *^'^a cosa definida, concreta; no tenía
/)flj^, ^^terminada; no empezaba y concluía;
fit\0i-/• Carecía de ceremonial; no estaba su
C^t^j ^^ J^ ser espectáculo; ni banderas, ni
^°s, ni músicas, ni composturas represen-
tativas, ni ostentación de símbolos; aquello
trastornaba por completo mi experiencia de
la realidad adquirida hasta entonces; todas
mis nociones de niño que se asoma al mundo desde los balcones de su casa...
(¡Benditos balcones!...Eran dosúnicamen te, de hierros gastados, abiertos a una calle
estrecha, con apenas una faja de cielo azul
encima de ellos, entre casas mohosas, tejados, ventanucas, una cortina de tela roja que
no sé dónde colocar exactamente, gatos,
ruido de carros y estrépito de vida... Eran
dos. Viéndolos años después, me han parecido lamentablemente pobres y tristes, en la
lisa inexpresión de sus lisos barandales rígidos... Sin embargo, ellos dos me dieron,
trayéndola de fuera, la mitad de mi alma.)
Sigamos.
Los desfiles militares y las procesiones religiosas solían proporcionarme por entonces
un deleite gustoso de espectáculo acabado.
Yo sentía, adivinaba que su «por qué» y su
razón de ser estaban, más que ellos mismos,
en que yo los mirara. 7 miraba. Recogía en
ellos como en un espejo, imágenes de cosas
conocidas que estaban previamente en mi
conciencia: España, la patria, victorias, batallas, o los misterios de la religión: la virgen, vidas de santos, Jesucristo, la pasión, la
cruz.
Pero nada de esto me ocurrió al paso memorable de aquella azul muchedumbre en
marcha... Su efecto era opuesto al de los
otros desfiles. No venía de lo que yo conocía, aportándome, en quieto espectáculo, un
repaso de imágenes sabidas; no, aquello.
Núm 261.—5.
como algunas palabras al oirías por primera
vez, o como, hoy todavía, el movimiento del
mar, levantaba en mi alma atisbos ilimitados, imprecisos. Y cuando la última blusa,
doblando la esquina, desapareció por la
transversal de otra calle, yo me quedé lleno
de inquietud y estupor... Habría querido
echar a andar, seguir a aquellos hombres
que habían pasado bajo mis balcones, andando naturalmente, sin marcar el paso,
como el que va a algún sitio; que no venían;
que iban, iban... Pero ¿adonde?
Si se hubiera ido marcando sobre un papel, por un observador sagaz, la fisonomía
espiritual de cada uno de los Primero de
Mayo trascurridos desde entonces, mi pregunta de niño, que debió ser la de todos en
aquel primer desfile —porque infancia es
ver las cosas por primera vez— habría ido
obteniendo, de año en año, respuestas parciales. Estas respuestas serían como jalones
del camino andado.
¿Que ha habido de todo en ese camino?
Sí, de todo: tropiezos, desviaciones, rectificaciones, pesos perdidos; pero ni estancamientos, ni consuetud, ni ausencia de voluntad, ni escepticismo, ni desengaño; nada de
lo que infiltre, en las manifestaciones de la
multitud, ese inconfundible y laso desmayo
fatal de los viajes de vuelta.
No: las manifestaciones aparentemente
iguales, han ido sucediéndose; pero el agua
que rodaba sobre el lecho igual era distinta
cada vez. Lo es hoy, lo será siempre, hasta
lograr su plenitud. Y estas gentes con un
prurito vivo, original, diverso, adecuado a la
realidad de su lucha en cada momento y
cada año, estas gentes pasan todavía ante
nuestros ojos, sin detenerse; con un objetivo a la vista; estas gentes no vienen; van,
van todavía...
¿Desviaciones? ¿rectificaciones? Sí, ya sabemos.
Pasó la honrada blusa azul o blanca; quedó relegada a lo accesorio la jornada y su
duración: en breves amagos de ataque, más
cerrado cada vez, hoy los detalles concrecos
suelen ser piedras de toque, ensayes de
fuerza, pretextos, que tan pronto se adoptan
como se abandonan, para tantear la lucha.
¿Eclipses? También; el socialismo pareció que iba a ser víctima de la guerra; y la
guerra ha muerto a manos del socialismo.
Se cuartean sus agrupaciones políticas; pero
surge otra política social, del lado de acá del
Parlamento... Andan, andan todavía.
Entretanto, vosotros, sus adversarios o sus
indiferentes —como quiera que seáis, os califico—, estaréis, estacionando en las aceras
o asomados a vuestros balcones, este año,
como los otros, al paso de la manifestación.
Yo os veng-í observando, desde aquel primero, y sé CJ ^ memoria la expresión de curiosidad intrigada, de suficiencia tranquilar
de satisfacción burlona, de desdén fingido,
de reserva, de seguridad, de condescendencia, de engaño, la expresión del que, en re-
Núm.
261.—6.
sumidas c u e n t a s , está e s p e r a n z a d a por lo
largo del plazo, con q u e soléis c o m e n t a r sin
palabras, sólo e n líneas del rostro, el p a s o d e
la manifestación u n a ñ o y otro. E s t e a ñ o ,
sin e m b a r g o . . . Allá v e r e m o s ; n o sé por qué
m e da el corazón que este a ñ o reviviré mi
antigua inquietud y q u e este a ñ o se reproducirá, e n parte, aquel silencio d e la primera
vez; aquel s o l e m n e silencio d e u n o s y otros
q u e n o olv'daré j a m á s ; silencio d e la naturaleza en la inminencia d e u n a tempestad que
n o s e confunde c o n n a d a y q u e e s d e u n a
emoción inefable. A n d a n , a n d a n todavía.
Lo h a b é i s procurado t o d o , es cierto. Habéis procurado h a l a g a r l e s , aconsejarles, dividirles, anularles, c o n t e n e r l e s , encauzarles,
perseguirles, destruirles. Y aquí están. Brot a n debajo d e vuestras previsiones; se anticipan a vuestras astucias; n o e n t i e n d e n v u e s tros a r g u m e n t o s , van por otro m u n d o ; andan.
C a m b i á i s , maquiavélicos, d e táctica.
Hábilmente los tomáis bajo vuestra advocación; c e d é i s , fingís ejercer e n ellos cura d e
a l m a s , les hacéis c a s a , disponéis rediles,
abrís e n vuestras instituciones, e n vuestras
doctrinas — t o d o s , t o d o s , los m á s intransig e n t e s c o m o los m á s conciliadores— h u e c o s
d o n d e albergarles, d o n d e q u e p a n , e s p e c i e
d e salvo-conducto d e vuestra m e r c a n c í a , p a t e n t e de corso e n vuestra n a v e : y ellos c a llan, p a r e c e n c o n v e n c e r s e , lo d e s e a n tal vez;
llegan, a r m a d o s d e las m e j o r e s i n t e n c i o n e s :
p e r o l u e g o , a su pesar y el v u e s t r o , t o d o
quiebra; la herejía revienta, d e s p e d a z a n d o
los d o g m a s . A n d a n , a n d a n , n o c a b e n e n l a s
m á s elásticas a t a d u r a s . . . N o se le p o n e n
carriles al D e s t i n o / a n d a n .
La toga sobre los h o m b r o s , el birrete e n
las frentes, les llamáis a e x a m e n . D o c t o r a l e s , estudiáis, p r e g u n t á i s . U n s e n a d o d e s a bios, u n a r c o n t a d o d e p o s e y e n t e s , e n el paraninfo, coruscante a vanidad y fórmulas
sonríe apercibido a fallar. Y el pobre r e o ,
el a c u s a d o , e n u n a p e n a s e n c o g e r s e d e h o m b i o s simple, i g n a r o , fiel a su fe, r e c o n o c e
q u e n o t i e n e disculpa; que n o p u e d e c o n t e s tar. Falláis, s e n t e n c i á i s ; s e o s olvida q u e
n o h a y p a l a b r a s para expresar lo n o es y
será; q u e n o p u e d e t e n e r n o m b r e s lo que h a
d e venir, y le c o n d e n á i s p o r q u e calla. E s
y a viejo: el'sol n o s e movía; n o había u n
m u n d o hacia o c c i d e n t e ; Galileo y Colón callaron... B pur...
Pues estos de hoy, también: a n d a n , a n d a n .
La duración del j o r n a l , su salario, las h u e l g a s , los actos d e violencia, la fuerza del n ú m e r o son otros tantos m o d o s materiales q u e
n e c e s a r i a m e n t e h a d e asumir el n u e v o c o n c e p t o para incrustarse en la realidad. Pero
t o d o e s o , repito, empieza a t o m a r su v e r d a d e r o valor d e medio oportunista y t r a n s i t o rio; s e toma y se deja, c o m o u n útil...
E n los adversarios e s u n b u r d o ardid d e
guerra a t a c a r exclusivamente e n e s e t e r r e n o , n o t a n t o por i g n o r a n c i a , c o m o para q u e
Q7 r
ESPAÑA
el obrero se e n c a r n i c e y s e gaste e n la d e fensa d e estos p e q u e ñ o s reductos y pierda
la batalla total.
Pero t o d a s las hipocresías d e los detractor e s i n t e n c i o n a d o s n o podrán quitarle, a la
manifestación d e este a ñ o , su propia y peculiar fisonomía: y e s q u e , p o s i t i v a m e n t e ,
los obreros irán a ella con la m a n o s calientes y a d e u n fuego espiritual.
D e s h e c h o b r u t a l m e n t e el m u n d o , e n la
catástrofe p a s a d a , por los p o s e y e n t e s y los
agiotistas, surge d e s u s ruinas, única n o v e d a d , esta cosa p u r í s i m a m e n t e espiritual: el
trabajo, fuente única d e d e r e c h o e n la vida.
Los detalles, la aplicación d e e s e d e r e c h o , irán a p a r e c i e n d o , p r e c i s á n d o s e ; por
h o y , su afirmación e s lo i m p o r t a n t e . Y m á s
q u e su afirmación, lo a d e n t o q u e se h a uC
c r u s t a d o , en la conciencia d e la humanidad,
en poco tiempo.
Habrá quien lo n i e g u e ; quien lo discuta
con r a z o n e s , yo n o h e sabido encontrarlo. ^
las n e g a c i o n e s n o importan p a r a la efectividad d e u n h e c h o : la a u s e n c i a d e luz supone
la luz.
(Vuelvo a p e n s a r e n mis b a l c o n e s de
n i ñ o . C o n mi a l m a d e e n t o n c e s quisiera
a s o m a r m e a ellos este a ñ o , al p a s o de la
manifestación. He vivido, h e sufrido, he
a p r e n d i d o a r e s i g n a r m e , horrible c o s a . ^
m e d u e l e n o disponer, para la n u e v a emoción, d e u n a l m a n u e v a .
Eduardo Marquina
EL PACTO CORDIAL
Por
Luis G. Bilbao
PRIMAVERA 1914
Clara melodía.
Plácido dulzor.
La lira era amable y el canto tranquilo:
la luna en el valle, en la fuente el sol.
Fontana la vida
de tierna canción,
el verso iba muelle al ritmo sedante
—arroyo en pradera—del tono menor.
Clara melodía.
Plácido dulzor.
La lira de cuerdas de plata.
De trinos y arrullos su son.
ES LA GUERRA
Una nube negra
—preñez de dolor—
el azul riente del cielo de Arcadia,
en noche de espantos tomó.
Los suaves violines,
dieron en sollozo fin a su canción.
Por la lira —la novia del c i e r z o de improviso bárbaro huracán se entró.
Las cuerdas tendidas
en toda tensión,
fustas en el aire las temí un momento;
más Ella velaba, y no.
PRIMAVERA 1920
La lira de ayer,
es la lira de hoy;
en vano, Belona, pasaste por ella,
y por el alma de que es expresión.
Integra la lira.
Integra el cantor.
Mas otro es el tiempo y —adiós valle claro—
oirá es la canción.
EL PACTO CORDIAL
La grupa de Heracles tramonta la linde.
De nuevo es la vida.
Y es pulsos de cólera el pueblo
y, las almas nuestras, dolor entre ira.
La mano fsallosa,
que labra, que siembra y que trilla;
y la mano elegante y sutil
—mano señorita—
que labora el verso
—filigrana de oro más que el oro fina—
buscan a enconti'arse:
corazón lo manda, que es sabiduría.
Cordiales desean
—la mano callosa y la mano fina—
sellar con un cálido apretón de diestras,
el pacto de vida.
Habremos de hacerte
—la mano callosa y la mano fina,
el músculo fuerte que rige el arado,
y el nervio sonoro que es cuerda de lira^—•
habitemos de hacerte
realidad, ensoñada utopía:
semidiós al hombre,
y Arcadia la vida.
Era gris el cielo;
más vino en Oriente la Aurora, y hoy vibn
en rojos de llamas y en ocres de sangre. ••
Cordaje de lira
que en acorde armóiíico
al vibrar de loa mundos palpita;
oído sutil,
y mirada profunda es la vida.
Ahorremos la sangre que es vida en la arte/»
—Aleluya, la Vida—
y con la mirada en futuros mejores
•—todo el corazón optimismo y s o n r i s a abramos, fraternos,
el surco a la nueva semilla.
ANHELO
Un esfuerzo selo, sobre las manceras,
la mano callosa y la mano fina;
Y una voluntad de paz y de amor
como oriente y guía.
[
«a
ESPAÑA
UNIDAD Y CONTRADICCIÓN
/ ^ U A N lejos estamos de aquellos tiempos
^ idílicos —iba a decir prehistóricos—
•íel socialismo español, cuando se estableció la fiesta llamada del trabajo: la del 1.°
Qe Mayo. ¡Lo que se ha andado desde
^•quello de los tres ochos, 888 tan esquemático y tan simbólico! Y tan inocente.
La manifestación del 1.° de Mayo no empezó siendo socialista; era más bien obrera.
* hasta la aceptaban y veían con buenos
^]os los tranquilos burgueses. «Mientras
^e diviei-tan así...» decían.
Como aquella manifestación apenas maJ^ifestaba sino vagas aspiraciones, pretensiones inconcretas, había una grande una'iiniidad en ella. Todos estaban unánimes,
^obre todo, en divertirse en ese día. Pero
hoy...
Hoy con la conciencia colectiva de clase
^1 proletariado va viendo aparecer contradicciones doctrinales en su seno. Y así
"ene que ser. Porque la conciencia si es
'inidad, es unidad de contradicciones ínti'^^s. Otra cosa seria simplicidad y muerte.
* no vive doctrina ni escuela ni iglesia ni
Partido que no contenga contradicciones en
^^ seno. D e estas vive.
El socialismo español ha visto ya el surgir de contradicciones íntimas y esto que
como signo de su muerte señalan los que
la temen, es su mayor signo de vida y su
signo de mayor vida. Sean esas contradicciones de principios, sean de método o
sean de procedimiento.
Ahora que si la conciencia —lo mismo la
individual que la colectiva— se nutre de
contradicciones, es reduciéndolas a unidad.
Y la manifestación del 1.° de Mayo debía
ser la expresión de esa unidad de las contradicciones. Y si hay —como los hay—
obreros que se niegan a dejar de trabajar
el 1.° de Mayo es que se ponen fuera de la
conciencia colectiva sociahsta del proletariado. Suelen ser de los que se llaman a sí
mismos anarquistas.
En cuanto a eso de diferenciar el comunismo del socialismo, el radicalismo del reformismo, la Segunda de la Tercera —pronto tendremos la Cuarta— Internacional eso
ni suele llegar a conciencia. Es algo preconciente.
Misfuel de Unamuno
LA PROLETARIZACION DE LA
CLASE MEDIA
Por
Alvaro de Albornoz
A partir de la gran Revolución, la clase
media fué durante muchos años la direc•"^ de la política. Se podría decir que la deacracia es el régimen político de las clases
^dias. En esto discrepamos de los socia. '^s, que consideran la democracia y su
' ^ a más genuina, la República, como el
político más adecuado al predomi*^ de la burguesía capitalista. Inglaterra,
jj^e es el país donde primero se forma una
^^••quesía capitalista, no es el país de la deocracia, sino el país del liberalismo. El país
I ^*co de la democracia es Francia, donde
clases medias predominan, salvo el breve
Tiento de ¡a Restauración borbónica, du"^te todo un siglo. Lo mismo con la mo''quía de Julio y el segundo Imperio, que
^ 'a República, el régimen político francés
. ^na verdadera mesocracia. El gran mo,, "^ento jurídico de las clases meaias, el CósO de Napoleón, es una creación de ese
Piritu. El mismo socialismo francés, que
I "^e que acomodar su programa agrario a
jj prejuicios de los pequeños burgueses
Pietarios desde la época de la Revolu-
ción, es, en el fondo, un socialismo de clase
media, y el propio Jaurés, atenuando el sentido radical de la lucha de clases, señala la
importancia de las numerosas intermedias
que llenan la distancia que separa al proletariado de la burguesía capitalista. La actitud
de Francia ante la República rusa de los Soviets no es un gesto de gobernantes reaccionarios, sino el hecho social de una democracia, o, si se quiere, mesocracia, enemiga del comunismo.
En España, la clase media, figura duí'ante
algún tiempo a la cabeza del movimiento político. En la revolución de 1820, que apenas interesa al pueblo, los directores son elementos de la clase media, oficiales del ejército y burgueses a quienes ayudan algunos
ricos comerciantes. Durante la primera mitad del siglo XIX, es la clase media, de
donde salen los tribunos y propagandistas,
los escritores, los militares que viven en
conspiración permanente, la que nutre las
filas de la revolución. Pero la revolución española, cuya obra social se reduce a la desamortización, llevada a cabo sin verdadero
Núm.
361.—7
espíritu de transformación económica, ante
apremios de carácter financiero y para salvar situaciones angustiosas del Tesoro, no
llegó a crear intereses. La clase media,
que, apelando a movimientos insurreccionales, logró a veces alcanzar el poder político,
fué bien pronto desalojada de él por los intereses conservadores, que los pronunciamientos victoriosos dejaban intactos. De
aquí que sólo hayamos tenido una apariencia de democracia. Vencidas en el terreno
de la lucha económica, las clases medias liberales perdieron definitivamente la partida
y las condiciones que hicieron posibles las
grandes democracias europeas, no llegaron
a producirse en España. Bastó a la Restauración, para consolidarse, el Presupuesto; el
secreto de su triunfo fué lo que se ha llamado lista civil de la clase media. En vez de
aspirar a dirigir el movimiento político, los
hombres inteligentes y ambiciosos de la clase media tuvieron que resignarse a formar en
las clientelas de los partidos turnantes en el
poder, con la esperanza de llegar a ser algún día gestores bien retribuidos de los intereses dominantes.
Mientras la clase media fracasaba en su
formación económica y en su organización
política, iban naciendo dos fuerzas que reproducían en España, aunque en miniatura,
el magno tipo de civilización industrial.
Nacía en Cataluña, en Vizcaya, en Asturias, una burguesía capitalista, e iba al mismo tiempo formándose y organizándose una
clase obrera específica, distinta de la anti- ;
gua jornalera.
Í3n tanto la clase media, falta de cohesión
sin el aglutinante de los intereses, desparramada en todas las direcciones del Presupuesto o francamente entregada a la mendicidad profesional, acentuaba su impotencia,
la burguesía capitalista, aunque a respetable
distancia de las grandes organizaciones del
capitalismo internacional, iba desarrollándose lo bastante para actuar como una plutocracia, y, paralelamente, los elementos
obreros se constituían en partido político de
clase y en organización de resistencia económica lo suficientemente fuerte para iniciar
la lucha entre el capital y el trabajo. De día
en día iban perdiendo interés los problemas
de la democracia, y la acción política de la
clase media, cuyo máximo et-luerzo representó el partido republicano, fué disminuyendo en intensidad hasta el punto de no
inspirar la menor inquietud al réf^imen. Y
en la lucha social, cada día más violenta, la
clase media, sin personalidad económica,
se confuiide en sus capas inferiores con el
proletariado, mientras la superior y algunas
de las intermedias, más cursis que ambiciosas, pretenden enlazar su representación y
sus intereses con los de la clase dominante.
Se ha intentado recientemente organizar a
la clase media española para la resistencia
económica. Será perder el tiempo. En la
terrible crisis social que conmueve al mundo,
una clase media como la nuestra no puede
aspirar seriamente a desempeñar ningún pa-
Núra. 2 6 1 . — 8 .
So/ 2^^
el. Ahora se darán cuer\ta de su torpeza y
de su responsabilidad los restauradores que
cerraron el paso a la clase media y a la democracia.
^ Por culpa, principalmente, de esa política
restauradora, no existen en España lo- intereses que en Inglaterra y en Francia pueden
hacer frente a la revolución. La clase media
española no se halla capacitada para defender nada ni para resistir a nada. Se encuentra entre la plutocracia que lucha por sus privilegios y el proletariado que lucha por su
emancipación como entre dos ruedas de mo- ¡
DEFENSA
lino. Sólo se le ofrece un recurso: el supremo de proletarizarse. Si tuvieran verdadero
sentido de clase, es decir, verdadero sentido
de lo que a sus intereses conviene, lo mismo
esos muchachos «bien» que luchan desesperadamente por el empleo o por la dote, que
esas lindas burguesitas que luchan desesperadamente por el marido, irían a la manifestación del 1.° de Mayo a confundirse con
sus hermanos los obreros, cobijándose bajo
los rojos estandartes que simbolizan el bienestar, la libertad y la justicia para todos.
Alvaro de Albornoz
DE
LENIN
Por
Georges Sorel
La última edición de «Réflexions sur la
violence», de Georges Sorel, publicada en
Í9i9, está aumentada con una «Defensa
de Lenin», que a continuación
traducimos.
Fué motivada por un artículo del profesor
suizo Paul Seippel, en el «Journal de Geneve» de 4 de Febrero de Í9i8. Del artículo, que Sorel reproduce en su trabajo, recogemos sólo los dos párrafos que resumen la tendencia del mismo.
de la guerra (se copian las palaAKTES
bras del profesor Seippel) se había propagado en los círculos sindicalistas una
doctrina de la fuerza que tenía evidente parentesco con la de los imperialistas alemanes. En sus «Reflexiones sobre la violencia» Georges Sorel ha predicado este evangelio nuevo: «La fundón de la violencia,
decía, nos aparece con singular grandeza
en la historia, siempre que sea la expresión
brutal y directa de la lucha de clases».
Nada se hace más que por la violencia. E s
t i n sólo menester que no se ejercite de
arriba a abajo como en otro tiempo, sino de
abajo a arriba. No se pretende poner fin al
abuso de la fuerza. Se quiere que la fuerza
cambie de mano y que el oprimido de ayer
sea el tirano de mañana esperando el mevitable golpe de báscula que volverá las cosas a su primitivo estado».
«Durante su estancia en Suiza, Lenin y
Trotzky han podido meditar a su sabor el
libro de Georges Sorel. Aplican sus principios con la más temible lógica... Esos militaristas jacobinos pretenden establecer
para su provecho un czarismo al revés. Y
este es el ideal que hoy se propone a las
naciones europeas».
Aunque se haya acusado más de una vez
a los amigos del Journal de Genéve de ser
agentes de la diplomacia ocu ta de la Entente, quiero creer que el profesor Seippel,
al escribir este artículo no estaba animado
del piadoso deseo de hacer recaer sobre mí
la atención de la sombría policía francesa.
No necesito hacer observar a mis lectores
que este representante eminente de la burguesía liberal no ha comprendido nada de
mi I b r o . Su caso prueba, una vez más,
cómo los polemistas que asumen la tarea de
defender la civilización latina contra las
barbaries nórdicas orientan su espíritu hacia la estupidez.
No es mi intención hacer méritos para obtener indulgencia de los innumerables Pablos Seippels que contiene la literatura de
la victoria, maldiciendo a los bolcheviques,
que tanto asustan a la burguesía; no tengo
motivo alguno para suponer que Lenin haya
tomado ideas de mis libros; pero si así fuera, no estaría yo poco orgulloso de haber
contribuido a la formación intelectual de un
hombre que me parece ser, a la vez, el teórico más grande que el socialismo haya tenido después de Marx y un jefe de Estado
genial, que recuerda el genio de Pedro el
Grande.
Cuando la Comuna, de París, sucumbía,
Marx escribía un manifiesto de la Internacional, en el cual los socialistas actuales
UN PROYECTO
Hemos rsoibido numerosas respuestas al proyeoto que hemos hecho circular entre nuestros
suscriptares y amigos particulares. A cuantos
nos han contestado les damos las más eordiales
gracias por su conformidad y diligencia. Opor^
tunamente ss les notificarán las resoluciones que
ae tomen.
A los que piensen responder y todavía no lo
hayan hecho, les agradeceremos vivamente la
mayor prontitud posible, con objeto de poder
formar sin tardanza un juicio exacto sobre la
acogida que merezca nuestro proyecto.
A los lectores que no lo conozcan y deseen
conocerlo, se lo remitiremos gustosamente si
nos envían el nombra y la dirección.
ESPAÑA
acostumbran a ver la expresión más acabada de las doctrinas políticas del maestro. El
discurso pronunciado en Mayo de 1918 pof
Lenin sobre los problemas del poder de los
Soviets, no es menor en importancia que d
estudio de Marx sobre la guerra civil de
187L Es posible que los bclcheviques, a la
larga, sucumban bajo los golpes de los mercenarios contratados por las plutocracias de
la Entente; pero la ideología de la nuera
forma de Estado proletario no perecerá; sobrevivirá, amalgamándose con mitos que
tomarán su contenido de las narraciones
populares referentes a la lucha sostenida
por la República de los Soviets contra la
coalición de las grandes potencias capitalistas.
Cuando Pedro el Grande subió al Trono,
Rusia no se diferenciaba mucho de la Gali»
merovingia. Quiso transformarla de raííi
para que su Imperio se hiciera digno d*
figurar entre los Estados civilizados de 1»
época; todo lo que podría llamarse «director» (nobles de la Corte, funcionarios, oficiales); tenia que aplicarse en imitar a la»
gentes que en Francia ocupaban análoga
posición. Su obra fué terminada por Catalina II, que los filósofos de la época volteriana exaltan, justificadamente, como una prodigiosa creadora del orden, del orden tal
como se comprendía en el siglo i v i i i .
Podría decirse de Lenin, que quiere, como
Pedro el Grande, forzar la historia. Pretende, en efecto, introducir en su patria el
socialismo, que, según los maestros más autorizados de la democracia social, no puede
suceder más que a un capitalismo muy desarrollado: ahora bien; la industria rusa, sometida desde hace tiempo a un régimen de
alta dirección gubernamental, de política
fastidiosa y de incuria técnica, se encuentra
en situación de gran retraso; no faltan socialistas de nombre que califiquen de quinad'
rica la empresa de Lenin. Las buenas prác'
ticas de las fábricas habían conseguido imp"'
nerse a los capitalistas por el juego de mecanismos medio ciegos; la función de la intelí'
gencia, limitándose con su crítica a señala^
las ventajas o desventajas de cada practicar
habíasido bastantemediocre. Si laeconomí*
socialista sucedía a la economía capitalista
en las condiciones previstas por Marx.insp''
rándose en observaciones hechas en Ing'*'
térra, la transmisión de esos buenos usos s
operaría de un modo casi automático, V^^
la inteligencia tendría, todo lo más, 1^
proteger las adquisiciones del pasado burgués contra las ilusiones de revolucionarios Cándidos. P a r a dar al socialisiD"
ruso un asiento, que un mariista (como Le*
nin es) pudiera considerar sólido, es mene-'
ter un prodigioso trabajo de la inteligenciaÉsta ha de estar en situación de demostra
a los directores de la producción el valor o
ciertas reglas que se han inducido de la e*
periencia de un capitalismo muy desarrolla
do; hay que hacerlas aceptar a las masasen virtud de la autoridad moral de que g
zan hombres que, por sus servicios, han oo
ESPAÑA
tenido la confianza del pueblo. Los responsables de la revolución están, en todo moinento, obligados a defenderla contra los
instintos que empujan siempre la Humanidad hacia las regiones más bajas de la civilización.
Cuando Lenin afirma que la campaña a
einpreneer para hacer definitivo el régimen
Socialista en Rusia es mil veces más difícil
íue la más difícil campaña militar, no comete exageración ninguna. Tiene razón al
decir que nunca se han encontrado revolucionarios frente a empresa semejante a la
'uya. Antaño los innovadores tenían solaviente que destruir ciertas instituciones rePitadas como malas, mientras que se abandonaba el trabajo de reconstitución a las iniciatiTas de los maestros que la busca de gal*ncias extra lanaaba a tales empresas,
P*ro los bolcheviques están obligados a desiTiir y a reconstruir, de modo que los capi^"Stas no vengan a interponerse más en•"c la sociedad y los trabajadores. Ningún
Kran progreso se obtiene en la industria sin
P^sat por muchas escuelas; los directores
* la producción deben pararse a tiempo
lando siguen un mal camino e inquirir si
° habría alguna probabilidad de mejor
íito usando de otro método; a esto se
^nia, adquirir experiencia. Lenin no es
P° de esos ideólogos que creen que su ge" les eleva por encima de las indicaciones
déla realidad; así es que observa muy aten'^s enseñanzas que desde la revolución le
^"ministra la práctica.
"ara que el socialismo ruso llegue a ser
* economía estable es menester que sea
^y activa la inteligencia de los revolucionario;s, muy bien informada y libre de preJiici,^s. Aún cuando Lenin no ejecutara
todo su programa dará al mundo enseñan«as
niuy serias que la sociedad europea
aprovechará,
^«nin puede, con razón, estar orgullo!so
^ue sus camaradas hacen; los trabajadore,
^s rusos conquistan una gloria inmortal
., '"dando la realización de lo que hasta
^* uo fué más que una idea abstracta.
Núm.
rusa. A fines de 1917, el antiguo órgano de
los «Cien negros> decía que los bolcheviques habían «demostrado que eran más rusos que los rebeldes Kaledin y Russky, que
han traicionado al zar y a la patria» (Journal de Genéve, 20 Diciembre 1917); Ru-5ia
aguanta paciente muchos sufrimientos porque se siente por fin gobernada por un verdadero moscovita.
Desde hace dos siglos sólo un zar quiso
ser ruso: Nicolás I. «Amo a mi país, decía
en 1839 a Custin, y creo haberlo comprendido; os aseguro que cuando estoy hastiado
de todas las miserias de la época, quiero olvidar el resto de Europa sumiéndome en el
interior de Rusia. Nadie es más ruso que
yo». Custin consideraba que Nicolás quería
hacer volver «a su manera natural, una nación perdida durante más de un siglo en las
vías de la imitación servil». Es sabido que
el emperador exigía que se hablara ruso en
la corte, a pesar de que muchas damas no
conocían la lengua nacional. Sentía que Nicolás, «no obstante su gran sentido práctico y su profunda sagacidad», no tuvieran el
valor de dejar Petersburgo por Moscú.
«Con esta vuelta hubiera reparado la falta
del zar Pedro que, en vez de arrastrar a sus
boyardos a la sala de espectáculos que les
construía en el Báltico, hubiera podido, y
debido, civilizarlos en su propio p^ís, aprovechando los admirables elementos que la
naturaleza había puesto a su disposición,
elementos que desconoció con un desdén y
ligereza de espíritu, indignos de un hombre
superior^ como lo era en ciertos aspectos...
O Rusia no cumplirá, lo que nos parece ser
su misión, o Moscú será algún día de nuevo
capital del imperio. Si yo viera alguna vez
el trono de Rusia vuelto a colocar en su
verdadera base, diría: «la nación eslava,
triunfando por un legítimo orgullo, de la
vanidad de sus guías, vive^ por fin, su propia vida»' (Custine, La Russie en 1839).
Los accidentes de la guerra han movido
a los bolcheviques ha efectuar ese traslado.
Si ocurriera que sucumbieran a manos de
sus enemigos, no es probable que un gobierno de reacción osara arrebatar a Moscú su
rango de capital. Así, admitiendo que el
despecho de las predicciones de los régimen nuevo no pueda durar, habrá conCe f*
hombres de la «Entente», no pare- tribuido a reforzar el moscovismo en una
ja- *cil suprimir el bolchevismo; los go- sociedad cuyos jefes habían, durante tanto
^ "^os inglés y francés debían de empezar tiempo, orientado su espíritu hacia el Occioid ^^^'•^'"^^ que no tienen razón el dar dente.
Cos ^™^^i^'^o complaciente a los rusos riEs pensando en los caracteres moscovitas
4e "íúe viven en las metrópolis del Occi- del bolchevismo, que se puede hablar en
tg ^' todas esas gentes son completamen- historiador del procedimiento de represión
'os ,'^^^^'' * l^s ideas que han prendido en revolucionaria adoptado en Rusia. CiertaSaj. /"^ros y campesinos de su país. A pe- mente que hay mucho de mentira en las acufue ^ "^her vivido Lenin mucho tiempo saciones de la prensa de la «Entente» condad
Rusia, ha seguido siendo un ver- tra los bolcheviques, mas para apreciar sa(jg fro moscovita. Cuando llegue la hora namente los episodios dolorosos de la revoiiHp ?^!^ los acontecimientos actuales con lución rusa, es menester preguntarse qué
boj , "^i^lidad histórica se observará que el habrían hecho los grandes zares si hubieran
fuer ^^'^™o ha debido buena parte de su estado amenazados por revueltas análogas
''aba ^ ^^'^ho de que las masas le conside- a las que la República de los soviets tiene
q,jj "^ ^°"io una protesta contra una oligar- que vencer rápidamente si no quiere suicicuyo principal afán era no parecer darse. No habrían, ciertamente, retrocedi-
261.—9.
do ante los más terroríficos rigores para
acaDar con las conspiraciones'sostenidas por
el extranjero, en el seno de las cuales pululan los asesinos. Por otra parte, las tradiciones nacionales suministraban a las «guardias rojas» innumerables precedentes, que
éstas han creído deber imitar para defender
la revolución; después de una guerra espantosamente sangrienta, durante la cual se
había visto al general Kornilow mandar
aniquilar regimientos enteros (Journal d*
Genéve 16 Octubre 1917), la vida humana
no puede respetarse en Rusia. íll námero
de personas fusiladas por los bolchevista»
es en todo caso prodigiosamente inferior al
número de víctimas del bloqueo organizado
por los órganos oficiales de la justicia democrática.
Lenin, además, no es candidato al premio
de virtud que otorga la Academia francesa;
es sólo justiciable ante la Historia rusa. L a
única cuestión verdaderamente importante
que el filósofo tiene que debatir es la de saber si contribuye a orientar a Rusia hacia
la constitución de una República de produ«tores capaces de abarcar una economía tan
progresiva como la de nuestras demceracias capitalistas.
Volvamos, para terminar, a la complicidad moral que, según el Journal áe Genéve me ligaría a Lenin. No creo haber presentado en ninguno de mis escritos una apología de las prescripciones; es, pues, absurdo suponer, como el profesor Paul Seippel
hace, que Lenin haya podido encontrar en
las «Reflexiones sobre la violencia» ninguna incitación al terrorismo; pero 51 las ha
meditado verdaderamente durante su estancia en Suiza, podrán habv^r ejercido en su
ánimo una influencia muy otra que aquella
a que mi acusador se refiere. No sería imposible que ese libro de inspiraeióu tan
proudhoniana, haya llevad© a Lenin a
adoptar las doctrinas expuestas por Proodhon en «La Guerra y la Past». Si esta hipótesis fuera exacta, pudiera haber sido inducido a creer, con toda la energía de aa
alma apasionada, que las violaciones del
derecho de guerra tienen infalible sanciones históricas. Entonces se explicaría fácilmente su indomable resistencia.
He aquí un discurso que pondría gastoso
en boca de Lenin. L a guerra d« hambre
que las democracias capitalistas hacen a la
República de los soviets, es una guerra de
cobardía; no tiende más que a negar el verdadero derecho de la guerra definido por
Proudhon: admitiendo que las «guardias
rojas» fuesen obligadas a capitular, la victoria de la Entente tendría solo resultados
efímeros. Por el contrario, los heroicos es^
fuerzos de los proletarios rusos, merecen
que la historia los recompense con el triunfo de las instituciones, para la defensa de
los cuales consienten tantos sacrificios las
masas obreras y campesinas de Rusia. L a
historia, según Renán, ha recompensado
E S P A IN A
Núm. 261.—10.
las virtudes quiritarias concediendo a Roma
el imperio del Mediterráneo; aparte de los
grandes abusos de la conquista, las legiones
realizaban lo que él llama «la obra de
Dios»; si hemos de estar agradecidos a los
soldados romanos por haber reemplazado
civilizaciones abortadas, desviadas o impotentes, por una civilización de la cual somos todavía discípulos en arte, literatura y
monumentos, no habrá que estar agradecidos a los soldados rusos del socialismo:
Qué frágiles serán para los historiadores
las criticas de los retóricos a quienes la de-
mocracia encarga el denunciar los excesos
de los bolcheviques.
Y he aquí, por último, lo que yo por mi
propia cuenta me permito añadir: Malditas
sean las democracias plutocráticas que acosan a Rusia por hambre; no soy ya más que
un anciano, cuya existencia está a la merced de los más mínimos accidentes; mas
pueda antes de bajar a la tumba ver humilladas las orgullosas burguesías democráticas, hoy cínicamente triunfantes.
G. Sorel
LA ALIANZA ENTRE ENGELS Y MARX
problemas próximos y remotos; comprendieron que sólo unidos podrían dominarlos, pues para lograrlo eran necesarias
una concurrencia de aptitudes y conocimientos que cada uno, aisladamente, no
poseía...
Marx tenía año y medio más que Engels, nacido también en el país del Rhin,
en Trier, sometido al cayado episcopal,
copal, hijo de un abogado judío, converso
al protestantismo por motivos liberales.
Del lado paterno, como del materno, le
venía la afición a los libros. Su.3 antepasaNGELS salió de Manchester en uno de los dos, sabios rabinos, habían practicado, seúltimos días de Agosto de 1844, para gún la antigua costumbre, aquel método
volver al hogar. Esta vez tomó el camino del «aprender» e investigar, que dá agude París. Después de su larga estancia deza al espíritu y fuerza a la dialéctica
bajo «el terrible y plomizo cielo» de Lan- hasta llevarla a veces al virtuosismo.
cashire, nebuloso, refrescó su ánimo, tan Mientras que en la casa del comerciante,
predispuesto a la alegría, la vida de los donde creció Engels, se consideraban las
bulevares. Pero el acontecimiento de esta cosas políticas desde el punto de vista de
visita de diez días, no fueron las distrac- la utilidad, recibió Marx de su padre, aniciones de la ciudad, por muy abierto que mado de gran espíritu, una entusiasta propudiera estar para ellas, ni el conocimien- fesión a favor de la monarquía federiciato con Bakunin, Bernays, Ewerbeck, por na. Aun dormía el interés político en el
muy alegres horas que pasara con estos espíritu, tempranamente maduro, del adojoviales compañeros, ni tampoco la pri- lescente, cuyas extraordinarias facultades
mera visita a aquellos lugares de Babeuf, se descubrían a todo el que lo encontraba
Marat y Robespierre, que tenía en su es- en su camino. Y una no satisfecha ansia
píritu presentes, sino la alianza con Marx de saber domina con demoníaco poder a
que data desde entonces. Ahora se dieron este espíritu que en conmociones trágicas,
cuenta los dos compatriotas, que por fin instigado por su demonio, luchaba por
se conocieron como realmente eran, de qué una nueva concepción del mundo...
modo maravilloso se completaban, y coMarx es más semejante a la tempestad,
mo en los últimos años, a pesar de haberse desarrollado en campos diferentes, ha- que se desencadena sin saber si aniquila
bía tomado su espíritu igual dirección. o crea, recuerda a Fausto o Ashaverus, no
Con asombro y alegría se apercibieron al joven Siegfrido. Engels se creía ya lique desde entonces habían de marchar bertado por haber salido de la atmósfera
unidos por el mismo camino, porque, lo asfixiante pietista de su hogar y haberse
mismo sobre los medios como sobre el fin, comunicado con la teología especulativa y
habían llegado, cada uno de por sí, a re- la filosofía. Le satisfacía haber montado en
sultados coincidentes. Ante estos dos hom- el tren que arrastraba la locomotora del
bres, vanguardia del camino del comunis- espíritu de la época y dejarse llevar un
mo alemán, se amontonaban innumerables trecho. No sentía la profesión de dar «un
puntapié tras otro al espíritu de la época
Los siguientes fragmentos, que se refieren al
encuentro de Engels con Marx, están tomados
de la biografía de Engels escrita por Gustav
Mayer (Frieridch Engels. Eine Biographie, Berlín, 1920) y que en su primer tomo comprende
los años 1820 a 1851. La obra de G. Mayer, escritor ya conocido por otros trabajos sobre la
historia del socialismo, como la biografía de
J. B. Schweitzer, está llena de interés y es buen
Iiomenaje al centenario del nacimiento de Engels, en una fecha en que la teoría definida por
Engels y Marx se hace realidad en el mundo.
E
para que avanzara más de prisa». Marx,
por el contrario, pelea con el espíritu de
la época, como Jacob con el ángel, cara a
cara. Su trabajo es lento y nace con terrilíles torturas, pues su espíritu horada muy
iicncio, norquo ir-'la ];• '.laícrin, (ÍOÍÍTUyendo y construyendo, soberano y creador. Engels es, por naturaleza, más práctico y de más rápida capacidad de orientación, pero le falta una honda educación
fllosóñca y originalidad dialéctica. Con
un fino instinto para darse cuenta del ambiente, saca de la materia ya trabajada los
elementos aprovechables y sabe formar
nuevas combinaciones. En la diferencia de
su estilo se refleja claramente la manera
distinta que tienen de dominar los problemas espirituales. En las frases que Engels
escribe observamos que no ha luchado mucho con el pensamiento o la expresión, que
las ha arrojado rápido y sin obstáculo al
papel, sueltas, elegantes, claras y comprensibles. Consiguen expresar agradable
y de un modo inteligible, con perfección,
el sentido que el autor quiso. Los rayos de
luz de un sano humor iluminan sus cartas y endulzan su polémica ; en los escritos de los primeros tiempos no faltan tampoco frases llenas de fantasía y poéticasEn Marx, por lo contrario, revelan las fr^'
ses, como ya ha observado justamente
Koppen, todo un arsenal de pensamientos
que pugnan por manifestarse más ricos
que el caudal de palabras.
Tan diferentes como en el estilo, eran
los hombres. Engels era menos nervioso >
el de alma más armónica, corporal y esp^'
ritualmente más flexible, menos compl^^*'
do, más abierto... Común a ambos era i^
flexible rigidez, rara capacidad de resi
tencia y constancia, fuerza de trabajo n^
cansable y el goce de trabajar. Y no ni
nos coincidían sus naturalezas en extraerdinaria objetividad, en abnegación sin
servas, en seriedad, honradez sin consio
ración, en intolerancia fanática, en ino
mita oposición contra toda vana apariencia y vanidad personal, al servicio de
causa para la que se habían unido..Engels no poseía el poder creador de
éste,
Marx y nunca hubiera podido, como
jntos
por sí, disolver el caudal de conocimier
transmitido de la generación pasada
componerlo de nuevo. Es prueba de 3
ta modestia el haber sentido Engels
edad temprana la necesidad de tomar
piloto a bordo, cuando su espíritu J ^
alma buscaban nuevas tierras. Tan h
como era su derrotero, tan indeciso es
cuando cogía el timón. Recordamos y^
que buscó un leal «Eckardt». Pasó re
ta; después de Strauss y Borne, se con ^^
a Hegel; cuando encontró a Feuerbach
sentía bastante fuerte espiritualmente P
ESPAÑA
i
Num. 2 6 1 . — I I .
EL PRIMERO DE MAYO
'"Ues yo creo que nosotros deberíamos trabajar un día al año para celebrar la fiesta de la holganza.
Nóm.
í6i,—12.
%of ^<ry
ra romper las fronteras de este insociable
pensador. Entonces tropezó con Marx, que
quería emprender lo mismo, se unió alegre a ésto, y -se contentó desde entonces
con desempeñar el papel para «el cual estaba hecho, es decir, de violín segundo»,
satisfecho con haber encontrado un buen
primero y de mantenerse a su lado...
Lo importante en la unión de los nuevos amigos era lo que podían mutuamente ofrecerse, en aquel momento, para completarse espiritualmente. Los intelctuales
alemanes, impotentes en política y sin influencia alguna, tomaban su m u n d o espiritual como el mundo en general y veían
en la teoría la práctica verdadera. Esta
«identidad mística» fué combatida por
Marx desde sus primeros tiempos Pues
d&spreciaba estos hombres cuyo '.eraor de
rozar el ideal con la realidad h a n í i hecho
que la libertad de los alemanes fuera una
vana sentimentalidad...
Marx, por aquel tiempo en que EuKels
se había inclinado decisivamente ÍÜHMM *"1
comunismo, no se había ocnpaoo t v n seriamente de esta materia. Así dice Marx
verdad, cuando veinte años des^/U'.?- de su
primer encuentro asegura a su amigo:
«Ya sabes, primero, que soy tarlí'» en
concebir, y, segundo, que siempre seguí
tus huellas».
Después de renovada la esclavit-id de la
prensa libre en Prusia, no considoró
Marx, ni por un momento, a modo de los
hermanos Bauer, Koppen y Stirner, que
era la práctica u n a esfera que debían evitar los espíritus filosóficos, porque en ella
imperaba la fuerza y no la razón. Recordando las palabras de Feuerbach, que es
teórico lo que sólo está en la cabeza de
uno, y práctico cuando está en las de muchos, sacó la conclusión contraria, que la
teoría se convierte en fuerza material
cuando arraiga en las masas y que necesita de inteligencia por parte de todos los
hombres que piensan y sufren, para crear
el nuevo estado del mundo en donde el
hombre será de veras hombre. El desengaño de sus esperanzas políticas le llevó a
una crítica de la política. A partir de aquí
le vemos esforzarse en descubrir la verdadera relación entre Estado y sociedad civil, comprenderla m á s realísticamente que
Hegel lo intentó. Hasta entonces no se le
reveló la significación del mundo material y la necesidad de su revolución para
el cumplimiento de su ideal de humanidad. Reconoce la limitación de toda revolución política, el carácter necesariamente
fragmentario de la democracia formal.
Ahora se le aparece el principio del Estado
existente, como la base de los defectos sociales. La enorme importancia de su mundo de ideas socialista para la transforma-
ESPAÑA
ción de sus propias intuiciones se le reveló cuando, para publicar con Ruge los
Anales franco-alemanes, se traslada a París en Noviembre de 1843. Apenas concibió Marx el problema de las masas, comenzó a apreciarlo en la Historia. Ninguna otra época mejor para ello que la primera revolución francesa. Con gran aplicación se dedicó a estudiarla.
Recordaremos que el problema de la acción preocupó a Engels desde muy pronto. ¿Podía el revolucionario discípulo de
Hegel representarse en la fantasía u n i
más perfecta solución de este problena»'
que la que Marx en sus notables trabajo»
en los Anales le ofrecía? Como debió resplandecer ante los ojos de Engels la grande e imponente obra, la sorprendente novedad, el íntimo engranaje entre el pensamiento y la acción, la total reconciliación
entre teoría y práctica que le descubre
M a r x ; al ver la total emancipación de 1*
humanidad probada en el curso de la HiS'
toria...
O. Mayer.
EL ALM^ DEL HOMBRE BAIO
EL SOCIALISMO
Por
Osear Wilde
principal ventaja que traería el estableLAcimiento
del socialismo, es, a no dudar,
el hecho de que el socialismo nos aliviaría
de la sórdida necesidad de vivir para otros
que, en el actual estado de cosas, oprime
tan duramente a casi todo el mundo. En efecto, apenas hay quien pueda evitarlo.
Aquí y allá, en el espacio de un siglo, un
gran hombre de ciencia como Darwin, un
gran poeta como Keats, un fino espíritu crítico como Renán, un artista supremo como
Flaubert, ha podido aislarse, librarse del
clamoroso griterío de ios demás, poniéndose
«al abrigo de la muralla», como dice Platón,
y realizar así la perfección de lo que llevaba
dentro de sí, con provecho incomparable
para sí mismo, y con provecho incomparable y permanente para el mundo entero.
Constituyen, sin embargo, excepciones. La
mayoría de las gentes desperdician su vida
en insano y exagerado altruismo, y, ciertamente, se ven obligadas a desperdiciarla.
Se encuentran rodeados de repugnante pobreza, de repugnante fealdad, de repugnante inanición, y es inevitable que todo esto
ir.fluya en ellos fuertemente. Las emociones, en el hombre, se agitan más rápidamente que la inteligencia; y, como indiqué hace
algún tiempo en un artículo sobre la función
de la crítica, es mucho más fácil simpatizar
con el sufrimiento que simpati.íar con el
Pensamiento. Por esta razón, con admirables, aunque mal dirigidas intenciones, se
han puesto muy seria y sentimentalmente a
la tarea de remediar los males que ven.
Pero sus remedios no curan la enfermedad;
no hacen más que prolongarla. A decir verdad, sus remedios forman parte de la enfermedad misma.
Tratan de resolver el problema de la pobreza, por ejemplo, conservando la vida de
los pobres; o, en los casos de escuelas muy
avanzadas, divirtiendo a los pobres.
Pero esta no es solución; es hacer m**
grave la dificultad. Lo necesario es tratar d*
reconstruir la sociedad sobre bases que ha'
gan imposible la pobreza. 7 la virtud altruíS'
ta, en realidad, ha impedido la realizació''
de tal propósito. Así como los peores du*'
ños de esclavos eran los que trataban coi'
amabilidad a los suyos, evitando así que s*
hiciesen cargo del horror de tal sistema 1°'
que padecían sometidos a él, y que lo cOi"'
prendiesen aquellos que lo presenciaban, 8*
en Inglaterra, en el actual estado de coso*'
la gente más dañina es la que trata de hace^
mayor bien, y recientemente hemos ten»'^'*
el espectáculo de hombres que habían tS^^
diado de veras el problema, que conocíais
vida— hombres educados, de los que vi^'^"
en el West End — saliendo a implorar de to"
dos que restringieran sus impulsos altruista
de caridad, benevolencia y cosas semeja'*
tes. Lo hacían, fundados en que una corida
así degrada y desmoraliza; y tenían ca"
razón. La caridad crea multitud de pecado •
También hay que decir esto. Es in^°^
el empleo de la propiedad privada para a
viar los males horribles que resultan de
institución de la propiedad privada. E^r
mismo tiempo, inmoral e injusto.
El socialismo, cloro está, alteraría todo
esto. No habría gente que viviera en fétida*
guaridas, con fétidos andrajos, criando nHfto»
enfermizos, hambrientos, en un medio imP ,
sible y absolutaments repulsivo. L^ ^^^ J
del
dad social no dependería, como ahora,
estado del tiempo. Si viniera una helada,
u *n va
veríamos miles de hombres sin trabajo/
gando por las calles, con aspecto de rep
nante miseria, o pidiendo limosna al prój'
o apiñándose a la puerta de los sórdido*
asilos para conseguir un pedazo de pa^i Jf un
Cada
deseado rincón en que pasar la noche
miembro de la sociedad sería partícipe o
caye'
prosperidad y felicidad generales, y si
I S P
ftfam. a6i.—13.
A N A
que, al cabo, la iglesia empezó a decirlo, y
ya se oye lo mismo en todos los pulpitos, y
es la pura verdad. La propiedad no sólo
tiene obligaciones; tiene tantas, que su posesión, en gran escala, es una molestia.
Echa sobr'^ uno cuidados interminables, interminable atención a los negocios, inacabables molestias. Si la propiedad no causara más que placeres, podríamos soportarla,
pero sus obligaciones la hacen intolerable.
En interés de los ricos debemos librarlos
de ella. Hay que reconocer las virtudes del
pobre, pero lamentándolas mucho. Suelen
decirnos que los pobres agradecen la caridad. Algunos sí, indudablemente, pero los
más de los pobres nunca fueron agradecidos. Son desagradecidos, descontentos,
desobedientes y rebeldes. Y hacen bien en
serlo. Sienten que la caridad es un modo
ridículo e inadecuado de restitución parcial, o un engaño sentimental, acompañado
casi siempre por alguna impertinente tentativa, por parte del sentimentalista, para tiranizar vidas privadas. ¿Por qué han de agradecer las migajas que caen de la mesa del
rico? Debieran sentarse a ella, y ya empiezan a saberlo. En cuanto a su descontento,
hombre que no lo estuviera en tal medio,
con tan bajo modo de vivir, sería un perfecto bruto. La desobediencia, para quien ha
leído la historia, es la virtud original del
hombre. La desobediencia hizo el progreso;
la desobediencia y la rebeldía.
A veces se alaba la sobriedad de los pobres. Pero recomendar sobriedad al pobre es
grotesco e insultante a la vez. Es como decir que coma poco al que se muere de hambre. Que un trabajador de la ciudad o del
campo practicara la sobriedad, sería inmoral
en absoluto. El hombre no debe estar dispuesto a demostrar que puede vivir como un
animal, mal alimentado. Debiera negarse a
vivir así, y robar o apropiarse rentas, que
muchos consideran c o m o u n a forma d e
robo .
En cuanto a pedir, más seguro es pedir que
tomar, pero mejor es tomar que pedir. No;
el pobr» que es desagradecido, contrario a
la sobriedad, descontento y rebelde, es lo
probable que tenga una verdadera personalidad y que haya algo en él. En todo caso,
fado, porque así es más obediente,
su protesta es saludable. En cuanto al podiyjj ° ®^tá que pudiera decirse que el in- bre virtuoso, se podrá compadecerle, claro
<le - ''smo, engendrado en condiciones está, pero no es posible admirarle. Ha he6s ^ P'^dad privada, no es siempre, ni aun cho contrato privado con el enemigo, y ha
*'llo ^ general, de un tipo bello o mara- vendido su primogenitura por un malísimo
Cnij ' y "íiíe el pobre, aunque no tenga plato de sopa. Suele ser también extraorditu(j
'^' atractivo, puede tener muchas vir- nariamente estúpido. Comprendo perfectate y " " * ^ a s afirmaciones sería totalmen- mente al hombre que acepta las leyes propriyg, °*ieras. La posesión de propiedad tectoras de la propiedad privada y admite la
1\0 y ^"ele ser desmoralizadora en extre- acumulación de ésta, hasta donde, en tales
i^es
° ®s, por supuesto, una de las razo- condiciones, tiene posibilidad de realizar
*^i"se J ° *^"* *' socialismo haya de libertar- para sí en alguna forma su vida de belleza o
Piedaj ® ^^' institución. En efecto, la pro- de inteligencia.
^í^oj ' ®^' realmente, un perjuicio. Hace
Pero casi no puedo creer cómo un hombre
Pais ¿j ?^' salieron algunas personas por el de vida fracasada y espantosa, gracias a ta"^'OHes'^'t'^^° ^"« la propiedad tiene obliga- les leyes, puede admitir la posibilidad de
í anto lo dijeron y con tal pesadez que persistan.
se una helada, nadie estaría peor, en lo fun.damental.
Por otra parte, el socialismo ha de tener
sencillamente valor, porque llevará al individualismo.
El socialismo, el comunismo, llámese
como se quiera, al convertir la propiedad
privada en riqueza pública, al sustituir la
Competencia por la cooperación, devolverá a
'a sociedad su propia condición de organis'^o verdaderamente saludable, asegurando
el bienestar de cada uno de los miembros de
'^ comunidad. Dará, efectivamente, a la
'lúa su propia base y su propio marco. Mas,
Para el pleno desarrollo de la vida, hasta su
"'as alto punto de perfección, aún se necesi^ otra cosa. Lo que se necesita es individuali•smo. Sí el socialismo es autoritario; si
^y Gobiernos armados de un poder econóJ^ico, así como los hay ahora de un poder po' 'co; si, en una palabra, vamos a tener tira'8s industriales, en ese caso el estado últi^ del hombre será peor que el primero,
^^y» a consecuencia de la propiedad priva' ^^y mucha gentt que puede alcanzar
8 "rnitadísima porción de individualismo,
'^o tienen que trabajar para vivir, o pueden
coger la esfera de actividad a que se sien^ verdaderamente inclinados y les agrada.
, '6s son los poetas, los filósofos, los hom®s de ciencia, los hombres de cultura, en
, * palabra, los verdaderos hombres, los
labres que han realizado su vida y en
^"^ la Humanidad entera consigue una
'dación parcial. Por otra parte, hay muy S^nte que, por no tener propiedad pri' estando siempre bajo la amenaza de
L . *^*8l inanición, se ve obligada a un tralla
^®stia de carga, a trabajar en aqueque no se siente en absoluto inclinada,
, "Mda por la tiranía perentoria, irracional,
PoK ^
** ^^ lo necesidad. Estos son los
i\e *^' ^ ^^tre ellos no se ve gracia de maCult ' ^'^canto de expresión, civilización,
yj . ^^' refinamiento de placeres o alegría de
IQ JJ ^ e su esfuerzo colectivo mucho saca
pg ^"^^"idad para su adelanto material.
*1 o ^° consigue provechos materiales, y
tjj^ . ®^ pobre carece en absoluto de imporii^g P°r sí mismo. No es sino un átomo
fdr ^^'"^^1 de una fuerza que, lejos de mire j . '^ '' 'e tritura; y, a la verdad, le prefie-
NOTAS SUELTAS
JOFFRE
OFFRE es huésped de Madrid. Bien quj,
siéramos compartir las funciones de hospitalidad que el buen pueblo de Madrid
otorga a este buen francés de tipo clásico,
redondamente sensual y bondadoso, producto representativo del terruño de Francia, más biznieto de cualquier soldado d é l a
Revolución que padre de un imperio moderno, símbolo ejemplar de una nación de clase media, tan distante de un capitalismo
muy concentrado como de un proletariado
muy extendido. Pero, bien a nuestro pesar, no podemos, porque...
Porque, a nuestro juicio, debió venir entre 1914 y 1918, cuando Francia contaba
sólo con la esperanza de no ser vencida, no
con la seguridad de ser vencedora; cuando
a su lado estaban el desinterés y el sentimiento de la justicia, más fuertes que el
temor de la derrota; cuando el gobierno de
la neutral España, que hoy le agasaja,
le hubiera cerrado las puertas de la nación,
y la germanofilia, que hoy le rinde pleitesía, le hubiera lapidado; cuando hubiera
podido ser espuela de guerra civil y no,
como hoy, pretexto de vergonzosas paces
intestinas.
Porque Francia no representa ya la vieja Revolución que se defiende santamente
del viejo Imperio, sino de la Revolución
nueva de Rusia. Con la Francia que luchó
contra Alemania, todas nuestras simpatías;
con la Francia que ha combatido con todas
las armas, menos la guerra franca, contra
R u s i a , por lo menos nuestras reservas.
Esta alianza de germanófilos y francófilos
en torno de Francia y de Joffre, en una común hostilidad capitalista contra el comunismo ruso, nos cierra el acceso a los agasajjs en honor del mariscal francés.
Porque la visita de Joffre a Madrid r e s
ponde a una política de campanario internacional que no logra conmovernos. La idea
de su venida a España partió de Cataluña,
por su condición de catalán limítrofe... Pero
no sabemos si el Estado español o el propio
Estado francés juzgó diplomáticamente indelicado el viaje a Barcelona sin pasar por
Madrid. Y la consecuencia es que el rodeo
por Madrid, que parece una atención al Estado del centro, deja traslucir una excesiva
importancia internacional para la región periférica.
Por todo esto, saludamos en Joffre al buen
burgués, más civil que militar, de la vieja
Francia revolucionaria, antimilitarista y
anticatólica; pero nos inhibimos ante el representante de esa Francia de última hora
que pacta con el Papado, que se da la mano
con sus adversarios de ayer para ahogar la
revolución rusa y su espíritu, que condena
a Caillaux con una inhabilitación política
que rezuma más temor que justicia, que se
J
Núm.
E S P A Ñ A
301.—14.
quiebra de puro sutil con su diplomacia intersubnacional...
ANGUIANO
ejemplaridad la de Daniel AnguiaLOABLE
no, secretario dimisionario del partido
socialista español, al reconocer públicamente sus culpas como portador de una carta a
Holanda, que era una deslealtad para su
compañero de viaje Besteiro, una incorrección como enviado oficial, una indelicadeza
como miembro de un partido y una imprudencia como hombre. Todas estas faltas le
han incapacitado para ségfuir ejerciendo la
secretaría, tan requerida de ponderación y
tacto, del partido socialista español. Pero
si ha fallado Angruiano como eficacia, quisiéramos que quedase a salvo, y muy alta,
su intención moral. El partido socialista
cometería un error no simultaneando en
este caso el castigo y la rehabilitación. No
está tan sobrado de hombres encendidos en
santidad, sacrificio y entusiasmo como Anguiano, para prescindir de su noble actividad, aunque por una vez haya sido equivocada.
ESPAÑA VISTA POR LOS EXTRANJEROS
UN YANQUI EN LA MANCHA
Por
J. García Mercadal
I
H
E aquí upa visión española de espíritu
extranjero, que, con ser visión «muy
siglo XIX», casi puede decirse siglo xx,
cabe, sin embargo, asegurar, tal es el acierto de su interpretación y concepción, que
alcanza a tener todo el carácter y toda la
fisonomía de un lienzo del xviii.
Desde las lejanas tierras natales de Norteamérica, AugMsto F . Jaccaci debió venir
a España en 1890 traído por el alto y nobilísimo deseo de peregrinar a la apostólica las
llanuras de la Mancha, siguiendo en ellas,
paso tras paso, £1 camino de D. Quijote.
Trátase, indudablemente, de uno de esos
extranjeros que, sugestionados por la impresión que les causara la lectura del libro de
los libros, y hallándose en situación de poder rendir la voluntad a los mandatos del
deseo, deja un día su país y atraviesa el Atlántico, sin otro objeto ni más interés que
el de recorrer, una tras otra, las estaciones
todas del calvario aventurero por donde el
Ingenioso Hidalgo de la-Mancha ascendiera
al Gólgota de la fama.
El realismo de la obra penetra de tal
modo por los ojos de nuestra conciencia,
con tan fuerte sugestión se adueñan de
nuestro ánimo las gigantescas figuras del
Caballero de los leones y de su socarrón escudero, que por ellos llega a sentirse una
devoción tan fuerte como la ejercida sobre
el espíritu de los creyentes por la misma fe
religiosa; gentes de lejanos países vienen al
nuestro, sin que las incomodidades de un
largo viaje detengan su empeño, para recoger impresiones personales sobre los vestigios que, a través de los siglos, hayan podido quedar de aquellos tiempos y de aquellas
tierras que debieron un día servir de escenario a las aventuras de semejantes personajes novelescos.
Aquí, en España — tristeza da decirlo
aunque sea justicia declararlo —, apenas si
interesa el Quijote. Su recuerdo es cosa
apartada del ambiente literario, y a ciertos
escritores, no muchos, que dejan caer frecuentemente por los puntos de sus plumas
alusiones y referencias al libro sin par, se
les suele llamar «lateros» en el estéril e iconoclástico charloteo de las tertulias literarias.
«Azorín» ha señalado cómo suele acontecer que en escritores empapados, aparentemente de casticismo, ingenios de hoy, que
se producen haciendo gala de un estilo casi
arcaico, no suele hallarse ni el más ligero
rastro, ni la más superficial influencia del
espíritu del Quijote.
En cambio, se suele
tropezar con semejante rastro en escritores,
al parecer extranjerizados, cuj^o estilo modernísimo está empedrado de galicismos.
Respecto a este segundo caso, el insigne escritor cita el nombre, por tantas razones
ilustre, de Mariano José de Larra.—(«Azorín»: Lecturas
españolas.)
Lo mismo pasa con la devoción hacia
cuanto con el libro de Cervantes se relaciona. Esta devoción cuenta más fieles fuera
que dentro de España, y uno de esos devotos es Augusto F . Jaccaci, el yanki autor de
El camino de D, Quijote, libro escrupulosamente vertido a nuestra lengua por Ramón
Jaén, y que hace algún tiempo editó muy
bellamente La Lectura.
No esperemos un libro más en la mabarcable e inacabable serie de libros de autor
extranjero escritos sobre España, por lo general obras en cuya confección más parte
toma la fantasía que la observación, donde
el particularismo diferencial consiste en superar, culminándolos, los extravíos que de
lo pintoresco hicieron los autores precedentes, a ciencia y paciencia de la realidad retratada, y haciéndose reos de un grave abu-
so de confianza con relación a los indígenas
Este libro, como muy oportunamente señala el Sr. Jaén en las breves líneas prológales de que acompaña su versión españolai
tiene dos notas determinantes. Es un libr"
justo y está escrito con cariño.
El libro habla de España, de los pueblos
de la Mancha, de D. Quijote, de Sancho 1
de Sierra Morena. Y habla de todas esas i
cosas con fervor muy digno de agradecefi i
con una cordial simpatía. Desde el prime''
momento nos previene en favor de quien 1"
escribió, pues, apenas iniciado, ya le vemos
adoptar una determinación de sereno juici"
en el punto y hora en que rechaza toda escolta de gente armada para emprender 6'
camino de las llanuras manchegas, dand"
así respuesta cortés a las burlas con que Is
obsequiaran sus amigos antes de salir de
Madrid. Le guía la consideración de q^e
los «tales amigos eran españoles y tenían de
las cosas de su país un criterio especial, o" <
muy justo, cuando se trataba de otras r^' |
giones, particularmente de la Mancha, 1* •
má"" atrasada de España».
¿No encierran estas palabras un velad"
reproche a la ligereza y poca seriedad de lo^ ^
españoles, que acostumbran siempre a 5ei
los primeros en brindar con sus bromas a lo^
extranjeros que nos visitan, la predisposi'
ción a confundir las especies, a dar como af
tículos de fe cuantas leyendas nacieron e"
torno a nuestra personalidad, a nuestra
costumbres y a nuestra psicología?
Jaccaci, que no se deja engañar tan fá*-'
mente, al enfrentarse con los pueblos de
lanura, acierta a describirlos según su v^'^
dadera fisonomía, en la forma que muesti
el siguiente lienzo primoroso:
«En la madrigada pura y fresca, la ef'
talina magnificencia de un cielo pálidOi
reheve a la humilde ciudad de casas bajas;
dispersas. La monotonía de las parede 1
blanqueadas con cal, se hacía más violeí^ ^
con las rejas de fuertes hierros negros ^
torcidos y las puertas ornadas con cla^o 1
ensambladas c o n caprichosos herraj^,'
Todo parecía extraordinariamente tranl
lo; las calles, tortuosas, estrechas, con
cían a la desierta plaza: el corazón del pü'^
blo. Sobre el alma del viajero caía
opresión de silencio que nos agobia eo
ciudades árabes.»
, i
Así escribe Jaccaci delante de Cm
Real, la capital de la Mancha. ¿Se qu'^^.
un mayor acierto, una más delicada
briedad?
g.
Pues aún halla manera de ensalzar el
tro morisco que va descubriendo en ^
pecto de las poblaciones, en la fisono
carácter y temperamento de sus habita
cuya bondadosa hospitalidad llévale a o.
rar haber hallado entre desconocidos «
solicitud —dice— que en nuestros repf
tantes nacionales en Madrid».
II
E
- vés^
N el camino de Argamasilla Jaccaci ^^^
obligado a retroceder al tiempo d
ESPAÑA
"loro?, de los romanos o de los iberos, para
compulsar mediante aquel retroceso el
^odo de trillar de aqnellos lejanos días y de
'°s actuales, y convencerse de que en nada
^on distintos antaño y hogaño. Y en el cua'^'^o de las eras donde se quebrantan las do^^.Qas mieses, las figuras de los muchachos
esnudos, encienden de tal manera su espí'••1, le exaltan y animan por modo tan pe^&nno, que evocan en su imaginación la
«raciosa movilidad de las gentiles figuras
Potnpeyanas.
Los vaivenes de una diligencia ponen en
^nce grave aquella parte de su devoción
^"ijotesca que entronca con Sancho Panza,
es llega a ser harto duro el martirio ce
"a tan pesada jornada.
Mas el blanco caserío de Argamasilla de
^a hácele pronto echar en olvido los lancea I ,
todos de su forzada resignación; y todo
«a por bien empleado al enfrentarse con
^illa ilustre, la maltratada por epidemias
estancadas aguas, según nos cuenta un
able escritor contemporáneo que tamsiguiera la ruta quijotesca («Azorínruta de Don Quijote»), lo que le hiciera
Pueblo andante, dando base a que años desj ^ Haciese en ella el más ilustre de los
"^°ién andantes caballeros.
^ 'sgado el extranjero ante el parador, en
ya. puerta y al encararse con quien debe
;°^Pedarle apunta la observación de que
^on colgado a tiempo nunca desagrada
p '^.español, aunque sea éste el más inde"líente y despótico de los señores», el
j «ero Gregorio halla ocasión de hacerse
„ 'eles al oirse llamar don Gregorio por
p visitante inesperado.
SÍP ^^^^'^ por el ambiente de la posada clájj ' el yanqui se siente a todo su sabor al
bj. ^^e zambullido en lo pintoresco, que
Wt^^^'"^ él de las estancias y patios del
"ostal
%''^iint; de los t'oluminosos colchones que
an una cama servida por cincuenta
°s, del zumbar de millares de moscas
tj^j^j del mascullar de las bestias en los es^Q y del ronquido de los jornaleros tiraCojj dormir por los rincones, y hasta de la
hrí?.""^^^ tortilla con que hubieron de
etj ^^ reparo a su vacío estómago, llegada
rale "^^^^^^ de la bota de vino que sirviénitQ '^^ transformar en amigos a los atócn^i .^^Pectadores de aquel su yantar con
Gr ° y" •tenedor.
cj ^, eiosas palabras muéstrannos a JaccaSiis , ° profesor de psicología, al apuntar
le r-, ^^'^vaciones respecto a las gentes que
s. "Meaban:
i-a
fos j . ^ ^ i i e r a de ser de estos medio mo6s j¡. ^^' parecidos a los italianos del sur,
gUstaJ,^^'^§'^l3-r; se complacen en el efugio,
tío YPJJ° ^^ alcanzar sus fines sin prisas
J>Í1Í^Q''^° a ellos directamente. sino con ha
i^ ^ codeos. Cuando me hubieron oído
que
.-.g, ^^ sabían, que era un extranjero que
por gusto, desplegaron sus ardides,
§6]•ni, ^ndo en la conversación una rica e inOsa
'^ertjT^^ Variedad de insinuaciones para ha'"evelar mi clase de persona y mis
7S
^ ^ '
<Í''" f^
propósitos en este viaje. Si los gatos pudieran hablar, lo harían exactamente igual
que estas gentes: despacio, fríamente, con
la misma imperturbable actitud, mirando
fijamente con sus brillantes ojos...»
Parece adivinarse la escena de la socarronería pueblerina, agazapada en torno al
extranjero que llega a la Mancha para seguir, como por rula de peregrinación, el
rastro ten^ícola de un caballero ideal.
Luego^ la frugalidad del gazpacho que ve
comer a los segadores, hácele maravillarse
de que los hombres sean «recios como encinas, flexibles, y se desenvuelvan en su
trabajo duro con una elasticidad y ligereza
asombrosas». Lo que le lleva a rechazar
sus ideas sobre la indolencia española en lo
que a los hombres del campo se refiere.
Jaccaci no es observador que lance sus
juicios irreflexivamente. Le domina el deseo de ser justo, y así declara, cual si con
ello quisiera dirigirse a tantos viajeros que
no obraron como él, cuan conveniente es no
olvidarse de que para juzgar a gentes tan
aisladas, tan influidas por sus tradiciones,
educación y ambiente, precisa mucho tiempo antes de poder afirmar juicios concretos
y estar en sazón de ser justos en ellos.
Las gentes le parecen más atraídas por
la superstición que por la fe, señalando
como una prueba de la decadencia de España el sistema de arrendamiento de la propiedad rústica que lleva al propietario a
convertirse en un usurero, pues le asegura
una renta a cubierto de todo riesgo.
«La condición del pobre manchego —escribe Jaccaci— es igual a la del villano de
los tiempos feudales, obligado a pagar tributo a su rey y señor por cultivar el trigo
en sus campos, molerle en sus molinos y cocerlo en sus hornos; a vivir a la sombra del
castillo, sin derecho a trabajar en otras tierras. Verdad es que puede casarse, y aun dar
a su hija en matrimonio, sin necesidad de
obtener el consentimiento de su señor, más
aún, otorgar testamento; pero no suele
aprovecharse mucho de este último privilegio».
Al apuntar el monopolio con que las aldeas manchegas quieren recabar para sí la
gloria de Cervantes, nos obsequia con unas
palabras tristemente justas, declarando que
«en este país de contrastes, donde las diferencias de clima y suelo han hecho de la
península unas cuantas regiones bien características, muy distintas, el sentimiento de
patriotismo es puramente local».
Caminando por los desolados campos de
la Mancha, el viajero advierte cómo el tiempo duerme en semejantes parajes, cómo son
labriegos, batanes y molinos de hoy, no
muy distintos a los que intervinieron en las
locas aventuras de antaño. Y acaba por confesar que los siglos no han pasado por semejante tierra, estando acordes las descripciones cervantinas con el color local, lo mismo caminando de las lagunas de Ruidera a
Osa de Montiel, que husmeando en torno al
misterio de la cueva de Montesinos,
Núm. 2 6 1 . — 1 5 .
Es decir, que el viajero yanki señala,
como características de esta tierra gloriosa,
dos notas esenciales: permanencia y eternidad,
. Gdrcfa Mercada!
EL PAN NUESTRO
DE CADA DÍA
Ni una en el clavo
A Junta facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos pocas veces tiene ideas y
muy de tarde en tarde se manifiesta, aunque
con la suficiente publicidad y bombo consiguiente.
Lo que siempre está más claro que la luz
del medio día, es su desorientación en el gobierno de las bibliotecas y de los archivos y
de los museos. Únicamente conduce con
acierto los ascensos que ella misma otorga
a sus encopetados componentes o a sus siervos «facultativos». Todo, todo se queda en
ascensos. A estos siguen siempre banquetes, regalitos, pergaminos.
Sin embargo, cuando se agotan las preocupaciones ascensionales, la Junta, «conforme con lo manifestado por el jefe superior del Cuerpo, D. Francisco Rodríguez Marín», se hace acreedora a una estatua colectiva — ejecutada, naturalmente, porCoullant
Valera— y que se debía poner en una biblioteca pública o en otro sitio más público
que una biblioteca.
Ahora —como muestra de su actividad extraordinaria— la Junta ha propuesto que se
cumpla el reglamento: Las bibliotecas d e ben estar abiertas seis horas. Es decir, la
jornada mínima, como en las minas. Los bibliotecarios tienen razón: cada biblioteca es
una mina. Entre dos «facultativos» trabajan
esas seis horas, tocando cada uno a tres, y,
mientras los mozos sirven los libros, los bibliotecarios hacen lo que se les antoja. Despachan sus negocios particulares, escriben
cartas a la familia, o dramas musicales, o
poesías jacarandosas, o artículos de erudición
—siempre que no sea cervantina—o bombos
a su jefe supremo.
Los catálogos... ¡buenos, graciasl La adquisición de libros ¡en su lugar descanso! El
préstamo de volúmenes: para los amigos.
Las facilidades de lectura: un librito y muy
agradecidos.
Eso no son bibliotecas aunque estén
abiertas seis o las veinticuatro horas del día.
Quieren dar mucha publicidad a estas seis
horas obligatorias; los jefes respectivos tendrán que poner un aviso en la biblioteca que
indique cuales son esas seis horas, y harán
insertar en los periódicos locales otro aviso
con el horario. Como aquí lo hace el jefe
superior.
Si, si. Muy bien. Pero después ¿qué leen?
Los hbros de ciencia de 1850. Las novelas,
no inmorales, anteriores a Pereda. Los periódicos de la época de Castelar. Nihil no
L
Oi 0^ ^^
Núoi. 361.—16.
vum... bajo esos antros sucios, destartalados, incómodos, fríos, que son nuestras bibliotecas.
¡Lástima que el Sr. Rodríguez Marín sea
tan enemigo de todo lo que venga «de extranjís», como él dice en sus andalucísimos
escritos! Porque las bibliotecas están en el
extranjero algo mejor que en Osuna.
yo propongo que hogaño le den una peníioncita para visitar las bibliotecas europeas
norteamericanas, como antaño se la dieron
para hacer una de sus ediciones particulares
del Quijote. Claro que para eso tendría
que pedírsele a este jefe supremo el conocimiento de algún idioma, porque con el andaluz no se iba a entender.
Procedimientos tcxieularc*
la identificación del alumno, pone e! señor
Cortés Muñera junto al tema preguntado la
palabra «admisible» y la fecha. No firma,
por que el Sr. Cortés es precavido, de este
modo inválida el texto, pues, repitámoslo,
no se vende el libro grande sin este pequeño de las temas, y exigiéndolo en exámenes
y «prácticas» obliga a cada alumno a proveerse de su engendro textual.
En los últimos exámenes no quiso llevar
con rigor esta exigencia, pero advirtió que
para este Junio la llevaría a punta de lanza.
Así se lo anuncio yo a todos los alumnos y
a los padres do familia para su conocimiento
y demás efectos.
A loa obreros
C
E S P A Ñ A
La inmoralidad, la torpeza; la ignorancia
—[oh, triste paradoja! - tienen asiento en el
campo del saber. Los bueyes académicos,
los zorros consejeros, los burros cctedráticos
vienen tan sólo a recibir allí la sinecura dd
sueldo y del escalafón; pero no se atreven o
pastar en ese verde prado de la cultura; nO
se hizo la miel para la boca del asno.
Entonces se os pedirá una sabia selección,
y el respeto para los científicos verdaderos;
respeto y selección que no tienen ni hon
sabido hacer las clases privilegiadas de hoySi la puríficación exige la ayuda del fue
go, arrasad sin miedo. Los diamantes no se
queman y, en cambio, acabaréis con toda lo
percalina.
Aunque sea con fórmula eucarística, lo
digo siempre: los escándalos, los errores y
las inmoralidades, son el pan nuestro de to'
dos y cada uno de los días. Que llegue un
día en que sea una inmovalidad afirmar estoEl Arcediano de Toro
uAKDO dentro de unos años celebréis ya
A se sabe que el libro de texto es la ayuvuestro 1." de Mayo en medio de !a aleda mejor que tienen los catedráticos ' gría que os dará el mando y poderío, acorpara prosperar económicamente. Sin em- daos de la pobre instrucción pública espabargo, les cuesta su trabajito imponerlo y ñola.
han de acudir a muy múltiples procedimientos para hacérselo comprar a los alumnos.
Hay quien no lo vende más que en su casa,
con lo que se ahorra la comisión del librero,
L A CRITICA D E L A G U E R R A E N F R A N C I A
y puede llevar cuenta exacta de quiénes son
los que lo compran y quienes no; y en los
exámenes a estos pobres los catean o se los
cargan, como se dice en la parla estudiantil.
Otros modifican algunas frases o añaden
«novedades» cada año para evitar la reventa
del libro, pues preguntan esas modificacioPor
nes para la comprobación.
En fin, el número de los profesores no se
Manuel Azaña
agota, y cada año surge una nueva manera
de imponer sus impresas majaderías.
E propongo ofrecer al lector en unos po- diga; y aunque lo fuese, los poderes c^
El catedrático de Física y Química del
cos artículos el resumen de las discu- quien toma cuerpo la causa servida por
Instituto del Cardenal Cisneros, D. Daniel
Cortés Muñera, ha inventado un arte nuevo siones planteadas en Francia en torno a la guerra se encargan de someter a los f
para fastidiar a sus alumnos y para obligar a preparación y conducta de la pasada gue- beldes.
En el fondo, se trata de mantener el es
estos a la adquisición de sus varios librejos. rra. Esos debates están ahora naciendo; la
situación
difícil
por
que
atraviesa
el
país
píritu
público en el mismo estado de incoo
El Sr. Cortés Muñera lanza esta frase a
trae
para
cada
día
un
problema
que
reclaciencia
que acompaña de ordinario a la d
modo de postulado académico: Nadie puema
con
más
urgencia
la
atención
del
públiterminación
de entrar en guerra. Es
de saber ciencia, química o física (según la
co:
y
no
falta
quien
opine
—puesto
que
la
caso
parecido
al del paciente que se po
asignatura) sin poseer este libro, dice señaguerra
se
ha
ganado—
que
es
ocioso,
cuanen
manos
del
cirujano:
por firme que sea
lando su Física o su Química, tan divertidos
do
no
perjudicial,
empañar
con
polémicas
resolución
de
dejarse
abrir
en canal, es (-^
la una como la otra.
tardías
la
gloria
adquirida
a
tanta
costa.
seguro
que,
sin
la
anestesia,
saldría huye
Claro está que los alumnos podían o toNo
puede,
pues,
decirse
que
el
examen
de
do
al
sentir
el
pinchazo
del
bisturí
y al ^
mar este postulodo en consideración o pala
política
de
guerra
sea
hoy
la
preocupacorrer
su
propia
sangre.
L
a
nación
en ?,^
sárselo por donde mejor le viniera a gana.
ción
dominante
en
la
conciencia
francesa;
rra
recibe
los
anestésicos
indispensables
Pero aquí de la invención del Sr. Cortés, tan
tampoco es lícito aún, en la mayor parte de forma de noticias confortantes y adormec
cortés como valiente.
los
casos sometidos a discusión, pronunciar doras, inventadas para el caso, o en ^° ,
Aquella Química o esta Física no 'se venun
fallo
definitivo; con todo, el número y la de promesas anodinas, cuando no de ins
den sin un cuadernito titulado «Temas». 7
calidad
de los documentos ya publicados tos al enemigo que enardezcan su alio
estos temas tienen al fina!, un cuadro de
bastan
para
delimitar ciertas cuestiones que Los franceses llaman a esa operación b(
«Ejercicios prácticos» al parecer inofensivo.
tienen
un
valor
actual, político, no sólo his- rrage du cráne, porque, en efecto, equiv
En él se hace canstar, con respecto a! alumtórico.
Lo
primero
que se hunde en un país a rellenar de borra la cabeza de la g^^
no, la clase de enseñanza, su número de
al
estallar
la
guerra
es la libertad, No sólo ¿Habrá habido alguna guerra, por jus |
matrícula, el nombre y apellidos, el domicidesaparece
la
libertad
exterior, secuestra- por santa que parezca, que para ser sopo
lio en Madrid y la fecha de presentación.
da
legalmente
en
provecho
de la espada; se tada por sus víctimas no haya contado coi»
Dice después: «Calificación de cada uno de
nubla
también
la
libertad
interior
del áni- principal sostén con un error de la mente
los ejercicios y particularidades que se hamo
para
escoger
entre
diferentes
objetos. con una obcecación sentimental? La S^^^.
yan podido presentar». Reserva después
L
a
guerra
vive
a
expensas
de
la
autonomía
es incompatible con la libre discusión;
tres líneas para cada tema: Tema 1.", tema
de
la
razón;
lo
que
más
necesita
para
subla
censura, sin la propaganda, sin el 0^
3.°, etc., hasta tema 20.
sistir,
una
vez
declarada,
es
que
los
ciadarrage
des cránes, la última guerra no
¿Verdad que parece absolutamente inodanos
renuncien
a
tener
criterio
propio.
bría
durado
dos meses. Pero acabada
cente? ¡Pues fíese de la Virgen y no corral
L
a
operación
no
es
muy
difícil,
que
se
fin,
el
primer
movimiento del espirita 4
Después de llenar las casillas relativas a
Y
LA RESPONSABILIDAD DEL ESTADO
MAYOR
M
ISPAÑA
recobra la libertad es computar las ganancias y las pérdidas, y preguntarse si a fuer*a de pagarlos caro no habrán desaparecido
Os beneficios. Francia ha perdido un milió]
Q setecientos mil hombres muertos; cuenta tón medio millón de lisiados y tuberculo°s, debe doscientos treinta mil millones de
fancos; y todo el mundo sabe hasta qué
nto su industria, su agricuitura y su gallería han padecido. ¡Fabuloso rescate,
«•"acias al que el resto de la nación puede
fguir viviendol Al confrontar los sacrifi°* hechos con los frutos logrados, los pa'eres se dividen. H a y una minoría que
no está contenta: son los representantes
"bagados del partido de la guerra j'usqu'
oout; el mayor número, la masa neutra,
«00 decíamos aquí, acepta con más o me^ designación el fallo del desttino, y una
que han salvado la patria, no quieren
^r más; y hay, en fin, los disidentes, los
, gados, aquellos a quienes el horror de
guerra ha convertido al internacionalisPacifista, o al antipatriotismo. De este
Po salen hasta hoy las críticas más vio, ^s contra la política de guerra; pero a
, ^ se juntan las de algunos patriotas,
ft wes adictos al régimen burgués y a la
y Plplica, que se preguntan, no sin moti' Si el fin sagrado de salvar la indepen'a nacional no pudo conseguirse a meco ?°^'^' ^^ decir, si los responsables de la
las ^'^^^ '^^ ^^ guerra no han malgastado
Idas y los recursos que el pueblo puso
Prodigalidad en su mano.
^ tal examen de cuentas se incoa el
PJ-oces,'^ de los estados mayores y de los
las
•'^^'^^ militares; como asumieron
fg "^'^uciones máximas, les incumbe la
al '^°'^sabilidad principal. E s sabido que
Sj^ pilar la guerra, no sólo la opinión
Sg
poder público en Francia cayeron en
y g] .^*^°- La censura, el Estado de sitio
b^. 'g°r de los tribunales militares arre'Ifo °'^ ^ ' ° ^ ciudadanos la posibilidad de
ab(jj *^^se y de enjuiciar. El Parlamento
Do 5 .^^ ^1 gobierno, y al lado del gobiergan ^^'"^^ instantáneamente un nuevo órcio^ ' ^^^ "o contento con ejercer las fun^'an '^^^ P^'' ^'^'^^^ y P°^ lley le correspongUgj.' usurpó la dirección política de la
trist \ -^^^ ^' Gran Cuartel General el
Sücg^^^'"isterio de 1914, arrollado por los
ba t ^ errante de París a Burdeos, estaapgjj '^Jos de conservar el mando, que
queu
"*a de la guerra otras noticias
<3ig^^, "^^y escasas que el generalísimo ¡se
Septj ^ comunicarle. En una carta de 7 de
Cía ^¡^'^^^^ de 1914, el general Joffre le de<le p ^ ^ ^ e r a l Gallieni, gobernador militar
^\ gob'''' ' ^ ^ agradeceré que no enviéis
•"acio ' ^ ' " ° informes relativos a las ope•^Uii^^ 1^ ^ ^ ' ° ^ informes que yo le mando
opera'os._ y " cwso ni cuáles son mis propósiS^binJ^ ^^ ministro de la guerra en aquél
*nte ^ j ^ ' M. Messimy, al declarar en 1919
'^U A " * *^oniisión parlamentaria, decía:
gesto de 1914 el general Joffre se-
^'J
cuestró el gobierno... Hasta fines de Agosto no supe, por decirlo asi, nada de las
operaciones; la zona de las ejércitos estaba
cerrada, no al ministro, porque si hubiera
querido entrar e n ella hubiese entrado,
sino a toda persona que intentaba ir allá en
busca de informes para él». Los sucesores
de M. Messimy no se encontraron en situación más airosa. En Marzo de 1916, el ministro de la guerra, general Gallieni se expresaba así ante sus compañeros de gobierno: «Por virtud de circunstancias excepcionales, sobrevenidas especialmente en
Agosto de 1914, el mando supremo ha llegado a sustituir al Ministerio |de la Guerra
en la gestión de los ejércitos; de simple
consumidor se ha convertido en su propio
constructor y proveedor. Saliéndose, además, de su papel de director de las operaciones militares, se ha entrometido en el
terreno político y diplomático. De ahí,
confusión de poderes y de atribuciones, y
sustitución de el hobierno regular por una
especie de gobierno irresponsable y sin título. So color de libertad de acción, indispensable a los generales en jefe, el mando
supremo actual ha manifestado desde el
origen, y manifiesta todavía, una repugnancia cierta a permitir el ejercicio del derecho de inspección... En lo tocante a los
asuntos militares propiamente dichos: coraprobación de las organizaciones defensivas,
examen de los preparativos de conjunto,
etcétera, el mando supremo ha mirado
siempre las preguntas que le hacía el gobierno como otras tantas muestras de desconfianza en su gestión.»
Las consecuencias de esa actitud del mando supremo, fueron tan graves, que al fin
el Parlamento logró hacerse oir. Debe advertirse que si los generales prescindían del
gobierno, los gobiernos prescindían todo lo
posible del Parlamento. Las Cámaras intervenían en la dirección de la guerra mediante sus comisiones principalmente; fueron necesarios dos años de guerra, los fracasos repetidos de todos los proyectos, la
batalla Verdún y el descontento de los soldados, para que los p¿irlamentarios exigieran y obtuvieran un debate amplio sobre la
política de la guerra. La Cámara celebró
en Junio de 1916 una sesión secreta que
duró varios días; las actas se han publicado
hace seis meses, y constituyen un documento de primer orden. Más importante aún es
la enquete abierta por la Cámara en 1919,
para averiguar la situación de la metalurgia francesa durante la guerra; publicadas
están en dos gruesos volúmenes las declaraciones prestadas ante la comisión parlamentaria por todos los hombres qne han
desempeñado algún papel de importancia
en el drama terrible de la guerra. D e esas
dos fuentes, y de los libros y memorias publicados por diversos actores y testigos de
la campaña, nos valdremos para explicar al
lector de qué azares ha estado pendiente el
destino de Francia.
Hanucl Azafia
Bfúm.
a6i.—17.
ASTRONOMÍA POLÍTICA
los físicos que las estrellas no están
DICEN
donde las vemos, sino que su luz, por el
tiempo que ha tardado en llegar a la tierra, corresponde a posiciones enormemente lejanas. Las estrellas que vemos son, por así
decirlo, cuerpos espectrales, dotados no más
que de una realidad retrospectiva.
Así acontece también en el firmamento de
la política española. Lo que llega a nuestros
ojos y oídos no son sucesos inmediatos, sino
hombres y realidades de otro tiempo. España ha avanzado en su órbita histórica; pero
sus signos más ostensibles, los políticos,
corresponden a una remota España pretérita.
Otra crisis... ¿Derechas? ¿Izquierdas?
¿Dato, Maura, Cierva o Romanones, García
•Prieto, Alba? Evidentemente: el país vive
en 1 9 2 0 ; sus políticos irradian una luz
de 1820.
CIUDAD MUDEJAR
Y SUBALTERNA
un clima desigual. El sol se anticiTIENE
pa a la primavera como si quisiera adular y es tan poco constante en sus anticipos, que los revierte, sañudo y repentino
cuando más deleitan.
Todas las furias toman entonces posesión
de la ciudad. Borrascas y torbellinos helados declaran el estado de sitio. Los ociosos se privan de la intemperie y h a y más
cafés que refugios de campo.
El clima hace el caráter que se muestra
en alguna de las modalidades componentes:
la desapacible o la servil. Se derrocha irritabilidad o depresión, retórica agresiva o
retórica conmemorativa, miradas torvas o
amables palmadas. Siempre hay un centenario al caer y unos señores que afirman
con la mano puesta en el corazón que sus
abuelos fueron irresistibles leones.
Sumisos y reverentes para las categorías
oficiales, son bruscos para juzgar a los de
abajo. La cólera tiende ser privilegio de
gentes acomodadas y se manifiesta como
nunca cuando los pobres que no han nacido
para hacer reverencias se permiten la libertad de encobrisarse.
Existen problemas sociales en la ciudad
y doctores que como Pedro Recio de Tirteafuera están dispuestos a tener por soberanos a los pobres a condición de escamotearles los platos. L a división en clases
subsiste con tales caracteres que mirliflores y currutacos cuyos haberes son los de
un mecánico, quieren que haya barrios
obreros apartados como lazaretos.
Hay algunos cientos de intrépidos electores de cada partido español, correligionarios más capaces de resistir a un triduo llevando bengalas o a una merienda de pro-
miscuación que de atender a una inmediación concreta.
L a ciudad es un bloque excesivo. Calles
y plazas están amontonadas sin jardines
que podrían separar conjuntos discretos.
No se comprende cómo ha sido decretada la vacuna obligatoria y no se han decretado las termas obligatorias ni se ha atendido a la pedagogía del agua. Las clases
directoras ignoran que el agua es divinidad
celosa y que ningún emboscado escapa a su
malquerencia.
La desigualdad del clima estepario no
quiere atemperarse con primeros y segundos términos de florestas, helioterapía, alimentación natural y sociología sin resecamiento capaz de i'educir la venganza del río
que contesta a los olvidadizos pasando en
vano. Faltan escuelas alegres y alegría
que no sea de risotada para equilibrar el
temperamento, superar el humor convulsivo
de la fase desapacible y el humor adherente sin cordialidad de la fase servil, que suele soldar, pero no fundir.
Las raíces profundas de la ciudad más al
abrigo del tiempo, son persistencias poseídas de vigoroso tino. El rigor malsano de
la alegría sin permanente entusiasmo, entregada al fulgor enfermizo y estruendoso
de verbena, plaza encendida de afición o
trompetería teatral, es una realidad triste¿Se contiene en la reacción del descontento
despreciativo para el ambiente y para la
escasez nutritiva? Con todo, la alegría de
los opulentos tiene el mismo acento desconsiderado. Probablemente, la dispei"sión nerviosa de los ociosos, equivale al desgaste
excesivo del trabajo en la generación de la
alegría.
En la ciudad-pueblo se advierte el tino un
tanto burlesco: fabricantas macizas, torreras erguidas, un torso de herrero del Arrabal, artesanía de Ambos Mundos, con pujanza más social que en los gremios, un claroscuro de la plazuela en fiesta, vaqueras
clásicas aunque se vistan de coristas, asiduos de la dinamo, del laboratorio y del taller, toda la bravura de la ciudad-pueblo, de
la ciudad mudejar.
En los barrios labradores hay gusto fuerte del color. Se ven bellos arcos y portaladas en fachadas moradas, amarillas o azules —los colores del Tiziano—. Las casas
modernas son de traza grisácea, entre faraónica y cuartelera.
En dos ciudades de distinta cuantía hay
toros, paradas, salas de lo civil y piedad de
cabildo. Todas estas manifestaciones carecen de carácter y distan de lo único de cada
ciudad, alcaloide que no sólo desdeña el unifor-.-e, sino lo uniforme, todo lo que no contenga una absoluta capacidad enérgica y
personal. Lo distinto es el principio activo
de la distinción.
A través de esta vitalidad reflexiva y diferenciada, la ciudad mudejar siente un
afán fuerte de cultura y de justicia. ¿Qué
significa su vejez en los siglo?? Está en una
crisis de arranque y designio, explicándose
ESPAÑA
^ ^J
Núm. 261.—18.
la razón de una decadencia que se empieza
a aplastar. Tiene algo de indeciso este
arranque porque el deseo de buscarse requiere más esfuerzo y más vibrante y audaz temblor, que la seguridad que tienen
los simples de haberse encontrado.
Pellpe Alaiz
PANORAMA GROTESCO
La batalla del Marne
La
Lector: si quiere usted prestar
curso eficaz a la revista ESPAÑA,
base.
un coü'
suscy''
incógnüa:
«Graves investig.adores han querido estudiar
aquella batalla (del Marne) sin semejante. Nunca, nunca —lo podéis creer— habrá quien la
explique. Algo extraordinario sucedió entonces.
¿Qué fué? No lo sabremos.»
(Oe Manuel Aznar, director de «El Sol», en
el Ateneo.)
La
vista está dedicada a las notas bibliográficas ec
las que personas competentes en los asunto*
tratados analizan más de sesenta trabajos de
Revistas españolas y extranjeras de reciente
fecha. El nombre científico de los directores
y el escogido cuadro de colaboradores augural* ¡
un favorable porvenir a esta Revista que C'
mienza tan brillantemente su publicación.
explicación:
«Después del formidable empujón alemán
que en los comienzos de la guerra mundial puso en peligro a París, dijo un día Joffre a Castelnau :
—Estamos perdidos. No queda recurso alguno para impedir el avance alemán.
—Yo tengo uno todavía.
—¿Cuál?—preguntó con anhelo Joffre.
—¿Me dais palabra de soldado de recurrir
a él, cueste lo que cueste?
—Con la mejor voluntad.
—Pues bien, confesaos.
—Amigo mío, eso es cosa muy seria; no se
hace así como así, y para ello hay no pocas dificultades. ..
—¿Y su palabra de militar? No hay tiempo
que perder, y la suerte de Francia está en vuestras manos.
—Pues ya que di la palabra, la cumpliré.
¿Qué debo hacer, pues?
—Confesaros, renunciar a la masonería y casaros canónicamente.
Así fué hecho todo en pocas horas.
Al día siguiente Joffre y Castelnau comulgaron juntos en presencia de sus soldados, consagraron el ejército francés al Corazón de Jesús, y en el día de la batalla general dieron por
consigna al ejército el nombre de Santa Juana
de Arco.
Y los franceses ganaron la batalla, sin que
hasta ahora los técnicos hayan logrado averiguar la causa de la victoria.
Providencialmente está averiguada: fué la
piadosa conversión de Joffre.»
(De «El Universo», de Madrid.)
LIBROS Y REVISTAS
AKOHIVOS DE CARDIOLOGÍA T HEMATOLOGÍA
Los Dres. Pittaluga y Calandre han comenzado a publicar una nueva Revista científica,
«Archivos de Cardiología y Hematología» (Madrid, Blanca de Navarra, 4). El primer número
(Enero y Febrero 1920) contiene un importante
trabajo del Dr. Goyanes sobre «Cirugía de los
vasos», otro de Calandre en que refiere algunos
casos muy interesantes de disociación auriculoventricular; finalizando la parte de artículos
originales can uno de Pittaluga sobre un caso
de Hemofilia como contribución al estudio de
las Hemodistrofias. La segunda parte de la Re-
SOCIEDAD
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