El siglo XIX - José Luis Gómez Urdáñez

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El siglo XIX
José Luis Gómez Urdáñez y Ainhoa Reyes Manzano
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Tradicionalmente, el siglo XIX ha pasado a la historia como el siglo de las convulsiones
sociales y políticas, golpes de estado y procesos revolucionarios, que para una buena parte
de historiadores son los responsables del atraso español. Pero hay otros historiadores que
ven en estos hechos precisamente lo contrario: la manifestación de la oposición entre tradición y progreso, es decir, las dificultades que el progreso entraña siempre a la hora de abrirse camino en medio del inmovilismo. Esto, sin embargo, no es una característica exclusivamente española; antes al contrario, en este siglo XIX de cambios trascendentales, encontraremos muchos países europeos en circunstancias igualmente dramáticas, pues en todas partes se abría paso un nuevo sistema político que invocaba la libertad como estímulo y la propiedad como garantía, contra el Antiguo Régimen, basado en privilegios, en el poder del
clero y la nobleza, los pilares inamovibles del entramado político-social-económico. Y es que
durante el siglo XIX el fenómeno histórico más importante en toda Europa fue la lucha de
la burguesía por conseguir la hegemonía, por lograr el control sobre la economía y por su
dominio total en el campo político, lo que obviamente debía producir reacciones airadas en
la clase social antagonista a la que trataba de desplazar.
En España, nobleza y clero obstaculizaron cuanto pudieron el proceso revolucionario burgués y emplearon para ello todos los medios, a veces excitando la furia de sus oponentes,
otras, provocando el pacto; otras, en fin, movilizando al pueblo, al que fácilmente se le hace
ir tras un cura, ora con un garrote, ora con un cirio. Como medida más radical a lo largo del
siglo sobresale la desamortización, es decir, la transformación de la propiedad vinculada,
“amortizada”, de nobleza y clero, en propiedad libre susceptible de entrar en el mercado de
tierras e inmuebles (obviamente, en beneficio de quien tenía dinero para comprarlas); pero
como contrapartida, en poco tiempo, los “nuevos ricos” acabaron pactando con la nobleza
y el clero, un pacto que los moderados de Narváez llevaron a efecto a partir de los años cuarenta, creando el subsidio de culto y clero y aceptando a la nobleza como parte constitutiva
del nuevo régimen siempre que se mostrara dispuesta a colaborar, como hizo una parte de
ella sobre todo cuando tuvo que tomar partido contra los reaccionarios carlistas tras la primera guerra civil. En fin, el revolucionario Espartero fue nombrado Duque de la Victoria; en
Autol, donde había habido un señor de la villa desde la Edad Media, repudiado en el siglo
XVIII a costa del sacrificio y el dinero de los autolanos, volvía a haber un señor, nada menos
que en pleno siglo XIX. El marqués de Reinosa, que debía su título al hecho de ser notario
de la boda de Alfonso XII, era miembro de una saga de ministros liberales en la que destacó Calderón Collantes, y que se convirtió, ya a fines del siglo liberal, en conde de Autol. Ya
veremos en adelante las consecuencias de este anacronismo.
Una guerra en la antesala: Independencia y Revolución
Por ahora, nos asomaremos al nuevo siglo, que comienza con hambre, epidemias y guerra: un extraño colofón a décadas de ilustración y progreso. El siglo XIX empezó en Autol
con una crisis demográfica grave entre los años 1804-1806. Hubo tercianas (malaria) y además malas cosechas que produjeron cifras de mortalidad, sobre todo infantil, parecidas en
virulencia a las del siglo XVII. Además, la crisis económica que atravesaba España, y que se
había agravado tras la derrota de Trafalgar en 1805, provocaba desabastecimiento y un clima
de violencia social inusitado. Todo se robaba en las huertas, de forma que los pequeños propietarios -a los que llegaba la crítica interna en la corte del hijo contra el padre (el futuro
Fernando VII contra Carlos IV) y el pérfido Godoy aliado del amo de Europa, Napoleónpensaron que debían hacer frente a la situación. Unos harían lo de siempre, esperar tiempos
mejores; otros, pensarían en ceder ante Napoleón, el emperador que había devuelto la paz
a Francia e incluso había pactado con el Papa; otros, encontrarían en los fenómenos revolucionarios que siguieron al dos de mayo algo así como la esencia de España, que no se deja
doblegar por tiranos.
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La guerra civil y la revolución
fueron de consuno en 1808, sin
embargo, Autol sufrió poco las
consecuencias. En La Rioja hubo
sublevación popular antifrancesa
en junio, sobre todo en Logroño y
en Calahorra, pero las autoridades
locales, temerosas del ejército francés que se enseñoreaba por todo el
valle del Ebro desde principios del
año, desde Miranda a Zaragoza,
evitaron como pudieron sumarse a
los motines. El propio obispo de Calahorra, Mateo Aguiriano, que luego fue diputado en
Cádiz, y la mayoría de los canónigos del cabildo se mostraron como mínimo prudentes en
un principio, y si en Logroño y en Soria triunfó la sublevación popular a principios de junio
de 1808 –aunque fue pronto reprimida-, en Calahorra, el corregidor Carlos de Cea y el alto
clero –Aguiriano estaba ausente- aquietaron a los revoltosos tras mantener una reunión el
día 4 de junio y acordar medidas para evitar que se levantaran contra los franceses. Ya bajo
la tutela de las fuerzas militares del nuevo rey de España, José I, los ayuntamientos del valle
riojano fueron gobernados por colaboracionistas hasta el abandono de España por las tropas francesas, salvo escasas excepciones.
Conocemos bien los hechos ocurridos en Soria (capital de la provincia a la que pertenecía entonces Autol), Logroño, y Calahorra, adonde llegaron las primeras tropas francesas en
febrero de 1808. Como pidió el rey, los franceses fueron recibidos como amigos y aliados,
cumpliendo lo estipulado en el tratado de Fontainebleau. Tras el motín de Aranjuez, en
marzo, la tensión fue en aumento y la convivencia se fue haciendo más difícil: los soldados
franceses estaban acuartelados en conventos, los mandos en las casas de gente
principal de las ciudades;
los pueblos debían contribuir a su alimentación (y a
la de sus caballos), lo que
provocó pronto la desaparición del grano del pósito de
Calahorra y las primeras
contribuciones de los pueblos.
Tras el dos de mayo de
1808, la insurrección amenazaba en todas partes, de
manera que aumentó el
contingente de soldados
franceses,
que
fueron
tomando posiciones en
sitios estratégicos. El valle
del Ebro fue constantemen- El célebre cuadro de Casado del Alisal que representa la sesión inaugural de las
te recorrido por las tropas Cortes de Cádiz y juramento de los diputados (septiembre de 1810), entre los que
en cuanto se produjo la estaba el obispo de Calahorra Francisco Mateo Aguiriano, un riojano nacido en
resistencia de la sitiada Alesanco.
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Zaragoza. Calahorra tuvo desde el principio un señalado interés estratégico por su cercanía
al puente de Lodosa, donde acamparon 25.000 soldados franceses para proteger la vía de
comunicación norte-sur, por Navarra, crucial para el ejército francés. El tránsito de tropas por
el valle fue incesante, incluso después de la victoria de Bailén, cuando José I abandonó
Madrid y se refugió en Miranda y Burgos. Desde allí, el rey en persona viajó el día 31 de
agosto a Calahorra, donde fue agasajado por los canónigos, entre ellos el deán, el lectoral y
el más afrancesado del cabildo, Vizmanos, amigo de Juan Antonio Llorente.
El rey fue acogido en su casa palacio por Miguel Raón (que luego será depurado, acusado de afrancesado). Seguramente, tanto el rico Raón como los canónigos miraban por sus
intereses al ser solícitos con José I, pues la guerra ya había producido los primeros efectos
económicos en forma de entrega obligada de diezmos a las tropas, o robos de vino y alimentos en bodegas y graneros. El ejército napoleónico tenía que vivir sobre el terreno, así
que, como comprobamos en Pradejón, su presión sobre curas y alcaldes para que entregaran dinero y pertrechos fue incesante. Tanto es así que, en 1811, un año terrible de hambre,
las autoridades militares francesas de Calahorra encarcelaron al alcalde de Autol, Juan
Francisco Escudero, por no hacer efectivas las demandas de dinero; seguramente, los vecinos no podían dar más. Luego, los franceses robarán la mayoría de los objetos litúrgicos de
Autol: el objetivo era la plata, dinero contante y sonante.
La victoria de Bailén, el 19 de julio de 1808, produjo un revulsivo entre los restos del ejército español y obligó al rey José I y sus ministros a dejar Madrid, provocando la gran euforia “española”, pues en Bailén había quedado demostrado que Napoleón no era invencible.
Nacía el mito de Castaños, el general que había vencido en Bailén…, a pesar de que llegó
tarde a la batalla. Pero como era el de mayor graduación, firmó la capitulación … y pasó a
la historia y al imaginario de los españoles de entonces.
Napoleón se desesperó al conocer la derrota y se propuso entrar personalmente en España
con un gran ejército. Mientras, Castaños y otros generales prepararon la defensa, precisamente en las sierras riojano-sorianas, en Ágreda, Calahorra y … Autol. A principios de
noviembre, cuando ya se sabía que Napoleón estaba al otro lado del Bidasoa, Castaños tenía
su ejército en el valle medio del Ebro riojano: en Calahorra, la IV división, al mando del general Lapeña; en Alfaro, la V, al mando del general Roca, y en Arnedo, Quel y Autol, la I y la
II, al mando de Guimarest.
Éstas eran las tropas que se
enfrentarían a las “águilas del
Imperio” en la célebre batalla
de Tudela que se libró ese
mismo día (23 de noviembre
de 1808), la que más tropas
concentró, de uno y otro lado,
en toda la guerra, unos 90.000
soldados. Algunos soldados
pasaron cerca de Autol, acamparon a veces en su término, y
desde luego, se abastecieron
con alimentos, caballos, etc.
que requisaban a los autoleños. Como contrapartida por
José I Bonaparte, rey de España, visitó Calahorra, donde fue agasajado tanto sacrificio, las autoridapor la mayoría de los ricos y por algunos canónigos de la catedral, afran- des locales de los pueblos del
cesados como el célebre Juan Antonio Llorente, natural de Rincón de Soto Cidacos se alegrarían el día 23
(retratado por Goya, a la derecha).
de octubre al saber que la ciu114
dad de Calahorra, entre vivas a Fernando VII, voltear de campanas, Te Deum y luminarias, vio entrar en la ciudad al victorioso general Castaños... un mes antes de la derrota.
No debió de ocurrir entonces nada diferente a lo que ya
observamos en Pradejón, donde hay una documentación muy
interesante, ni a lo conocido por las actas municipales del
ayuntamiento calagurritano, que ha estudiado Sergio Cañas.
Solo conocemos, por el libro de difuntos de la parroquia, que
el 8 de octubre de 1808 fue enterrado en Autol Miguel de La
Riva, de 43 años, de Navajeda (Santander), que era cabo de la
segunda compañía del regimiento de Ceuta; que el 30 de octubre murió una niña, hija de un sargento primero del regimiento de caballería de Borbón, presente entonces en la villa; y que
poco antes de entrar Napoleón en España murió en Autol
Marcos Fernández, soldado voluntario del segundo batallón
del Bierzo. Comprobamos así la presencia de las tropas del
general Castaños en Autol, tras la reorganización del ejército
El general Castaños, héroe de Bailén,
español, a la espera de lo que ya constituía una temible notiderrotado en la batalla de Tudela
cia: el emperador en persona iba a llegar a España con más de
(noviembre de 1808).
100.000 “águilas del Imperio”, soldados de todas las nacionalidades de Europa.
En efecto, Napoleón cruzó la frontera el 8 de noviembre de 1808 y tras la batalla de
Gamonal entró inmediatamente en Burgos, donde fue agasajado incluso por el arzobispo,
que también había “coronado” a José I cuando pasó hacia Madrid unos meses antes.
Napoleón quería llegar a toda prisa a Madrid para impedir que la población se organizara y
ocurriera como en Zaragoza. Por eso destacó al mariscal Ney para que llegara a Aranda con
20.000 hombres. En tres días podía estar a las puertas de Madrid, pero la inteligencia francesa le informó del peligro que podía suponer que las tropas españolas acantonadas en el valle
medio del Ebro, mandadas por Castaños, el héroe de Bailén, avanzaran río arriba y cortaran
sus comunicaciones con Francia. Por eso mandó a Ney atacar Soria y caer sobre la línea
Calahorra-Tudela. Probablemente, el soldado desconocido que fue sepultado en la iglesia de
Autol el 23 de noviembre y que, según el párroco, murió repentinamente, fue testigo de los
preparativos de la célebre batalla de Tudela, que se libró ese mismo día, una resonante derrota de Castaños que puso fin a cualquier intento de organizar la defensa en Calahorra y sus
alrededores (y que provocó el segundo sitio de Zaragoza, el que se hizo célebre en el mundo
por la crueldad desatada en la ciudad, sin alimentos, asolada por las epidemias y llena de
cadáveres).
También murió en Autol, el día 25, otro soldado desconocido, de 28 años, y el día 29, otro,
éste del regimiento de Chinchilla, de 21 años. Todavía moría el día 3 de diciembre otro soldado de 24 años, y el día 4 uno, de 26 años, de la tercera división del batallón de tiradores
de tierra Ledesma; y el día 21 un soldado de 20 años, del regimiento de las Guardias españolas. Seguramente, éstos últimos resultaron heridos en la batalla, o en la huida de las tropas de Castaños, que se retiró hacia las sierras del Sistema Ibérico y Calatayud. Aún murió
otro soldado, de la tercera compañía del segundo batallón del regimiento de las Cuatro Órdenes en fecha tardía, el día 10 de enero de 1809, cuando ya las autoridades francesas habían
impuesto su nuevo orden, ahora militar, en los pueblos de La Rioja. Éste fue enterrado como
pobre. Tenía 20 años, era gallego, seguramente resultó herido y aguantó la muerte socorrido
por la caridad de los autoleños, que al menos pudieron darle cama en el ruinoso hospital de
la villa. Muchos heridos solo habían sufrido heridas superficiales, pero durante los días posteriores a la batalla, la gangrena hacía estragos.
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A partir de entonces, el control absoluto fue ejercido por las autoridades imperiales desde
Logroño y Calahorra, nombrando alcaldes, imponiendo contribuciones especiales, robando
toda la plata de las iglesias y, a partir de 1810, poniendo en venta propiedades del municipio o de la iglesia con el fin de mejorar la maltrecha economía del ejército ocupante sobre
todo en los terribles inviernos de 1810 y 1811. La necesidad de alimentar a tantos jóvenes
soldados como demandaba el control de España dejó muchos pueblos sin ovejas o cabras y
con muy pocos animales de tiro o de carga, pues eran requisados por los militares (y los guerrilleros, un verdadero ejército). El desastre que supuso en España la Guerra de la
Independencia influyó durante décadas en el atraso y la falta de infraestructuras. Hubo pueblos incendiados, miles de puentes hundidos, caminos y carreteras destrozados; la cabaña
trashumante diezmada –la Mesta no se repuso de este golpe de gracia-, el número de caballos reducido y, desde luego, la sangría humana alcanzó proporciones gigantescas.
En 1812 la guerra comenzó a dar un giro contra los franceses. Napoleón no podía creer lo
que ocurría en la “guerra de España”. Sin ejército regular, sin artillería, y así y todo los españoles resistían. Es cierto que ya Wellington representaba un factor fundamental en el potencial militar en la Península, pero también había progresos por parte de los españoles en regiones en las que no había ni tropas inglesas ni desde luego, españolas regulares. Era cosa de
los bandidos, los “brigants”, según los franceses; gente ruda echada al monte incapaz de
entender la civilización. Para los franceses, estos “guerrilleros” eran crueles y bárbaros, no se
sometían a las leyes de la guerra y estaban fanatizados por curas y frailes resentidos por la
exclaustración y la abolición de la Inquisición.
Los ingleses, con su típico comportamiento militar en “tierras bárbaras”, pensaban que la
guerrilla era innecesaria; incluso, un estorbo. Siempre han pensado que la guerra la hacen
los militares; les sorprendía ya entonces que la hicieran los pueblos. Pero en España, sin
embargo, nacía una forma nueva de defender la Patria. Algo muy profundo hacía que estos
hombres, que llegaron a formar ejércitos de miles de efectivos a caballo y armados –y fueron luego militares profesionales-, se entregaran a la causa, a veces, procediendo contra
gente tan importante como Manuel Sáenz de Vizmanos, el deán afrancesado de Calahorra, al
que amenazaron y humillaron por su colaboracionismo hasta el punto de que cuando murió
–en Sevilla, al fugarse de Calahorra e ir al encuentro de su amigo Llorente, que acompañaba
a José I en su viaje por Andalucía- no hubo quien quisiera tocar a muerto las campanas de
la catedral de Calahorra.
Los echados al monte y los restos del ejército español se estaban haciendo fuertes en las
sierras riojanas y en tierras de la meseta, en la cercana Soria, desde donde el general José
Joaquín Durán lanzará un ataque contra la ciudad de Soria, ocupándola unos días durante el
mes de marzo de 1812. Con Durán, entró en Soria el Batallón de La Rioja, mandado por
Tabuenca, en su mayor parte compuesto por patriotas que habían sido vencidos en Logroño
y en Calahorra y resistían en las sierras, amparados por la junta patriótica de Soto de Cameros
y por vecinos de pueblos de la cuenca alta del Cidacos; también iba el batallón de Leales
Numantinos, mandado por Gregorio de Vera. Sin embargo, la debilidad de las tropas nacionales hizo que Durán tomara la decisión de retirarse de Soria el día 24 de marzo antes de
que llegaran refuerzos enemigos. Los franceses ejecutaron por ese motivo a muchos patriotas, pero también el cura Merino mandó ejecutar a 110 prisioneros, entre los que había desertores y afrancesados. La guerra había llegado a la máxima crueldad, tal y como la pintó Goya.
El 17 de septiembre de 1812, Durán y Tabuenca volvieron a caer sobre Soria, que esta vez
quedaba definitivamente liberada. Los franceses no dejaron en su huida ni una oveja, ni un
grano de trigo: el próximo invierno fue terrible. Durán tuvo que ser enérgico al pedir alimentos a los pueblos de alrededor, pero a la vez encontró una mejor solución: lanzarse sobre
el valle del Ebro donde sabía que había abundancia, así que dirigió sus tropas hacia
Calahorra, donde entró el 26 de julio (había estado antes el 23 de mayo, lo que demostraba
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la debilidad francesa en el Ebro medio). Sin prácticamente presentar resistencia, la guarnición francesa de Calahorra se rindió. Sin embargo, la misma debilidad aquejaba a las tropas
de Durán, la mayoría formada por guerrilleros, de forma que cuando supieron que el 17 de
septiembre de 1812 llegaban las tropas francesas del coronel Barón Darquier, se retiraron prudentemente. A partir de ese momento hubo un constante tránsito de tropas francesas por el
Ebro, que al fin serán derrotadas definitivamente en julio de 1813 en la batalla de Vitoria.
Antes, todavía Calahorra y su partido sufrieron el saqueo de los soldados franceses hambrientos y desesperados, tal y como lo cuenta un documento posterior: “En el día 26 de junio
del año pasado (1813), al tiempo que se retiraron por esta ciudad las tropas francesas enemigas, hicieron un saqueo general tanto de vino, harina, nueces del campo y otras especies
y artículos, sin reservar ninguna de las casas de estos vecinos”.
Así terminaba una terrible guerra que duró más de seis años y que vio nacer algo muy contemporáneo: la represión de las ideas. Unos españoles sufrieron exilio o muerte por afrancesados; otros, por un nuevo delito, el de infidencia, inventado por Fernando VII, el rey cautivo que nunca hizo nada por liberarse de su prisión de Valencay, un confortable castillo
donde hacía bordados con su tío don Antonio, y que felicitaba a Napoleón por sus victorias
sobre los españoles al punto de asombrarle, pues no podía creer tanta vileza, según escribió
luego el emperador. Antes, el rey había traicionado a su padre, difamado a su madre y entregado la corona a José I. En fin. Y aún quedaba otro grupo de españoles, los liberales y los
constitucionalistas de Cádiz, duramente reprimidos por el monarca absoluto, cruel desde el
primer día que puso el pie en España.
El liberalismo: de revolucionarios a conservadores
Los problemas que le esperaban a un pueblo como Autol son muy conocidos a nivel general, aunque apenas tenemos fuentes para saber qué ocurrió en algunos momentos fundamentales, como fueron la proclamación de la Constitución de Cádiz de 1812 y los vaivenes
constitucionales de 1820 y 1837, los hitos históricos con los que comienzan las grandes controversias políticas de los españoles, pues muchos fenómenos que recorren el siglo y el
siguiente tienen ahí su origen. En primer lugar, la Constitución dividió profundamente a la
sociedad española, en la que ya no dejará de haber una nítida distinción entre constitucionalistas (liberales) y opuestos (reaccionarios). Entre estos últimos destaca desde 1833 la facción que ellos mismos denominaron Carlismo, es decir, aquellos españoles que, partidarios
de don Carlos, hermano de Fernando VII –y de profundas convicciones absolutistas-, se opusieron a la legitimidad de María Cristina, que conducía a la entronización de Isabel II y, más
importante, al triunfo de la burguesía
liberal revolucionaria. Por eso se produjo la primera guerra civil.
Carlistas y cristinos fueron forjando un ideario que en cada época
posterior –otras dos guerras civiles en los próximos treinta añosse fue radicalizando. Los cristinos decretaron la desamortización, entre otras razones para
obtener dinero y pagar la guerra
contra los carlistas; los carlistas se
opusieron invocando la “alianza
del altar y el trono” como fundaSagasta, el león de Torrecilla, y Olózaga, nacido en Oyón,
pero arnedano de adopción, fueron los padres indiscutibles mento legitimador de la propiedad
inviolable de la Iglesia. Por debajo
del liberalismo progresista español.
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estaba la verdad: los liberales querían ampliar el mercado de tierras y crear pequeños propietarios que dieran estabilidad al nuevo régimen; no se había avanzado mucho desde
Campomanes. Los carlistas se hicieron fuertes en regiones donde abundaba la propiedad
comunal y la propiedad eclesiástica, que permitían el trabajo seguro de pequeños campesinos a los que la renta de la tierra les salía muy barata. Al pasar las tierras desamortizadas a
manos de los ricos de los pueblos, esos pequeños campesinos reaccionaron pues quedaban
convertidos en meros jornaleros y encontraron el ala protectora del Carlismo en otro grupo
de propietarios, empobrecidos pero pagados de sus viejas hidalguías, que se sintieron amenazados. En adelante, ante otras coyunturas, este movimiento iría encontrando nuevas posiciones, siempre reaccionarias, hasta llegar a rearmarse ideológicamente durante la Segunda
República –rechazando todos los partidos políticos- y a sumarse al Movimiento en la primera hora (aunque manteniendo con energía su ideología esencial).
No sabemos por qué, en el siglo XIX, el carlismo fue más fuerte en Quel y en Arnedo que
en Autol. En el comienzo de la guerra carlista, tanto Quel como Autol se manifestaron radicalmente liberales, cristinos e isabelinos, aunque como veremos hubo luego algún conato
reaccionario. En 1835, el 27 de agosto, un capitán sublevado en Calahorra, que al parecer
había arrastrado a la primera compañía de Voluntarios de La Rioja, fue detenido cerca de
Autol por patriotas de los dos pueblos. Los urbanos de Quel persiguieron al capitán hasta
Cornago, donde se había refugiado. Tres años después, en el verano de 1840, hubo en Autol
pronunciamientos de “los díscolos y retrógrados”, como llamaba el alcalde, Saturnino
Martínez Llorente, a varios vecinos y algunos miembros de la Milicia Nacional que habían
dado voces contra la Constitución de 1837. El 13 de septiembre de 1840, el alcalde decía en
un bando –que fue recogido en el Boletín Oficial de la Provincia- que el pueblo “ofrece un
aspecto favorable a la causa de la Libertad Nacional, confesando muchos el error que cometieron en creer a los que con títulos o nombres seductores se presentaron cubriendo las preciosas intenciones con que caminaban a privar al pueblo de sus derechos adquiridos y restablecidos a costa de tanta sangre”. Para el alcalde, la culpa era –cómo no- del clero del pueblo: “como tenemos un clero largo, ignorante y fanático, que fue el órgano que los condujo
al error que confiesan, y sus individuos son siempre los mismos”… En cualquier caso, reinaba ya en Autol la más profunda veneración de la reina niña Isabel –a la que se elevaba al
trono bajo la regencia de Espartero- y, además, la guerra civil terminaba. Por decreto de 12
de agosto de 1841, cien vecinos de Autol, seleccionados por la Junta Provincial a propuesta
del alcalde, eran condecorados con la medalla “cívica” creada para enaltecer a los pronunciados a favor de Isabel II. Sus nombres están en el Boletín Oficial de 14 y 17 de julio de
1842. Eran el primer sustento en Autol del liberalismo de los Espartero, Olózaga y Sagasta.
Pero además, por esas fechas, el padre del que iba a ser primer conde de Autol, Valentín
de Garralda, se alistaba, en 1835, en el ejército liberal. Luego, un hijo, Joaquín Garralda y
Oñate, se casaría con Fernanda Calderón, que era la hija de un ministro de la saga Calderón
Collantes, ennoblecido por Alfonso XII con el título de marqués de Reinosa. Todos eran liberales y ejercieron diversos cargos, ministros, senadores o diputados. El viejo antagonismo de
la burguesía liberal con la nobleza se había olvidado. Ahora, Joaquín Garralda y Oñate, marino de carrera, del partido liberal -el marido de doña Fernanda, que aporta al matrimonio el
título del marquesado de Reinosa-, dejó la Armada por el escaño llegando a senador vitalicio, pero ostentando a la vez el título de conde de Autol por gracia real desde 1893. Quizás
el tener en el mismo pueblo a un marqués, conde, senador vitalicio, rico e influyente y además, según dicen, culto y buena persona… del partido liberal provocó que en Autol todos,
o casi todos, fueran liberales.
La trayectoria de la familia puede ser considerada un modelo en la historia política de
España. Liberales, pero bienquistos con la Iglesia –el conde fue sepultado en la iglesia parroquial de Autol, en la capilla del Rosario, y la condesa viuda regaló una huerta para los curas,
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El abrazo entre Espartero y Maroto, en agosto de 1839,
puso fin a la guerra carlista en el norte.
en 1908-; nobles, pero no ociosos –la familia se preocupó por
la repoblación posfiloxérica y mantuvo sus bodegas-; desprendidos –el primer conde fomentó una sociedad para socorro de
los pobres- y como veremos, pendientes siempre de ayudar
desde Madrid para hacer posibles los grandes proyectos de
Autol, desde el teléfono a la carretera o la traída de aguas.
Como ya sabemos, el salto del molino del conde hizo posible
la primera central que dio luz eléctrica a Autol, en 1900, y diez
años después, la creación de Electra de Autol. En suma, los
autoleños creían entonces que esa manera de ser clase dirigente era señal de progreso y seguramente se consideraron
siempre afortunados. Así se pactó el estado liberal que culminó en la Restauración.
El Estado liberal español tardó en consolidarse, pero es un hecho que a partir de la década de 1840, la burguesía, revolucionaria o conservadora, tenía claras las metas de modernización del país. Ferrocarriles, industrialización, liberalización del comercio para estimularlo,
mercado nacional…, sí, pero sobre todo, educación, instrucción. La Ilustración dieciochesca
siguió actuando, a través de las Diputaciones Provinciales –herencia en parte de aquellas
Sociedades de Amigos del País-, y la enseñanza se convirtió desde los años 1840 en una obsesión. Se difundió el principio de que todo era posible mediante la instrucción. A mediados
del XIX, Pascual Madoz, diputado y ministro liberal, importante hacendista, plasmó en su
famoso diccionario, impreso entre 1846 y 1850, lo que eran, pero también lo que debían ser
los pueblos de España según el ideario del liberalismo. Debían producir, vigorizar todas sus
potencialidades, comerciar y hacer de su población gente instruida. En el artículo sobre
Autol, el diccionario nos informa de que el pueblo tiene ya 2.740 almas, que viven en “500
o 600 casas de regular fábrica, distribuidas en varias
calles, todas pendientes, excepto tres que son de buen
piso”; produce toda clase de frutos y tiene mucha
ganadería, lo que se explica por su extenso término y
por los eriales del Yerga –“muchos y exquisitos pastos”, y mucho vino, pues hay más de 300 bodegas. En
efecto, hay mucho vino, pues no solo hay que surtir al
comercio y el consumo de Arnedo y Calahorra, sino
que con el excedente de uva o vino se elabora aguardiente, en seis fábricas. El de Autol es “muy estimado
en la costa de Cantabria y preferido al de Cataluña y
extranjero”. Se exporta también a Madrid y a las
Provincias Vascongadas. Por eso, hay muchos mulos y
mulas, pues la arriería es una válvula de escape de la
sociedad autoleña en los meses de menor trabajo agrícola.
Fiel a la idea que había dado lugar al lema de Real
Sociedad Riojana de Amigos del País, “prosperarás
El primer conde de Autol, don Joaquín
extrayendo”, el diccionario repara en que puede haber Garralda y Oñate, un título honorífico como
todos los ennoblecimientos decimonónicos,
cobre en Los Agudos, aunque no se “beneficia, ignopero que en este caso tuvo gran trascenrándose la causa”, y que la industria de Autol es condencia para Autol por la personalidad de
siderable. Además de las destilerías, hay fábrica de
don Joaquín.
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La Cooperativa autoleña recuerda al prócer decimonónico, pionero en la lucha por la calidad del Rioja. Los numerosos premios obtenidos por los vinos de la Cooperativa recuerdan que seguimos en la
misma línea.
jabón –vimos que existía ya a mediados del
XVIII- y nada menos que 17 telares de lienzos, todavía. Éstos ocupan a 19 personas y
“consumen” al año 700 arrobas de lino y
cáñamo, que producen 19.710 varas de
ropa. Además, hay algún alpargatero y artesanía del esparto. No es solo una industria
al servicio de los autoleños; esto hubiera
sido el deseo de los ilustrados del XVIII; a
ello, los liberales superponen el estímulo
del comercio, que hace llegar “géneros
coloniales” a Autol, tanto a través de su
Foto de la placa del Conde.
mercado, privilegiado por una merced
regia en 1805, como de los de Calahorra y Arnedo. En cuanto a la educación, el diccionario
da idea de que el punto de partida de Autol va a ser muy bajo… como vimos ya desde 1750,
con aquel único maestro y solo de niños.
Todavía la educación es considerada hoy el fundamento del progreso de las sociedades y
la garantía de su modernidad, pero en el siglo XIX era, además, la única palanca de transformación social. Ya en la Edad Moderna, la Iglesia fue consciente de esta realidad; incluso
en pueblos como Autol, dio becas para estudiantes pobres, o admitió algún legado u obra
pía cuyos réditos se destinaron a la educación cristiana de los niños. La Ilustración hizo que
la preocupación pasara al Estado. Muchos pueblos tuvieron en el siglo XVIII el primer maestro, a veces por medio de la labor de las reales sociedades de amigos del país, otras, por
alguna junta que solían denominar “de caridad”, otras, en fin, por el interés municipal, como
ocurrió en Autol y sabemos por el Catastro de Ensenada, aunque todavía correspondía a los
padres pagar a los maestros casi en todos los pueblos.
En el siglo XIX, el objetivo de que la educación fuera competencia del Estado afloraba en
cada periodo constitucional, en los que, como un símbolo, los ayuntamientos liberales constituían juntas de enseñanza. Así ocurrió en 1820 y definitivamente tras el triunfo de los revolucionarios burgueses entre 1835 y 1837. Es cierto que donde primero se notó fue en las ciudades; así en Logroño hubo muy tempranamente un liceo Espartero, al que siguió el instituto de enseñanza media y, en una fecha muy temprana, una escuela de magisterio (1851), que
120
además formaba también maestras. Estas dos últimas instituciones siguen en pie en la capital riojana. En Autol, como hemos visto, había escuela de niños desde el siglo XVIII al menos,
pero la de niñas tardó en llegar, y aún así, costó muchos años y mucho sacrificio por parte
de maestros y maestras vencer el absentismo, como veremos, propiciado por los propios
padres, que no podían mantener una boca más. Los niños dejan la escuela para ir al campo
(a veces, durante la vendimia o la recogida de la aceituna, la escuela cierra), las niñas sirven
de criadas. La concentración de clérigos en la catedralicia Calahorra era un buen reclamo para
estas pequeñas criadas, que podían acabar siendo amas de curas, una posición muy respetable (aunque no exenta de burlas, y más en La Rioja Baja).
La primera noticia sobre la “educación estatal” en Autol es de 1839, cuando bajo la presidencia del alcalde Laureano Bretón se constituye la junta local de enseñanza primaria, tal y
como ordenaba la ley de 21 de julio de 1838. Con el alcalde, formaban la junta el párroco y
dos próceres locales, D. Manuel Pérez Irujo y el licenciado D. Leonardo Manuel de las Heras.
Unos años después, en 1844, se documenta la vieja escuela, “sita en la basílica de los dolores” (¿). Se formó ese año una “comisión local de instrucción primaria”, compuesta por
Manuel Fernández, alcalde, Laureano Bretón, regidor, José María Calvo, cura, además de don
Florentino González de Barrionuevo y el licenciado D. Leonardo de las Heras. Pero no hay
más datos. Por la información que recogió Pascual Madoz en su célebre diccionario, sabemos que Autol tenía en la década de 1840 “una escuela de primeras letras de tercera clase”,
a la que iban 140 niños, cuyos padres pagaban al maestro 3.300 reales, y una escuela de gramática, dotada con una corta renta y el estipendio por alumno, 5 reales mensuales y una
fanega de trigo, que hacían unos 2.200 reales. Esta escuela de gramática, o cátedra de latinidad, venía siendo, en ausencia de seminario, la forma de aprender los primeros latines en la
carrera de cura, que se hacía luego en dos o tres años en una universidad, a veces en universidades que daban fácilmente el grado, como Oñate, Burgo de Osma, etc. Ése fue generalmente el camino de los muchos curas que salieron de Autol y por eso la “cátedra” estaba
regentada por el cabildo, que era el que contrataba al “catedrático”. En 1816, todavía se anunció la vacante en La Gaceta de Madrid, fijándose el estipendio en 300 ducados (3.300 reales)
y la asistencia, en unos 20 estudiantes. Tener un hijo cura era una buena salida para las familias de los pequeños propietarios autolanos y una forma de arraigar en lo profundo el catolicismo, que desde la irrupción del liberalismo será en España una posición tanto religiosa
como política. La composición del cabildo de 1859 permite constatar que muchos de los
curas de Autol eran hijos de la villa: ahí está José María Calvo, Manuel Bruno Baroja, Pedro
José Oñate, José Patricio Baroja, José Herce, etc, apellidos autoleños de gran resonancia.
Todavía no había escuela de niñas, pero no tardará en llegar. El 19 de enero de 1852 el
alcalde de Autol recibió una carta de la Comisión Superior de instrucción primaria de la provincia en la que se le instaba a “crear una escuela de niñas”. Debería aprontar 2.000 reales
para la maestra, 500 para material y darle habitación. La Comisión deseaba que estos gastos
se incluyeran ya en los presupuestos de 1853. Según la Comisión, “la escasez de maestras
con la instrucción suficiente para dirigir la educación de las niñas ha sido hasta ahora la causa
de que esta Comisión se haya limitado a promover la creación de escuelas en los pueblos
cabezas de partido, procurando entre tanto proporcionar por medio del Seminario de maestras establecido en esta capital la instrucción correspondiente a las jóvenes dedicadas a esta
profesión”. El “Seminario de maestras” era la Escuela Normal de Maestras de Logroño, creada en 1851, una de las primeras de España (las de Zaragoza y Vitoria son de 1856; la de
Burgos, de 1871; la de Madrid, de 1858).
Al año de empezar a funcionar el “Seminario de maestras”, había ya suficientes maestras
como para atender a más pueblos que los cabezas de partido, según decía el presidente de
la Junta provincial, que era el gobernador civil. Los elegidos ese año habían sido, además de
Autol, Aldeanueva, Ausejo, Cenicero, Fuenmayor, Igea, Munilla, Navarrete, Quel y Villoslada.
121
La primera escuela de niñas de Autol
se creó, en efecto, al año siguiente,
en 1853. A ella llegó en septiembre la
primera maestra, doña Rufina
Albornoz, tras haber ganado la plaza
por oposición y haber conseguido la
venia docendi del rector de Zaragoza,
máxima autoridad en todo lo concerniente a la educación en el distrito de
Aragón, Navarra y Rioja. El ayuntamiento pagó a doña Rufina los 2.000
reales y le dio casa; sin embargo, se
negó a que las niñas contribuyeran
con una cuota, tal como hacían los
niños. (Empezamos bien, ¿verdad?).
El 22 de marzo de 1854, la maestra
pidió sus derechos al ayuntamiento,
pero de nuevo se los negó, por lo que
Las niñas son llamadas, no por sus nombres, sino por el de sus
se dirigió a la Comisión Provincial,
padres. A la izquierda de la lista la maestra ha puesto una pº
que sí le hizo caso. La Comisión se
(pagado) para llevar la cuenta de los padres morosos. Costó
dirigió al alcalde en tono agrio el día
mucho conquistar la individualidad.
1 de junio de 1854, advirtiéndole de
que era un derecho de la maestra
cobrar a cada niña, excepto las declaradas pobres. La carta expeditiva de la Comisión
Provincial causó efecto y el 2 de julio, el ayuntamiento y la maestra acordaron el estipendio
que cada niña debía pagar:
Las de primera, que se destinen a toda clase de zurcido, festoneo y bordado, 2 reales.
Las de segunda, que se ejerciten en hacer media, toda clase de punto, esto es sencillo,
doble y rayado y calado, 1, 5 reales.
Y las de tercera y última, 1 real.
Son cantidades que han de pagar cada mes. Después se añade “sin perjuicio de ser instruidas las niñas en la Doctrina Cristiana, lectura y escritura y demás”.
La maestra doña Rufina había salido ganando, pero lo difícil era llevar a la práctica su derecho a cobrar. De las 112 niñas a las que enseñaba, no pagaron 63.
En 1855, el inspector visitó la escuela y dejó por escrito “la dificultad de mantenerse” del
maestro y la maestra “por la carestía de los alimentos”. Daba igual que se obligara a los niños,
pues no podían pagar, así que el ayuntamiento, presidido por el alcalde Lucas Barea, llegó
el 30 de abril de 1856 a un acuerdo con la maestra de niñas, Rufina Albornoz, por el que los
padres se obligaban a darle media fanega de trigo anual por cada niña de cinco a doce años,
vayan o no a la escuela. El drama de la asistencia y la imposibilidad de pagar al maestro fue
una constante durante muchas décadas más. De todas formas, doña Rufina no estuvo mucho
tiempo en Autol. En 1868, ya estaba de maestra en Logroño (Buisine, p. 215).
Así pues, la situación era pésima. Los locales pequeños, escaso el mobiliario, como mucho
unos tablones corridos para que se sentaran algunos niños, las “gradas”. Por eso, conocida
la situación por la Junta Provincial, el gobernador instó el 23 de abril de 1858 al alcalde de
Autol a mejorar las escuelas. El año anterior, en instancia de 21 de abril de 1857, el maestro
Juan Díaz suplicaba que le pusieran un “pasante” pues tenía que atender a 180 niños. El
maestro llevaba sufriendo la situación 22 años, desde que empezara a ejercer como maestro
de Autol en 1835.
122
Educación y Revolución
Un atado de cartas de la Junta de Instrucción local de 1869 a 1874, conservado en el archivo municipal, nos permite conocer muy bien la situación escolar durante ese tiempo de convulsiones políticas, los últimos estallidos revolucionarios antes de llegar al pacto que iba a
traer la Restauración después del fracaso de la Primera República. Ya no se trata solo de problemas materiales, de sueldos bajos y pagados tarde; ahora hay por medio ideas, ilusiones
de cambio político, y todo ello podemos verlo a través del comportamiento de un maestro,
un joven profesor que tiene ideas republicanas y federales, que bebe en las fuentes de Pi y
Margall y que seguramente se ilusionó demasiado al ver destronada y expulsada de España
a Isabel II. Viva España con honra y sin borbones, sí pero…
Sabemos por estos documentos que en Autol había ya en 1869 escuela de niños, de niñas
y también de párvulos, y que se había constituido la junta de enseñanza local como de costumbre. Los problemas eran los de siempre, pero además ahora había uno nuevo: ya no
había unanimidad entre las fuerzas vivas y el magisterio, pues un maestro joven, don
Modesto Ramírez de la Piscina, de ideas republicanas y laicas, había empezado a inquietar a
la conservadora sociedad autoleña. El problema saltó un año antes del destronamiento de
Isabel II, el 20 de mayo de 1867, en que reunida la junta local de enseñanza con el inspector provincial y el alcalde, a la sazón Justo Baroja, el inspector “manifestó la queja producida contra el maestro D. Modesto Ramírez, que consiste en que la conducta de éste es tibia e
indiferente y que deja de asistir a las vísperas los días festivos”. El inspector dio la palabra a
la junta, que dice no haber observado nada anormal en la conducta del maestro, “antes bien,
observa con satisfacción que procura cumplir con sus respectivos deberes profesionales”.
Además, el maestro asiste a misa y a las vísperas con sus discípulos y “su conducta moral y
religiosa es buena”. La junta local ha apoyado al maestro, pues profesionalmente es muy
bueno y trabaja más que nadie por los niños.
Pero en adelante, cada vez serán más frecuentes las denuncias por las ideas políticas y religiosas del maestro y se irán haciendo más evidentes y públicas tras la Revolución de septiembre de 1868. Con todo, en sus escritos, don Modesto hablaba más de escuela que de política. Partidario de la enseñanza gratuita, pidió al ayuntamiento que a condición de elevar un
poco el sueldo de los maestros los niños dejaran de contribuir con media fanega de trigo al
año, como era costumbre, y que era en realidad la causa del absentismo de los más pobres.
En sus numerosos escritos, algunos de airada protesta, fue dejando constancia de su pensamiento progresista en la educación. Así, el día 20 de noviembre de 1869 escribió largamente sobre los problemas de la escolaridad en Autol. Para él, el primero era que “la asistencia
de los niños a la escuela es tan poco continuada que imposibilita al que suscribe adelantar
un paso en el camino de la instrucción a pesar de los mayores esfuerzos empleados con tal
objeto”. Pero señala también “que las causas que influyen para la no asistencia son entre
otras: el abandono de los padres, en unos; el interés material, es decir, el querer que los hijos
les rindan producto ocupándoles en labores impropias de su edad, en otros; y en los más, el
estar adeudando las retribuciones, no solo del año actual, sino que también de los anteriores, sirviéndoles de pretexto el no mandar sus hijos a la escuela en época marcada para el
pago de tan insignificantes cantidades”. Modesto Ramírez de la Piscina, al que pronto veremos involucrado en los alborotos promovidos por los republicanos, tenía la solución y la
expuso: “una de las medidas que mejor conducirían al objeto que todos anhelamos es la de
declarar la enseñanza gratuita de acuerdo con el ayuntamiento y los profesores; y después,
hacer cumplir la ley de 1857 vigente, exigiendo a los padres la multa de 2 a 20 reales”.
El maestro recordaba luego la Constitución, obviamente la nacida de la revolución de septiembre, que obligaba a los padres a enviar a los hijos a la escuela, como también “las órdenes y circulares expedidas por el gobierno de Su Alteza el Regente que tanto se interesa por
la instrucción”. El Regente era Francisco Serrano, el general que con Prim y Topete se había
123
sublevado en septiembre contra la reina y en la batalla de Alcolea había logrado cambiar el
régimen. La carta del maestro, fechada en 20 de noviembre de 1869, debió de sentar muy
mal a los padres, pero el ayuntamiento dictó un bando recordándoles su obligación, mientras el maestro exhibía sus ideas laicas al amparo de la Constitución de 1869, la primera que
permitía la libertad de cultos en España y sin duda la más democrática hasta la republicana.
Al año siguiente, en carta del 1 de abril de 1870, Modesto Ramírez volvía a insistir con la
pluma ante la junta. Esta vez recordaba el decreto del Regente de 23 de febrero de 1870 que
hacía obligatoria la enseñanza de la Constitución en las escuelas, así como la circular de la
Junta Provincial de Enseñanza del día 20 de marzo, recordándolo. Para ello proponía repartir entre los niños y niñas que sabían leer “el opúsculo publicado al efecto por el digno profesor D. Millán Orio”. Pero como era de esperar, los conservadores autoleños reaccionaron:
11 padres, a los que don Modesto citaba al margen, se habían negado a que sus hijos leyeran la Constitución. Para el maestro era terrible y, con prosa vehemente, lo expuso al presidente de la junta, el alcalde: “como V. I. no ignorará, son los deberes y derechos que tiene
todo ciudadano y cuya carencia ha sido causa y puede seguir siendo de que los españoles
toleren y sufran resignadamente las cadenas de la esclavitud y el despotismo, que rotas en
mil pedazos en el puente de Alcolea y evaporadas por el calor de la libertad, desaparecieron
de nuestra querida patria el día 6 de julio de 1869 al tiempo de promulgar solemnemente la
Constitución que nos rige”. Palabras encendidas y patrióticas que se repiten cada vez que en
España se conquistan parcelas de libertad… Modesto Ramírez insistía después en sus habituales argumentos dibujando, una vez más, la triste situación: “los niños pululan por las calles
y plazas sin ocupación de ningún género”; muchos “jamás han asistido a la escuela”, etc.
Eran tiempos difíciles políticamente, también para los sufridos maestros de Autol. Además
de Modesto Ramírez, ejercían en el pueblo José María Fernández, Aniceto Hernáez (de párvulos) y Epifania Garayoa, que no compartían precisamente las ideas de Modesto. Los tres
recibieron el 11 de junio de 1870 el Boletín Oficial de la provincia en el que venía la obligación de enseñar la Constitución; sin embargo, callaron.
El 14 de septiembre de 1870, Modesto Ramírez volvía a la carga, esta vez dolido porque
los padres habían empezado a reaccionar contra él. El maestro tuvo que defender su “dignidad como hombre”, apeló a su conciencia y a su honor, y denunció que los padres: “atribuyen públicamente al que suscribe las faltas que son propias de su egoísmo o de su indiferencia”. Recordaba que en el pueblo había habido entre 130 y 160 niños en la escuela, mientras “en la actualidad fluctúa la matrícula entre 50 y 60, de los cuales acuden por término
medio 30, la mayor parte sin libros, sin papel y sin nada, pues de cuatro partes del año, tres
los tienen ocupados en las faenas agrícolas”. El escrito lo remitía a la Junta local y también
a la junta provincial, que el 24 de septiembre de 1870 ya había dado la razón al maestro y
solicitado apoyo de todos para cumplir las leyes en Autol.
Pero la Junta local seguía irritada con el maestro y algunos vocales se hacían eco de las
críticas contra él (por supuesto, el párroco). De nuevo, el 5 de octubre de 1870, don Modesto
cogió la pluma para defenderse y empezó recordando las obligaciones de la propia Junta, la
primera, cumplir las leyes; luego se defendió de las críticas por asuntos religiosos; y eso que
todavía no se había promulgado el decreto más laico en la enseñanza en España hasta el
momento: el de 14 de octubre de 1870, por el que “se dispensa a los maestros de dar la enseñanza de religión, moral e historia sagrada, a los niños cuyos padres lo soliciten”. A partir de
ese día, el maestro tendrá ya la ley de su parte y lo hará notar.
El 6 de marzo de 1871 se constituía la Junta de nuevo, seguramente tras las elecciones en
Autol, de lo que no hay documentación local. Sabemos solo que se plantea un acuerdo sobre
salarios de los maestros tras las declaraciones ante la Junta de don Modesto y doña Epifania,
que ratifican que la causa del absentismo es la media fanega que han de pagar los padres.
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La Junta acuerda que el ayuntamiento les pague una tercera parte más del sueldo, que significa: a Modesto 275 pesetas, y a Epifania 183. Los maestros aceptan. Pero el 12 de marzo
de 1872 se produce un hecho bastante insólito: el alcalde, Vicente López, toma la decisión
de aumentar el salario “solo en el caso de que sea constante la asistencia a cada escuela por
lo menos de 86 niños”, teniendo en cuenta, prosigue el alcalde, “que si fuese menor la asistencia se les ha de rebajar lo que a prorrata corresponda”.
Las cosas no pasan a mayores y la corporación aprueba el salario de los maestros, lo que
comunica a la Junta en 27 de marzo de 1872: Modesto recibirá 1.016 reales anuales y la maestra Epifania Garayoa 816 reales. La maestra había pedido 100 reales más, pero el ayuntamiento no lo acepta. Todavía pasarán muchos años antes de que los salarios de maestros y
maestras se equiparen.
Las convulsiones políticas no cesan en el Sexenio. Hay libertad de cultos, escuela laica, un
nuevo monarca no Borbón, constitucional, Amadeo de Saboya, que no logra poner paz en
la “jaula de locos” que, según sus palabras, era España entonces. Como siempre, en la jaula
de locos estaba enredando el clero, que no podía tolerar el laicismo y la llegada a España de
protestantes a adoctrinar, que como ya vimos en Pradejón histórico, hicieron de este pueblo
vecino la capital del protestantismo en el norte de España (tuvieron escuela, iglesia y cementerio separado, que aún conservan). Veremos luego que los protestantes pradejoneros, ya en
el siglo XX, vinieron a menudo a Autol a captar prosélitos, lo que provocaba reacciones furibundas del clero local católico.
En Autol, el problema era sólo el laicismo y la figura laica por excelencia, el maestro don
Modesto Ramírez de la Piscina, denunciado de nuevo el 24 de abril de 1872 ante la Junta
local de enseñanza, esta vez por no asistir a misa con los niños. Llamado ante la Junta, declaró “que si no había dado cumplimiento a la orden de la Junta era por considerar que como
la Constitución establece la libertad de cultos no tenía semejante obligación, pues ya desde
entonces todo ciudadano quedaba libre de observar o no prácticas religiosas”. Con esta
declaración, el maestro alteró al alcalde presidente que, “con asentimiento de los demás
señores de la Junta, le advirtió que si en cualquier ciudadano residía la indicada libertad, en
el maestro no”. La ley era solo la ley y el alcalde, el que mandaba. Pero este alcalde era listo,
pues quería ampararse en la ley para negar al maestro sus derechos, sólo que se remitía a la
ley que hacía obligatoria la enseñanza religiosa …¡de 1864!
El maestro dijo que obedecería mientras afilaba ya la pluma para recurrir a la Junta provincial. Pero entretanto, el proceso revolucionario continuaba y se dejaba notar también en
Autol. El 2 de diciembre de 1872, el alcalde comunicaba al gobernador civil los “sucesos”
ocurridos días antes en el pueblo, un motín popular contra la monarquía, del que don
Modesto había sido uno de sus cabecillas como líder del movimiento republicano federal. El
alcalde lo denunciaba por tomar parte “en la agitación que en días pasados ha reinado en el
pueblo por causa de los federales intransigentes”. Don Modesto –seguía diciendo- “ha sido
uno de los que más ha tomado parte en los sucesos, siendo hoy en día secretario del Comité
federal”.
Por ello, la corporación se dirigía a la Junta de enseñanza “a fin de que se sirva manifestar si con motivo de tales sucesos ha faltado el referido maestro al cumplimiento de sus deberes profesionales”. De todo ello se informó también al gobernador, que el día 5 se remitía a
la Junta pidiendo información sobre el maestro. Seguramente, el maestro estaba a punto de
sufrir un serio correctivo, pero… Amadeo de Saboya abdicó, se refugió en la embajada de
Italia y luego salió de España. Llegaba así la Primera República, proclamada el 11 de febrero de 1873, que seguramente significó para don Modesto el día más feliz de su vida. Sin
embargo, unos días antes de la República, el 31 de enero, la Junta de enseñanza de Autol
recibía carta del presidente de la Junta provincial, don Ezequiel Sorzano, que se pronuncia125
ba sobre nuestro maestro y, paternalmente, le daba algunos consejos (claramente amenazantes).
El documento no tiene desperdicio, así que lo transcribimos íntegro.
“Esta Junta se ha enterado con el mayor sentimiento de una queja proferida contra Vd., en
la cual se manifiesta que desde hace más de dos años se dedica Vd. con toda asiduidad a
difundir determinadas ideas políticas desatendiendo lastimosamente el cumplimiento de su
deber; que con este motivo los padres de familia se retraen de mandar sus hijos a la escuela y que a las personas honradas de esa villa les preocupan y alarman los comentarios que
públicamente se hacen acerca de las relaciones que se supone sostiene Vd. con individuos
de ésa y otras localidades cuyos antecedentes repugnan a todo hombre de bien.
La Corporación de mi presidencia, que así como está dispuesta a hacer respetar los derechos de los maestros está igualmente decidida a obligar a los profesores al exacto cumplimiento de los deberes que su delicado cargo les impone, no ha podido oír con indiferencia
la relación de los hechos que a Vd. le imputan; y deseando evitar a Vd. las funestas consecuencias que podría traerle el olvido de la alta misión que está llamado a realizar en ese pueblo, y ávida, por otra parte, de que sean eficaces y produzcan sus naturales frutos los sacrificios que las autoridades de esa localidad vienen haciendo a favor de la enseñanza, ha acordado hacer a Vd. las prevenciones siguientes:
1º. Que procure Vd. tener en cuenta que si bien el maestro de primera enseñanza por su
carácter de ciudadano es libre para sostener las doctrinas políticas que su razón le dicte como
mejores y más aplicables al régimen y gobernación del estado, no debe olvidar jamás que
por razón de su cargo es un funcionario público y que, por tanto, está muy obligado a respetar a las autoridades constituidas y a inculcar en los tiernos corazones de sus discípulos
este mismo sentimiento moral sancionado por la Religión y por las leyes civiles.
2º. Que en lo sucesivo ponga Vd. un decidido empeño en cumplir fiel y exactamente con
las obligaciones que su cargo le impone ocupando especialmente su atención en el progresivo desarrollo de la educación y enseñanza de los niños que le están encomendados, y supeditando a esta idea toda otra que de alguna manera pudiera distraerle del principal objeto
que en esa villa le incumbe a Vd. llevar.
Y 3º. Que no perdiendo Vd. jamás de vista la obligación también con los vecinos todos del
pueblo, procure relacionarse con personas de acreditada probidad, evitando todo consorcio
con individuos cuyos antecedentes puedan hacer que Vd. desmerezca en el concepto público, pues es bien notorio que, si todo ciudadano está obligado a ser hombre de bien, el maestro de escuela pública no sólo debe serlo sino también parecerlo ante la Sociedad, y Vd. debe
saber perfectamente cuanto influye en el buen nombre de un individuo las cualidades más
o menos morales de aquellos con quienes habitualmente se acompaña.
La Junta (Provincial de Enseñanza) espera que, reconociendo Vd. el buen deseo que la
anima al hacerle estas prevenciones, procurará que le sirvan de saludable consejo, y evitará
con su conducta ulterior, la reproducción de quejas que solo traen en pos de sí la ruptura de
las buenas relaciones que deben existir entre las autoridades y los maestros, y como consecuencia el descrédito de los profesores y la sensible pérdida de la educación y la enseñanza”.
Lo firma el presidente de la Junta provincial, el 31 de enero de 1873, 10 días antes de la
proclamación de la Primera República. Probablemente, don Modesto se hizo ilusiones y festejó la llegada del nuevo Régimen, pero en Autol no habían cambiado las cosas dos meses
después. El día 6 de abril de 1873, el alcalde volvía a reconvenir al maestro a través de la
Junta, que es la que le comunica lo siguiente:
“Esta Junta viene observando con disgusto y extrañeza que no asiste Vd. con los niños a
la misa conventual los días festivos y a las procesiones y demás prácticas religiosas como
anteriormente acostumbraba. Que con disgusto porque siendo este pueblo católico en su
126
totalidad, no ve la Junta que por los niños dirigidos por su maestro se haga público alarde
de los sentimientos religiosos. La Junta confía del sano criterio de Vd. que en lo sucesivo,
conociendo los deseos de esta corporación, que son los de todo el vecindario, nada la ha de
dejar (ilegible) sobre el particular”.
Había República, sí, pero el alcalde decía que los autoleños eran católicos “en su totalidad”. El alcalde durante la República fue Nicolás Bretón, del que no conocemos sus ideas
salvo por lo que manifestó al maestro en el documento anterior. Una nueva Junta de enseñanza se constituyó el 16 de febrero de 1874, después de la caída de la República por el
golpe de estado del general Pavía, en enero. El experimento republicano apenas había durado un año, así que en cuanto pudo el conservadurismo autoleño volvió a cargar contra el
maestro, al que la Junta le recordaba el 5 de abril de 1874 que su asistencia a misa era obligatoria. Poco después las ilusiones de don Modesto quedaron truncadas para mucho tiempo,
pues en diciembre de 1874 el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto –con el
acuerdo tácito de Sagasta, el gran zorro riojano de Torrecilla, que presidía el gobierno- a favor
de la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, que iba a ser rey “por la Gracia
de Dios”. Comenzaba la Restauración, un régimen constitucional, con elecciones y partidos,
fuertemente centralizado y católico.
Don Modesto pudo seguir siendo republicano –y en Autol habrá concejales republicanos
en adelante-, pero debió acatar las órdenes de la nueva Junta local, constituida el día 9 de
mayo de 1875 y presidida por el alcalde Pedro Cordón González. Entre sus miembros volvía
a estar el párroco. Lo primero que hizo la nueva Junta fue leer la circular de la Junta provincial en la que se declaraba obligatoria la enseñanza de la religión cristiana y que “los
maestros den buen ejemplo en todo y acompañen a los niños a las funciones religiosas”.
Obviamente, la Junta acordó enviar la circular a D. Modesto, que sólo pudo ya obedecer.
En 1878, don Modesto Ramírez de la Piscina hacía inventario de su escuela. Presidía el aula
el retrato de Su Majestad el Rey. Había también un reloj, un termómetro de mercurio, y colgadas en la pared “dos oraciones de entrada y salida en la escuela”. Entre los libros destacaban “las tres primeras series de Historia Sagrada puestas en sus armarios correspondientes”. Pronto habrá también una imagen de la Inmaculada. Con todo, en algo ganó don
Modesto, pues en 1882 el alcalde se decidió por fin a multar a más de cuarenta padres por
no llevar a sus hijos a la escuela, aunque la lista que ha quedado se hizo precisamente porque no habían pagado la multa.
Revolución y Restauración
Apenas tenemos documentación local sobre los grandes procesos que sobrevienen al triunfo de la Constitución de 1837, precisamente el momento en que nuestro pueblo tiene un político de altura en Madrid, más conocido por su obra literaria que por su actividad política, y
que sin embargo fue muy importante, siempre a las órdenes del líder del progresismo, don
Salustiano de Olózaga. Es obvio que nos referimos a don Manuel Bretón de los Herreros, que
nació en Quel, pero cuyos antecedentes a través de los abuelos maternos son autoleños.
Bretón de los Herreros participó en numerosos procesos electorales, aunque tuvo siempre
que dejar pasar por delante a los líderes políticos, a cuya sombra pudo hacer fortuna en
Madrid. Pues bien, ésa es la época en que se consolida la pequeña burguesía agraria y se
produce en los pueblos alguna especialización industrial, que en Quel y Autol pasa por la
producción vinícola y la destilación del excedente que no podía venderse como vino, dando
lugar al aguardiente, un negocio del que participó la familia de Bretón. Este producto venía
produciendo grandes beneficios desde el siglo XVIII, ya que se conservaba y se transportaba sin los riesgos que presentaba el vino, pues no se conocía todavía ningún método para
estabilizarlo. Autol sorprende desde el siglo XVIII por ser gran productor de vino, lo que con127
tinuó siendo en los siglos XIX y XX, llegando a crear un mercado que superaba el marco
local –especialmente Calahorra, tierra sin vino- y a comercializar caldos en la vecina Navarra.
Todavía en el siglo XX continuó esa tradición. Sin embargo, la tradición de los tejedores, los
alpargateros y los esparteros, que todavía figuraba en el diccionario de Madoz, había entrado en regresión en la segunda mitad del XIX, probablemente porque otros pueblos de la
comarca se habían especializado en este sector, sobre todo Cervera. La primera estadística
moderna de Autol, la recogida en el Nomenclátor de la Provincia, publicado por la Dirección
General de Estadística, en 1866, nos permite imaginar la situación socio-económica de Autol
en esa época:
Habitantes, 2.639
Fábricas de aguardiente, 12
Molinos harineros, 3
Molinos de aceite, 3
Colmenares, 16
Neveras, 1
Casas de un piso, 50
Casas de dos pisos, 129
Casas de tres pisos, 369
Casas de más de tres pisos, 96
Bodegas-cuevas para guardar vino, 376
Corrales, 266
Pajares, 262
Casas de campo, 1
Casas de huertas, 14
Albergues, 43.
Esta estructura agraria con un mínimo complemento industrial fue el soporte de una clase
social destinada a dirigir la historia de Autol durante muchas décadas, quizás hasta años después de la Guerra Civil. La pequeña burguesía agraria autolana tuvo que controlar el proceso, pero no lo hizo de mano de la conjunción oligarquía y caciquismo. Es mucho más complejo, pues lograron una constitución que permitió hacer política, aunque obviamente esa
política iba a ser la que a ellos les interesaba. Pero, a mediados del siglo XIX, esa burguesía
rural ya se había dividido en liberales y conservadores –y pronto aparecerían los republicanos y aun los carlistas-, adoptando diferentes nombres y estrategias en función de los partidos y, sobre todo, de sus líderes. En La Rioja, tierra donde cuajó el liberalismo precisamente por ser la frontera contra el carlismo navarro y vasco, el liberalismo tuvo un enorme arraigo en pueblos como Autol. Primero Espartero, luego Olózaga, y después Sagasta fueron para
los riojanos personajes cercanos, pero además jefes de sus partidos y ministros o presidentes
que necesitaban los votos de sus feudos provinciales, donde tenían a sus parciales y valedores. Obviamente éstos conformaban las oligarquías locales y lograban una enorme estabilidad a pesar de los cambios revolucionarios. Por eso, pasadas las convulsiones de la
“Gloriosa” de 1868 y de la Primera República de 1873, estaban en las mejores condiciones
para aceptar lo que hemos llamado Restauración. Conviene insistir en que, a pesar de la mala
fama que tiene este largo periodo y la clase dirigente, ésta logró consolidar un régimen constitucional, con elecciones censitarias, derechos reconocidos y, en el ámbito rural, con una
gran estabilidad política que contribuyó a lograr un cierto desarrollo material y moral.
Persistieron los problemas de la distribución de la tierra, del jornalerismo y del hambre, del
peso de la Iglesia amparada en el analfabetismo generalizado, pero esa pequeña burguesía
que permitía el turnismo entre Cánovas y Sagasta y hacía de colchón entre opuestos, fue un
grupo humano coherente y que en muchos casos dotó a sus pueblos desde los ayuntamientos de unas directrices nítidamente dirigidas al progreso material y moral.
128
En Autol, la sola contemplación de una relación de contribuyentes para elaborar el censo
electoral permite imaginar la composición social del pueblo. La primera que tenemos es de
1883. Por ella sabemos que al menos un centenar de cabezas de familia contribuyen y por
tanto son electores. Entre ellos destacan ya algunos que pagan más de 100 pesetas, como
Manuel Fernández Sáez Inestrillas, o Miguel Martínez Moreno, o Santiago Calvo Arnedo; pero
hay ricos propietarios que pagan 300 pesetas como Juan Martínez Villoslada, 225 como
Manuel María Cuevas y hasta 500 y 600 como Antolín Sáez Inestrillas o Claudio Herreros
Jiménez. Son ricos propietarios agrarios que viven en las calles del Cristo, Vallejo, Horno o
Cerro Santiago, Carasol, Puente, Puerta Somera, Muela, Rosal, Heras, Juanes, Horcerías,
Escuadra o Iglesia. Son decenas de familias que tienen un buen pasar. Por citar algunos de
conocidos apellidos autolanos, figuran en las listas León Calvo Benito, con 208 pesetas;
Ruperto Hernández Pascual, con 106; Juan Herce Moreno, con 113; Pedro Cillero Ramírez,
con 129, o Domingo Calleja Puerta, con 343; Manuel Calvo Vergara, con 106; Santos Arnedo
Hernández, con 151; José Lasanta Bona, con 221; Mateo López de Baró, con 446 o Juan
Manuel López de Murillas, con 124.
Ésas son las familias que constituyen los ayuntamientos, que son alcaldes y concejales a lo
largo de las siguientes décadas, incluso durante la República y hasta en el franquismo. Esa
burguesía agraria que siempre intentó redondear el patrimonio a base de matrimonios ventajosos entre sus miembros, o que cuando pudo mandó a estudiar a un hijo -al menos que
se hiciera maestro-, fueran liberales o conservadores, o luego republicanos, socialistas o
falangistas, dio siempre el tono de armonía social en conjunción con la Iglesia. A los más
conspicuos de ellos, en unión del médico, el boticario, el practicante o el sargento de la
Guardia Civil, se les llamó “fuerzas vivas”. Debían aparentar ser ricos, más de lo que lo eran,
pues al fin y al cabo dependían del cielo, de las cosechas y de las fluctuaciones del mercado; también de los peones que debían emplear. No eran rentistas, desde luego.
En 1883 uno de ellos, don Domingo Cuevas, era el alcalde; con él, hombres como Manuel
y Cipriano Herreros, Mateo López de Baró, Manuel Calvo, Manuel Fuertes o Pedro Miranda
formaban el ayuntamiento. Todos se habían sometido a la pertinente elección tal y como preveía la Constitución y la ley electoral, pero esta ley electoral tenía un artículo (que no es el
33 sino el 29), por el que si había los mismos candidatos que puestos de concejales a ocupar, se evitaba la votación. Esto sucedió con mucha frecuencia. Los propietarios ricos decidían antes quién de ellos se presentaba o continuaba, exponían su decisión para que todo
el pueblo lo supiera, y así evitaban que se presentara cualquier otra lista. Hay historiadores
que critican este sistema por antidemocrático, pero es que ellos nunca pretendieron ser
demócratas. Era una manera de evitar violencias y provocaciones, pues en muchos sitios a la
jornada electoral le llamaban “el día de los bastones” a causa de que los ricos salían de casa
con un bastón, que a veces era también un arma ofensiva, incluso podía hacer de martillo
para destruir la urna. La idea de la paz social que podía lograrse si no había elecciones fue
acostumbrando a los pueblos; sin embargo, la Constitución se mantuvo hasta 1923 en que,
bajo la dictadura de Primo de Rivera, ya no hubo ni elecciones ni partidos políticos. Y la ley
electoral fue la que rigió durante las elecciones de 1931, las que trajeron la República.
La Restauración provocó al principio una gran estabilidad en Autol. Basta con ver los libros
de actas, los que recogen los acuerdos de las juntas municipales (Hacienda, Fomento,
Enseñanza, Sanidad) y los de cuentas para comprender que ese régimen produjo una concienciación de los pequeños propietarios agrarios en cuanto a que tocaba hacer bien las
cosas. El primer presupuesto que ha quedado de la villa de Autol es de 1888. Por ley, gastos e ingresos tenían que ser la misma cantidad, no se aceptaba el déficit. Con 39.252 pesetas el pueblo de Autol tenía que hacer frente a los gastos del ayuntamiento (6.357), a la policía (2.505), a la “corrección pública” (777), y a otros gastos diversos, pero de todos ellos
sobresalía la “instrucción pública” con 4.320 pesetas, junto con los salarios de médico, prac129
ticante, comadrona, farmacéutico y veterinario. En definitiva, el régimen de la Restauración
que tantos dramas atravesó –sobre todo tras la crisis del 98-, produjo en pueblos como Autol
una sensación de progreso y estabilidad que, sin embargo, se demostraría finalmente falsa,
pues todos los historiadores estamos de acuerdo en que la Restauración no pudo resolver el
gran problema social que atenazaba a España desde lo que se ha venido en llamar “revolución burguesa inacabada”. Es evidente que la burguesía revolucionaria aspiró a mejorar su
clase, no la antagónica, es decir, el proletariado; sin embargo, a fines del siglo XIX, los países modernos europeos ya habían comprendido el utilitarismo, o el pragmatismo de una idea
que acabaría por triunfar: es beneficioso para el patrón mejorar las condiciones en que desarrolla su trabajo el obrero. Desgraciadamente, esto en España hace muy poco que se ha
empezado a comprender.
El 1 de noviembre de 1884, el alcalde Pedro Miranda debía iniciar los trámites para realizar el presupuesto para el año siguiente tal y como se ordenaba por ley. Las partidas eran
fijas, pero ese año se debatía un problema: una previsible epidemia de cólera, que sería la
tercera en el siglo XIX. Ésta no sería tan dura en Autol como la de 1835 –que causó 230 muertos, un 10% de la población-, o la de 1855, con 122 víctimas mortales y que fue recordada
en el viejo cementerio por una inscripción que decía: “Ciento veintidós personas, tres ministros de Altar, difuntos en veinte días, A Dios por ellos rogad”.
En 1885, el alcalde, sin embargo, pensó que el cólera no llegaría a Autol y, por tanto, ordenó “que eliminen las partidas que conceptúen innecesarias por ahora mediante a que han
desaparecido los temores que reinaban sobre el cólera”. En realidad, el alcalde estaba presionado por el pueblo y quería aminorar en lo posible el importe del repartimiento, “y de
ese modo no será tan sensible el pago por los contribuyentes”. Pero desde hacía años la preocupación por la sanidad era un hecho y el alcalde incluyó 4.000 pesetas de gastos de enfermería municipal, otras 4.000 de imprevistos y 2.500 “para el ensanche del cementerio”. El
asunto de los camposantos, como la Iglesia quiso llamar a los cementerios, ya no era objeto
de polémica, pero lo había sido hasta poco tiempo atrás. La Iglesia se negaba a dar sepultura fuera de los templos; accedió a malcumplir la orden de Carlos III de 1787 y puso junto a
los muros de la iglesia el cementerio, pero cuando hubo que cumplir las leyes de sanidad
del siglo XIX y llevar los cementerios extramuros de las ciudades, a parajes altos y bien ventilados, muchos eclesiásticos volvieron a alzarse con el santo Cristo y a escandalizar a sus fieles, pues debían recordar que al final de los tiempos hemos de resucitar en los mismos cuerpos que tuvimos, y que por tanto, el cuerpo es sagrado. Madoz, por eso, ya reparaba en que
el cementerio de Autol era “higiénico”.
Al final llegó también el cólera de 1885 a Autol. Fue medio año después. El primer caso es
del 28 de septiembre y el último de 22 de octubre. 62 autolanos pasaron la epidemia, de los
que murieron 14. Autol no fue uno de los pueblos más castigados. Por ejemplo, Aldeanueva,
con prácticamente la misma población que Autol, perdió 49 personas y fueron afectadas 345.
En Rincón de Soto, con 1.000 habitantes menos, los muertos fueron 98, en Alfaro, 293, y en
Calahorra, 130.
La situación económica del pueblo se agravó, con lo que la deuda crecía año tras año. En
1889, el alcalde Cipriano Herreros concitó una reunión extraordinaria para buscar la forma
de cubrir el déficit y ya no quedaba más que el cargo directo sobre los productos de la próxima cosecha, trigo, cebada, centeno, avena y aceite. No se permitía por ley gravar la producción, sin embargo el ayuntamiento se arriesgó a solicitarlo al gobernador civil, aun a
sabiendas de que no lo permitiría. Por eso, en junio de 1889, la corporación propone gravar
la caza –“ánades, perdices, gallinas, gamos, patos, gallos, liebres y conejos”-, los huevos, los
quesos, la leche, la leña, las algarrobas y hasta la hierba para el ganado. El presupuesto de
ingresos de ese año era de 30.187 pesetas, bastante menos que los de años anteriores, y además los gastos suponían casi 37.000. El capítulo de instrucción pública permanecía igual,
130
mientras disminuía el de beneficencia y aumentaba
el
de
“corrección
pública”. Todo se
robaba en el
campo, y guardas
y serenos municipales multaban a
los
vecinos
pobres, a los que
en último término se les llegaba
a embargar incluso los aperos de labranza. La situación era tal que el ayuntamiento decide
comunicar al ministro de la Gobernación la dificultad de cobrar a los vecinos, pues el pueblo es “esencialmente agrícola” y no tiene los recursos “de los pueblos industriales o de los
grandes centros de población y movimiento mercantil”.
Pero la necesidad aguza el ingenio y en Autol no faltaba ni una ni otro, así que el ayuntamiento sacaba dinero incluso del estiércol de los caminos y las calles. Como si de cualquier
otro servicio municipal se tratara, la corporación publicaba la oferta y, convocados los licitadores, procedía a la subasta. El que ganara, es decir, el que más dinero ofreciera, debería
“recoger el fiemo a mano, y sólo podrá barrerse con escoba de mijo, sin que se permita hacer
uso de ganchos ni de otros instrumentos que puedan deteriorar los caminos”. El pliego de
condiciones señalaba los límites del término y las calles donde debía recogerse el fiemo, así
como la cantidad mínima por la que empezaba la subasta, que era de 200 pesetas. En efecto, el acto público se celebró el 29 de diciembre de 1901, ante la presencia del alcalde
Eugenio García del Moral y de algunos concejales que le acompañaban como Pedro Cillero,
Pedro Herreros, José Abad, etc. Concurrieron Ignacio Hernández Lasanta, que ofreció 200
pesetas, Pedro Cordón Benito, 216; y Raimundo Pérez Cuevas, 217. Este último firmó luego
el contrato, obligándose a pagar en cuatro veces la citada cantidad. Lo mismo se hacía con
el matadero, con un mínimo de 1.000 pesetas, con el yeso y la cal de las canteras de la jurisdicción, con 400 pesetas; el de pesos y medidas, y con los puestos públicos de venta de alimentos diversos que se gravaban también con la conocida “tarifa”.
La Restauración produjo una cierta estabilidad política, aunque fue quizás muy desigual en
los pueblos, pero también fue el periodo en que se consolidó un catolicismo militante, muy
activo políticamente y con aspiraciones monopolísticas en los pueblos, que explica en parte
la trayectoria posterior de pueblos como Autol. En nuestro pueblo, hubo siempre una gran
proporción de clérigos y frailes. Todavía en 1859, cuando ya se había producido la gran disminución del clero –al dejar de cobrar diezmos-, Autol tenía un cabildo compuesto por 12
sacerdotes, mientras el pueblo había dado 4 frailes, dos benedictinos y dos carmelitas. No es
extraño que haya siempre una gran movilización y que el pueblo acoja frecuentemente las
“Misiones”, o diversas instituciones eclesiásticas como el “Apostolado de la Oración” o la
“Preceptoría de Latinidad”. Esta última, herencia de aquella cátedra de Latinidad, fue creada
en 1886 por el obispo de Calahorra Antonio María Cascajares y regentada por Juan Peñalva
y Varea, un sacerdote hijo del pueblo, que enseñaba a 13 jovencitos, sin duda orientados
hacia el sacerdocio, ahora con más seguridad pues el seminario de Logroño –creado en el
antiguo colegio de los jesuitas expulsos- conocía estos años una gran afluencia. Dos años
después, el obispo Cascajares bendecía el “Apostolado de la Oración” de Autol, dirigido por
el cura José Celorrio. Lo primero que había hecho esta entidad era una novena al Corazón
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de Jesús, en cuyo acto final comulgaron más de 500 personas.
Esta manifestación de piedad había sucedido en enero de 1888, pero en junio lo que ocurría era un imponderable, un efecto de la naturaleza, que sin duda, fue aprovechado por la
Iglesia para mover a los corazones. Dos rayos destruyeron el chapitel de la torre de la parroquial y uno de ellos, además, entró en el templo incendiando el altar mayor.
Afortunadamente, “un arriesgado joven lo apagó en el acto” –decía un periódico de
Calahorra-, mientras, como si fuera un milagro, el rayo pasó entre los hombres congregados
para apagar el incendio que había provocado el primero sin tocar a nadie. Obviamente, hubo
días después toda clase de actos recordando la intercesión divina, que el periódico “La Rioja
Católica” divulgaba.
Unos años después, en 1892, la iglesia local tocó de nuevo un tema predilecto: la acción
social. Por esas fechas se divulgó por la diócesis la Conferencia de San Vicente de Paúl, una
institución que había sido fundada en París en 1833 con el objetivo de ayudar a los pobres.
En su origen, debía ser una organización de laicos, pero en España, la Iglesia nunca ha visto
bien las organizaciones autónomas –ni siquiera las cofradías-, así que las parroquias la orientaron. En Autol, se constituyeron en agosto de 1892, bajo la presidencia de Plácido Jalón y
del cura Barilonga, con un socio de gran influencia, Galo López de Baró, que era diputado
y fue alcalde y concejal hasta su muerte en 1913. Varios socios pidieron limosna por las calles
y todo parecía ir bien, pero en febrero de 1893, el párroco Peñalva tenía que “aclarar algunas dudas que acerca de ella (de la Conferencia) existen en el vulgo”. Al parecer, había
muchos actos religiosos, misas y sermones, pero era menos visible la acción con los pobres.
En julio de 1893, los socios sorprendieron a todo el pueblo, pues durante la fiesta de San
Vicente de Paúl estrenaron “un precioso armonium que se ha traído de Paris con las limosnas recogidas al objeto”. Unos meses después, el 16 de diciembre de 1893, La Rioja Católica
publicaba un sueltito que decía: “El domingo celebró la Conferencia de San Vicente de Paúl
de Autol, con la solemnidad de costumbre, la Junta general correspondiente a la Inmaculada
Concepción. También se trata de fundar en dicho pueblo un Círculo Católico de Obreros.
Adelante y no desfallecer”. Como es evidente, la Iglesia estaba en guardia y muy activa, y
quizás muchos pensaban que los pobres eran una disculpa. Todavía en plena República, en
1934, veremos al párroco crear un Sindicato Católico de Obreros, que se opondrá a la UGT
local.
La Conferencia tuvo altibajos en Autol durante los años posteriores. En 1913 se organizó
una Conferencia de Señoras. En general, la caridad católica tuvo diversas formas y fue más
o menos activa en función del interés de los dirigentes o del celo de los párrocos, o de la
orientación que en cada época querían dar a su ministerio. Con todo, nunca faltó un acto de
gran tradición en el mundo rural: las Misiones. Nadie ha narrado como el padre Calatayud,
a mediados del XVIII, el ambiente que creaban los misioneros en los pueblos. Para ellos, era
de recogimiento y vivencia cristiana, pero lo cierto es que producían todo tipo de emociones, incluido el pánico. Resumiremos el relato que hizo el cura Luis Cillero, en el Boletín del
Obispado, de la misión que hubo en Autol en febrero de 1901 y que duró 19 días:
Dos padres “hacen la entrada” a las 6,30 de la tarde del día 16 y al poco, todo el pueblo
está en la iglesia. Empieza la Misión. “Ocupó la sagrada cátedra el padre Ramón y, con el
sermón inaugural, arrebató al auditorio”. “Movieron a los jóvenes de tal modo que no ha quedado uno sin acercarse al sacramento de la Penitencia, robusteciéndose después con el Pan
Eucarístico”. Los dos padres “supieron tocar desde un principio la fibra más delicada del corazón de estos mis paisanos y feligreses, cual es la devoción que todos profesamos a la Virgen
Santísima de Nieva”, por lo que los jóvenes le regalaron un manto nuevo, mientras los dos
padres “consagraron a la Santísima Virgen a los hijos todos de este pueblo”. A lo largo de la
Misión hubo “tres comuniones generales”. El relator casi puede asegurar que no ha quedado
ni uno solo sin comulgar.
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El cuadro del pueblo no quedaría completo sin colocar a lo lejos una pareja de hombres
armados, gruesos capotes azul oscuro –luego fueron verdes- bajo un tricornio acharolado, a
veces a caballo, otras a pie: es la Guardia Civil. El Benemérito Cuerpo, creado en 1844 por
el duque de Ahumada, su primer Director, fue una respuesta del gobierno moderado de
Narváez contra la delincuencia en el mundo rural. Su implantación fue progresiva y no llegó
a Autol hasta después de 1886. El 14 de mayo de ese año, los autoleños conocían que el
comandante jefe de la Guardia Civil de la Provincia había pedido al ministro de la
Gobernación que concediera un puesto en Autol con seis efectivos, previa petición de la corporación de Autol, que quedaba satisfecha, pues “a no dudarlo cooperará en lo posible a fin
de conseguir la tranquilidad y reposo de este vecindario”.
Pero nada más conocer la buena noticia, el ayuntamiento comenzó con las quejas. El alcalde dijo que “la situación municipal es apuradísima por la carencia de recursos con que poder
sobrellevar ciertas cargas debido en su mayor parte a la pérdida de cosechas de algunos años
y muy particularmente de este último”. Sin embargo, ante “asunto tan vital olvidan cuantas
pérdidas hayan podido experimentar y se encuentran dispuestos a facilitar a los seis individuos de la guardia civil y su jefe, la casa cuartel y asistencia facultativa gratuita”. Era, decía
el alcalde, un “pequeño sacrificio”, pero se conseguía algo importante: “se evitarán los desmanes que se vienen cometiendo contra la propiedad y sus frutos, y el orden reinará en el
vecindario con solo la presencia de los individuos del benemérito cuerpo.”
Así comenzó la Guardia Civil en Autol. No sabían lo que les esperaba. Fueron alojados en
casas poco higiénicas, hacinadas las familias, sin retretes; se les escatimó por el ayuntamiento reparaciones, pintura, provocando fuertes protestas. Un cuartel nuevo se estuvo pidiendo
desde fines del siglo XIX y hubo intentos –y planos- para construirlo durante la Dictadura de
Primo de Rivera, después en la República, luego cuando se hicieron las escuelas en la década de 1950, pero la Guardia Civil de Autol no tuvo un edificio nuevo… ¡hasta la Democracia!
Realmente, fue benemérita la paciencia de la Guardia Civil de Autol.
Como veremos, la Guardia Civil de Autol actuó no solo en la protección contra el delito,
sino por su condición doble –militar y sujeta al ministerio de Gobernación-, en actos políticos, como presidir la comisión que iba a poner un nuevo ayuntamiento tras el golpe de
Estado de Primo de Rivera, en 1923, o declarar cesante el ayuntamiento republicano el día
19 de julio de 1936, antes de acompañar a la Comisión Gestora Falangista a tomar posesión.
En muchas ocasiones tuvo que proteger a alcalde y regidores frente a la multitud amotinada
en la plaza, a veces provocando la tragedia, como en los “sucesos de Arnedo” –en los que
había guardias de Autol- del día 5 de enero de 1932 y que C. Gil Andrés ha plasmado magistralmente en La República en la plaza.
Cuando iba a despuntar el siglo XX, el que se anunciaba con las promesas de la ciencia y
el progreso, España se sumía en una profunda crisis. En muchas zonas de La Rioja, el “desastre del 98” fue acompañado por la filoxera –terrible en un pueblo tan vinícola como Autol-,
por la negrilla de los olivos y la enfermedad del ganado, que también afectó a nuestro pueblo, así que las promesas –el cuartel de la Guardia Civil, las escuelas, el matadero, el agua
potable, etc.- tuvieron que esperar muchos años, como veremos.
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